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El despertar de una generación

Jóvenes alfabetizadoras en la Plaza de la Revolución

Por Graziella Pogolotti

Conviven entre nosotros varias generaciones, cada una de ellas modelada por tiempos y circunstancias diferentes. De la más antigua —ayer denso y frondoso bosque— el paso de los años va dejando árboles dispersos. Sus raíces se hunden en el recuerdo de las luchas contra la tiranía, en las vivencias de una República en proceso de descomposición y en los albores épicos del triunfo de enero de 1959.

La siguiente surgió con el anhelo de cumplir tareas de gigantes. Tuvo la oportunidad de hacerlo cuando, apenas a la salida de la infancia, fue convocada a participar en la Campaña de Alfabetización. Estamos arribando a las seis décadas de aquella hazaña portentosa, asociada simbólicamente a la cartilla y al farol.

Transcurría el año 1961, en el cual se sentaron dos pilares fundamentales para la conquista de la soberanía: la victoria de Playa Girón y el inicio de una revolución en el terreno de la educación, decisiva para el logro de la plena emancipación humana, cimentada en la formación de un sujeto crítico, consciente y participativo, capaz de potenciar al máximo sus facultades creativas.

En secuencia célebre de Memorias del subdesarrollo, Sergio contempla la ciudad a través de un catalejo. El conflicto planteado por Tomás Gutiérrez Alea en ese clásico de la filmografía latinoamericana se adscribe al debate de ideas que caracterizó a la década del 60 del pasado siglo. Desde los ángulos más diversos —la economía, la sociología, la política y la cultura— se llevaba a cabo un sistemático desmontaje de las formas de opresión colonial y sus consecuencias en la vida de las naciones emergentes.

Roberto Fernández Retamar se refirió reiteradamente a la dramática contradicción entre países subdesarrollantes y subdesarrollados, porque la dependencia engendra deformaciones estructurales de la economía, con sus repercusiones en el abismo de desigualdades creado en la sociedad y en la cultura. En este último caso se manifiesta en un reducido sector ilustrado con visos de modernidad, instalado sobre un trasfondo que permanece al margen de la historia.

Con la Campaña de Alfabetización, sus protagonistas, aquellos adolescentes formados en contextos urbanos, descubrieron la violencia impuesta por el subdesarrollo a través de la miseria extrema, las vidas cercenadas por la falta de acceso a los servicios médicos, así como las expresiones de otra cultura y de otros valores. Lo hicieron a través de la convivencia cotidiana en territorios regidos por el más absoluto desamparo y la ausencia de información.

Fue un aprendizaje que rebasaba las enseñanzas de los libros de historia y revelaba, con la crudeza de la confrontación directa, las realidades siempre silenciadas que configuraban la esencia y el destino del país. Como antecedente de esa experiencia, en conmemoración del 26 de Julio, más de medio millón de campesinos pudieron visitar La Habana, acogidos muchos de ellos en hogares capitalinos.

El rescate de la soberanía de la nación y el enfrentamiento al imperialismo pasaban por el reconocimiento del otro, por la redefinición del concepto de cultura y por la valoración de la naturaleza del subdesarrollo. Constituían el fundamento de una larga lucha por la emancipación, que imponía la necesidad de superar una pesada carga en lo interno, acumulada a través de siglos de dominación colonial.

Para las manos encallecidas en el duro laboreo, adaptarse al manejo del lápiz constituyó un desafío. Había que asumirlo cada noche, robar horas al sueño al cabo de la jornada de trabajo, alumbrados tan solo por el farol parpadeante. Valía la pena sobreponerse al cansancio e intentar la tarea. Significaba, ante todo, un acrecentamiento de la autoestima, un paso decisivo en la conquista de la dignidad. No tendrían que volver a padecer la humillación de firmar con una cruz documentos de implicaciones desconocidas.

Representaba también, para ellos y para sus hijos, la posibilidad de incorporarse a una acelerada dinámica social, de construir proyectos de vida y de constituirse en sujetos actuantes en la transformación del país. Sin esa acción precursora, convertida en una auténtica y profunda revolución cultural, no hubiéramos podido lograr el desarrollo científico que hoy nos enorgullece.

Fue una hazaña sin precedentes. Pulverizó los pronósticos de los más calificados especialistas a nivel internacional. Nació de la confianza depositada en las potencialidades latentes en el pueblo, convocado a participar en un empeño redentor. Entre los actores se contaban los muchachos procedentes de las capas urbanas y aquellos otros, deseosos de adueñarse de la letra confiados en la construcción de un porvenir mejor, así como los pedagogos formados en la mejor tradición cubana que supieron elaborar métodos de instrucción ajustados a las posibilidades de maestros neófitos.

Al cumplir su sexagésimo aniversario, la evocación de la Campaña de Alfabetización no puede reducirse a un homenaje formal. Sigue constituyendo fuente de aprendizaje. Incita a la relectura productiva de las razones y el sentido del proceso revolucionario cuando la confrontación con el poder hegemónico pasa por la economía y alcanza la sociedad, la cultura y los medios de comunicación. Hoy como ayer, en un contexto de creciente complejidad, se impone hurgar en lo profundo de nuestra realidad mediante el estudio y el empleo de las herramientas de la ciencia para sentar las bases, a través del diálogo con el otro, de una hegemonía cultural con vocación emancipadora.

Tomado de: Juventud Rebelde

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Instigar una “primavera cubana”

Por Manuel Hevia Frasquieri

Amplios reportajes fílmicos sobre las gigantescas revueltas populares en Túnez, Egipto y Libia a lo largo de 2011 describían el uso masivo por los manifestantes de plataformas de Internet en las redes sociales. Aquellos jóvenes intercambiaban mediante sus celulares todo tipo de consignas, denuncias o recibían indicaciones de las organizaciones que lideraban aquellas revueltas, mantenían una interacción con otros manifestantes con los que se reunían en parques y avenidas, trasladaban imágenes en vivo a los medios de prensa o mensajes en la red sobre lo que estaba ocurriendo.

Las nuevas herramientas permitían visibilizar en todo el mundo, de acuerdo a patrones dictados por Washington en las plataformas y reses sociales, la intensidad y la violencia de las protestas antigubernamentales y su represión policial. Un destacado asesor de la política yanqui comentaría años después sobre aquellos sucesos y lo que significó para el accionar político de su país integrar estas redes en sus herramientas diplomáticas, convertidas en “aceleradores de un supuesto cambio democrático en el Medio Oriente”.

Mientras tenían lugar aquellos eventos en 2011 algunas operaciones encubiertas patrocinadas por la USAID y la NED, visiblemente relacionadas a los servicios especiales norteamericanos, venían ejecutándose desde tres años antes para instigar lo que los propios norteamericanos denominaron como una “Primavera Cubana” al estilo del Medio Oriente.

Nuevos programas sediciosos en marcha

Un documento informativo elaborado por la USAID sobre el programa secreto “Apoyo a la sociedad civil cubana” fechado el 28 de enero de 2009 en San José, Costa Rica, constituye una prueba irrefutable de la naturaleza sediciosa e injerencista de estos proyectos. El programa fue promovido por la USAID a través de su “Oficina de Iniciativa para la Transición» (OTI), con participación de otras instituciones como Creative Associates International de Costa Rica y Communications, Control Systems and Signal Processing, y otras entidades que se incorporarían sucesivamente o actuarían en estrecha coordinación desde otros proyectos paralelos en curso.

Este programa se extendería por un periodo inicial entre 2008 y 2011 siguiendo la norma de la mayoría de sus proyectos, los que renuevan sus asignaciones monetarias en posteriores años fiscales.

El programa develaba el dominio de un alto nivel de datos e informaciones sobre la realidad interna cubana, resultado de estudios previos de situación operativa propios de la actividad de inteligencia.

Este documento reflejaba con cinismo sus preocupaciones sobre los obstáculos y el riesgo que enfrentaban al realizar estas acciones dentro de Cuba dada la hostilidad existente contra sus programas. Esto podría explicar la aplicación por la USAID de fuertes protocolos de seguridad para sus subcontratistas como se aprecia en sus documentos de trabajo.

Valoraban con cinismo la crisis económica existente en el país como una oportunidad estratégica para sus objetivos, que facilitaba en gran medida el desenvolvimiento de sus programas subversivos a lo interno.

Con total desfachatez expresaban en sus documentos originales que la crítica situación de la economía cubana “le resta legitimidad al gobierno cubano e incrementa la motivación de los ciudadanos al cambio”.

El mega proyecto “Apoyo a la sociedad civil cubana instituyó sin dudas un novedoso modelo subversivo que ha mantenido su vitalidad hasta nuestros días.

Esbozó como “Misión” promover “la transición en Cuba, sacar el país del estancamiento a través de iniciativas tácticas y poner en movimiento el proceso de transición hacia el cambio democrático”.

Al definir el éxito final al que aspiraban sus promotores expresaron: 1) “Una variedad de plataformas ciudadanas están establecidas sólidamente como organizadores comunitarios legítimos (las consideraban como vehículos para el involucramiento comunitario).”  2) “Las plataformas comunitarias están activamente involucradas en los procesos de cambio (las concebían como Iniciativas de terreno promoviendo la eficacia de la base hacia arriba)”.

La última afirmación del documento remataba un enfoque retrógrado y confuso al postular: “En última instancia, el éxito significa que cuando aparezca la oportunidad de posibles reformas sociopolíticas la sociedad cubana esté preparada para ser parte de la conversación”.

El enemigo pretendía desconocer la capacidad del pueblo cubano para decidir su futuro. Nuestra sociedad ha demostrado con creces estar preparada para asumir los cambios socioeconómicos que necesita la nación. La aprobación mayoritaria de su nueva Constitución de la República es evidencia de ello.

De acuerdo a este programa la USAID estableció sólidos puntos de vista para un trabajo sedicioso y conspirativo de largo alcance al concebir en una primera fase la construcción de “plataformas ciudadanas”, estructuradas, preparadas y con variados propósitos; las “plataformas de comunicaciones masivas alternativas” con “un acceso masivo, contenido inteligente y no censuradas”, y los denominados “espacios para reuniones masivas, no amenazantes para el estado”.

Tras la apariencia externa de estas formulaciones que poseen una identidad social reconocida en el mundo, subyace el trasfondo engañoso del enemigo que aspira a utilizar estos mecanismos sociales como un artilugio de hostilidad y odio contra la Revolución en un renovado intento de restauración de un sistema abolido por nuestro pueblo desde 1959.

El enemigo intenta engañar al mundo negando la legitimidad de las plataformas ciudadanas surgidas al calor de la Revolución cubana durante más de sesenta años, mientras intenta fabricar y proclamar otras que brinden cabida a los intereses de mercenarios, traidores y anexionistas al servicio del imperio yanqui.

Estas formulaciones no eran letra muerta o un ejercicio teórico pues se ejecutaban a toda marcha contra Cuba como fue la operación encubierta Zunzuneo, una plataforma comunicacional alternativa que se desplazó entre 2009 y 2011 enmascarada tras una red social de mensajería que alcanzó más de 45 mil usuarios, principalmente jóvenes y la organización de unos 1 331 grupos,

El programa “Apoyo a la sociedad civil cubana” se atribuyó un “logro significativo sin precedentes” con la creación de Zunzuneo, el que estaba dirigido a promover comunicaciones independientes “que brindarían un acceso futuro a los móviles de más de 400 mil cubanos”.

