Imalabra: la seña de Casa 275. Por: Marianela González

Portada del número 275 de la Revista Casa de las Américas.

Portada del número 275 de la Revista Casa de las Américas.

Imagen y palabra se funden en esta pieza de Martorell. Al puertorriqueño se le ha ocurrido un nombre para este ejercicio: Imalabra, que suena a clave, a seña para abrir puertas. Como casi toda su obra, la xilografía sobre papel y la escultura que sirven de pórtico a esta nueva entrega de Casa sugieren no una imagen definitiva, sino un signo plurivalente de infinitas posibilidades interpretativas y lúdicas.

En madera, la mecedora grande—como esas que figuran, en blanco y negro, en los retratos de las sesiones de los Premios Casa en los 60 o aquella en la que vemos sentada a Haydee en el documental de Víctor Casaus, y que aún frotan sus balances sobre los pisos de esta Casa, íntima y pública— cobija a una más pequeña y común, como las que hay en las casas sin C mayúscula. ¿De qué somos? ¿De dónde/quiénes venimos? Son algunas de las preocupaciones de Martorell y con ellas abre este número de la revista—edición catálogo, diría yo, como la pieza de la cubierta; fragmentada, elocuente en sus pequeñas porciones.

Casa 275 no es, como decimos acá, “la revista de Haydee”, “la revista de Cortázar”; esas que no necesitan de sus números para ser halladas, al vuelo, en los anaqueles. Esta es, va a ser, otra edición: una que sin amparos como aquellos ejerce su Imalabra; un objeto, 176 páginas entre cartulina, capaz de dibujar con palabras lo que ha sido, el lugar del que ha venido y la sustancia que lo ha constituido en los últimos 53 años.

Autores noveles y nombres que remiten al campo intelectual latinoamericano del último medio siglo. Preocupaciones de larga data y textos que hurgan en la actual cartografía social, cultural, política del continente. Casa vuelve la mirada sobre los propios procesos de la institución a la que representa, y sin pretenderlo, intuyo, la devuelve en un exquisito corpus autorreferencial: ¿qué ha sido la Casa de las Américas en los últimos 50 años? ¿Qué vienen a hacer aquí los artistas, escritores, intelectuales de casi todos nuestros países, algunos de los cuales escriben o son referidos aquí? ¿Qué dicen sus cartas? Los jurados del premio literario más antiguo y prestigioso de su tipo en la región, ¿cómo piensan?, ¿qué les preocupa?, ¿cómo devuelven esas preocupaciones en versos, narraciones, ensayos, y cómo dialogan con sus elecciones de entre las decenas o centenares de inéditos?

¿Y qué les dice todo eso, al final, a los que, como Eric Nepomuceno, García Márquez, Thiago de Mello o el propio Toño Martorell han encontrado aquí, en Cuba, en este lugar, “una segunda patria”; a los de una generación intermedia, que pudieron haber conocido a Allende justo antes que “se pudriera todo” a ambos lados de la cordillera, y que no lo recuerdan porque tenían tres años y medio; o a los que somos todavía más jóvenes, como yo o algunos de quienes reseñan los libros merecedores del Casa 2013, que de todo esto sabemos, apenas, por lo que estas páginas cuentan? Casa 275 no será “la de Haydee” o “la de Cortázar”; pero es, sin duda, otro inventario, un portafolio de la multiplicidad de tejidos, voces, complicidades, que esta revista es, todavía, capaz de articular.

Aunque percibo, como centro, el amplísimo tema de las historias, los procesos y las experiencias de descolonización en América Latina, sumergidos bajo grandes relatos como el que Aurelio Alonso aborda en la sección Flechas, sé que ustedes, como yo, van a “entrarle” a esta edición por su centro “físico”: las “Páginas Salvadas” de García Márquez… Porque ha muerto hace poco y el vacío que dejan los de su estirpe nos hace pensar que, la próxima vez, le vamos a leer de otra manera, vamos a encontrar lo que no supimos ver antes, o porque en la nota editorial se nos anuncia que, entre las cinco o seis cartas reproducidas aquí, veremos una en facsímil, y ni la mayoría de ustedes ni yo hemos visto jamás como ponía su nombre el Gabo al pie de un papel ni cómo redondeaba las letras cuando ponía “Revolución Cubana”, en altas las dos palabras —de no haber sido por ese punto de giro continental en 1959, subraya, no habría sido el escritor que era cuando envió esta carta a Retamar, en 1978, diez años después del “trancazo comercial” de Cien años de soledad. Y quizá porque sabemos que el homenaje de esta revista no es uno cualquiera: es el acuse de recibo; la página que esperábamos antes de creer que sí, que es cierto, que ha muerto García Márquez este 2014.

Entonces, o quizá más tarde, al rato, leerán el resto de la revista.

Anabelle Contreras y Luis Bernardo Pericás ocupan las primeras páginas de este número con experiencias de descolonización no solo de los cánones culturales de Occidente, sino además, de aquellos que se generan también, cual trazas, en los propios intentos de transformación social, en las revoluciones mismas.

La costarricense narra cómo un grupo de indígenas del pueblo Ixil desafió el llamado “punto cero” que para algunos significó la expansión europea sobre Occidente y los epistemes establecidos como modelos estructurales y de pensamiento; en vísperas del “fin del mundo”, cuenta Anabelle, las comunidades mayas hacían parir una Universidad indígena, desafiante de metodologías y cánones de la academia occidental, en el mismo espacio que fue testigo de 114 masacres en 40 años: nada más parecido a una apuesta de futuro al cierre del 13 Baktún. El propio texto de Anabelle Contreras, y ella misma, son parte de esa apuesta; lo sabemos desde enero de este año, cuando vino de jurado al Premio: “las poblaciones negras, los pueblos originarios —me dijo en esta sala—, son los espacios revolucionarios de hoy, esos donde se discuten las categorías clásicas porque, sencillamente, no les sirven”.

