Silvio, un trovador de luces y coherencias vivas Por: Octavio Fraga Guerra*

Foto tomada de la publicación Cubadebate.

Foto tomada de la publicación Cubadebate.

Casi diez años fuera de Casa, que no son pocos, dan para tejer sueños aun no revelados, proyectos de vida o empeños postergados, certezas cimentadas desde los avatares del tiempo o alegorías que surgen por el azar y el discurrir de preguntas que no siempre tienen respuestas, o al menos no toman tono definitivo de inmediato.

Desde la distancia geográfica, solo geográfica, fui acopiando frases con sabor a palabras enteras que describen un lugar, un equilibrio de pilotes ciertos. Sueños realizables que hoy, por momentos, persisten inconclusos. Habitaron como escrituras referenciales en los cajones de algún mueble sin brillo y sin acento. Al volver, me los traje como parte vital de mi equipaje. A fin de cuentas de sueños y utopías nos armamos los cercos para tomar prestada la faz de la aurora.

Como sorbos de café he ido haciendo verdad algunos de ellos. Un libro, o dos, que esperaban por ver su desempolvar y hoy se enfundan en silencios; el mirar la noche de esta hermosa Habana desde los predios del Morro que agita la luz y los silencios para el levitar de los abrazos. O la primera cita con mi Flor cerca del mar, que por momentos se exhibe irascible, irreverente y en otras se pinta fiel, hermoso, iluminado, preso de la paz y el silencio.

Y claro, fiel a la poesía y a la trova virtuosa, a la sabia que nace del canto inteligente y comprometido, como un hidalgo de estos tiempos, de todos los tiempos, otro sueño era reencontrarme con Silvio, con su obra claramente humanista. Un cantor que no deja de hacer por este pueblo agradecido, presto a estar junto a él en una noche de sobrios ingenios, arados de luces plomizas y cortantes.

Desde aquella distancia leía las crónicas de sus andanzas por los barrios de la ciudad o los reportajes siempre inconclusos de sus presentaciones ante multiplicados corazones que agitan estrofas de sus antológicas canciones y apuestas renovadas, o el empeño por seguir haciendo la luz con su canto.

Me había quedado con el sabor de sus conciertos en la Plaza de la Revolución, sus rasgueos de guitarra en el mítico teatro Carlos Marx que, como excepcional testigo, es el recurrente predio de los grandes momentos de nuestra historia y nuestra cultura. O con el de las encendidas descargas en la escalinata de la Universidad de La Habana, donde el autor de El necio no se esquivó de su majestuosidad para estremecer la palabra llana y el canto con sabor a verso.

Con sus trovas en el barrio la intimidad es otra. El discurrir de diálogos ante un público cercano, el trazo de ideas y confesiones venidas entre texto y prosas erguidas. El agradecer a los que les acompañan en cada cita, que ya suman 68, o el reflexionar entre canciones, praxis de sus entregas. Son estas, partes de esa dramaturgia social que el autor de Ojalá ha construido como un sello, en estos tiempos que urge estar en los predios de todos hombres y mujeres de nuestra gran isla.

Pero ya venía pensado desde aquel tiempo pretérito cuál sería el público de esta vital experiencia. ¿Los seguidores de varias décadas comprometidos con sus brasas? ¿Los intelectuales de ocasión cuyo sello es un vestuario tipo?

Grata sorpresa ver a los jóvenes, a muchos jóvenes y adolescente cantar sus antológicas canciones, esas que son del patrimonio de una Nación comprometida. Otras erigidas en el tiempo como parte sustancial de períodos y hechos precisos de nuestra historia. O canciones que son leyendas, retratos humanos vertidos con la fuerza de un poeta que sabe iluminar los bríos del camino.

Entonces me preguntaba, cómplice de la voz y el criterio de mi hermana y mi compañera, sobre los resortes de un cantor que no ha perdido la vitalidad, la fuerza y el lirismo, para estremecer los cimientos del verso erguido. Y la respuesta es bien simple. Silvio sigue siendo un trovador, vestido de metáforas, de luces y coherencias vivas.

*Editor del blog: https://cinereverso.org

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