Este programa se atribuyó también “un crecimiento significativo en el movimiento contracultural” de la juventud en la capital, atribuyéndose como logro una supuesta “marcha contra la violencia celebrada en noviembre 2009”. Un incidente como este había tenido lugar en esa fecha  como parte de una provocación organizada por elementos contrarrevolucionarios internos, en la que algunos jóvenes instigados por estos habían desfilado entre las calles G y J en la barriada del Vedado, lo que no tuvo mayor trascendencia en la población.

Una segunda fase del trabajo subversivo de este programa estaba referido “al apoyo de iniciativas para la rendición de cuentas de abajo hacia arriba”, las que perseguían trasladar preocupaciones que ellos catalogaban como “legítimas” a los líderes de las comunidades, para que se convirtieran en “presiones públicas, viables y exitosas”, como una forma más de presión contra las autoridades locales.

Esto último no era algo nuevo. Es un componente básico de la doctrina del golpe suave recogidas en los manuales de “lucha noviolenta” del politólogo norteamericano Gene Sharp, que sirvieron de marco doctrinal de las acciones subversivas durante el derrumbe del socialismo en Europa Oriental y más tarde en las denominadas revoluciones de colores y la Primavera Árabe. Actualmente es enaltecida en el discurso político de la derecha cubano- americana y por organizaciones terroristas de Miami.

Esta metodología es el componente principal del “Modelo para el cambio social” que propone este programa enemigo.

El mismo aboga por el fortalecimiento de un liderazgo y una estructura comunitaria a nivel de base, la sucesión de “pequeñas victorias” que incrementen la motivación y la participación de la comunidad y las presiones de abajo hacia arriba a favor de reformas socio económicas; según este programa esto haría posible nuevas presiones reformistas internacionales sobre el país y finalmente presuntas negociaciones con el gobierno a favor de reformas que incluirían la participación de la sociedad civil.

Pero el modelo de sociedad civil en Cuba que concibe el enemigo es contrario a la participación mayoritaria de organizaciones sociales, políticas y de masas inspiradas en un rumbo revolucionario que define el carácter de nuestro modelo socialista. Obviamente, el enemigo excluye también de este “modelo para el cambio social” a la guerra económica que ejecuta contra Cuba y a las millonarias asignaciones de la propia USAID y a la guerra mediática y de influencia subversiva que actúan permanentemente sobre el entorno social cubano.

Estas son precisamente sus palancas para tratar de forzar ese supuesto “cambio” y constituyen el principal arsenal subversivo para empujar al país a la desestabilización y el caos interno.

Un elemento novedoso de este programa subversivo es el trabajo dirigido contra “personas claves” dentro  la población a los que segmenta o divide no por su edad, nivel económico, cultural o  posición social sino por su supuesta “lealtad al régimen”.

Lo anterior introducía un nuevo criterio de selección del “potencial” en el país a trabajar por el enemigo, sin duda voluble y arbitrario, copiada según sus propias fuentes de las experiencias del movimiento de oposición serbio OTPOR en las denominadas revoluciones de colores, el que segmenta la población en cinco grupos.

Obviando cualquier análisis sobre la inconsecuencia de esta fórmula introducida en este programa de la USAID me limitaré simplemente a explicarla a los lectores.

El grupo 1 es considerado por el enemigo como el “activamente leal”.  Pero el énfasis principal de su trabajo futuro de influencia recaería sobre los ciudadanos a los que catalogaba supuestamente como “pasivamente leales” (grupo 2) y los llamados “neutrales” (grupo 3).

Entre los “pasivamente leales” el enemigo ubicaba a los “ciudadanos escépticos pero simpatizantes del régimen”. Entre los “neutrales” situaba caprichosamente a los cuentapropistas, agricultores pequeños y a los operadores del mercado negro, considerándolos como parte de la “ecuación para un cambio sociopolítico”.

Consideraban que el desafío fundamental de trabajar sobre estos dos grupos era psicosocial, para contrarrestar su apatía y desesperanza y lograr finalmente su deseo “a favor del cambio”.

El objetivo mediato de este programa era incorporar respectivamente los grupos 2 y 3 a las categorías de “desleales pasivos” (grupo 4) y “desleales activos” (grupo 5), convirtiendo según sus palabras, “lo latente en acción”, lo que significaba dotar esta acción de una naturaleza ofensiva y abiertamente contrarrevolucionaria.

Dentro de los “desleales pasivos” el enemigo catalogaba por igual a personas religiosas católicas, jóvenes des-socializados y blogueros en las redes a los que consideraba cada vez más confrontacionales, así como a los ciudadanos de la “cultura subterránea que negocian espacios para la libre expresión”.

Entre los “desleales activos” incluía a los elementos contrarrevolucionarios, los que evaluaba como “carentes de estrategia, coordinación y mensajes tangibles, desconectados del ciudadano promedio, que habían perdido estatura y relevancia internacional, aunque mantenían cualidades como el coraje y poder de permanencia”.

Al margen de la superficialidad o incongruencia de semejante segmentación,  el enemigo aspiraba en esencia a empujar a supuestos ciudadanos pasivos a “un proceso de cambio de régimen”. Para ello promovió un diseño metodológico  dirigido a identificarlos, ganar su confianza, estimularlos a la acción con metas y agendas para el cambio, desarrollarle habilidades de liderazgo, estructurarlos, apoyar sus acciones y conformarlos en redes ciudadanas. Estos componentes mantienen su vigencia en la actuación del enemigo en estos momentos.

Entre los sectores sociales considerados como estratégicos, la USAID y su gobierno incluyeron en este programa a los estudiantes universitarios, la juventud y los que denominan “la contracultura”, los ciudadanos católicos de base, los pequeños agricultores, los afrocubanos, los cuentapropistas, la comunidad LGBT y las víctimas afectadas en esos momentos por un huracán en tres provincias, prioridades que aún mantienen.

Los logros del programa considerados por la USAID

El programa reconocía haber obtenido hasta esos momentos distintos “logros” en su administración e implementación dentro de Cuba lo que demostraba su carácter ilegal e injerencista. Al margen de una posible falsedad o exageración en los datos aportados en este informe, la USAID declaraba con desfachatez haber logrado asociar en estos planes a más de 30 ONGs de quince países latinoamericanos, establecer “relaciones de trabajo” con una red de más de cien jóvenes católicos, mantener relaciones de confianza con ciento veinte cuentapropistas y estudiantes de universidades de cuatro ciudades en el país.

Reconocía también una relación inicial con más de 120 jóvenes que constituían figuras de la “contracultura” y una posible relación futura con más de quinientos “beneficiarios” potenciales de otros sectores. Por último refirieron la “puesta en marcha de una iniciativa para establecer un centro de entrenamiento local para activistas sociales”, cuya existencia no fue posible determinar en esta investigación histórica.

Finalmente, el programa reconoció más de 47 donaciones aprobadas por su gobierno con una cifra superior a los $ 2,32 millones, con $ 1 millón de gastos ejecutados hasta ese momento. Admitió el acceso a una asistencia material que les permitió entregar directamente a sus “beneficiarios” captados unas 70 laptops, 40 celulares y 220 USBs y discos duros externos, así como la “presencia” del programa en seis provincias cubanas como Pinar del Río, La Habana, Villa Clara, Camagüey, Holguín y Santiago de Cuba, en una primera etapa.

La evaluación de los “logros” obtenidos hasta esos momentos reflejaba el optimismo de la USAID y su confianza de que en 2011 habrían alcanzado los objetivos planteados en aquel programa. Pero una vez más subestimaba a la Revolución cubana.

Los casos de Allan Gross y Zunzuneo tributaban a los objetivos del programa “Apoyo a la sociedad civil cubana”,

En momentos que se desplegaba con fuerza el programa analizado en este ensayo histórico el subcontratista norteamericano encubierto de la USAID Allan Gross había arribado al país en 2009 como empleado de la Development Alternative, Inc (DAI) introduciendo ilegalmente medios de infocomunicaciones con los que abasteció y entrenó a redes internas independientes para garantizar una futura interacción entre las pequeñas células creadas y el libre acceso satelital a Internet.

Se trataba de otro proyecto secreto de la USAID operado por un experto en tecnologías de comunicación que había laborado en más de cincuenta países. Según medios de prensa había elaborado sistemas satelitales de este carácter durante las intervenciones militares norteamericanas en Iraq y Afganistán. Alan Gross fue encarcelado y juzgado más tarde por los tribunales cubanos.

En la sentencia dictada por los tribunales quedaba probada su intención de crear condiciones para la difusión de informaciones distorsionadas de la realidad cubana y la promoción de acciones de desobediencia civil cuya fuente de información no pudiese ser detectada por las autoridades.

En esos momentos se desplegaba también otra peligrosa operación encubierta de la USAID conocida con el nombre de “Zunzuneo” que se desplazaba en el sector de las telecomunicaciones, la que promovió a modo de disfraz una gigantesca red social de mensajería para personas jóvenes con temáticas amenas y despolitizadas relacionadas con el arte, el deporte, la música u otras curiosidades. Zunzuneo” fue diseñada especialmente para Cuba por el enemigo a un costo millonario e instaló de forma encubierta una plataforma comunicacional horizontal entre teléfonos celulares de jóvenes usuarios cubanos ajenos a esta nueva patraña.

Por su trascendencia, esta investigación histórica brindará  al lector en el próximo ensayo la forma en que fue articulada internacionalmente esta operación a partir de documentos inéditos de la USAID y sus mercenarios a sueldo.

Muchos lectores coincidirán conmigo que los casos de Allan Gross y Zunzuneo fueron dos operaciones encubiertas dirigidas por la CIA y pagadas por la USAID a un costo millonario.

Fueron sin duda proyectos novedosos de alta tecnología organizados minuciosamente pero inspirados y puestos al servicio de la maldad y el odio hacia Cuba, en momentos que el acceso a Internet se iba desarrollando a pesar de los obstáculos del bloqueo económico estadounidense y que pretendían crear plataformas de mensajería grupal fortaleciendo una relación a todas luces inocente y despolitizada de jóvenes usuarios para crear la simiente de pequeños células dentro de la red social, fuera de todo control de nuestras autoridades.

Era parte también de un trabajo gradual, por etapas, diseñado desde un programa global y estratégico de la USAID buscando escalar en un futuro a la confrontación de mensajes con puntos de vista más confrontacionales, aprovechando cualquier coyuntura favorable para seguir abonando el terreno hacia el proyectado cambio de régimen.

Tras el fracaso de las operaciones de Allan Gross y Zunzuneo, la Radio y TV Martí anunciaron en 2013 la operación «Piramideo», con propósitos similares: crear una red social de “amigos” con fondos de la USAID y estructurar una nueva plataforma de mensajería contra Cuba.

Al año siguiente quedaría al descubierto también el programa «Commotion», pagado por el Gobierno de Estados Unidos, que proyectó fallidamente establecer ilegalmente una conexión inalámbrica WI-FI dentro de Cuba.

La falacia de una Primavera Cubana se derrumbó estrepitosamente.

Todos estos proyectos formaban parte de un vasto plan subversivo abarcador como el de “Apoyo a la sociedad civil cubana”, entre otros 479 programas,  que marcharon desde entonces hasta la actualidad contra Cuba con el beneplácito del Gobierno de Estados Unidos, mediante aportes monetarios calculados en ciento cuarenta y ocho millones, ciento veintiún mil, trescientos cincuenta dólares[1] ($148, 121,350).

