Historia y medios audiovisuales. Una mirada desde Cuba en el 2015. Por: René González Barrios*

El hombre de Maisinicú. (Ficción, 1973). Director: Manuel Pérez.

El hombre de Maisinicú. (Ficción, 1973). Director: Manuel Pérez.

Es frecuente escuchar hoy en cualquier rincón del planeta, la frase de que Cuba está de moda. Aceptar como válida esa afirmación, sería simplificar la rica historia de un pueblo en Revolución, al instante en que los presidentes de la Isla y de Estados Unidos, Raúl Castro y Barack Obama, anunciaran el pasado 17 de diciembre, el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos países.

Y no es que los cubanos disfruten con eso de “estar de moda”. Lo cierto es que desde mucho antes del 1ro de enero de 1959, Cuba ocupó titulares en las primeras planas de la prensa internacional, al emprender una revolución popular contra el genocida gobierno del general Fulgencio Batista; y tras esa fecha, por desplegar sólida y firme, una revolución antimperialista, socialista e internacionalista, a solo 90 millas de los Estados Unidos.

Han sido tantos los sacrificios y la voluntad de victoria de una nación ante adversidades y agresiones de todo tipo, que la noticia que verdaderamente estremeció a los cubanos el 17 de diciembre, fue la del retorno a la Patria de los tres héroes prisioneros injustamente en Estados Unidos por combatir el terrorismo.

Cincuenta y siete años de Revolución acumulan un caudal de historias de impacto universal que han marcado un hito en la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI. Cuba se ha erguido como ejemplo de dignidad y resistencia, sobre todo al sobrevivir con la frente en alto, sin ceder un ápice de soberanía, las agresiones militares, económicas, diplomáticas, culturales, etc, de la más poderosa nación imperialista que recuerde la historia.

Quizás por todo ello, el actual mandatario de la Casa Blanca haga tanto hincapié a los cubanos en olvidar la historia y borrar el pasado. Así lo manifestó en la Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago, el 17 de abril de 2009, cuando los líderes del continente le exigieron la presencia de Cuba en estos cónclaves. Allí expresó:

“Para avanzar, no podemos permitirnos ser prisioneros de pasados desacuerdos. No he venido aquí para debatir el pasado. He venido aquí para enfrentar el futuro. Creo, como algunos de los anteriores oradores han declarado, que debemos aprender de la historia, pero no podemos quedar atrapados por ella”.1

Este llamado ha persistido en los miembros del gabinete Obama, como si para los cubanos borrar el pasado ignominioso de ingerencismo estadounidense, fuese una sencilla operación matemática. Cabría recordar aquí el testimonio de Earl T. Smith, embajador de Estados Unidos en Cuba durante la dictadura de Fulgencio Batista, quien al triunfar la Revolución testimonió ante el Senado norteamericano:

“Hasta Castro, los Estados Unidos eran tan abrumadoramente influyentes en Cuba que el embajador americano era el segundo hombre más importante, a veces más importante que el presidente cubano”.

En las actuales circunstancias, EEUU despliega contra Cuba una bien hilvanada y sutil campaña de desmontaje cultural, con la historia como primer objetivo. El fin último es la introducción en los jóvenes cubanos de gérmenes de duda y desconfianza en la dirección de la Revolución, su liderazgo histórico y la pureza del proceso revolucionario. Al respecto, en su discurso del 1ro de enero de 2014 en Santiago de Cuba, el Presidente de Cuba, general de Ejército Raúl Castro Ruz, reflexionaba:

“En nuestro caso, como sucede en varias regiones del mundo, se perciben intentos de introducir sutilmente plataformas de pensamiento neoliberal y de restauración del capitalismo neocolonial, enfiladas contra las esencias mismas de la Revolución Socialista a partir de una manipulación premeditada de la historia y de la situación actual de crisis general del sistema capitalista, en menoscabo de los valores, la identidad y la cultura nacionales, favoreciendo el individualismo, el egoísmo y el interés mercantilista por encima de la moral.

