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Díaz-Canel: No nos perdonan que nos asociemos solidariamente entre latinoamericanos y caribeños sin tutelas imperiales

Miguel Díaz Canel. Presidente de la República de Cuba.

Por Miguel Díaz-Canel Bermúdez

Buenas noches.

Este acto está al revés: Maduro, Ralf y Daniel hablaron poquito y ahora yo voy a tener que hablar un poquito más.

Querido General de Ejército Raúl Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba;

Estimados Jefes de Estado y de Gobierno del ALBA-TCP;

Estimados jefes de delegaciones e invitados:

Estudiantes de nuestras universidades, presente y futuro de la nación cubana.  ¡A ustedes y a todos los jóvenes de Cuba, Latinoamérica y el Caribe, nos dirigimos hoy!

Hemos venido hasta esta, nuestra gloriosa Escalinata, para celebrar los 15 años del ALBA-TCP, porque esta alianza tiene sus raíces en el primer encuentro de dos gigantes de Nuestra América: el Comandante en Jefe de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, y el entonces (joven) líder del Movimiento Bolivariano 200, Hugo Rafael Chávez Frías.

Aquel encuentro, que cambió la historia de América Latina y el Caribe e impactó al mundo, ocurrió entre el 13 y el 15 de diciembre de 1994.

Como sucede hoy, vivíamos días complejos e inciertos para la región y el mundo.  Y fue cerca de aquí, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, donde se escucharon por primera vez los análisis y planteos premonitorios de lo que, con el tiempo, los esfuerzos concertados y el avance de gobiernos progresistas, cristalizaría en el año 2004 como este paradigma de la integración solidaria que conocemos como ALBA-TCP.

Escogemos también la Escalinata, puerta de nuestra Universidad, una de las más antiguas de América, porque por aquí transita todos los días el presente y el futuro de Cuba y de buena parte del resto del mundo, jóvenes provenientes de naciones hermanas, estudiantes que comparten aulas y sueños con nuestros hijos.

Creemos firmemente que las universidades no pueden estar desconectadas de nuestro mundo y de sus acuciantes problemas. Aquí se hizo revolucionario Fidel, aquí habló a sus contemporáneos de Latinoamérica Hugo Chávez, aquí se estudia y se piensa para el mundo mejor posible que nos hemos propuesto conquistar los revolucionarios.

Hermanas y hermanos:

Hace exactamente un año se reunió la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, con el objetivo de establecer posiciones comunes frente a la previsible intensificación de las agresiones contra nuestras naciones.  Los pronósticos de entonces no fueron exagerados.

El Gobierno de los Estados Unidos y sus aliados desplegaron e insisten en una feroz e inescrupulosa campaña desestabilizadora en la región.

Lo hacen retomando la aplicación brutal de la Doctrina Monroe, con la que la actual administración de Washington se ha comprometido de manera abierta y prepotente.

Intensifican las acciones contra la hermana República Bolivariana de Venezuela, violando los más elementales principios del Derecho Internacional. Han llegado al colmo de designar quién o quiénes pueden hablar en nombre de Venezuela y a decidir el destino del dinero y los inmuebles del país fuera de su territorio. Nunca antes en la historia se ofendió tanto a la democracia hablando en nombre de ella mientras se le pisotea.

La reciente invocación contra Venezuela del obsoleto Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) —que jamás sirvió para salvaguardar los intereses de la región— es otra advertencia de que la paz, la democracia y la seguridad permanecen bajo amenaza.

¿Qué otro objetivo tiene el rescate de una institución como el TIAR que avaló golpes de Estado, apuntaló dictaduras militares y no fue capaz de apoyar a uno de sus miembros cuando una potencia extrarregional ocupó territorios y desató una guerra?

Estados Unidos articuló ataques contra la patria de Bolívar y Chávez sin comprender que la determinación de su pueblo se fortalece aún más frente a las agresiones externas. Fracasaron y seguirán fracasando ante la sólida unión cívico-militar y la valentía de millones de venezolanos, que han jurado ser leales siempre y traidores nunca.

Aquí está nuestro hermano Nicolás Maduro en representación de esa unión victoriosa y firme.

¡Viva la Revolución Bolivariana!

Reiteramos nuestra solidaridad con la Revolución Popular Sandinista, que con su presidente al frente, el Comandante Daniel Ortega Saavedra, resiste los embates imperiales contra Nicaragua sin importar las amenazas, y se esfuerza en su camino de reconciliación, paz y desarrollo justo para su país.

¡Viva la Revolución Sandinista!

Celebramos la liberación del líder de los trabajadores brasileños y expresidente de ese país, el compañero Luiz Inácio “Lula” da Silva, y a la vez llamamos a todos a continuar demandando su plena libertad, la recuperación de su inocencia y la restitución de todos sus derechos políticos.

Ante las conspiraciones imperiales y la politización de los sistemas judiciales, ante la corrupción y el descrédito de la política a mano de agentes del imperialismo y el neoliberalismo y de los medios de comunicación, Lula es un ejemplo de que siempre tendremos el recurso de luchar por la verdad, la dignidad y la solidaridad para vencer la mentira.

