Hoy he vuelto a visitar mi equipaje. Dormita en una esquina del silencio donde habitan delgados brotes de soles quebrados. Donde la quietud de la onírica esperanza y el mar del regreso es siempre un beso antiguo. La última vez pude arropar unas pocas mantas y los abrazos que urge dar para encender la vida. En aquella ocasión había guardado versos de trazos desnudos y nombres anónimos. Junto a sus predios, dejé también, papeles quebrados que arropan letras inversas, irreverente, sencillamente delgadas. Al fondo de la maleta, seguía a la espera un claro de luz y un libro incompleto. En la geografía de sus brazas, dormitan semillas de arboles que alguna vez serán brisas de fugaz y henchidas metáforas. Por esta vez guarde en el borde de sus recovecos, palabras de amor y silencio. No eran epístolas de escrituras leñas. Era una declaración de principio a cielo abierto. A fin de cuentas, el viaje de la vida se ha de dar con la frente al descubierto.
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