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Leal a Céspedes

El diario perdido, de Eusebio Leal Spengler. Foto Cubadebate

Por Félix Julio Alfonso López

Es tradición antigua de la Oficina del Historiador, en víspera de la conmemoración del Grito de Independencia lanzado por Carlos Manuel de Céspedes en su ingenio Demajagua, honrar la memoria del prócer del que, en aquel hermoso paralelo entre el hombre del Diez de Octubre y el Bayardo camagüeyano, dijo Martí refiriéndose al primero:

Es preciso haberse echado alguna vez un pueblo a los hombros, para saber cuál fue la fortaleza del que, sin más armas que un bastón de carey con puño de oro, decidió, cara a cara de una nación implacable, quitarle para la libertad su posesión más infeliz, como quien quita a una tigre su último cachorro. ¡Tal majestad debe inundar el alma entonces, que bien puede ser que el hombre ciegue con ella!

Como sabemos, el texto de Martí que acabo de citar lleva por título “Céspedes y Agramonte”, y mis palabras de esta mañana quiero titularlas: “Leal a Céspedes”. Devoto del legado de Emilio Roig, a quien siempre llamó con admiración y respeto “mi predecesor de feliz memoria”, Eusebio Leal, historiador de La Habana durante más de medio siglo, continuó la tradición de exaltar las grandes figuras y fechas patrias, con especial destaque para aquel que había fundado, con gesto magnífico, la nación cubana.

Mucho hizo Emilito por honrar su memoria en los tiempos difíciles de la República burguesa y el resumen de sus desvelos fue justamente colocar en este espacio público, de la mayor jerarquía en el imaginario urbano de La Habana, una gallarda estatua del mártir de San Lorenzo, obra que lo muestra altivo y desafiante al poder colonial, en sustitución del monumento de Fernando VII, funesto representante de aquel colonialismo decadente. Aquella mediocre escultura, al decir de otro historiador contemporáneo, era un agravio a la memoria de los cubanos virtuosos que, como Heredia, Varela y Saco, habían sufrido los desmanes del absolutismo.

Tras el triunfo de la Revolución Cubana, el culto a Céspedes, que tuvo en Hortensia Pichardo y Fernando Portuondo —amigos y colaboradores de Emilio Roig— a dos venerables maestros, encontró eco en la prédica patriótica de Eusebio Leal. Él allegó en el Museo de la Ciudad piezas fundamentales en la vida del prócer, entre ellas el hermoso retrato al óleo realizado en los Estados Unidos en 1872 por J. Devich, copia de una fotografía de 1857; la bandera de La Demajagua, enviada por Céspedes a Anita con el encargo de traerla de vuelta a la patria libre —una promesa que ella cumplió íntegramente—; el revólver de seis balas con cachas de marfil que llevaba en San Lorenzo; el trío de plumas y abrecartas de madreperlas, ébano, nácar y oro y los bonos de la República de Cuba en Armas, firmados por su primer presidente.

En paralelo con la misión patrimonial del museo, Leal fue durante décadas un entusiasta defensor y divulgador de la figura de Céspedes, y en este sentido, disertó en numerosas ocasiones sobre aspectos biográficos y épicos del héroe, en un ramillete de discursos, artículos y evocaciones. Entre muchos ejemplos que podrían citarse, en ocasión del aniversario ciento siete de su caída en combate, el 27 de febrero de 1981, Leal escribió en las páginas de Granma un emotivo texto, donde señala que: “Fue Céspedes la síntesis más acabada y a la vez simbólica de los cubanos, en su admirable capacidad de integrar las urgencias y las necesidades de nuestra tierra, en el contexto de la época en que a él le tocó existir y hacer”.

Leal hizo de Céspedes una figura tutelar de su pensamiento y, con el paso del tiempo, fue forjando una biografía personal del insigne bayamés que lo llevó a conocerlo en profundidad, desde su grandeza como libertador hasta sus desgarramientos como ser humano de carne y hueso. Hay un momento particularmente hermoso en esta pasión cespediana de Leal y es cuando llegan a sus manos los dos cuadernillos de su último Diario, ocupado por los españoles en la catástrofe de San Lorenzo, y cuya destinataria debía ser Anita, su esposa, que nunca lo recibió. Fue rescatado por los hermanos Julio y Manuel Sanguily y este último jamás accedió a entregarlo a la viuda, claro síntoma, dice Leal “de la inocultable acritud que el vehemente orador y autor de ensayos y artículos patrióticos, combatiente en la guerra de los Diez Años, reservó a Céspedes”.

Oculto el Diario durante más de un siglo, sus páginas se consideraban el fragmento clave, el mensaje cifrado necesario para reconstruir a cabalidad el entramado de contradicciones y desafíos que debió enfrentar la Revolución en sus primeros años. Alice Dana, viuda del Dr. José de la Luz León, albacea de dicho documento, cumpliendo la voluntad de su esposo lo entregó a Leal quien decidió publicarlo con una dedicatoria a sus maestros Hortensia Pichardo y Fernando Portuondo.

En el artículo donde dio a conocer la noticia, aparecido en el periódico Juventud Rebelde el 9 de octubre de 1988, escribió Eusebio los siguientes juicios:

A través de sus páginas aparece nítida la imagen humana, la solidez moral, la lealtad a los principios, la franqueza de aquel a quien reservó la historia el singular privilegio de desencadenar las fuerzas sociales y conducir los destinos de la Cuba insurgente, desde la gloriosa alborada del 10 de octubre hasta su deposición, dictada por la Cámara de Representantes el 27 de octubre de 1873.

Y añade: “todo cuanto está escrito, día a día y hora a hora, refleja la ansiedad y la agonía, las luchas enconadas, las privaciones y la entereza del hombre que jamás perdió la fe en la victoria de su pueblo”.

Luego de una cuidadosa labor de transcripción del manuscrito, el Diario perdido fue publicado primero en Zamora, España, en 1992.

La posterior publicación del Diario perdido en nuestro país, con prólogo de la Dra. Hortensia Pichardo, y las sucesivas ediciones que se han hecho hasta el presente, le deparó a Leal grandes satisfacciones en su vida intelectual y, en particular, dos a las que me referiré enseguida. Fue sobre el Diario que reflexionó en su discurso de ingreso a la Academia de la Lengua, en 1994, en presencia de la eminente poetisa Dulce María Loynaz y con ese propio documento obtuvo su Doctorado en Ciencias Históricas en la Universidad de La Habana, en 1995.

En la disertación ante los académicos de la lengua, el verbo poético de Leal alcanzó notas conmovedoras, cuando expresó: “La tensión sostiene en vilo nuestro interés, adentrándonos en una lectura tocada por un halo de tristeza y desconsuelo, dadas las trágicas circunstancias en que la pluma trazó sobre estos cuadernos los rasgos del fundador de la República” y, para dominar la emoción de los oyentes, agregó esta interpretación original y personalísima: “Céspedes es un ideal, un paradigma que emerge de las tenebrosas situaciones de una guerra donde se enfrentan cubanos y españoles como bandos opuestos, pero que en su esencia es una tormenta familiar”.

Haciendo gala de fina cortesía, Leal se justificaba de entrar en dicha corporación de letrados, por el hecho de no existir en aquellos días la Academia de la Historia. Aprovecho para decir ahora, cuando en breve los académicos de la Historia nos reuniremos también para honrar su memoria, que fue su ejemplar perseverancia la que hizo posible la refundación de esta academia, hace exactamente una década.

Sobre la defensa de su doctorado en Ciencias Históricas ha escrito otro apasionado de Céspedes y testigo del hecho, el Dr. Rafael Acosta de Arriba que, mientras se producía su disertación, “Fue algo insólito. Eusebio, mientras hablaba de Céspedes, fue interrumpido con cerrados aplausos en repetidas ocasiones por el tribunal y el público allí presente, algo nunca visto en un ejercicio de esa naturaleza. Por supuesto, no miró ni una sola vez para el documento contentivo de la tesis, todo estaba en su cabeza y en su caudalosa oratoria”.

Volviendo al Diario perdido, Eusebio revisitó una y otra vez sus páginas en numerosos discursos y conferencias. Entre las más descollantes la que pronunció en la Fundación Alejo Carpentier durante la inauguración del ciclo La intimidad de la historia, el 10 de enero de 2012. Recuerdo a la perfección aquella tarde, Leal estaba particularmente motivado y realizó una extensa lectura comentada del Diario, al tiempo que reconstruyó los avatares de su publicación. Allí dice, en una de sus metáforas favoritas, que le escuché decir muchas veces, que Céspedes era “la piedra angular del arco” que sostiene la nación cubana.

