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Fidel y la educación

Fidel Castro Ruz Foto Vanguardia

Por Graziella Pogolotti

Fidel concibió la educación como uno de los ejes fundamentales en la estrategia orientada a la conquista de la soberanía, la justicia social y la necesaria lucha contra el subdesarrollo. Para lograr tan ambiciosos propósitos transformadores, había que introducir profundas reformas estructurales, a la vez que se procedía a la construcción de un sujeto crítico, capaz de asumir con plena conciencia el proceso emancipador.

A pocos años del triunfo revolucionario se emprendieron, en rápida sucesión, la Campaña de Alfabetización, la Reforma Universitaria, que arribará a su sexagésimo aniversario en el próximo 2022, y la fundación de los primeros centros de investigación científica. El plan de becas viabilizó el acceso al estudio de niños y jóvenes procedentes de los sectores más humildes. Vencido el analfabetismo, se implementaron vías para garantizar la superación permanente de las grandes mayorías. En muchos centros de trabajo las oficinas se convertían en aulas después de la jornada laboral. Del dominio de las primeras letras se pasaba al empeño por escalar el sexto grado.

La escuela es el ámbito formal a través del cual los educandos adquieren instrucción, habilidades, formas de convivencia y principios éticos esenciales. Le corresponde favorecer el despertar de curiosidades, germen del indispensable acceso a las realidades del mundo y acicate para la preparación de futuros investigadores e innovadores.

Para el logro de la complejísima operación de formar ciudadanos, instruir representa el primer peldaño en la delicadísima misión de estimular inteligencias y afinar sensibilidades.

Se requieren planes y programas que conjuguen la preservación de la memoria viva —hecha de historia y tradición, raíz de identidad— con la proyección hacia una modernidad caracterizada por desafíos sin precedentes planteados por avances tecnológicos que se articulan a un pensamiento neoliberal invasivo, a la depredación del planeta, a la exacerbación del individualismo, al desplazamiento de la competitividad en detrimento de la solidaridad, a la profundización de las desigualdades, al socavamiento perverso de las funciones del arte y la cultura y a la manipulación de las conciencias por parte del poder hegemónico. En ese mar de conflictos habrán de estar comprometidas las nuevas generaciones.

Planes y programas de estudio, métodos de enseñanza despojados de autoritarismo ofrecen herramientas para ingresar en el universo del mañana. Pero el papel fundamental descansa en la tarea insustituible del maestro, figura que reclama con urgencia el debido reconocimiento social, denominación genérica que, violando las normas de la ortografía, habría que escribir siempre con mayúscula. Merecedor de una justa remuneración salarial, su formación actual exige un permanente y riguroso plan de superación que conduzca a eliminar deficiencias palpables en muchos resultados docentes en lo referido al dominio de la lengua materna y de la historia, con la aplicación de prácticas destinadas a estimular el ejercicio del pensar.

La educación corresponde a la escuela. Pero no solo a ella. El hogar armónico y funcional transmite memoria, siembra valores y promueve expectativas de vida. El entorno edificado, libre de desechos, con calles y aceras primorosamente preservadas, imponen al transeúnte el respeto a las normas básicas de conducta para la conservación de un hábitat que todos compartimos. No menos importante resulta el rescate de las delimitaciones entre espacio público y privado. Después de meses de confinamiento, el regreso a la normalidad se manifiesta en el estallido atronador del ruido. Los antiguos pregones, ajustados a la medida de la voz humana, modelados por nuestra tradición musical, han sido sustituidos por bocinas que repiten el mismo monótono mensaje y perforan el oído de quienes, en el hogar o en el centro de trabajo, disfrutan del merecido descanso o requieren la indispensable concentración para llevar a cabo cumplidamente su tarea. Las noches tampoco deparan el reposo que todos demandamos, cuando festejos y bares perturban la tranquilidad hasta altas horas de la madrugada.

Maestro del arte de la comunicación, Fidel fue un educador incansable y sistemático. Rompió los esquemas establecidos para la oratoria por la retórica al uso, tan frecuentemente empleados por la demagogia política que aún opera en las campañas electoreras en muchos lugares del mundo. En relación directa con el pueblo, su interlocutor privilegiado, comprendió la naturaleza del intercambio entre la pantalla del televisor y su destinatario, instalado en la intimidad del hogar. Supo adoptar en este caso, un eficaz estilo conversacional. Como lo afirmó en alguna ocasión, compartió con el oyente «el parto de las ideas», modo de poner en práctica un productivo ejercicio del pensar. Su extraordinaria capacidad comunicativa le permitió extender el diálogo implícito a las concentraciones masivas en la Plaza de la Revolución. Esa facultad inspiró al Che una reflexión constitutiva de uno de los hilos conductores de El socialismo y el hombre en Cuba.

Forma y contenido se fundían armónicamente en un propósito común. El pueblo tenía que convertirse conscientemente en protagonista de una historia, crecer para arrostrar los mayores desafíos.

En un recorrido que se extiende desde la euforia del triunfo de enero hasta sus memorables palabras en el Aula Magna, lugar y circunstancia cargados de simbolismo, siempre afrontó la verdad en toda su esperanza, analizó los problemas de la Isla en su contexto específico y también en el de un planeta del cual, de manera ineludible, formamos parte. Nunca evadió encaminar el análisis de los fenómenos en su más intrincada complejidad.

Compleja es la época que nos ha tocado vivir. Tenemos que superar enormes obstáculos objetivos. Para lograrlo es indispensable la formación de un sujeto lúcido y participante. Su desarrollo pasa por el camino de la educación.

Tomado de: Juventud Rebelde

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Hasta siempre, Fidel

Por Rosa Miriam Elizalde

A esta misma hora, hace cinco años, los restos mortales recibían los honores del pueblo de Santiago de Cuba. El armón militar había recorrido en cinco horas, comenzando a las siete de la mañana y sin escala, los pueblecitos que van desde Bayamo a la Ciudad Héroe.  En la noche, medio millón de santiagueros se concentraba en duelo en la Plaza “Mayor General Antonio Maceo”.

Ustedes pueden seguir en este libro, con lujo de detalles, el itinerario que comenzó con el mensaje de Raúl en el que nos anunciaba que a las 10:29 de la noche del 25 de noviembre de 2016  falleció el Comandante en Jefe de la Revolución cubana, Fidel Castro Ruz. Pueden seguir las guardias de honor, los discursos, las filas interminables en la Plaza de la Revolución para despedirlo y firmar el juramento de cumplir con el concepto de Revolución, la creatividad para decir adiós, las luces de los móviles que alumbran el paso del armón por la Carretera Central durante la noche, los abrazos, las lágrimas, los crisantemos blancos sobre la urna funeraria, las madres y los padres con sus hijos, los jóvenes y los ancianos, los blancos y los negros, la expresión de dolor que dice de mil maneras es verdad, murió, se ha apagado el luminoso perfil de Fidel y cae ahora sobre todos nosotros la sombra melancólica de su memoria.

El libro termina en las primeras horas de la mañana del domingo 4 de diciembre, cuando el General de Ejército deposita la pequeña arca con las cenizas del revolucionario en el Cementerio de Santa Ifigenia. A lo largo de 1 121 kilómetros, de La Habana hasta Santiago de Cuba, más de 5 millones de cubanos despedían al líder en un país que se había paralizado con la noticia y que compartía con tristeza serena la frase “Yo soy Fidel”, consigna que cada cual expresó como pudo, con voces rotas, con trazos en pedazos de cartón, con piedras en las laderas de la montaña o tatuada con creyón de labios en el rostro de una muchacha.  Hubo quien entendió que no solo había muerto un símbolo, un genio político, un gigante de la Historia (en mayúsculas), sino un padre, un hermano y un esposo, y colgó de un puente una gran sábana que decía: “Gracias, Dalia, por cuidar a Fidel”.

Cuando Alberto Alvariño, el jefe de la Oficina de Preservación de Patrimonio del Palacio de la Revolución, fue a vernos a Ernesto Niebla y a mí para proponernos hacer este libro, ambos estábamos en shock y creo que no habíamos vivido ni la mitad de las emociones de aquellos días, porque aún no había salido el armón militar de La Habana. ¿Cómo íbamos a replicar el sentimiento de millones de cubanos, sentimiento que era colectivo pero que a la vez era muy íntimo, abrumadoramente personal? ¿Cómo traducir aquel dolor que, como diría la poeta matancera Carilda Oliver, era todavía difícil de interpretar y que crecía con una profundidad implacable?

Obviamente tuvimos que tomar distancia de unos pocos días para armar la arquitectura del libro. Decidimos entre todos que sería eminentemente gráfico. Pensado para el lector que había vivido en primera persona estos acontecimientos o para alguien que, en la distancia de los años o de los siglos, pudiera comprender qué pasó del 25 de noviembre al 4 de diciembre de 2016 en este país. Por tanto sería factual: habría datos, un mapa con el recorrido de la caravana, la hora exacta en que pasaba el armón por cada tramo de la Carretera Central, pequeños textos explicativos, los discursos de los actos, las breves notas oficiales que se emitieron en esos días, algunos versos. Pero la reina de este volumen sería la fotografía de prensa y es por eso que verán aquí 529 imágenes de 40 fotógrafos que cubrieron los homenajes para publicaciones nacionales y provinciales, además de las que aportó el equipo de Estudios Revolución. Son fotos seleccionadas entre miles, algunas hechas con cámaras muy sofisticadas y otras muy modestas, aunque todas, en conjunto, arman una especie de lectura y escritura visual de ese momento en que Cuba dice Hasta siempre Fidel.

Queríamos que quien vivió estos hechos y el que no, alguien que en el futuro viera este libro, sintiera la cercanía con lo real, con una emoción en bruto que pudiera compararse con aquel momento de Hanoi Martes 13, el documental de Santiago Álvarez, en que la imagen tomada al vuelo, inestable e incluso desenfocada describe no solo el sentimiento de los protagonistas, sino del fotógrafo.  Como cuando están filmando un bombardeo en Vietnam y aparece en cámara un niño alcanzado por la metralla. En ese breve instante, quizás el más dramático de la película, la imagen pierde nitidez porque el camarógrafo está llorando. “La belleza es la verdad y la verdad es la ausencia de retórica”, decía Santiago.

Niebla es un artista que honra el Premio Nacional de Diseño del Libro, que recibió en 2019. La fusión de un diseño exquisito, junto con la edición cuidada de Juan José Valdés, a cargo en la Imprenta Federico Engels  y, por supuesto, la fotografía de más de 40 compañeros, logran un lenguaje estético único. Aquí no vemos otra cosa que el pueblo cubano como personaje central de un momento que quedará registrado para siempre en la historia nacional; un pueblo que expresa su dolor con dignidad y que nos transmite de mil maneras un solo sentimiento: la única defensa contra una pérdida así es el amor.

Tomado de: Cubaperiodistas

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Fassbinder por Fassbinder. Las entrevistas completas

Edición: Robert Fischer

De momento planeo hacer con treinta años mi película número treinta. Ya he conseguido mucho de lo que un director puede esperar, he tenido más éxito que la mayoría y gano más dinero que la mayoría, pero ninguna de esas cosas vistas por sí mismas me ha hecho más feliz. No sé cómo podría ser feliz cuando veo cómo vive la gente. Encontrarme con gente en la calle o en las estaciones de tren, ver sus caras y observar sus vidas, todo eso me llena de desesperación. Lo que más quiero entonces es gritar bien fuerte.

* * *

Existe una sinceridad muy sincera y una sinceridad casi sincera y una sinceridad semi sincera y una sinceridad casi insincera, y solo entonces empieza la mentira. No siempre cuento toda la verdad. Pero mentir es algo que en realidad no hago nunca.