Contra otros desfasajes —esta vez, propios de la militancia comunista en el Brasil de los años 30—, sus cánones y sus categorías clásicas, tuvo que posicionarse también, en su época, el historiador brasileño Caio Prado Júnior. En un ensayo documentado y riguroso, como cabría esperar de la mente inquieta, observadora y crítica que conocimos en esta misma edición del Premio Casa, Luis Bernardo Pericás rescata su obra como un sofisticado y alentador aporte en el mapa de las relaciones intelectuales que en esos años se dieron en la izquierda latinoamericana, aunque la izquierda latinoamericana apenas le supo ver.

Ninguna de estas dos historias —a grandes rasgos, sus contextos— figura en la Historia del Siglo XX según Eric Hobsbawm, ese autor a quien Prado Júnior sí colocó en su biblioteca personal. Son, ya lo sabemos, las páginas detrás de los grandes sucesos, como el de la I Guerra Mundial, donde también, no obstante, los relatos historiográficos o políticos han dejado espacios en blanco. Siguiendo con la iconoclasia que signa la mayoría de los textos de esta revista, Aurelio ha querido recordar que hace cien años —cuando nacían Cortázar, Bioy Casares, José Revueltas, Julia de Burgos, Efraín Huerta, Nicanor Parra y Octavio Paz; cuando Borges celebraba en Mallorca la revolución rusa con un libro de poemas que nunca entregaría a imprenta alguna y aún llovía sobre Macondo—, estallaba y transcurría en Europa la expansión de Occidente sobre sí mismo; y ha querido que nos importe porque, junto con los procesos culturales y artísticos que tienen siempre cabida en la revista, interesa la bifurcación que entonces se produjo, en términos de producción simbólica, también, sobre este lado del mundo.

En esa densidad entre 1914 y hasta 1991, una multiplicidad de procesos dejaría también su huella. El siglo XX corto conocería, junto con los más sangrientos conflictos bélicos de la historia de la humanidad, el nuevo molde de la colonización, y con ella, el virulento desarrollo de procesos sociopolíticos de larga data y la aparición de nuevos, con sus correlatos culturales y artísticos: digamos, siguiendo este número, los corrimientos y la recolocación de los pueblos originarios en espacios antes impensados, como las “ciudades ajenas” de la colonia, tal y como aquí reseña Jaime Gómez Triana a partir de un texto de Lucía Guerra, premio Casa en la edición de 2013; la acentuación del capital simbólico y político detrás de las migraciones, como da cuenta Jesús Arboleya en el libro que comenta Ana Niria Albo; o las luchas revolucionarias en el Tercer mundo, como el proceso que relata el exguerrillero argentino Nicolás Doljanin, en un hermoso testimonio que aquí recomienda Félix Julio Alfonso…

Todo ello, en un siglo que terminaría, dice Aurelio, ramificando el curso de lo que habíamos sido hasta entonces, y que abriría el paso a una recolocación de las historias “pequeñas” y las “biografías poco épicas” —como advierte Maite Hernández-Lorenzo en Domingos sin Dios, de Luiz Ruffato—; a la revisión de nuestras rutas críticas, de nuestros relatos historiográficos, de la leche derramada sobre el cuerpo de estas naciones. Y que haría surgir modelos otros, “fenómenos” que no necesariamente encajan con la visión de intelectual que se tenía antes de la caída del Muro o con la que ha signado la historia de esta revista: así entendemos, por ejemplo, la escritura de Pola Oloixarac, que atraviesa el siglo desde sus propias coordenadas, sin que le sepan a bronce los mitos y las ideologías que han recompuesto el alma de la nación argentina en los últimos veinte o treinta años. Su (pretendida, atribuida) “falta de compromiso” afectivo con los años de la dictadura militar, con la Revolución cubana o Tlatelolco, ¿habrían de alejarla de estas páginas; o a “Borges, el reaccionario”, o al “nunca clásico” Roberto Arlt? Como celebra Ruffinelli, la postura de Pola es única, como único es Arlt a la literatura latinoamericana; y en una mujer (dice Borges, en un hombre), las ideas y posturas se superponen, entrelazan, contradicen y confunden, como frente a un espejo que se bifurca. La obra de Pola “nos mira y nos hace mirarnos”, dice el crítico en Casa 275: suficiente para que se nos invite a la lectura desde estas páginas.

Este número, correspondiente a abril-junio de 2014, podrá ser, digamos, la revista de los Premios 2013, la de los jurados de 2014, la de Gabo. No me convence ninguno; prefiero el conjunto, la lectura cruzada. Ustedes, quizá, encontraran otros vínculos, otras sintonías, otros objetos dentro del catálogo. O la leerán sentados en una mecedora que no es la grande ni la pequeña. O sentirán que no es Imalabra, sino Jaulabra —con sus palabras mágicas: amor, democracia, libertad, patria, paz— la obra de Martorell que mejor refleja el contenido de esta Casa, y empezarán a leerla por su contracubierta… Será otra revista. Hay una distinta, para cada lector. Esta ha sido la mía.

Texto tomado de la publicación: http://laventana.casa.cult.cu

Palabras de presentación del más reciente número de la revista Casa de las Américas. Nota del editor.

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