El papel de la Cinemateca de Cuba en la formación del gusto audiovisual del espectador* Por: Mario Naito López*

Iconográfico cartel de la Cinemateca de Cuba firmado por Rafael Morante en el año 1961.

Iconográfico cartel de la Cinemateca de Cuba firmado por Rafael Morante en el año 1961.

Cuando cumplí los 16 años pude por fin efectuar un sueño anhelado: el de acceder a la sala cinematográfica de la Cinemateca de Cuba. Desde pequeño siempre me atrajo el mundo del cine: de las películas, de los actores; durante la infancia creo que apenas tenía algún conocimiento acerca de algún director de cine, quizá hubiera oído a mi padre hablar únicamente de Cecil B. DeMille. Porque hasta esa edad la opinión que uno tenía del cinematógrafo, era en esencia la de un entretenimiento, y por ello, la de un gran espectáculo, donde se podía disfrutar lo mismo de un buen relato del género de aventuras o policíaco, de una película muy cómica, o de una cinta de acción, de suspenso o de guerra. Pienso que por lo general, en la adolescencia, uno no se sentiría atraído por un drama o un filme de arte.

No obstante, para un espectador como el de mi generación, que transitó de la niñez a la adolescencia en los primeros años de la Revolución, el legado fílmico proveniente de la pequeña pantalla y de los cines de estreno o de barrio del país, permitió que pudiera conocer a grandes intérpretes dramáticos del celuloide como Bette Davis, Ingrid Bergman, Paul Muni, Edward G. Robinson, Marlon Brando, por citar sólo algunos de los que me eran más familiares en esos años, así como a notables figuras de la comedia silente como Charles Chaplin, Búster Keaton, Stan Laurel y Oliver Hardy.

La Cinemateca de Cuba, que tenía un programa semanal en la televisión, exhibía viejos filmes clásicos que por lo general llamaban mi atención. Con el arribo a la edad requerida para asistir a sus funciones en el antiguo cine Atlantic, surgía entonces la posibilidad de poder apreciar en la gran pantalla muchas de las películas importantes de las que me habían hablado mis padres o sus amistades, y que yo no había visto aún. Apenas cumplidos los 16, ingresé en el preuniversitario como becado: sin embargo los fines de semana podía asistir a ver esos añorados filmes.

Como en la prensa diaria, y en el programa semanal Cinemateca en televisión se anunciaban los títulos que iban a exhibirse, podía conformar el horario de mi tiempo libre para poder ver algunas de esas películas. Y la programación que ofrecían las salas de estreno a mediados de la década del 60 también atraía a los jóvenes. Porque esa época fue una de las etapas más creativas de la historia del cine. Y el ICAIC, que atendía además de la producción cinematográfica nacional la programación y distribución de filmes en la salas de cine del país, tuvo la suerte de poder contar con una vasta fuente en el mercado europeo con la cual suplir los estrenos semanales de cine, a pesar de estar vedada en esos años la obtención de las nuevas películas norteamericanas, como consecuencia del bloqueo estadounidense.

La exhibición de notables filmes de maestros importantes del séptimo arte como Michelangelo Antonioni, Ingmar Bergman, Luchino Visconti, Akira Kurosawa, Federico Fellini,  junto a los de otros destacados directores como Tony Richardson, Karel Reisz, Carlos Saura, Zoltán Fabri, Miklós Jancsó, Andrzej Wajda, Jacques Demy, consiguieron ir formando en el público de mi generación un gusto cinematográfico que permitía distinguir una película con determinadas inquietudes artísticas o éticas, de aquellas con un sentido meramente comercial o de entretenimiento.

Creo que mi generación fue privilegiada, pues vivió un momento en el que se aunaron diversos factores político-sociales y artísticos en el mundo, que hicieron que en los años 60 se originaran novedosas corrientes en el pensamiento cinematográfico. Este fenómeno no sólo ocurrió en la esfera del cine. Bien conocido es lo sucedido en otras manifestaciones artísticas donde hubo un boom inspirativo. ¡Qué decir de la música popular y del aporte de los Beatles! No por gusto los años 60 han sido enmarcados en lo que se ha denominado “la década prodigiosa”.

Aunque el ICAIC, durante toda la época en que pudo importar películas del exterior tuvo una preocupación constante por brindar al público lo mejor de la cinematografía mundial a través de los estrenos semanales, no es menos cierto que la Cinemateca de Cuba desempeñó un papel primordial en dar a conocer no sólo lo más selecto de la historia del cine, sino también la producción fílmica contemporánea que requería de un espectador más exigente, y que no se encajaba en la programación de los circuitos de estrenos. De ahí que se pudieran apreciar en los programas de la Cinemateca de esos años algunos ciclos de directores y cinematografías de países muy específicos que no tenían una tradición fílmica pero que se iban destacando cada vez más en el panorama internacional.

La divulgación que se hacía tanto de los estrenos como de la programación de la Cinemateca a través de la radio y la televisión, también con comentarios y críticas en la prensa diaria o periódica, con espacios analíticos como 24 por segundo, ayudaron a ir conformando en la población un método discriminativo para poder apreciar los valores cinematográficos de un filme. Bien es cierto que en esos años, la televisión no podía competir con el cine, porque las películas que en ella se exhibían eran antiguas o no tan recientes, y no existía todavía el desarrollo científico y tecnológico actual que permite acceder en la actualidad a las más disímiles ofertas audiovisuales.

