Esteban: acordes para un sueño. Por: Octavio Fraga Guerra*

Reynaldo Guanche en Esteban, opera prima de Jonal Cosculluela. Fuente: www.estebanlapelicula.com

Reynaldo Guanche en Esteban, opera prima de Jonal Cosculluela. Fuente: www.estebanlapelicula.com

Resulta muy alentador ver un filme cubano producido en el 2015 desmarcado de esa escritura redundante que, desde la fotografía, dibuja estratos marginales, escenarios barrios bajeros o periféricos. Este último término, muy usado por articulistas en textos de envoltura ensayística para “resolver” las múltiples aristas de estas zonas de la sociedad contemporánea. Se impone una obviedad, respeto la libertad del creador en asumir ópticas, ángulos o puntos de vista y las maneras de construirlo.

Estos necesarios capítulos temáticos en nuestro cine se erigen desde construcciones escénicas y tomas fotográficas, alineados a códigos narrativos de jerarquizada intencionalidad. Son apuestas que construyen entramados sociales poblados de identidades y valores, en ocasiones singulares o claramente irrepetibles, fortalecidas por la hondura de los personajes, aunque no siempre con un acabado un artístico.

A los cineastas nos asiste el deber de construir audiovisuales más allá de ciertos tópicos sociales. En nuestra isla, estos temas suelen ser resueltos con repetidas fórmulas clonadas de variaciones estructurales. Dichas escrituras, provocan en determinados lectores fílmicos denotadas expresiones de saturación. Son propuestas que reflejan, a priori, el desconocimiento de otras rutas de la sociedad que distinguen a la nación. Igual de complejas, claramente plurales, ricas en matices dramáticos que amerita explorar.

Ante una mirada foránea condicionada por más de cinco décadas de permanente desinformación sobre la realidad nacional, dichas apuestas fílmicas quedan selladas con una pátina que se podría acuñar como “esto es Cuba”. A fin de cuentas, un texto audiovisual retrata fragmentos de una comunidad, de un tiempo, de una historia, de una vida.

Son la diversidad temática y los renovados recursos estéticos dos buenos itinerarios para cartografiar los disímiles ángulos que caracterizan a toda sociedad. Ella nos exige un abanico mayor de obras fílmicas para “satisfacer” esa lectura siempre compleja, construida desde las vivencias.

Nuestra Isla se distingue por una pluralidad de perfiles sociológicos, reestructurados por singulares procesos culturales, religiosos, migratorios y generacionales; algunos inéditos en el desarrollo de la obra social de la Revolución, sobre todo en estos tres últimos lustros. Una evolución mermada por los efectos del Bloqueo económico, comercial y financiero impuesto contra nuestro pueblo por el gobierno de los EE.UU. La consecuencia más visible es la ralentización de la economía con claros efectos en la sociedad y la vida de los que somos parte de esta nación del Caribe. Dicha política ha revelado sustantivas grietas en la soberanía de los gobiernos que asumen posturas de complicidad y acciones de “buenos vecinos”.

¿Es deber de los creadores audiovisuales la construcción fílmica de espacios marginales, escenarios barrios bajeros o periféricos? La respuesta es obvia, pero exige la búsqueda de nuevas formas narrativas, renovadas soluciones artísticas y la contextualización de los abordajes. Todo ello atemperando nuestra revolucionada sociedad que no pierde sus anclajes, los principios que le asisten y valores que la distingue como nación de una sólida historia y cultura.

El conflicto y el drama, recurrentes bases dramatúrgicas, son tan solo dos ingredientes demandados por los cineastas para la cimentación de textos audiovisuales. Estos recursos entroncan con la más reciente entrega del cine cubano. Esteban, opera prima del joven realizador Jonal Cosculluela construye una historia que no desconoce nuestra realidad social; discurre por los derroteros del empeño, por la búsqueda y materialización de un sueño. En el filme los escenarios (urbanos) son fotografiados distantes de los colores lúgubres y sórdidos de aquella reiterada filmografía.