Bolivia, el hermano ausente, merece mención aparte.

El golpe de Estado al presidente constitucional Evo Morales Ayma confirmó que a Estados Unidos y a las fuerzas reaccionarias no les importa aplastar por cualquier medio las libertades y los derechos humanos de los pueblos con el fin de revertir los procesos emancipatorios en la región.  Como siempre, usaron a su fiel peón: la Organización de Estados Americanos (OEA).

No sorprende que, como impone el libreto imperial, la primera acción de política exterior de los golpistas en Bolivia fuera salirse del ALBA.

En países como Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador y Brasil vemos con dolor e indignación cómo crece el número de muertos y suman miles los heridos, al tiempo que aumentan las lesiones oculares a cientos de jóvenes en actos de represión tan brutales que recuerdan los días tenebrosos de las dictaduras militares.  Se asesina a activistas sociales, periodistas y exguerrilleros.  Los casos de violencia, tortura y violaciones de detenidos ya suman cientos.

Varios de los jefes militares y policiales que hoy protagonizan la horrible represión fueron formados en la desaparecida Escuela de las Américas. Los que persiguen a los líderes de izquierda y progresistas se formaron en la actual Academia Internacional para la Aplicación de la Ley, también de factura yanqui.

Con admiración, seguimos día a día el curso dramático de la resistencia de los pueblos y su creciente movilización.

Desde esta tribuna, condenamos enfáticamente el silencio cómplice y vergonzoso de muchos, y la manipulación y ocultamiento de los medios de comunicación transnacionales y oligárquicos sobre lo acontecido en Bolivia.

Y hoy aquí, Cuba ratifica su apoyo y solidaridad con el compañero Evo Morales Ayma. ¡Vivan los gobiernos y los pueblos que rinden culto a su dignidad y soberanía acogiendo y apoyando a los líderes perseguidos!

Nuestro personal de Salud que prestaba servicios en Bolivia, conoce de cerca la brutalidad de los golpistas, cuyas fuerzas represivas, conducidas directamente por Estados Unidos, agredieron físicamente a dos colaboradores, en tanto 54 de ellos fueron injustamente detenidos, algunos por varios días.

Miembros de la Brigada Médica Cubana, sin motivo alguno, fueron registrados de forma humillante y despojados de sus pertenencias.  Las autoridades golpistas instigaron el odio contra los cubanos.

La cobardía de estos represores contrastó con la dignidad y valentía de nuestros abnegados profesionales, quienes merecen un reconocimiento por su inconmovible actitud, hija de la tradición internacionalista cubana.

Ya están todos de vuelta en la patria, listos para defenderla y para una próxima misión.

Los hechos acaecidos en Bolivia, sacuden las alarmas y nos alertan.  Una vez más “el tigre acecha”, como decía Martí en su magnífico ensayo “Nuestra América”:

“La colonia continuó viviendo en la república; y nuestra América se está salvando de sus grandes yerros (…) por la virtud superior, abonada con sangre necesaria, de la república que lucha contra la colonia.  El tigre espera, detrás de cada árbol, acurrucado en cada esquina”.

En nuestra reciente visita a Argentina para asistir a la toma de posesión de Alberto y de Cristina, sostuvimos un valioso diálogo con importantes intelectuales y artistas de ese país.

De todos ellos recogimos la más formidable crítica al neoliberalismo “el tigre que acecha” y a sus graves consecuencias para los pueblos de América que han sido destrozados por los experimentos neoliberales.

El cineasta y actual ministro de Cultura argentino, Tristán Bauer acaba de documentar los graves costos sociales del neoliberalismo en los cuatro años de macrismo, en un documental que tituló: Tierra arrasada.

Otros de los asistentes, recordaron que esos procesos se instalan con una poderosa red mediática a los que los proyectos progresistas tienen que enfrentarse en una batalla asimétrica. Y se propuso promover una suerte de estrategia cultural que resuelva esas asimetrías.

Lo que queda de mentalidad colonial en América, debe desaparecer antes de que desaparezcan nuestros pueblos y sus sueños de emancipación e integración, la gran deuda desde los tiempos de Bolívar.

Es esencial sembrar ideas y valores para defender nuestras conquistas.  Y también es preciso integrarnos en el área de la comunicación para que la mentalidad colonial no nos engulla con su carga de símbolos falsos, como los espejitos que los conquistadores daban a nuestros nobles habitantes originarios a cambio de las riquezas naturales con las que han construido su poder.

Las magníficas ideas que en apenas dos horas se desataron en el encuentro con los amigos argentinos, nos confirman las enormes potencialidades de la imaginativa intelectualidad latinoamericana, cuyos mejores exponentes siempre han sido aliados de las batallas por la justicia social.

Compañeras y compañeros:

Aun ante las más brutales presiones estadounidenses, Cuba alcanzó una resonante victoria en las Naciones Unidas, cuando 187 países votaron a favor de la resolución que condena el fin del bloqueo económico, comercial y financiero de Estados Unidos.

Aquellos que no tuvieron el valor de resistir las presiones yanquis y no se atrevieron a condenar el bloqueo a Cuba, cargan sobre sí la responsabilidad de apoyar una política que ningún pueblo de esta tierra aprueba, porque es criminal, porque viola los derechos humanos de millones, porque es extraterritorial, ilegal e infame.

