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La Iniciativa “América Crece”: Nuevo proyecto de dominación estadounidense

Por Rafael González Morales

El 17 de diciembre del 2019 en la Casa Blanca, se produjo el lanzamiento de una ambiciosa iniciativa del gobierno estadounidense que tiene como nombre «América Crece». Según la Administración Trump, este proyecto garantizará el crecimiento económico en la región y la creación de empleos. Durante su presentación, se enfatizó que también está dirigida a catalizar la inversión del sector privado de Estados Unidos en infraestructuras de América Latina y el Caribe. Realmente esa es la esencia: reforzar el posicionamiento estratégico del capital norteamericano en las economías de nuestra región como un mecanismo efectivo de dominación.

Según los promotores de esta iniciativa, uno de los principales retos que enfrenta América Latina y el Caribe es la falta de inversión en infraestructuras que lastra el creciente económico. Por lo tanto, han concluido que la región necesita entre 100 mil y 150 mil millones de dólares anuales de inversión en infraestructura. Es en este contexto que aparece la «propuesta salvadora» de «América Crece» para «asegurar la diversificación de los mercados, la seguridad energética y el crecimiento». Como es costumbre en este tipo de lanzamientos, se posiciona ante el mundo toda una narrativa edulcorada que busca ser atractiva y ganar receptividad.

De acuerdo a Washington, este nuevo proyecto se centra en la creación de un entorno propicio para la inversión del sector privado en infraestructuras que sea transparente, competitivo y acorde con las mejores prácticas internacionales. Los sectores a los que va dirigida esta iniciativa son: energía, telecomunicaciones, puertos, aeropuertos y carreteras, lo que abarca toda una gama de lo que se conocen como las infraestructuras críticas de las naciones. Por lo tanto, las inversiones van orientadas a sectores estratégicos que constituyen el núcleo duro del desarrollo socioeconómico de la mayoría de las economías de nuestra región.

Desde el punto de vista de su concepción organizativa, en este proyecto participan activamente las siguientes estructuras gubernamentales estadounidenses: Departamento de Estado, Departamento del Tesoro, Departamento de Comercio, Departamento de Energía, la USAID, la Agencia de Comercio y Desarrollo de Estados Unidos y la Corporación para la Inversión Privada en el extranjero. Por la designación y funciones que cumplen estas instituciones, estamos en presencia de un andamiaje estructural muy poderoso que está rectorado e impulsado por el gobierno norteamericano que empleará todas sus capacidades e instrumentos para apoyar a los inversionistas estadounidenses, lo que constituye un acompañamiento estratégico.

En este sentido, se aprovecharán y canalizarán los programas, recursos y la experiencia de varias entidades gubernamentales para ayudar a los inversores a relacionarse con los gobiernos de nuestra región, obtener financiamiento, evaluar y mitigar los riesgos y lo que han denominado como el «fortalecimiento de los entornos normativos» que significa la adopción por las naciones de un marco legal que favorezca absolutamente los intereses de Estados Unidos.

El gobierno estadounidense llevará a vías de hecho este diseño a partir de lo que han denominado el «compromiso diplomático de alto nivel» que se manifiesta con la adopción de memorandos de entendimiento, conversaciones y asistencias técnicas. Hasta el momento, Estados Unidos ha suscrito instrumentos bilaterales sobre «América Crece» con Chile, Jamaica y Panamá. Además, tienen previsto realizar mesas redondas empresa-empresa, misiones comerciales, viajes de estudio y exploración de oportunidades lo que presentan como una «gran oportunidad» para realizar evaluaciones integrales de viabilidad comercial, aportar conocimientos técnicos para mejorar el clima de inversión y apoyar la financiación de proyectos. En esencia, todo un recetario para promover las políticas neoliberales en Nuestra América.

El lanzamiento de esta iniciativa, constituye una evidencia más de la profunda preocupación que prevalece en el gobierno estadounidense sobre su pérdida de influencia en América Latina y el Caribe. En este caso, la propuesta está enfocada en las infraestructuras críticas que también puede interpretarse como una reacción al creciente posicionamiento de China en los últimos años en estas áreas, lo que indica que en este caso la lógica y disputa geopolítica está muy presente.

Según datos del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe de México, compañías chinas habían participado en 91 proyectos de infraestructura en nuestra región entre el 2000 y el 2018. De ellos, 28 proyectos en el área de la generación eléctrica, 17 en telecomunicaciones, 6 en petróleo y refinerías, 15 en puertos, 14 en carreteras y 3 en aeropuertos. Estos números hacia el corto y mediano plazo se perfilan con una tendencia al crecimiento sostenido.

Es muy pronto para evaluar con certeza el impacto inmediato de esta iniciativa. No obstante, no cabe duda que el saldo para Nuestra América de este tipo de proyectos hegemónicos diseñados desde Washington solamente contribuirá a profundizar las problemáticas económicas, sociales y políticas que viven nuestros pueblos. Este proyecto constituye una muestra más del interés estratégico del gobierno estadounidense por reforzar su dominación hemisférica que en la actualidad se encuentra en un proceso de transformación y está siendo desafiada no solo por las denominadas potencias extraregionales sino por los pueblos latinoamericanos y caribeños que se resisten a ser sometidos por el gran capital.

Tomado de: http://www.contextolatinoamericano.com

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Segundo llamado: V Encuentro sobre Cultura Audiovisual y Tecnologías Digitales

Diseño David González

V Encuentro sobre cultura audiovisual y tecnologías digitales (Camagüey, Cuba, del 21 al 24 de abril del 2019)

Convocatoria

El Proyecto de Fomento de la Cultura Audiovisual “El Callejón de los Milagros”, con el auspicio del Sectorial Provincial de Cultura, el Centro Provincial del Cine, la Asociación Hermanos Saíz y la Unión de Informáticos de Cuba en Camagüey convocan al V ENCUENTRO SOBRE CULTURA AUDIOVISUAL Y TECNOLOGÍAS DIGITALES, el cual se celebrará en Camagüey los días 21, 22, 23 y 24 de abril del 2020, con los siguientes ejes temáticos:

Homenaje a los Estudios de Animación del ICAIC

La animación audiovisual contemporánea

Universo audiovisual del niño en la era digital

La señalización digital dinámica y la gestión cultural

Objetivo principal:

El encuentro pretende propiciar un espacio para el intercambio de experiencias vinculadas al trabajo comunitario, dirigido a fomentar entre niños, adolescentes, educadores y promotores culturales, un uso creativo de la tecnología que ya se tiene en las manos, así como el consumo crítico del audiovisual.

Para ello se organizarán sesiones de trabajo que permitan la actualización y discusión de los presupuestos teóricos y conceptuales pertinentes, vinculándolos a una agenda práctica que a su vez estimularía la inter-actividad e inter-creatividad de los participantes.

Objetivos permanentes:

Impulsar un Programa de Fomento de la Cultura Audiovisual, aprovechando el uso creativo de las nuevas tecnologías.

Socialización de productos y servicios del mundo digital relacionados con la cultura audiovisual.

Impulsar el vínculo entre las nuevas tecnologías, la cultura audiovisual y los proyectos comunitarios.

Contribuir a que la informatización de la sociedad marche acompañada de la necesaria campaña de ciberalfabetización de los ciudadanos.

Conocer experiencias valiosas del territorio nacional y propiciar el intercambio fluido entre las diversas áreas de Cultura, Educación y Nuevas Tecnologías.

Fomentar alianzas con las diversas instituciones y organismos del territorio, vinculadas a la cultura, la educación y las tecnologías en Camagüey.

Modalidades de participación:

El encuentro funcionará a través de ponencias y exposiciones académicas que, acompañadas de talleres de creatividad en el PASEO TEMÁTICO DEL CINE, vinculará a la comunidad camagüeyana con lo que allí se exponga, posibilitando que los ciudadanos se integren a las diversas experiencias compartidas por los especialistas.

El encuentro también se plantea la construcción de una plataforma permanente de trabajo, en la cual confluyan diversos saberes, en particular los pedagógicos y tecnológicos.

ACTIVIDADES COLATERALES

Conferencias y paneles

Exposiciones interactivas

Taller de creación audiovisual

Descarga de archivos

Presentación de libros y revistas digitales

Proyección de materiales audiovisuales

Cibertertulia “El Callejón de los Milagros”

Contactos

Coordinador General: Juan Antonio García Borrero

Coordinadora de sesiones teóricas: Dra. María Antonia Borroto Trujillo (Cátedra de Comunicación y Cultura Enrique José Varona, Universidad de las Artes, Filial Camagüey)

Teléfonos: 32258189// 32257996

Correo: insomnevirgen@gmail.com

nuevomundo@pprincipe.cult.cu

Tomado de: https://cinecubanolapupilainsomne.wordpress.com

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“Nuestra victoria ha de tener la limpieza luminosa de Martí”

Luis Toledo Sande, periodista, escritor y ensayista

Por María Elena Álvarez Ponce

Hay pasiones fugaces; otras duran más y, algunas -solo algunas-, la vida entera. La de Luis Toledo Sande por José Martí es de esas para siempre y lo desborda cuando habla y hasta cuando piensa a ese hombre excepcional, inabarcable, genial y a la vez tan cercano, del cual se aprende y debemos aprender todos los días.

Doctor en Ciencias Filológicas, narrador, poeta, ensayista, crítico, investigador, pedagogo, colega…Todo esto es Toledo Sande, Premio de la Crítica de Ciencias Sociales por su biografía de Martí Cesto de llamas y que ahora, ya jubilado, tiene tanto o más trabajo, lo cual lo hace muy feliz. Pero, sobre todo, es un estudioso del más universal de los cubanos al que, si se le pregunta cuándo descubrió al Maestro, responde:

“Eso, si realmente puede hablarse de descubrimiento, porque es algo que surge, quizá imperceptiblemente, y va creciendo. En mi caso, los primeros indicios vienen de la escuela primaria. Luego fue tomando mayor fuerza, ‘organicidad’ visible, en el bachillerato y más aún en la universidad, con un entorno en el que pronto aparecieron los Seminarios Juveniles de Estudios Martianos, y con profesores como José Antonio Portuondo y Roberto Fernández Retamar, quien fue, además, mi primer editor, en la revista Casa de las Américas.

“Lo hecho hasta ese momento explica que se me incluyera en el equipo fundador del Centro de Estudios Martianos, institución a la que dediqué 12 años, tramo de un camino que no he abandonado ni podría abandonar, nutrido por la lectura de Martí, y convencido de que él nos resulta necesario. No solo a Cuba”.

Pese a todo lo anterior, no cree ser alguien que ha consagrado sus días al estudio y difusión de la vida, obra e ideas del Apóstol de nuestras luchas emancipadoras. El término, empleado en sí mismo, le parece desmesurado. Piensa que, más bien, fue “crecientemente ganado por el placer que proporcionan leer a Martí y su compañía, y la necesidad de tratar de llegar al fondo de su mensaje”.

