Un lunes excepcional. Por: Octavio Fraga Guerra*

Bailarina de la Compañía Ecos en la Gala por el 55 aniversario de la UNEAC. Foto: Cubadebate

Bailarina de la Compañía Ecos en la Gala por el 55 aniversario de la UNEAC. Foto: Cubadebate

Una voz ceremoniosa irrumpió el calmado y festivo dialogar de la noche, fueron unas breves palabras convidando a los presentes a ponerse de pie para cantar, todos, nuestro himno.

El Coro Nacional de Cuba, dirigido por la maestra Digna Guerra, tomó los más recónditos nichos de Sala García Lorca, del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso. Junto a ellos, los invitados a esta Gala celebramos los 55 años de la fundación de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) en homenaje a a Fidel por su 90 cumpleaños.

Nuestro himno pobló las estelas del hermoso teatro, pues esta gala es por la Patria, por los principios fundacionales que caracteriza a los cubanos y nos define como una nación profundamente martiana.

Tras el emotivo momento irrumpió el arte para el recuerdo, la evocación comprometida con el poeta Nicolás Guillén, el fundador de la UNEAC. Una gran pantalla colmó el escenario de la sala García Lorca, un telón exhibió sobrias fotos vestidas en blanco negro.

Fueron composiciones pausadas, comedidas, de austeras formas. El Poeta Nacional nos recordó de su rítmica, su cubanía, su apego a los pilares de nuestra cultura, erigida sin andamiajes edulcorados y glamorosas escrituras. Guillén estaba allí por esa magia que construye el arte audiovisual y la férrea voluntad de los recuerdos.

El etnólogo y escritor Miguel Barnet, presidente de la UNEAC, tuvo a su cargo las palabras del recuento. Fue un momento para la reflexión desarrollado en un sustantivo texto que invitó a los escritores y artistas a repensar lo mucho por hacer, sin dejar de subrayar la responsabilidad que tenemos todos, desde nuestros saberes, con la obra cultural de la Revolución Cubana.

Barnet nos regaló unas palabras de nuestro Presidente del Consejo de Estado y de Ministros, el General de Ejército Raúl Castro, quien tuvo el gesto de enviar para ese momento unas notas de reconocimiento y memorias.

El Coro Nacional de Cuba colmó nuevamente el proscenio. La maestra Digna Guerra pulsó la noche con textos de Nicolás Guillén y Leo Brouwer. La primera pieza, “A veces”, estuvo interpretada también por el solista Bismarck Estupiñán, quién puso sentidos tonos a la música compuesta por Electo Silva. “Cantico de celebración” fue el cierre de esta entrega devenida festín, necesario clímax.

El escenario fue “removido” con cuidadosa pulcritud. Un imponente piano se avistaba en lo profundo del lustroso tablado. Sobre sus teclas, el joven pianista Roberto Carlos Rodríguez interpretó dos piezas del cubanísimo Ignacio Cervantes. “Invitación” y “Los tres golpes” fueron las obras del genuino momento. Con estos aparecidos primeros apuntes culturales se avizoró lo que resultó ser después una noche de integración, de diversidad artística, de probados talentos.

La cultura cubana no reniega de lo que otras le han regalado, la presencia y desarrollo de no pocas agrupaciones y solistas en nuestra Isla, construidas desde otros acentos, es la mejor expresión de ese precepto.

ECOS tuvo a su cargo ese cometido cuando interpretó coreografías de Ana Rosa Meneses. Las piezas “Sevillanas” y “Fandango” confirman lo plural de nuestras tradiciones, lo vital de las expresiones artísticas. La nación ha sido edificada desde las raíces de muchas otras culturas, sin renunciar a los pilares que distinguen a la nación cubana.

La Habanera tuvo espacio en esta Gala de lujo devenida histórica. La soprano Milagros de los Ángeles, secundada por la pianista Vilma Garriga, interpretó “Tú”, de Sánchez de Fuentes. Con esta pieza se amplió el abanico de apuestas artísticas, fortalezas de nuestras raíces culturales.

El eclecticismo fue uno de los distingos de la puesta en escena. Los bailarines Chanel Cabrera y Françoise Llorente tomaron para sí “Muñecos”, del Maestro Alberto Méndez. Secundados por la música de Rembert Egües, confirmaron la energía del Ballet Nacional de Cuba, del que estos danzadores forman parte. Dominio de la técnica, uso de la requerida gestualidad, acusada expresión corporal, son tan solo tres de los adjetivos que se les debe regalar a estos jóvenes talentos.

Lecuona no podría faltar a esta cita, el trio que lleva su nombre interpretó dos de sus conocidas piezas, “Conga de medianoche” y “La comparsa”. Versátil registro de notas y acordes, apego a los cimientos de la obra de un compositor son distingos de esta agrupación edificados en una Gala colmada de sabiduría y requerido profesionalismo, probados caminos para dejar al margen la chabacanería, el mal gusto, el intrusismo, la mediocridad.

Arropando lo más genuino de la cultura universal, la noche se volvió a pintar con el Ballet Nacional de Cuba. Con coreografía de Alicia Alonso, se interpretó el Pax de Deux del ballet Don Quijote, y música de Ludwig Minkus.

Los jóvenes Ginnet Moncho y Adrián Masvidal nos regalaron su virtuosismo frente a una pieza compleja, de requerido esfuerzo físico, de probado dominio de sus claves escénicas. El talento que exhibieron en esos pocos minutos que parecieron gigantes, se esconden las muchas horas de entrega, de constancia, de repensar cada movimiento o gesto no logrado.

Nuevamente el tablao de la Sala García Lorca vibró con las brasas de la cultura cubana. La agrupación Yoruba Andabo estremeció los cimientos del teatro con el repiquetear de los tambores, con las voces rumberas de sus intérpretes. Multiplicaron sus mejores espíritus desatados por una institución cultural que ha sabido entender y erigir desde las múltiples raíces de un árbol, de una Palma Real crecida en medio de una isla, decididamente soberana. El tema “Rumba Libre” hizo lo suyo para tejer esta atmósfera en los pilares de un teatro, predominantemente clásico.

El cierre estuvo a cargo del Septeto Nacional de Cuba. El Son de Ignacio Piñeiro revotó en los anclajes de un lunes excepcional. “Esas no son cubanas” y “Échale salsita” pulsaron el baile de Irma Castillo y Ulises Mora, una pareja que tomó “cada rincón” del escenario sin perder de vista las esencias de nuestro baile más popular.

Pero el convite estaba hecho. Todos y cada uno de los participantes bailaron al compás de Ignacio Piñeiro, dejando una huella de la vitalidad de nuestra cultura, valores artísticos y tradiciones que siguen vivas, fortalecidas, renovadas.

Por ese requerido compromiso con el poeta Nicolás Guillen, por ese deber de tenerlo presente entre nosotros, las voces de los actores y actrices Susana Ruiz, Alberto González, Verónica Lynn y Alden Knight, interpretaron algunos de sus poemas, siempre oportunos, requeridos, genuinamente cubanos.

Texto tomado de: http://www.lajiribilla.cu

*(La Habana, 1966) Licenciado en Comunicación Audiovisual (Instituto Superior de Arte). Editor del blog CineReverso. Productor y guionista de cine y televisión. Articulista de la revista cultural La Jiribilla. Colaborador de las publicaciones Cubarte y Cubainformación, esta última de España.

15 años La Jiribilla

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