En esta película se retratan espacios cerrados y escenarios citadinos desde los equilibrios de luces y sombras legitimadoras de otras zonas de nuestra sociedad, cuyas texturas no han sido tratadas con la necesaria recurrencia. Sin embargo, Esteban es un texto cinematográfico de distintivos retratos humanos, necesarios para la jerarquización de sus estructuras narrativas.

La sencillez de la historia no le quita brasa al filme. El protagonista, un niño de nueve años, interpretado por Reynaldo Guanche, es el eje de la puesta cinematográfica. Pero Esteban no es un niño común, por su notoria seriedad y revelada introspección (resuelta con agudas pausas en su desenvolvimiento escénico). Nos muestra, para su edad, singulares trazos de ética y sensibilidad tejidos con una cuidada sobriedad, diseñadas para el encantamiento.

Dichas particularidades del personaje no pasarán inadvertidas ante el espectador fílmico. Su desarrollo está construido con singulares formas de expresión corporal acordes con la identidad y el estrato social en el que se desarrolla.

Una necesaria contraparte es Miriam, la madre del protagonista, encarnada por la joven actriz Yuliet Cruz. Mujer separada del padre de Esteban que encara el sustento económico desde la alegalidad. Se dedica a vender productos de origen incierto en la calles de su barrio y estimula esta opción en su hijo para solventar la economía familiar.

Esta otra protagónica muestra a su personaje desde un amplio registro actoral. Responde a las exigencias del guión atemperando modos, gestualidades, expresiones, movimientos escénicos que adquieren valor significante en los espacios interiores donde se desarrolla el filme.

Construye una madre creíble, inexperta, aturdida por momentos, justificada por un guión de íntimos abordajes y bocadillos desconocedores del texto panfletario. La actriz Yuliet Cruz dibuja con talento la profunda soledad de su personaje y los hondos vacíos de comunicación, que por momentos le estremecen ante su hijo, demandante de un sueño.

El signo distintivo de su desarrollo como intérprete en Esteban es la cuidada evolución actoral, ante un texto que le exige pasar por diversos estadios forzados por la impronta del niño y los retos de la cotidianidad. Un mérito asociado también al guión, cuyo autor no desconoce los resortes que definen las claves de su escritura y a la par, la dirección de actores, esencial para una pieza de pocos intérpretes.

Los causes y contrapesos dramatúrgicos que va desatando el niño son resueltos por Yuliet con desenfado, hondura actoral de cuidada resolución escénica, legitimando su crédito como actriz que imprimió una ejemplar experiencia artística en Conducta, de Ernesto Daranas.

El triángulo de actores protagónicos que distingue al filme de Cosculluela cierra con el experimentado Manuel Porto. Su personaje Hugo es el catalizador de una puesta que en el primer tercio del tiempo evoluciona con delineaciones horizontales, sin grandes giros y resortes dramáticos que apunten hacia lo sustantivo del conflicto. Un guión que pudo ser redimensionado por algunos cortes en tramos donde se repiten situaciones escénicas o ser resuelto por cauces conflictuales. Me refiero a las secuencias del personaje Esteban en su andar por su barrio.

Hugo es un hombre de carácter muy fuerte y sufre de limitaciones motoras para su cotidiano desarrollo. El azar puso en el habitual camino de Esteban a este profesor de piano; escucharlo fue pretexto para un primer punto de giro. Aprender a tocar este instrumento se convierte más tarde en el empeño por la conquista de un sueño.

Manuel Porto nos confirma su probada capacidad de asumir cualquier personaje. Lo construyó escenificando a un hombre creíble, de justificadas variaciones en sus estados de ánimos (resueltos también en los andares por su casa, pintada por el abandono, la suciedad y los significativos recuerdos de su vida). Un maestro alejado de los acartonamientos y las vestiduras de mármol. Sumido en sus angustias personales y el dolor por una perdida familiar.

