Nuevas tecnologías, nuevas fluctuaciones. Por: Rolando Pérez Betancourt*

Fotograma del filme, "Avatar". Director:

Fotograma del filme, “Avatar”. Director: James Cameron

Los aportes tecnológicos en el cine encontraron siempre la resistencia de aquellos que habían triunfado con sus propias proposiciones técnicas y poéticas.

Antológico es el portazo de Chaplin cuando varios productores de Hollywoood ––con la esperanza de que el genio aceptara el cambiazo–– lo invitaron a presenciar una proyección que le permitiría calibrar las posibilidades del sonoro.

Sin el silencio, el cine pierde su poesía”, dijo airado, o más o menos dijo, y se fue a rumiar el espanto que le ocasionaba el sonido en pantalla.

Hoy nadie discute que el mejor Chaplin habría que buscarlo en sus películas silentes, porque allí nace y se desarrolla la almendra de su estética, lo cual no fue óbice para que el creador terminara por aceptar las nuevas tecnologías de su época, tras la convicción de que su uso le iría cambiando al espectador la forma clásica de asumir el cine, una constante de apreciaciones renovadas que se repetiría, y seguirá repitiéndose, hasta muchos más allá de nuestros días.

Los artífices del cine negro norteamericano, que tanta influencia tuvieron del expresionismo alemán, temblaron ante la aparición del cine en colores, que les impedía expresarse mediante sus magistrales combinaciones de luces y sombras, lenguaje que, si bien terminó convirtiéndose en un cliché, marcaría una época.

También figuras como Bergman, o Fellini, rechazaron en un principio el uso del color para terminar aceptándolo, y hoy es difícil imaginarse en blanco y negro filmes tan desbordantes en colorido como Y la nave va, o Amacord, ambas de Fellini.

Todavía en estos momentos, cuando el cine digital va en vías de imponerse rotundamente, unos pocos directores, como Tarantino, lo rechazan, en su caso, bajo el pretexto, bastante absurdo, de que verlo es como estar ante una película en televisión.

La irrupción masiva de la televisión, en los años cincuenta, obligó al cine a recurrir al Cinemascope y a intensificar las grandes producciones en technicolor y sonido estéreo, además de crear el 3D (que en aquellos días era menos efectivo y daba dolores de cabeza), entre otros recursos tecnológicos encaminados a plantar pies firmes ante la pantallita devoradora de audiencias).

No es lo mismo ver un filme en la sala de un cine que en la televisión. Pero ver películas de manera tradicional se ha ido modificando bajo el peso demoledor de los adelantos tecnológicos, que permiten llevarse al hogar lo que se quiera para disponer del producto a la hora más propicia y según el estado anímico prevaleciente. Posibilidad que ha dado lugar a un nuevo tipo de espectador, interesado más en consumir contenidos mediante cualquier medio moderno, que en calibrar estéticas, o el influjo de los diversos componentes artísticos.

Pero si a ese espectador se le ofreciera la ocasión de consumir “lo suyo” en su propia casa como si estuviera en la grandiosidad de una sala de proyección, es muy probable que lo haría, entre otros motivos seducido por la posibilidad visual de no perderse la connotación de gran espectáculo con que se desarrolló el cine y que, gracias a la revolución técnica que trajo el digital, alcanza espectacularidades impensable. De ahí que las firmas más conocidas de fabricantes de televisores hayan comenzado a poner en el mercado, desde hace muy pocos meses, una nueva generación de grandes aparatos que, recurriendo en ocasiones a una estructura curva, pueden llegar hasta las 110 pulgadas, con una calidad de la reproducción de los colores que se multiplica 64 veces, mientras el brillo es 2.5 veces superior al convencional de tecnología LCD. Una tecnología de puntos cuánticos asumida por grandes fabricante y que haría abaratar los precio, que es el mayor obstáculo para la implantación del 4K, que así se denomina el nuevo estándar de alta resolución.

Las diversas formas de recibir una producción audiovisual, permitiría hablar entonces de espectadores con apreciaciones diferentes a partir de un mismo producto, porque no sería lo mismo, por ejemplo, Avatar vista en un cine, o en uno de esos grandes televisores a los que hice referencia, que en la pantalla de una computadora.

