Vidas amputadas. Por: Danae C. Diéguez*

Vestido de noviaSobre Vestido de Novia, la película de Marilyn Solaya.

Cuando aparecen las primeras escenas del largometraje Vestido de Novia, de la realizadora Marilyn Solaya, se recrean momentos de la cotidianidad de una pareja, son escenas que convierten ese día a día en una de las claves más importantes del filme.

Rosa Elena (Laura de la Uz) y Ernesto (Luis Alberto García) conforman una pareja que se ama, sobrellevan las carencias de lo cotidiano con la belleza del amor que se profesan, son unos recién casados felices, aunque el padre de ella, (Pancho García) se encuentre aparentemente inválido y ello exija atenciones y mucho trabajo. Son esos momentos, en los que la directora se posiciona para construir una de las tesis que atraviesa toda la película: el espacio doméstico como ejercicio de violencia invisible que somete “naturalmente” a las mujeres a roles y “deberes ser” que las aniquilan en otras libertades esenciales.

Inicio este comentario desde la importancia que se le da a estos tópicos en la historia: lo privado, lo íntimo en tanto se “es” quien quieres ser y lo público en tanto se “aparenta” una existencia. Esa relación, por momentos tormentosa en algunos personajes, es desde donde se sostiene la doble moral como elección en la mayoría de los personajes, pues el contexto, los espacios de socialización, en los que se pone a prueba el “deber ser”, están como protagonistas de la historia, para advertirnos que además de una elección, las presiones sociales te cercenan. La doble moral se convierte en eje temático y le permite a la directora hablar de ella desde los aprendizajes binarios de género.

Vestido de Novia es una película que convierte una historia de amor en un discurso sobre la nación, va de lo mínimo a lo macro. La historia de Rosa Elena, persona reasignada con otro sexo biológico y que se construye como mujer a través de los aprendizajes más tradicionales de la feminidad, es la línea argumental que desata las ideas latentes en la propuesta fílmica, sin embargo, me permito reivindicar lo anecdótico en tanto símbolo de un conflicto que trasciende esas historias personales y hace una de las apuestas que convierten a la cinta en una obra intensa, que nos trasciende como seres humanos para encarar a las políticas públicas, a las sociedades que sostienen aún la hipocresía y hablan en nombre de una verdad inconsulta.

Las mujeres y los hombres de esta historia han aprendido a vivir desde la cárcel de esos aprendizajes de género encorsetados y por supuesto, son víctimas  de ello. Vestido de Novia marca la diferencia cuando el punto de vista se verifica en la denuncia de su directora —en este caso guionista también— sobre cómo nos socializamos mujeres y hombres para beneficiar a un sistema de dominación patriarcal, que legitima y sostiene las inequidades, es ahí para mí la diferencia o el punto de giro más importante que le veo a la película dentro del cine cubano que se ha ocupado del tema: Marilyn no admite discursos de tolerancia, sabe que quien tolera y el tolerado marcan una relación de poder, no pasa la mano, no es complaciente; va a la causa de esas mentiras, sus personajes apenas se salvan del descalabro porque con su película reclama el respeto, la diversidad, el amor por encima de absurdas presiones sociales que solo generan dobles vidas o quizás, vidas amputadas.

Una de las ganancias del filme radica en la construcción de los personajes, defendidos todos con una maestría actoral que eleva la película a primeros planos de interpretación. Los personajes son símbolos también de ese espacio social que los ubica y atomiza. En todos parece rondar un arquetipo que, enriquecido, marca claves para entenderlos también como metáforas de cada uno de los temas que a la directora le interesa poner en discusión— la doble moral, los binarismos absurdos de los aprendizajes de género, el patriarcado como causa evidente de las discriminaciones, entre otros— y que sirven, a su vez, de microrelatos como historias que se conectan para complejizar el espacio—tiempo como personaje que sostiene el argumento del filme.

La historia de Vestido de Novia está inspirada en hechos reales, solo que no siempre esa acotación garantiza efectividad ni verosimilitud, sin embargo esta entrega fílmica es sobrecogedora, no solo por el referente de vida que la sostiene, sino además por la complejidad que sus personajes muestran en una sucesión de acciones que a partir del primer punto de giro, pareciera no dejarnos respirar, todo ello junto a la verdad y la autenticidad de los actores y actrices.

Rosa Elena está defendida por Laura de la Uz desde esa organicidad que la actriz siempre nos regala, su personaje, aunque uno de los más hermosos de la historia, tiene que mentir por miedo, llega a vivir con su pareja y sabemos que la mentira es el inicio de esa relación, sin embargo el punto de vista de la historia no la juzga, la entiende y la convierte en víctima de varios desmanes, solo que la directora le da la posibilidad de crecer y la eleva a partir de defender su verdad y lo que desea ser en la vida. Rosa Elena es una mujer que no solo simboliza a las transgéneros, es muchas mujeres y por ello la complejidad del personaje y la excelente actuación de Laura de la Uz: la actriz logra evitar esa línea sinuosa entre ser transgénero, su estereotipo y una mujer cotidiana.