Rainer Werner Fassbinder

Tomado de: El cuenco de plata

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Del sida al ómicron: el apartheid farmacéutico nos lastima a todos

Imagen tomada de La voz de Galicia

Por Amy Goodman & Denis Moynihan

El 1 de diciembre se conmemoró el Día Mundial del Sida. En esta fecha, hace cuarenta años, se registraron los síntomas por primera vez y desde entonces más de 36 millones de personas han muerto en todo el mundo a causa de enfermedades relacionadas con el sida. La tasa de mortalidad se va desacelerando a medida que la distribución de tratamientos farmacológicos eficaces se expande. Sin embargo, la desigualdad que durante mucho tiempo alimentó la epidemia del sida aún existe y trae consecuencias funestas, particularmente para los pueblos del sur de África. La persistencia y los impactos enormemente desiguales de esta epidemia aún vigente sirven como advertencia frente a la incipiente circulación de la nueva variante ómicron del virus de la COVID-19 por el mundo.

Actualmente se sabe poco acerca de esta variante del SARS-CoV-2 identificada recientemente, particularmente con respecto a si se propaga con mayor facilidad o si puede ocasionar síntomas de COVID-19 más graves. Pero lo que sí se conoce se debe en gran medida a la rápida identificación de la variante por parte de científicos de Botsuana y Sudáfrica. En conversación con Democracy Now! Fatima Hassan, fundadora de la organización Health Justice Initiative, elogió a estos científicos: “Creo que se debe valorar el modo en que trabajaron, sin generar un manto de secretismo en torno a esta variante en particular”.

Sin embargo, en lugar de ser reconocidas, las naciones del sur de África están siendo aisladas. Estados Unidos implementó rápidamente una prohibición de viajes que restringe el ingreso de personas de ocho países del sur de África. Brasil, Canadá, la Unión Europea, Irán y el Reino Unido siguieron su ejemplo.

“Se impuso una prohibición de viajes desigual para muchos países del sur de África”, señaló Fatima Hassan. “En realidad, es bastante racista”.

En respuesta a las prohibiciones, el presidente de Sudáfrica Cyril Ramaphosa expresó: “La aparición de la variante ómicron debería ser un llamado de atención para que el mundo deje de permitir la desigualdad en el acceso a las vacunas. Hasta que no estemos todos vacunados, todos seguiremos estando en riesgo. En lugar de prohibir los viajes, los países ricos del mundo deben apoyar las iniciativas planteadas por los países en vías de desarrollo para obtener y fabricar la cantidad necesaria de dosis para vacunar a su población sin demora”.

El secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, calificó las prohibiciones de viajar como un “apartheid de viajes”, que solo sirve para exacerbar la creciente división mundial ocasionada por el apartheid de las vacunas. En un artículo de opinión publicado recientemente, el director general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus, calificó el acaparamiento de dosis de vacunas por parte de países ricos, cuyas poblaciones están altamente vacunadas e incluso tienen dosis de refuerzo, como una “locura epidemiológica y moralmente repugnante”.

Sería más fácil vacunar al mundo que intentar vanamente impedir que las variantes de COVID-19 crucen fronteras. Ómicron es un ejemplo de ello; como detalló el periódico The New York Times esta semana, la variante ya estaba presente en Holanda antes de que se anunciara su existencia en África. Pasajeros de aviones procedentes de Sudáfrica llevaron la variante a Europa, donde las variopintas restricciones de viajes, que se contradicen de un país a otro, y los protocolos de cuarentena inadecuados hicieron que funcionarios holandeses obligaran a muchos viajeros potencialmente positivos de ómicron a partir hacia sus destinos finales, lo que aceleró la propagación de la nueva variante.

Las empresas farmacéuticas que se están beneficiando económicamente de la pandemia están ralentizando la vacunación en los países de ingresos medios y pobres. Con las patentes de las vacunas, empresas como Pfizer, BioNTech y Moderna están utilizando los derechos de propiedad intelectual para evitar compartir sus fórmulas secretas de vacunas.

El profesor de periodismo Steven Thrasher ve un paralelo entre el modo en que las grandes farmacéuticas están actuando ahora con la COVID-19 y el modo en que los países del Sur Global, y principalmente del sur de África, han sido y continúan siendo afectados por el sida.

“Hoy en día no hay ninguna razón para que alguien pueda morir de sida. Es un virus que avanza lento y, por lo tanto, desde el momento en que sabemos que alguien se ha contagiado, podemos brindarle todo el apoyo que necesita. Tenemos la capacidad científica para ello. Tenemos los medicamentos para ello. [Si esto no sucede] es simplemente por una cuestión de proteger el capitalismo y las ganancias de las empresas farmacéuticas”, afirmó el profesor Thrasher en conversación con Democracy Now! Y agregó: “Ahora, nuevamente, estamos viendo dinámicas muy similares con la COVID-19. Tenemos las vacunas y tenemos medicamentos que son muy efectivos, y una vez más su distribución en el Sur Global está siendo restringida para proteger las ganancias de las empresas farmacéuticas”.

Hace más de un año, Sudáfrica e India propusieron que la Organización Mundial del Comercio emitiera una exención temporal al acuerdo sobre los derechos de propiedad intelectual, conocido en inglés como TRIPS, con el fin de acelerar la vacunación contra la COVID-19 a nivel mundial. En mayo pasado, el presidente Joe Biden fue aplaudido por apoyar tal exención. La semana pasada, Amnistía Internacional, junto con miembros del Congreso de Estados Unidos y muchas organizaciones sindicales, de salud y de la sociedad civil entregaron una petición a la Casa Blanca, firmada por más de tres millones de personas, donde señalan que “seis meses después, en ausencia del liderazgo de Estados Unidos para lograr un acuerdo de exención, la Unión Europea, en nombre de Alemania, junto con Suiza y el Reino Unido han bloqueado el progreso de las negociaciones”.

La gente está por encima del lucro. Ese debe ser el mantra que nos guíe ahora que estamos entrando en el tercer año de la pandemia de COVID-19. Si no se toman medidas urgentes, así como hoy aún seguimos luchando contra el sida, bien podríamos terminar lidiando con la COVID durante cuarenta años más.

Tomado de: Democracy Now

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Ser inmigrante y haitiano en República Dominicana

Foto Telesurtv

Por Alberto Piernas @AlbertoPiernas

Hay una frase criolla muy utilizada por la población de Haití que dice “Kouri pou lapli, tonbe nan larivyè”, literalmente “huir de la lluvia para caer en el río”. Una cita que define la situación maldita que el país más pobre del mundo arrastra desde hace décadas a causa de las catástrofes naturales, la tensión política y la falta de recursos. Un sumidero de injusticias que obliga a millones de haitianos a dejar atrás su país para buscar una vida mejor en otros países, con Estados Unidos a la cabeza de la lista. Sin embargo, los sueños de muchos haitianos se ven lastrados al ser deportados de nuevo a su país de origen para ser empujados a una vida incierta.

La situación migratoria en Haití ha empeorado este 2021, especialmente tras el golpe de Estado producido tras el magnicidio del Presidente de Haití Jovenel Moïse el pasado mes de julio y un terremoto de magnitud 3,8 ocurrido en agosto. En el horizonte, el objetivo de llegada es Estados Unidos, país al que miles de haitianos han llegado a sus fronteras procedentes de otros países latinoamericanos como Argentina, Chile, Brasil o México, encontrando una tierra prometida que les escupe en forma de deportaciones masivas a su país de origen. El principal efecto colateral de esta situación obliga a miles de haitianos a entrar en República Dominicana, país con el que Haití comparte ubicación en la isla de La Española.

La convivencia entre ambos países, ya de por sí tensada durante la última década a causa de la llegada masiva de los haitianos, se ha intensificado durante estas semanas.

“A veces recuerdo cuando mi mamá nos decía que esta vez no nos iba a dejar”, cuenta Milianie, una joven de 16 años que fue deportada en 2015 junto con su madre y otras tres hermanas. Fany, su madre, no tenía documentación y vivía desde hacía más de 10 años en tierra dominicana, donde vendía dulces de coco en la calle. En dos ocasiones salió a vender y no regresó hasta cinco días después. Poco después, sus hijas escucharon hablar que fue deportada. Siempre funciona así: sin preguntar nada, sin saber si han dejado o no a sus niños en casa, el camión de migración los lleva a la frontera, sin ni siquiera tener tiempo de avisar a sus familiares.

Al igual que la madre de Milianie, otros muchos haitianos buscan cualquier manera de poder regresar otra vez para buscar a sus hijos y recoger todas sus pertenencias. Así es la vida de los inmigrantes haitianos, de un país que deambula por todo el continente americano evocando un éxodo que recuerda al egipcio huyendo de las siete plagas.

Cuenta Milianie que su madre Fany, soltera, fue deportada hasta cuatro veces antes de que le pasara también a ella y a sus hermanas. Aquella vez, la “guagua” pasó por el barrio recogiendo a los haitianos y no entendían por qué se los estaban llevando a otro lugar. Comenzaron a llorar. La deportación de menores ya comienza en la propia escuela, donde hablan español, ya que los haitianos que crecen en República Dominicana son víctimas de discriminación y para escaparse hablan español y fingen no ser haitianos. Muchos de ellos son deportados por la mañana y por la tarde buscan cualquier manera de regresar. La migración en la frontera dominico-haitiana es puro negocio y, para poder volver, la persona vende todo lo que tiene para conseguir dinero a fin de retomar el camino de vuelta. Todo ello sin obtener garantías de poder quedarse.

Pero la historia de Milianie recogida por Manos Unidas es tan solo una de las muchas que engloba la diáspora haitiana. Según la ONU, 4.4 millones de haitianos padecen de inseguridad alimentaria y más de dos millones de personas, una quinta parte de su población, se han visto forzadas a emigrar a otros países.

“El caldo de cultivo de la crisis migratoria haitiana está en el fundamento mismo de la nación. Desde su nacimiento como pueblo, Haití comenzó su historia bajo la inestabilidad política que fue generando una cadena de violencia que engendra la pobreza. A lo largo de la historia, la nación no ha tenido nunca un plan de desarrollo duradero que ayude a los haitianos a encontrar un mínimo de bienestar en su tierra.”, cuenta a El Salto el padre Freddy Elie, director del hogar Niños de Esperanza y especialmente vinculado a la tensa situación entre República Dominicana y Haití. “El sueño de la mayoría de los haitianos es viajar a EE UU sobre todo. Y buscan cualquier manera de dejar el país. El haitiano crece pensando que su felicidad está en otro lugar y tienen que salir a buscarla”.

Miles de personas abandonan cada año su país con destinos a países de América Latina y Estados Unidos, si bien cruzar la frontera con República Dominicana es la salida más habitual. En su país vecino malviven más de un millón de haitianos, según afirma Manos Unidas. En la mayoría de los casos, trabajan en condiciones pésimas en el sector agrícola o en la construcción y sufren la negación de sus derechos más básicos.

“Cada día llegan cinco camiones con migrantes haitianos solo al acceso fronterizo de Elías Piña. Es puro negocio: los haitianos son deportados por la mañana y por la tarde ya están intentando regresar”, continúa el Padre Freddy, quien encuentra una especial relación entre la deportación masiva desde Estados Unidos y la situación actual en República Dominicana. “La deportación de haitianos en República Dominicana siempre se liga con asuntos políticos. La deportación masiva de Estados Unidos viene a reforzar la práctica de los dominicanos. Si el país más grande y con más recursos deporta así, por qué no ellos. En algunos barrios los dominicanos incluso atacan a los migrantes quemando sus viviendas.”