Y porque lo que hacen hoy contra Cuba lo harán mañana contra otras naciones, como se ha probado más de una vez en los últimos años.  Nadie está libre del látigo del imperio, y permitir que se golpee a otros es abrir el camino al golpe sobre todos.

Nos complace saber que esa actitud no refleja lo que realmente sienten los pueblos hermanos de Brasil y Colombia.

En triunfos como la condena al bloqueo en la ONU, el ALBA ha sido y debe seguir siendo un frente de unidad y resistencia al imperio, al golpismo y a las posturas injerencistas que solo motivan la vergüenza de los hombres y mujeres dignos de nuestro continente.

Asimismo, saludamos y nos alientan los triunfos progresistas en México y Argentina, cuyos nuevos gobiernos ya han mostrado, en muy corto plazo, su compromiso con la paz, la democracia, el desarrollo y la justicia social de los pueblos y con la genuina unidad e integración de Nuestra América.

En los últimos meses hemos escuchado acusaciones ridículas contra las revoluciones cubana y bolivariana, en el intento vil de justificar lo que se niegan a entender: las profundas razones de las rebeliones populares contra el neoliberalismo que continúan sucediendo en varios países de la región.  No nos sorprenden.

Las manifestaciones populares son el resultado de las luchas contra la desigualdad y las injusticias sociales acumuladas durante años. Y permanecerán, y se harán mayores mientras no se atiendan sus causas.

Los que reprimen se niegan a leer en esas manifestaciones sus causas verdaderas, porque, para instalarse, el neoliberalismo trata de impedir que tengamos conciencia histórica, proponiendo la deshistorización del tiempo. Por eso sus ideólogos, como Francis Fukuyama, insisten en que “la historia ha terminado”.

Pretenden decirnos que el capitalismo es eterno. Quieren entonces eternizar la desigualdad social, la miseria, la exclusión. ¡Tiempo es historia!  Y la nuestra se apoya en Bolívar, San Martín, Sucre, Martí, Che, Fidel, Chávez, Sandino, la lucha contra la esclavitud, contra la dominación española, contra las invasiones y contra el bloqueo a Cuba por parte del imperialismo genocida.

El neoliberalismo obliga a la economía mundial a pasar de la producción a la especulación. Mientras el Producto Interno Bruto mundial crece a un promedio anual de 1 % a 2 %, el rendimiento financiero crece más del 5 % al año.  ¡Mientras ochocientos veinte millones de personas son amenazadas de muerte por el hambre, los paraísos fiscales guardan veinte trillones de dólares

El neoliberalismo produce lo que Marx había prevenido: la gente ya no vale por ser humana, sino por el valor de la mercancía que porta. Es la brutal deshumanización.

El neoliberalismo no promueve globalización, y sí globocolonización. Su propósito es hacer del mundo un gran mercado al que tienen acceso solamente los ricos, los demás quedan excluidos, son seres descartables, condenados a la muerte precoz.

El neoliberalismo tiene base en la competitividad, el socialismo en la solidaridad.  El neoliberalismo en la acumulación privada de la riqueza, el socialismo en compartir la riqueza. El neoliberalismo en defender los intereses del capital, el socialismo los derechos humanos y de la naturaleza.

Lo que no nos perdonan los Estados Unidos y las oligarquías latinoamericanas es que hayamos construido modelos incluyentes y comprometidos con el pueblo, aun bajo las presiones y los cercos de sanciones y bloqueos.

Podemos darles la fórmula: no construimos modelos para el 1 %. No construimos modelos de exclusión. Construimos modelos solidarios y practicamos la integración.

Y no nos perdonan que nos asociemos solidariamente entre latinoamericanos y caribeños sin tutelas imperiales.

No nos perdonan que no solo elijamos hacer prevalecer la independencia, la libertad, la soberanía sobre nuestros recursos y la libre determinación, sino que hayamos demostrado que somos capaces de defenderlas.

Lo que no le perdonan a Cuba es que defendamos la filosofía de compartir solidariamente lo que tenemos, de llevar salud y letras donde otros llevan armas, de enseñar a leer y a escribir, o devolver la vista o salvar la vida a quienes jamás tuvieron servicios de salud dignos.

Ahora, cuando como resultado de la conjura imperialista y oligárquica en algunos lugares se ha interrumpido la cooperación que Cuba brinda, observamos con preocupación que millones de latinoamericanos han sido despojados de su derecho humano a la salud.  A las oligarquías no les importa y se pliegan a la patológica campaña yanqui.

Las únicas fuerzas militares y de seguridad que interfieren en los asuntos internos de los países y que amenazan a América Latina y el Caribe son las estadounidenses.

Cuba resistirá todas las amenazas. Estamos curtidos en la lucha. Tenemos un pueblo unido. Contamos con la solidaridad del mundo, de los pueblos de América Latina y el Caribe y, muy en especial, de nuestros hermanos del ALBA.

¡No renunciaremos al socialismo! ¡No renunciaremos a la solidaridad!  ¡No renunciaremos a la amistad! ¡No renunciaremos a la dignidad!