Y después de pasar junto a él tanto tiempo, ¿sigue siendo un misterio?

Que yo sepa, y aunque ya en vida sus seguidores lo llamaron Maestro y Apóstol, el primero que asoció a Martí con el misterio fue Julio Antonio Mella, quien confesó que ante su legado sentía ese temor que se siente ante las cosas sobrenaturales. Es muy serio y revelador que un joven marxista, aguerrido y brillante como él, haya experimentado tal sensación con Martí.

“Mucho después vendría el gran poeta José Lezama Lima con el acierto del “misterio que nos acompaña”. La continuidad es altamente significativa. Pero, me parece que lo fundamental en Martí es la mezcla que trasmite de misterio y realidad, de esperanza y certidumbre, de guía y cumplimiento propio, de encantamiento y sentido de responsabilidad.

“Se habla de un ser humano extraordinario, excepcional, aunque haya quienes pierdan el tiempo intentando probar que fue una persona como otra cualquiera. ¡Qué error! Pero un error conceptual que da pábulo a actitudes muy equivocadas. Para referirse a los torpes afanes de ‘humanizar’ a Martí, José Antonio Portuondo solía emplear ese refrán de que ‘todos estamos hechos del mismo barro, pero no es lo mismo bacín que jarro’.

¿Algo en la vida de José Martí especialmente inspirador o que lo haya impactado?

El sentido moral -misional, si se quiere- de su existencia toda, su entrega, su conciencia de redentor. Aunque tratase de no lastimar a los demás con su grandeza, era tan inteligente que no podía desconocerla. Pero quería ser, sobre todo, bueno y útil, y en eso campeó a lo largo de su vida, y sigue campeando desde la tragedia de Dos Ríos. No cesa, ni cesará.

¿Cómo es su Martí?

Seguramente todo el que ha pensado medianamente en él tiene ‘su’ Martí. Concretamente para Cuba, está consustanciado con el subsuelo y la atmósfera de la patria, de nuestras vidas. Pero me sentiría petulante si creyera que tengo un Martí particular. Martí es Martí.

“Tengo, sí, una imagen de él y he procurado plasmarla, por partes o con afán más abarcador, en no pocas páginas, especialmente en Cesto de llamas. Espero que, al menos algunas, sean útiles. Lo que puedo asegurar es que todas son sinceras, porque, ¿cómo acercarse sin honradez a quien fue ejemplo magno de esa virtud?”

Frecuentes son sus encuentros con niños, adolescentes y jóvenes. ¿Cómo logra “conectarlos” con Martí?, ¿Qué temas siente que les son más atractivos?

Tengo la impresión de que nada sustituye a la sinceridad, y a lo que se dice a partir de conocerlo lo mejor posible. En Martí nada hay que ocultar ni que reclame vericuetos explicativos. Fue un ser humano limpio. Creo que, a niños y niñas, y a personas de todas las edades, eso les resulta atractivo y conmovedor. Hace años fui profesor –de colegas y de estudiantes- en la hoy Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona, y esa experiencia me lo ratificó.

Se suele citar mucho a Martí, pero ¿no cree que nos hace falta pensar más a Martí y obrar y vivir más martianamente?

Al parecer, Cristo fue ágrafo, y no pidió que se reprodujeran sus palabras, que otros recogieron con mayor o menor fidelidad. Ni siquiera reclamó que se creyera en él, sino que se actuara como él estaba convencido de que debía actuarse para bien de la humanidad.

“Saltando distancias y diferencias, algo similar puede decirse de Martí, quien no creía precisamente -lo comprendió alguien como Cintio Vitier- que Cristo fuera el hijo encarnado de Dios, pero quiso ser cristiano, pura y sencillamente cristiano en cuanto a voluntad y realización éticas, y entregar la vida por el bien de los demás.

“Está bien citar a Martí si se hace honradamente, sin falsearlo, pero a menudo se abusa de su palabra como si fuera un comodín, y abundan por ahí citas que se le atribuyen y no son suyas.

“Tampoco hay que asociarlo con algo que le fue ajeno: el cansancio. Hace años, al final de una conferencia, alguien del público me preguntó qué sugería para estimular la lectura de Martí. Como yo tenía en mente el mal uso y el abuso que se hace de citas suyas, casi sin pensarlo respondí: ‘Prohibirlo’. Porque hay ejemplos, hasta patéticos, de cuán estimulantes pueden ser las prohibiciones.

“Pero prohibir a Martí no tendría sentido ni sería posible ¡ni moral!, y enseguida añadí que, como no podía prohibirse, lo pertinente era, y es, difundirlo bien, seriamente, con respeto y fidelidad. Lo que urge es buscar el modo de tener una conducta que se acerque a la suya, aunque él fue un ser fuera de lo común, o porque lo fue, pues para eso están los seres extraordinarios, para aprender de ellos”.

¿Necesita Cuba a Martí? ¿Qué representa en este punto y hora de nuestra historia?

Lo necesita, y mucho. Pero no solo Cuba, y si de ella se trata en particular, no lo necesita únicamente para ver en qué puede él avalarla hoy, sino también -cuando no sobre todo- qué pudiera impugnarle. No para tomarlo dogmáticamente como guía, pues todo él fue visión y luz.

“Y los tiempos cambian y no siempre se puede actuar como se quiere, sino como se puede. Pero Martí fue un ejemplo de pensador y hombre de acción que no se resignó a lo que parecía posible, y se planteó metas que para otros serían inalcanzables, imposibles, y él sabía necesario proponérselas y luchar para hacerlas realidad.

“Tal vez una computadora dictamine hoy que en tiempos de Martí la expansión del imperialismo era indetenible. Pero, de su empeño en ponerle freno para bien de Cuba, de nuestra América toda, del equilibrio del mundo y hasta del honor de los Estados Unidos –honor cada vez más mancillado por esa nación en sus desafueros-, se fraguó y llegó a nosotros el afán antimperialista que ha hecho de Cuba una nación libre, independiente, soberana y afanada en sembrar algo que para él era esencial: toda la justicia.

“De ahí que el pensamiento y los actos de Martí, al igual que en su tiempo contradijeron raigalmente a colonialistas, autonomistas y anexionistas, contradigan hoy a pragmáticos y positivistas. Si unos y otros se creen en poder de la razón, será porque están marcados por el pensamiento capitalista, con raíces en el positivismo y el pragmatismo, que a menudo anclan pretensiones economicistas y nada tienen que ver con Martí”.

Los enemigos de la Revolución pretenden usarlo y hasta suelen citarlo para justificar sus planes…

Los enemigos de la Revolución podrán simular que intentan adueñarse de Martí, pero saben o deberían saber que él los desmiente, los refuta de raíz con argumentos y luz para combatirlos.

“Hace años escribí ‘De vuelta y vuelta’, un artículo en el que no podía hacer sino eso, poner de vuelta y vuelta a un cubano-estadounidense, que en una revista latinoamericana de derecha se propuso descalificar lo que él llamó pensamiento teleológico de la Revolución Cubana, y terminó arremetiendo contra José Martí, al percatarse de que la vocación martiana de la Revolución no era un invento de esta, sino un “pecado” del propio Martí, quien legó el pensamiento en que ella se fundaba y se funda.

“En cuanto a la significación de nuestro Héroe Nacional, no hay que desconocer la torcida retórica de la contrarrevolución ni pasarla por alto ni permitirle ninguno de sus despropósitos, pero tampoco hacerle demasiado caso. No lo merece.

Está el ultraje reciente contra varios bustos del Apóstol en La Habana, y ha habido intentos de desacralizarlo, como sucedió tiempo atrás en una Muestra Joven ICAIC.

Personalmente he escrito contra esos hechos abominables. Pero también siento vergüenza ajena al ver que, aunque sean pocos, hay individuos capaces de protagonizar actos que los degradan y, si algo pueden granjearles, es el desprecio de las personas decentes, revolucionarias o no, pero con cerebro y honradez para entender qué significa José Martí.

¿Y qué posibilidades de éxito tienen acciones semejantes entre los cubanos?

¿Entre cubanas y cubanos de veras? ¡Ninguna!

En lo escrito en las redes sociales para apoyar o excusar la injuria y a sus autores, se advierte una absoluta desmemoria histórica y una dosis increíble de cinismo. Se habla de que la Revolución ha traicionado a Martí. ¿Qué opina al respecto?

Si de traicionarlo se trata, ¿cómo desconocer lo que significa ser aliado, cómplice o sirviente del imperialismo, cuya expansión él quiso impedir a tiempo y contra el cual murió combatiendo? En su carta póstuma a Manuel Mercado ratificó, además de su posición anticolonialista y antimperialista, su condena a autonomistas y anexionistas. ¡Allá ellos, digan lo que digan! Saben que mienten y, si no lo saben, será porque son mucho más ignorantes que lo que cabría suponer.

¿Qué hacer para que atrocidades como esta reciban siempre una respuesta como la de ahora, para que Martí esté cada vez más en el corazón de cada cubano?

Seguir promoviendo el mejor, el más fiel conocimiento de la vida, la obra y las ideas de José Martí. Seguir defendiendo la verdad, la justicia. Seguir luchando contra el imperialismo y sus secuaces. Seguir fomentando la decencia y la cultura. Apostar cada vez más por la delicadeza, la ternura, la fineza, virtudes que, como probó, al encarnarlas en su existencia, lejos de debilitar, fortalecen la acción y el pensamiento revolucionarios y les dan la perdurabilidad de lo bueno invencible.

“En caso de que fuera posible vencer sin esas virtudes, no sería triunfo, sino derrota. Y no la merecemos ni la tendremos. Nuestra victoria ha de tener la limpieza luminosa de Martí”.

Tomado de: http://cubarte.cult.cu

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Martí frente a la rebeldía de papel

José Martí visto por el artista plástico cubano José Luis Fariñas

Por J. A. Téllez Villalón

Se la comió Cattelan, resumimos en buen cubano al hablar de lo sucedido en Art Basel, ante el guion desarrollado por los que nos (im)presionan en/con la “sociedad del espectáculo”. El Comediante es un fast-made —con el que participó el italiano mejor cotizado en el mercado del arte— que se tragó el trabajo, el talento y la experticia conseguida con mucho esfuerzo por el resto de los artistas presentes en la feria. Llevó, hasta el límite de la burla, la moral de los que acuñan con su poder de compra, cuál objeto es arte y cuál no. Fue hasta la provocación, que no es un punto de inflexión. Hasta una crítica epidérmica del capitalismo que no es (r)evolución salvadora.