Destacó varios de los pasajes que más le gustaban, que no solo leyó, sino que también interpretó con intensidad, subrayando en ellos la condición intelectual de Céspedes, su estro poético y su particular sensibilidad hacia los humildes y desposeídos. Lo llamó con cariño “amador sin reposo” y también “hombre de pasiones”, algunos de cuyos juicios eran demasiado severos. Antes había escrito sobre el hombre galante y seductor lo siguiente:

Enamorado y galán, más siempre caballero, el amor le prodigó exquisitas celadas a las cuales él no fue esquivo, y esto, más que defecto, es en la estructura de su ser íntimo, encanto. De aquellos devaneos amorosos sobrevivió una estirpe que no llevó con sonrojo su nombre. ¡Quién podría enjuiciar con ojos puritanos al vigoroso genitor a quien sorprende la muerte con un último beso de mujer en la mejilla!

Pero al final lo descubre en toda su grandeza y se acerca con estremecimiento y respeto al “viajero, al hombre de mundo, al impecable caballero”, que renunció a todo lo que su clase social podía ofrecerle para irse a la epopeya, y Eusebio exclama ante su memoria: “¿Quién soy yo para no entrar en la historia con la cabeza descubierta?, ¿Quién soy yo para llorar una lágrima que no sea la suya (…) ¿Quién soy yo desde mi condición humana, para no hacer otra cosa que analizar, llorar y tener la misma esperanza que a Céspedes no le faltó nunca por Cuba y para Cuba?”.

Llevaba mucha razón la Dra. Hortensia Pichardo cuando dijo, en el prólogo a la primera edición del Diario:

Ahora, los estudiosos del Iniciador de nuestros Cien Años de Lucha han de recibir con emoción las páginas que contiene este Diario dada la tenacidad investigativa y la vocación cespediana del Historiador de la Ciudad de La Habana, Eusebio Leal, las cuales tienen la importancia de ser lo último que el mártir de San Lorenzo escribiera y donde están reflejadas, entre otras, las ideas y sentimientos de la más dura etapa de su vida. La labor de Eusebio Leal merece el reconocimiento de todo cubano amante de nuestras raíces históricas, ya que también con su constante trabajo, pudo hallar cartas inéditas de Ana de Quesada, que aparecen junto a las páginas del Diario de San Lorenzo.

En otros textos dedicados a Céspedes, sobre todo en los años más recientes, la poesía y el rigor histórico andan de la mano en la manera en que Eusebio realizó siempre su hidalguía, su pundonor, su estoicismo, su particular cosmovisión del mundo formado en los arcanos de la masonería, su condición humana que lo lleva decir que no era perfecto ni infalible, su virtud revolucionaria, el sacrificio filial que lo situó en la condición suprema de Padre de la Patria, la pobreza y el decoro cívico de sus últimos días, y de manera constante insistía en su fe inquebrantable en los destinos de Cuba.

En la hermosa crónica de sus últimos días, publicada en Granma el 27 de febrero de 2014, Leal termina diciendo: “Si fue la traición o el azar el que guió al Batallón de los Cazadores de San Quintín hasta aquel apartado y, al parecer, seguro refugio de la Sierra, poco importa ya, en definitiva. Los ignotos perseguidores del hombre de La Demajagua eran portadores, sin saberlo, de la corona de laurel para ceñir su frente”.

Y en la ceremonia de inhumación de los restos de Céspedes y Mariana, en el Cementerio Patrimonial de Santa Ifigenia, el 10 de octubre de 2017, todos recordamos la profunda emoción que lo embargaba cuando exclamó, al clausurar su discurso: “Padre, un día te trajeron a Santiago con ropas raídas, ensangrentado y deshecho; eras joven, y sin embargo habías envejecido en el dolor, en el sufrimiento, en la ingratitud, pero jamás te abandonó la esperanza”.

Es, con esa esperanza en el futuro de Cuba, que quiero invitar a los diez jóvenes de la Oficina del Historiador, que nos acompañan simbólicamente en este acto, a buscar en las raíces de nuestra historia y, en figuras como la de Céspedes, respuestas y actitudes para enfrentar los desafíos que tenemos por delante. Ello demandará de ustedes audacia, inteligencia y valor para dar continuidad al ejemplo de aquellos próceres. Los incito a leer con fervor y lealtad los textos cespedianos de nuestro maestro Eusebio Leal y a caminar por los senderos de la Historia, como nos pidió siempre, con la cabeza descubierta.

Tomado de: La Jiribilla

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La oscilación entre el héroe y el antagonista (+Video)

Face off, de John Woo

Por Daniel Céspedes Góngora @CespedesGongora

Antes de dirigir Cara a cara (1997), John Woo había comenzado a rodar en China varias de sus primeras películas: The Young Dragons (1974) y Money Crazy (1977). Woo se había entrenado como asistente de director para los Saw Brothers. Y, con la colaboración del mismo Chackie Chan, estaba anticipando lo que quería lograr después en las mal llamadas películas de acción, que siempre han sido policíacas o thrillers, de terror e incluso comedias. Pero al asiático le interesaba sobre todo aportar otra visión del héroe y el antagonista, sin que ello supusiera renunciar a una estetización de la violencia.

Pero para estetizar la violencia se necesita capital. Después de varios fracasos en su país, Woo se refugiaría en Taiwán. Allí, el director/productor Tsui Hark, que lo venía siguiendo, le ofreció la oportunidad de dirigir con la libertad de recursos. Entonces vino la importante A Better Tomorrow (1986). Con el nuevo largo, pudo el director de próximos éxitos internacionales fijar el denominado estilo Heroic Bloodshed, algo así como el memorable y hasta épico derramamiento de sangre. ¿En qué consistió? Batallas a cámara lenta, una manera inusual de rodar los tiroteos, la inclusión de las gafas de sol incluso en contextos lluviosos o nocturnos… a ello le sumo el rigor dramático de la historia y la psicología de cada personaje. El fogoso suspenso de policías y gánsteres daría paso a The Killer (1989), Bullet in the Head (1990) y Once a Thief (1991).

Pero el estilo Woo ganaría mayores espectadores al rodar en Estados Unidos. Aunque no fue, como algunos creen, con Hard Target (1993) e incluso con Broken Arrow (1996). Las productoras no le dejaron desarrollarse como en Hong Kong. Por esta época ya le venían ofreciendo el proyecto de Cara a cara. Pero Woo sentía que el guion limitaba su estilo y más: la ambivalencia de los personajes principales. Entonces llegó la Paramount y le dio la más completa libertad. El director decidió lucirse y enseñarles a los realizadores estadounidenses cómo hacer una película de indudable carga dramática con la elegancia de las escenas de persecución y peleas.

El éxito del filme, cuyo título original es Face off, no se debió exclusivamente a la presencia de John Travolta y Nicolas Cage. Todo partía de insertar el estilo Woo desde el inicio de la trama. Ésta tenía que comenzar bien arriba y, de pronto, bajar la adrenalina para presentar las interioridades del policía: su armonía hogareña y ejemplaridad en el trabajo. Parecía seguirse la tradición de representar como siempre al héroe cinematográfico norteamericano. De alguna manera lo estaba haciendo. Pero, con el repertorio de películas no solo hollywoodenses, sino mundiales, que han tratado la dualidad del propio protagonista que se enfrenta a él mismo, cuando no a un doble (hermano gemelo o sujeto clonado), Woo tuvo la osadía de regirse por un guion que le reclamaba un momento visual decisivo, donde el espectador asistiría al cambio de identidad por el empleo tecnológico. Para la fecha eso era ciencia ficción. Para hoy, todo puede ser posible en materia de cirugía estética y más.

Ahora el héroe (Travolta) pasaba a ser su antagonista para obtener una información. Por otro lado, el “malo” (Cage) se desquitaba con aquél al representarlo en su casa y en la unidad policial. Juego de simulaciones y enmascaramientos literales que le brindaron la oportunidad a estos dos actores de transitar por dos representaciones bien distintas.

Cara a cara se llena de enfrentamientos memorables cuando, como thriller violento, ostenta o despliega el estilo Woo: las escenas de los tiroteos, la cámara lenta, la vestimenta limpia y las gafas oscuras en la iglesia, por ejemplo. Es la disciplina de la acción que complica el duelo de sus protagonistas. El uno es el otro y viceversa. No hay superación del ídolo sin la comprensión del antihéroe.

Con éxito de público y crítica, Cara a cara sigue siendo la mejor película de Woo rodada en los Estados Unidos. Siendo un director que ha influenciado a tantos otros como Tarantino, Michael Bay y hasta los hermanos Wachowski, mucho cine actual no puede concebirse sin el aporte del maestro John Woo.