“En resumen, se afanan engañosamente en vender a los más jóvenes las supuestas ventajas de prescindir de ideologías y conciencia social, como si esos preceptos no representaran cabalmente los intereses de la clase dominante en el mundo capitalista. Con ello pretenden, además, inducir la ruptura entre la dirección histórica de la Revolución y las nuevas generaciones y promover incertidumbre y pesimismo de cara al futuro, todo ello con el marcado fin de desmantelar desde adentro el socialismo en Cuba”.2

Ante el hecho inevitable de una revolución que ha convertido a su pueblo en uno de los más instruidos del planeta, la estrategia de la propaganda burda, el mensaje grotesco y la farsa vulgar, ha sido sustituida por una avalancha de información que pareciera concebida en laboratorios, dirigida a impactar directamente en las mentes de nuestros ciudadanos.

A los ataques mediáticos cotidianos, los de los medios imperiales y los blogueros contrarrevolucionarios, se unen, como en las décadas del 60 y 70 del pasado siglo, intelectuales enemigos de nuestro proceso -cubanos y extranjeros-, enfrascados en cambiar la historia, en demostrar verdades que no lo son, y argumentar un pasado edulcorado, que solo existe en mentes impregnadas en la ideología de la clase burguesa derrotada por la Revolución de 1959.

La estrategia de atacar la historia y los valores de una nación para desmembrar su unidad, no es nueva, y tuvo como máximo esplendor, la guerra ideológica contra el campo socialista. Los ideólogos del capital, con Samuel P. Huntington a la cabeza, llegaron a afirmar que con el fin del llamado socialismo real en Europa, la historia había desaparecido. La perestroika y la llamada glasnot, hicieron el juego al imperialismo.

El escenario virtual, junto a la guerra mediática, se ha convertido en uno de los principales campos de batalla de la guerra ideológica y cultural. De ello dan fe las revueltas de las llamadas revoluciones de colores en las ex repúblicas soviéticas, las “primaveras” del Norte de África, el actual conflicto en Siria, la subversión en Venezuela, Ucrania, y la permanente campaña de desmontaje de nuestra historia emprendida por el gobierno de EEUU.

En el caso de Cuba, al nuevo teatro de operaciones con sus sofisticados medios tecnológicos, se une las actuales circunstancias en que se desarrolla el proceso revolucionario, signado por tres elementos fundamentales:

  • longevidad de la revolución y su liderazgo histórico, con sus múltiples aciertos y también sus desaciertos, hijos todos de la práctica revolucionaria,
    Ø inevitables cambios generacionales en la dirección de la Revolución,
    Ø desaparición del discurso beligerante y amenazante de los mandatarios estadounidenses respecto a Cuba, y modelación de un seudo discurso de cooperación y diálogo.

En tal escenario, EEUU trata de sacar las ventajas de su galopante desarrollo tecnológico.

Más allá de la añeja polémica sobre cuánto hay de historiador en el periodista y viceversa, lo cierto es que, en la Cuba del siglo XXI, el debate es cada vez más apremiante y necesario. La prensa, o para más exacta definición, los medios de comunicación en sus diferentes formatos, son fuentes para los historiadores y a la vez, plataforma para la divulgación de la historia.

En Cuba, desde hace algún tiempo, el periodismo histórico es una categoría en concursos de periodismo y tema de convocatoria de los Congresos Nacionales de Historia. Sin embargo, esta práctica periodística ha sido poco favorecida por las investigaciones comunicológicas del país, de ahí que no exista una sistematización teórica que permita comprender las peculiaridades de su objeto de estudio.

Por otra parte, según expertos, la especialización en el periodismo se ha convertido en una tendencia en el mundo de hoy, por ello la importancia de una mirada al periodismo de temas históricos como una práctica periodística especializada.

La práctica del periodismo por historiadores fue una constante en la primera mitad del siglo XX. Destacados y reputados intelectuales cubanos, muchos de ellos historiadores de oficio, no de carrera –abogados, médicos, psicólogos, pedagogos y militares–, recrearon en las páginas de los principales diarios y revistas, la historia del país.

El abogado e Historiador de la Ciudad de La Habana, Emilio Roig de Leuchsenring, escribía para las revistas Carteles, Gráfico y Social. En esta última, bajo el seudónimo de Cristóbal de La Habana. En 1942, en la inauguración del Primer Congreso Nacional de Historia, Roig exponía la importancia de socializar la ciencia histórica y difundir el conocimiento de la historia más allá del círculo de los especialistas.

“Pueblos como el cubano -decía entonces-, de integración nacional no lograda plenamente, requieren de un conocimiento más exacto y comprensivo de su historia, para mejor descubrir en el pasado, más o menos remoto, las raíces de sus males, crisis y dificultades presentes, con vistas a un futuro de estabilidad, progreso y engrandecimiento.”