Compañeras y compañeros del ALBA:

Les reitero el abrazo de este pueblo noble, valiente y solidario en la bella ciudad que acaba de cumplir 500 años de historia y luchas y a la que siempre podrán volver para recibir el cariño de los que no se rinden, no se rendirán y continuarán la Revolución vibrante que nos trajo hasta aquí.

Terminemos como terminan siempre los actos en esta histórica Escalinata: con la celebración de la vida, del futuro que se forma aquí para hacer posible el mundo mejor por el que han dado su sangre y sus propias vidas tantas generaciones.

¡Somos Cuba!

¡Y también somos Latinoamérica y el Caribe, todos unidos por el ALBA-TCP!

¡Hasta la victoria siempre!

Discurso pronunciado por Miguel Díaz-Canel Bermúdez, Presidente de la República de Cuba, en el acto político cultural por el XV Aniversario de la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos, en la Escalinata de la Universidad de La Habana, el 14 de diciembre de 2019, “Año 61 de la Revolución”.

Tomado de: http://www.cubadebate.cu

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La narrativa histórica y el imaginario popular

Por Graziella Pogolotti

Por la actualidad tentadora de su temática, acabo de regresar a la lectura de La expansión territorial de los Estados Unidos, obra del reconocido historiador Ramiro Guerra. El país que enfrentó a los británicos en su guerra por la independencia distaba mucho de tener la extensión que hoy le conocemos. Se atrincheraba entre los montes Apalaches y el Atlántico, una franja del este del continente limitada hacia el sur por la Florida, posesión española, y por Luisiana, en manos francesas, con lo cual le estaba vedada la libre navegación comercial por el Golfo de México. Para asegurar ese dominio, desde el primer momento, los padres fundadores fijaron atención en la Isla de Cuba. Así ocurrió con el presidente Jefferson, con Madison y con todos aquellos que habrían de sucederle.

Para lograr su propósito se valieron de distintos medios. Apelaron a negociaciones diplomáticas con sus rivales europeos, la Gran Bretaña, Francia y España. Negado a entregar la Luisiana, Napoleón Bonaparte se encontró maniatado en lo militar por la insurrección haitiana. De manera sorprendente, carentes de instrucción militar, los antiguos esclavos caribeños derrotaron a las bien entrenadas tropas de un emperador que, con la mirada puesta en Rusia, vencía a las potencias europeas de la época, pero acabó por ceder a las presiones norteamericanas. España ofreció mayor resistencia, pero, al cabo, debilitada, aceptó la pérdida de la Florida. La diplomacia tenía sus límites. Los estadistas británicos percibieron pronto las intenciones de su antigua colonia de apoderarse del nuevo mundo. Por su parte, los Estados Unidos no podían correr el riesgo de una guerra con el Reino Unido, que vivía entonces su esplendor imperial y era dueño de los mares. Había que ser cauteloso. Con disimulo, ocultando a veces su complicidad, el Gobierno respaldó las acciones de un sector social formado por algunos granjeros, pero, sobre todo, por aventureros de toda laya, faltos de escrúpulos y con rápido manejo del gatillo. El proyecto consistía en avanzar hacia el sur y hacia el oeste, donde la excelente bahía de San Francisco favorecía la apertura comercial hacia el Pacífico y, en particular, hacia China. Los invasores procedieron al exterminio de las comunidades indias, dispersas por el territorio, y se beneficiaron de la debilidad de México, independiente ya, aunque desgarrado por conflictos internos. Así fueron cayendo Texas, Nuevo México y California. Cuba seguía estando en la mirilla. El temor a un enfrentamiento con las potencias europeas fue un factor de contención. Determinó lo que entonces se denominó «espera paciente», que se formularía de manera explícita con la doctrina Monroe, a partir de ideas que habían ido madurando desde los tiempos de Jefferson, concepto arraigado en la consigna America first, tan familiar en nuestros días, recurrente en la retórica de Donald Trump.

Despojada del conocimiento de una auténtica narrativa histórica, la mayoría menos cultivada del pueblo norteamericano recibió, en cambio, la transmisión de un capital simbólico, nutriente de un imaginario colectivo con un fuerte contenido mesiánico forjado, en cada momento, por los medios masivos disponibles. Al crearse las condiciones para intervenir en la guerra de Cuba, una campaña periodística bien orquestada, con eficaz uso de la imagen, enmascaró para el pueblo norteamericano la verdad de una conquista largamente deseada. Ocultando la historia de la lucha insurreccional cubana, mostró la visión de un pueblo vulnerable e indefenso, oprimido por el dominio español. El propósito imperialista se convertía en misión mesiánica en favor de la defensa de los derechos humanos, práctica que se mantiene vigente para justificar la intromisión en los asuntos internos de otros países. Años más tarde, el cine, valido de los recursos del ritmo y la acción, contribuiría a construir la saga de la conquista del oeste haciendo del aventurero cowboy el héroe de la gesta expansionista.

