El intelectual y el mecánico. Por: Graziella Pogolotti*

"Yo, ustedes, nosotros" Obra del pintor cubano Raúl Martínez

“Yo, ustedes, nosotros” Obra del pintor cubano Raúl Martínez

Un artículo publicado hace dos semanas en Juventud Rebelde ha suscitado un extenso debate. Numerosos lectores respaldan su visión crítica de los intelectuales, mientras escritores y reconocidos cineastas toman la palabra a través del correo electrónico. Tanta ebullición bajo el implacable sol de agosto me impulsa a terciar en la polémica.

Empezaré por decir que, al igual que un célebre personaje teatral conocido por hablar en prosa sin saberlo, todos escuchamos música culta sin tener conciencia de ello porque se utiliza con frecuencia en el cine, en la musicalización de programas televisivos, mientras Vivaldi resuena en el teléfono cuando se transfiere una llamada. Pero el tema es más complejo de lo que parece. El empleo indiscriminado de los estereotipos esconde trampas que pueden acarrear malentendidos de alcance imprevisto. En este caso —y pido disculpas a mi colega— implica una subestimación de las capacidades del pueblo —no olvidemos al Che en El socialismo y el hombre en Cuba— y una visión caricaturesca de los llamados “culturosos”.

Propongo empezar por el principio y definir el concepto de intelectual. Sin apelar a los clásicos, me remito a Julio García Luis. En su tesis de doctorado conocida en ocasión del Congreso de la UPEC, llamaba la atención sobre la amplitud incluyente del término que abarca a periodistas, maestros, científicos y pensadores relacionados con distintos campos del saber. A esa noción acudimos cuando afirmamos que la Revolución ha forjado en el último medio siglo un extenso capital intelectual. El desarrollo de la enseñanza artística ha sido uno de los logros indiscutibles de nuestra Revolución. En los años más duros del Período Especial, Fidel llamó a salvar, ante todo, la cultura, escudo de la nación. El antiintelectualismo ha sido históricamente una de las armas de la reacción. Sus egresados han dado continuidad a nuestra tradición en lo culto y en lo popular.

El crecimiento de la automatización y la informatización en la sociedad contemporánea aumenta el peso demográfico específico de los trabajadores intelectuales en relación con los encargados de las tareas manuales. Todos forman parte de un mismo pueblo, tal y como lo manifestó Fidel en La historia me absolverá, su memorable documento programático. Excluía entonces de esa definición a los sectores vinculados por intereses de clase al imperialismo.

Muchas veces desempleados, los artistas aparecían expresamente mencionados en el detallado desglose de los precarizados por el sistema. La lectura atenta de los mensajes de los lectores en respuesta al artículo revela malentendidos que conviene esclarecer en bien de las mayorías y en favor de la unidad requerida para la construcción de nuestro proyecto de socialismo participativo y sustentable. Reflejan un estado de opinión en cuanto al desasimiento de los escritores y artistas respecto a los problemas más acuciantes de nuestra realidad. Algunos de ellos, una minoría, ha conquistado mediante su trabajo espacios en el mercado  que les permite disfrutar de un nivel de vida muy satisfactorio en comparación con sectores más deprimidos de la sociedad. La gran mayoría, incluidas importantes figuras del mundo de la creación, comparte con su vecindario condiciones modestas de existencia. Aún los hombres y las mujeres que disfrutan de mayor bienestar se sienten comprometidos en el destino de la nación. A través de la Uneac, organización que los agrupa, han canalizado señalamientos críticos que desbordan reclamos gremiales y se vuelcan hacia temas de tanta relevancia como la educación, el patrimonio urbano, las manifestaciones de racismo y el funcionamiento de los medios masivos de comunicación.