Las mujeres haitianas, especialmente amenazadas

A finales de septiembre, el Gobierno de República Dominicana anunció que prohibiría al país la entrada de las mujeres embarazadas de más de seis meses a fin de evitar que se sobrecarguen los hospitales. El número de partos de mujeres haitianas en República Dominicana se ha triplicado en diez años, llegando a 30.322 partos en 2020, según la agencia EFE. Pero esta es tan solo la punta del iceberg de una opresión hacia la mujer que alcanza todos los rangos de edad.

“Sorprende que actualmente en la deportación se haga especial hincapié en las mujeres embarazadas”, continúa el Padre Freddy, quien asegura que esto es solo una de las muchas dimensiones del problema. “Si hablamos de mujeres migrantes haitianas no podemos dejar de lado el abuso, sobre todo sexual. Muchas tienen que negociar para el viaje clandestino porque no tienen un buen trabajo al llegar. Lo más fácil es transformarse en ‘mercancía’ vendiendo su cuerpo para sobrevivir. Otro aspecto es que no tienen una formación adecuada ni conocimientos sobre la procreación o el control de natalidad, por lo que caen fácilmente embarazadas. De este fenómeno, son muchas las mujeres, sobre todo jóvenes, que contamos entre migrantes.”

Guilaine Jean Luis es una madre soltera haitiana que, junto a su hija, dejó atrás todas sus pertenencias, su formación y su futuro tras ser deportada: “Estamos pasando una situación muy difícil ahora porque estamos viviendo una deportación todos los días y no podemos más. A la niña la deportaron de la escuela y no podemos cruzar porque lo dejamos todo atrás, las cosas en casa, no podemos comprar porque te mandan para Haití sin saber a dónde vas. Yo también estudio y tampoco puedo ir. Está todo muy difícil y necesitamos trabajar para poder comer”, nos cuenta a través de una nota de audio.

Haiti necesita un cambio radical y esta transformación tiene que comenzar desde dentro: “los haitianos tenemos que tomar conciencia de nuestra situación y trabajar para salir adelante”, insiste el Padre Freddy. En Haití, se sigue entonando el “Kouri pou lapli, tonbe nan larivyè” y miles de migrantes siguen huyendo de la lluvia. El problema es que el río al que caen, está desbordado.

Tomado de: El Salto

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La violencia y el dolor

Por José Blanco

Cada 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, ONU Mujeres emite un comunicado-proclama acerca de la violencia machista sobre las mujeres. Este año demandó: ¡Pongamos fin a la violencia ya! El año pasado advirtió: México: Poner fin a la violencia contra las mujeres y las niñas no está en pausa. Seis años atrás, en 2015, recomendó: Prevenir la violencia contra las mujeres. En un organismo temperado por su naturaleza, el tono ha debido entrar en apremio, y no es para menos: en México dos de cada tres mujeres han sido violentadas por un macho al menos una vez en su vida, una proporción del doble de lo que ocurre a escala internacional. “Esta situación amenaza con borrar décadas de progreso para mujeres y niñas”, dice la agencia de la ONU: un progreso que nadie ha registrado.

Las calles gritan y la situación empeora. Ese infausto día debería nombrarse día internacional de la eliminación de la violencia machista de los hombres contra la mujer. Enfocar a la mujer violentada, y enfocar también al autor de esa barbaridad, ayudaría a aumentar la conciencia sobre las situaciones de violencia, y los roles de cada uno. Muchos hombres no se reconocerán en ella, pero es posible que hallen, trabajando en el problema, su responsabilidad en la catástrofe.

Como siempre en los hechos sociales, hay una complejidad que, sin ser comprendida, no puede dar lugar a acciones que aborden, uno a uno, todos los nudos que la configuran. Pese a la persistencia dura de la calle, todo ocurre como si las cosas estuvieran dejadas a su libre transcurrir; así, los días y los años sólo llevan a un dolor que ojalá no se vuelva desesperanza.

La desigualdad de género está en el origen, y el sistema responsable ha sido señalado: el sistema patriarcal; un sistema de dominio articulado a otros de igual sentido y resultado, acaparando privilegios, como el racismo o la segregación territorial, envueltos todos por el sistema capitalista, lugar del dominio más profundo. En su versión neoliberal arribamos al peor de los mundos posibles. Como ha escrito el sociólogo chileno Claudio Duarte, “la sociedad tiene una definición muy clara de lo que espera de una persona adulta: producir con eficiencia, consumir con opulencia, reproducir la norma social y reproducirse heterosexualmente. Es un marco que tiene por centro al adulto y al patriarcado. Hacerse joven varón en la sociedad es, por tanto, superar las pruebas violentas, autoritarias e incuestionables que le dicen cómo deben las personas jóvenes pensar, sentirse, comportarse y educarse para el futuro y la continuación de su función social, enajenando los cuerpos porque sobre su control se sostiene el sistema patriarcal”.

Unos hombres acaparan todos los sistemas de dominación, otros hombres padecen al sistema de dominio más profundo y feroz, pero extraen privilegios de sistemas de dominación como el patriarcado, el racismo o la segregación territorial. Los enemigos son esos sistemas, no quienes hoy son privilegiados. Conocer los abismos que construyen cada sistema para hallar cómo subvertirlos, es tarea y vía para eliminar los privilegios.

La más remota segregación territorial, donde viven los condenados de la tierra, es también espacio de creación de privilegios que construye masculinidades feroces contra las mujeres. Los hombres son inducidos a ser proveedores y los sistemas de dominación que están sobre ellos los frustran y les impiden llenar el rol que le es demandado. Esa infernal circunstancia crea machos con privilegios mínimos y mujeres negadas en todo y por todo, una desigualdad en los mínimos que da lugar a machos feroces. Es preciso conocer las mil variantes de cada sistema de dominación y sus articulaciones, las que es urgente desarmar.

En cada hecho de violencia machista hay muchos que padecen dolor. Una mujer desaparecida luego aparecida como asesinada, debería producir dolor a todos. Una es demasiado. Le causa infinito dolor a la victimada, y les causa terrible dolor emocional a todos quienes la rodean. El dolor emocional, dice un estudio de las doctoras Adrienne Carter-Sowell y Zhanheng Chen, publicado por la revista Psychological Science, es peor que el dolor físico.

Ahora se llama “violencia vicaria” al asesinato de niñas por machos para causar dolor a la madre, en un acto de horror, en el que se enfoca a la madre, y se deshumaniza a los niños, se los desaparece en un acto “de justicia” con la madre.

El asesinato de una mujer produce un dolor extremo en sus cercanos que debería pasar también a primer plano en la sociedad, recibir un espacio mayor que el de las responsabilidades legales, donde suele centrarse la atención. El lugar de la legalidad en estos hechos es el lugar más frío del hecho inhumano cometido. Hagámonos cargo todos del dolor de todos. Entendemos mal el dolor y es preciso trabajar en profundidad sobre ello. Acaso sea una forma distinta de mirarnos dentro, tal vez incida en la sensibilidad de los hombres violentos.

Tomado de: La Jornada

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¿Mitificación o barbarie?: Cuando el cine hace del asesinato una obra de arte

Collage de planos de Psicosis de Alfred Hitchcock

Por Sergio Sanchis-Pérez

Es extremadamente difícil llevar a cabo un crimen. A pesar de que grandes asesinos de la historia del cine como el siniestro Michael Myers (saga Halloween, 1978-actualidad), amado por los grandes adeptos del slasher film, o el joven magnate neoyorquino, proyectado de manera peculiar, ostentosa y grotesca como mínimo por la cineasta Mary Harron en su filme: American Psycho (2000), Patrick Bateman (Christian Bale), hagan del crimen un acto que nada por los mares de la banalidad y de la cotidianidad menos seductora. El crimen, en suma, es para ellos el pan de cada día, algo que reside en su maquiavélica psique, consiguiendo actuar de forma meramente sistemática a la hora de ejecutarlo. Tomemos a modo de paradigma al citado Patrick Bateman, quien recorre las oscuras calles de la ciudad que nunca duerme liquidando brutalmente a mendigos, prostitutas u otras minorías rabiosamente, sin cuidado ni meticulosidad alguna, obviando que vive en la metrópoli que John Carpenter, allá por los albores de los ochenta, proyectó como una cárcel de máxima seguridad en: 1997: Rescate en Nueva York (Escape from New York, 1981). Ante estos presupuestos, observamos como el Séptimo arte puede llegar a tratar el crimen como una acción caracterizada por ese pasotismo llevado casi a su cenit, como es el caso de Bateman que, por sus hazañas descuidadas acabará capturado por un sagaz Willem Dafoe. No obstante, el cine se caracteriza por su forma poliédrica y moldeable, albergando en su interior una miríada de géneros que nos hipnotizan y nos punzan, una enorme cantidad de figuras, escenarios y, desde luego, delitos que no dejan indiferente a ningún ser vivo.

Ahora bien, el arte cinematográfico puede convertirse en el único medio que puede exponer las acciones más degradantes del ser humano, tales como los homicidios, y acabar mostrándolos de la manera más hermosa y estética, haciendo que los ensalcemos y los elogiemos olvidando que, en el fondo, son conductas aberrantes pero que, de cierta forma, despiertan en nuestro subconsciente una suerte de agrado que nos hace venerarlos a través de esas veinticuatro realidades por segundo. Procuraremos pues, embarcarnos en obras de grandes cineastas que presenten este tipo de “estética del crimen”, viendo cómo generan este peculiar sentido estético y cómo se pueden incluso asemejar a grandes obras de diferente índole de la Historia del Arte, brindándonos, a su vez, entre una larga escala de grises, una caterva de lecturas haciendo que todas ellas giran alrededor de la misma temática. Obviamente, hablar del asesinato desde la perspectiva esteticista en el audiovisual es una tarea que se puede hacer ardua y tumultuosa cuanto menos, puesto que es imposible abordar la temática sin que se haga desde un prisma, en el fondo, ligeramente subjetivista. Así, es complejo llegar a explorar todas las películas que conjuguen con este tema que le propongo al lector, puesto que estas pueden ser incontables, sin embargo, trazaremos una línea para poder comprender qué le lleva al cineasta a armar un film en el que el asesinato llegue a convertirse en una obra de arte que nos perturbe, asuste y nos deje, en definitiva, prendados. Pivotaremos en torno a de una serie de largometrajes seleccionados que nos servirán a modo de faro guía para dar rienda suelta a esta reflexión.

Primeras aproximaciones: la maestría del crimen como un arte refinado e inaccesible

Alfred Hitchcock es probablemente uno de los primeros cineastas en ligar el crimen con conceptos procedentes del ámbito de la estética. En uno de sus filmes más reconocidos por los cinéfilos y la crítica, ya no solo por presentar una trama en la que el espectador se sumerge en ese halo de suspense tan sintomático a los proyectos del genuino cineasta británico, sino también por crear el primer largometraje filmado íntegramente –a pesar de que a posteriori se hayan destapado algunas trampas efectuadas por el maestro del suspense– en un plano secuencia de la friolera de ochenta minutos. Hablamos aquí de La soga (Rope, 1948), un entrañable thriller rodado en los años de la posguerra en el que se nos presenta una trama simple pero que rebosa de una inteligencia ciclópea. Dos compañeros cometen un crimen en un apartamento donde, subsiguientemente, se llevará a cabo una reunión entre amigos e intelectuales. A lo largo del filme, el espectador se coloca tenso sobre el sillón, pues es el único, junto a los dos asesinos, en conocer qué se esconde bajo el cofre donde se halla el cuerpo del joven universitario asesinado, mientras todos los demás, todos los invitados, lo ignoran profundamente.

No ha de sorprendernos en absoluto el desenlace, pues, finalmente, el dúo criminal es desenmascarado por la fuerza intelectual del personaje encarnado por James Stewart, una fuerza intelectual superpuesta a la falta de intelecto y a la fuerza bruta de los dos jóvenes criminales –a pesar de que estos mismos se endiosen y se vean como el modelo de intelecto más absoluto- que, para nuestra sorpresa, fueron sus pupilos en el pasado. Lo que suscita interés en nosotros y que, en definitiva, responde a nuestro primer eje de reflexión es el argumento que dan los homicidas para, de cierta forma, avalar la honradez, virtud y erudición que reside en su acto.