Hace poco, en un artículo publicado en Granma, Frei Betto reivindicaba el rescate de la historia como necesaria contrapartida de fenómenos tales como la errática votación de las últimas elecciones de Brasil. No puedo opinar acerca de un país que conozco desde la distancia, a partir de informaciones de prensa y de su valiosísima contribución al arte y a la literatura. Preferiría sin embargo emplear el concepto de pueblo en lugar del de masas, utilizado por el fraile dominico. Con claro sentido histórico y social en su programa transformador enunciado en La historia me absolverá, Fidel definió con precisión los componentes de ese pueblo del que todos formamos parte. Lo planteó ajustado a las circunstancias de la época. Es una realidad viviente que reclama una permanente actualización. Hoy, como ayer, se oponen dominación imperial y liberación nacional. En el caso de nuestras guerras de independencia, una vanguardia dio la primera señal a la que respondió una base popular que reconocía su propia causa en las razones del combate recién iniciado. Algo similar sucedió en la gesta emprendida por la Revolución Cubana. En los días que corren, la complejidad se acrecienta con el uso de sofisticadas formas de propaganda orientadas a la subversión interna.  Cuando esta fórmula fracasa, vulnerando principios democráticos se apela al golpe de Estado.

Nuestra narrativa histórica tiene como hilo conductor el enfrentamiento al colonialismo sostenido en su base popular desde su despuntar pasando por los nudos de conflictos, por los momentos de retroceso y el impulso ininterrumpido hacia el renacer, asistidos siempre por la imagen simbólica que dimana una creación artística y literaria, capital irrenunciable, que ha acompañado el desarrollo de la nación en su raigal proyecto emancipatorio.

Tomado de: http://www.juventudrebelde.cu

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Notas gráficas de la semana (26)

Mahid Maghsoudi (Irán)

Por Octavio Fraga Guerra

Esta semana, las Notas gráficas del blog, vienen cargadas recurrentes, pero también de renovadas temáticas. El machismo, las actitudes negativas del ser humano contra la naturaleza, son parte de los perfiles incluidos en esta entrega número 26. El proceso político contra Donald Trump, la violencia policial en varias naciones contra el pueblo, y las caricatura, son parte de los contenidos de esta sección dominical, empeñada en mostrar los puntos de vista de los artistas gráficos, que renuevan estéticas y estilos.  La obra de Mahid Maghsoudi, de Irán, encabeza esta sección por su valor simbólico y su lamentable actualidad.

Luc Descheemaeker (Bélgica)

Brady (Cuba)

Burak Ergin (Turquía)

Pedripol (España)

Enrico Bertuccioli (Italia)

Anne Derenne (Francia)

Arie van der Wijst (Gran Bretaña)

Adán (Cuba)

Shahrokh Heidari (Irán)

Muzaffar Yulchiboev (Usbekistán)

Fadi Abou Hassan-FadiToOn (Noruega)

Mahnaz Yazdani (Irán)

Pete Kreiner (Australia)

Antonio Rodríguez (México)

Stephff (Tailandia)

Pete Kreiner (Australia)

Dr Meddy (Tanzania)

Moro (Cuba)

Amorim (Brasil)

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La política cultural de la Revolución cubana en los 60

Palabras a los intelectuales, Fidel Castro Ruz

Por Aurelio Alonso Tejada

En Cuba sería prácticamente imposible hablar de la política cultural de la Revolución desde una instantánea del año 1968 —o de ningún otro momento— sin tomar en cuenta, en su integridad, la vertiente cultural de la transformación revolucionaria que se inició con el comienzo de los años 60. Nada nuevo añado al recordar que la radicalidad del cambio político y económico que tuvo lugar entonces se dimensionaba igualmente, desde el principio, también en el mundo espiritual: en la esfera del saber, del pensamiento y la creación, en las conductas y en los valores. Más exacto que «también», sería quizá decir «sobre todo», porque son estas las aspiraciones que expresan, en rigor, la desalienación en la cual se cifran los ideales más profundos del cambio. Dicho de otro modo, la revolución cultural, imposible de condensar en una simple etapa del proceso, es impresionante por sus aportes y cargada, a la vez, de complicaciones, de incidencias y desafíos.

Para el pueblo cubano, el corte definitivo a la indefensión ante la oligarquía nacional y la sumisión a la potencia dominante (el nuevo sentido que cobraba el concepto de soberanía), definió el paradigma de la transición que germinó en los 60, signado por la búsqueda de un camino socialista sin dependencias. Lamentablemente el nivel de independencia deseado no se pudo consolidar del todo debido a la conjunción de la sostenida hostilidad estadunidense y las limitaciones internas que prevalecían, y la hoja de ruta original tuvo que alterarse con el avenir de los 70.

Esta necesidad, nunca renunciada, de autoctonía reviviría a principios de los 90 —al desintegrarse el bloque socialista— envuelta en las enormes dificultades resultantes del derrumbe económico y del cuestionamiento de paradigmas. Se intentaba rescatar proyecciones y críticas acertadas de aquellos primeros años, y se producían, parejamente en este intento, miradas ilusorias al pasado, idealizando integralmente los 60, sin tomar en cuenta las contradicciones propias de la época. Es aquella complejidad lo que me he propuesto despejar aquí con algunas apreciaciones personales, seguramente polémicas. En todo caso, quiero destacar que en la preparación de estas líneas me he valido de los estudios realizados por Alina López Hernández (2013), Jorge Fornet (2013) y Guillermo Rodríguez Rivera (2017), amén de algunas experiencias personales. Pero las valoraciones que formulo son, por supuesto, de mi entera responsabilidad.

