Martí y la nación: primicias de su pensamiento. Por: Luis Álvarez* (II parte)

JM 41En 1881 Martí pasa a trabajar a Venezuela y entra en su fase de total madurez. Cuenta ya 27 años y su experiencia política y cultural se ha ampliado. Comienza a visualizar que las naciones existen a partir de una perspectiva de organización interna que las libera, consolida y defiende, o que las oprime, las debilita y esclaviza para ventaja de unos pocos. En La Opinión Nacional de Caracas, Martí habla ya de la relación entre las naciones y los hombres que —a la manera del Homagno que Martí describirá en uno de sus Versos libres— tienen el deber moral de defenderlas. El 3 de octubre de ese año escribe: “Las naciones, en sus períodos críticos, producen hombres en quienes se encarnan: hombres nacionales” (Martí, 1975, t. XIV, p. 79). Martí está ahora convencido de que la idea de nación se encarna en sus patriotas; esto implica también que la idea de nación es asumida como un motor impulsor de la participación moral del individuo en la sociedad. Hay, cada vez más, un ahondamiento ético-político en su concepto de nación.

En Guatemala Martí se había ocupado, de una serie de cuestiones de Derecho Internacional, a solicitud del gobierno de ese país. Ahora, en Venezuela, luego de haber comprendido que el problema mayor de los países de nuestra América no era solo el colonialismo, sino también el caudillismo y la carencia de un efectivo estado de  derecho, se ocupa especialmente de la asociación entre la categoría jurídica de nación y los individuos que pueden y deben luchar por la independencia plena de la América Latina y que él llama, como se verá más adelante, hombres nacionales, concebidos no como héroes o seres superdotados, sino como ciudadanos que encarnan en su conducta y su pensamiento las aspiraciones todas de una nación. El 23 de octubre de ese año decide alertar a sus lectores —que no eran solo venezolanos, ya que La Opinión Nacional llegaba a todo el subcontinente— acerca de cómo en los Estados Unidos  se estaban produciendo graves conflictos políticos entre los republicanos, que aspiraban a rehacer la constitución del país y derivarla hacia un autoritatismo aún mayor, y los demócratas, que se oponían por completo a ese cambio derechista. Por eso se refiere a Roscoe Conkling, político y orador norteamericano de turbia trayectoria en lado más extremo del Partido Republicano:

A Conkling, jefe de los «Stalwarts» —que pudiera traducirse por «los mejores»— lo han vencido los Halj-Breeds, los «media-sangre», los republicanos que no aspiran a la revisión de la Constitución, a la violación de los derechos populares, a la centralización absoluta del poder, a la creación de un gobierno de fuerza, a la reelección del general Grant, en suma” (Martí: 1975, t. IX, p. 65).Y semanas después, en el periódico colombiano “La Pluma”, el 3 de diciembre del 1881, da un alerta a los que tienden a convertir a los Estados Unidos en un modelo perfecto:

En los fastos humanos, nada iguala a la prosperidad maravillosa de los Estados Unidos del Norte. Si hay o no en ellos falta de raíces profundas; si son más duraderos en los pueblos los lazos que ata el sacrificio y el dolor común que los que ata el común interés; si esa nación colosal lleva o no en sus entrañas elementos feroces y tremendos; si la ausencia del espíritu femenil, origen del sentido artístico y complemento del ser nacional, endurece y corrompe el corazón de ese pueblo pasmoso, eso lo dirán los tiempos (Martí: 1975, t. IX, p. 123).

Se señala que en Caracas Martí comenzó a dejar sentadas las características esenciales del Modernismo como movimiento literario renovador. Esa modelación de una estética modernista no está reñida, sino todo lo contrario, con su creciente interés por la idea cultural de nación. Al año siguiente, 1882, Martí retoma su idea acerca de los “hombres nacionales”, que no son sino personas que encarnan en su proyección social los intereses e ideales de toda una nación. Al mismo tiempo, comienza a ocuparse con mayor énfasis de observar las características de la nación norteamericana. El 6 de febrero publica en La Opinión Nacional un elogio del intelectual y político norteamericano Daniel Webster:

Fue Daniel Webster,—que fue de los que quedan siendo. Aún le recuerdan los que lo veían, desatado como la tempestad, caer desde su magnífica tribuna sobre sus absortos y confusos adversarios. Aún se repiten como código de esta nación, los mágicos y nobles discursos con que explicó sus leyes, enmendó sus yerros y previó los sombríos y grandiosos tiempos futuros. La nación se sintió en él, y él en ella” (Martí, 1975, t. IX, p. 240).

