Bebo. Por: Marta Valdes*

Bebo Valdés. Festival Porta Ferrada. St Feliu Guixols.Bebo Valdés fue un cubano hermoso y un músico muy grande. Casi un siglo nos duró y, en todo ese tiempo, no paró de colgar sonidos cargados de saber y de sabor.

En el buzón de mis mensajes, prácticamente aparece un solo tema. Bebo falleció este viernes 22 de marzo allá lejos, donde vivió la mayor parte de su tiempo físico. Poco más de 40 años de edad tenía Bebo Valdés cuando emprendió aquel viaje y ya su nombre era inmenso, ya su huella en la música cubana, por muy exagerado que resultara hablar en esos términos ―tratándose de alguien en plena juventud― tenía la consistencia propia de lo que nos hace atrevernos, como si fuéramos dioses, a hablar de inmortalidad del otro.

Bebo había venido al mundo, predestinado para alcanzar esa categoría en cada ruta que emprendiera desde su primer episodio de vida en el pueblecito habanero de Quivicán. Pegado a sus raíces, el recuerdo de sus mayores, la conciencia de esas aguas tan cercanas al espíritu le acompañó por siempre. Raíz él mismo, no se puede hablar de un tramo tan decisivo de nuestra historia musical como lo fue el que abarca las décadas de los 40 y 50 del siglo XX sin mencionarlo entre los creadores e intérpretes que precisaron muchos contornos rítmicos, armónicos, orquestales.

Alegría de vivir en la música, de ser tronco y raíz de músicos, derramaba en su andar eso que él y su amigo Israel López (Cachao) dejaran codificado como “el arte del sabor”, en el empeño de dar título a un encuentro discográfico donde confluyen el saber ser y estar a un tiempo en el centro mismo de lo cubano.

Repaso sus propias palabras acerca del momento en que germinó la práctica, por parte de un grupo de músicos cada vez más nutrido, en las áreas de Tropicana algunas tardes de domingo, necesitados de dar rienda suelta a la inspiración, de soltar al aire esa energía que rebasa los límites de lo programado; de “descargar” en unas jornadas similares a las que los jazzistas norteamericanos llamaban “jam sessions” el torrente de talento, inspiración y virtuosismo que nunca ha dejado de caracterizarnos.

Bebo y su amigo y vecino ―patio con patio― del Reparto Santa Amalia, el baterista Guillermo Barreto, empataban el día con la noche, la tarde con la mañana, música y más música (según cuenta en sus memorias inéditas Josefina La Niña Barreto). Ahí están las palabras del propio Bebo, reproducidas en el Tomo 4 del Diccionario Enciclopédico de la Música en Cuba (pág. 233). Episodios pormenorizados del rastro que fue dejando este músico aparecen también marcando su huella, sazonados por la credibilidad y avalados por el buen juicio, en todas las ediciones del libro de Leonardo Acosta que dan fe de las altas y bajas, los fulgores y las zonas oscuras en el cultivo del jazz en nuestro país. Bien a mano podemos tener la más reciente ―Un siglo de jazz en Cuba― ya reseñada en esta columna.

Está por calibrarse, todavía, todo lo que representó este músico para la puesta en órbita, en las voces de solistas que entraron al mundo del disco calzados por el esplendor de su piano y sus orquestaciones, de todos los estilos de canción romántica cultivados en nuestra historia y, muy especialmente, del conocido como “feeling”. Todo el mundo, según pude apreciar en el corto tiempo que la vida me dio para atesorar recuerdos suyos lo quería y lo admiraba como se hace con los grandes. Un poco en desorden, me vienen a la mente unas ideas como, por ejemplo, pensar en el inmenso grado de admiración que ganó entre los guitarristas; me remito, por ejemplo, al instrumental que, a manera de homenaje explícito, le dedicó Ñico Rojas.

Cosas curiosas ocurrían en torno a sus obras, como lo fue la presencia de una canción suya que jamás escuché en el repertorio de vocalista alguno y que sí fue tomada como lección de guitarra en el repertorio que, para esos fines, servía como herramienta a profesores como Leopoldina Núñez y que aún conservo, graficada a mano por la bien querida maestra, en mi vieja libreta de clases. Su título es Suplicio eterno y aún la llevo bien guardada en la memoria. Así, pensando y pensando en Bebo, me suena entonces la voz de Orlando Vallejo cantando su inolvidable Serenata en Batanga.

Traigo, para compartir, el testimonio alegre y cariñoso de nuestro encuentro, en 2001, en los Festivales de Otoño de Madrid. Ya no era yo la muchacha de Almendares que estaba empezando en la composición y tampoco era él aquel señor siempre de cuello y corbata, que pidió permiso a mis mayores una tarde en 1957 para quitarse el saco en aras de una mayor comodidad para transcribir las canciones que yo, frase por frase y acorde por acorde, le iba desgranando. Nos hermanaba el paso de los años y a ellos mismos les agradecíamos el privilegio de estar confluyendo, de nuevo, en el tiempo y el espacio.

Bebo Valdés fue un cubano hermoso y un músico muy grande. Casi un siglo nos duró y, en todo ese tiempo, no paró de colgar sonidos cargados de saber y de sabor (que a lo mejor no pueden tenerse en pie el uno sin el otro) por entre los vericuetos de un caprichoso (o a lo mejor no tanto) atlas con su nombre escrito por fuera en letras bien grandes. Cuánto Bebo podríamos hallar todavía, y por cuántos caminos, si quisiéramos salir en su busca.

Almendares, 24 de marzo de 2013

Tomado de la publicación: www.laventana.casa.cult.cu

Marta Valdés*Compositora, guitarrista e intérprete cubana.

Deja un comentario

AlphaOmega Captcha Classica  –  Enter Security Code
     
 

* Copy This Password *

* Type Or Paste Password Here *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.