Al triunfo de la Revolución, figuras distinguidas de las letras cubanas y periodistas, incursionaron también en el periodismo de historia, enalteciendo la historia reciente y rescatando del anonimato páginas olvidadas o polémicas del ayer.

Es deber de los historiadores incursionar en el periodismo. La historia debe ser divulgada y llevada a las multitudes para que estas la conozcan, analicen, interioricen y debatan. El historiador no debe contentarse con la publicación de libros excelsos y documentados para especialistas. La historia en la prensa, llámese escrita, radio, televisión o digital, genera el necesario intercambio pueblo-historiador, del que ambos se retroalimentan.

En el último Congreso Nacional de Historia, se realizó una sesión de trabajo sobre el periodismo histórico en la Cuba de hoy. El tema suscitó un intenso debate por parte de los profesionales de la comunicación y de la historia. Se exigió mayor intercambio entre la academia y la prensa, se reflexionó sobre la inexistencia de la crítica histórica, se abogó por la necesidad de un mejor aprovechamiento del lenguaje histórico en los medios audiovisuales y por la especialización de los periodistas.

En la era del desarrollo de las infocomunicaciones, el discurso especializado debe adecuarse a los públicos metas con todo el rigor que la ciencia exige, y la frescura de pensamiento que las jóvenes generaciones demandan.

Generalmente, a la hora de evaluar los impactos de la historia en los medios audiovisuales, los especialistas se debaten en dilucidar las siguientes peculiaridades:

1) ¿Hasta qué punto el audiovisual permite entender la Historia de manera seria y rigurosa?
2) ¿Cuál es el valor histórico del audiovisual como documento o testimonio histórico?
3) ¿Hasta dónde el audiovisual logra la cientificidad por sobre la propaganda política?

Debemos tener en cuenta que el audiovisual tiene códigos y lenguajes propios, y que el conocimiento histórico que trasmite, viene dado en la capacidad del realizador en seleccionar y distinguir los elementos fundamentales de la historia que narra. De hecho, el audiovisual puede convertirse en herramienta insustituible para la enseñanza de la historia y en documento histórico de obligatoria consulta.

Dadas las peculiaridades del momento histórico que hoy vive la Revolución Cubana, el estudio de la historia de la nación se torna imprescindible en pos del futuro y el audiovisual en una efectiva arma de combate. En su discurso por el XX Aniversario de la fundación de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado, nuestro Comandante en Jefe dijo:

“… Para nosotros, la historia, más que minuciosa y pormenorizada crónica de la vida de un pueblo, es base y sostén para la elevación de los valores morales y culturales, para el desarrollo de su ideología y su conciencia; es instrumento y vehículo de la Revolución”.3

Solo a través de la historia podremos enfrentar con éxito la avalancha cultural que el imperio trata de imponer en el mundo, y con especial énfasis, en su nueva estrategia de dominación contra la isla irredenta, rebelde y soberana.

En su obsesión por destruir la Revolución Cubana, sus enemigos centran los ataques en las siguientes direcciones:

Ø Exaltación de la década del 50 y la figura de Fulgencio Batista.
Ø Idealización del pasado capitalista, sobre todo en las esferas económicas y culturales y contraposición con los éxitos alcanzados por la revolución en estas esferas.
Ø Reescritura de nuestras guerras de independencia y revaloración de la burguesía nacional que emergió con la neocolonia.
Ø Sobrevaloración de los artistas e intelectuales cubanos que marcharon al exilio tras el triunfo de la revolución.
Ø Establecimiento de una política de premios que prioriza y estimula a los intelectuales que emiten juicios críticos contrarios al proceso histórico de la Revolución.
Ø Intentos de sembrar la división interna en el pueblo alimentando desconfianzas, rencores históricos y celos, por diferencias generacionales, raciales o de géneros.
Ø Satanización del proceso revolucionario, sus líderes, artistas, e intelectuales comprometidos con él.
Ø Creación de sitios en Internet diseñados para fomentar la nostalgia por el pasado.
Ø Promoción de actitudes desmovilizativas, apolíticas y desideologizadas, entre artistas e intelectuales, fundamentadas en la historia.
Ø Hacer ver la revolución como un proceso de privaciones, agonías y sufrimientos. Eliminar la alegría de la épica revolucionaria y sus triunfos.
Ø Vincular el rumbo socialista con el fracaso del proyecto de revolución.