No quiero terminar sin brindar nuevos elementos a nuestros lectores sobre la conducta sinuosa de la USAID en la aplicación de sus programas Democracia contra Cuba, las que realiza como agencia federal independiente bajo el control del Departamento de Estado estadounidense.

Los estrictos protocolos de seguridad que la USAID suministra a sus espías

Si alguien tuviera alguna duda sobre el carácter conspirativo de estos proyectos lo invito a leer fragmentos textuales de un protocolo de seguridad entregado por la institución CREA CR, precisamente una de las promotoras del programa USAID analizado, suministrado a sus emisarios que viajaban a Cuba en esos años.

El texto alude a algunos lineamientos de un “plan de emergencia” a seguir en caso de detención o interrogatorio del visitante —entiéndase subcontratista de la USAID— por las autoridades cubanas.

Podría resultar algo inusual en el mundo que una ONG extranjera instruya a un simple turista que visite un país para veranear cual debe ser el comportamiento que debe mantener en caso de ser detenido o interrogado por hechos de carácter político.

En la narrativa de estas indicaciones resalta el interés de la USAID de no divulgar dato alguno sobre la organización que lo envía, el contenido del programa o sus contrapartes, el objetivo de su viaje y mucho menos admitir contactos con “elementos contrarrevolucionarios o contrarias al gobierno” durante su estancia, todo lo cual evidencia el ambiente conspirativo de estas visitas a Cuba. Les ofrezco algunos fragmentos originales de estas orientaciones.

“Relato acerca de la razón de estar en Cuba

“[…] El interrogatorio puede ocurrir informalmente en la calle y ser llevado a la estación de policía o al centro de detención, en su cuarto de hotel o en el aeropuerto a su llegada o salida de Cuba.

Durante cualquier interrogatorio (o cualquier otra conversación sobre el tema), no mencione a CREA, el programa de CREA, ni a sus contrapartes en Cuba.

“Durante la detención o el interrogatorio, el procedimiento usual para operar de las autoridades cubanas es el de asustarle, confundirle y usar cualquier poder psicológico que pudieran utilizar en su contra.

“Su objetivo primordial durante el interrogatorio es mantener la calma, hacerlos entender que no van a conseguir nada con ese cuestionamiento y seguir manifestando que no comprende qué es lo que piensan que ha hecho mal.

“A pesar de que nunca hay certeza total, confíe en que las autoridades no intentan hacerle daño físico, sino asustarlo/a. Cometer daño físico a los extranjeros por parte de las autoridades es extremadamente raro. Recuerde que el gobierno cubano prefiere evitar malos reportajes de prensa en el exterior por lo que un extranjero golpeado no les conviene.

“Como regla general, un recurso que suele ser útil es continuar actuando como cualquier turista, hacerse el tonto y hacerse el/la que no comprende por qué se le está cuestionando.

“Aún si los que lo cuestionan insisten en que usted hizo algo malo o en que usted habló con alguien no grato para ellos, como regla general usted debe seguir haciéndose el/la que no entiende por qué hacen tanto lío.

“Nunca admita haber hecho algo malo, mucho menos si no tiene a un representante de su Embajada a su lado.

“Siempre tenga en mente que nada de lo que usted ha hecho durante su viaje es ilegal, de ninguna manera, en ninguna sociedad democrática y abierta. De esa manera, logrará mantener una apariencia calmada durante el interrogatorio.

“Si el interrogatorio se prolongara o se formalizara llevándole a una estación de policía, exija su derecho de contactar directamente a su Embajada. Continúe haciéndose el/la que no entiende cuál es el problema que tienen con usted.

“Habrá preguntas sobre las personas con las que se ha reunido, las razones por las cuales ha conversado o se ha reunido con personas específicas, el verdadero propósito de su viaje, sus objetivos al estar en Cuba, sus relaciones con organizaciones extranjeras que se oponen al gobierno cubano y temas similares.

“Durante el interrogatorio, recuerde siempre que a menudo esas personas no tienen detalles acerca de lo que usted ha hecho o haya dejado de hacer, aun cuando actúen como si estuvieran enterados de todo.

“Si se le preguntara sobre personas específicas con las que se hubiera reunido o con las que hubiera conversado, puede negar la reunión o puede reconocerla en caso de que no tuviera sentido negarlo en ese momento.

“Si decide admitir siempre explique que usted se ha reunido y conversado con docenas de personas y que es algo que siempre le gusta hacer con las personas del lugar al cual usted viaja. No es su intención hacerle daño a nadie y que usted no sabía que en Cuba hubiera personas con las que puede hablar y otras con las que no.

“Las autoridades cubanas utilizan la etiqueta ‘contrarrevolucionario’ libremente contra cualquier persona que no les sea grata. No admita haber tenido contactos con alguna persona ‘contrarrevolucionaria’ o que esté en contra del gobierno.

“Recuerde que sus reuniones han sido con actores de la sociedad civil y no con activistas políticos de ninguna índole. Cualquier contacto con individuos a quienes el gobierno considere problemáticos deberá explicarse como una casualidad o por curiosidad a causa de lo que ha leído en los periódicos”.

Sobran los comentarios.

Tomado de: Razones de Cuba

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El lápiz y la cámara

Autor: Jaime Rosales

“Los apuntes que aquí encontrará el lector son ideas generales sobre el cine. Conceptos aplicados y reflexiones personales sobre el oficio de director de cine y sobre la creación artística en general. Son el resultado de mi experiencia como cineasta, es decir, como director de cine y como cinéfilo. Siempre he pensado que visionar las películas de los demás es un acto tan creativo como hacer las mías propias. El aprendizaje del cine no se diferencia del aprendizaje de la vida. La vida es algo que se hace y que se aprende. El único tema de una película es la vida, lo que viene a ser lo mismo que decir que el único tema de una película es el cine”. Jaime Rosales

Jaime Rosales (Barcelona, España 1970). Sus películas hablan de la incapacidad de comunicarnos, de la complejidad del universo familiar y de la irrupción imprevista de la violencia en la vida cotidiana. Incansable explorador de las posibilidades que puede ofrecer el soporte audiovisual, las películas de Rosales reflejan el gran interés del director por encontrar nuevas formas expresivas alejadas de las convenciones habituales del lenguaje cinematográfico.

Tomado de: Lur

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El Sr. Jake Sullivan y una gran tradición americana

Jake Sullivan. Consejero de Seguridad Nacional por la administración del presidente Joe Biden.

Por José Ramón Cabañas @JoseRCabanas

El 7 de noviembre pasado el Asesor de Seguridad Nacional del Presidente de los Estados Unidos, Jake Sullivan, fue cuestionado en un programa de CNN, en relación con la demora por parte de su jefe para cumplir promesas de la campaña electoral, respecto a las relaciones con Cuba.

La respuesta literal de Sullivan fue que “sobre Cuba, las cosas cambiaron un poco este año. En julio vimos unas protestas sustanciales, las más significativas en mucho tiempo. Y vimos una brutal represión por parte del gobierno que continúa hasta el día de hoy, mientras se sigue dictando sentencia contra algunos de esos manifestantes”.

Estas palabras merecen algunos comentarios. El primero es que el nuevo gobierno no hizo absolutamente nada sobre lo anunciado en la campaña electoral entre enero, en que tomó posesión, y el mes de julio, cuando sucedió lo que él llama “protestas sustanciales”. Biden ni siquiera dejó sin vigor aquellas medidas de Trump que se implantaron violando todas las sacrosantas reglas de consultas interagenciales, que deben hacerse antes de dar un paso en política exterior.

No pudieron “rectificar” siquiera el acto ilegal de Mike Pompeo de reincorporar a Cuba en la lista de países que supuestamente patrocinan el terrorismo. Un acto que fue cometido con escalamiento, nocturnidad y alevosía.

Lo que sucedió en julio, que Sullivan considera como “significativo”, está directamente relacionado con algo que se llama bloqueo, que es genocida por naturaleza y que, en combinación letal con el desarrollo de la COVID19, hubiera hecho desaparecer del mapa a cualquier nación. Por mucho menos que eso Estados Unidos tuvo un 2020 de convulsiones sociales que estremecieron al país de un extremo a otro y el 6 de enero del 2021 se vivieron extremos en la vida de Washington DC, que aún están por comprenderse en su total magnitud.

El Sr Sullivan utilizó con toda intención (es parte del libreto) el adjetivo de “brutal”, para definir la forma en que las fuerzas del orden y el pueblo en general reaccionaron ante los hechos y trató de dar un sentido irreal de extensión en el tiempo de lo sucedido al decir “hasta el día de hoy”.

Llama la atención que este es el mismo funcionario que ha preparado las agendas del Presidente y el Secretario de Estado en visitas recientes de estos a países de la región latinoamericana que viven en un casi permanente estado de sitio o de excepción, donde hay desaparecidos, tumbas masivas y falsos positivos, donde se asesina a periodistas y líderes sociales, donde es difícil diferenciar los medios que utilizan las fuerzas policiales de los que usa el ejército, donde hay más corrupción que agua potable. Pero allí Sullivan se ha cuidado de recomendar el adjetivo “brutal”.

El Sr Sullivan, quizás sin proponérselo, ha hecho entrada triunfal en la larga lista de fabricantes de argumentos para dar cierto velo de justificación a la política de Estados Unidos contra Cuba. Hay que decir que es una vieja industria con productos notables, pero él ya tiene su lugar en una historia que comenzó 62 años atrás.

Cuando en abril de 1959 Fidel Castro salió de un encuentro personal con el entonces vicepresidente Richard Nixon ya su suerte estaba echada. El líder de la Revolución cubana había viajado a la capital estadounidense, no a buscar enemigos, sino a explicar por qué el pueblo cubano se había movilizado contra la tiranía de Fulgencio Batista. Pero al mandatario de la indiscutida potencia mundial le llamó la atención el fuerte sentido de dignidad del comandante guerrillero y sobre todo…que no le pedía absolutamente nada, ni becas, ni préstamos, ni reconocimiento. Nixon dejó escrito en su informe sobre la conversación que, de alguna manera, debían “deshacerse” de aquel dirigente tercermundista de nuevo tipo.

En realidad las intenciones de eliminar físicamente a Fidel eran anteriores a este encuentro y nunca se debatieron públicamente.

Pero con el surgimiento de un nuevo Estado cubano que predicaba ofrecer salud y educación para todos, que atacaba las diferencias y las manifestaciones racistas y que reestructuraba la pirámide de la propiedad y la distribución de las riquezas, el esquema de dominación panamericano que Estados Unidos había diseñado para el hemisferio occidental sintió un estremecimiento. Ser distinto en esta zona del planeta, salirse del diseño de Washington, era un crimen que tenía serias consecuencias.

Para demonizar a la Revolución cubana Estados Unidos utilizaría todas sus herramientas, tanto fuera para convencer a los propios cubanos de que el nuevo proceso era nocivo, como para crear rechazo entre los estadounidenses y otros gobiernos y pueblos del mundo.

Algún día uno o varios autores redactarán una documento preciso y ordenarán todas los argumentos fabricados por  las agencias federales estadounidenses para justificar acciones de enfrentamiento hacia Cuba, pero no sería un error mencionar entre uno de los primeros de aquellos el de las nacionalizaciones de empresas extranjeras radicadas en Cuba.