Es una manifestación del profundo conocimiento que alcanzó Martí sobre la sociedad norteamericana, lo cual ha sido objeto de múltiples estudios (Cfr. Hidalgo Paz: 1989,  pp. 11 y sig.).Todavía al año siguiente el Apóstol subraya en el mismo periódico “De gran vaso de antigua labor, de donde un día bebieron Henry Clay, aquel jefe de hombres, y Daniel Webster, en quien su nación se hizo hombre” (Martí, 1975, t. IX, p. 269). Solo se comprende el sentido de este elogio cuando se valora la firme posición democrática de Webster, quien aspiraba a que en Estados Unidos “la preparación política sustituyera a la ambición personal y al interés seccional” (Butler, 1935, p. 184). Martí valora el desarrollo político de los Estados Unidos, y analiza quiénes, como Roscoe  Conkling, fueron factores altamente nocivos, y quiénes, como Abraham Lincoln, Daniel Webster o Wendell Phillips, fueron defensores de lo mejor de esa nación. Esta valoración se realiza desde el criterio de que los primeros fueron políticos corruptos, concentrados en sus propios intereses personales, o en el de una clase privilegiada, mientras que los segundos defendieron posiciones democráticas que tendían a lograr una participación efectiva de todos los ciudadanos en el gobierno de los Estados Unidos. Más que nunca reflexiona de manera creciente sobre los matices éticos del concepto de nación. El 4 de marzo de 1882 publicaba: “Los tiempos no son más que esto: el tránsito del hombre-fiera al hombre-hombre (…) Enfrenar esta bestia, y sentar sobre ella un ángel, es la victoria humana (Martí, 1975, t. IX, p. 255).

Martí insiste con mayor énfasis en su etapa de madurez la convicción de que nación jurídica y nación cultural resultan sin discusión dos conceptos por completo interrelacionados. Es, en alguna medida, una resultante de la influencia que recibió, en su juventud primera, de la filosofía de Krause y del krausismo español, pero la idea ha sido modelada desde criterios personales y en función de la realidad cubana y latinoamericana. El 16 de julio de 1884 Martí escribe:

En los Ateneos se habla mucho de progresos insignes, y en los editoriales de los diarios; pero no se ve que se está haciendo en casi todas partes el pan nacional con levadura de tigres. Esto sobre todo es peligroso,-en países donde, como en éste, el tigre manda. Así, las repúblicas van a los tiranos. Quien no ayuda a levantar el espíritu de la masa ignorante y enorme, renuncia voluntariamente a su libertad” (t.  X, p. 60).

Y en el mismo texto insiste en esta idea de una manera concluyente e uno de sus expresiones aforísticas menos conocidas, pero fundamentales para comprender su pensamiento político y cultural: “Nación que no cuida de ennoblecer a sus masas, se cría para los chacales” (Martí, 1975, t. X, p. 61). Su experiencia de los Estados Unidos —su historia y cultura, pero también y sobre todo su entramado político y su sistema jurídico— habían sido desde su primera etapa un tema importante en las crónicas periodísticas del Maestro. En 1885 ese interés por presentar al lector hispanoamericano la realidad de la Unión Americana, se acrecienta. Por eso se interesó mucho por los procesos electorales en E. U. A., en la medida en que resultaban una muestra de gran interés acerca del modo en que la nación norteamericana ejercía su soberanía. En 1885 escribe:

Vamos a pasear por Nueva York hoy que es día de elecciones: a ver quienes votan, y cómo y en dónde, y qué se hace después de votar; a oír lo que se trama, vocifera y cuchichea; a pintar en su día de soberanía a este pueblo pujante y complejo; a palparle, ahora que las tiene conmovidas, las gigantescas entrañas. Los niños se preocupan grandemente, no bien empiezan a pensar, de la manera con que se encenderá el sol, y de quien lo encenderá, y de cómo se podría llegar a él: urden en su mente ingenua y novicia colosales escalas: seguir la luz es el primer movimiento perceptible del recién nacido: conocerla, el mayor deseo del niño, y el anhelo del hombre hundirse en ella. Curiosidad igual atrae a los pensadores hacia los misterios de formación y desenvolvimiento de este pueblo, sorprendente muestra ¡ay! de todo lo que puede llegar a ser una nación preocupada de sí, y desentendida, en su propio goce y contemplación, de las maravillas y dolores del resto del universo humano (Martí, 1975, t.  X, pp. 107-108).