Son estas, algunas de las principales líneas de ataque de quienes pretenden destruir la Revolución desde la historia.

Estados Unidos parte del criterio de la superioridad cultural norteamericana para dominar el planeta, haciendo de su modelo de vida, una de las fortalezas del sistema. Zbigniew Brezezinski, considerado el halcón por excelencia del gobierno del presidente James Carter -1977 a 1981-, manifestaba entonces que “…deseaba ayudar a que Estados Unidos se ganara los corazones y las mentes de Europa del Este.”4 Convertido en uno de los principales ideólogos imperiales, amigo y asesor personal del actual mandatario de la Casa Blanca, en su obra El Gran Tablero Mundial, Brezezinski, al identificar a EEUU como única superpotencia global extensa, definía los cuatro ámbitos decisivos de su poder global: militar, económico, tecnológico y cultural. Respecto a este último, refería que disfrutaba “de un atractivo que no tiene rival, especialmente entre la juventud mundial,”5 y añadía:

“La dominación cultural ha sido una faceta infravalorada del poder global estadounidense. Piénsese lo que se piense acerca de sus valores estéticos, la cultura de masas estadounidense ejerce un atractivo magnético, especialmente sobre la juventud del planeta. Puede que esa atracción se derive de la cualidad hedonista del estilo de vida que proyecta, pero su atractivo global es innegable. Los programas de televisión y las películas estadounidenses representan alrededor de las tres cuartas partes del mercado global. La música popular estadounidense es igualmente dominante, en tanto las novedades, los hábitos alimenticios e incluso las vestimentas estadounidenses son cada vez más imitados en todo el mundo. La lengua de Internet es el inglés, y una abrumadora proporción de las conversaciones globales a través de ordenador se originan también en los Estados Unidos, lo que influencia los contenidos de la conversación global. Por último, los Estados Unidos se han convertido en una meca para quienes buscan una educación avanzada.”6

En esa carrera por ganar corazones y mentes para el sueño americano, toca a los periodistas, realizadores y comunicadores de nuestros pueblos, levantar alternativas originales y autóctonas que con rigor, calidad y frescura de lenguaje, nos identifiquen y enorgullezcan de nuestras raíces.

En el caso de Cuba, la historia es hoy el más seguro sostén ideológico de nuestro proyecto nacional. Ella se yergue como arma e instrumento de maestros, políticos y ciudadanos, para el afianciamiento de la identidad nacional y sus más genuinos valores. En el estudio y conocimiento de nuestra historia política, social, científica, económica y cultural, descansa el porvenir de la nación. Utilicemos las bondades tecnológicas de la época que nos ha tocado vivir, para legar a las actuales y futuras generaciones una historia a la altura de sus expectativas.

Notas

1-http://www.cubadebate.cu/opinion/2009/06/12/%C2%BFpor-que-las-armas/#.U2beFGybvcc
2-http://www.cubadebate.cu/opinion/2014/01/01/discurso-de-raul-en-santiago-no-cederemos-ante-agresiones-chantajes-ni-amenazas-fotos-y-video/
http://old.kaosenlared.net/noticia/historia-fidel-revolucion-socialismo-partido-ideologia-pueblo-unidad-r
3-Weiner, Tim. Legado de cenizas. La historia de la CIA. Colección Debate, Barcelona 2008. Página 373.
4-Brezezinski, Zbigniew. El gran tablero mundial. La supremacía estadounidense y sus 5-imperativos geoestratégicos. Editorial Paidos. Barcelona, 2003. Página 33.
Ibidem. Pp. 34

Tomado de: https://dialogardialogar.wordpress.com

René Gonzalez Barrios*Licenciado en Ciencias Jurídicas en la Universidad de La Habana en 1984. Ha ocupado cargos de especialista y jefe a diferentes niveles en las Fuerzas Armadas Revolucionarias y cursado estudios militares. Cumplió misión internacionalista en la República Popular de Angola (1987-1989). Agregado Militar, Naval y Aéreo de Cuba en los Estados Unidos Mexicanos, entre 1998 y 2003. Es Coronel de las FAR. Miembro de la UNEAC y la UNHIC. Mantiene la sección fija “Precursores”, en la revista Verde Olivo, sobre temas y figuras de la Independencia Patria en el siglo XIX. Presidente del Instituto de Historia de Cuba.

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