Fast-made es un término que me invento para diferenciar a El Comediante del ready made duchampiano. Porque todavía quedaba profesionalidad en La Fuente del francés; había, en principio, un diseño y la reproducción industrial de un primer prototipo hecho artesanalmente. Sin pretenderlo (y sin que se notase), se re-colocaban en una institución artística legitimadora, oficios como el de artesano y fundidor —relegados antes—, y a un estatus inferior los de impresor, jardinero, joyero… Distinción determinada por el poder (de los mecenas) y un detalle simbólico que hoy ha acrecentado su violencia, la firma del artista.

Todavía las cajas de jabón Brillo de Andy Warhol eran reproducciones de las cajas reales, 24 bloques de madera con las ilustraciones estampadas por medio de serigrafía. En el objeto de Maurizio Cattelan, el oficio y el trabajo quedaron reducidos al mínimo: el grosor x el ancho x el largo de la cinta adhesiva. Pero no fue su pegamento el que la sostuvo en una galería —y fuera de ella— como mercancía de 120 000 dólares: Fue el soft power de los medios y de los coleccionistas de arte, el interés económico del dueño de la galería y del provocador italiano, la incertidumbre asentada como pregunta: “¿Qué es arte?”. Todo elevado al cuadrado con el happening de David Datuna, que peló la banana y … se la comió.

Manifestaciones de la postmodernidad, soporte cultural que le da sustento y sentido al neoliberalismo. Ese instrumento de dominación de la clase que se distingue de los “pobres de la tierra”, entre otros concentrados simbólicos, por las obras de arte que colecciona, por el valor de las firmas que atesora. O, como en este caso, por los papeles acuñados que acumulan, los certificados que los acreditan como dueños de una provocación.

Una provocación presentada como “rebeldía” y una rebeldía instrumentalizada por el marketing. Efectismo para llamar la atención y el interés. Para posicionar una marca (firma) y elevar el valor de cambio de la mercancía (obra de arte). Es la proyección en el mundo del arte de las reglas “normalizadas” por el juego neoliberal. Un juego encantador y adictivo, una cadena infinita de deseo-insatisfacción-deseo. El homo-consumptor —el hombre consumidor de su propio consumo— demostrando su “condición postmoderna”, hedonista y narcisista.

Como parte de esas operaciones de mercadeo, en repetidas ocasiones Cattelan ha anunciado su retiro del arte. Y reaparece, más cotizado aún, con un nuevo proyecto expositivo. La última vez, tras cinco años de ausencia, presentó su América en el Museo Solomon R. Guggenheim. Una taza de baño de 18 quilates de oro macizo, presentado como obra de “naturaleza colaborativa”, pues invitaba a los espectadores a hacer uso de la instalación, de forma individual y privada; una experiencia única, “de intimidad única con una obra de arte”. Orinar o defecar como lo haría un rico, sentirse rico por unos minutos.

En septiembre del 2010, L.O.V.E., una escultura de 11 metros de Cattelan, fue colocada en un pilar enorme frente a la sede de la histórica Bolsa de valores de Milán, ciudad considerada el tercer mayor mercado para el arte contemporáneo, después de Nueva York y Londres. Se trata de una mano con el dedo del corazón extendido hacia el cielo y los otros dedos cortados. Muchos la interpretaron como una protesta contra el sistema financiero. Aunque el propio escultor aclaró que la obra representa más un acto de amor que una declaración sobre el mundo financiero. “Es principalmente sobre la imaginación”, dijo, además de explicar que su mensaje iba en contra de las ideologías. En la misma cuerda del Fukuyama del “fin de la historia” y el de “crear una verdadera cultura universal de consumo, que es ya el símbolo y el basamento del estado homogéneo universal”.

En el verano del 2019, intereses capitalistas convirtieron a L.O.V.E. en la mano de uno de los atracadores de la popular serie española La casa de papel, la de un encapuchado gigante con la máscara de Dalí. La Piazza Affari fue escogida por Publicis Milán para realizar una masiva acción de marketing: promocionar la 3ra. temporada, producida en sus primeras entregas por uno de los conglomerados mediáticos más grandes de España, Atresmedia, y capitalizada ahora por el imperio cultural de Netflix.

En la serie ocurren robos que no lo son. “No robaremos a nadie, imprimiremos nuestro propio dinero”, trata de convencernos El Profesor, como hizo con los atracadores de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre de España. Pero, ¿no roban experticia y sudor, tiempo de descanso y libertad a los secuestrados? ¿Las máquinas impresoras, la electricidad, el papel y la tinta no tienen costos, valores creados por otros trabajadores? Se presentan como nuevos Robin Hood, aunque nunca se les vea repartir nada a los pobres.

Solo en la tercera temporada, para provocar caos en la ciudad y aprovecharlo para su segundo atraco, se ve a algunos españoles —y no precisamente los más necesitados— beneficiarse con parte de los 2 400 millones de euros que robaron antes. Para Martí, a propósito, no hay sujetos “más despreciables que los que se valen de las convulsiones públicas para servir, como coqueta, su fama personal o adelantar, como jugadores, su interés privado”. Con el segundo atraco, la “resistencia” se convierte en “venganza” y se carga de odios la “guerra contra el sistema”.

Berlín, el sargento al mando de los atracadores, parece concebido para representar los totalitarismos. Pero su comportamiento y perfil psicológico, para beneficio de la oligarquía española y mundial, provoca “la ruptura total de un sentido lógico en los oyentes y eventualmente el colapso de cualquier significado que la idea de verdad pueda tener para ellos” —como advertía Theodor Adorno desde 1943—. “Estamos descolocando al espectador moralmente. No sabe si Berlín es un tipo al que hay que odiar, es realmente misógino, despreciable, cruel, y luego lo adoras. Estamos cambiando el foco moral y manipulando al espectador, y creo que al espectador le gusta que hagamos eso”, confiesa públicamente el creador de la serie, Álex Pina.

El personaje encarnado por Pedro Alonso es “narcisista, egocéntrico, con delirios de grandeza; muestra una absoluta falta de empatía; es un excéntrico con tendencia a la megalomanía, lo que le impide diferenciar el mal del bien (…). Tiene una necesidad patológica de causar una gran impresión, sobre todo ante desconocidos”, comenta un oficial, mientras se ve a Berlín en pose demagógica, como en un mitin sindical, infundiéndoles miedo a los secuestrados y reconociendo a los mejores trabajadores. Es un enfermo terminal, no tiene futuro. Y por el gran sentido del honor —es lo único positivo que le achaca la policía—, decide al final de la segunda temporada, “sacrificarse” por todos entonando Bella Ciao.

La canción de los partisanos italianos, convertida en himno de la banda, no es el único símbolo de la izquierda tradicional con la que arropan a los ladronzuelos, “la resistencia”, como se autotitulan. También el mono rojo, la reiterada alusión al 15M de Madrid, y otras más sutiles, como el cumpleaños de Moscú el 1 de mayo. La máscara de Dalí es clara recreación de las estilizadas máscaras del revolucionario británico del siglo XVII Guy Fawkes, popularizadas en los cómics de V de Vendetta, escritos por Alan Moore e ilustrados por David Lloyd. Las dos máscaras comparten el universalizador anonimato y la invitación a “todos podemos ser él”, manifestadas desde el 2006 en buena parte del mundo indignado. Otra cooptación simbólica de las industrias del “montaje maquínico”; lo contestatario manipulado como gancho.

“Berlín camina hacia la muerte como una mosca hacia el fuego”, describe el propio actor el final de su personaje. Es el pasaje hacia otro significado del “morir con dignidad”, se pretende así banalizar y arrastrar hacia el fango desmovilizador conceptos como “el honor”, “el desinterés” y “el sacrificio”, tan caros en el pensar y actuar del Héroe de Dos Ríos.

Por si fuera poco, en una de las escenas de la tercera temporada, el ladrón de guante blanco se acerca a un tocadiscos y reproduce la versión de Julián Orbón de la La Guantanamera, interpretada por Compay Segundo. Ante El Profesor, empieza a entonarla, rapta un verso y agrega: “Bajo el sol, hermanito. Yo quiero morir en una playa. Quiero que cuando el juez venga a levantar mi cadáver diga: ¡qué cabrón!”. ¡Qué distintas motivaciones a las del autor de Versos sencillos: “aquel invierno de angustia, en que, por ignorancia, o por fe fanática, o por miedo, o por cortesía, se reunieron en Washington, bajo el águila temible, los pueblos hispanoamericanos”!

Son los atracos simbólicos de la postmodernidad. Expresiones de esa “moda retro”, de esa “cultura de la nostalgia”, con la que se intenta “estabilizar el presente inmunizándolo contra el futuro”. Que, como apunta el intelectual venezolano Luis Brito, tiene entre sus cometidos capitales: “la muerte de las ideologías, la descalificación a toda lealtad y la relativización de todo código”. La dilución intencional de cualquier iniciativa colectiva de transformación; de los referentes antifascistas y plebeyos de Bella Ciao, del patriotismo y humanismo de aquellos versos martianos embebidos en la cubanía de La Guantanamera.

La casa de papel es un eficaz instrumento ideológico, entre los productos más refinados de las industrias culturales hegemónicas. Trastoca no pocos sentidos al proyectar “la resistencia” en los espejos narcisistas del homo selfies, en los códigos postmodernos de “el cambio está en mí”, “la prioridad soy yo”. Los intereses de la banda son meros pretextos para conseguir las ambiciones individuales. Descafeiniza la rebeldía y nos vende una falsa, de papel, que no cambia sino las circunstancias individuales de sujetos excluidos, que “atacan” al sistema para instaurarse en él, de la única forma posible, siendo ricos.

Trabaja con (y asienta) un nuevo paradigma cultural, con la fragmentación desideologizante de la cultura de masas. La ponderación de lo utilitario y comercial sobre lo virtuoso, del interés sobre el desinterés, de lo accidental sobre lo esencial. La apropiación ecléctica de los símbolos del pasado, la aniquilación de los metarrelatos emancipadores. La suplantación de los grandes héroes históricos por superhéroes de comics; concebidos como los de Marvel, aunque con más “claroscuros” en sus caracterizaciones y una reconocible marca latina (como Elena de Avalor), pero sin solución nuestramericana.

Con el mercado como eje, se yergue un sistema de influencias ingenierilmente orquestado, que diluye certezas y extravía las contradicciones centrales, para que las reflexiones no conduzcan hacia el real conflicto, ni las indignaciones lleguen al río de las revoluciones. Que todos se “rebelen” contra todas las verdades y para el bien de nadie (pobre y prescindible). Revelándose, sí, una iconoclastia compulsiva. Los héroes desmontados del pedestal del ejemplo. Una sojuzgante maquinaria, de pantallas lisas y brillantes, produce y reproduce aspirantes a ricos, anticomunistas y pobres de derecha, mercenarios o voluntarios. Con etiquetas mediáticas como “Libertarios”, “Guerreros de Franela”, “Rebeldes Venezolanos”, “Resistencia Nica” o “Clandestinos”. Que reciclan la iconografía de los comics, como vimos durante las campañas de odio en Venezuela y más recientemente en el ciberespacio cubano, precisamente contra Martí y su ideario.