Y pongo de ejemplo la muy taquillera Avatar, porque recuerdo que cuando se estrenó internacionalmente, amigos que la habían visto, allende los mares, solo me hablaban de la magnificencia de sus efectos especiales y, en concreto, la excelente utilización de la 3.D, con lo cual pasaba a un segundo plano la historia en sí, que como se sabe es bastante simplona y tiene no poco de Danza con lobos, aquel oeste de Kevin Costner.

Tal ejemplo, y otros más, permiten barruntar que no obstante el desarrollo de las nuevas tecnologías, el gran cine comercial, en manos de las transnacionales del entretenimiento, continúa martillando en su agotado universo temático, entre otras razones porque a lo largo de los años ha condicionado la preferencia de un gran público interesado en consumir fórmulas y no en cambiar sus miradas apreciativas. Ese público, atrapado en la opinión dominante que le inculcan los grandes medios, y que hoy se expande a los dominios de la política, la economía neoliberal, la filosofía de bolsillo, la moda, la belleza física y por ahí una larga lista, paga por ver los millonarios blockbuster, o lo que es igual, el éxito garantizado a partir de sus preferencias, y no por filmes provenientes de un cine más serio, o de autor, y al respecto bastaría con recordar que los 15 filmes que hoy día superan los mil millones de dólares recaudados son películas norteamericanas de ese corte.

El 3D complica el proceso creativo por cuanto sus creadores deben tener presente la otra dimensión para conformar el guión técnico y el storyboard. Acorde con las posibilidades de las nuevas tecnologías, se busca un planeamiento visual de mayor trascendencia para que el espectador se vea involucrado en la historia, pero involucrado no de una manera intelectualmente participativa, sino más bien como si se encontrara en una feria de atracciones: el avión que estuvo a punto de golpearme, el golpe de sable que esquivé, las catástrofes geográficas, y así por el estilo. Es decir, la adrenalina y el estar al tanto del próximo truco visual, hacen que difícilmente la tercera dimensión pueda involucrarse con historias íntimas que superen los límites del cine comercial. Una rápida mirada a lo hasta ahora realizado así lo demuestra: guiones bastante simples y por general en el género de la ciencia ficción, a partir, casi siempre de dos mundos paralelos, de los que se entra y se sale por diferentes vías y, al igual que los otros géneros preferidos por el 3.D ––la aventura y el terror––una extremada violencia y escenas de acción repartida según los cálculos de una computadora.

No quiero ser pesimista porque, después de todo, el progreso tecnológico a lo largo de la historia del cine ha demostrado que puede transformar las concepciones estéticas y con ellas las formas de consumir los productos audiovisuales, pero casi pudiera apostar que el 3D difícilmente podrá escapar de las trampas del consumo fácil en el que él mismo se enrejó desde su nacimiento.

He dejado para el final de este rápido recorrido un aspecto fundamental de las nuevas tecnologías aplicadas al cine, y por supuesto que hablo del abaratamiento de los nuevos procedimientos para filmar a partir de la introducción del digital, técnica que en un principio ––al igual que sucedió con Chaplin y su portazo–– fue rechazada por importantes directores y, gracia a la cual, hoy contamos con figuras cimeras en el ámbito internacional.

Es en ese contexto del digital y la irrupción de los llamados jóvenes realizadores cubanos es donde prefiero situar una de las preguntas que motivaron esta intervención, en cuanto a si se aprecia un nuevo lenguaje en nuestro cine propiciado por las nuevas tecnologías.