“El crimen es un arte refinado únicamente destinado a ser comprendido por seres superiores.”

(La soga, minuto 36:05)

Esta corta oración pronunciada por uno de los frívolos personajes que presenta Hitchcock en la ópera prima del plano secuencia, dilucida de manera fidedigna la primera premisa a la que atenderemos. Para empezar, no debemos dejarnos en el tintero que esta réplica iría acompañada de un: “sólo pueden cometer un buen crimen aquellos pocos privilegiados, dotados de un valor intelectual que es inasequible por los demás”. No podemos siquiera llegar a imaginarnos la de ríos de tinta que haría correr esta proposición, la cual no dota en absoluto de un ápice de discreción, en las salas de cine de por aquel entonces, frase que remite, de forma casi directa, a la teoría del superhombre elaborada por el prolífico pensador alemán Friedrich Nietzsche, presunción que era, para más inri, abrazada por uno de los dictadores más mortíferos y despiadados de la Historia, Adolf Hitler. No obstante, cuando el nombre del fascista es nombrado por uno de los personajes, el homicida, interpretado por John Dall, contesta firmemente que aquellos quienes aniquilaron en nombre del régimen y del Reich son seres que él mismo asesinaría ya que, en definitiva, son seres estultos, pusilánimes y cuya razón se halla ahogada en somníferos. Este argumento exteriorizado por el personaje interpretado por Dall,  lo podemos hilar sutilmente con lo que bien demostrará la pensadora Hannah Arendt en su ingeniosísima teoría que bautizará como: la banalidad del mal, donde la autora castiga al ser –refiriéndose especialmente al juicio de Eichmann, condenado por su crimen contra la humanidad en el año 1691- que actúa siguiendo normas consideradas banales que, en el fondo, rebosan de una demencia digna de condenar.

De tal modo, aquí se subvierten por completo las premisas establecidas sobre el asesinato, visto, por grandes pensadoras como Arendt como un acto donde la razón sumergida en absenta y esta, por ende, asfixiada y dormida, dando paso aquí a concebir el crimen y los actos tan sumamente salvajes que le rodean como el mero hecho de la premeditación –aspecto sobre el que redundaremos a posteriori– como una obra artística y, por ende, como un resultado lleno de inteligencia. Enaltecer el crimen es netamente imposible de hacer en la vida real, en cambio, todo se hace posible mediante el séptimo arte, haciendo que, incluso, el espectador llegue a empatizar con el criminal, como puede ser el caso que nos es presentado aquí. Hitchcock consigue, en su emblemática creación, embellecerlo mediante el logos y la retórica, es decir, el arte de la palabra, el cual es más que dominado por el líder del dúo criminal (John Dall), y mediante una atmósfera elegante y refinada que es, en definitiva, como busca ser visto el asesinato.

Así pues, al hilo de esto, constatamos hasta qué punto el criminal puede convertirse en un artista y, por consiguiente, el difunto en la incipiente obra de arte. Adicionalmente, podemos llegar a deliberar como el filme contribuye a elogiarlo mediante diferentes recursos. Uno de ellos es que incluso se juguetea con el acto criminal, pues a lo largo de la película pequeños detalles tratan de hacer de la obra de los criminales, es decir, el asesinato, algo público que acabe por ser admirado por todos los invitados de la pequeña reunión intelectual. Los asesinos buscan una suerte de reconocimiento por parte de la población perteneciente al eslabón más bajo, siendo, según ellos, aquellos seres incapaces de empatizar y de defender el acto parricida. Un ejemplo de este anhelo por la publicación de su crimen es que la pareja de homicidas decide poner la mesa sobre esa especie de cofre rectangular en el cual se encuentra el cuerpo del joven ahorcado, haciendo, así pues, que los invitados coman inconscientemente sobre el lecho de muerte, acto que demostraría esa Virtus de la cual están dotados los criminales. Llegados a este punto, vemos como aquí hablamos de exhibición, de una muestra pública y, por tanto, se busca hacer del cadáver un lienzo que pueda ser visto por todos los invitados, como si este se emplazase en una exposición.

A lo largo de su carrera como cineasta, Alfred Hitchcock, si bien ha destacado por su carisma y por su peculiar temperamento, es también por la presentación de crímenes en la gran pantalla que resaltan por estar tan sumamente bien trazados, crímenes que rozarían casi lo que podríamos denominar esa proporción áurea tan anhelada por los pensadores de la Antigüedad, tratando de instaurar, mediante la realización de sus películas, un canon el cual ha de seguir el buen criminal. Ilustración de ello es la importancia que se le brinda a la escala de planos en la escena 78/52 del filme Psicosis (Psycho, 1960), esa secuencia tan conocida de la historia del cine, donde vemos esa cortina rasgada, ese crimen tan erótico y bestial, haciendo que cada nota de la banda sonora que le da sonido a la escena, compuesta por Bernard Herrmann, se agolpe  en nuestra mente de forma sistemática en cuanto admiramos los fotogramas que presentan la terrible fortuna de Marion Crane (Janet Leigh). Así pues, conversamos aquí con el primer genio en concebir o darle ese peso de obra de arte al asesinato, visto como una barbarie por muchos, pero, por muchos otros, como un acto estremecedor que está provisto de esa fuerza creativa, de ese ímpetu artístico únicamente admirado mediante la mirilla del cine. Alfred Hitchcock, como ha sido precisado, cuida meticulosamente, como un aplicado y afanoso artista, cada uno de sus crímenes. Esto consigue proyectarlo bonitamente, casi de manera celestial mediante ese juego de planos, el uso de colores vibrantes y ampulosos, como puede ser el caso de su filme Frenesí (Frenzy, 1972), o incluso, como ha sido desglosado tomando como paradigma uno de sus filmes más aplaudidos, La soga (1948), mediante el arte de la oratoria, pues los jóvenes delincuentes defienden su terrible acción llegando a elogiarla y venerándola de forma casi absurda pero argumentada. Sin embargo, conforme corren los años, y, simultáneamente, evolucionan los gustos, proliferan nuevos géneros y subgéneros, o incluso llega a nacer la industria cinematográfica en otras culturas: ¿cómo se interioriza o, más bien, cómo se relee esta idea la cual podemos decir que conoce su génesis de la mano del maestro del suspense por antonomasia?

La actriz Eva Axén en Suspiria (1977)

El giallo: o cuando el crimen se convierte en una explosión de color

Sin lugar a duda, el auge del Technicolor, los avances tecnológicos de distinta índole, entre otras novedades de carácter técnico se vieron plasmadas en las creaciones procedentes de la industria cinematográfica al correr de los años. Decimos auge del Technicolor debido a que este proceso de creación de cine en color nació a finales de la Primera Guerra Mundial, no obstante, no todos los cineastas hacían uso de este pasmoso recurso. A finales de la década de los sesenta el uso del color se consolidó de una forma palpable ya que, ciertamente, se relegó, prácticamente, a un segundo plano el recurso del blanco y negro, a pesar de que no haya sido enterrado, pues cabe advertir que grandes cineastas como Woody Allen, o Sam Levinson en su reciente obra Malcolm & Marie (2021) siguen recurriendo, de una forma lírica, tal vez, al usual por tantos en otros tiempos y empleado más por obligación que por lirismo, blanco y negro. El color, en definitiva, permitió a los cineastas más excéntricos jugar, explorar y manejarlo al gusto personal de cada uno. El cine de terror, por consiguiente, se vería ahora más descarnado gracias al meticuloso uso de este recurso, suscitando, cada vez más una inhumana agonía entre los espectadores pero, por otro lado, contribuiría a mejorar los crímenes haciéndolos, desde el punto de vista artístico, mucho más espléndidos.

Viajando desde los estudios de Hollywood hacia el corazón de los bosques alemanes, donde un ya archiconocido Dario Argento, uno de los exponentes del cine giallo, filmó su obra más representativa: Suspiria, en el año 1977, es donde veríamos ese avance de carácter estético-artístico en las escenas más excéntricas y violentas de esa congregación de fotografías que compone cada film.  Misterio, sensualidad, erotismo, violencia extrema, sangre, vísceras, colores estridentes, heavy metal, son ese conjunto de palabras que podrían ocuparse de dar a luz a la creación del campo semántico del concepto de cine giallo, un género de terror italiano que nace en torno a los inicios de la década de 1920. El concepto de giallo, que quiere decir amarillo en italiano, proviene de la literatura, y se bautiza de esta forma, este nuevo y efervescente género cinematográfico, por el color de las portadas de las novelas que narraban crímenes, asesinatos, entre otras historias que destacan por dilucidar perfectamente los confines más tenebrosos de la psique humana. Dario Argento se posiciona, podríamos decir que junto a Mario Bava, como el líder, o al menos cineasta más paradigmático en llevar a cabo películas en estar dotadas de las peculiares y altisonantes características citadas líneas atrás. Su film, Suspiria, sobre el cual deslizaremos nuestra mirada más pormenorizadamente para aterrizar sobre nuestro segundo eje de reflexión, es considerado, probablemente, como la producción que hace llegar a este género, tan sumamente enigmático, a su punto más álgido.

En Suspiria, Dario Argento narra como el enriquecedor futuro de una joven americana se ve envuelto en una espiral de atroces vicisitudes cuando en la academia de baile alemana en la que es becada comienzan a morir brutalmente, una tras otra, todas sus compañeras. Poco a poco, Suzy Bannion, la heroína del largometraje interpretada por Jessica Harper, quien luego realizará un cameo en el desastroso –citando las palabras del propio Argento– remake de Luca Guadagnino, descubre que las autoras de todos esos fenómenos paranormales que van desenvolviéndose son las propias maestras de la escuela, quienes componen un rimbombante aquelarre de brujas en los subsuelos de la institución.

El espectador, aterrado y envuelto por la atmósfera ultraviolenta que es confeccionada por el cineasta y su equipo, observa las diferentes acciones que van desarrollándose desde el punto de mira del asesino, un recurso apasionante cuanto menos que hace que empaticemos y apreciemos en primera persona su acto, haciéndonos cómplices y partícipes de su obra de arte. El asesino, realmente, queda completamente desmaterializado y, por tanto, podemos preguntarnos hasta qué punto el propio espectador se puede incluso convertir en el propio criminal. No obstante, y volviendo a nuestra casilla de salida, es importante detenernos y admirar los recursos estilísticos manejados por Dario Argento en su largometraje, especialmente aquellos que explota a la hora de presentarle a su espectador escenas de homicidio, que son, en suma, recursos que contribuyen a darle a la escena del crimen ese peso de obra o plasmación de carácter artístico.