Tomado de: Cubacine

Tráiler del filme Face off, de John Woo

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Frei Betto: “Es una ingenuidad total querer humanizar el capitalismo”

Foto El Tiempo

Por Bárbara Schijman

Carlos Alberto Libanio Christo, más conocido como Frei Betto, es un reconocido referente progresista latinoamericano y una de las figuras principales de la Teología de la Liberación. Escritor, periodista y fraile dominico, estuvo cuatro años preso durante la dictadura militar de Brasil, a la que se opuso con cuerpo y alma. Durante su labor como fraile conoció, en las favelas de Sao Paulo, al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, de quien fue asesor, y en cuyo gobierno participó del programa Hambre Cero. Escribió más de 60 libros, entre ellos, Fidel y la religión. Conversaciones con Frei Betto (1985); Mística y espiritualidad (1997); La obra del artista. Una visión holística del universo (1999); y El oro perdido de los Arienim (2016).

¿Qué reflexiones abre para usted este mundo en pandemia?

Creo que la pandemia es una venganza de la naturaleza, que resulta de años de dominación y devastación por parte del ser humano. Absolutamente todo lo que venimos haciendo en los últimos 200 años, la búsqueda de ganancias y la explotación máxima de los recursos de la naturaleza sin ningún cuidado de preservación ambiental, resulta en un descontrol de la cadena de la naturaleza, que está completamente desarticulada por la intervención humana. Muchos hablan de “antropoceno”, es decir, la era de la intervención total del ser humano en la naturaleza; pero yo prefiero llamar a esta situación “capitaloceno”. Es decir, la hegemonía total del capital, de la búsqueda de lucro, de ganancia; todo esto que provoca un desequilibrio total del ambiente natural.

Todo ese proceso de devastación ambiental es fruto de la ganancia del capital privado. El problema no es el ser humano; el problema es el capitalismo neoliberal. Y hay que recordar que la naturaleza puede vivir sin nuestra incómoda presencia; nosotros no, nosotros sí necesitamos de la naturaleza.

¿Cómo analiza la situación en Brasil?

En mi país la situación es catastrófica porque tenemos un gobierno neofascista. Yo llamo al presidente Jair Bolsonaro, “Bolsonero”, incluso le di este apodo antes de que lo hiciera la revista The Economist. Brasil está en un incendio total, en la Amazonia, y en otras zonas, y el presidente no tiene ningún interés en mejorar la situación o cambiar el rumbo de lo que estamos viviendo. Todo lo que significa muerte le conviene. Vivimos bajo un gobierno genocida y mentiroso.

Es tan descarado que en su último discurso en la ONU ha dicho que los culpables por los incendios en la Amazonia son los campesinos, los pequeños agricultores de la zona y los indígenas. Por eso no hay ninguna duda de que aquí en Brasil vivimos una situación catastrófica manejada por un gobierno neofascista, que utiliza cada vez más fundamentalismos religiosos para legitimarse. La salud le importa tan poco como la educación. Bolsonaro sabe muy bien que un pueblo educado es un pueblo que tiene un mínimo de conciencia crítica. Y entonces para él es mejor que la gente no tenga ninguna educación para que pueda continuar como guía de una masa ignorante. Por supuesto no por culpa de la propia masa, sino por las condiciones de educación que no son ofrecidas debidamente al pueblo. Como si todo esto fuera poco, ahora regresamos a un mapa de hambre, con una cantidad tremenda de gente que no tiene el mínimo necesario de los nutrientes previstos por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). En fin, estamos en una situación tremenda. Veremos qué sucede en las elecciones municipales de noviembre.

¿Qué escenario vislumbra?

Creo que las elecciones serán un termómetro interesante para evaluar cómo mira nuestro pueblo. Pero la verdad es que, en esto, no soy muy optimista. La pandemia ha ayudado mucho para que Bolsonaro tenga la hegemonía de la narrativa, porque las manifestaciones públicas no existen, están prohibidas, o no convienen, entonces solamente se escucha la voz del gobierno.

Al votar a favor del juicio político contra la expresidenta Dilma Rousseff, Bolsonaro dedicó su voto a la memoria del torturador del Ejército, el coronel Carlos Brilhante Ustra. No debiera sorprender su comportamiento. Pero, ¿qué explica que, con todo, mantenga un piso considerable de apoyo popular?

Tengo dos explicaciones para esa situación. Primero, la derecha tiene el dominio del sistema electrónico de las redes digitales, que prefiero no llamar “sociales” porque no necesariamente crean sociabilidad. Creo que mucha gente de izquierda, progresista, todavía no domina este mecanismo. Y, además, como los dueños de estas plataformas son favorables a sectores cercanos al gobierno, muchos utilizan algoritmos y otros dispositivos para diseminar fake news y todo tipo de mentiras. Esto tiene mucha fuerza porque hoy la gente se entera mucho más de las noticias y de los hechos por las redes digitales que por la prensa tradicional. Este es un primer factor. El segundo factor se relaciona con la movilización que hacen de la gente más pobre las iglesias evangélicas de perfil conservador. Y entonces hay gente que ha abdicado de su libertad para buscar la seguridad. Esa es la propuesta de la derecha mundial: que cada persona abdique de su libertad a cambio de su seguridad.

Frente a esto último, y a la narrativa hegemónica que describe, ¿qué pasa con las voces de la izquierda?

Sobre esto nosotros, los que nos sentimos de izquierda, tenemos una cierta responsabilidad porque hemos abandonado el trabajo de base. Hemos abandonado el trabajo junto a la gente más pobre de este país. En los trece años que hemos estado en el gobierno no hemos incrementado ese trabajo de base, y este espacio ha sido ocupado por esas iglesias evangélicas y algunos sectores católicos fundamentalistas conservadores. Estas iglesias han avanzado muchísimo. Y esto también tiene que ver con un proyecto de la inteligencia de Estados Unidos desde los años ‘70. En dos conferencias que se realizaron en México ya decían la CIA y el Departamento de Estado que más peligroso que el marxismo en América Latina era la Teología de la Liberación y que entonces había que hacer toda una contraofensiva. Esta contraofensiva viene de la mano de la aparición de estas iglesias electrónicas que fueron exportadas para América Latina, África, Asia, y otros lugares.

La religión es el primer sistema de sentido inventado por el ser humano. No hay otro sentido más poderoso y globalizante que la religión. Por eso hay tantos que hoy buscan el dominio de ese sistema. Y nosotros, que somos progresistas de la Teología de la Liberación, hemos hecho aquí en Brasil un intenso y muy positivo trabajo de base entre los años ‘70 durante la dictadura militar y también durante los años ’90, pero después han venido dos pontificados muy conservadores, los de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Fueron 34 años de desmovilización de esa iglesia de base, de esa iglesia de las comunidades eclesiales de base; fueron 34 años de perjuicio a la Teología de la Liberación. Todo eso abrió espacio a esta contraofensiva de la derecha evangélica.

Sostiene que “no hay futuro para la humanidad fuera del socialismo”. ¿Cómo se construye el socialismo en esta coyuntura?

No hay que esperar que se termine el capitalismo para construir el socialismo. Tenemos que construir un socialismo dentro del sistema capitalista, o sea, empezar iniciativas populares de economía solidaria, de compartir bienes, de fortalecer bases populares. Por ahí se va empezando, no hay otra forma. No podemos volver a la concepción leninista de asalto al Palacio de Invierno. Tenemos que denunciar al sistema capitalista, pero crear alternativas efectivas a este sistema, en la medida de lo posible desde las bases populares. De esa manera creo que podemos llegar a quebrar este sistema a largo plazo, pero hay que tener iniciativa y presiones y fuerzas políticas. Es un trabajo a largo plazo, imprescindible, y no veo otra vía fuera de eso en la actual coyuntura.

¿Qué ejemplos de estas iniciativas reivindica?

Hay muchas iniciativas de sectores populares en distintos lugares. En Brasil el Movimiento de los Sin Tierra tiene iniciativas que son típicamente socialistas. Recientemente, con la subida tremenda del precio del arroz en Brasil, el MST, que es un gran productor de arroz, no ha subido sus precios y tuvo una venta espantosa. Mucha gente pudo descubrir las ventajas de su agricultura familiar, donde los servicios y las ganancias son compartidos entre las familias asentadas o acampadas. Hay pequeñas iniciativas que tenemos que fortalecer, y buscar espacios en los gobiernos de nuevo, porque es muy importante e inmensa la posibilidad de trabajar desde el gobierno, como hemos hecho durante las presidencias de Lula y Dilma.