Martí subraya el aislamiento de la nación norteamericana, su desinterés del resto del mundo. Al mismo tiempo, Martí traza un panorama profundamente valorativo de las prácticas electorales en ese país en el s. XIX.

En 1886 Martí formula una de sus ideas más intensas acerca del concepto de nación: 0 “Dentro de una nación, todo cuanto haga de bravo y brillante un hijo de ella, es capital de la nación, con el que ésta se amasa y resplandece. Un pueblo ha de ser columna de virtud, y si no está bien hecho de ella, o no la tiene en su masa en cantidad principal, se desmigaja, como un hombre que pierde la fe en la vida, o como un madero roído” (t. X, p. 459).

Desde el año 1887 —al menos atendiendo a los textos que se conservan y han sido publicados—, Martí está haciendo uso de la palabra en actos de conmemoración del 10 de octubre de 1868. Esos discursos subrayan idea de que la nación cubana  debe construirse sin exclusiones esterilizantes ni odios fratricidas (Cfr. Martí, 1975, t. XI, p. 200)debe estar integrada por todas las razas que en la Isla habitan (Cfr. t. IV, p. 231), y deberá desarrollar “los hábitos que harán mañana imposible el establecimiento en Cuba de una República incompleta, parcial en sus propósitos o métodos, encogida o injusta en su espíritu” (t. IV, p. 223). Tiene ante sí la vida política norteamericana del s. XIX, que ha llegado a conocer en sus más ocultos pliegues. Por esa experiencia del constitucionalismo de E. U. A., puede enjuiciar en 1888 a un personaje político de tanta relevancia como Roscoe Conkling: “Jamás hubo ejemplo tan patente de la esterilidad del genio egoísta como el orador magnífico que ha muerto ayer, el comisario imperial de Grant, el cismático en la presidencia de Garfield, enemigo implacable de Blaine” (Martí, 1975, t. XIII, p. 175). Al examinar la vida de este famoso político corrupto, Martí exclama: “¿qué es, por desdicha, la política práctica, más que la lucha por el goce del poder” (t. XIII, p. 176).

En 1889, combate posiciones anexionistas desde la posición de que “El sacrificio oportuno es preferible a la aniquilación definitiva. Es posible la paz de Cuba independiente con los Estados Unidos, y la existencia de Cuba independiente, sin la pérdida, o una transformación que es como la pérdida de nuestra nacionalidad” (Martí, 1975, t. I, p. 251). Y en otro momento exclamaba: “¿Cuándo se ha levantado una nación con limosneros de derechos?” (Martí: 1975, IV, 238). En 1890. Martí insiste con fuerza en la necesidad de educar a los pueblos para que puedan constituirse en naciones fuertes y libres. El deber de la nación como estructuración a la vez política y cultural, es propiciar que sus ciudadanos puedan “recibir de la nación cultura suficiente para no influir en daño de ella” (t. XII, p. 366). En 1891 escribió una idea fundamental: “Las puertas de cada nación deben estar abiertas a la actividad fecundante y legítima de todos los pueblos. Las manos de cada nación deben estar libres para desenvolver sin trabas el país, con arreglo a su naturaleza distintiva y a sus elementos propios” (Martí: 1975, t. VI, p. 153).

En este año fundamental de 1892, Martí deja claro su propósito —y el del Partido Revolucionario Cubano—, de que Cuba independiente habría de ser una nación de trabajadores. Escribe el 7 de mayo de 1892:

Taller es la vida entera. Taller es cada hombre. Taller es la patria. Los hombres a medias, vuelven la espalda a los hombres enteros: les alzan la cola cuando los necesitan, y les besan el bolsillo, y les piden la compañía, y les adulan los mismos pecados; pero fabrican el mundo, con su odio de bastidores y sus cucharadas de polvos de arroz, de modo que el trono, y el pavo, sea de los hombres a medias, Los hombres enteros, los cubanos creadores, los cubanos fundadores suben, orgullosos, las escaleras de los talleres,—como acaban de subir las de los talleres del Cayo nuestros dos grandes músicos, Albertini y Cervantes (Cfr. Martí, 1975, t. IV, p. 398).