Era prácticamente imposible para la Revolución cubana cambiara el estado de cosas existente en el país sin redistribuir la riqueza que se generaba en la Isla, dominada por el latifundio y las transnacionales estadounidenses y de otras potencias. Más aún si desde aquellas empresas se comenzaba a conspirar y a atentar contra los cambios que se ponían en vigor.

El gobierno revolucionario, actuando desde la ley, previó esquemas de compensación para las empresas y países que eran objeto de las nacionalizaciones, que fueron cumplidos escrupulosamente, excepto para el caso de Estados Unidos, país que actuó contra los fondos (cuota azucarera) que generaría los ingresos que permitirían compensar.

La supuesta afectación a Estados Unidos por el proceso de nacionalizaciones en Cuba ha estado desde entonces formando parte del andamiaje de argumentos que se ha utilizado para justificar la política de bloqueo, pero es esencialmente fabricado. Su constante reiteración ha hecho incluso que una apreciable cantidad de cubanos emigrados hayan asumido dicha narrativa para justificar su propia decisión de abandonar el país. Si en el Sur de la Florida residieran efectivamente tantos ex propietarios de tierras y grandes negocios, Cuba sería del tamaño de Australia, o más.

En la medida en que Estados Unidos fue cerrando gradualmente las opciones económicas para Cuba y que esta fue buscando alternativas en otros destinos, entonces comenzaron a aparecer las condenas ideológicas que se cuestionaban el acercamiento a naciones “extracontinentales” como la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y la República Popular China. Estas asociaciones son las que se citan expresamente en la directiva presidencial 3447 de John Kennedy para declarar el bloqueo a Cuba, el mismo que se mantiene en pie hasta hoy, a pesar de que la URSS se extinguió hace 30 años y de que China es el principal socio comercial de los Estados Unidos de América de las últimas dos décadas.

El miedo a la “influencia comunista” sirvió de impulso tanto a la operación Peter Pan, por la que emigraron 14 000 menores no acompañados a Estados Unidos;  hasta el proselitismo político y las acciones armadas de los “alzados” del Escambray y otras zonas montañosas de la Isla que cobraron la vida de más de 600 cubanos en los años 60 del siglo XX.

Después  de la derrota militar en Playa Girón y de la solución negociada de la Crisis de Octubre, la Casa Blanca puso todos sus esfuerzos en aislar a Cuba de los gobiernos de los países latinoamericanos y caribeños. Si bien la mayoría de ellos rompió las relaciones diplomáticas con La Habana, en sentido contrario se multiplicaron los vínculos con fuerzas políticas progresistas de toda la zona con la Revolución. Dirigentes y miembros de base de diversas organizaciones vinieron hasta la Isla para conocer cómo los pobres podrían labrar sus propios destinos en una versión tropical. Cada cual regresó a su lugar de origen con su propia de idea de cómo replicar la experiencia cubana según las características de su nación. A eso la Casa Blanca le llamó en su momento “exportación de la Revolución”, que tenía un matiz de algo ilegal para aquellos que estaban acostumbrados a la “imposición del capitalismo”.

Para los planeadores del Pentágono y la CIA, la Revolución Sandinista, las luchas populares en Guatemala, El Salvador, la victoria del movimiento Nueva Joya en Granada no se explicaban porque la gente se cansaba de ser explotada, o porque aspiraran a un mundo mejor, sino por “la maligna influencia cubana”.

Durante todos los años en que la “presencia militar cubana en África” fue el slogan del Departamento de Estado para tratar de aislar a Cuba, esa misma agencia no tuvo reparos para desarrollar la teoría del “compromiso constructivo” con las autoridades del Apartheid y mantener a Nelson Mandela en la lista de terroristas con acceso prohibido a la “tierra de los libres”. Cuando el líder sudafricano se convirtió para todo el mundo en un faro de libertad, Washington intentó cambiar el libreto e incluso le cuestionó las relaciones con La Habana. Aún le duele a algunos que la paz definitiva para la región del África Sudoccidental se firmó en el corazón de Manhattan con la presencia, entre otros, de los victoriosos representantes cubanos en traje de gala y con todas sus condecoraciones.

Cuando desaparecieron la Unión Soviética y el campo socialista se escuchó un “ahora sí” colectivo en inglés, pues desde Harvard hasta Oxford todos los estudios de prospectiva indicaban que Cuba no se podría mantener por sus propios pies. En lugar de tender puentes, Washington se dispuso (como ahora) a recrudecer el bloqueo, con la aprobación de la llamada Ley Torricelli.

Era obvio que la pérdida del 85% del comercio de exterior y una reducción del 35% en PIB en Cuba tenía que traer consigo alguna consecuencia social, que se expresó entre otras manifestaciones en el aumento del potencial migratorio cubano.

A la altura de 1995, cuando crecía el reconocimiento a Cuba por la heroicidad de resistir y vencer en condiciones únicas, comenzó a circular en el congreso estadounidense el borrador de lo que después se conocería como Ley Helms Burton. Sus patrocinadores encontraban cada vez más dificultades en convencer a otros de que Cuba era un “peligro”. Pero entonces vino la provocación del 24 de febrero de 1996 y el debate se extinguió, la atmosfera se enrareció y el tema cubano volvió a convertirse en tóxico.

A partir de 1998 comenzaron a soplar otros vientos en América Latina con el ascenso al poder de la Revolución Bolivariana, que continuaron con la elección a la presidencia de líderes como Rafael Correa, Nestor Kirchner, Luis Ignacio da Silva, Evo Morales, Daniel Ortega, Pepe Mujica, con la consolidación del CARICOM como ente de integración y finalmente con la extinción del Grupo de Río y creación de la CELAC.

La fábrica de argumentos de Washington tuvo por entonces sus problemitas de calidad en la producción de nuevas razones para aislar a Cuba, al extremo de que en el 2009 la OEA revirtió el acuerdo por el cual suspendía los derechos de la Isla. Es decir el panamericanismo reconocía un error de más de 40 años de antigüedad

La historia más reciente es  más conocida. Pero vale la pena destacar que aún bajo las condiciones de la presidencia de Barack Obama se fabricaron razones para postergar los cambios en la relación con Cuba. Durante cinco años el nombre de un “contratista” de la USAID que vino a la Isla a ayudar a subvertir el orden interno con dinero federal se convirtió en titulares y en un valladar para el acercamiento bilateral, que se desvaneció simplemente cuando se manifestó la voluntad política para avanzar. Y esa sería una de las grandes lecciones del momento: cuando desde lo más alto del poder ejecutivo estadounidense existe la disposición para dar pasos en la política exterior (en un sentido o en otro) los argumentos que hasta entonces se esgrimían para no hacerlo pasan a un segundo plano y la fábrica de excusas cesa su producción.

Con la regresión simbolizada por la marca Trump volvimos al estado de cosas que conocemos mejor. Pero es aún útil escarbar en dos de los más publicados argumentos para atacar a Cuba, antes del aporte de Sullivan.

Coincidiendo justo con la  elección del magnate (más pretensión que realidad) inmobiliario, que tendría la misión de destruir todo lo que tuviera la firma del primer presidente afro descendiente de Estados Unidos, un oficial encubierto de la CIA en La Habana reportó desde su cama unos síntomas de salud que rápidamente saltaron a otros oficiales de similar origen. A las pocas semanas los directivos del Departamento de Estado incorporaron el término “ataques sónicos” a su jerga diaria, hasta que fue “filtrado” a la prensa a mediados del 2017. La narración, sin aporte de ninguna evidencia, tuvo un desarrollo exponencial, causando la envidia de series televisivas como “Juego de Tronos” y desviando la atención de cónclaves que se dedican al estudio riguroso de los OVNIs.

A pesar de todas las contradicciones en la dramaturgia y en el libreto, los síntomas que primero se generaron supuestamente por el uso de sonidos y después por microondas, dieron cuerpo a un política que no solo congeló las acciones y la cooperación en un sin número de áreas en la relación bilateral con Cuba, sino que fueron la base para justificar una buena parte de las 243 medidas de reforzamiento del bloqueo que implantaron desde el Ejecutivo contra Cuba.

Con la misma velocidad que llegó John Bolton a la silla (esperemos que no sea la misma) que ocupa hoy Sullivan, a finales del 2018, apareció otro esqueleto en el baúl de los argumentos contra Cuba. De la noche a la mañana se reportaba la “presencia de 20 mil efectivos militares cubanos en Venezuela”. En momentos en que Bolton y otro personaje venido del más allá (Elliott Abrams) tenían que explicar ante sus jefes y ante el público que el gobierno del Presidente Nicolás Maduro permanecía en el poder a pesar de las guarimbas, el robo de fondos, los atentados contra su vida y otros planes maquiavélicos, había que echar mano de un patronímico que había sido demonizado durante años ante un público que estaba dispuesto a creer tal “razón”. Los “cubanos estaban detrás de todo lo que se mueve en Caracas”, no importaba la férrea resistencia del pueblo venezolano, ni la capacidad de sus dirigentes.

Pero en honor a la verdad hay que reconocer al equipo de Biden que si bien ha asumido con cierta reserva y sin saber cómo manejar el asunto de “los incidentes de salud (ahora) no identificados”, no se han atrevido a volver sobre la historia de los “20 000 militares cubanos en Venezuela”, mientras conspiran alrededor de la aún posible negociación entre el gobierno y la oposición (organizada o no) venezolana.

Este es un resumen muy aprisa sobre la gran tradición americana a la que se acaba de sumar Sullivan por la puerta ancha. En la época de las etiquetas, los seguidores y los likes, se requiere de mucha menos capacidad intelectual para inventar pretextos y articular campañas, de hecho hay algunos que lo hacen solo con dos pulgares, un grupo de crédulos y contando con buenas relaciones en las directivas de las plataformas digitales.

No obstante, la experiencia prevalece: mientras más pretextos, menos voluntad política… y también viceversa.

Tomado de: Centro de Investigaciones de Política Internacional

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El inhumano juicio contra Assange: un riesgo para la justicia de todos

Julián Assange, editor del sitio web WikiLeaks

Por John Pilger

La reciente audiencia sobre el caso Assange estuve ausente de la autollamada “prensa libre”. La mayoría de la gente no sabe que un tribunal en el corazón de Londres juzga sobre su propio derecho a saber, a cuestionar y disentir.

La primera vez que vi a Julian Assange en la prisión de Belmarsh —durante el 2019, un poco después de que le quitaran su calidad de refugiado en la embajada de Ecuador— me dijo “creo que estoy enloqueciendo”.

Había adelgazado y estaba demacrado, con los ojos hundidos. Lo delgado de sus brazos se acentuaba por una tela identificadora de color amarillo amarrada alrededor de su brazo izquierdo, un símbolo que evoca el control institucional.

Durante todo el tiempo que duró mi visita, estuvo confinado a una celda aislada en un ala conocida como “atención sanitaria”, un nombre orwelliano. En la celda contigua, un hombre claramente perturbado gritaba durante toda la noche. Otro sufría de cáncer terminal. Otro estaba gravemente discapacitado.

“Un día nos dejaron jugar monopolio”, me dijo, “como terapia. ¡Esa fue nuestra asistencia sanitaria!”

“Esto es Alguien voló sobre el nido del cuco”, le dije.

“Si, sólo que más loco”.