Ese es uno de los mayores poderes del capitalismo, al decir de Jean-François Lyotard, “desrealizar los objetos habituales, los papeles de la vida social y las instituciones”. Instaurar lo que él llamó “diferendo”, una heterogeneidad insalvable, en la que no exista un tipo de discurso común al que puedan traducirse los demás. Un relativismo extremo que socava las verdades comunes y toda autoridad intelectual. La historia reducida a materia prima para la industria de la nostalgia.

Revolucionario será, en tal campo de disputa, defender la “contingencia incontrolable de la escritura”, los nichos de significados no estandarizados por las industrias del showbusiness, los discursos rebeldes de los “hombres soles” y del arte de vanguardia, con su “arañar en las entrañas de lo establecido” y lo normalizado por el Hegemón. El arte, cual lo asumiera el rebelde Martí, como “el modo más corto de llegar al triunfo de la verdad, y de ponerlo a la vez, de manera que perdure y centellee en las mentes, y en los corazones”, como “protesta de la luz” y “acto de rebelión del alma fina contra la existencia grotesca, bestial, insípida…”.

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu

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Él solo es nuestra entera sustancia nacional y universal

José Martí visto por el artista plástico cubano Ernesto Rancaño

Por Fina García Marruz

Desde niños nos envuelve, nos rodea, no en la tristeza del homenaje oficial, en la cita del político frío, o en el tributo inevitable del articulista de turno, sino en cada momento en que hemos podido entrever, en su oscura y fragmentaria ráfaga, el misterioso cuerpo de nuestra patria o de nuestra propia alma. Él solo es nuestra entera sustancia nacional y universal. Y allí donde en la medida de nuestras fuerzas participemos de ella, tendremos que encontrarnos con aquél que la realizó plenamente, y que en la abundancia de su corazón y el sacrificio de su vida dio con la naturalidad virginal del hombre.

Acaso por esto, siempre nos parece que los demás nos lo desconocen o fragmentan, porque cada cubano ve en él, un poco, su propio secreto. Y así lo vemos como el hermano mayor perdido, el que tenía más rasgos del padre, y al que todos quisiéramos parecernos porque contiene nuestra imagen intacta a la luz de una fe perdida. Pensamos que si estuviera entre nosotros todo sería distinto, lo cual es a la vez lo más sencillo y lo más misterioso que se pueda decir de alguien. Desconfiados por hábito o malicia, creemos en él a ciegas; enemigos de la rigidez de todo orden, aun del provechoso y útil, nos volvemos a este austero en quien la libertad no fue una cosa distinta del sacrificio; burlones y débiles, buscamos, como a invisible juez, la gravedad de este hombre, poderoso y delicado. Él es el conjurador popular de todos nuestros males, el último reducto de nuestra confianza, y olvidadizos por naturaleza, rendimos homenaje diario, profundo o mediocre, a aquel hombrecillo de cuerpo enjuto, de frente luminosa y ojos de una penetrante dulzura, que tiene esta irresistible fuerza: la de conmover.

Conmueve si escribe, si habla, si vive, si muere. ¿Cuál es su secreto? Él no actúa: obra. Todo lo que hace está como tocado de un fulgor perenne. Si aún niño le escribe a su madre que monta en su caballo brioso, si escucha en la penumbra del colegio de Mendive los tímidos sabores cubanos que después habían de arrebatarlo para siempre, si sufre con Lino Figueredo, si estudia en el destierro, si ama siempre, se graba y permanece de todos modos en la memoria, con el levitón conmovedor, la voz grave y encendida, en la tribuna humilde, en el billete escrito al pie del barco que va a partir, con las grandes y generosas letras con que firma «Su José Martí» en las cartas más hermosas y ardientes que un hombre ha escrito jamás a otro hombre.

Él no teme decir esas delicadezas que tantos evitan por una falsa idea de la hombría. «Flor de toda ternura, y hermano mío», llama en carta antológica a su amigo Serra. «Haga como si yo lo estuviera viendo» repite con frecuencia. Y nos sobrecogen siempre un poco esas cartas que escribe desde la oficina de Front Street de Nueva York, que termina con un «Quiérame», «Piénseme», que tienen tanto de contenido como de vehemente, de generoso como de necesitado. Cartas suyas de períodos largos que se cierran, de pronto, con una frase breve como un relámpago y que tiene como la veladura de la muerte.

Cuando lo evocamos en estos primeros años neoyorkinos en que aún es desconocido por sus compatriotas, trabajando hasta bien entrada la noche en una labor mecánica de remuneración pobrísima, entre el calor agotante, «de que sólo lo consuela —nos dice Iduarte—, el elevado y el vaporcito que lo lleva a Brooklyn, corriendo con su bomboncito negro y su casaca común por todos los rincones de la gran colmena americana», pensamos maravillados que es por entonces no sólo el escritor que asombra a Darío sino el hombre de quien afirma un soldado humilde: no entendíamos todo lo que decía, pero al oírlo, queríamos morir por él.

Lo vemos venciendo las reticencias de los hombres de la Guerra grande hacia la guerra nueva, de espíritu diferente, a puro amor de hijo y desinterés de héroe. Es enérgico y dulce. Apena leer las cartas que escribe a Maceo receloso y a Gómez sagaz. Pero no vio nuestra isla mañana más pura que aquélla en que el viejo guerrero miró con sus ojos de malicia campesina el intenso rostro piadoso, y sonriendo, le tendió la mano a la subida de una loma o le cargó la mochila.

De noche, después de las fatigosas marchas del día, vela mientras los otros duermen, cura y alienta a los heridos, escribe entre las hamacas y las candelas nocturnas, las que sabe que serán sus últimas cartas, a Mercado, a Quesada o a la pequeña María Mantilla, a la que enseña, con conmovedor cuidado, cómo ha de hacer la plana diaria de francés para traducir poco a poco L’Histoire Générale, o aprender geografía siguiendo el viaje de él en su diccionario, aunque sabemos que el dedo de la niña sobre el mapa señalando CapHaitien se ha de detener tan pronto. Y es que atiende a lo grande y a lo ínfimo, y si escribe con sencillez: «Sirve, y habla con finura», también comprende: «No le tengas miedo a sufrir.»

Este orador nato, que puede conmover y arengar como nadie, tiene el secreto, acaso más difícil, de hablarle a una niña, con este tono encantador por su simplicidad y su ternura:

¿Ves el cerezo grande que da sombra a la casa de las gallinas? Pues ese soy yo, con tantos ojos como hojas tiene él, y tantos brazos para abrazarte como él tiene ramas. Y todo lo que hagas, y lo que pienses, lo veré yo, como lo ve el cerezo. Tú sabes que yo soy brujo, y que adivino los pensamientos desde lejos, y soy como los vestidos de esas bailarinas que anuncian el agua, que cuando hay tiempo bueno tienen el vestido azul, y si el tiempo es malo, el vestido es color de un golpe, de morado oscuro, y si hay tormenta, negro. Si piensas algo que no me puedas decir, de lejos lo sentiré, por donde quiera que yo ande, y me pondré oscuro, como el vestido que anuncia el mal tiempo.

¿Quién reconocería en este hombre exquisito y familiar, casi tímido, según afirman, en el trato diario, a aquel que cierra así el párrafo de un discurso, después de haber evocado, como el que lo está viendo, toda la historia americana en frases que parecen versos?

¡A caballo la América entera! Y resuenan en la noche, con todas las estrellas encendidas, por llanos y por montes, los cascos redentores. Hablándoles a sus indios va el clérigo de México. Con la lanza en la boca pasan la corriente desnuda los indios venezolanos. Los rotos de Chile marchan juntos, brazo en brazo, con los cholos del Perú. Con el gorro frigio del liberto van los negros cantando detrás del estandarte azul. De poncho y bota de potro, ondeando las bolas, van a escape de triunfo, los escuadrones de gauchos. Cabalgan suelto el cabello, los pehuenches resucitados, voleando sobre la cabeza la chuza emplumada. Pintados de guerrear vienen tendidos sobre el cuello los araucos con la lanza de tacuarilla coronada de plumas de colores; y al alba cuando la luz virgen se derrama sobre los despeñaderos, se ve a San Martín allá sobre la nieve, cresta del monte y corona de la revolución, que va envuelto en su capa de batalla cruzando los Andes. ¿Adónde va la América y quién la junta y guía? Sola, y como un solo pueblo se levanta. Sola pelea. Vencerá, sola.

Nótese cómo el movimiento creciente, de tan épico impulso, de las primeras frases, se ve al final acallado por la figura quieta del héroe en la solemnidad de la nieve.

Voluntariamente contrapongo el tono recogido de sus cartas al libre y henchido de los discursos para obtener rápidamente su doble imagen, ese cruce de lo armonioso y lo desgarrado que constituye su verdadera originalidad. Lo armonioso que le yergue y le dilata el párrafo, le templa y unifica el carácter, le descubre lo Uno en lo diverso, en fin, y lo desgarrado que contiene y liberta a la vez su poesía, vela de tristeza sus conmovedoras despedidas, lo echa del bienestar de una vida simplemente justa a la agonía «creciente y necesaria» de una vida heroica. De no haber tenido esa doble dimensión, habría sido acaso tan solo un seguidor de Emerson o de Walt Whitman, de los que escribió tan hermosas páginas.

Pero no se crea que le señalamos una contradicción a la figura más plena de nuestra América. Creemos por el contrario que la intuición central de Martí hay que buscarla en el sentimiento de la relación necesaria entre ambas zonas y aún en la certidumbre de su secreta unidad. De ello proviene el sentido de su poesía y de su vida. Es esta unidad la que liga invisiblemente las estrofillas de sus Versos sencillos, dándoles tantas sutiles correspondencias de sentido a todo lo que observa en la naturaleza y en su alma. Es esta unidad la que ve en el mal siempre un accidente y en la bondad una esencia. Es también esta unidad la que percibe en la Historia de América. La evoca, a un tiempo que en sus más primorosos detalles, con lujo de pintor y cariño de hijo, en sus giros más amplios, con un sentido coral de voces que entran y se entremezclan, y que, naciendo solas, van a afluir a la misma crecedora música. Y es este sentido coral de la historia americana la que lo lleva a afirmar de nuevo la unidad de sentido y de destino de los pueblos nuestros, y a percibir, coralmente también, el sufrimiento, no acallado por la armonía general, sino —más cristiano en esto que griego— preparando su advenimiento.