Lamentablemente no hemos aprovechado todas las posibilidades, y sobre todo, no hemos hecho un trabajo, para mí fundamental, que tiene que ver con la alfabetización política del pueblo. Habría que haber invertido mucho más en eso. Si tenemos otra oportunidad de volver al gobierno habrá que encarar ese trabajo, que es primordial. Si de un lado los trece años de gobierno del Partido de los Trabajadores promovieron muchos avances sociales en Brasil -son los mejores de nuestra historia republicana-, por otro, no hemos trabajado la alfabetización política del pueblo, el fortalecimiento de los movimientos populares, y la democratización de los medios de comunicación.

Hay quienes sostienen que hay que humanizar al capitalismo. ¿Es posible eso?

Es una idea totalmente contradictoria. Humanizar el capitalismo es lo mismo que quitarle los dientes al tigre, pensando que así se le va a quitar su agresividad; es una ingenuidad total querer humanizar el capitalismo. No hay posibilidad de eso; el capitalismo es intrínsecamente malo. Su propio mecanismo endógeno es un mecanismo necrófilo. Es un sistema que se alimenta del que trabaja, del que consume, del pobre. Es una cuestión aritmética: si no hay tanta riqueza no hay tanta pobreza; si no hay tanta pobreza no hay tanta riqueza. Es imposible humanizar el capitalismo; es una postulación muy ingenua y lamentablemente todavía hay gente que cree en este mito.

¿Cómo se genera conciencia democrática? ¿Cómo trabajar la democratización de la sociedad en tiempos como los actuales?

Por medio de sistemas de comunicaciones -digitales, impresos, audiovisuales, etc.-, traduciendo a lenguaje popular muchos de los conceptos divulgados en los medios masivos. La gente sencilla muchas veces no comprende conceptos como los de deuda pública, inversiones extranjeras, oscilación de cambio, engranaje del mercado. Eso exige metodología –que Paulo Freire enseña– y equipos de educación popular.

¿Imagina a Lula nuevamente presidente de Brasil?

Quizás tenga la oportunidad porque le están revisando sus juicios y condenas, colmadas de tantos prejuicios. Ojalá tenga la posibilidad de ser candidato de nuevo; es nuestra esperanza aquí.

¿Imagina una iglesia católica menos conservadora, atenta en los hechos a las proclamas que defiende?

Como decía, la Iglesia Católica ha pasado 34 años de pontificados conservadores que han desmovilizado mucho todo ese trabajo popular de las comunidades eclesiales de base, la materia prima de la Teología de la Liberación. Esta no viene de la cabeza de teólogos, viene de las bases. Todo esto ha sido desmovilizado. Pueden ser tiempos distintos a partir de los cambios que propone el Papa Francisco, pero todavía la jerarquía intermedia entre las bases y la gente que tiene poder en la iglesia no ha sido totalmente cambiada. Aún tenemos una gran cantidad de obispos y curas que son muy conservadores y que no quieren comprometerse en las luchas populares, tienen miedo o están en búsqueda de su confort, de su comodidad, y no quieren ponerse en riesgo. Hay todo un trabajo para hacer, pero hay sectores de la iglesia católica y de América Latina muy comprometidos con esas luchas por la defensa de los derechos de los más pobres, de los derechos humanos; esto es muy fuerte en muchos sectores.

¿Cómo piensa el futuro inmediato?

Creo que en el futuro inmediato va a haber una exacerbación del individualismo. La pandemia ha exigido cortar las relaciones presenciales, entonces la gente va a estar cada vez más aislada, con menos oportunidades de vincularse con el otro y de juntarse en las calles, en los sindicatos, en los movimientos sociales, al menos hasta que una vacuna venga a sacarnos de esta situación. Y acá aparece de nuevo la importancia de saber manejar las redes digitales. Nosotros, la izquierda progresista, tenemos que aprender cada vez más a manejar estas redes y a cambiarlas, porque sabemos que muchas de ellas están ahí solamente para favorecer el consumo o mismo vinculadas a servicios de espionaje, de inteligencia, de control de la gente. Hay mucha lucha que hacer alrededor de esto porque es un factor que vino para quedarse. Es muchísima la gente que se informa a través de estas redes digitales. Tenemos que crear grupos con habilidad para dominar estas redes, desmentir las fake news y diseminar la verdad, los hechos reales. Esta es la única manera de poder hacer un trabajo virtual de educación política.

¿Hay Teología de la Liberación hoy?

Sí, claro. La Teología de la Liberación ha abierto su abanico a otros temas que no son solamente las luchas sociales, también aborda el tema de la ecología, las cuestiones de la nanotecnología, la astrofísica, la cosmología, la bioética. El problema es que hemos perdido bastante las bases populares, que eran el sustento de la Teoría de la Liberación. Estas bases se han perdido por estos 34 años de pontificados conservadores. Nuestra tarea principal es volver a las bases, volver a las villas, volver a las favelas, a las periferias, volver a la gente pobre, a los oprimidos, a los excluidos, como los negros, los indígenas, los LGBT. Todos tenemos que estar en esta lucha; por ahí es que tenemos que caminar.

¿Es optimista?

Yo tengo un principio: hay que guardar el pesimismo para días mejores. No podemos hacerle el juego a un sistema que lo que busca es que nos quedemos quietos, deprimidos, desanimados; hay que seguir luchando. La historia tiene muchas vueltas. He pasado por muchísimas cosas, algunas muy tremendas, otras positivas. La cárcel en la dictadura de Vargas, la fuerza de los movimientos populares, la elección de Lula, la elección de Dilma… Soy optimista, sí. No podemos considerar ningún momento histórico como definitivo.

Tomado de: Página 12

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Fundación de América

Grabado de Jean Théodore De Bry que retrata la Masacre del Templo Mayor. Pedro de Alvarado y sus hombres asesinaron a nobles y civiles desarmados mientras celebraban una festividad religiosa.

Por Eduardo Galeano

En Cuba, según Cristóbal Colón, había sirenas con caras de hombre y plumas de gallo.

En la Guayana, según sir Walter Raleigh, había gente con los ojos en los hombros y la boca en el pecho.

En Venezuela, según fray Pedro Simón, había indios de orejas tan grandes que las arrastraban por los suelos.

En el río Amazonas, según Cristóbal de Acuña, había nativos que tenían los pies al revés, con los talones adelante y los dedos atrás.

Según Pedro Martín de Anglería, que escribió la primera historia de América, pero nunca estuvo allí, en el Nuevo Mundo había hombres y mujeres con rabos tan largos que sólo podían sentarse en asientos con agujeros.

Americanos

Cuenta la historia oficial que Vasco Núñez de Balboa fue el primer hombre que vio, desde una cumbre de Panamá, los dos océanos. Los que allí vivían, ¿eran ciegos?

¿Quiénes pusieron sus primeros nombres al maíz y a la papa y al tomate y al chocolate y a las montañas y a los ríos de América? ¿Hernán Cortés, Francisco Pizarro? Los que allí vivían, ¿eran mudos?

Lo escucharon los peregrinos del Mayflower: Dios decía que América era la Tierra Prometida. Los que allí vivían, ¿eran sordos?

Después, los nietos de aquellos peregrinos del norte se apoderaron del nombre y de todo lo demás. Ahora, americanos son ellos. Los que vivimos en las otras Américas, ¿qué somos?

Caras y caretas

En vísperas del asalto de cada aldea, el Requerimiento de Obediencia explicaba a los indios que Dios había venido al mundo y que había dejado en su lugar a san Pedro y que san Pedro tenía por sucesor al Santo Padre y que el Santo Padre había hecho merced a la Reina de Castilla de toda esta tierra y que por eso debían irse de aquí o pagar tributo en oro y que en caso de negativa o demora se les haría la guerra y ellos serían convertidos en esclavos y también sus mujeres y sus hijos.

Este Requerimiento se leía en el monte, en plena noche, en lengua castellana y sin intérprete, en presencia del notario y de ningún indio.

Fundación de la guerra bacteriológica

Mortífero fue, para América, el abrazo de Europa. Murieron nueve de cada diez nativos.

Los guerreros más chiquitos fueron los más feroces. Los virus y las bacterias venían, como los conquistadores, desde otras tierras, otras aguas, otros aires; y los indios no tenían defensas contra ese ejército que avanzaba, invisible, tras las tropas.

Los numerosos pobladores de las islas del Caribe desaparecieron de este mundo, sin dejar ni la memoria de sus nombres, y las pestes mataron a muchos más que los muchos muertos por esclavitud o suicidio.

La viruela mató al rey azteca Cuitláhuac y al rey inca Huayna Cápac, y en la ciudad de México fueron tantas sus víctimas que, para cubrirlas, hubo que voltearles las casas encima.

El primer gobernador de Massachusetts, John Winthrop, decía que la viruela había sido enviada por Dios para limpiar el terreno a sus elegidos. Los indios se habían equivocado de domicilio. Los colonos del norte ayudaron al Altísimo regalando a los indios, en más de una ocasión, mantas infectadas de viruela:

—Para extirpar esa raza execrable— explicó, en 1763, el comandante sir Jeffrey Amherst.