El humor negro de Julián lo rescató muchas veces, pero ya no más. Las insidiosas torturas que sufrió en Belmarsh han tenido efectos devastadores. Hay que leer los informes de Nils Melzer, Relator especial de la ONU sobre la tortura, y las opiniones clínicas de Michael Kopelman, profesor emérito de neuropsiquiatría en el King College de Londres y del Dr. Quinton Deeley, y reservar el desprecio para el sicario estadounidense en los tribunales, James Lewis QC, que calificó esto como un “proceso de enfermedad (malingering)”.

Me conmovieron especialmente las palabras expertas de la Dra. Kate Humphrey, neuropsicóloga clínica del Imperial College, de Londres, quien declaró el año pasado al Old Bailey que el intelecto de Julian había pasado de estar en “el rango superior, o mejor dicho, probablemente muy superior” a “un nivel significativamente por debajo” de su nivel óptimo, hasta un punto donde le costaba mucho retener información y “rendir en un rango bajo a medio”.

En otra escena judicial de este vergonzoso drama kafkiano, pude ver cómo a Julián le costó recordar su nombre cuando el juez le pidió que lo dijera.

Estuvo encerrado durante la mayor parte de su primer año en Belmarsh. Ante la negación de realizar ejercicio adecuadamente, recorría su pequeña celda, ida y vuelta, ida y vuelta, para “mi propio auto-maratón” me dijo. Se podía sentir la desesperación. Encontraron una hojilla de afeitar en su celda. Escribió “cartas de despedida”. Llamó varias veces a los samaritanos.

Primero le negaron sus lentes de lectura, abandonados en la brutalidad de su secuestro de la embajada. Cuando los lentes finalmente llegaron a la cárcel, tardaron días en entregárselos. Su defensor, Gareth Peirce, se cansó de escribir cartas al director de la cárcel, reclamando por la retención de sus documentos legales, la negación del acceso a la biblioteca de la prisión y al uso de una laptop básica que tenían preparada para un caso como este. La prisión se tomó semanas, incluso meses en responder. El gobernador, Rob Davis, fue galardonado con la Orden del Imperio Británico.

Los libros que le envió un amigo, el periodista Charles Glass, sobreviviente de una toma de rehenes en Beirut, fueron devueltos. Julian no podía llamar a sus abogados estadounidenses. Desde el comienzo, estuvo constantemente medicado. Una vez, cuando le pregunté qué le estaban dando, no pudo responderme.

A finales de octubre, durante la audiencia ante la Corte Suprema para decidir si finalmente Julián iba a ser o no extraditado a Estados Unidos, solo pudo comparecer —brevemente, durante el primer día— por video-conferencia. Se veía indispuesto e inquieto. A la Corte se le dijo que no había asistido “excusado” por su “medicación”; pero su compañera, Stella Moris, declaró que Julian había solicitado asistir y que el permiso fue negado. No hay dudas de que comparecer ante el tribunal que te va a juzgar es un derecho.

Este hombre, profundamente orgulloso, también exige el derecho a mostrarse fuerte y coherente en público, como hizo en Old Bailey el año pasado. En ese momento, consultó constantemente con sus abogados a través de las rendijas de su jaula de cristal. Tomó muchas notas. Se puso de pie y protestó, con una rabiosa elocuencia, contra las mentiras y abusos del proceso.

No quedan dudas sobre el daño que se le ha hecho a Julián durante esta década de encarcelamiento e incertidumbre, incluyendo más de dos años en Belmarsh (cuyo brutal régimen es celebrado en la última película de Bond).

Pero tampoco quedan dudas sobre su coraje y su heroica capacidad de resistencia y resiliencia. Esto podría llevarlo a superar la actual pesadilla kafkiana (si logra sobrevivir al infierno estadounidense).

Conocí a Julian cuando llegó a Gran Bretaña en 2009. En nuestra primera entrevista, me habló del imperativo moral detrás de WikiLeaks: el derecho a la transparencia de los Gobiernos y el Poder es un derecho democrático básico. Lo he visto aferrarse a este principio incluso en detrimento de sus condiciones de vida.

Casi ninguno de estos notables rasgos de su carácter ha aparecido en la llamada “prensa libre”, cuyo futuro, según dicen, está en riesgo en caso de que Julian sea extraditado.

Obviamente, porque esa “prensa libre” no ha existido nunca. Lo que ha existido son periodistas extraordinarios que han ocupado cargos en “los medios” —clausurada esta opción, el periodismo independiente se ha visto obligado a volcarse en internet—.

Allí, se ha convertido en un “quinto poder” un samizdat de trabajo voluntario, sostenido por quienes fueron excepciones honorables en los medios, ahora reducidos a una cadena de clichés. Palabras como “democracia”, “reforma”, “derechos humanos” son despojadas de su significado en el diccionario y la censura funciona por omisión o exclusión.

La reciente audiencia fatídica ante la Corte fue “desaparecida” de la “prensa libre”. La mayoría de la gente no sabe que una Corte en el corazón de Londres se sentó a juzgar su derecho a la información; el derecho a cuestionar y discernir.

Muchos estadounidenses, si saben algo del caso de Assange, creen en la fantasía de que Julián es un agente ruso responsable de la derrota de Hillary Clinton contra Donald Trump en las elecciones presidenciales del 2016. Esto es sorprendentemente similar a la mentira de que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva, lo que justificó la invasión a Irak y la muerte de —aproximadamente— un millón o más de personas.

Es poco probable que sepan que el testigo principal de la investigación que sustenta uno de los cargos inventados contra Julián admitió recientemente que mintió, fabricando su “evidencia”.

Tampoco habrán oído o leído sobre las revelaciones de que la CIA, bajo su antiguo director Mike Pompeo (un imitador de Hermann Goering), planeaba asesinar a Julián. Nada nuevo. Desde que conozco a Julián, ha estado bajo amenaza (y cosas peores).

En su primera noche en la embajada de Ecuador durante el 2012, figuras oscuras se arremolinaron frente a la embajada golpeando las ventanas, tratando de entrar. En EE. UU., figuras públicas —incluyendo a Hillary Clinton, recién llegada de destruir Libia— tienen mucho tiempo pidiendo el asesinato de Julián. El presidente actual, Biden, lo denominó un “terrorista tecnológico”.

La ex primera ministra de Australia, Julia Gillard, tuvo tantas ganas de complacer a los que llamó “nuestros mejores amigos” en Washington, que pidió que se le quitara el pasaporte —hasta que le advirtieron que eso sería ilegal—. El actual primer ministro, Scott Morrison, un diplomático, cuando se le preguntó sobre Assange, dijo: “debería dar la cara”.

La temporada de caza contra el fundador de WikiLeaks empezó hace más de una década. En 2011, The Guardian explotó el trabajo de Julián como si fuera propio, acumulando premios de periodismo y acuerdos con Hollywood, para luego volverse en contra de su fuente.

Vinieron años de condenables ataques contra el hombre que se negó a ser parte del club. Fue acusado de no cuidar, en la redacción de los documentos, los nombres de las personas que podían entrar en riesgo. En un libro de The Guardian, escrito por David Leigh y Luke Harding, Assange es citado diciendo, durante una cena en un restaurante en Londres, que no le importaba si los informantes nombrados llegaran a sufrir daños.

Ni Harding ni Leigh estaban en esa cena. John Goetz, un periodista de investigación de Der Spiegel, sí estuvo allí, y en su testimonio declaró que Assange no dijo nada de esto.

El gran denunciante Daniel Ellsberg declaró al Old Bailey el año pasado que Assange había redactado, personalmente, 15.000 documentos. El periodista de investigación neozelandés, Nicky Hager, quien trabajó con Assange en las filtraciones de la Guerra de Afganistán e Irak, describió cómo Assange tomó “precauciones extraordinarias en la redacción de los nombres de los informantes”.

En 2013, le pregunté al cineasta Mark Davis sobre esto. Un respetado locutor radial de SBS-Australia, con Davis como testigo, acompañó a Assange durante la preparación de los archivos filtrados para su publicación en The Guardian y The New York Times. Me dijo: “Assange fue el único que trabajó día y noche extrayendo los 10.000 nombres de personas que podían ser fichadas por la revelaciones de los registros”.

En una conferencia ante un grupo de estudiantes de la Universidad City, David Leigh se burló de la idea de que “Julian Assange terminará en un traje anaranjado”, despreciando con sorna lo “exagerado” de sus temores. Más tarde, Edward Snowden reveló que a Assange lo tenían sujeto a un “cronograma de persecución”.

Luke Harding, quien coescribió con Leigh el libro de The Guardian en donde se reveló la contraseña de los cables diplomáticos que Julián había confiado al periódico, estaba fuera de la embajada de Ecuador cuando Julián pidió el asilo. Parado junto a una línea de policías, se regodeó en su blog: “Scotland Yard puede reírse de último”.

La campaña fue implacable. Los columnistas de The Guardian escarbaron hondo. “Él es, realmente, la cagada más grande”, escribió Suzanne Moore de un hombre que no conocía.

El editor que presidió todo esto, Alan Rusbridger, se ha unido últimamente al coro que repite que “defender a Assange es proteger la prensa libre”. Después de publicar las revelaciones iniciales de WikiLeaks, Rusbridger podría preguntarse si la posterior excomunión de Assange de The Guardian será suficiente para proteger su propio pellejo de la ira de Washington.

Es probable que los jueces de la Corte Suprema anuncien su decisión sobre la apelación estadounidense el próximo año. Lo que ellos decidan determinará si el poder judicial británico ha destruido, o no, los últimos vestigios de su criticada reputación. En el país de la Carta Magna este vergonzoso caso debería haber salido de los tribunales hace tiempo.

El tema acá no es el posible impacto sobre una cómplice “prensa libre”. Es la justicia negada —voluntariamente— para un hombre perseguido.

Julian Assange es un narrador de verdades cuyo único crimen ha sido revelar los crímenes y mentiras del Gobierno en una gran escala, realizando así uno de los más grandes servicios públicos que he visto en toda mi vida. ¿Necesitamos recordar que la justicia para uno es la justicia para todos?

Tomado de: Investig Action

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Rittenhouse y el racismo institucional

Kyle Rittenhouse portando un rifle semiautomático AR-15
Foto WFLA

Por La Jornada

Un jurado de Kenosha, Wisconsin, absolvió de todos los cargos a Kyle Rittenhouse, el joven que el 25 de agosto de 2020 asesinó a dos personas e hirió a una más durante una manifestación contra la brutalidad policiaca en esa ciudad del Medio Oeste estadunidense. En anticipación de que la sentencia absolutoria enardeciera a una comunidad tocada por la protección judicial a quienes actúan en nombre del racismo, el gobernador Tony Evers llamó a “mirar hacia adelante, juntos”, y el presidente Joe Biden pidió a los inconformes que “expresen sus opiniones de forma pacífica con apego a la ley”.

El caso de Rittenhouse reaviva el debate en torno a dos de los mayores demonios de la sociedad estadunidense: el racismo y el culto a las armas de fuego, y está llamado a convertirse en paradigma de la incapacidad de las instituciones de esa nación para procesar estos problemas.

Para hacerse una cabal idea de las hondas implicaciones del fallo dictado ayer, es necesario remontarse a sus primeros antecedentes. El 23 de agosto de 2020, un oficial de policía de Kenosha disparó siete veces por la espalda al afroestadounidense Jacob Blake cuando éste trataba de abordar su vehículo en el curso de una pelea doméstica. Este incidente ocurrió en momentos en que se encontraba a flor de piel la indignación por el asesinato del también afroestadounidense George Floyd, quien fue asfixiado hasta la muerte por el policía blanco Derek Chauvin, y desató una serie de protestas que incluyeron episodios de violencia como incendios de negocios. En respuesta a estas manifestaciones contra el racismo y la brutalidad policiaca, grupos de ultraderecha convocaron a “proteger” a la ciudadanía y la propiedad privada, y Rittenhouse se unió a uno de los contingentes armados que acudieron a amedrentar a quienes protestaban por tercera noche consecutiva.