En otro artículo de ese año, reitera la voluntad de “crear una nación ancha y generosa, fundada en el trabajo y la equidad, donde se pudiese alzar una república instable que, por no traer en el corazón a sus hijos todos, cayera por la ira de los hijos expulsos, o viviese ocupada en reparar, como otras repúblicas, los daños de un combate interno que puede atajarse en la raíz” (Martí: 1975, t. II, p. 21).

Ramón de Armas (2007) agrega en otro momento de su esclarecedor trabajo una cuestión fundamental para comprender que Martí concebía que en la futura república cubana, organismo que habría de ser una unidad de clases sociales diversas, los trabajadores —esos hombres de taller que él mencionara— habrían de ser reconocidos como una fuerza indiscutible. Señala de Armas sobre esa concepción martiana que “La república será resultado de la sociedad cubana” (p. 413).

En 1893, en Patria, escribe una idea fundamental, que permite ver cómo su concepto de nación nunca dejó de ser jurídico tanto cmo cultural: “La nación empieza en la justicia” (Martí, 1975, t. V, p. 334). El año 1894, pórtico de la nueva Guerra de Independencia, Martí despliega una vez más, pero ahora con mayor énfasis, su tesis de que Cuba no puede realizarse como nación sin la independencia:

Cuba no puede satisfacerse ni vivir en paz hasta que su gobierno sea en realidad de los cubanos: que es lo que con su población sobrancera, su política advenediza y su natural despótico no podrá jamás España permitir. Puede un ministro algo, cuando está en el espíritu de su nación y el pensamiento y costumbres políticas de su época: y nada, cuando está contra ellos (1975, t.  III, p. 77).

Finalmente, su perspectiva sobre el concepto de nación se condensan fuertemente en el documento jurídico y político fundamental de 1895: el Manifiesto de Montecristi.  En este documento trascendental, Martí —su redactor fundamental, aunque también lo firme Máximo Gómez— deja claro que la Guerra de Independencia la emprende una nación consciente de su derecho:

Cuba vuelve a la guerra con un pueblo democrático y culto, conocedor celoso de su derecho y del ajeno; o de cultura mucho mayor, en lo más humilde de él, que las masas llaneras o indias con que, a la voz de los héroes primados de la emancipación, se mudaron de hatos en naciones las silenciosas colonias de América; y en el crucero del mundo, al servicio de  la guerra, y a la fundación de  la nacionalidad le vienen a Cuba, del trabajo creador y conservador en los pueblos más hábiles del orbe, y del propio esfuerzo en la persecución y miseria del país, los hijos lúcidos, magnates o siervos, que de la época primera de acomodo, ya vencida, entre los componentes heterogéneos de la nación cubana, salieron a preparar. (1975, t. IV, pp. 95-06).

Desde el punto de vista del criterio culturológico de nación, una afirmación martiana de su etapa de madurez refleja su convicción de la nación está indisolublemente ligada a la cultura:

toda nación será infeliz en tanto que no eduque a todos sus hijos. Un pueblo de hombres educados será siempre un pueblo de hombres libres.—La educación es el único medio de salvarse de la esclavitud. Tan repugnante es un pueblo que sea esclavo de hombres de otro pueblo, como esclavo de hombres de sí mismo (1975, VI, 376).

Como es fácil observar la idea martiana de nación, cimiento de todo el pensamiento de José Martí, se asienta sobre una doble base: la nación como entidad jurídica, la nación como definido espacio cultural. Toda su praxis política y su meditación sobre Cuba entrañan esa conexión indisoluble mediante la cual la cultura asume una función cabal en esta Isla: a la vez argamasa y escudo de la patria cubana.

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Tomado de: http://www.cubaliteraria.cu

Luis Álvarez*Se graduó de Licenciatura en  Lenguas  y  Literaturas  Clásicas en la Universidad  de  La Habana (1975). Es Doctor en Ciencias (2001) y Doctor en Ciencias Filológicas (1989), ambos por la Universidad de La Habana, donde trabajó durante varios años. Ha participado en la elaboración de planes de estudios y programas docentes para el nivel superior, así como ha sido coordinador de diversos Diplomados y la Maestría en Cultura Latinoamericana, desde su natal provincia: Camagüey. Además, ha hecho ediciones críticas y traducciones especializadas, prólogos a libros, notas críticas publicadas en revistas nacionales y extranjeras, dictado conferencias en universidades de Cuba, España, Canadá y México. También ha participado en numerosos simposios y ha sido miembro de jurados en importantes premios convocados por prestigiosas instituciones del país. Es columnista de la revista digital Cubaliteraria desde 2007.

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