El hombre

Es en esta fe en la bondad natural de lo creado donde hay que buscar el secreto de la fascinación —no encuentro otra palabra mejor—, que ejerció sobre los que lo conocieron. Pues tiene esa virtud —acaso menos frecuente que el valor o el talento—, de provocar los dones mejores de cada hombre. Unas pocas horas en un lugar le bastan para dejarlo todo transformado e iluminado por su verdadero sentido. En cualquier momento de su vida que lo evoquemos lo veremos rodeado de rostros conmovidos, como si él les hubiera devuelto una relación olvidada y más antigua con el mundo, rostros humildes como los de las guajiritas de Jesús Domínguez que siembran para él unos tiestos de flores, o David, el de las Islas Turcas, que le da su único chaquetón en la cubierta para que le sirva de almohada, o el del librero, «el caballero negro de Haití», a quien manda dinero para unos libros «y me manda los libros —dice Martí—, y los dos pesos». Rostros anónimos, en su hora de claridad, que se detienen un poco extrañados ante este que siempre se está como despidiendo un poco, pero cuyo paso los ha tocado, y al que no podrán ya olvidar. Sí, todo el que lo oyó un momento o lo conoció alguna vez, nos hablará luego de él como el que ha visto un milagro.

Ah, no haberle visto nunca entrar a aquellas oscuras tribunas de Liceo provinciano donde su nombre se anunciaba al fervor de un público vario —trabajadores en quienes los vacíos de la cultura entregan un estilo de atención y candor que en medios más elevados falta, muchachas que apenas salidas de la niñez ya tienen ese maduro señorío de la criolla, jóvenes cuyas aspiraciones más íntimas no son aún diferentes de la realización exterior de su país, viejos que esperan en el trabajo de las inmigraciones, con los recuerdos recientes del 68 y su sabor gustoso y prohibido—, no haber oído esos párrafos de tan compleja y delicada estructura que se asombra uno que fueran dejados a la improvisación del momento y en los que lo exquisito volvió a ser el modo más natural de dirigirse a todos, no haber oído aquella grave voz vehemente —que casi sentimos intacta en la lectura—, en la que las palabras «Cuba», «cubano» tenían todo el orgullo y la confianza en nuestra naturaleza que ahora nos falta, palabras con el decoro y la tiesura que todavía tienen en nuestro campo.

No deja de ser extraña esta irresistible piedad y ternura que lo lleva a todo hombre en alguien que conoció tan de cerca la maldad humana. Recordemos que es apenas un muchacho cuando conoce todos los horrores del presidio que después relatará en el folleto famoso. Allí —donde apenas gasta, por darlo a los otros, el poco dinero que le consigue el padre para los parcos consuelos del café—, ve encerrar a un niño y martirizar a un anciano. Allí lo rodean de grillos cuya marca conservará toda la vida. De modo que conoce bien a esa «fiera admirable» como llama al hombre, pero a pesar de todo eso nos dice que «no ha encontrado nada más maravilloso en toda la Creación». Porque el hombre —dice bellamente—, «no es lo que se ve, sino lo que no se ve».

A primera vista diríamos que su idea del hombre es rousoniana, pues cree con éste que sólo hay que producirle un medio de bondad para que aparezca lo hasta entonces velado: el hombre bueno, original. También escribe que «lo impuesto es vano: sólo lo libre es vivifico», y todas sus ideas están en el fondo sustentadas por esta fe en lo natural frente a lo convencional o impuesto, que le exige en la vida la libertad, en lo político la independencia, en lo poético la inspiración y la conciencia en lo religioso. Pero decimos que su semejanza con Rousseau —inevitable hasta cierto punto y necesaria por su fermento revolucionario en la época—, es más aparente que real, porque creemos que en él el antagonismo naturaleza-convención no se identifica tan rápidamente como en Rousseau al antagonismo bondad-pecado. Esa «naturaleza» no es para él algo tan resuelto y estático. Martí cree que la humanidad no se redime sino por determinada cantidad de sufrimiento «y cuando unos lo esquivan es preciso que otros lo acumulen para que así se salven todos». ¿Cómo? ¿Qué falta nos hacen estas extrañas palabras para explicarnos al solitario «hombre natural»? Es que en el fondo su idea del hombre está mucho más cerca de Cristo que de Rousseau. Aunque no afirme dogmáticamente el pecado original —que remonta el origen del mal al hombre y no a la convención, hay en él la oscura evidencia de algo que hay que redimir en uno, que es lo que late confusamente y como a destiempo en la carta juvenil que manda a Rosario la de Acuña, cuando le dice que él necesita encontrar una justificación noble de su vida. Evidencia de un ser que no se basta a sí mismo, como se basta lo que es sólo natural, sino que sus límites por el contrario están fuera, y que sólo se empieza a poseer al darse sin tasa en bien de los otros. Ya al fin de su vida esto cobra el sentido no de un altruismo amoroso sino de una reparación cósmica. Recordemos que es el hombre que escribe «la muerte es un derecho» o esto que resulta poco lógico en un discípulo de Rousseau: «el martirio: he ahí la calma».

Pues Rousseau quiere una vuelta a la naturaleza en tanto que ella ofrece «armonía y proporciones» pero ha habido siempre algo pagano en este amor a la armonía y a las proporciones. Esta naturaleza que quisiera devolver al hombre no es ciertamente la original, perdida por el pecado, sino una especie de inocencia segunda, que es sólo una apariencia de orden y una falsa unidad. No sé si Martí fue consciente de esta vaga contradicción entre su idea un poco rousoniana del hombre natural «que nace bueno» y su inmensa sed cristiana de reparación por el sacrificio. Frente a aquella «armonía y proporciones» el sacrificio aparece como algo desproporcionado, como una distensión de lo natural, que sólo se justifica por un sentirse a sí mismo como indigencia esencial, vivida no en el plano histórico de la convención, sino en el metafísico del ser.

Esta «naturalidad» no podrá ser en él, pues, un estado al que se regresa, sino un movimiento por el que se llega a merecer la existencia. No se trata de una moral a posteriori, sino de un dilema en el ser mismo, por el cual la idea de sacrificio se le fue ahondando cada vez más hacia el sentido de una urgencia no de lo fortuito o histórico sino de lo esencial y necesario. Sólo así se nos torna explicable la importancia que da al sufrimiento, cuya justificación racional o meramente histórica buscaríamos en vano, como si por encima de la naturaleza humana, del armonioso y proporcionado mundo moral, existiera una exigencia espiritual aún mayor: la sobrenaturalidad del sacrificio.

La obra y la vida

Su obra se nos aparece como el inmenso preludio de un ofrecimiento mayor, tan fundida a su propia vida que sentimos la insuficiencia de lo literario en sí mismo para explicárnosla. A veces nos angustia esa poesía que desprende, tan disímil que confunde y desorienta al extraño, donde no hallaremos nunca esas pequeñas malicias que siempre ha tenido el escritor para escoger, aprovechar, componer, y que hace que aparezcan ideas o imágenes esenciales, que hubieran requerido tratamiento aparte, en un artículo de circunstancias, acaso aparecido en un periódico local, y que posiblemente no conozca nunca aquél que no ha rastreado amorosamente toda su vasta obra. Y sin embargo comprendemos que no podríamos sin desnaturalizarlos, entresacar esos momentos que nos revelan ese no reservarse nunca, ni aún en lo trivial, que es como una suerte de delicadeza oculta.

Tampoco al árbol lo hacen más bello sus colecciones mejores de hojas, sino su cuerpo desigual e indivisible en la luz. Pero así, generosamente natural, a un tiempo «trémulo y desbordado», nos dará a veces esas páginas inolvidables, en que lo espontáneo se nos aparece como una exactitud orgánica, más exquisita que la consciente.

Nos entristecemos a veces de tanta ausencia de prevención con el tiempo. ¿Acaso no se sabe que los discursos que conocemos son sólo una pequeña parte de los que pronunció —ante auditorios humildes de emigrados o tabaqueros—, que él sentía todo lo que había hecho como producto de las circunstancias, y que se iba «con sus libros inescritos» a la tumba? Pero a la tristeza nos sucede la tranquila certidumbre de que acaso el escritor que se hubiera detenido a recoger todo lo escrito, sin dejar perder nada, nos habría dado también otros discursos, y reconocemos entonces que ese inmenso impulso de desinterés que le hizo olvidar los trabajos perdidos es el que hace que nos emocionen de un modo tan singular los trabajos salvados.

Obra y vida, perfección o abandono, se nos ofrecen en una sola pieza en estas figuras americanas que todavía no han aprendido a separarse de sí mismas y en las cuales no encontraremos ese sentido europeo del espíritu como mirada, creación, ironía, juego. Mucho más elementales, más refinados y simples a un tiempo, ellos pertenecen a la Naturaleza. ¡La Naturaleza! Frente a las formas impuestas desde afuera, ella representa a un tiempo la tierra y el alma, que, amenazadas a la vez, se le confunden y abrazan para siempre, lo propio y creador, lo libre y lo vivo, en toda su sobrecogedora dulzura. Y pues es ella con lo único que contamos frente al prestado esplendor de lo extranjero, porque fecunda y maternal es su pobreza, «Muévante —dice Martí a un poeta americano—, esos solemnes vientos.»

Y aquí no podemos menos que detenernos —siquiera sea un momento—, en el modo tan distinto que tuvo Darío —tan fascinado por las formas—, de sentir lo americano.

No podemos entrar en las relaciones que acaso ello tenga con ese fondo pasivo —por algo tenía de indio—, desolado, que hay detrás del sentido luminoso y sonoro de la forma en Darío, de toda su conmovedora pompa americana. La posición de Martí creemos que está dada por el hecho de ser un creyente, y por esto mismo, un ser profundamente activo, que más que expresar lo americano se propone actualizarlo, aunque para ello tenga que sacrificar la inmovilidad de la forma o el cuidado de la vida. Si uno compara las figuras políticas o literarias que estudió Martí con las que aparecen en Los raros de Rubén Darío, tendremos que anotarle al segundo una mayor conciencia de lo literario en sí mismo, del límite formal. Darío da la impresión que sabe todo lo que va a decir, como si lo tuviera delante de sus ojos y pudiera modelarlo en todos sus detalles, escucharle todas sus sonoridades. Pero Martí, menos espacial o arquitectónico, más ligado a las sugestiones del tiempo, nos da la angustiosa sensación de que la riqueza mayor de las imágenes y su desbordante precisión nacen a cada momento del azar de la mirada contra las impaciencias de su espíritu y su imaginación.