La inocultable simpatía de muchos agentes del orden hacia estos grupos, que suelen combinar el supremacismo blanco con el culto a las armas, terminó de configurar el escenario de la tragedia: el 25 de agosto, elementos policiacos vieron a Rittenhouse y otros hombres pasear por las calles de Kenosha con armas de alto poder mientras regía el toque de queda, pero no sólo no los detuvieron, sino que les ofrecieron agua y hasta les agradecieron su presencia, todo lo cual consta en video. Aunque en el momento del ataque Rittenhouse tenía sólo 17 años y era, por tanto, demasiado joven para portar el rifle semiautomático AR-15 con que tomó dos vidas, ya había participado en el Programa de Cadetes de Seguridad Pública del Departamento de Policía de Grayslake, Illinois, que ofrece la oportunidad de viajar en autos patrulla y da entrenamiento en el uso de armas a menores de edad.

Se trata de una historia en que la violencia engendra violencia, y las instituciones encargadas de prevenir crímenes se convierten en sus ejecutores o cómplices. A propósito, debe recordarse que ya en 2016 la Comisión Interamericana de Derechos Humanos expresó su “profunda preocupación ante un patrón reiterado de impunidad frente a los asesinatos de afrodescendientes a manos de la policía”. El caso de Rittenhouse representa la extensión de este manto de impunidad no sólo a quienes asesinan a personas negras, sino incluso a quienes disparan contra personas blancas –como lo eran las tres víctimas del joven– que levantan la voz para acabar con el racismo institucional que aqueja a la autoproclamada “mayor democracia del mundo”.

Tomado de: La Jornada

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Tatiana Huezo: “El México real es más duro aún que el que se refleja en mi película”

Tatiana Huezo, cineasta salvadoreña radicada en México

Por Diego Brodersen

Una de las imágenes más potentes e inolvidables de Noche de fuego, primer largometraje de ficción de la realizadora salvadoreña –residente en México– Tatiana Huezo, se despliega a los veinte minutos de comenzada la proyección. La protagonista, una niña que luego será adolescente, está sentada en un sillón de la única peluquería para mujeres del pequeño pueblo donde nació, escondido entre montes, selvas y malezas, acechado por la policía militar y por el polvo de la cantera que todos los días explota las piedras. Más arriba está el campo de amapolas de donde se extrae el opio, propiedad del cartel narco de la región, mandamases de la vida y de la muerte, de los cuerpos de los habitantes del lugar. Ana (la expresiva Ana Cristina Ordóñez González, debutante absoluta en la pantalla) escucha las excusas de su madre para cortarle el pelo “como un chico”: si no se van los piojos, no la dejarán volver a la escuela. La verdad es otra, ligada a la tremebunda práctica de los narcos de secuestrar y llevarse niñas y adolescentes con fines innombrables. Cuanto más machona la imagen de Ana, menos probabilidades de que ocurra lo peor. La cámara de Huezo se clava en el reflejo de Ana mientras las tijeras hacen su trabajo y las lágrimas comienzan a aflorar sin posibilidad de ponerles freno. La violencia, es sabido, tiene mil y una formas.

Ganadora de una mención especial en la sección Una cierta mirada del Festival de Cannes a mediados de este año, Noche de fuego comenzó desde entonces a recorrer una gran cantidad de festivales –en San Sebastián se llevó el premio mayor de la competencia Horizontes Latinos–, y desde este miércoles podrá verse en la plataforma Netflix, sumándose a un nutrido y estimulante paquete de films latinoamericanos que fueron lanzándose durante este mes, entre otros 7 prisioneros, del brasileño Alexandre Moratto, y Una película de policías, del mexicano Alonso Ruizpalacios. Tatiana Huezo viene desarrollando una carrera como documentalista con títulos como Tempestad y El lugar más pequeño –esta última sobre las consecuencias de la guerra civil en su país de origen, El Salvador– y logra en su primera aproximación al universo de la ficción un relato que conjuga la denuncia de la violencia narco y su connivencia estatal con un carácter evocativo de enorme lirismo, escapando al mismo tiempo de las trampas de la simple explotación narrativa de temáticas que –para bien y, sobre todo, para mal– suelen hacer las delicias de los festivales europeos.

Noche de fuego, que acaba de ser elegida para representar a México en los premios Oscar, es una adaptación libre de Prayers for the Stolen, cuyo título refiere a las plegarias por aquellas personas que han sido “robadas”, escrito por la autora mexicano-estadounidense Jennifer Clement y publicado en 2014. “Un día me llamó el productor Nicolás Celis y me pidió que leyera un libro, que en español se titula Ladydi. Era la novela de Jennifer Clement. En ese momento me encontraba trabajando en la investigación de un nuevo proyecto documental sobre el universo de la infancia y la adolescencia”. Las palabras de Huezo en una rueda de prensa internacional de la que participó Página/12 refieren al origen de un proyecto que partió de un texto ajeno y terminó siendo extremadamente personal. “Devoré el libro de Clement en tres días y me enamoré de la niña protagonista, de cómo este personaje se da cuenta de lo que implica ser una mujer en un contexto violento. También me cautivó el entorno en donde se desarrolla la historia, la montaña de Guerrero. La novela tiene una fuerte investigación periodística sobre el mundo de la siembra de amapola en México, y recuerdo que eso también me pareció muy valioso”.

¿Cómo fue el proceso de adaptación de la novela hasta llegar al guion final?

Me emocionó mucho la posibilidad de encarar un nuevo reto en mi camino y le dije que sí a Nicolás Celis, pero recuerdo haberle pedido una sola cosa: tener libertad creativa en todos los niveles. Yo sabía que sólo podía aproximarme a esta esta historia desde mi propia búsqueda, sumergiéndome emocionalmente en ese universo infantil a partir de mi propia experiencia. Tengo una hija de nueve años a quien veo crecer cada día y eso me hace mirar hacia atrás, a mi propia infancia. Para mí era fundamental poder hablar desde mi punto de vista sobre el contexto violento que envuelve a la historia, mi propia mirada sobre México. Nicolás estuvo de acuerdo en que yo hiciera mía la novela y en que la llevara hacia donde yo necesitaba llevarla. El libro fue un gran punto de partida y toda una inspiración para reinterpretar y adaptar esta historia.

¿Cómo sintió la transición del documental a la ficción?

Pienso que en mis películas anteriores hay una búsqueda permanente de mecanismos narrativos muy cercanos a los que se usan en la ficción. Suelo poner en escena momentos de la vida de los personajes, situaciones que descubrí durante la investigación y por los que fui tocada de alguna manera. También suelo “provocar” emocionalmente a los personajes; pienso que el reto de una entrevista es provocar y atrapar, entre otras cosas, los sentimientos de un ser humano. La estructura dramática también es algo que siempre he trabajado con mucho tesón antes de lanzarme a rodar mis películas anteriores, así como la construcción del universo estético y la forma narrativa. En ese sentido, me gustaría aclarar que siempre he visto al cine documental como la posibilidad un viaje poderoso, emocional y sensorial. Cuando llegó la oportunidad de escribir y dirigir Noche de fuego, mi primera ficción, no lo dudé un solo minuto. Era la oportunidad de llevar más lejos esa búsqueda y experimentación que ya había comenzado en mis documentales.

Noche de fuego es un relato de crecimiento y un drama sobre la violencia y el crimen, narrados desde una perspectiva femenina. ¿Esto último era algo que le interesaba particularmente?

No concebí la historia como una bandera femenina o feminista. El reto era construir personajes complejos y humanos con quienes se pueda caminar de la mano y sentirlos muy cerca. Me propuse no juzgar a los personajes, no encasillarlos ni definirlos de manera total, para evitar empobrecerlos. Efectivamente, hay un entorno criminal y violento, donde los personajes femeninos están expuestos a la brutalidad, pero no me interesaba victimizarlas. Eso es profundamente aburrido en una película y la vida no es así. Para mí era importante construir personajes femeninos reales, llenos de claroscuros. Son niñas que cuestionan a sus madres, que cuestionan el mundo en el que viven y que, de alguna forma, adquieren un pensamiento crítico en la escuela, con los maestros rurales que llegan al pueblo. Son niñas-semilla. Así me gustaba imaginarlas mientras escribía: mujeres que podrán incidir en su realidad, más allá de la tragedia que se avecina.

También hay un aspecto social muy marcado ¿En qué medida el país que describe la película refleja el México real contemporáneo?

Creo que el México real es más duro que el que se refleja en la película. Hace ya muchos años que nuestro país está marcado por el saqueo, la violencia y la impunidad. El discurso de la “guerra contra el narcotráfico”, que inauguró el expresidente Felipe Calderón, pareció ser una de las razones más fuertes para justificar miles de muertos y desaparecidos a lo largo y ancho del país. Esta guerra absurda que dura ya casi quince años es solo la punta del iceberg y ha dejado al descubierto, entre otras cosas, la colusión entre autoridades y el crimen organizado. En ese contexto de impunidad, en donde todo vale, en donde no hay rendición de cuentas frente a la justicia, la mujer se encuentra muy expuesta. Todos los días escuchamos historias de niñas y jóvenes que desaparecen; en muchos casos, esta situación tiene que ver con el millonario negocio de la trata de personas. En Noche de fuego el tema de la violencia está representado por el contexto que envuelve a las protagonistas. Hace tiempo que trabajo con estos temas, y no he logrado apartarme de ahí. Me impactan mucho las resonancias que esta violencia deja en el interior de las personas y cómo la vida de una persona, de una familia, se trastoca de forma irreversible cuando está inmersa en un contexto como el que se vive en muchos pueblos y ciudades de México. Pienso que la raíz de toda esta violencia es la tremenda desigualdad económica, y que la verdadera tragedia es cómo hemos normalizado esta violencia, cómo nos hemos acostumbrado a ella. Creo que las historias que logran conectarnos con quienes viven la angustia de tener a un ser querido desaparecido nos ayudan a cuestionarnos, a no olvidar lo que está pasando desde hace muchos años en México.

¿Cómo fue la búsqueda de las actrices, niñas, jóvenes y adultas, que terminaron interpretando a los personajes?

No fue fácil. Había que encontrar a tres protagonistas de nueve años y a sus “clones” adolescentes. Esto supuso un alto grado de dificultad en el casting, que sin duda fue uno de los retos más grandes del proyecto. Por otra parte, intuía que trabajar con niñas de la ciudad les restaría credibilidad a los personajes. Para mí era importante que estas niñas compartieran aspectos esenciales con los personajes escritos en el guion y, entre otras cosas, debían ser niñas del campo, que vivieran en un ámbito rural. La historia se desarrolla en la montaña y las niñas iban a andar muchas veces descalzas, se debían tirar en el río helado, debían tener una relación con la tierra, con el ganado, etcétera. El casting duró en total un año y participaron alrededor de ochocientas niñas de distintas zonas rurales del país. Básicamente, las audiciones consistían en saber quién era la persona, cómo era su vida cotidiana, cuáles eran las responsabilidades en casa y que había detrás de sus afectos familiares. Aunque el reparto de la película está integrado por actores profesionales y no profesionales, ninguna de las seis niñas que finalmente encarnaron a los personajes eran actrices, y todas tuvieron un fuerte entrenamiento para poder realizar este proyecto.