Apreciando el fotograma de nuestra izquierda observamos como la víctima, capturada en un excelentísimo contrapicado no del todo llevado a su paroxismo, parece llegar a fusionarse con el espeluznante inmueble que nos adentra en un universo de color sanguina. Todo se funde en ese eléctrico rojo, las formas geométricas dispuestas en friso que presentan los diferentes pisos de la edificación, las arquitecturas fingidas dispuestas verticalmente (columnas, pilastras, etcétera) también brillan sobre ese color rojizo, e incluso las paredes, que son la tónica que encierra al espectador en una obra monocromática que queda aún más acentuada, mediante la presencia de la víctima que desprende sangre a borbotones colgada del techo, como si esta formase parte de la arquitectura. Argento consigue que el aporte estético en el crimen evolucione, haciendo que la joven víctima caiga, quedando sostenida por la dolorosa cuerda, desde la solución de vidriera con la que se cubre el inmueble (fotograma de la derecha). Por tanto, aquí vemos, en esta sobresaliente escena que abre de forma in medias res el film, como las propias plasmaciones artísticas que consideraríamos “convencionales” ayudan a llevar a cabo el crimen y, por consiguiente, se engendra –gracias también a la ayuda del tan avanzado Technicolor del que hablábamos en nuestro párrafo introductorio a esta segunda parte– esa brillante estética. Dario Argento consigue que la muerte esté dotada de una exorbitante armonía que llega incluso a seguir unos cánones estéticos. Cánones que a ojos de los criminales que presenta Hitchcock en La soga, serían la mayor y más inteligente plasmación artística que puede ser atisbada por el ojo humano. El cine hace de este acto tan sumamente asqueroso algo hermoso, luminoso y eclipsante, dejándonos, esta clase de fotogramas, prendados y atados a ellos, al igual que una obra de arte y la experiencia estética que podemos entresacar de ella.

No es mera casualidad que abriésemos el telón de este nuevo apartado reflexionando en torno al concepto del color en el cine. Como bien nos lo demuestran los fotogramas escogidos para defender nuestra propuesta, vemos como los eclipsantes tonos de lo que hace uso el añorado Argento son, en definitiva, actores protagonistas para la confección de la obra de arte final, del crimen perfecto. Para más enjundia, podemos preguntarnos: ¿Acaso no es el color el actor principal de las obras del artista, pues, sin él, probablemente quedaría únicamente un lienzo o una tabla en blanco?

Siguiendo por esta misma línea, Argento nos presenta en Suspiria a una jovencísima Stefania Cassani, actriz que ha sido nominada a dos premios David de Donatello –la versión italiana de los Oscars-  interpretando a Sara, cómplice de Jessica Harper, la heroína del filme, quienes tratan de desenmascarar al grupúsculo de brujas milenarias que se esconden en los subsuelos de la academia de baile en la que viven. En cambio, el sino de Sara será mucho menos tentador que el de su compañera, pues esta acaba ahogada en la trampa que es tendida por las brujas. Algo que especialmente nos puede llamar la atención de la presentación de la muerte de la joven bailarina es que Argento vuelve a hacer uso del recurso del asesino desmaterializado, típico del giallo, haciendo que el espectador se convierta en el propio criminal. Además, el cineasta vuelve a meternos en una fría ducha artística, jugando con el color y con esa luz ultra luminiscente neón de un tono azulado, que nos deslumbra, haciendo que finalmente apenas veamos la escena del crimen, puesto que solo oímos gritos de sufrimiento fusionados con el sonido de guitarra eléctrica de Goblin, el grupo de rock italiano capitaneado por el mismísimo Argento que se ocupa de componer de la banda sonora de la película. Todo ello fusionado con los latidos de nuestro corazón, pues el espectador se halla ahogado en un pseudo Síndrome de Stendhal pervertido, haciendo que nuestras pulsaciones se aceleren. Nos emplazamos pues, si vemos todo lo que genera esta escena en el espectador, ante una posible obra de arte, pues esta queda presentada como tal, de eso no cabe la menor duda, haciendo que el espectador la admire como la veneraría un viandante en un museo, con miedo pero, al mismo tiempo, con ese ansia por dominarla y relacionarse con ella.

Ante los horizontes que nos amparan, debemos poner de manifiesto el contexto histórico-artístico en el cual Dario Argento llevó a cabo su producción. Nos encontramos en el pleno auge de las Segundas Vanguardias artísticas, las cuales conocen su advenimiento en el momento en el que empezaron a esbozar los primeros trazos del expresionismo abstracto, movimiento capitaneado por artistas de gran renombre como Jackson Pollock, su mujer, Lee Krasner,  o Franz Kline entrada la década de 1950. Podemos estar casi convencidos de que nuestro cineasta italiano pudo haber visitado exposiciones con obras que presenten este nuevo lenguaje artístico, especialmente si observamos que una de las tendencias artísticas que más en boga estaba poniéndose en torno a esas fechas era el minimal-art o minimalismo, movimiento que no necesita más presentación ya que su propio nombre nos indica su naturaleza. La obra de Dario Argento sumerge a su espectador de una forma tan sumamente poética en una exposición al puro estilo de las obras minimalistas, de ese minimalismo a la maniera de Dan Flavin o James Turrell, donde el rugido y la vibración del color es el máximo protagonista. El crimen se fusiona con él, creando, finalmente, una obra de arte total que consigue sobrepasarnos. Por tanto, aquí apreciamos como el crimen vuelve, otra vez, a convertirse en una obra de arte autónoma que nos deja fuera de serie. La luz y el color, ese recurso que, en definitiva, hace tanto del crimen como de la obra de arte una odisea mágica sin parangón alguno.

En nuestra contemporaneidad, el recurso de las luces empleadas en abundancia y el uso del color estridente siguen siendo atisbados por el espectador, a quien le dejan en la embriaguez más absoluta sobre el sillón, al igual que una obra de arte cuando nos supera. A su vez, estos recursos pueden acabar convirtiéndose en la seña personal de grandes cineastas como Gaspar Noé, inspirado en ciertas ocasiones, como él mismo advirtió en una entrevista, por Dario Argento a la hora de configurar sus filmes. Especial mención es la que debemos hacer a su último film, Lux Aeterna (2019), el cual parece, en primera instancia relatar de manera bastante angustiosa y exasperante las vivencias de un equipo de dirección durante un rodaje, mostrándonos los órganos del cine a través del cine –a lo que llamaríamos Metacine- pero que, si no estuviera filmada en ese formato tan bizarro como es el Split-screen o pantalla partida, el cual solo pueden emplear cineastas como Gaspar Noé o Darren Aronofsky  de una forma atinada, bien podría suponer, el film, un reportaje sobre el funcionamiento de un set al borde de un ataque de nervios antes de dar comienzo al rodaje de una superproducción. Una superproducción, en este caso, dirigida por una estrepitosa Béatrice Dalle, y protagonizada por Charlotte Gainsbourg, Abbey Lee Kershaw y Mica Argañaraz, por no olvidarnos de citar a otros actores y actrices recurrentes en las películas de Gaspar Noé como Karl Glusman, Félix Maritaud o Claude Majan Maull.

Son las últimas escenas del film las que nos dejan boquiabiertos, puesto que el espectador desconoce si está desarrollándose ante sus ojos un crimen real, un crimen falso o una mera prueba de grabación. Sea lo que fuere, esta escena de clausura, la cual nos deja con un desenlace a libre interpretación, nos ahoga en una mar de luz y de sonido, siendo, finalmente, ese brillo tan sumamente eclipsante quien domina toda la pantalla. Ante estos presupuestos, vemos como aquí se vuelve a destapar como, en ese lienzo en movimiento que supone el cine, prevalece ante todo el objetivo de mostrar el acto macabro de la manera más hermosa que se pueda hacer, teletransportándonos, como ha sido citado anteriormente, a una exposición o una galería de arte. Cada fotograma se convierte en una obra de arte más violenta y ajena a la otra y, en definitiva, hablaríamos aquí de muertes bellas que nos elevan y superan.

Llegados a este punto, vemos como el color, la luz, el sonido, la manera en la que se lleva a cabo la grabación del largometraje o incluso el guión, son utensilios similares a los pinceles, las brochas, los pigmentos, o incluso el propio soporte -los que utilizaría un pintor– y, con ellos, puede modelar de forma estética las atrocidades más perversas. Como bien hemos avanzado discretamente en los párrafos anteriores, conducir un crimen por las carreteras de la estética es la tónica que vislumbrar hasta qué punto el cine se puede permitir licencias de esta índole, consiguiendo despertar los pensamientos más lúgubres y tétricos que duermen sobre la mente de cada espectador, que se deleita y emociona con el espectáculo visual que se desenvuelve ante sus ojos.

Fotograma del filme La semilla del diablo (Roman Polanski, 1968)

El proceso del crimen como parte de la obra de arte con fundamento estético

Ahora bien, para conseguir una experiencia estética de mayor calado, esta, en la mayoría de las ocasiones, no ha de regirse por algoritmos guiados por la contingencia o la desnudez del azar: toda obra estética ha de recorrer un camino, configurarse de forma paulatina, y, en síntesis, pasar por un proceso creativo. Quitando de nuestra lista los fluxus o los happenings que, como su propio nombre revela, son plasmaciones artísticas que no se apoyan en ningún tipo de premeditación o esquema compositivo preconcebido, al contrario, ocurren y nacen de la espontaneidad más elocuente y pura, casi toda creación artística sigue unos pasos ya sean extremadamente extensos: paradigma de ello es el caso del artista Jean-Auguste-Dominique Ingres, quien tardó más de cincuenta años en culminar su obra La fuente (La source, 1856) o cortos, como era el caso de los impresionistas, quienes destacaban por la fluidez y velocidad en sus pinceladas, capaces de ejecutar varias obras al día. Algo análogo ocurre en el cosmos cinematográfico, y más en el cine de terror, a pesar de que pase desapercibido a ojo desnudo.

Ciertamente, existen creaciones de dicho género que elaboran escenarios que nos hacen esperar sentados hasta los últimos minutos del film para desvelarnos la creación artística o el secreto final y, por ende, veríamos como todo el desarrollo anterior, es decir, esos ciento veinte minutos de filme que se desarrollan a simple vista “estáticos”, son, por tanto, un elegante proceso creativo. Podemos citar a título de ejemplo dos filmes de Roman Polanski, adscritos a su aplaudida trilogía del Apartamento (1965-1977): La semilla del diablo (Rosemary’s Baby, 1968) y El quimérico inquilino (Le Locataire, 1977), donde a lo largo del desarrollo de las diferentes escenas parece que no esté sucediendo absolutamente nada fuera de la norma -especialmente en la primera citada– pero, realmente, es el momento en el que se está cociendo, o esbozando más bien, la obra de arte final, la cual nos dejará hiperventilando en una última estancia. Este tipo de películas son etiquetadas, normalmente, como cine de terror psicológico, el que supuestamente no nos aterra hasta el final pero que, realmente, todo aquello que ha de estremecernos es el desenvolvimiento del proceso que antecede al deletéreo desenlace.

Sin irnos por los cerros de Úbeda, y enganchando con nuestra temática sobre la estética del crimen, grandes cineastas de nuestra era consiguen dar a luz a crímenes que pasan por una especie de proceso creativo, proceso con el que el espectador consigue empatizar y, finalmente, acaba por admirar. Existe una atmósfera casi conceptual que baña por completo la idea de crimen en el cine, haciéndolo estético y digno de admiración. Esto ocurre en el filme de Yorgos Lanthimos, cineasta oriundo de Atenas y que atesora ya bajo su manga tres nominaciones a los premios Oscar, El sacrificio del ciervo sagrado (The Killing of a Sacred Deer, 2017). La maravillosa cinta presentada por Lanthimos nos brinda esa belleza del crimen que pasa por una concatenación de etapas cada cual más descarnada, dando lugar a una mordaz conclusión marcada por su intrínseca rareza y por la belleza, que puede residir en el proceso en el proceso previo al asesinato.

Protagonizada por un envejecido Colin Farrell y una enrarecida Nicole Kidman, El sacrificio del ciervo sagrado nos sumerge en un escenario enmarcado por unos encuadres y unos planos extremadamente originales y característicos que hacen dotar a los filmes de Lanthimos de una personalidad singular. La película presenta, en resumidas cuentas, la paulatina venganza de un joven adolescente interpretado por Barry Keoghan, quien busca rendir justicia al crimen cometido por Colin Farrell, un respetado cardiólogo que acabó durante una operación con la vida del padre del joven. A lo largo del filme, Yorgos Lanthimos presenta como esa venganza va siendo esbozada de forma lenta, como un dibujo preparatorio sobre un lienzo o sobre un mural que, antes de ejecutarse, pasa por una enorme diversidad de procesos. El joven, podría decirse que está dotado de una suerte de poderes sobrenaturales, siendo quien acabe hechizando a la familia de Farrell –menos a este– para que vayan muriendo progresivamente hasta que el padre de familia asesine a uno de ellos. Así pues, el joven adolescente busca que quien él considera asesino de su añorado padre se sumerja en sus carnes para sentir esa pérdida en primera persona, tal y como fue sentida por el joven.