Quisiera distinguir, convencionalmente, tres etapas en la política cultural de la Revolución de los años 60, en las cuales anticipo que la perspectiva propiamente cultural está conectada con la política, como sabemos que lo está también la económica.

Enmarcaré una primera desde la victoria misma de 1959 hasta aproximadamente 1961, pues no siempre se pueden ver con exactitud momentos de corte. En estos años, la impronta revolucionaria en el mundo de la cultura se va a distinguir por hechos verdaderamente fundacionales, todos significativos, los que considero conforman un cuadro liminar de nuestra revolución cultural. Incluyo aquí, en el mismo año 1959, la creación del Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos (ICAIC), la Casa de las Américas, el Ballet Nacional de Cuba, la Imprenta Nacional, que inauguraba, con una edición popular del Quijote, una política editorial al alcance de los ingresos más bajos, en la cual predominaban los clásicos y se abría puertas a la literatura socialista. La Biblioteca Nacional de Cuba, cuyos patronos habían mantenido en pie, a duras penas, desde su fundación en 1901, recibió enseguida un apoyo gubernamental decisivo. Se estableció un sistema nacional de escuelas de arte. Fue como un tiempo de siembra.

Figuras notables de la creación (como Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, Alicia Alonso, Harold Gramatges o Mariano Rodríguez) y de la academia (como Vicentina Antuña, Juan Marinello, Mirta Aguirre, María Teresa Freyre de Andrade o Julio Le Riverend) tuvieron un protagonismo notable en estas acciones. Desde principios de 1959, salió a la luz Lunes de Revolución, semanario cultural del diario oficial del Movimiento 26 de Julio —el de mayor circulación hasta su desaparición al fundarse Granma en 1965—, portador de un abanico de criterios en debate dentro del panorama intelectual. Considero que Lunes… guardaba correspondencia con las tonalidades heteróclitas de los años primeros. Doy cuenta aquí solamente de las acciones que creo más significativas o, al menos, suficientes para esbozar un escenario temprano.

No estaría completo este panorama si omitiera la creación, en 1960, de las Escuelas de Instrucción Revolucionarias (EIR) que van a dominar el firmamento ideológico marxista durante los seis años siguientes, hasta revelarse discutibles en su estilo, redireccionarse hacia urgencias de la producción, y terminar disueltas antes del final de la década. Representan una importante vertiente del cambio cultural en marcha. Fue un sistema completo que estructuró cuatro niveles de enseñanza del marxismo para los trabajadores, siguiendo una estricta norma soviética: nivel elemental y básico, impartidos en el mismo centro de trabajo; y provincial y nacional, para los cuales se internaba a los seleccionados en cursos de varios meses y hasta de un año de duración. La escuela superior que se creó para los cuadros políticos se convirtió en universidad —subordinada al Partido Comunista de Cuba (PCC)— y así funciona hasta nuestros días. La experiencia bolchevique la recuerdo traducida (mal) como la «profesura roja», la cual respondía a la consigna de formarse «rojos y expertos».

Este sistema lo diseñó y condujo en la experiencia cubana Lionel Soto, quien compartía con Alfredo Guevara el prestigio de ser uno de los intelectuales más cultivados en el marxismo dentro de la Juventud socialista antes del triunfo revolucionario; ambos cercanos a Fidel y Raúl Castro desde sus luchas estudiantiles. Uno más sujeto, a mi ver, a una mirada doctrinal, el otro más abierto y creativo. Las EIR se identificaban, desde su origen, como «escuelas del Partido», aunque la integración de este no culminaría hasta 1965. Tuvieron el mérito de extender el aprendizaje del marxismo por toda la Isla, y el defecto de hacerlo aferradas al canon soviético; responden, en esta historia, por logros de difusión y por pecados de confusión. Aquel sistema funcionó —incluso desde antes de la alfabetización masiva— como un sistema paralelo al de la enseñanza general que dirigía Armando Hart, entonces ministro de Educación, quien tuvo un peso decisivo en tutelar, desde su posición, los pasos que antes he referido en el campo de la cultura, y otros que citaré a continuación, sin discriminación de tipo alguno ni alineamientos dogmáticos ni sectarios. La conducción de las instituciones culturales se subordinó, hasta 1976, al ministerio de Educación, y su análisis no debe pasar por alto los cambios de ministros.

Diferencio una segunda etapa de 1961 a 1964 (es una hipótesis de trabajo, insisto), tomando por eje la campaña de alfabetización en 1961, con el consiguiente plan de seguimiento, y la unificación y gratuidad del sistema educativo nacional, llamado a crear una ciudadanía instruida. No se condicionaba esta decisión a que el crecimiento de la economía pudiera costearla. La elevación masiva de las capacidades de consumo y creación de bienes espirituales se hacía clave para dar consistencia a la revolución cultural; no bastaba con echar a andar iniciativas e instituciones. La universalización de la enseñanza puede considerarse como la columna vertebral que sostendrá los pasos que iniciaron las fundaciones anteriores y los que se aspiraba a dar: el desarrollo deseado de la economía y el rumbo del proyecto social en su conjunto.

