Atilio Borón: América Latina en la geopolítica imperial. Por: Jesús Arboleya Cervera*

ALEs un honor y un placer para mí, que la Editorial de Ciencias Sociales me haya seleccionado para presentar un libro tan importante como “América Latina en la Geopolítica Imperial”, del autor argentino Atilio Borón.

De Atilio poco tengo que decir que los cubanos ya no sepan: su obra lo destaca entre los principales intelectuales latinoamericanos y su compromiso político lo identifica, por derecho propio, como un compañero más entre nosotros.

De los méritos del libro tampoco hay mucho agregar. En 2013 fue ganador del prestigioso Premio Libertador al Pensamiento Crítico, surgido por iniciativa del comandante Hugo Chávez, para estimular un debate teórico que sirviera de sustento intelectual a las luchas revolucionarias de Nuestra América.

Según el jurado que le otorgó el premio, esta obra “desarrolló las particularidades de los procesos revolucionarios en la región, unido a los rasgos de la ofensiva imperialista por diversos métodos”.

La primera cualidad que entonces vale la pena destacar, es que el libro aborda una problemática silenciada o distorsionada por los grandes consorcios informativos y la producción académica hegemónica, dentro y fuera de América Latina.

Se trata, por demás, de un fenómeno tan abarcador y rico en matices, que emprender su análisis requiere, no solo de un extraordinario conocimiento acumulado, de la capacidad para discernir lo esencial y lo cierto dentro del torrente de información que nos invade y de la experiencia práctica, resultado de la participación política concreta; sino también de una visión despojada de todo dogmatismo, capaz de una mirada nueva a procesos que, por un lado, tienen antecedentes que se adentran en lo más recóndito de nuestra historia y, por otro, se manifiestan de manera inusitada en la realidad actual de nuestros países.

Ante este compromiso, Atilio no tuvo otra opción que ser polémico y lo ha sido tanto, que el libro comienza por discutir el uso del concepto de “geopolítica”, el cual forma parte del título. No solo para salvarlo de los prejuicios históricos que acompañan al término, sino para introducir la comprensión del factor nacional como un elemento indispensable en el orden mundial vigente y, de esta manera, cuestionarse lo que considera el uso aséptico del término “globalización”, para definirlo como una “fase superior del imperialismo”. Otro concepto marxista que Borón reivindica, a partir de un análisis riguroso de su pertinencia.

Esta intención de esclarecer los conceptos y contrarrestar su manipulación, para que realmente sinteticen la realidad que se aborda –un principio básico de la investigación científica en las ciencias sociales–, es una constante en el libro y demuestra, tanto el rigor académico con que ha sido escrito, como la voluntad de evadir los caminos trillados de un discurso que, ya sea desde la derecha o la izquierda, ha sido superado por la historia.

El enfoque marxista, actualizado a partir de la praxis y los avances de las ciencias sociales, es recuperado por Atilio desde una perspectiva dialéctica, lo cual además de revestir una importancia intelectual para la teoría revolucionaria, aporta a la búsqueda de lo que él llama la “nueva identidad” que requiere el socialismo en nuestros días.

Una identidad que, por cierto, nos aconseja buscar no solo en los clásicos y otras producciones teóricas contemporáneas, sino también en las raíces culturales latinoamericanas, particularmente en las tradiciones de los pueblos originarios.

Atilio entonces nos familiariza –a los cubanos quiero decir– con la cosmovisión del sumak kawasy o del “buen vivir”, donde el individuo aparece orgánica y armónicamente articulado con la sociedad y el medio ambiente, a partir de patrones bien distintos a los impuestos por la modernidad, dígase el capitalismo.

No aborda este asunto desde una perspectiva nostálgica y primitivista, todo lo contrario, sino desde su vigencia en un proceso económico y social que, de cierta manera, está implicado en la concepción del socialismo del siglo XXI y que, en mi criterio, entronca, no por casualidad, con la teoría de la necesidad de formar un “hombre nuevo”, proclamada hace tantos años por el Che Guevara.

Es una lástima que, particularmente en Cuba, donde está puesto a debate el modelo económico y otros aspectos del socialismo, no estemos más al tanto de estas ideas, de por sí extraordinariamente bellas y prácticas, que tienen la utilidad de contrarrestar, con una lógica convincente y atractiva, el consumismo neoliberal que mantiene una vigencia renovada en ciertos sectores de nuestra sociedad.