Como bien ha sido precisado, el desarrollo del filme se basará en el gradual transcurso de la muerte de los dos hijos del cardiólogo (Sunny Suljic y Raffey Cassidy) y de su mujer (Nicole Kidman). Antes de morir, aquellos que sufren de dicho encantamiento pasarán por tres agonizantes etapas: la tetraplejia -quedando así inmóviles-, seguido de la anorexia –que irá matándolos de hambre poco a poco– y, tras ello, irán consumiéndose y vaciándose por dentro por causa de una hemofilia, es decir, la pérdida de sangre en abundancia. Es aún más lúgubre contemplar como este proceso va siguiendo una serie de cánones estéticos –que es en el fondo aquello que suscita interés en nosotros- , pues el espectador atisba como la sangre que va vaciando los cuerpos de los condenados por el rabioso adolescente va brotando de los ojos, dando lugar a disparejas pero interesantes semejanzas con algunos iconos marianos, lo que hace que nos preguntemos si: ¿es posible llegar a asemejar este proceso creativo previo al asesinato incluso con órdenes procedentes de temáticas bíblico-religiosas?

El asesinato es aquí planteado como un proceso artístico, de eso no cabe la menor duda. Cada etapa supone una nueva capa que se le da a la obra pictórica, consiguiendo, finalmente, ese resultado final, esa gran obra que es, nada más y nada menos, que la propia muerte, ¿pues acaso no es la muerte la última gran obra de arte de todo ser humano? Equiparar el asesinato a un proceso artístico que rebose de belleza remite a esa idea sobre la cual pivota esta reflexión: es apabullante apreciar como el cine puede presentarnos los actos más bestiales de una forma estética que hace que el espectador, sea admirador del género o simplemente curioso, quede, en definitiva, más que boquiabierto, prendado por estos procesos tan sumamente rocambolescos. Yorgos Lanthimos juega, quizá de manera inconsciente, con este binomio que supone la creación y el crimen, convirtiéndose en un esteta que acaba poniéndolo en simbiosis el gusto y el sabor de la venganza, idea que podemos decir audazmente que se convierte en un leitmotiv fundamental de sus tramas, puesto que la gran mayoría giran alrededor del concepto de vendetta y la creación artística.

Esta idea de belleza subyacente en el proceso creativo criminal que culmina en una obra estética se hace aún más patente cuando observamos cómo esos procesos previos son presentados por Lanthimos de una forma casi científica y medida, al igual que los pasos que ha de seguir todo artista para dar lugar a su creación. Esto último es especialmente perceptible gracias al uso de planos como el cenital, empleado para mostrarnos el primer síntoma del hijo de Farrell (Sunny Suljic), la tetraplejia y, por consiguiente, el primer proceso por el que ha de pasar la futura obra de arte. Este plano nos muestra lo que será la subsiguiente muerte como algo muy lejano pero que, paulatinamente, conforme avancen los síntomas, irá viéndose de manera mucho más cercana. Es el caso de la anorexia, el segundo síntoma del que hablábamos, que, cuando este afecta al hijo menor –que es finalmente ese ciervo sagrado– se plasma mediante el uso de un plano medio que se amolda a la perfección al constante encuadre panorámico (16:9) utilizado por Lanthimos en la integridad del largometraje, acercándonos, así pues, mucho más a la obra final que sería ese acto criminal.

No se quisiera soslayar en este escrito la citación a otra de las grandes entregas del cineasta griego como es su película Langosta (The Lobster, 2015). En Langosta, Yorgos Lanthimos lanza a su espectador una crítica intelectual sobre uno de los grandes síntomas y terrores de la cultura contemporánea: no encontrar nuestra media naranja y acabar compartiendo nuestros últimos días sobre la faz de la tierra con nuestra soledad iluminadora. Aquí, Lanthimos nos vuelve a presentar escenas que son como mínimo, atroces, pero estas quedan maquilladas por un halo de comedia que tan elegantemente es aplicado por el cineasta griego. En Langosta, aquellas personas que superan un rango de edad y que aún no han conseguido emparejarse han de ingresar en una especie de institución donde se reúnen con otros solteros y solteras. El objetivo es tratar de encontrar a tu media naranja en un rango de cuarenta días. Si finalmente esto no se logra el individuo quedará sometido a un proceso de transformación: pasaremos de estar dotados de un cuerpo de ser humano a un cuerpo, una forma y una mente de animal, es decir, quedamos convertidos en animales de cualquier tipo, privandonos así de nuestras cualidades intrínsecas y propias al ser humano. Nuestro cuerpo es remodelado, como lo es una escultura hecha por un artista, despropiándonos de nuestra esencia y dándonos otra completamente desemejante. Así, cabría anotar pues que se nos presenta un asesinato, un asesinato cobarde y pasado por los filtros de la transmutación corporal. Eliminar nuestra esencia, en palabras de Jean-Paul Sartre –a pesar de que algo cogido con pinzas– sería borrar nuestra existencia, a pesar de que ésta preceda a la esencia. El punto de vista existencialista se cuela entre el aura de la película del cineasta, a pesar de que este deje sartriano no pueda divisarse de manera directa. Por consiguiente, y para retornar a nuestro punto de partida primigenio, vemos como se vuelve a crear una especie de forma de presentarnos un crimen de una forma poética y turbia al mismo tiempo, que nos descoloca por completo, especialmente debido a su alta carga estética, pues bien lo pueden corroborar los siguientes fotogramas que dispongo a modo de ilustración que no solamente sobresalen por esa estética que confecciona Lanthimos al más puro estilo de Wes Anderson, sino también por su perfección matemática, donde cada plano se convierte en una joya artística con personalidad propia.

Reflexiones a modo de colofón

El cine es un arte que no deja de sorprendernos. Este se convierte, una vez más, sin lugar a duda, en una fuente de inspiración, de reflexión y de meditación inoxidable. Nuestro cerebro se cuela entre cada uno de los fotogramas que es presentado por el cineasta haciendo que nuestros pensamientos comiencen a esbozar un escrito imaginario. Eso es lo que puede ocurrirnos cada vez que tenemos la oportunidad de ver un filme y, por ende, esto es lo que ha dado a luz a la a elaboración del presente artículo. Mil películas pueden ser citadas y pueden casar con esta idea a propósito de la estética del crimen, ya que, en el fondo: ¿Acaso no es el cine una obra de arte total en sí misma y, por ende, todo aquello que lo envuelve, sea un crimen, una escena cargada de belicismo u otras barbaries que, a ojos del ser humano, en la vida real, son actos despreciables pero que, el cine, una vez más, los acaba embelleciendo y los hace insuperables? Cada creación cinematográfica es un mensaje, cada film tiene su razón de ser, es comunicación y expresión, siendo la creación artística más pura de todas ya que está dotada del poder de emocionar a su espectador aunque muestre escenas difíciles de digerir.

Así, tras este viaje por los confines de la cinematografía de diferentes épocas y culturas, probablemente, ya no volvamos a enjuiciar los diferentes e irremisibles actos criminales de manera desdeñosa e insultante –tal y como podemos llegar a verlos en ciertas ocasiones– sino que quizá, consigamos tal vez, exprimirles todo el jugo artístico del que están provistos, explorando los diferentes recursos empleados y ver cómo, a fin de cuentas, hasta las escenas más indigestas se convierten en un vibrante viaje artístico.

Sergio Sanchis-Pérez. Estudiante de Historia del Arte. Campos de estudio e interés: cultura visual contemporánea, teoría del cine de terror, estética y filosofía de la imagen, estudios antropológicos de la imagen, lenguaje técnico-artístico del audiovisual. Ha publicado en diversas revistas universitarias y en diferentes periódicos culturales. Colabora con Código Cine desde febrero de 2021.

Tomado de: Código cine

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ENDAC o la construcción de una Base de Conocimientos del audiovisual cubano

Por Juan Antonio García Borrero @JuanAnt54437386

Para Alex Halkin,

por la ENDAC

He comenzado a escribir este texto sin saber hacia dónde terminarán conduciéndome las ideas que anoto. Sé que quiero hablar de la Enciclopedia Digital del Audiovisual Cubano (ENDAC), ese proyecto que vengo impulsando desde hace cinco años; pero, en verdad, sé que la ENDAC es tan solo el pretexto que usaré para reflexionar sobre historiografía del audiovisual cubano en tiempos de revolución digital, y con ello de informatización, digitalización, datificación, y gestión informatizada de sus memorias.

Con la Enciclopedia Digital del Audiovisual Cubano hemos pretendido construir una plataforma que permita acceder, desde cualquier parte del planeta donde exista conexión a la red de redes, al conocimiento de cualquiera de las áreas vinculadas a la producción, distribución, consumo, promoción y/o estudio de las imágenes en movimiento asociadas a lo cubano, acompañadas o no de sonido, y posteriormente proyectadas sobre alguna superficie (tela, pared, pantalla electrónica, etc).

De allí que hablemos, no de una enciclopedia del cine cubano (ni siquiera del “cine cubano expandido”, para utilizar el término acuñado en su momento por Gene Youngblood), sino en todo caso del audiovisual cubano, lo cual nos permitirá cartografiar un territorio inmenso. Una vez que se recorre sin los prejuicios a los que nos somete el concepto “cine” que hemos heredado hasta el momento, estimulará el establecimiento de inéditas conexiones, así como la recuperación de “historias” que han sido sumergidas bajo el peso de la Historia oficial, esa que está pensada a partir de “las grandes películas” y “los grandes autores”.

Esto significa que en la ENDAC encontraremos información sobre las cintas (sin importar las modalidades o soportes utilizados) y los cineastas que las hacen posibles, pero también sobre las tecnologías empleadas, los espacios donde se visibilizan y discuten (salas cinematográficas, festivales, cine clubes, cinematecas, canales de televisión, sitios de Internet, etc), los libros que aluden a esos fenómeno. Siempre con un enfoque transnacional, que nos permitirá reconstruir un rastro que casi nunca se origina o se queda en un único país.

Aunque los debates asociados a estos temas ya son bastante numerosos en el mundo, entre los cubanos que nos dedicamos al estudio de las imágenes audiovisuales, eso parece ser un terreno vedado. No es que estemos ajenos al universo digital, toda vez que es fácil comprobar que la información sobre el cine nacional crece de modo exponencial en la red, por lo que ya formaríamos también parte de eso que han llamado “bibliotecas sin paredes”.

Pero justo allí es donde comienzan a advertirse los primeros problemas: la facilidad para acceder a ese exceso de información, lejos de garantizarnos la obtención de conocimientos útiles, ha agudizado en su negatividad el conocido síndrome de la infoxicación.

Nunca antes los estudiosos habíamos tenido a la mano tantas fuentes para consultar. Por otro lado, la colosal digitalización de libros especializados nos ha permitido conformar bibliotecas personales que no alcanzarían cuatro vidas para leer un veinte por ciento de los textos que las conforman. Asimismo, el desarrollo de Bases de Datos (BD) y Sistemas de Gestión de Bases de Datos (SGBD) cada vez más sofisticadas e intuitivas para un usuario no necesariamente ducho en la informática, multiplican hasta el infinito las posibilidades de incorporar al ciberespacio todo tipo de información.