El caso de Sissy, interpretada desde el magisterio de Isabel Santos resulta sin dudas uno de los personajes más auténticos del filme. Generosa, justa, es vejada y humillada en su condición de travesti que vive desde la mujer que desea ser. En los parlamentos de este personaje está la autenticidad de una amiga, se sostiene la idea de que “no se nace mujer, se llega a serlo” y está el repudio a quienes persiguieron, maltrataron y ningunearon a personas que son y viven diferente— si es que esa palabra se pueda admitir—. Sissy es la dignidad y por ello su final es tan duro, emigrar como Panchito, ser Panchito—su identidad de nacimiento. Nuevamente la directora no cede, nos muestra el dolor y la vergüenza que significa que la nación pierda hijas e hijos en nombre de consignas viriles y discriminatorias. Isabel Santos ha convertido a Sissy en un personaje inolvidable, que ama y sufre y a quien le cuesta ser. La escena del calabozo marca la ambigüedad, no de Sissy, convencida de la mujer que es, aunque biológicamente sea varón, sino de la sociedad; cuando se arranca el último vestigio de su imagen femenina y guarda en unos tenis viejos y visualmente masculinizados, los pies con uñas pintadas al estilo más tradicional femenino. Solo así podría salir del encierro, el de la cárcel, pues la película recurre a esa prisión física para hablar de las muchas prisiones que rodean a sus personajes: la del cuerpo, la cultura y las sociedades con sus prejuicios.

Los personajes varones de la historia son interesantes por los matices que aportan: Ernesto, nuestro querido actor Luis Alberto García, ícono del cine cubano, ahora ante un personaje que está entrampado entre el amor que siente y su cultura machista enraizada, Ernesto da el aliento, es la posibilidad de ser un hombre diferente, entendido como un hombre que desmonta su masculinidad hegemónica para ser un hombre sensible. Ernesto se debate entre lo que siente y sus atavismos culturales; una de las escenas más intensas  es aquella que, con cuchillo afilado dentro de la mochila llega a casa de Rosa Elena para enfrentarla, lleva puesto el pullover del Che, símbolo del hombre nuevo, sucede entonces, después de un largo plano de miradas fijas, el abrazo y la reconciliación amorosa de la pareja. Reconciliación esbozada que solo se expresa entre ellos, porque de nuevo el espacio público—los otros— juzgan.

El padre de Rosa Elena, interpretado por el actor Pancho García, es el símbolo del poder machista, el “pater familias”, el poder que silenciosamente se hace presente, está oculto y aparentemente afectado, pero rodea todo, su poder radica en su silencio y más adelante en su mentira e hipocresía. Pancho García exhibe lo difícil de hablar sin palabras y ser desde el mutis total una ausencia que se hace presencia.

Los actores Jorge Perugorría y Mario Guerra representan personajes anquilosados: son la corrupción, la doble moral y están ahí para recalcarnos la mentira y como ellos mismos son el resultado de sociedades construidas desde la misoginia y la discriminación, en nombre de una falsa virilidad, en cuerpos falsamente construidos. Son personajes apenas sin matices, excepto que Perugorría ama a sus hijos, lo demás es el juego de las apariencias. Sus personajes, aunque no protagónicos tienen en sus manos los hilos que desatan las tragedias de la historia y alcanzan notoriedad, entre otras razones, por la coherencia con que son defendidos.

El filme exhibe referentes importantes y la directora los evidencia. El mayor de todos es cómo se inserta dentro de una zona de la tradición del cine cubano, en tanto se incorpora a la línea de maestros como Titón, Solás y Fernando Pérez para agudizar su mirada a la realidad cubana y comprometerse desde el ejercicio crítico: pensar Cuba, desde el dolor que generan sus amputaciones y desde la verdad que nos asiste para cuestionarnos qué país hemos vivido y cuál deseamos ser. El homenaje rotundo a Fresa y Chocolate está presente, la película se enmarca en el año 94, el maleconazo como contexto y Titón, con su película, dándole un punto de giro al cine cubano, sin embargo, si en su momento Fresa y Chocolate apostaba a la tolerancia, Vestido de Novia apuesta al respeto y a la diversidad como única verdad, la directora trasciende la tesis de su maestro, en tanto su película, aún instalada en el 94, piensa a Cuba desde hoy, porque aún somos un país que hace del androcentrismo un ejercicio continuo y simbólico.

A finales de los ochenta, esa década tan importante para la cultura cubana, Norge Espinosa escribió su poema homónimo Vestido de Novia, poema medular para hablar de la homosexualidad en la literatura cubana, sobre todo desde la voz en primera persona de quienes viven con otras identidades sexuales. Toda una generación vivió y admiró el poema, crecimos con el respeto a quienes desde las letras hablaban de la verdad de ser diferentes. Hoy, su poema se convirtió en génesis de una historia que transforma la síntesis de lo poético en historias de carne y hueso, historias atravesadas por la realidad y que cargan con esas vidas que aún hoy, pleno siglo XXI, viven cercenadas y preteridas, pero no por sus  diversidades sexuales —esa es solo la punta del iceberg—sino porque son vidas que andan ancladas a moldes, en corsets que ahogan, en imágenes que amputan.

Texto tomado de la publicación: http://www.lajiribilla.cu

Danae C. Diéguez*La Habana, 1973. Profesora de la Facultad de Medios Audiovisuales del Instituto Superior de Arte, donde imparte de Teoría de la Cultura y Apreciación Literaria. Integrante del equipo coordinador del espacio “Mirar desde la sospecha”, del programa de Género y Cultura del Grupo de Reflexión y Solidaridad “Oscar Arnulfo Romero”.

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