En otros mapas, la misma historia.

Casi tres siglos después del desembarco de Colón en América, el capitán James Cook navegó los misteriosos mares del sur del oriente, clavó la bandera británica en Australia y Nueva Zelanda, y abrió paso a la conquista de las infinitas islas de la Oceanía.

Por su color blanco, los nativos creyeron que esos navegantes eran muertos regresados al mundo de los vivos. Y por sus actos, supieron que volvían para vengarse.

Y se repitió la historia.

Como en América, los recién llegados se apoderaron de los campos fértiles y de las fuentes de agua y echaron al desierto a quienes allí vivían.

Y los sometieron al trabajo forzado, como en América, y les prohibieron la memoria y las costumbres.

Como en América, los misioneros cristianos pulverizaron o quemaron las efigies paganas de piedra o madera. Unas pocas se salvaron y fueron enviadas a Europa, previa amputación de los penes para dar testimonio de la guerra contra la idolatría. El dios Rao que ahora se exhibe en el Louvre, llegó a París con una etiqueta que lo definía así: ídolo de la impureza, del vicio y de la pasión desvergonzada.

Como en América, pocos nativos sobrevivieron. Los que no cayeron por extenuación o bala, fueron aniquilados por pestes desconocidas, contra las cuales no tenían defensas.

Fuente: Eduardo Galeano. Espejos. Una historia casi universal.

Tomado de: El Viejo Topo

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Un salto hacia el futuro

Carlos Manuel de Céspedes. A partir del 10 de octubre comenzó a delinearse el rostro de la patria.

Por Elier Ramírez Cañedo @islainsumisa

«La capacidad histórica de un país no se debe a su extensión sino a su intensidad», nos recordaba ese gran pensador revolucionario que fue Cintio Vitier, citando a otro de los grandes de las letras cubanas: José Lezama Lima.

Tomando como base esa referencia pudiéramos decir hoy, que esa intensidad cubana, de profunda raíz ética, comenzó a irradiar el mundo con un brillo diferente a partir del grito de libertad y justicia proclamado por Carlos Manuel de Céspedes y otros patriotas cubanos en el oriente de la Isla, hace 150 años.

Claro que la rebeldía, el cimarronaje, las ansias de libertad de los cubanos encuentran raíces más lejanas en el tiempo, desde Hatuey y Guamá, hasta las conspiraciones insurreccionales antiesclavistas como la encabezada por José Antonio Aponte en 1812 y las heroicas sublevaciones de esclavos de Matanzas que culminan en la gran represión de la llamada Conspiración de La Escalera (1844), por solo mencionar algunos ejemplos, pero solo a partir del 10 de octubre de 1868, cuando el ideal independentista y el de justicia social —expresado fundamentalmente en el abolicionismo— se fusionaron indisolublemente, comenzó a delinearse con mayor nitidez el rostro de la patria, la nación y la identidad cubanas. La epopeya del 68 creó un panteón de mártires, una memoria, una sicología común, construyó nuevos símbolos y una tradición, en fin, una nueva espiritualidad humana que no cabía ya dentro de los moldes coloniales. En muchos sentidos aquella guerra grande fue también una profunda revolución cultural.

Asimismo, aquellos hombres que se alzaron en armas el 10 de octubre de 1868, en condiciones muy desventajosas, destrozaron el imposible histórico y empezaron a fundar de esa manera una tradición que abrazarían generaciones posteriores, enfrentadas siempre a fuerzas dominantes muy superiores. Frente al imposible se levantó Carlos Manuel de Céspedes: «Señores: la hora es solemne y decisiva. El poder de España está caduco y carcomido. Si aún nos parece fuerte y grande, es porque hace más de tres siglos lo contemplamos de rodillas. Levantémonos».

En su ingenio Demajagua, días después, el bayamés de espíritu volcánico cumplía su voluntad y no solo liberaría a sus esclavos, sino que, en un hecho aún más revolucionario, los haría sus iguales. Sería el mismo Céspedes quien en octubre de 1871, al ordenar la destrucción de los cafetales de Guantánamo, declararía: «No podemos vacilar entre nuestra riqueza y nuestra libertad».

Por esa actitud y no solo por el hecho de haberse declarado el padre de todos los cubanos que habían muerto por la Revolución, ante la amenaza de la corona española —luego consumada— de asesinar a su hijo Oscar, es que hoy honramos a Céspedes como el Padre de la Patria. De un solo golpe aquel hacendado esclavista se convertía en libertador, y no sería el único.

Cómo no recordar la actitud de Francisco Vicente Aguilera, uno de los hombres más acaudalados del oriente cubano, que prefirió sacrificar todo su patrimonio y su vida a la causa independentista cubana. O la de Ignacio Agramonte, aquel diamante con alma de beso al decir de Martí, cuando ante los que flaqueaban, alzó su voz para decir que contaba con la vergüenza de los cubanos para continuar la lucha. Son muchos los nombres y los hechos a reverenciar, y su mención en pocas líneas siempre podría resultar omisa. Nadie mejor que José Martí para describirnos y enaltecer a nuestros iniciadores y mártires: «Aquellos padres de casa, servidos desde la cuna por esclavos, que decidieron servir a los esclavos con su sangre, y se trocaron en padres de nuestro pueblo; aquellos propietarios regalones que en la casa tenían su recién nacido y su mujer, y en una hora de transfiguración sublime, se entraron selva adentro, con la estrella a la frente; aquellos letrados entumidos que, al resplandor del primer rayo, saltaron de la toga tentadora al caballo a pelear; aquellos jóvenes angélicos que del altar de sus bodas o del festín de la fortuna salieron arrebatados de júbilo celeste, a sangrar y morir, sin agua y sin almohada, por nuestro decoro de hombres; aquellos son carne nuestra, y entrañas y orgullos nuestros, y raíces de nuestra libertad y padres de nuestro corazón, y soles de nuestro cielo y del cielo de la justicia, y sombras que nadie ha de tocar sino con reverencias y ternura. ¡Y todo el que sirvió es sagrado!».

Cómo olvidar que de aquella fragua y de sus bases más populares saldrían figuras de la talla de Máximo Gómez, Calixto García y Antonio Maceo. Este último protagonizaría el 15 de marzo de 1878, en Mangos de Baraguá, uno de los hechos más gloriosos de toda nuestra historia.

«Todas las fabulosas hazañas militares de Maceo —señala Cintio Vitier— palidecen ante la pura majestad moral de la Protesta de Baraguá, imagen clavada en el orgullo y la esperanza del pueblo, nueva fundación de Cuba, por un acto de fe revolucionaria, conversión del fuego en semilla, puente sobre el vacío y hacia lo desconocido que ya venía al encuentro de la Isla con un nombre centelleante: José Martí».

Cómo no hacer referencia a Mariana Grajales —madre de la Patria—, Lucía Íñiguez, Canducha Figueredo, Ana Betancourt, Bernarda Toro, Amalia Simoni, María Cabrales, Adolfina de Céspedes, Cambula Acosta, y muchas otras tantas mujeres, quienes no solo prestaron servicios trascendentales al Ejército Libertador, sino que en muchos casos combatieron directamente en sus filas.

Aquella experiencia de lucha comenzaría a mostrar también cuáles serían los dos principales enemigos de las luchas emancipadoras del pueblo cubano: la desunión y los sucesivos Gobiernos de Estados Unidos. El impacto de la división, el regionalismo y el caudillismo hizo más daño a la causa independentista cubana que todos los batallones de España, mientras que los distintos Gobiernos de Estados Unidos se negaron a reconocer la beligerancia de los cubanos y practicaron una neutralidad cómplice de España. Céspedes intuyó los verdaderos propósitos de Washington, demostrando una vez más sus cualidades como estadista: «Por lo que respecta a los Estados Unidos (…) su Gobierno a lo que aspira es a apoderarse de Cuba sin complicaciones peligrosas para su nación y entretanto que no salga del dominio de España, siquiera sea para constituirse en poder independiente; este es el secreto de su política y mucho me temo que cuanto haga o proponga, sea para entretenernos y que no acudamos en busca de otros amigos más eficaces y desinteresados». Lo que difícilmente hubieran podido imaginarse aquellos héroes legendarios, es que aún tendría que verterse la sangre de cientos de cubanos durante décadas para que finalmente se coronasen sus sueños de libertad y justicia. Aquella lucha iniciada en 1868, como la Guerra Chiquita, la del 95 y la de Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena y Antonio Guiteras en los años 30 del siglo XX, no culminaron en el triunfo definitivo de la causa, pero como bien advirtiera Fidel en extraordinario discurso pronunciado en el centenario del inicio de nuestras luchas independentistas, «ninguna de nuestras luchas culminó realmente en derrota, porque cada una de ellas fue un paso de avance, un salto hacia el futuro». Quiso el destino regalarnos el simbolismo y el altísimo compromiso que significa que, cuando la generación continuadora de la Generación del Centenario asume creativamente las más altas responsabilidades en la dirección del país, alterando los sueños neocolonizadores de nuestros adversarios, estemos conmemorando esta efeméride y al propio tiempo, nos dispongamos a celebrar el aniversario 60 del triunfo de la Revolución Cubana.