Una golondrina no hace verano. En algún que otro ambiente propicio pululan los enfermos de vedetismo, los vanidosos que evocan la fábula del sapo rodeado por el coro de ranas, los intelectuales de pacotilla. Pero este fenómeno no es propiedad exclusiva del entorno intelectual. Resulta más agresivo y dañino en los que hacen ostentación de bienes de dudoso origen en el decorado de sus residencias, en el vestir y en la chabacanería más estridente.

Conozco mecánicos que disfrutan la música clásica. Entre lo culto y lo popular ha habido una dialéctica ininterrumpida a lo largo de la historia. Don Quijote desafiaba molinos de viento. También lo hizo Sancho, desde su sabiduría pueblerina, al querer impartir la justicia verdadera en la ínsula Barataria. El negro Salvador Golomón es el héroe de Espejo de paciencia, el poema fundacional de nuestra literatura. En Concierto barroco de Alejo Carpentier, su descendiente ficticio irrumpe con los ritmos de la percusión cubana en el carnaval de Venecia, con un desenfadado contrapunteo compartido con eminentes personalidades de la música. No es hora de reinventar falsos antagonismos. Es el momento de superar estereotipos falaces, tanto aquellos que separan al intelectual de la sociedad a la que pertenece como los que subestiman la capacidad creadora del pueblo. La Revolución cubana reconoció en la cultura uno de los derechos conculcados a las masas. De lo que se trata es de abrir accesos, expectativas y horizontes, de enriquecer la vida espiritual de todos para que cada cual encuentre en las distintas alternativas, la vía para el mayor disfrute y para la reafirmación de la propia identidad.

Texto tomado de la publicación: http://www.juventudrebelde.cu

Graciela Pogolotti*Crítica de arte, prestigiosa ensayista y destacada intelectual cubana, promotora de las Artes Plásticas Cubanas. Presidenta del Consejo Asesor del Ministro de Cultura, Vicepresidenta de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Miembro de la Academia Cubana de la Lengua.

Hija de uno de los íconos de la vanguardia artística de la primera mitad del siglo XX, Marcelo Pogolotti y de madre rusa. Nació en París en 1931 pero desde niña vivió en Cuba. Ser cubana, para ella, es una misión y un estado de gracia.

Es una de las más dispuestas y necesarias consejeras y asesoras de cuanto proyecto útil pueda favorecer la trama cultural de la nación. Esa vocación participativa se expresa también en las pequeñas cosas de la vida. Gusta de la conversación amena, de la música popular y no le gusta perder el hilo de una telenovela, nunca cierra las puertas a quien la procura.

A los siete años ya estaba en la capital cubana, donde estudia hasta graduarse como Doctora en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana. Cursó estudios de postgrado en La Sorbona, durante un año, estudió Literatura Francesa Contemporánea. Al regresar a Cuba, matriculó en la Escuela Profesional de Periodismo Manuel Márquez Sterling, donde alcanzó otro título.

Ha escrito numerosos ensayos, pero tan fundamental como su obra escrita ha sido su enorme labor en la docencia y la promoción de la cultura. Desde la cátedra de la Universidad de la Habana, a las investigaciones socioculturales vinculadas a los primeros pasos del Grupo Teatro Escambray, desde la formación de teatristas en el Instituto Superior de Arte, hasta la vicepresidencia de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, desde la Biblioteca Nacional, hasta la presidencia de la Fundación Alejo Carpentier.

Al Triunfo de la revolución se encontraba en Italia desde fines de 1958, se hallaba en una beca, residiendo en Roma por lo que aprovecho también para atender su salud. Al saber la noticia del derrocamiento de la dictadura se presento junto a otras personas que vivían en Roma en la sede de la Embajada a ocuparla. De regreso a la isla tuvo pasó por París hasta que finalmente llagó a Madrid, donde el Gobierno Revolucionario situó aviones para facilitar el regreso de los cubanos en Europa. Durante el vuelo conoció a Fayad Jamis, que ya era poeta y pintor distinguido pese a su juventud. Al llegar a La Habana observo una euforia generalizada, los rebeldes estaban en la terminal aérea.

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