Entonces, ¿qué hacer ante esa impresionante miríada de noticias, rumores, comentarios que aparecen vertiginosamente ante nuestros ojos en la red de redes, y son reemplazadas con la misma rapidez con que llegaron las antiguas? ¿Cómo iniciarnos en esa forzosa campaña de alfabetización informacional que demandarían las nuevas modalidades de enseñanza y aprendizaje derivadas, necesariamente, de los nuevos entornos?

Como no pretendo que estas notas se asocien a un informe técnico de lo acontecido con la ENDAC (no soy informático), prefiero vincular el recuento de su origen y desarrollo al arqueo de mis experiencias más personales, esas que me llevaron a iniciarme en el culto al cine como el típico cinéfilo y coleccionista de crónicas escritas por otros en los periódicos y revistas.

En aquella época inicial, como es lógico, lo que dominaba era la cinefilia compulsiva. Devoraba cuanta película pudiera llegar ante mis ojos, sin importar demasiado los atributos de las mismas. El punto de giro en la calidad de aquel consumo audiovisual que sigue siendo desaforado y adictivo, debo asociarlo al descubrimiento de las proyecciones que se hacían en la Cinemateca de Camagüey, y al casi inmediato ingreso como miembro de varios Cine Clubes que lideraba Luciano Castillo, de modo ejemplar, en la ciudad.

Recuerdo que a partir de entonces comencé a recortar y conservar todo lo que apareciese vinculado al cine en nuestras publicaciones nacionales. Conservo aún el viejo archivo de madera, atestado de carpetas donde pueden encontrarse los recortes de reseñas o entrevistas, y distribuidas de acuerdo a las nacionalidades de las películas, o por directores.

En la distancia crítica que me proporciona el tiempo trascurrido, consigo apreciar la ingenuidad con la que clasificaba aquella documentación. Por supuesto, entonces no tenía ni la más leve idea de las cuestiones que Jacques Derrida planteara, hacia 1994, en su polémico texto Mal de archivo.

No había comprendido aún que los ficheros nunca son inocentes. Cuando conseguimos articular algún relato sobre la base de lo que esa papelería nos comunica, en realidad no estamos haciendo un uso objetivo de la misma, sino que ante todo interpretamos lo que allí se expresa de acuerdo al conjunto de filias y fobias que habitan previamente en nosotros, por lo que entregamos informes que hablan sobre todo de nuestra subjetividad, por mucho que intentemos enmascarar los sesgos con el rigor científico.

Entonces, llegar a la ENDAC también ha sido la posibilidad de tomar conciencia de esas limitaciones individuales. Después de tantos libros escritos por mí para hablar del cine producido por el ICAIC, o del cine sumergido (Estudios Cinematográficos de la Televisión o de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, cine clubes de creación, Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, entre otros), o del cine de la diáspora o el exilio, descubro que estos solo han servido para hacerme retornar al punto inicial que despertó aquella primigenia sospecha intelectual, cuando me asaltó la impresión de que esa Historia del cine cubano que conocíamos se reducía peligrosamente a la Historia de la institución ICAIC. Esto me obligaba a repensar el concepto mismo de cine nacional, compartido por mí hasta ese momento, sin sobresalto alguno.

Es cierto que ahora, gracias a esos libros y las investigaciones desplegadas, tengo más información en mis manos. Pero, como dije antes, también sabemos que la creciente acumulación de datos, por cuantiosos que sean estos, no garantiza que alcancemos una comprensión cabal de los procesos que han posibilitado el orden de las cosas que examinamos. Y mucho menos hay garantía de que esa información se traduzca en conocimiento útil.

Por otro lado, en la misma medida que me adentraba en terrenos que hasta entonces eran absolutamente desconocidos, como puede ser la producción audiovisual de cubanos residentes más allá del espacio físico de la isla, comprendía mucho mejor lo que en su momento anotó Xavier Zubiri: “Investigar lo que algo es en la realidad es faena inacabable, porque lo real mismo nunca está acabado. La realidad es abierta y múltiple”.

Esto explica que mi heredada idea del cine nacional, en la misma medida en que me familiarizaba con todo ese conjunto de prácticas vinculadas al audiovisual producido y/o consumido por cubanos más allá de la institución ICAIC, poco a poco fuese reemplazada por la de un cuerpo audiovisual de la nación.

No obstante, si bien lo de la nación puede describirnos mucho mejor, por inclusiva, las diversas dinámicas que se van articulando de modo transversal y transnacional en este campo de estudio que sería la cultura audiovisual asociada a Cuba, tampoco se basta a sí misma para formular hipótesis que estimulen las investigaciones con metodologías novedosas.

Y es aquí donde tendría que apreciar a la ENDAC, como la herramienta que me está permitiendo, en un plano personal, representar ese universo audiovisual de un modo diferente. Para empezar, la ENDAC ya no me funciona como una simple Base de datos (Data Base), que es como la apreciaba al principio, sino como una auténtica Base de Conocimientos (Knowledge Base). En tanto, a través de lo colaborativo, se van formulando y reformulando toda una serie de preguntas y respuestas que ayudan a conformar rutas de aprendizajes, en función de los intereses más puntuales de los usuarios.

A diferencia de las Bases de Datos tradicionales, donde la información suele ocupar una posición estable, y más bien permanece a la espera del estudioso que la consultará (si la encuentra), en una Base de Conocimientos (o Co-Laboratorio, como también me gusta llamarle) aspiramos a estimular la colaboración entre usuarios, buscando convertir en conocimiento útil esa ingente información que, lejos de ser almacenada de modo pasivo, se convierte en aprendizaje compartido.

Para ello será preciso que logremos distinguir las diferencias entre la digitalización, que según los estudiosos Viktor Mayer-Schönberger y Kenneth Cukier en su libro Big Data. La revolución de los datos masivos sería “hacer que la información analógica fuese legible por los ordenadores, lo que también la vuelve más fácil y barata de almacenar y procesar”, y la datificación, algo que los autores describen como la acción de plasmar un fenómeno cualquiera “en un formato cuantificado para que pueda ser tabulado y analizado”.

El simple almacenamiento de información digitalizada difícilmente permitirá construir conocimientos rentables, toda vez que el valor de los datos no se aprecia en ellos como algo aislado, sino precisamente en la posibilidad de establecer correlaciones que nos permitan avizorar tendencias sumergidas, apreciar patrones de comportamientos grupales inconscientes, o conectar caminos que hasta ese momento estaban vedados. Y justo esas potencialidades heurísticas de la herramienta es lo que más deseamos aprovechar de la ENDAC, haciendo nuestra la convicción de Roger Chartier: “A mi parecer, lo que da sentido a los análisis historiográficos o metodológicos es su capacidad de inventar objetos de investigación, de proponer nuevas categorías interpretativas y construir comprensiones inéditas de problemas antiguos”.

En el caso del audiovisual cubano y su historiografía, son varios los problemas que pudieran aspirar a una solución, aprovechando las características de esta tecnología interactiva que, sin darnos cuenta, ya se ha naturalizado en nuestro entorno mediático. Por ejemplo, en la narrativa tradicional asociada al cine cubano, hasta ahora los relatos se acumulan de modo secuencial, colindando entre sí, pero rara vez mezclándose. Así, es difícil encontrar visiones donde convivan de un modo natural el ICAIC y el Cine Joven, los Cine-Clubes de Creación y el Movimiento Audiovisual en Nuevitas, el cine hecho para televisión y el producido por la EICTV.

Más raro aún es encontrarse biografías donde se aprecie como un todo al individuo que, antes de hacer películas, vio filmes que ayudaron a su formación, leyó libros como cinéfilo, e interactuó como miembro de determinados cine-clubes. Y también suele suceder que, si ha abandonado el país, su bio-filmografía se corta de modo brusco, como si irse de Cuba significara un fade a negro concluyente, que condiciona de modo automático el apagón creativo o existencial.

Dicho de otra manera: en nuestros modos de pensar el audiovisual cubano lo que domina es la perspectiva molecular, con abundantes referencias a los diversos elementos individuales que conforman ese paisaje múltiple y dinámico. Pero nos haría falta un enfoque molar, donde el entorno sea apreciado con una perspectiva de conjunto que permita explicar las diversas interacciones que van aconteciendo en el conjunto de realidades (tecnológicas, sociales, biológicas, culturales, etc) que conviven de modo sincrónico, más allá de lo que los individuos y las instituciones aisladas se van representando a sí mismos en su modalidad diacrónica.

Por otro lado, en la ENDAC apostamos por la pesquisa de esos espacios donde se ha difuminado lo familiar, pues sabemos que, más allá de las sombras historiográficas, lo que se ha perdido de vista permanece conectado con otras tramas que, unidas a las que conocemos, conforman eso que Unamuno llamaría la intrahistoria, algo que vive en el silencio de lo cotidiano, alejada de las pompas oficiales, los reflectores y los archivos públicos, y es común a toda la humanidad.

Sin embargo, nada de eso se podría lograr si a la par que se proponen los nuevos contenidos, no se estimula la imprescindible Alfabetización Informacional (ALFIN) que debe acompañar a esa revolución epistémica que ya se ha comenzado a vivir, toda vez que reconocemos como algo que ya es tangible ese escenario que describía Richard Gennaro al apuntar en las postrimerías del siglo pasado:

“La cuestión ahora no es cuántos volúmenes posee una biblioteca o qué tan grande es, sino con qué eficiencia puede ofrecer recursos necesarios a los usuarios mediante la nueva tecnología. La nueva tecnología no hará que las colecciones existentes de libros y revistas se vuelvan obsoletas e innecesarias, pero ya no serán los únicos –ni siquiera los principales- recursos de la biblioteca del futuro. En este mundo de recursos electrónicos, será menor la ventaja relativa de que actualmente goza un investigador en una importante biblioteca de investigación”.(1)

Tampoco hay que llamarse a engaño. La comprensión de que las cosas esenciales han cambiado de modo radical a nuestro derredor, tarda muchísimo tiempo (tal vez siglos) en concretarse, lo que explica que casi siempre la llegada de nuevos artefactos y tecnologías intenten ser domesticadas dentro de un entorno donde se quiere preservar lo que se conocía, lo que era familiar. Así, nuestra resistencia analógica todavía nos hace pensar en el ordenador como una máquina de escribir, aunque más sofisticada; lo mismo que el móvil sería una variante ingeniosa del teléfono fijo de antaño.

Por tanto, cuando hablamos de construir con la ENDAC una Base de Conocimientos del audiovisual cubano, estamos proponiendo superar esa antigua lógica a través de la cual confiábamos en que la construcción de una “Verdad”, o de la “Historia”, respondía al uso concienzudo de los datos que llegan a nuestros sentidos.

Ahora, antes que certidumbres heredadas, encontraremos sospechas que nos harán preguntar por lo que ha quedado en las sombras historiográficas. Las afirmaciones rotundas serán sustituidas por los debates permanentes donde se someten a críticas las visiones grupales o individuales. Los grandes acontecimientos serán explicados a la luz de lo que estaba sucediendo de modo anónimo en el día a día. Las grandes biografías que ya eran espléndidas se enriquecerán con los aportes de quienes estuvieron espléndidamente de paso, y se manifestaron a través de la inteligencia colectiva, que es anónima. Las efemérides dejarán de ser puntos de celebración, para convertirse en signos de interrogación. Las tecnologías perderán su engañosa inocencia y tendrán que rendir cuenta de su rol de prótesis y anteojos. Los espacios de socialización (salas cinematográficas, festivales, eventos, sitios en Internet, etc) devolverán las memorias de quienes imaginaron esto que ya somos, pero también de lo que quisimos ser y no se pudo.

Y, no menos importante, el cine será visto otra vez por lo que siempre fue y seguirá siendo: una gran plataforma de incesantes flujos transnacionales, de deseos, fantasías, e infinita libertad.