¿Qué ha sucedido a la vuelta de medio siglo después? La tecnología digital e Internet han revolucionado por completo la forma de consumo audiovisual de las nuevas generaciones. Ya no hay que ir a una sala de cine o sentarse ante un televisor para poder ver una película, ahora también pueden apreciarse en una PC o un teléfono móvil, claro que en estos últimos casos no con los detalles y la calidad de un cine equipado con 3D. Pero en el hogar algunos televisores de pantalla plana con equipamiento de sonido sofisticado adjunto pueden remplazar la idea de la sala de cine, aunque no en el ambiente de la tranquilidad del recinto que permitía al espectador concentrarse absolutamente en medio de la oscuridad.

La aparición de dispositivos como las memorias flash o los discos duros, junto a la existencia de Internet, permiten ahora copiar en formatos comprimidos tanto películas como los más diversos materiales audiovisuales, con lo cual los países con sus medios de distribución para estos productos, ya no tienen el poder rector de dirigir y controlar lo que el espectador debe consumir. Esto ha implicado una amplia libertad para que un espectador promedio pueda escoger lo que desea ver. Por supuesto que esto no es igual para todos los públicos en todos los lugares del planeta. Cuba, como sabemos, es un caso excepcional. En primer término, por la situación del bloqueo a la que se halla sometida desde hace más de 50 años. Pero también existen leyes o disposiciones burocráticas que prohíben o condiciones económicas que limitan lo que algunos espectadores ansían ver. Todo espectador cubano no puede disfrutar, por ejemplo, de la ceremonia de premiación cinematográfica del Oscar o del Goya en el momento en que esta ocurre, ni ver un partido de béisbol de las Grandes Ligas donde participe un cubano cuando dicho juego se esté efectuando, ni puede pagar determinado precio por el alquiler o la copia de alguno de esos materiales a través del paquete que se distribuye periódicamente en los circuitos alternativos piratas.

Aunque hoy día en casi todo el mundo puede conseguirse cualquier filme, algunos títulos por problemas de la propiedad legal, sin embargo no están disponibles al público por no haber sido editados en DVD o Blu-Ray.

En comparación con décadas atrás las cinematecas de muchos países, incluido el nuestro, pueden exhibir ahora en formato de disco, muchos títulos importantes a los que antes no se tenía acceso por carecer de copias en 35 mm. De ahí que aunque los espectadores tienen diversas fuentes para poder consumir una película o un producto audiovisual, en la actualidad la Cinemateca de Cuba gracias a su red de colaboradores continúa ofreciendo opciones de títulos que no están al fácil alcance de todos los espectadores. No obstante, afronta problemas de promoción de su programación, que sólo aparece en la Cartelera de Cine y Video (de tirada y circulación limitadas), a veces en la prensa diaria o periódica (que no todos leen), y sólo se divulga en televisión por el Canal Habana. Ya no se cuenta como décadas atrás con la posibilidad permanente de imprimir un suelto con la programación mensual que se reparta en la taquilla de la sala de cine. Aunque por medio del correo electrónico se informa la programación mensual de la Cinemateca a algunos usuarios habituales del cine Chaplin, la información no llega a todos los interesados porque un amplio número no posee ese servicio de la tecnología moderna. Varios espectadores se quejan de que si no vienen a la tablilla del cine Chaplin o no consiguen la Cartelera a principios de cada mes, no se enteran de la programación. De ahí la necesidad, a mi juicio, de que la televisión tuviera un espacio, programa o spot donde se pudiera divulgar semanalmente la programación e incluso comentar o recomendar algún que otro filme importante, no limitándose únicamente a las semanas de cine de un país determinado.

Las encuestas al público de la Cinemateca de Cuba son un elemento que también puede arrojar luz sobre las inquietudes del público para instrumentar herramientas que logren motivar a determinados sectores de la población.

Quisiera referirme a un aspecto del trabajo de la Cinemateca de Cuba poco divulgado y es su atesoramiento de material bibliográfico de expedientes, libros y revistas que en mi juventud me permitieron enriquecer mis conocimientos sobre cine y orientar mi gusto. El conocimiento de la información de filmes a través de muchas de esas publicaciones incentivaron mi interés en verlos e hicieron que fuera cultivando un gusto cinematográfico más rico y diverso. Al igual que en mi caso, creo que ello puede contribuir en un buen número de jóvenes a modificar su apreciación sobre determinadas cintas. Sería una tarea que pudiera trazarse en un plazo determinado la institución para dar a conocer y utilizar más sus fondos bibliográficos.

Otro fenómeno apenas explotado hasta ahora y no reglamentado aún, pero que últimamente es cada vez más frecuente, es la visita de estudiantes a las oficinas de la Cinemateca de Cuba en busca de filmes específicos que necesitan ver o copiar, para trabajos de clase o tesis encomendadas por sus profesores. Esta es otra vía que pudiera ser útil para el conocimiento de obras importantes o de calidad tanto de la cinematografía nacional como universal. Sería necesario reflexionar más detenidamente cuál sería el modo de organizar estas solicitudes.

Existen muchos factores en la actualidad que han conspirado con el desarrollo de un gusto adecuado en la población. La situación económica y social de nuestro país, el estrés con que se vive diariamente, ha motivado que gran parte de nuestros habitantes busquen en sus ratos libres una manera de pasar el tiempo lo más placentera posible, y consideran que el mejor modo de hacerlo es desconectando de la realidad con un cine escapista y fácil de digerir. Creo que ello se debe a una insuficiente educación audiovisual desde las primeras edades. Porque igual que se logra estimular desde la niñez un gusto por lecturas de calidad puede igualmente canalizarse desde temprano la satisfacción por apreciar una obra audiovisual o musical. Pienso que la enseñanza en nuestro país no puede posponer esta tarea urgente de incluir en sus programas de estudio la apreciación estética desde una corta edad.

Texto tomado de la publicación: http://www.lajiribilla.cu

Mario Naito*Especialista de la Cinemateca de Cuba. Presidente de la Asociación Cubana de la Prensa.

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