Los primeros encuentros entre Esteban y Hugo se desatan sinuosos. Eso sí, enriquecidos por este dueto de actores que asumen, desde la singularidad de sus personalidades, los desafíos y obstáculos que cada uno le pone al otro. Un desarrollo actoral bien plateando en el guión que el realizador Jonal Cosculluela supo encauzar, al sacar partido a los diálogos escritos por Amilcar Salatti. Son parlamentos que emergen horondos y atemperan las curvas dramáticas, claramente fortalecidas en este estadio del filme.

Se impone retomar entonces la presencia de Miriam (la madre de Esteban) en esta ruta cinematográfica, cuya participación y desarrollo amerita ser descubierta en la gran pantalla. Bocetada en la primera parte del texto, el personaje se nos revela en un primer momento como el elemento oponente de los sueños de Esteban. Una actitud que desatará no pocos análisis, controversias o replanteamientos sobre la responsabilidad de la familia (en primerísimo lugar) ante su hijo y la sociedad. Esta última ha de acompañar, encauzar, construir esenciales puertas para el desarrollo de los infantes.

La obra fílmica expone fuerzas comunicantes y también opuestas para la materialización de los sueños, sin dudas, esenciales para la evolución de los seres humanos.

Esta transita por diversos capítulos dramáticos en los cuales la fotografía asume un rol predominante, medular. Sobre todo en el uso de la luz pensada y diseñada para las escenas interiores donde se trazan sombras y detalles que apuntan a la singularización de los personajes. Una labor artesana de puesta en escena, materializada por Lianed Marcoleta, quien apela a un diapasón de encuadres, haciendo énfasis en los tonos que dibujan los rasgos de personalidad y las motivaciones de los actores. Son intérpretes envueltos en espacios desprovistos de fugaz de neón para edificar autenticidad, sin exacerbado dramatismo.

Resulta vital para el filme el exquisito trabajo de Chucho Valdés quien asumió el encargo de Maritza Ceballo, la productora del filme, y Jonal Cosculluela. Este trasmitió al maestro algunas pautas acerca de los derroteros y entronques de la dramaturgia cinematográfica.

Las piezas musicales logradas calibran emociones, distinguen los ejes medulares de las escenas, describen espacios con notas que nacen de la sobriedad, edifican atmosferas o giros dramáticos y subrayan también el curso final de esta entrega. Un cierre sentido, de agudas lecturas, que no deja incólumes a los lectores cinematográficos. Las composiciones musicales de este filme hacen de las suyas para poner en contexto y en renovado tiempo el sentido del filme.

El joven realizador Jonal Cosculluela asumió con dignidad y clara entrega su opera prima. Entendió lo que resulta sustantivo en el arte cinematográfico y delineó algunas de las vitales esencias que le caracterizan: el sentido social del cine y la responsabilidad del cineasta con el lector fílmico. Un cine y sus creadores, que ha de jerarquizar un diálogo crítico constructivo, previsor en el abordaje de temas sociales ajenos a los códigos manidos de fáciles lecturas.

En la producción de esta pieza cinematográfica participan el Instituto Cubano de la Música, RTV Comercial y Mediapro (de España), con la colaboración de la Asociación Hermanos Saíz y la embajada de Noruega en Cuba. La mayoritaria presencia de instituciones cubanas asociadas a dicho proyecto artístico confirma la valía de esta praxis para el fortalecimiento del cine cubano, que demanda soluciones creativas y voluntades de productores nacionales y de otras entidades culturales en favor del cine, en un período global marcado por la esquizofrenia de los contenidos y la “perfección” de las formas.

Tomado de la sección Notas del reverso de: http://www.lajiribilla.cu

*Licenciado en Comunicación Audiovisual (Instituto Superior de Arte). Editor del blog CineReverso. Productor y guionista de cine y televisión. Articulista de la revista cultural La Jiribilla. Colaborador de las publicaciones Cubadebate, Cubarte y Cubainformación, esta última de España.

15 años La Jiribilla

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