En el mismo 1961 —dos meses después de la derrota de la invasión mercenaria apoyada por los Estados Unidos, en Playa Girón— se produce uno de los primeros diferendos surgidos en el campo de la cultura, el cual se tornó definitorio. Al prohibir el ICAIC la difusión del documental cubano PM, de Orlando Jiménez Leal y Sabás Cabrera Infante, provocaría las controvertidas reuniones de junio, en la Biblioteca Nacional José Martí, en torno a la libertad de creación.

Después de tres jornadas de discusión, pronunció Fidel el memorable discurso publicado con el título de Palabras a los intelectuales (Castro, 1961). Enunció allí la definición de los parámetros que serían tomados desde entonces como rectores de la política cultural presente ya en las acciones culturales desplegadas con anterioridad: «Dentro de la Revolución todo. Contra la Revolución, ningún derecho» (11).[1] Ofrecía apertura a las libertades y fijaba a la vez el límite, parametración que se observará posteriormente en los aciertos, aunque también ha servido de referencia para justificar arbitrariedades. Depende de cómo se quiera entender el alcance de «contra», que es la preposición que expresa un inevitable límite a lo admitido. Fidel dijo primero «Contra la Revolución, nada», y repitió líneas más adelante la expresión completa, pero precisando «Contra la revolución, ningún derecho». La versión aludida con más frecuencia es la primera, menos precisa, porque el adverbio «nada» provee de una gran elasticidad para calificar el alcance del «contra», quizá demasiada. Es una sentencia que puede utilizarse tanto para justificar extremos de apertura como los de censura. Recuerdo que, en una entrevista de la época, uno de nuestros escritores más comprometidos, a quién la prensa pidió una interpretación, respondió: «¡Ama a la Revolución y haz lo que te dé la gana!». Pero a pesar de lo elástico de la connotación, o tal vez gracias a ello, es un enunciado que hemos utilizado y utilizamos como referencia sustantiva, en uno o en otro sentido. Lo valoro como muestra de la correlación entre lo que toca fijar al discurso político y lo que tiene que definirse en el territorio de la realización cultural; de ningún modo como una insuficiencia semántica.

De aquellos debates surgió, solo unos meses después, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), que procuraba una integración amplia de la intelectualidad cubana, positiva expresión institucional del «dentro» en la frase de Fidel. Ya se había creado, en el mes de enero, el Consejo Nacional de Cultura (CNC), llamado a proveer integridad institucional al cambio cultural desplegado en los tres años precedentes. Diseñado con competencia para motivar, inducir, organizar e incluso coordinar, también administraba. No incluía estructuralmente al ICAIC ni a la Casa de las Américas, que mantuvieron su autonomía, en respeto tal vez a cierta seniority en el cambio cultural, la cual podía servir más bien como ejemplarizante.

La redición masiva por la Imprenta Nacional del ensayo de Juan Marinello de 1958 titulado «Conversación con nuestros pintores abstractos», devino, hasta cierto punto, un manifiesto realista. Desde su creación y hasta 1964, el CNC es conducido por su ejecutiva segunda figura, Edith García Buchaca, con una severa mirada ortodoxa, que se hizo sentir en la primera marea polémica sobre la cultura en el socialismo, desatada en 1963, y sostenida con intensidad durante cerca de un año, a partir de la política de importación y difusión de películas cinematográficas (Pogolotti, 2006). Intervinieron en la discusión algunos de nuestros más prestigiosos intelectuales, y se puede decir que tuvo su clímax en la confrontación iniciada por Blas Roca (histórica figura política del viejo partido comunista[2] y director de su órgano de prensa, Noticias de Hoy) que objetaba como perniciosa la exhibición del cine occidental en nuestras pantallas. Decisivas fueron las respuestas de Alfredo Guevara en defensa de la apertura que la política del ICAIC había adoptado. No hubo publicación cultural que no se involucrara en el debate de un modo o de otro, el cual se volvía a centrar en proyecciones encontradas en torno a la cultura en una sociedad socialista. Creo que se puede afirmar que la confrontación en la política cultural en Cuba (sobre la connotación de la preposición «dentro») comenzó por el cine, y que en ella no logró imponerse el dogma.