Todo esto, además, en medio de uno de los procesos deliberativos populares más trascendentales de nuestra historia, que dará lugar el año próximo —luego de desarrollado el referéndum— a la proclamación de una nueva Carta Magna, precisamente en el aniversario 150 de la primera Constitución mambisa, firmada, en Guáimaro, el 10 de abril de 1869 por nuestros libertadores, fecha que marca el nacimiento de nuestra República. A 150 años de la arrancada redentora, seguimos los cubanos aspirando a poner la justicia tan alta como las palmas, como expresara Fidel en la clausura del 7mo. Congreso de nuestro Partido Comunista: «…perfeccionaremos lo que debamos perfeccionar, con lealtad meridiana y la fuerza unida, como Martí, Maceo y Gómez, en marcha indetenible».

Tomado de: Juventud Rebelde

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Archivo.cu: Obstáculos al intercambio académico y cultural entre Cuba y Estados Unidos (+Video)

¿Se pueden bloquear la cultura, el conocimiento y la sensibilidad humana? Artistas e intelectuales cubanos miran la política de la administración de Donald Trump hacia Cuba desde su experiencia como creadores.

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La Verdad. Disputas semióticas en los territorios de la Realidad

Foto Características.co

Por Fernando Buen Abad Domínguez @FBuenAbad 

Conquistar la verdad es un trabajo… es una lucha. La verdad no es una moneda que pueda darse y recibirse, sin más, en el mercado de la información. No nos cuenten que la verdad es “incognoscible”, o subjetiva, porque el estado actual del conocimiento esté limitado, mientras fabrican escondites, o mentiras retorcidas, para dificultar el camino del saber. La verdad se alcanza, y se defiende, con el esfuerzo militante del pensamiento y la acción organizados. Se alcanza en la dialéctica tensional entre el error y la certeza. En el debate capital-trabajo. Al margen de reduccionismos. El problema de la verdad (tanto como la mentira) es un problema humanista de nuestro tiempo. Sólo se resuelve en la praxis.

Para nosotros es fundamental una concepción totalizante, e indisoluble, de la especie humana y el universo, en función, objetiva y subjetiva, transformadora del mundo. Para nosotros es fundamental un método crítico de toda información (sentido amplio) que produce la sociedad en que vivimos; por tanto, en función de esa crítica, como resultado de ella, necesitamos un plan de acción superadora, con un programa de transformación revolucionaria, para la creación de un tipo nuevo de relaciones entre los seres humanos hacia un nuevo orden mundial de la información y la comunicación. Con un punto de no retorno lógica y políticamente. La verdad al alcance de todos. La mejor contribución al proceso revolucionario es la crítica inspirada por la lealtad, la crítica científica que empodera a la razón de la lucha para profundizarla. La crítica sin complacencia, sin torpeza. La que alimenta a la revolución y esmerila al capitalismo. La verdad sea dicha.

Empeñarse en la búsqueda de la verdad, sobre una base semiótica concreta y científica es, en más de un sentido, un cambio histórico que revoluciona a la historia misma. Transforma a la búsqueda, y sus métodos, en un instrumento magnífico. No esperemos “bienvenidas” por parte de los poderes hegemónicos expresados en sus trincheras políticas, económicas ni académicas. La bienvenida deben darla, si se ofrecen resultados potentes, las bases en pie de lucha. Quienes asumen el deber de estudiar y defender el problema de la verdad, trabada en las luchas de clase que se verifican en sus entrañas, deben desarrollar métodos, hipótesis y teorías correctas capaces de ascender a la praxis correcta que no es otra más que la praxis emancipadora dirigida desde las bases.

Las premisas de una semiótica científica están íntimamente vinculadas al desarrollo histórico, a las condiciones objetivas de la economía y de la vida material determinadas por leyes objetivas y cargadas, a su vez, de significación histórica, aunque sea imperfectamente, explicado en su praxis misma. La base del carácter científico de la semiótica que debemos desarrollar exige, desde su definición, capacidades predictivas (y preventivas) sobre el destino marcado por el modo de producción de sentido que interesa a las clases dominantes y sus componentes esenciales. ¿Cómo están pensando y proyectando la “manipulación simbólica”?

Falsificar la realidad es una actividad sistémica del capitalismo, una religión en la que las falacias son esencia y necesidad vital para poner, fuera de la vista de la clase trabajadora, los modos y los medios de hurto contra el producto del trabajo. No sólo invisibilizan la plusvalía, además nos embriagan con ilusiones o espejismos que hacen de las víctimas cómplices solidarios de sus verdugos. La producción de embrutecimientos, borracheras y anestesias simbólicas tiende a expandirse y a producir mutaciones aberrantes, afamadas porque son muy rentables. A cualquier costo. No nos cansaremos de repetirlo.

Es una necesidad imperativa prever a dónde quiere llevarnos la maquinaria fabricante de falacias. Identificar sus horizontes, sus métodos, sus recursos y sus consecuencias. Es crucial la tarea de producir anticuerpos y desplegar de inmediato fuerzas para la defensa y para la vanguardia en el estudio de la realidad y la búsqueda de la verdad. Sin los relativismos tóxicos de las filosofías con sordina, sin las baratijas ideológicas de los individualismos ni las metafísicas del cangrejo. Ya está en el horno “el nuevo orden”, la “nueva normalidad”, el “happytalism” (capitalismo feliz y progre). Matrices teóricas y “categorías nuevas” de donde se desprenderán cifras y paisajes para anestesiarnos a golpes de silogismos espurios y “entretenimiento familiar”.

Hoy, la “clase dirigente” sabe bien lo que necesita para darse sobrevida y prepara lo necesario para frenar a las fuerzas revolucionarias que se mueven desde abajo. Es tarea de la semiótica emancipadora, luchar en cualquier frente de disputa simbólica para descubrir, explicar y combatir, toda forma de esclavitud. El cuento de que tanto la realidad como la subjetividad, son incognoscibles e impredecibles, debe combatirse con herramientas científicas que permitan probar cómo operan las herramientas de dominación económico-ideológicas y explicar cómo derrotarlas. La verdad, que no es propiedad privada, es un espacio de trabajo y lucha permanentes donde debe desplegarse una creatividad metodológica capaz de generar información correcta, con rigor ético, y sin esclavitudes mercantiles. La verdad no es un ente intocable ni místico, es una construcción social que reclama intervención colectiva, debate y consenso. Es una responsabilidad colectiva. Requiere fuerza científica y vigilancia irrestricta, sin amos, sin reformistas, sin oportunistas ni sectarios. Cultiven el santoral que cultiven.

No debemos temerle a la verdad, ni a los mitos fabricados para desfigurarla, ni a sus acólitos. No temerle a la verdad, mejor aún interrogarla, socializarla, democratizarla, re-politizarla y hacerla patrimonio de la humanidad bajo una práctica de acción directa y organización revolucionaria. Desatar todos los velos que la cubren y encierran, desmentir todas las falacias que la acorralan, desarticular los templos y los calabozos que la encierran. Emancipar a la verdad y combatir a las falacias, vengan de donde vengan, valgan lo que valgan, beneficien a quién beneficien. La verdad es un organismo social vivo, es dinámica y pertenece a todos. Hay que conocerla. ¿Por qué las mentiras de unos cuantos han de valer más que las verdades de millones?

Tomado de: Telesurtv

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Collar de perlas de estupidez

De Daniel Jardim

Por Eric Nepomuceno

Desde Río de Janeiro. Una serie de frases expelidas en los últimos días por el presidente Jair Bolsonaro, por el vicepresidente, general reformado Hamilton Mourão, y el ministro de Salud, general en activo Eduardo Pazuello, dejan claro de toda claridad que la fábrica de perlas de estupidez instalada en Brasilia sigue trabajando a todo vapor.

Una vez instalado en el sillón presidencial, de inmediato el más primate presidente de la historia de la República brasileña dejó claro que no pretendía tener la exclusividad absoluta a la hora de extraer y exhibir tales perlas.

Supo convocar un formidable grupo de bestias sin remedio para ayudarlo, con la convicción más que justificada que nadie sería capaz de superarlo. Hubo intentos loables de ministros que pretendieron al menos acercarse al jefe, pero por más que se hayan esforzado todo fue en vano.

