Mujeres del tiempo arado, el brazo erguido y el empeño. Por: Octavio Fraga Guerra*

Obra del artista plástico cubano Roberto Fabelo.

Obra del artista plástico cubano Roberto Fabelo.

Para la mujer cubana.

Para todas las mujeres no se cesan de luchar por la vida.

Crees que lo has hecho todo, y por esa razón has entendido que tu tiempo ha de estar anclado en algún puerto de mares lejanos. En la calma sombría, donde los penachos de la noche y la luz del silencio es más larga. Pero cuando miras desnuda la geografía que te asedia, entiendes que aún no has llegado al corazón del tiempo, al núcleo vital de esa palabra.

Sencillamente mucho está todo por hacer. Apenas has llegado al principio del trayecto que es el comienzo de una interminable jornada, de otra jornada. Que te falta por andar muchos caminos de brechas torcidas, de innombrables rutas y angostas nevadas.

Afinas la punta de tu lápiz para escribir metáforas de trazos gruesos, como quién siente que hará su gran obra, su texto mejor acabado. Una vez grabados como sustantivos versos, los dejas libre para que vuelen sin asedios y sin abrazos que los retengan de su impostergable arrancada.

Todo lo escrito desde el verso ha de volar, para que limpien las heridas de los silencios y las afiladas quebradas. Y que sus sabias curvas arropen esas letras curtidas, donde habita el miedo y el egoísmo de esas voces mundanas. Para que los textos tomen los mares, las fugas necias y las voces más llanas. Pero no llegan a todos. No curan el vacio de palabras delgadas.

Lo intentas de otra manera. Has pensado que es mejor sembrar árboles en las rutas de los campos antiguos. Donde la sequedad se pinta con grietas de tierras, que hoy son polvo de silencio pues se apagó la brisa y los márgenes de los ríos, que se desvanecieron amotinados como si nada.

Lo más urgente es dejarlos en los portales de esbeltos salitres. En ese lugar donde las piedras duelen enmohecidas de lágrimas. Tomas una docena de semillas, cientos de ellas. Varias pacas repletas van sobre tus delgados hombros que exhibes discreta, como vestiduras de esmeralda.

En unas van semillas de cipreses. En otras uvas caletas y yagrumas bardas. Con esa obra de sembrar lo necio, lo antiguo, lo que parece ser nada. Crees que lo curaras todo para salvarte del tiempo. De ese tiempo que te sigue los pliegues de tus cortas andadas.

Con semillas has confiado que lo curaras todo. El dolor de una hoja descubierta. La luz con la que anduviste descalza. El salto erguido por tocar un sueño. La lúcida idea ante un verso que te falta. Todo eso y más en un bosque leño, donde los olores son arte de lunas y los soles atardeceres de esperanza.

Pero cuando terminaste de arar tu ruta crítica, donde atornillaste la silla donde han de descansar los arboles de hojas sabias. Descubriste que los brazos de las semillas aún están quietos y que la luz de aguas silvestres no se desata.

En ese tiempo de mirarlo todo, pensaste que era mejor construir casas de nubes frescas con adobe de terracota, para enaltecer las fiestas de las artes claras. Tomaste un pico de punta inquieta y una pala de puesta ancha. Empezaste a cavar los bajos fondos de tierras baldías, donde el carbón enmohecido fue creciendo como un extenso brazo que no se amilana. Iban naciendo los refugios de puertas recias. En ellos atornillaste ventanas de luces pintadas.

En la esquina de una pared afincaste una lámpara sin feudos, sin mástiles de mar y enredaderas, que dejaron de ser luces de la nostalgia. Querías que la llama fuera inmensa y enaltecida. Sublime y retornada. Pero faltaban nombres en ese espacio vacío, que había que poblar para que las historias antiguas también se contaran.

Te vieron volver a ese lugar del principio, de donde partiste tras una intensa jornada. Ya habías sembrado árboles y libros. Prosas y hojas enteras con verbos vestidos de tornadas. Dejaste tus huellas en los hondos pliegues de esta tierra, que gime herida por tantas bombas que la apagan. Y es que tus huellas todas juntas aún no pueden, detener el fuego del odio inepto que acumula en sus castillos cientos de piezas de oro, que tan solo son hojarascas.

Por esta vez, convocaste a una asamblea de libros intensos, llenos de prosas, de lunas y palabras. Tras de ti, venían los peques que nacieron en ese bosque que nunca viste crecer, pues por tus rutas andabas. Ellos te siguieron por los mares de la aurora, por las grutas de los miedos y el tiempo de la nada. Y es que es tu habías sembrado sin saber cuántos. Corazones limpios y silencios sin nostalgias.

Todo fue en el tiempo de los pasos necios. En el empeño arado por detener tanta metralla. Y es que no lo dije para no encender los miedos. Pero en verdad andabas haciendo historia, entre balas y proyectiles cercos, que con boleros los endulzabas.

Los peques se afincaron a tus faldas de mujer, que aún exhibes con las huellas de los empeños y las palabras. Te pintaron una sonrisa en tus labios donde habitan besos. Sobre tu espalda con resto de semillas hechas, esculpieron muros contra la muerte que se desvaneció ante las grietas torneadas.

Ellos me lo dijeron. La vida será hermosa, intensa y encendida, con mujeres como tú que nos abrigan las ganas. La del tiempo arado, el brazo erguido y el empeño intenso.

Editor del blog: www.cinereverso.org

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