Pudiera pensarse, al cumplirse los 120 años de la aparición del cinematógrafo, que poco queda por inventar en lo concerniente a estructuras narrativas y otros procedimientos del discurso fílmico, alrededor de los cuales, no obstante, se siguen construyendo variantes y perfilando otras desde las posibilidades enormes que permite el digital y todo lo que de él se deriva . Tantas oportunidades surgidas de la renovación constante, que discusiones y técnicas que hace poco estaban en la palestra hoy son consideradas historia antigua ¿De qué nuevos lenguajes estaríamos hablando entonces en relación con los nuevos realizadores que, en buen número, irrumpen por las puertas de las conveniencias técnicas cinematográficas? Pues de un lenguaje de contenidos (sin desdorar lo estético) que aprovechando las posibilidades de los nuevos tiempos tecnológicos se siente libre de compromisos con ciertas estructuras clásicas de la cinematografía cubana y se lanza a filmar lo que se quiera ––y eso está muy bien–– en buena medida bajo una óptica cuestionadora en lo relacionado a problemáticas humanas, sociales y hasta políticas del país. Una responsabilidad participativa que, en primer lugar, desde tiempos inmemoriales y a tono con su inherente función crítica, correspondería a la prensa haber puesto sobre el tapete y analizar en profundidad, pero que, al no hacerse, se convierte en fruto tentador (el clásico merengue a la puerta de la escuela) para la infinidad de tratamientos que desde el quehacer cinematográfico realizan nuestros jóvenes cineastas, algunos de una manera altamente cuestionadora y creativa en su complejidad artística, y otros respondiendo a un lance del decir inmediato que puede convertirse en obra más emergente que artística, sin olvidar los casos en que la arremetida veleidosa, o insurgente a partir “del caso Cuba”, empaña la verdadera función crítica del arte. Correspondería jugar entonces su papel a la crítica especializada para exaltar, o apartar hojarascas, pero ese sería un asunto para otro tema.

Aunque me he ceñido a la temática del cine que se me pidió, permítanme recordarles que ahora mismo no hay nadie que pueda afirmar hasta dónde llegarán los adelantos tecnológicos relacionados con la creación audiovisual, en un mundo de pantallas en que las comunicaciones instantáneas cambian las reglas del juego. Quizá mañana desaparezcan esas pantallas y bastará con ponerse un casco provisto de antenas para entrar en contacto con una nueva era cinematográfica. Pero junto con los espectadores que tengan esa suerte, llevando las riendas de la opinión y gustos dominantes de los que les hablé, y que se empeña en borrar identidades en aras de establecer una sola identidad cultural, totalizadora y mercantil, se harán presentes ––no lo duden–– las maniobras uniformadoras de una industria mundialista que ––¿quién lo niega, quién lo discute?–– tratará de seguirnos engullendo y contra la cual poco harán retóricas academicistas empeñadas en prestarle escaso interés a las connotaciones ideológicas de esos poderes, para, candorosamente, centrar su atención, solo, en las posibilidades inmensurables de las nuevas tecnologías.

Tomado de: https://cinecubanolapupilainsomne.wordpress.com

Rolando Pérez Betancourt*Reconocido periodista, narrador y uno de los más agudos críticos de Cine de Cuba. Nace en La Habana en el año 1945. A los l5 años comienza su vida laboral como aprendiz de cajista en el periódico Noticias de “Hoy”. Se hizo tipógrafo y en 1963 pasa a la redacción como diseñador y cronista deportivo. Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana, el 1973 y graduado de francés en los Institutos de Comercio Exterior y de Relaciones Exteriores en los años setenta.

Fundador en 1965 del Periódico Granma, Ocupando las jefaturas de redacción, de información y de la página cultural, y ha escrito las secciones “Minuto y medio”, “Luz roja”, “La historia detrás de la foto”, “Sucedió hace 20 años” y “Crónica de un espectador”, esta última dedicada al cine, que se mantiene desde 1973. En los años ochenta del siglo XX condujo los espacios televisivos de cine “Tanda del domingo”, “Cine vivo” y “Noche de cine”. Desde el año 2003 atiende el programa semanal “La séptima puerta” del Canal Cubavisión.

Obras publicadas

Ha publicado las novelas “Mujer que regresa” (Editorial Letras Cubanas, 1986 y 1990 y “La última mascarada de la cumbancha” (Editorial Letras Cubanas, 1999 / Editorial Océano, México, 2004). Las críticas de cine se incluyen en “Rollo crítico (Editorial Pablo de la Torriente Brau, 1991 y es autor del estudio “La crónica, ese jíbaro”, (Editorial Pablo de la Torriente, 1982 / S.A.G, Madrid, 1987. Los textos periodísticos se reúnen en Crónicas al pasar (Editorial Orbe, 1971); Cuatro historias de pueblo (Editorial Universitaria, 1974); “16 imágenes” (Editorial Universitaria, 1975) y “Sucedió hace 20 años” (Editorial de Ciencias Sociales, 1978), en dos tomos.

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