Bolsonaro luce sólidas muestras de ser la única persona en el universo capaz de superarse a sí mismo en el quesito del desequilibrio, de la torpeza y de las aberraciones desenfrenadas. Él se renueva cada día, y cuando se repite lo hace con vertientes innovadoras.

No importa que las relaciones entre su gobierno y la realidad se hagan cada vez más lejanas. Nada ni nadie parece capaz de impedir la intensa labor de la fábrica de perlas de estupidez.

Vamos a algunos ejemplos. Empecemos por Pazuello, un general que ocupó de inicio como “interino” el ministerio de Salud durante cuatro largos meses, y que luego de haber esparcido uniformados en puestos-clave antes ocupados por médicos e investigadores fue oficializado como titular pleno.

El pasado miércoles, durante la presentación de la campaña “Octubre Rosa”, cuyo objetivo es alertar a las mujeres sobre los riesgos del cáncer de mama y la necesidad de medidas de prevención, Pazuello admitió que antes de llegar al sillón en que ahora se instala no tenía idea de la existencia del SUS, el Sistema Único de Salud. Y luego aclaró que “el cáncer es una enfermedad complicada…”.

Cuando semejante esperpento llegó al ministerio de Salud, Brasil contaba con 13 mil muertes causadas por el covid-19. Pasados cinco meses y medio, superó la marca de 150 mil.

El vicepresidente de la República, general reformado Hamilton Mourão, sorprendió en otra dirección. Pese a sus posiciones ultra-reaccionarias (no confundir con conservadoras) harto conocidas, en un reportaje concedido a la Deutsche Welle prestó un sentido homenaje a Carlos Alberto Brilhante Ustra, uno se los símbolos más abyectos de la tortura en la dictadura que duró de 1964 a 1985.

Muerto en 2015, ha sido el único jefe militar condenado por la justicia. Contra él hubo más de 500 testimonios tremendos, destacando su frialdad, su sadismo y su violencia. Para Mourão, sin embargo, era un “hombre íntegro y honrado, que supo defender los derechos humanos de sus subordinados”.

Esta perla –de estupidez y de asco– ofende no solo a la memoria de las víctimas del verdugo inmundo: ofende a la memoria del país. Y abre espacio para más tensión, si se confirma la victoria de Joe Biden: cuando vicepresidente de Obama, le tocó a él entregar a la entonces presidenta Dilma Rousseff, ella misma víctima de Ustra, un robusto conjunto de informes secretos en que el “hombre honrado” de Mourão ocupa lugar especial.

Nadie, sin embargo, es capaz de superar a Bolsonaro. El jueves por la noche –luego lo reiteró ayer por la tarde– decidió, así de la nada, atacar otra vez a Argentina, a Alberto Fernández y a Cristina Kirchner. Dijo que los argentinos tienen el gobierno “que merecen”.

Leo en los diarios porteños un ligero equívoco, cuando dicen que Bolsonaro acusó al electorado argentino de haber permitido el regreso del “zurdaje”. No, no: por “esquerdalha” hay que entender “izquierdalla”, por izquierda y canalla.

Un primor de educación, de sensibilidad y de diplomacia, típico, absolutamente típico, del aprendiz de genocida.

Lo que me pregunto es si el pueblo brasileño merece semejante bestia. O si se dejó manipular. Lo único que sé es que me indigna, me llena de vergüenza.

El collar de perlas de estupidez sofoca a mi país cada vez más y más. ¿Hasta cuándo será posible respirar?

Tomado de: Página 12

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De dónde venimos

Día de Reyes en La Habana. Obra de Víctor Patricio Landaluze

Por Graziella Pogolotti

Tanta era su sabiduría que, cuando ya el apelativo había caído en desuso, todos, intelectuales reconocidos, jóvenes activistas políticos y aprendices quinceañeros, le decíamos Don Fernando. Su personalidad preserva el reconocimiento colectivo, pero la tendencia simplificante al estereotipo lo define como «tercer descubridor de Cuba» y lo evoca, sobre todo, como estudioso de las raíces africanas de nuestra cultura. Lo fue, pero el alcance de su obra desborda ese aspecto esencial. A la infatigable y multidireccional labor investigativa añadió el empeño por animar instituciones que promovieran la diseminación de distintos saberes, como la Sociedad de Estudios Folclóricos y la Sociedad Hispanocubana de Cultura. Contó por mucho tiempo con la colaboración de Conchita Fernández, un nombre que debería permanecer en el registro de nuestra memoria colectiva. Fue su secretaria hasta que Ortiz cedió a la pertinaz solicitud de Eduardo Chibás. Después del triunfo de la Revolución, Conchita trabajó junto a Fidel Castro.

El intenso laboreo de Don Fernando constituyó su manera de responder al compromiso del intelectual con la nación, de desentrañar las esencias de nuestras realidades y afrontar los males que laceraban la República neocolonial. Así lo revela, desde fecha temprana, una ingenua carta juvenil dirigida al pensador español Miguel de Unamuno. La diversidad de temas abordados a lo largo de su existencia responde a la necesidad de procurar respuestas a dos interrogantes fundamentales: qué somos y de dónde venimos. En apéndice al Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar —uno de los más brillantes ensayos escritos en nuestra lengua— esboza el complejo proceso constitutivo de un pueblo en la fragua de su identidad. En el Archipiélago cubano se fueron aposentando sucesivas oleadas de migraciones. Los pobladores originarios eran portadores de distintos grados de desarrollo. Tampoco era homogénea la composición de los conquistadores peninsulares. Acicateados por las riquezas del Nuevo Mundo, llegaron andaluces permeados por la secular ocupación árabe, castellanos, aragoneses, vascos o catalanes, cristianos nuevos de dudosa conversión al catolicismo, impregnados por la tradición judaica.

Con su percepción anticolonialista, Ortiz descartó considerar el África como un oscuro continente negro. Reconoció la diversidad de culturas existentes. Sometidas a un brutal ejercicio de deculturación en las bodegas de los barcos de los tratantes, preservaron una memoria mítica, musical y danzaria, entremezclada en la convivencia obligada de los barracones.

Las oleadas siguieron llegando como consecuencia de la Revolución Haitiana, a través de los contratos leoninos de los culíes chinos, con la demanda de mano de obra barata procedente del entorno caribeño, con la arribazón de gallegos y asturianos favorecidos por la voluntad política de blanquear la nación y con los libaneses que también dejaron huella.

Cierta tendencia académica ha sometido a crítica la metáfora del ajiaco cultural resultante de este proceso. En verdad, teniendo en cuenta la base teórica sustentada por Ortiz, la imagen se remite a la tradicional «olla podrida», típica de las costumbres nómadas ganaderas, en la que, al material acumulado en el curso de los días, sometido a cocción, se le van añadiendo los alimentos acopiados en cada jornada. El material bullente conserva, en el caldo espeso, fragmentos que guardan parcialmente su carácter inicial, sin desintegrarse del todo. A través de la consiguiente toma y daca de aromas y sabores, madura una tradición con impronta renovada, en diálogo con los orígenes y con el presente de cada momento histórico. La densidad del caldo asegura la unidad y la diversidad de una identidad nacional específica.

Al develar la complejidad viviente y mutante del pueblo que somos, Fernando Ortiz entregó un conocimiento de extrema utilidad para el arte y la cultura de hacer política. Azotados por huracanes, nos refugiamos en las poderosas raíces de la ceiba y mediante el choteo sobrellevamos las ásperas realidades del vivir. Valido de otro instrumento, Fidel también comprendió la naturaleza de esa complejidad y el peso de las marcas históricas que la modelan. Su definición de pueblo en La historia me absolverá debería constituirse en texto de cabecera y referente constante e ineludible para actores de las instituciones sociales y de los medios de comunicación. Ajeno a formulaciones abstractas esquemáticas, Fidel inscribió la definición de pueblo en la dinámica histórica. En las circunstancias del dominio imperial y la dictadura de Batista, el concepto pormenorizaba los rasgos de todos los grupos sociales existentes. La perspectiva excluía tan solo a quienes estaban subordinados a un vínculo orgánico con el imperio. En términos concretos, el Programa tenía en cuenta las demandas de cada uno de los sectores involucrados. El reconocimiento de lo que somos, conciencia de sí, se transformaba a través de la acción práctica en conciencia para sí.