A Darío le suena más la palabra, a Martí el idioma. Es de los pocos escritores que parecen escribir con todo el idioma. No tiene la sonoridad fija de Darío, pero por lo mismo ha sido capaz de una poesía de lo simultáneo que no creo que haya sido igualada. Las palabras no se le configuran en la página ligadas indisolublemente al espacio y al límite de la expresión como en Darío, cuya sonoridad es metálica —dura, vibrante, sonora—, sino que sus metáforas más bien que hechas están haciéndose, las palabras se abrazan unas a otras, y lo que percibimos es, más que ellas mismas o lo que ellas significan, el rumor envolvente de su último y más amoroso sentido. «El rumor de la palma va mucho más lejos que la palma», escribía.

En este asombroso escritor que se avergüenza siempre de escribir porque sólo lo que va a hacer le parece digno, las palabras parecen actos: eficaces y límpidas, están más ligadas a la voz que a la letra. No es que tenga un vocabulario «rico» —esto da demasiada idea de un adorno o un privilegio de formación—, es que cuenta con el caudal del idioma con la naturalidad del que lo toma de su fuente, sin esfuerzo visi­ble. ¿Cuándo los verbos fueron más móviles, precisos, cam­biantes? Puede seguir con palabras la variación más sutil de movimiento. ¿Y los adjetivos? Lea su crónica «El 10 de Abril» quien quiera asistir a un desfile de parejas de adjetivos casi tan bello como el desfile de patriotas que con ellos evocaba. Es lástima no poder dedicarle a todo esto más tiempo.

Que un escritor como éste se haya ofrecido a la acción ha dado lugar a un doble equívoco: unos dan en creer que ello resulta un símbolo de lo que debe ser todo hombre de letras que no esté vuelto de espaldas a los ideales comunes de su pueblo; otros —los amantes de la poesía entre ellos—, se duelen por la obra que nos habría dejado de no haber estado obsedido por la independencia de su patria. Y es que acción y contemplación se suelen ver como dos órdenes diferentes que tienen tan poco que ver entre sí que es necesario aban­donar uno para entregarse al otro, menospreciando alguno de los dos, cuando son justamente estas figuras como la de Martí las que nos revelan más claramente su misteriosa rela­ción. Pues la acción no es la agitación vacía con que se la confunde ni la contemplación es una vacía especulación. Sólo han actuado realmente aquellos hombres en que el acto ha sido —como decía un apologista católico—, sólo esto: sobreabundancia de la contemplación. No creo que haya definición más justa. Es preciso llenarnos de silencio y sole­dad para que sobreabundemos en palabra y en obra. El vaso colmado de agua desborda naturalmente hacia fuera, y el alma colmada de contemplación actúa y fecunda. Pero todo acto que no procede de una contemplación es hueco y esté­ril, porque ya no es el agua que desborda de una fuente man­teniéndola intacta y llena, sino la que se vacía poco a poco de un cántaro hasta que no queda nada en él. ¿Qué idea tenemos de lo que es esa fuerza tremenda y exquisita de la acción?

¿Es algo acaso que hay que dejarle a los bárbaros, que no necesitan madurez? Cristo meditó treinta años, actuó sólo tres, pero todavía el mundo se mueve por la semana de su pasión. El demagogo que con Martí de bastón, le pide al menos dotado que interrumpa su labor interior para dedicarse a algo útil para todos, no se da cuenta hasta qué punto está minando la fuente futura y misteriosa de toda acción verdadera y hasta qué punto puede ser más útil —si no le alcanzan las fuerzas para llegar a ese fondo—, absteniéndose de ofrecer una inmadura y festinada actividad. Pues para dar ¿no hay que tener? ¿Y cómo si no en soledad se podrá seguir ese delicadísimo descenso del alma hasta su propio centro de caridad? Luego hay que aislarse primero de los demás para poder ofrecer algo a los demás. Hoy se le pide al intelectual que intervenga en la vida pública, y éste se siente en el deber —cuántas veces prematuro—, de influir y mejorar. Pero cada vez que una obra ha influido realmente no ha sido por una decisión voluntaria de su autor, sino por una sobreabundancia involuntaria de la obra misma, no por un interrumpir su soledad, sino por ahondarla hasta ese centro último que es siempre una trascendencia y una entrega. Lo que hay en el fondo de aquella exigencia es un inmenso desprecio de la contemplación, que se disfraza de servicio, sin comprender que en ella se funda la acción que permanece. Muchos escritores de buena fe caen en el lazo, pero ay, que no es tan fácil imitar a estos hombres como Martí en los cuales el acto es su intimidad. En ellos actuar no es abandonar la contemplación sino consumarla.

Lo cubano

Pero también nos parece falsa la otra posición que ve en Martí una gran obra literaria frustrada. Uno tiende a pensar: ¡qué inmenso poeta sacrificó a su labor redentora! Este pensamiento toma tintes casi de reproche en las páginas que le dedicó Darío a su muerte. Pero esto es una falacia. Los hombres como Martí tienen poco que ver con el azar. Sólo al hombre común le sucede el azar. En el no común todo es destino. Desde niño, parece que lo tiene delante; la carta que le escri­be a su madre poco antes de morir —esa carta que Unamuno llama una de las oraciones más bellas que se han escrito en lengua española—, es la carta asombrosa del que sabe que va a morir. Frente a su muerte sentimos no el azar que inte­rrumpe sino el destino que sella, el generoso cántico de «su» hora profunda, cuya alegría lo turbó como un niño, y des­pués de la cual ya no era posible vivir. Cuando leemos sus últimas cartas desde el campamento, su diario, tenemos la arrasadora sensación de que es cierto que ha llegado, como él dice, a la plenitud de su naturaleza, como esos temas mu­sicales, largamente preparados a lo largo de una sinfonía y que percibimos sólo hacia el fin en su verdadera, golpeante nitidez. Tal parece como si la batalla real lo hubiera rechaza­do de su campo, a él que fue hombre de acción espiritual, lo hubiera hecho retroceder al mundo suyo y distinto, al im­pulso ideal de morir. Al borde de la acción oscura, sin poder llegar a su centro mágico quedó Martí, como si no quisiera ofrecer allí sino su propia muerte, a la que fue con el candor augusto de los fuertes, ligero «como un niño». Y si acaso hubiéramos podido estar allí, frente a su pobre cuerpo derri­bado, hubiéramos comprendido de pronto toda la diferencia que va del guerrero a quien mata siempre un solo hombre y el mártir a quien matan un poco todos los hombres.

Pero no es sólo porque toda su vida tiene la cualidad nece­saria de un destino por lo que no podemos comprender su muerte como una frustración. Es que la sustancia misma de su estilo es el sacrificio. Su mirada es la del que va a decir adiós, la del que se va. Por eso es tan penetradora, tan «rápi­da». Se ve siempre que le interesa otra cosa más que el hecho de decir lo que dice. La pura fruición del escribir ha pro­ducido sin duda obras maestras, pero no es suficiente para explicar algunas obras maestras. El acento inconfundible de Martí como escritor, lo que le da el tono más suyo, es ese grado de tensión que tienen las palabras corno el de un arco que dispara una flecha a otro blanco lejano. Él va a otro sitio, y por eso, «de un ojeo copio toda la sala», nos dice en el Diario. Uno no puede menos que asombrarse de todo lo que «mira» con sólo estar unos segundos en un lugar. Y del mismo modo que las cosas se nos fijan en una forma más indeleble cuando las vamos a abandonar para siempre, he tenido a menudo la sensación de que es esa ausencia de «de-tención» en las cosas, de fruición por ellas mismas, lo que da al estilo de Martí esa mirada última, amorosa, que las fija y las trasciende, y el secreto de su intensidad se nos aparece explicado por esa mirada que precede a una despedida, en que rostros y cosas se nos fijan tan profundamente, esa mirada del huésped en una ciudad extraña en la que se va a estar sólo un breve tiempo. Y así, no podemos olvidar ya nunca las prístinas imágenes nocturnas de la isla en el desembarco (último diario), que es como rumoroso preludio de imágenes y sonidos cubanos, la crecida del río «con estruendo de piedras que parecía de tiros», las conversaciones para ordenar las patrullas, para asar el puerco en la improvisada parrilla, mientras el General le cuelga la hamaca como a hijo y viene José con los catauros de miel. ¿Cuándo tuvo nuestra poesía estas calidades: «y otro, flotaba al aire leve, veteado…»? ¿Cómo explicar la presencia en su expresión de ese «imponderable» de lo cubano, que hace que diferenciemos al punto las páginas que escribe sobre Juárez o Bolívar de las que dedica a Gómez, por ejemplo, o al campo nuestro en las páginas del Diario? Estas últimas diríamos que son más blancas, más siluetadas, tienen esa «lisura» tan cubana —acaso posterior a la intimidad penumbrosa de lo criollo—, ese modo de aparecer las cosas en la luz como si no tuvieran nada detrás, en una especie de pobre, dura, rugosa intemperie.

Martí es acaso el primero en quien lo paradisíaco nuestro no se confunde con el paisaje «virgen» que descubre el cansancio europeo y que influye hasta en el mismo Heredia con sus palmas «deliciosas», redondeándole radiosamente su esbelto tono propio. Poesía que llamaríamos de «descubrimiento» a la que debemos tanta Oda superficial, en la que la enumeración de las frutas y las delicias del clima hacen todo el gasto poético. Qué diferencia entre estas «palmas deliciosas» que ve Heredia en su poema mayor, y estos «tristes», estos «mágicos palmares» que en un simple poema de circunstancias ve Martí.

Y es que ni como escritor ni como hombre es Martí un romántico sino un realista. Todos los mártires lo son. Por esto, si los poetas anteriores nos dan el elogio, la sorpresa o la nostalgia del campo cubano, sólo Martí nos da su ser mismo, en una especie de apasionada objetividad. Para la bondad, como para la poesía, tiene un adjetivo preferido, nos dice que la bondad es útil, que la poesía es útil a los pueblos. Reduce sus contenidos románticos y se atiene a los prácticos, pero no al modo del pragmatismo posterior que refiere lo útil al plano histórico de la existencia humana, sino que tal parece —aunque Martí no se extendió nunca sobre este tema—, que ve en estas formas elevadas una utilidad diríamos ontológica, referida no a la existencia sino a la esencia del hombre o de los pueblos. Esta palabra «útil» tiene en él un sabor especial, porque sentimos que envuelve también al espíritu desposeído de su soberbia. ¿No nos dice que la virtud preserva como la sal al alimento? Es este sentido práctico a lo divino el que hace de él el último héroe y el primer clásico americano.

No, no perdimos al escritor. Los que quisieran ver a Martí entregado sólo a sus faenas literarias y se duelen de la obra que pudo haber dejado, no imaginan hasta qué punto fue central a la obra misma esa prisa profunda de su vida, hasta qué punto fue su constante olvido de sí, su sentido vigilante de la utilidad preciosa de todo, lo que le permite trascender los modos de expresión romántica, la cámara de espejos del «yo» romántico, y, despojado de sí mismo, darnos las cosas como a través de un cristal donde aparecieran los dibujos candorosos y solemnes de las palmas más puras, de los hombres más nuestros.