Otra cualidad de este libro es que no es nada complaciente con muchas ideas y prácticas hoy día presentes en la izquierda y los sectores progresistas de América Latina. Atilio lo mismo critica las políticas de gobiernos progresistas que tienden a debilitar su articulación con las masas y avanzar más allá de los límites que les impone el sistema capitalista donde operan; que a aquellos movimientos populares que no tienen en cuenta la realidad concreta en que deben actuar y asumen posiciones basadas en lo que denomina un “pachamamismo fundamentalista”, el cual de manera insensata coloca el cuidado de la naturaleza en contradicción con las necesidades del progreso humano, olvidando su necesaria adecuación con la realidad existencial de los pueblos y sus luchas políticas.

En definitiva, Atilio rechaza cualquier fundamentalismo y se enfoca en lo que considera deben ser las prioridades de estos procesos; a saber, la unidad e integración indispensables para enfrentar los embates de la oligarquía y el imperialismo.

Debe ser así, porque estos movimientos no se desarrollan en condiciones ideales de “temperatura y presión normal”, como dirían los físicos, y mucho menos al vacío. “Toda revolución engendra su propia contrarrevolución”, dijo Carlos Marx, y yo agregaría que, en las actuales condiciones, muchas veces la contrarrevolución está prácticamente prefabricada antes de que surja la revolución misma.

De aquí que la otra cara del libro, quizá su aporte fundamental, es el análisis del modelo de dominación imperialista, su capacidad para enfrentar a los movimientos emancipadores y, también, sus limitaciones para hacerlo.

Resulta imposible resumir en pocas palabras toda la información y criterios que aporta Atilio respecto al orden mundial imperialista y sus contradicciones, me limito entonces a sumarme a su opinión de que “el conocimiento del imperialismo, de Estados Unidos como centro imperial del sistema, y de la sociedad, la economía y la cultura norteamericanas, son elementos indispensables de cualquier estrategia emancipatoria”.

Para terminar, quiero mencionar lo que el mismo Atilio considera sus dos tesis principales: “La constatación del debilitamiento del poderío global de Estados Unidos como centro organizador del imperio” y, como corolario de lo anterior, “la ratificación histórica de que en su fase de descomposición los imperios se tornan más agresivos y sanguinarios que durante los períodos de ascenso y consolidación”.

Eso crea un equilibrio inestable sumamente peligroso, especialmente para América Latina, respecto a la cual Atilio descarta el supuesto de que no constituye un interés primordial para Estados Unidos, para afirmar que, por el contrario, resulta esencial para el diseño geopolítico del imperialismo norteamericano.

Aquí termino, aunque un libro tan sugerente siempre nos deja con ganas de seguir discutiendo. Digo discutiendo, porque no hay que estar absolutamente de acuerdo con Atilio para estimar la relevancia de este texto. Por el contrario, estamos en presencia de un libro que preferencia y estimula un debate que resulta esencial para el proyecto revolucionario.

Siguiendo la prédica de Carlos Marx, Borón nos dice que su libro pretende ser “un arma de la crítica” y creo que lo ha logrado, pero vale la pena explicarlo mejor: este es un libro de un militante, no solo de un observador capacitado, y en la combinación de ambas cualidades se concreta la condición de ser marxista.

Hay que agradecer entonces a Atilio Borón por su contribución al pensamiento crítico revolucionario, muy importante también para Cuba, a la que él tanto ha defendido.

A ustedes me atrevo a exhortarlos a que disfruten de un texto que los estimulará a pensar y que también puede ser entretenido, ya que otra de sus virtudes es que demuestra que la buena literatura no está reñida con el rigor científico.

Muchas gracias.

Palabras de Presentación en el espacio Sábado del Libro, del Instituto Cubano del Libro, 13 de septiembre de 2014.

Texto tomado del blog: http://dialogardialogar.wordpress.com

Jesús Arboleya*(La Habana, 1947) Licenciado en Ciencias Históricas en 1975, doctor en la misma especialidad en 1995, profesor de la Universidad de La Habana, de 1993 a 1996, investigador del Centro de Estudios sobre Asuntos de Seguridad Nacional.

Ha sido colaborador con el Centro de Estudios de Alternativas Políticas y el Centro de Estudios sobre Estados Unidos de la Universidad de La Habana, con el Centro de Estudios de América y con el Centro de Estudios de Europa además de contribuir con el diario chileno La Nación. Fue durante años miembro del servicio diplomático cubano prestando servicios en la misión de su país en la ONU y en la Oficina de Intereses de Cuba en Washington.

Deja un comentario

AlphaOmega Captcha Classica  –  Enter Security Code
     
 

* Copy This Password *

* Type Or Paste Password Here *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.