Camagüey, Cuba, 11 de enero de 2021.

Nota

Richard Gennaro. Bibliotecas, la tecnología y el mercado de la información. Editorial Félix Varela, La Habana, 2006, p 9.

Tomado de: Revista El Caimán Barbudo

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James Bond y un nuevo cambio de posta

Por Carlos Galiano

Llegó por fin a las pantallas el postergado estreno de Sin tiempo para morir (No Time to Die), la película número 25 de la saga de James Bond, que la pandemia ha hecho prácticamente coincidir con el aniversario 60 del primer filme que tuvo como protagonista al personaje creado por el novelista británico Ian Fleming: Dr. No (1962).

Sus productores aguardaron estoicamente por este momento, mientras Sin tiempo para morir se convertía en la demora más connotada entre los estrenos aplazados por la COVID-19. No había plataforma online posible; filmada en formato IMAX para ser proyectada en salas con esa tecnología, su destino no podía ser otro que la gran pantalla. Nunca una película del mítico 007 había tenido tantas dificultades para llegar a los espectadores, y nunca se había preparado con tanto esmero, desde el guion hasta la puesta en escena, la despedida de uno de los seis intérpretes que hasta ahora han dado vida al incondicional agente de los servicios secretos de Su Majestad británica.

Sin tiempo para morir es, efectivamente, el adiós del actor Daniel Craig al papel que interpretó en cinco ocasiones en los títulos Casino Royale (2006), Quantum of Solace (2008), Skyfall (2012), Spectre (2015) y ahora No Time to Die (2021). Le precedieron Sean Connery (1962-1967; 1971), George Lazenby (1969), Roger Moore (1973-1985, el que más veces lo encarnó), Timothy Dalton (1986-1993) y Pierce Brosnan (1995-2002).

Mucho se ha hablado y escrito sobre el vuelco que Craig le dio a la caracterización del personaje, que, según las propias declaraciones del actor, siempre concibió como una mezcla de vulnerabilidad y dureza que le otorgaba una mayor densidad sicológica y complejidad como ser humano. La clave está en que, a diferencia de sus antecesores, Daniel Craig nunca presumió de galán, por lo que no fue el carácter seductor del bon vivant tan afín a los estilos de Connery, Moore, Dalton y Brosnan lo que marcó el sello personal de su versión Bond, sino una combinación a partes iguales de tipo duro, hombre de acción y persona que siente y padece como cualquier otra.

A este último James Bond no solo se le otorgó licencia para matar, sino también para amar, sufrir, dudar, errar, tener presumiblemente descendencia y hasta ―aparentemente― morir.

Así lo resume la coproductora de Sin tiempo para morir, Barbara Broccoli: “Daniel Craig ha llevado a Bond y la saga 007 a un lugar tan extraordinario y tan satisfactorio a nivel emocional que no puedo imaginar el personaje después de él. Empezaremos a pensar en ello una vez todo el mundo se haya hecho a la idea. Sobre todo nosotros, porque nos costará más que a nadie aceptar que se ha acabado y pasar página antes de empezar un nuevo capítulo. Es como si, recién bajada del altar, te preguntan quién será tu siguiente marido. No vamos a empezar a trabajar en la próxima entrega hasta el año que viene. Lo que queda para la historia es que Daniel ha creado un Bond para la eternidad”.

Mientras se nos revela quién será el sustituto, Daniel Craig abandona el olimpo Bond por todo lo alto con una historia en la que los ingredientes habituales de intrigas, complots, persecuciones y escenas de acción se conjugan en una espectacular puesta en escena con la que el director norteamericano de ascendencia japonesa y sueca Cary Fukunaga ratifica la marca de autor ya reconocida en anteriores trabajos suyos como la coproducción mexicano-norteamericana rodada en español Sin nombre (2009), premio al mejor director en el Festival de Sundance, y la serie televisiva True Detective (2014), premio Primetime Emmy a la mejor dirección de serie dramática.

Por cierto, cuando Cary Fukunaga reemplazó al británico Danny Boyle luego de que este renunciara a dirigir la vigésimo quinta entrega de la saga por “diferencias creativas” con los productores (incluyendo a Daniel Craig), los medios lo señalaron erróneamente como el primer estadounidense que realizaría un James Bond, ignorando a otros anteriores como Irvin Kershner, John Huston y Robert Parrish a partir del histórico litigio que separa los episodios del 007 que pertenecen a su franquicia “oficial” (Eon Productions) de los que no.

Fukunaga, con la colaboración de los guionistas habituales de la saga, Neal Purvis y Robert Wade, introduce en Sin tiempo para morir elementos novedosos y actualizados en torno al héroe, como es el empoderamiento de los personajes femeninos que lo secundan, en lo que ha sido calificado como el tránsito de las tradicionales “chicas Bond” a las “mujeres Bond”.

Una de ellas, Paloma, es interpretada por la cubana Ana de Armas, quien funge como apoyo logístico del 007 lanzando también patadas de artes marciales y ráfagas de disparos en un segmento de la trama que tiene lugar nada menos que en Santiago de Cuba, recreada escenográficamente a imagen y semejanza de la Cuba de los años cincuenta, pero con la sorpresiva y divertida irrupción en las calles de taxis y carros patrulleros Lada, muy lejos, por supuesto, del malabarístico desempeño vial del glorioso Aston Martin que conduce el súper espía. El episodio, afortunadamente, no dura más de lo necesario para dejar inscrita a nuestra compatriota (Santa Cruz del Norte, 1988) en la selecta lista de “mujeres Bond” (su consagración parece estar en camino con la caracterización de Marilyn Monroe en Blonde, que Netflix finalmente ha accedido a exhibir sin censura. Se estrena en el Festival de Sundance en enero de 2022).

La otra, Nomi, en la piel de la británica Lashana Lynch, llega a lo inimaginable en una película de James Bond, más aún para un personaje femenino y negra: obtener temporalmente el número de agente 007, lo que ha sido interpretado como un posible guiño a la sucesión de Graig. Eso sí, no por mucho tiempo: haciendo gala de una actitud ética ejemplar, Nomi le restituye su identificación al depositario original para dejar en el ambiente solo las especulaciones pertinentes sobre quién heredará el trono.

Se cierra así una temporada más de la franquicia y se abren las expectativas sobre quién vendrá a continuación. Cada agente 007 tiene su propio universo personal, y ese universo no se traspasa de una encarnación a otra. Mientras en la literatura es siempre la misma criatura creada por Ian Fleming de aventura en aventura, en el cine James Bond se reinicia (ese término en inglés ahora tan frecuentemente empleado que es reboot) con cada nuevo actor… ¿o actriz?

Tomado de: Cubacine

Tráiler Sin tiempo para morir (Reino Unido, 2021) de Cary Joji Fukunaga

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La metamorfosis

Por Francisco Sierra Caballero

Acabó de concluir la tercera temporada de la serie Narcos. Trepidante, con un guion cuidado y una magistral interpretación actoral de todo el reparto, sin altibajos ni secundarios de relleno que no dan el ancho. Impecable factura de una fórmula narrativa que tiene éxito básicamente porque muestra la realidad cruda tal cual es: desde la violencia entre bandas narcotraficantes a la corrupción del PRI Estado o el feminicidio de Ciudad Juárez. Una producción que nos muestra la vida cotidiana de nuestro México lindo y querido.

Quienes hemos vivido y amamos esta segunda patria bien sabemos que lo narrado es una ficción veraz que muestra subrepticiamente, sin querer queriendo, la vida cotidiana de los de abajo, los sin nadie, e incluso la estética que en los ochenta y noventa se impuso como norma en Tijuana o Cali.

Hablamos, como en Sin tetas no hay paraíso, del cambio del cuerpo y los modos y usos, una metamorfosis que convirtiera a la mujer en valor de cambio y el valor de cambio en flujo que todo mudaba con el dólar y el perico como actores protagonistas de las formas reinantes.

Algo similar a lo que observamos con el colapso del capitalismo que estamos viviendo. O, si prefieren, en el mundo al revés, la emergencia y dominio en la esfera pública de las formas subalternas de expresión. Así, el “Sleazecore” es la última tendencia estética de esta era neobarroca que asume el estilo delincuencial del narcotráfico imitando a Pablo Escobar cuando los magnates del Capital y el FMI habitan en Alcalá Meco.

De Justin Bieber a Miami Vice, el antihéroe marginal se impone como modelo de referencia, del tatuaje carcelario y la cultura plebeya al trap y el reagetton. Así, el estilo maximalista de Jeremy Scott tiene ecos de las series de Netflix. El imaginario contrabandista empieza a invadir la cultura pop, con lo que ello implica como forma dominante. Y se proyecta en formatos como Mujeres, Hombres y Viceversa, un modelo de referencia de canis y chonis que tienen su predicamento en los jóvenes sin esperanza que emulan la distopía de Black Mirror en la forma-concurso del éxito a partir de tratar de marcar una diferencia que es la indiferencia de lo mismo como eterno retorno.

Más allá del imperativo del discurso patriarcal y falocéntrico, lo que prima en la cultura de La Isla de las Tentaciones no es tanto la desigualdad de género como la igualación por el principio de universal equivalencia del reino de la fantasía, de la imagen.

El sentido de este formato es la lógica de la forma mercancía. El mercado de los afectos es el eterno retorno de la circulación de canis y chonis condenados a rolear porque el principio real de la circulación no es otro que la falsa promesa de ser diferentes, de ser distinguidos, aplazando el sueño dorado de quedar fijo en el reino del Olimpo catódico propio del escaparate mediático.

Esta deriva afecta por igual a la información rosa, los reality shows o los cantantes de moda a lo Tangana. Como anticiparan Los ilegales, son macarras, son horteras y van a toda hostia por la carretera, probablemente para estrellarse, porque la oferta supera a la demanda. Hay mucho cani suelto dispuesto a su minuto de gloria («porque yo me lo merezco» sería la expresión apropiada del nuevo individualismo quinqui).

El caso es que esta tendencia apunta el dominio de la pulsión plebeya a nivel formal, aunque dominada por el mito de Robinson Crusoe, desconectada de lo social, de las posibilidades políticas de los retazos y detritus de la historia. Así que conviene empezar a vindicar con esta estética de lo marginal y una alternativa de lo común.

Cuando las iglesias se vacían y los museos se llenan, es tiempo de asumir el culto a una estética sucia o por qué no defender lo cerdo y constituirnos en piara, como nos dicen en el Norte, más aún cuando funciona tan bien el ibérico y el Museo del Jamón.

Mientras nos contentamos con empezar a perrear con Bad Bunny, conviene empezar a mirar las formas que aparecen, al menos para eludir los peligros de una metamorfosis sin poder real de transformación, por mucho que lo piensen algunos. Yo, por mi parte, me comprometo a asumir ese compromiso.

Mi amiga Maka, que ha sido madre recientemente, siempre me critica por ser tan formal (no crean que solo en el universo académico o en el estilo clásico de vida, sino incluso a la hora de escribir). Es capaz de impugnar mi modo traje o quitarme la corbata si me descuido entre cerveza y cerveza en Tramallol.

Ella ya me solicitó «menos chaqueta y más chandalismo». Así que hacemos nuestra su proclama. Si hace tiempo vindicamos la fiambrera obrera, lo de Hugo Chávez fue premonitorio. Debiera haber exigido derechos de autoría por el uso del chándal a las firmas de moda o los cantantes de éxito. ¿Sabrán los figurantes de Mujeres y Hombres y Viceversa este antecedente? Me temo que no. No leen, solo escuchan y miran la pantalla, y no para leer precisamente el periódico. Cosas de la metamorfosis que dan que pensar.

Tomado de: Montilla digital

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