El estilo

Decimos de un escritor que tiene estilo no tanto en cuanto piensa o expresa con una mayor hondura o variedad, como en cuanto logra comunicar, universalizándolo, lo que tiene justamente de más personal o intransferible. Hay detrás de todo estilo algo que tenemos que poder identificar con un gesto en el idioma, en el que —a la manera de las especies angélicas—, se nos dé una individualidad ya no limitada y una generalidad ya no abstracta. También todo problema de estilo lo es de concentración, no entendida como una contracción avariciosa de las palabras, sino como esa velocidad del espíritu, esa intensidad del sentido que hace que la palabra nieves, por ejemplo, en la famosa «Elegía» de Villon, pueda darnos nada menos que la visión poética absoluta de lo histórico a través de eso que es sólo como una forma ausente que cae leve y sin huellas.

Está por hacer el estudio estilístico de Martí, ni gracianesco ni teresiano —aunque es claro que la lectura de los clásicos le dejó un sedimento de idioma—, de raíz hablada y viva. Está por estudiar el especial impulso o movimiento de su prosa en que se dijera que cada frase «entra» por un tiempo propio, distinto al anterior, y en donde la argumentación central, sobre todo en los discursos, es sólo la plaza rendida, en el frente, en los costados, por los ejércitos simultáneos de las imprecaciones, las preguntas, la piedad, la ira.

Pero acaso la cualidad más encantadora de su estilo sea esa extraña mezcla de lo apasionado y lo realista, esa lealtad al detalle y a la vida con que de pronto concentra el impulso de su entusiasmo. Hombres y cosas aparecen así vistos en su rasgo esencial, y a menudo nos han recordado esos nombres suyos seguidos de dos adjetivos definidores aquellos héroes de Homero o del Cid a los que siempre llaman recordando seguidamente sus virtudes o hazañas más notorias, que acaso no es más que el reflejo en las palabras de ese ir derechamente a «lo útil», lo definidor, el fermento heroico. Este ver los hombres en esa «última instancia» esencialmente afirmadora, no porque ella misma sea una virtud sino por ser el centro vivo y eternamente moldeable del alma de donde parte toda acción, es lo que hace que sus estudios de figuras, sus semblanzas cubanas o norteamericanas, tengan algo de juicio post-mortem, algo de involuntario epitafio, como si él viera aquello que va a quedar después de muerto en cada vivo. Son frecuentes en él esas frases lapidarias, generalmente de tres palabras, con que cierra un período tumultuoso y en las que uno ve de repente a un hombre, o esas enumeraciones de figuras de las que ofrece sólo un breve juicio o un rápido retrato en el que destaca siempre el fragmento que tiene el don de evocar el todo, sin reconstrucciones fatigosas. Así cuando nos pinta la atmósfera del Sur esclavista antes de las guerras de secesión, en la frivolidad recogida de sus salones, y nos dice de pronto que allí «todo es minué y bujías», vemos casi materialmente los gestos, las luces, los trajes. Si en el mismo discurso nombra así a Lincoln «el leñador de ojos piadosos» tenemos entero el doble trazo del desgarbado cuerpo que ha trabajado y el noble rostro melancólico. Y para sólo ceñirnos a uno de sus artículos críticos sobre pintura, recordemos aquél en que dice de Velázquez esta frase lapidaria, en que sentimos toda la humanidad española de los rostros, en contraposición a su tratamiento convencional en otros pintores: «Creó los hombres olvidados.»

Señalemos también en este mismo artículo dos aciertos más: el juicio sobre Goya y sobre los impresionistas. «Goya, que dibujaba cuando niño con toda la dulcedumbre de Rafael, bajó envuelto en una capa oscura a las entrañas del ser humano y con los colores de ellas, contó el viaje a su vuelta.» Fijémonos en cada una de las insustituibles palabras: «Vio la corte, la guerra, y el amor, y pintó naturalmente la muerte.» Es curioso que si cualquiera podía haber dicho que Goya bajó «a las entrañas del ser humano» sólo él podía haber escrito «envuelto en una capa oscura», en que se diría que el símbolo cobra ya otra precisión, y que el rojo, como en el propio Goya, se tiñe un poco de negro. Por último, en el juicio sobre los impresionistas, la fuerza del último verbo: «Quieren pintar como la luz pinta, y caen.» Nótese el espacio que abre esa coma y lo sintético del juicio. Podría centuplicar los ejemplos.

Quisiéramos poder detenernos en la peculiar adjetivación martiana, rápida como un instinto. Cuando nos dice, en frase incidental, refiriéndose a Mark Twain, «entiende el poder de los adjetivos, los adjetivos que ahorran frases…», nos pone en guardia del error de ver en el adjetivo la parte floja de la frase, aquélla que, por ser adherente y no sustancial, no nos obliga a precisiones. El adjetivo, nos dice, tiene un poder. Veamos. El adjetivo llena al parecer una doble función, puede expresar las cualidades que una cosa tiene como parte inseparable de ella misma o aquellas que la atribuimos como parte de nuestra percepción o reacción ante ellas. Si de un lado puede confundirse con los contornos mismos del nombre, del otro puede confundirse con su horizonte más lejano, si de un lado puede caer en el peligro de lo obvio que no añade nada que no esté ya en el nombre, del otro está el peligro de lo arbitrario o gratuito, de lo que prolifera sobre él añadiéndole demasiado. Adjetivación clásica la primera (la nieve fría, la noche oscura), romántica la segunda (el ángulo oscuro, la luz tibia y serena). Podríamos decir que en Martí el adjetivo ocupa una posición intermedia. Ni se superpone al nombre, ni se aleja gratuitamente de él. Visualmente nos impresiona como un ejército que retrocede al punto de partida, como una cualidad que avanza sobre el nombre para desentrañarle su secreto, es decir, como algo que sin ser adherente al nombre tampoco le es intrínseco, como si esa acometida exterior le entregara de pronto una vibración propia que le era desconocida.

Y nos preguntamos ¿no es éste además del modo de conocer o penetrar las cosas en Martí, el modo que tuvo de conocer y penetrar los hombres? ¿No es uno y el mismo el procedimiento que lo lleva a rendir la sustancia del nombre por la acometida del adjetivo y la que lo lleva a actualizar lo mejor de cada hombre por la acometida del amor y la esperanza?

Este que nos dice que anda «como enamorado de los hombres» dista mucho de ser un optimista justamente porque es un creyente. La diferencia esencial estriba en que el optimismo es un punto de vista que se tiene sobre la realidad, no aspira a una visión que se entrevé como dolorosa y confusa, sino a un acomodo momentáneo con vistas más a la vida que al conocimiento. Por eso el optimismo siempre ha sido más propio de los pueblos utilitaristas al estilo de los Estados Unidos, que de los desinteresados y tristes de la América nuestra. Martí cree en los hombres no por lo que ve en ellos —hay relámpagos de amargura en su obra en que le vemos la herida—, sino por todo lo contrario, porque el hombre «es lo que no se ve» nos dice. De modo que esta fe, sin ser justificada, dista mucho de ser gratuita. ¿Cómo actuará entonces la alabanza —y sobre esto se extendió mucho en ocasión en que se le reprochaba de excesivo—, como un embellecimiento galante y momentáneo de las cosas o como un provocador de ser, como la íntima creencia en este ser mismo como secreto de belleza que conjura la confianza? Y como la alabanza en la vida, actúa el adjetivo sobre el nombre, con el adjetivo que es un poder, como él dice, y no un ciego dispensador de dones. Fluctúa el adjetivo en la zona de lo posible, en la zona del deseo y del amor, y no es sustancia fría ni alabanza ardiente actuando aisladas, sino un penetrar la sustancia por la alabanza que fue en Martí el doble secreto de vida y obra fascinadas.

Tomado de: https://culturayresistenciablog.wordpress.com

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Ediciones ICAIC en la 29 Feria Internacional del Libro de La Habana 2020

Por Octavio Fraga Guerra

Los días 7, 8 y 11 febrero marcan la agenda de presentaciones de Ediciones ICAIC en la 29 Feria Internacional del Libro de La Habana.

El primer día está reservado para tres títulos. El hombre de Maisinicú. Guión de Manuel Pérez Paredes con la colaboración de Víctor Casaus. (Colección Guion cubano) coordinado por Luciano Castillo y Arturo Arango, Santiago Álvarez: un cineasta en revolución, de Andy Muñoz Alfonso, Lianet Cruz Pareta y Yobán Pelayo Legra, y el tercer ejemplar, Arte y compromiso, un siglo con Santiago Álvarez. Estos tres títulos serán presentados en el Centro Cultural Dulce María Loynaz, a las 11 de la mañana.

El segundo día, otros dos títulos, complementan la agenda de esta prestigiosa editorial. Alas en el cine, de Olga María Pérez y Por primera vez en Cuba, de Omar Felipe Mauri. Las presentaciones de estos volúmenes se harán en Sala Dora Alonso, del Pabellón Infantil a las 2 de la tarde

El 11, también en el en el Centro Cultural Dulce María Loynaz, se presentan otros tres títulos. Señores en la oscuridad. El Gótico en el cine, de Alberto Garrandés, Los amores contrariados. García Márquez y el cine, de María Lourdes Cortés y Trovar el cine, de Carlos León. Esta cita es también a las 11 de la mañana.

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“No dejen morir el Congreso”

Sesión Consejo Nacional de la UNEAC

Por Abel Prieto Jiménez

Con esa frase, “No dejen morir el Congreso”, el Presidente Díaz-Canel exhortó a los escritores y artistas cubanos a seguir buscando soluciones para cada uno de los problemas que fueron identificados durante el proceso preparatorio de aquel evento memorable y en el Congreso mismo.

Durante los seis meses transcurridos desde su celebración, ese ha sido el empeño principal de Morlote y del equipo que dirige hoy la organización. Junto a ellos, permanentemente, han estado el Ministerio de Cultura, sus Institutos y Consejos, sus empresas, las direcciones provinciales, todas aquellas entidades que tienen responsabilidades en la puesta en práctica de nuestra política cultural.

Además, han tenido lugar dos encuentros de trabajo convocados por el propio Presidente Díaz-Canel para evaluar la marcha de los acuerdos que se aprobaron.

Morlote describió en su Informe la dimensión de los retos que tenemos delante los cubanos y aseguró que “desde la creación artística y literaria es mucho lo que podemos ofrecer para fortalecer el cuerpo social de la nación”.