La escena en la que la protagonista, Ana, debe someterse a un corte de pelo obligado tiene un fuerte impacto simbólico. ¿Cómo se preparó esa escena?

Decidí trabajar con una serie de motivaciones, que no necesariamente estaban relacionadas con los verdaderos motivos que había detrás de cada secuencia, sobre todo en el caso de las niñas. Y esas motivaciones emocionales partían siempre de sus propias vidas, de sus miedos, de sus pérdidas. La niña actriz, Ana, sabía que en algún momento iba a suceder eso durante el rodaje, eso estuvo claro desde el comienzo. En el taller de preparación hicimos solamente un ejercicio al respecto para no desgastarla emocionalmente. Trabajamos “la despedida”, lo que implica despedirse de algo o de alguien que realmente amas. Ella hizo este ejercicio frente a un espejo con profunda emoción. La escena del pelo fue un gran momento que Ana nos regaló, y pienso que ella es una actriz nata. Llevábamos ya varias semanas de rodaje y cuando llegó ese momento me dijo: “Tatiana, dime exactamente en qué momento debo llorar”. Me lo dijo con frialdad y con la claridad de intuir lo que yo necesitaba para esa escena. Recuerdo que mi respuesta fue: “Te lo voy a decir durante la toma, en qué momento empezarás a despedirte de tu pelo”. El trabajo previo sobre la despedida ya estaba en la memoria emocional de Ana, y el momento del corte de pelo fue un largo plano que no tuvo interrupciones, para dar tiempo a que esa despedida sucediera.

¿Qué elementos del cine documental cree que son importantes mantener en el rodaje de una ficción?

Pienso que los documentalistas observamos agudamente la vida de los otros, intentamos descubrir y entender de qué están hechos los personajes que ponemos en una película. Nos volvemos cómplices y testigos y eso nos acerca profundamente a ellos. Desde esa mirada e intención intenté construir a los personajes de Noche de fuego. Viniendo del documental, el instinto que implica trabajar con la realidad se convirtió en mi única brújula. El reto era intentar acercarme todo lo posible a la verdad que hay en la vida cotidiana y encontrar algo de veracidad en las acciones de los personajes. La diferencia entre el mundo de la ficción y la del documental es que en el documental todos los elementos con los que vas a trabajar ya existen: están los personajes, los hechos por los que transitan, sus circunstancias y los espacios que habitan. En la ficción hay que crearlo casi todo, muchas veces desde cero. En esta película generamos el viento, la lluvia, los incendios. Se creó cada espacio: el campo de amapolas, la fiesta del jaripeo, la casa de Ana. Se buscaron todos los objetos, cada color y textura en las paredes. Y luego hay que dotar todo eso de una enorme coherencia para que funcione y tenga credibilidad. El planteo de la puesta en escena fue en este sentido: la cámara debía adaptarse a los personajes y no al revés. Decidí que fuera una cámara en mano libre, muy viva, como nuestras niñas. Le pedí a Dariela Ludlow, la directora de fotografía, que en esta película no hubiera marcas de foco. También le pedí que intentara iluminar los 360 grados y que moviera lo menos posible las luces para no entorpecer la progresión dramática de las escenas, sobre todo en el caso de las niñas, que no eran actrices profesionales. Hizo un trabajo extraordinario. La verdad es que todo el equipo creativo y técnico que me respaldó se dejó la piel haciendo esta película.

Tomado de: Página/12

Tráiler del filme Noche de fuego (México, 2021) de Tatiana Huezo

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No es un amor tardío

Por Andrés Duarte

Cuando pensamos en el cine en relación con la vejez, el espectador con cierto recorrido de las imágenes en movimiento ―sin ser un especialista en el séptimo arte― se percata pronto de que las personas mayores no suelen ser las protagonistas de los relatos. Tal vez se pueda advertir, desde hace un tiempo hacia esta fecha, una mayor y mejor atención del héroe crepuscular en la pantalla grande.

Pienso ahora en la reciente El buen mentiroso (Nicholas Seale, 2019) con Helen Mirren e Ian McKellen. Ambos interpretan personajes llamativos que, en otro momento, se les hubiera otorgado a intérpretes jóvenes. No podía ser otro que Harrison Ford quien protagonizara la cuarta entrega de Indiana Jones. Sean Connery encarnó a un ídolo de acción en la fallida La liga extraordinaria (Stephen Norrington, 2003), Glenn Close se travestía de hombre en Albert Nobbs (Rodrigo García, 2011), Meryl Streep se ha reafirmado entre personajes históricos y ficcionales (La duda, La dama de hierro…) como una actriz que casi todo el mundo quiere ver. Existen muchos más ejemplos y acaso el menos esperado haya sido Cry Macho (2021), la reciente entrega del veterano Clint Eastwood, una película cuyo título alude a un personaje, no a una actitud. En Cry Macho las mujeres mandan, convencen, deciden los destinos de los varones.

Por lo general, el personaje de la tercera edad aparece como impulsor de protagonistas lindos y jóvenes. La convención estética, que no ética, es esa.

Si las películas empiezan con un personaje mayor, lo emplean cual puente para recordar mediante un largo flashback. Entonces aparece al principio y al final. Todo lo que vemos es para resaltar el ser humano que solía ser: joven, bello, capaz. ¿Cuándo cambia esto? Pues cuando trabaja un actor o una actriz de fama internacional. De lo contrario, sucede como en Salvando al soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998) o en aquella de las chicas peloteras interpretadas por Geena Davis y Lori Petty: Un equipo muy especial (Penny Marshall, 1992). La persona es adecuada mayor para evocar sus vivencias juveniles como Casanova (Lasse Hallström, 2005) o el personaje de Salieri en Amadeus (Miloš Forman, 1984).

En realidad no se debe hablar del amor, del odio o cualquier otro sentimiento como temática. Esta atañe a algo general: la guerra de Troya, por ejemplo, donde el asunto vendría a ser la cólera de Aquiles por la muerte de su amante, entre otras razones. Ahí están presentes el amor, la venganza, la cólera, la muerte. Las viñas de la ira, que es un título metafórico, no es un filme en realidad sobre la ira ni en el libro de John Steinbeck ni en la adaptación de John Ford en 1940. Cuando el austriaco Michael Haneke titula su película Amor (2012) no es que pasa por alto el sentimiento de esos dos ancianos que se quieren. Pero no es el amor la temática del filme de Haneke, sino más bien sobre el proceso de deterioro físico y espiritual de una pareja de años, del sacrificio que uno hará por los dos en nombre del amor, aunque esto último suene cursi. Si vamos más atrás, está Fedora (Billy Wilder, 1978) y antes, otra de él que es mucho mejor: El crepúsculo de los dioses (1950), que aborda, entre otros asuntos, cómo la vejez influye en la vida personal al erosionar previamente la profesión. Tiene otras interpretaciones, pero la vejez no es su temática.

Las películas de personas mayores, aunque reflejan la nostalgia y los recuerdos de sus personajes, no son películas sobre la vejez. El profesor Borg, ya muy anciano, rememora el amor en Fresas salvajes (Ingmar Bergman, 1957). Pero este clásico sueco representa más bien un recorrido espiritual del personaje sobre la vida que ha llevado, si valió la pena entregarla a los estudios, quemar etapas y dejar que el tiempo haga todo lo demás. El personaje se percata a destiempo ya cómo la vida se le ha ido entre las manos. En todo caso, no está mal decir que es una película acerca de la memoria.

Teniendo en cuenta o no lo anterior, Filippo Meneghetti, contra estereotipos de bellezas jóvenes, convence con una historia de amor que está lejos de ser crepuscular. Deux o Entre nosotras (2020), su ópera prima ―y filme exhibido recientemente en el cine La Rampa―, es una apuesta por la relación entre dos personas que llevan amándose a escondidas desde hace años. El conflicto principia cuando un suceso inesperado empuja a que el sentimiento de una por la otra se evidencie para las familias de ambas, para el mundo. Meneghetti no le interesa sensibilizar: la brusquedad por el desespero en que una de ella se impone para cuidar a la otra es de una necesidad argumental ineludible, de una verosimilitud temática, sin embargo, impresionante.

Aunque el cineasta ha declarado que era la película que le hubiera gustado ver hace años, ya que la mayoría se centra en la homosexualidad como centro conflictivo, Entre nosotras es una trama en la que se exponen con sutilezas y por oposición el peso de la convenciones heteronormativas y machistas. Nina (Barbara Sukowa) y Madeleine (Martine Chevellier) se visitan porque son vecinas cercanas. Cuando los demás no están, aprovechan para quererse en ese edén doméstico que han creado por años. El conflicto ahora gravita sobre cómo mantener la relación cuando ya no se la pueden esconder a los demás.

En entrevista Meneghetti ha dejado bien claro su tesis propuesta y, por fortuna, abordada con mucha sinceridad. Declaró:

Vivimos en un mundo obsesionado por la belleza, es casi fetichista, y eso me molesta, me carga mucho. Los cineastas tenemos una responsabilidad con las imágenes y estamos llenando el cine de cuerpos perfectos, cuerpos de modelos que no son reales. Nos sentimos mal con nuestro cuerpo porque tenemos modelos que son inalcanzables, que no son reales. Yo creo que hay que rellenar ese hueco, sí, hay que mostrar que se puede ser bello, fascinante, atractivo con setenta años y sin maquillaje, que no hay que ser perfecto, no hay solo una belleza ni una sola forma de existir en el mundo.1

Referencia bibliográfica:

1 Begoña Piña. Filippo Meneghetti: “Nos falta el relato de las mujeres lesbianas”. Público. Recuperado de www.publico.es/entrevistas/filippo-meneghetti

Tomado de: Cubacine

Tráiler del filme Entre nosotras (Francia, 2019) de Filippo Meneghetti

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Miguel Delibes ante sus historias filmadas

Miguel Delibes, ​ fue un novelista español y miembro de la Real Academia Española desde 1975 hasta su muerte

Por Susana Gil-Albarellos Pérez-Pedrero

No es extraño que el vallisoletano Miguel Delibes haya sido uno de los escritores españoles más adaptados a la pantalla grande, entre otras causas, porque tanto su vida como su obra se empapan de cine desde sus inicios.

A su asistencia asidua a las salas de cine desde niño (“Como espectador me inicié a los seis años en el cine Hispania de Valladolid, todavía mudo, donde semanalmente se proyectaban películas apropiadas para niños”) se une su labor como crítico cinematográfico.

De 1953 a 1999, Miguel Delibes publica en prensa una serie de artículos acerca de diversos aspectos relacionados con el cine: comenta estrenos de películas en las salas, reflexiona sobre géneros cinematográficos y su evolución, coteja el cine español con el europeo, valora los diversos avances técnicos de la industria cinematográfica y, finalmente, repasa algunas de las adaptaciones de sus obras literarias al cine. Considerados en su conjunto en la actualidad, estos textos cinematográficos conforman la labor de un espectador y crítico de cine de enorme agudeza y sentido visual.