Sesenta años de combate revolucionario en el contexto de la acelerada globalización neoliberal han modificado el panorama de entonces. Persiste la irrenunciable espina dorsal que sostiene el llamado permanente a hacer un país asentado en la decisión soberana de construir un destino propio. El paisaje social y cultural de Cuba ha variado sustancialmente. La voluntad política provee garantías para los más vulnerables. Pero las desigualdades existentes en los ingresos y en el acceso a bienes imponen el reclamo urgente de diagnosticar la composición socioclasista del pueblo. A partir de la valoración de lo que somos puede diseñarse una eficaz estrategia comunicativa. Es en el Oncológico te diré cuando ingrese donde es que estará. ¿Y tía cómo está? Cuídense ustedes también.

Tomado de: Juventud Rebelde

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Regentes del suceso sudcoreano

Bong Joon-ho Foto El Periódico

Por Joel del Río @jdelriofuentes

Hace diez o 15 años cualquiera podía pasar por cinéfilo serio, aunque nunca incluyera en su lista de preferencias anuales algún título sudcoreano. Hoy es casi imposible. Y en los corrillos especializados del mundo entero todos hablan elogiosamente de la nueva ola sudcoreana, que comenzó a visibilizarse internacionalmente en los años 90, dos décadas después de que se estableciera, en 1973, durante la represiva dictadura del General Park Chung-hee, el Consejo Fílmico de Corea. Apoyado por el Ministerio de Cultura, Deporte y Turismo, este se propuso estimular la producción nacional a partir de un fondo aportado por el Gobierno y por empresarios privados, todos beneficiados por un rápido crecimiento económico y del impulso a las exportaciones.

Cuarenta años después, en 2013, el cine sudcoreano produce más de 210 largometrajes de ficción al año (noveno lugar mundial), ocupa el quinto escaño en cuanto a cantidad de espectadores en salas y acapara alrededor del 60 por ciento del mercado nacional. Es decir, que es mucho más popular, en su propio país, que las superproducciones de Hollywood.

Y así, la nueva ola del cine sudcoreano se ha transformado en una de las ramas más visibles de ese árbol multidisciplinario llamado soft power, una política del Gobierno para atraer la atención internacional a través del estímulo a la cultura. Entre las principales mercaderías exportadas al por mayor, con ganancias millonarias, se encuentra también la gastronomía, el llamado k-pop (artistas muy jóvenes especializados mayormente en música para bailar o electrónica y hip hop), los doramas (larguísimas y románticas telenovelas que venden la imagen de un país feliz y sin conflictos), e incluso toneladas de publicidad que fomentan la imagen de un país exportador de electrodomésticos: Samsung, Hyundai y LG.

Sin embargo, la imagen autocomplaciente y «sinflictiva», divulgada mundialmente por el soft power, ha comenzado a resquebrajarse a partir de algunos filmes complejos, artísticos y muy críticos, que actuaron como bumerán, exorcizaron las satinadas propagandas Made in South Korea, e introdujeron dudas y cuestionamientos en torno a niveles profundos de la realidad nacional. Entre los realizadores más ilustres, en esta encomiable operación de confrontar escenarios socialmente conflictivos y personajes reales, destacan Bong Joon-ho (autor de Parásitos, Palma de Oro en Cannes y triunfo en cuatro categorías del Oscar) y Lee Chang-dong, de quien La séptima puerta exhibe ahora la excelente En llamas (2018, conocida por su título en inglés Burning), un filme que describió las traumáticas barreras clasistas.

Para que los cinéfilos cubanos estén al tanto respecto a ciertas características del cine sudcoreano es preciso saber que Joon-ho y Chang-dong representan el giro hacia el drama social de alto impacto, en medio de autores bastante conocidos sobre todo gracias a las elegantes recreaciones de la pasión, el crimen y el exceso (Park Chan-Wook y su famosa trilogía: Simpatía por Mr. Venganza, Old boy, Señora Venganza), el poético y a veces violento Kim Ki-Duk (La Isla, Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera) o el prolífico y singular Hong Sang-soo con sus crónicas verbalistas de las relaciones personales en ambientes por lo general intelectuales, a lo Woody Allen (En otro país, Ahora sí, antes no, Lo tuyo y tú). De modo que, si bien «el milagro» parecía al principio un momento de fortuito éxito, muy pronto se cimentó toda una industria liderada, en lo creativo, por cineastas que tenían mucho que decir respecto a la imagen de un país crecientemente occidentalizado.

La consagración de Bong Joon-ho como el cineasta más afamado en el exterior nunca fue un obstáculo para desarrollar su tendencia al criticismo, patente en filmes anteriores, de corte fantástico, como El Huésped (2006) y Okja (2017), ambas enfocadas desde el ecologismo. En la primera se presenta a un químico norteamericano que ordena echar residuos peligrosos en las tranquillas aguas del río Han y como consecuencia aparece un extraño tipo de serpiente acuática que devora a muchas personas, hasta que llega una niña pobre, de una familia marginal, que establece otra relación con el monstruo. Okja habla sobre la amistad entre otra niña y su mascota, un cerdo gigantesco, animal afectivo manipulado genéticamente para cubrir bastardos intereses corporativos y comerciales de la industria alimenticia.

Graduado en sociología, un hecho que gravitó sobre su interés en retratar las diferencias de castas, Bong Joon-ho también supo tensionar los códigos de la violencia en sendos tratados sobre las diferencias sociales colmadas de tensión, histeria y auténticos brotes de barbarie: Memorias del crimen (2003) y Parásitos, inspirada en experiencias personales, pues también debió dar clases de inglés a una familia rica para pagarse la Universidad. Memorias del crimen se basaba en hechos reales y presentaba los crímenes de un asesino en serie que aterrorizó incluso las altas esferas, mientras el Gobierno y los medios intentaban silenciar los hechos.

Al igual que la mayor parte de sus colegas, Joon-ho también suscribió la tremenda tradición del cine nacional, relacionada con el melodrama y el thriller en Madre (2009) y hasta consiguió realizar en inglés la superproducción internacional Snowpiercer (2014) o Rompenieves, un thriller, esta vez distópico, sobre los sobrevivientes de una segunda era del hielo, todos ellos precisados a vivir en un tren a gran velocidad, que completa una vuelta al mundo cada 365 días. Los últimos vagones corresponden a los pobres, mientras que los del principio están repletos de déspotas acaudalados.

Gracias a su versatilidad patente en todas estas películas, el norteamericano Quentin Tarantino lo renombró como «El Spielberg coreano», pero Bong Joon-ho decidió seguir siendo profeta en su tierra, y si Snowpiercer y Okja lo distanciaron de la industria coreana del cine, muy pronto regresó al medio que mejor conoce para rodar Parásitos. Similar reafirmación de lo suyo se verificó las varias veces que debió salir al escenario de la entrega del Oscar para agradecer sus estatuillas, y todo el tiempo habló en coreano, aunque maneja el inglés con bastante fluidez. En una de esas ocasiones declaró: «Cuando era joven y estudiaba cine, había un dicho que llevaba tallado en el corazón: lo más personal es lo más creativo. La frase es de Martin Scorsese».

También famoso como novelista, y graduado en Filología, Lee Chang-Dong optó por un cine personal y de apelación colectiva, pero insiste sobre todo en esteticistas melodramas de corte realista, que reflejan las represiones inherentes a sus coterráneos, con una narrativa calmada, aunque se estructure en torno a personajes obsesivos y sin salida: Burning es su obra maestra más reciente luego del prestigio conquistado con las anteriores Caramelo de menta (2000), Oasis (2002) y Poesía (2010).

Burning, que programa La séptima puerta, significa el regreso del autor al ruedo luego de ocho años sin realizar nuevos títulos para el cine. Le vino muy bien la pausa, porque estamos delante de uno de los filmes coreanos más elocuentes sobre temas como la alienación y la soledad, todo ello aplicado a una historia entretejida con altas dosis de suspenso, en torno a la relación entre tres amigos: una muchacha sensitiva, un joven pobre y resentido, y un potentado oportunista. Pero la estructura y el suspenso del thriller sicológico cede el paso a la ilustración, a través de los varones, de dos países dentro de uno en que se divide Corea del Sur: uno rico, altanero, urbano, utilitario y consumista; el otro menesteroso, aislado, rural, iracundo y marginal.

Burning porta una visión mucho más enrarecida, lúgubre y darwinista que la transparencia apabullante, pero a veces un tanto esquemática de la también estremecedora Parásitos. Y si bien en este último filme se exhibe con grandilocuencia el origen de la violencia y el caos, en el que se verá en La séptima puerta, la sensación de alarma y sospecha está distribuida a lo largo de la trama, sin que el espectador pueda precisar con exactitud de dónde proviene. Y tal ambigüedad es un sugestivo logro que ahora exhiben estos maestros coreanos, pero antes estaba reservado a creadores tan prestigiosos como Alfred Hitchcock y Luis Buñuel.

Tomado de: Periódico Juventud Rebelde

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