29.000 niños muertos en Somalia en apenas tres meses.

Me cabrea cuando se habla de “estado de bienestar”. Esa falsa cualidad o estatus social se traduce en presumir y ostentar una vida glamorosa, una obsesiva actitud de acumular objetos de cualquier calibre. Objetos de plástico, de papel, de madera, de cuero, de metales preciosos, no importa su estado material, “lo verdaderamente importante es acumular”. Mientras toda esa porquería de seguir guardando, toma fuerza y rumbo incontenible, “salta la noticia” de que han muerto más de 29.000 niños en Somalia en apenas tres meses.

No me quedaré quieto mientras haya un solo niño de este mundo que sufre o muere por la inacción de nosotros, los que vivimos en el “primer mundo”, los que derrochamos a diestra y siniestra, los que miramos para otro lado cuando un mendigo o “una persona sin hogar” de los que deambulan por la populosa Gran Vía de Madrid, nos pide ayuda y por cansancio o incapacidad moral, miramos para otro lado y seguimos la marcha, recurvando hacia un lugar lujoso donde abundan las luces de neón y todo es “perfección y exquisitez desbordada” o no lo es, pero miramos para otro lado.

Estamos envueltos en una gran manta de espíritu autocomplaciente, nos basta con aportar unos euros para la noble causa de alguna ONG que de repente nos aborda con cara lastimera en plena vía, pidiendo nuestra solidaria colaboración, dejamos nuestros datos, estampamos una firma y ya somos solidarios.

Cuando revisamos nuestro ropero, “descubrimos” que una docena de piezas nos han quedado obsoletas, fuera de talla o la rotura que tiene la manga derecha, la reparación nos cuesta casi más que comprar una nueva. En ese instante, nos acordamos que en la esquina de casa hay un contenedor que espera por un gesto altruista. Nos ponemos el modelito de ayer y tan horondos, dejamos sellado en una bolsa reciclable nuestro arsenal para un buen destino, y de paso, contribuimos a proteger nuestro planeta “encerrando un plástico” que no atentará contra el medioambiente.

Pensando en estas dos historias, me puse a estimar el tiempo que duraría cada una por ese hábito de hacer cálculos para una escena de cine, cuando toca desglosar gastos de producción. En la primera, si la computo en base a la gestión de un mediador de una ONG comprometida, tan solo “nos robaría” unos 5 o 6 minutos. En la segunda historia, el cálculo es más complicado. Si es una persona que le cuesta tomar decisiones, que es aprensiva con sus “preciadas posesiones” la suma del tiempo, podría rondar los 30 minutos.

Al final el tiempo cuenta, Jacques Diouf, presidente de la FAO en una de las últimas cumbres sobre el tema aseveró: “cada seis segundos muere un niño de hambre en el mundo y cada día 17.000 niños pierden la vida por no tener nada que comer”.

Entonces nace este texto, surge este boceto de artículo o nota reflexiva que aspira a tocar en la sensibilidad de los que aún tienen un gesto amable, una razón para cabrearse, o dos, o muchas y exigir a los que les toca por mandato popular construir un mundo mejor. Toca también formar parte de algún proyecto urgente para que el hambre no sea noticia, para que el hambre sea historia. Mientras pasan los minutos y las horas, los intelectuales y los artistas de este planeta, nos toca arrimar el hombro con lo que sabemos hacer mejor, con nuestro oficio, como hicieron –por citar un ejemplo- artistas de España y de otras latitudes en África, fotografiado en el documental: Cuentos, primeros auxilios; de los realizadores españoles, María Suárez y Esteban Varadé. El cine documental ha de hacer de esta historia un tema urgente, la verdad ha de ser cine, ha de ser luz para los que aún andan con ceguera. Me apunto para una propuesta cinematográfica.

Deja un comentario

AlphaOmega Captcha Classica  –  Enter Security Code
     
 

* Copy This Password *

* Type Or Paste Password Here *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.