Adaptaciones de Delibes

De su extensa producción narrativa, nueve obras han sido llevadas al cine con desigual resultado: El camino (Ana Mariscal, 1963); Mi idolatrado hijo Sisí (Retrato de familia, Antonio Giménez-Rico, 1976); El príncipe destronado (La guerra de papá, Antonio Mercero, 1977); Los santos inocentes (Mario Camus, 1984); El disputado voto del señor Cayo (Antonio Giménez-Rico, 1986); El tesoro (Antonio Mercero, 1988); La sombra del ciprés es alargada (Luis Alcoriza, 1990); Las ratas (Antonio Giménez Rico, 1997) y Diario de un jubilado (Una pareja perfecta, Francesc Betriú, 1998).

Además de las películas apuntadas, hubo otros textos que, con guion ya avanzado, no se filmaron por distintas razones, a veces personales y otras económicas. Entre ellos se encuentran Cinco horas con Mario, que el escritor no quiso ver en forma de filme; La guerra de nuestros antepasados, con guion de Delibes para Gonzalo Suárez, o El hereje, cuyo guion llegó a ser escrito e iba a ser dirigido por José Luis Cuerda, pero nunca llegó a filmarse, seguramente por razones económicas.

Novelas aptas para guionizar

Si se repasan las adaptaciones cabe preguntarse qué tienen los textos de Delibes para resultar tan atractivos a la gran pantalla. Las razones son varias.

Por lo general, las novelas del escritor vallisoletano no son muy extensas, y de las adaptadas al cine, si exceptuamos La sombra del ciprés es alargada, todas son fácilmente asimilables en forma de filme. Por otro lado, muchas de estas novelas tienen una construcción lineal y están escritas a modo de secuencias, lo que sin duda agiliza la construcción del guion.

Además, la ambientación, tanto de las novelas rurales (El camino, Los santos inocentes, El disputado voto del señor Cayo, El tesoro y Las ratas), como de las urbanas (Mi idolatrado hijo Sisí, El príncipe destronado, La sombra del ciprés es alargada y Diario de un jubilado), es austera en cuanto al espacio. Las rurales porque su intención es mostrar la severidad, cuando no pobreza, del campo castellano o extremeño, y las situadas en provincias, porque las ciudades y los interiores donde vive la clase media que protagoniza estas novelas no precisan de ninguna ostentación. En este sentido, es fácil comprender que la filmación de estas obras no supone, desde el punto de vista económico y de utilería, ningún dispendio difícil de acometer.

Pero por encima de estas consideraciones más o menos técnicas, existen otras de mayor calado que han hecho de la narrativa de Delibes una fuente cinematográfica.

La primera tiene que ver con la construcción de los personajes que pueblan estos textos y la inclinación del escritor a tratar individuos de toda clase y condición: niños, jóvenes, jubilados, amas de casa, hombres de campo, marquesas, desvalidos, pobres y discapacitados. Una galería de seres humanos que bajo su pluma adquieren realidad y cuyas vivencias son perfectamente identificables por el lector o espectador. Los personajes de Delibes padecen los sucesos del vivir cotidiano de los hombres y mujeres a lo largo de diferentes momentos de la historia de España, puesto que su narrativa abarca cinco décadas.

En segundo lugar encontramos el valor del lenguaje en las novelas de Delibes, que el cine ha respetado en muchas de las adaptaciones. Los personajes hablan como sienten, y cada uno es identificable a través de su idiolecto. La asombrosa variedad de registros lingüísticos, además de la traslación del lenguaje oral, hacen de su narrativa un manual del español en los niveles fonético, léxico y sintáctico sumamente útil en la enseñanza del idioma.

El autor y sus adaptaciones

Es interesante constatar que en diversas ocasiones Miguel Delibes hace comentarios de las adaptaciones de sus obras. Así, en 1984 y con el título de “Experiencias cinematográficas”, publica un artículo en ABC en el que se sorprende de la lentitud y el orden del rodaje de El camino, de Ana Mariscal, y comenta la dificultad de reducir la historia de Retrato de familia, dada la extensión de la novela. A La guerra de papá le dedica otro artículo centrado en el trabajo en el cine con niños, y alaba que Mercero consiga que el actor que da vida a Quico, Lolo García, de tan solo tres años, juegue mientras, sin saberlo, actúa.

En “Novela y cine”, publicado en 1985, Delibes repasa de nuevo las adaptaciones de su obra narrativa y se muestra, en general, satisfecho con los resultados. Finalmente, en 1999 dedica un apartado especial a Los santos inocentes, “Milana bonita”, en el que alaba la feliz relación que entre novela y cine se da en dicha ocasión, opinión que comparto porque es, sin duda, la mejor y hasta ahora muestra no superada de excelencia en el complicado campo de las relaciones entre literatura y cine.

Termino señalando que, en Miguel Delibes, participante de una u otra manera en las adaptaciones de sus novelas al cine, se da el respeto mutuo entre ambas manifestaciones artísticas cuando afirma:

“El director de cine no ha de ser más respetuoso con la novela que el novelista con el guion”.

Susana Gil-Albarellos Pérez-Pedrero. Profesora Titular de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, Universidad de Valladolid.

Tomado de: The conversation

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A propósito del 15N en Cuba: ¿y cuáles son nuestras matrices de opinión?

Por Pedro Santander Molina

¿Quién en Cuba, Venezuela, Bolivia o Nicaragua no ha escuchado hablar de las “matrices de opinión”? Esas que se montan a través de los medios de comunicación y las redes sociales en laboratorios del enemigo y atacan los procesos sociales transformadores. ¿No es acaso bastante común en los análisis de la plaza, en las columnas de opinión, en las denuncias públicas y discusiones políticas comentar y denunciar “matrices de opinión” que se montan contra los gobiernos y pueblos de estos países? Sin duda que así es.

Pero —sobre todo después del 15N en Cuba— creo necesario formular un par de preguntas. En primer lugar, ¿qué es una matriz de opinión? ¿A qué nos referimos cuando usamos ese sintagma? La primera vez que leí una definición que denota un esfuerzo interesante e intelectualmente creativo para plantear una definición fue en Granma. La propone la sicóloga cubana Karima Oliva, dice ella: “Una matriz de opinión es una representación parcial de la realidad de impronta ideológica que responde a los intereses de determinado grupo de poder y se fabrica con la intención de producir o mantener la hegemonía y dominar la opinión pública respecto a un tema. Las matrices de opinión intentan crear condiciones subjetivas favorables para intervenir o administrar los procesos políticos. Se gestionan tomando en cuenta las características de los públicos a los que van destinadas.”

Esta propuesta contribuye a llenar un vacío definicional que tenemos en el campo revolucionario respecto de un concepto que usamos a cada rato, respecto del cual siempre estamos alertando (“ojo, que nos están montando una matriz de opinión”), en relación al cual actuamos (“epa, hay que combatir esa matriz”), etc. La definición de Oliva le da una característica ideológica y operativa a las matrices de opinión, también una dirección (los públicos) y un propósito (intervenir en procesos políticos”).

Sin embargo, queda una duda que se acrecienta con los recientes acontecimientos en torno al 15 N en Cuba. ¿Sólo quienes adversan los procesos revolucionarios construyen y ponen en circulación matrices de opinión? ¿Sólo la clase dominante tiene la capacidad de construir matrices? ¿Sólo quienes controlan los medios de producción mundial de comunicación pueden posicionarse en el polo de la producción de las matrices? Si así fuera, entonces en el campo revolucionario solo nos limitaríamos a detectar y denunciar las del enemigo, y eso sería todo.

En ese sentido, para no estar condenado aquello, vale la pena realizar en serio un viraje metodológico en relación con una actitud tan propia de nuestra práctica política de lucha y resistencia: estar siempre hablando del enemigo y de lo que éste nos hace.

Claramente en torno al llamado contrarrevolucionario del 15N se desplegó toda una batalla en el plano semio-comunicacional. Éste incluyó las redes sociales (tendencias, fake news, bots, actividad orgánica, guerra de etiquetas, etc.), los medios mundiales (antes que ocurriera esa marcha que nunca ocurrió ya era titular en CNN; el País, EFE, etc.), los medios nacionales (que, por ejemplo, informaron acerca de la relación del principal convocante a la marcha con el terrorismo de Miami), pero también el boca a boca, la comunicación directa, el rumor, etc. Sin duda, nuestra militancia ha observado con atención lo que el enemigo en esta fase aguda de ataque comunicacional hizo en el plano de las matrices de opinión contra Cuba.

Y por estos días ¿qué pasó con nosotros/as? ¿Construimos matrices?, si es así, ¿cuáles? ¿cómo se construyeron, cuáles fueron sus canales de circulación principales, cómo se instalaron en la opinión pública, qué formatos se mostraron como los más efectivos para el campo revolucionario, que programas o iniciativas comunicacionales, qué voceros/as lograron darle voz a esas matrices, etc.?

No tengo las respuestas claras, sí la necesidad de advertir acerca de la urgencia de observar, analizar y aprender de nuestras propias experiencias exitosas. La del 15N sin duda lo fue.

Pudimos observar que hay tropa digital revolucionaria, que se activó orgánica y activamente por esos días y en modo multiplataforma. Se apreció una incipiente respuesta sistémica entre mundo digital y el analógico, entre medios tradicionales, digitales y vocerías para enfrentar una batalla como la que se avecinaba. Vimos fuerza comunicacional propia, a pesar de la asimetría. Vimos intuición y asertividad operativa, vimos, en el marco de un escenario asimétrico, la importancia de apostar a variables cualitativas más que a las cuantitativas. Un ejemplo aparentemente nimio al respecto: a las fake news, a las granjas de bots del imperialismo, a los beneficios algorítmicos de los que disfrutan los voceros peteyankees y a su actividad inorgánica y monetariamente inflada, nuestra tropa respondió con artillería de memes que convocaron tanta genialidad humorística y provocaron tanta carcajada auténtica que ya algunos están pidiendo nombrar el 15N como el Día Nacional del Meme en Cuba.

Algún intelectual de rostro grave me podría reprochar candidez en el ejemplo, “qué ingenuidad política” me diría este hombre serio, “meter los memes en la lucha revolucionaria… qué banal”. Para responder sólo basta recordar la importancia del humor político en nuestra tradición que hoy, sin duda, se manifiesta en el formato “meme”, que, además, es el formato más dado a la viralización y que conecta con una amplia audiencia juvenil, esa que descree de los rostros adustos. También agregar lo importante que es la risa y, más aún, burlarse del enemigo y reírse de éste en momentos clave, como una batalla ganada que tenía día y hora fijada por el adversario, y eso, además, en un período en que el desaliento es la macro-matriz del imperialismo para desmoralizarnos y socavarnos por dentro.

Volvimos a las matrices. Y me atrevo a afirmar que el imperialismo tiene bien definida una macro-estrategia: provocar el desaliento permanente de las fuerzas revolucionarias. Desde ahí emanan, semio-comunicacionalmente hablando- un sinnúmero de matrices de opinión que la sustentan, la nutren, y en su despliegue nos hacen daño y afectan la correlación de fuerza.

Es el momento de la contraofensiva comunicacional después del fiasco mayamero del 15 N, pero ¿con qué matrices de opinión? Analicemos nuestra fuerza y triunfos, y sabremos responder a esa pregunta. Y sabiendo responder a esa pregunta, sabremos dar mejor contiendo en la batalla comunicacional.

Pedro Santander Molina es Doctor en Lingüística y profesor de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, donde preside su Capítulo Académico. Integra el movimiento Mueve América Latina.

Tomado de: Cubaperiodistas

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