Los miembros del Consejo Nacional reflexionaron sobre la enseñanza artística, los vínculos cultura-educación y cultura-turismo, la falta de una crítica rigurosa y aguda que apoye la formación de públicos y el establecimiento de jerarquías, la urgencia de combatir las manifestaciones de colonialismo cultural que florecen en los sitios más inesperados, las conductas marginales y el empuje de los pícaros advenedizos, pujantes, habilidosos, que se las arreglan para acceder a ese Olimpo equívoco que llaman “fama”.

Como dijo el Ministro, no podemos confundir la más amplia democratización del acceso a la cultura, que es uno de los pilares de la Revolución, con abrir las puertas a la mediocridad. Los limitados recursos que tenemos, subrayó, debemos emplearlos en proyectos de calidad.

Al propio tiempo, destacó Alpidio, en el Consejo Nacional se discutieron temas medulares, realmente esenciales. Es evidente que han quedado atrás exorcismos, catarsis y pedestres reclamos gremiales. El papel de vanguardia de la organización se hizo visible de manera particular.

De ahí que el Ministro realzara la significación de contar con la UNEAC para batallar contra toda distorsión de la política cultural. Ahondó al propio tiempo en las complejidades de la actualidad, en el reforzamiento del cerco del Imperio contra Cuba y en la necesidad de construir día a día la unidad de creadores e instituciones (algo que les duele a nuestros enemigos y que siempre han pretendido quebrar) para contribuir, juntos, a la defensa espiritual de la patria. A su defensa ideológica y moral.

A todos los que tuvimos el privilegio de asistir a este encuentro nos acompaña hoy la certeza de que ni la UNEAC ni el Ministerio de Cultura han dejado morir el IX Congreso.

Tomado de: https://elvuelodelgato.home.blog

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Desaparece Cubainformación: SOS apoyo económico y voluntariado

Cubainformacion.tv

Amigas-os de la Solidaridad:

Os pedimos tratar esto en vuestras asociaciones.

Cubainformación está en emergencia absoluta, sin fondos. El Gobierno vasco ha denegado la subvención que mantenía desde hace 12 años. Esto significa la desaparición del proyecto en el plazo de unos meses, salvo que consigamos unos fondos mínimos que garanticen una modesta estructura.

En su Plan de Acción, el “Encuentro Antimperialista de Solidaridad, por la Democracia y contra el Neoliberalismo” (La Habana) aprobó “Trabajar para que Cubainformación se convierta en el medio alternativo al servicio del movimiento de solidaridad con Cuba (…) y que los europeos ayuden en su financiamiento”. Y el XV Encuentro de Solidaridad con Cuba del Estado español (Rivas-Vaciamadrid) apostó por “Fortalecer el medio Cubainformación como instrumento estratégico del MSC internacional”.

Por eso, estamos pidiendo ayuda urgente: en el ámbito económico y en el de trabajo voluntario.

Ámbito económico

Una aportación anual de cada asociación, la que se pueda.

Hacer socios-as de Cubainformación (personas y colectivos) y ayudar en la difusión de la campaña de captación de socios, socias y donaciones #yotambiensoycubainformacion, ahora reforzada con un segundo hashtag #SOSCubainformación. Por ejemplo, reenviar o añadir a vuestros textos la frase/enlace: Cubainformación TV necesita apoyo para continuar. ¡Hazte Soci@ de Cubainformación!

Buscar en vuestro ámbito geográfico las convocatorias de Cooperación y enviad las bases a nuestro email (cubainformacion@cubainformacion.tv), para preparar proyectos de Sensibilización, adaptados a cada lugar, incluyendo una partida para Cubainformación.

Ayudar a la compra o distribución del libro “Cuba: verdades y mentiras. Argumentario urgente frente a la desinformación diaria”: Módulo de compra del libro “Cuba: verdades y mentiras”

Trabajo voluntario

De nuevo, tal como se ha venido acordando en talleres y encuentros, solicitamos apoyo voluntario para tareas diversas: redes sociales, publicación, redacción, edición, traducción, etc. etc. Hay un completo catálogo de tareas y manuales sencillos para todas ellas.

Es urgente: escríbenos a cubainformacion@cubainformacion.tv

Ayúdanos a continuar. Gracias.

José Manzaneda

Coordinador de Cubainformación TV

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El arte de convesar

Angel Boligán (Cuba)

Por Graziella Pogolotti

Terminada la faena cotidiana, antes de acogerse al descanso reparador, los hombres se reunían a conversar. Comentaban los sucesos del día, narraban historias de otros tiempos y otros lugares, algunas veraces, en otras mezclaban realidad y ficción. En ese intercambio se rescataba la memoria del ayer y se alimentaban las alas de la imaginación, fuente de creatividad y de capacidad innovadora al abordar por caminos imprevistos, mediante la formulación de nuevas interrogantes, asuntos pendientes de respuestas por haber recorrido en su abordaje fórmulas rutinarias. Pero, sobre todo, el empleo de la palabra evocadora satisfacía la demanda de espiritualidad, esa otra hambre que, según Onelio Jorge Cardoso, subyace latente en todo ser humano. En la voz del cuentero iba naciendo la literatura desde la época remota en la que todavía no se habían inventado el jeroglífico y el alfabeto que ahora conocemos.

Pasaron siglos. Apareció la radio. Después de escuchar a María Valero en «las páginas sonoras de la novela del aire», para disfrutar de alguna brisa los vecinos sacaban las sillas a la calle. En la atmósfera persistía el aroma denso dejado atrás por el vendedor de mariposas. De una acera a la otra se cruzaba el diálogo. Se comentaban los chismes del barrio y las noticias en torno a la actualidad política del momento. Algunos, asomados a los balcones, observaban la cuadra entera, intervenían en la conversación. A veces, por asociación de ideas, se imponía el recuerdo de acontecimientos del pasado. Mientras tanto, en las esquinas, los muchachos, siempre varones porque las hembras estábamos excluidas, andaban en lo suyo.

El nacimiento de la televisión modificó las costumbres. Cesó el intercambio entre generaciones en torno a la mesa, a la hora de las comidas, cuando había concluido el horario laboral. Los padres y los muchachos que iban creciendo pasaban revista a los incidentes de la jornada. No faltaba la referencia a acontecimientos de mayor envergadura. Si el diálogo languidecía, se evocaban anécdotas de otros tiempos. A retazos, se tejía una memoria común, rescate de la historia y reafirmación identitaria. De repente la pantalla se convirtió en imán hipnótico. Plato en mano, la familia, seducida por la imagen y el sonido, se sentaba alrededor del equipo de reciente invención. En la actualidad, sojuzgados todos por las tentaciones que ofrece el teléfono móvil, la comunicación verbal se atomiza y lo escrito adquiere la concisión de un mensaje telegráfico.

Despojados de respaldo económico y de reconocimiento social, los escritores y artistas se refugiaban en tertulias improvisadas. Podían producirse en la trastienda de una bodega donde se servía alguna comida caliente, en los cafés o en casas de amigos. Mi padre disfrutaba el arte de la conversación. Acogía a visitantes de las más diversas procedencias, pintores, escritores, profesores universitarios y a personas ajenas al ambiente intelectual, dotadas de la capacidad de contar con gracia anécdotas divertidas. Me estaba prohibido intervenir en el diálogo de los adultos, pero podía escuchar en silencio mientras aparentaba andar en lo mío. A veces, los temas de alto vuelo en el terreno de la ciencia o de la filosofía escapaban a mis posibilidades de comprensión. Lo más frecuente, sin embargo, era que los asuntos resultaran más accesibles. Se hablaba de la situación internacional, de la política interna, de la experiencia de vida de cada cual. Recuerdo todavía cuando Alejo Carpentier, instalado ya en Caracas, relataba su aventura en el Orinoco, origen de su novela Los pasos perdidos. Para mí, la resonancia de esas tertulias constituyó una vía informal de aprendizaje. Fue un despertar estimulante a una curiosidad insaciable, abierta a los más anchos horizontes.

En ese ambiente, sin que mediara imposición alguna, casi por ósmosis, se me fueron adentrando el interés por la historia y la presencia viva de José Martí. Estudiábamos en la escuela los Versos Sencillos, Los zapaticos de rosa y La niña de Guatemala. En ocasión de un cumpleaños, me regalaron un ejemplar de La edad de oro, el compendio de aquella revista efímera, concebida para los niños y niñas de Nuestra América. Disfruté la lectura de sus páginas.  Algo más tarde, recibiría un impacto definitivo al descubrir El presidio político en Cuba, denuncia de las penalidades sufridas por el adolescente en las canteras de San Lázaro, hoy Fragua Martiana, compartidas con otros condenados de la Tierra. Pero en la casa era frecuente la visita del artemiseño de origen asturiano Manuel Isidro Méndez, entregado de lleno al estudio de la obra del Maestro. No entendía mucho de su torrente de palabras. El investigador hurgaba en las raíces de un pensamiento filosófico cuya hondura se me escapaba. La fuerza de su pasión me imantaba.

Los caminos del entendimiento pasan por el corazón. En vísperas del aniversario del natalicio del Apóstol, ese patrimonio intangible que nos acompaña, vale la pena insistir en que su legado no puede dispersarse a través de la reiteración recurrente de las mismas frases extraídas del contexto. La voz de Martí tiene que vivir entre nosotros en su integralidad y en su aliento poético. Hoy más que nunca, para vencer obstáculos, para subir las cuestas que hermanan hombres, necesitamos la pasión que devoró los escasos años de su breve y fecunda existencia.

Tomado de: http://www.juventudrebelde.cu

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Notas gráficas de la semana. No 3 del 2020

Paolo Calleri (Alemania)

Por Octavio Fraga Guerra

Esta semana, no deja de ser “Noticia gráfica” el juicio político que se está desarrollando contra el Presidente de los Estados Unidos Donald Trump. Las pugnas de poder en el Congreso de esa nación norteña, la necesidad de una conciencia en torno al cambio climático son también tema de atención de los artistas gráficos. Las diferencias de clases, la credibilidad de los grandes medios de comunicación y la eticidad de quienes hacen esta profesión, es parte de los contenidos de esta entrega dominical. Se incluye las habituales caricaturas de las personalidades del cine mundial.

OSVAL (Cuba)

Predrag Srbljanin (Serbia)

Mikail Çiftçi (Turquía)

Mello (Brasil)

Markus Grolik (Alemania)

Mahmoud Rifai (Jordania)

Iñaki y Frenchy (España).

Iñaki y Frenchy (España)

Gezienus Bruining (Holanda)

Anatoliy Stankulo (Bulgaria)

Walter Toscano (Perú)

Ken Coogan (Irlanda)

Jaume Cullell (España)

Seyran Caferli (Azerbaijan)

Jovcho Savov (Bulgaria)

Ramses Morales Izquierdo (Cuba)

Martirena (Cuba)

Emad Jajjaj (Jordania)

Gurbuz Dogan Eksioglu (Turquía)

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