En este período, que he caracterizado, de manera convencional, como el segundo, tres sacudidas, en la más estricta esfera de la política, van a tocar tangencialmente el tema de la política cultural. La primera fue la introducción de una proyección que privilegiaba las posiciones del comunismo tradicional, inclinado hacia la órbita soviética, en la integración del Partido —único, para nosotros, por unido— criticadas como sectarias al ponerse en evidencia, motivando la revisión de rumbos y actores en el tinglado político. La dirección del país acababa de concertar con la Unión Soviética (URSS) el despliegue de cohetes nucleares en Cuba; su cancelación inconsulta, en la ecuación que cerraba la Crisis de octubre unos meses después del proceso contra el sectarismo, dio lugar a un tenso diferendo con Moscú. El hecho es que la solución que se daba a la crisis no tomó en consideración las urgencias y la posición de Cuba, a pesar de ser la parte más interesada debido a que los cohetes se encontraban en su territorio.[3] El tercer incidente tuvo lugar en 1964, y fue la controversia política generada alrededor del juicio al delator Marcos Rodríguez, culpable de la masacre de los dirigentes del Directorio Revolucionario 13 de Marzo en la calle Humboldt número 7, en La Habana.[4]

La actuación de la jerarquía soviética en los dos primeros episodios, y en otros menos relevantes, prefiguraba el perfil de una nueva relación de dependencia, la cual suponía una evidente incidencia en la política cultural.

Un tercer período (siguiendo esta periodización convencional) abarcaría básicamente la segunda mitad de la década. El CNC cambia de dirección tras el juicio citado, al resultar encausados por encubrimiento Edith García Buchaca y su esposo Joaquín Ordoqui —a la sazón viceministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR)— a finales de 1964. Esto también representó un cambio de orientación, pues el Consejo no volvería a ser dirigido por figuras del viejo Partido Comunista. José Llanusa sustituyó a Hart como ministro de Educación, cuando este asumió la responsabilidad de organizador del PCC recién fundado, y designó presidente del CNC a un médico, que había fungido de rector de la Universidad de Oriente. Su desempeño en esta tarea fue inevitablemente discreto, incapaz de articular en política los avances de las instituciones que se subordinaban al Consejo, en consonancia con las que, por fortuna, mantuvieron su autonomía. Lisandro Otero se desgastó en el ejercicio de la vicepresidencia bajo una conducción que no dejaba espacio a iniciativas. No obstante, el movimiento de promoción cultural desplegado por la Casa de las Américas, el desarrollo del cine, la consagración de una gran escuela de ballet, y el emprendimiento editorial nacido en la Imprenta Nacional y consolidado con la creación del Instituto del Libro en 1967, fueron los que mejor lograron hacer realidad, en esa década, la política cultural revolucionaria.

En 1967, el CNC decidió crear una revista que titulamos RC, abreviatura de Revolución y Cultura, la cual dirigió Lisandro arbitrariamente, al margen del Comité de colaboradores, donde las más importantes figuras de la intelectualidad revolucionaria cubana habían aceptado figurar. La renuncia casi en pleno del Comité en una carta a la redacción en el segundo número, con el título de «No a RC-2», debido a un artículo poco respetuoso a la condición de intelectual, mostraba en el fondo esta incapacidad (VV.AA., 1967).

No obstante, crecieron en el escenario cultural las realizaciones y la presencia de Roberto Fernández Retamar, Manuel Galich, Roque Dalton, Mario Benedetti, y muchos más junto a Haydée Santamaría, en la Casa de las Américas; de Tomás Gutiérrez Alea (Titón), Julio García Espinosa, Humberto Solás, Santiago Álvarez, los primeros rostros que la pantalla inmortalizó, y toda la panoplia creativa vinculada al cine, junto a Alfredo; y el de la inigualable Alicia Alonso, con Fernando, las «cuatro joyas» y otros que tanta gloria han dado a la Escuela Cubana de Ballet; así como la nueva generación de músicos y pintores que emergían cerca de los consagrados. Y solo me asomo, con estas referencias personales, a un nuevo protagonismo que florecía en el contexto de nuestra revolución cultural.

El CNC de esos años no se movía a contracorriente de los logros, pero el cambio de orientación buscado, del cual se esperaba una sintonía más orgánica de aperturas, se diluyó en una proyección administrativista. Incluso me atrevería a hablar de un retroceso funcional de esta institución, si se tiene en cuenta que —doctrinarismo aparte— el período de García Buchaca mostró un órgano nacional más coherente administrando cultura, a pesar de lo que pueda objetarse al sentido de su proyección.

En 1962, en el campo de la educación superior, se aprobaba la Ley de la Reforma Universitaria, pero en 1964 también fue sustituido Juan Marinello (diría yo que en el declive coyuntural del panteón socialista) de la rectoría de la Universidad de La Habana, al parecer en busca de una proyección menos conservadora en su mirada socialista. Lamentablemente, tampoco parece haber sido un relevo exitoso; al menos no en lo inmediato. Se prescindió de una figura prestigiosa para lograr una ejecutividad que el sustituto no introdujo, y no duró más de un año en el cargo (alguien comentaría sobre la sustitución de Marinello: «se cambió prestigio cultural por resultados prácticos y ahora no tenemos resultados prácticos ni prestigio cultural»). Sin embargo, poco tiempo después, a principios de 1966, llegaría a la rectoría universitaria, donde permanecería hasta 1972, el Dr. José Miyar Barruecos. Dirigió en estrecha sintonía con Fidel Castro, y con él nuestra alta casa de estudios alcanzó el mayor protagonismo en las transformaciones propias del proceso revolucionario. Ese vínculo culminante que disfrutó la presencia universitaria en los 60 se esfumó con la salida de Miyar Barruecos del Alma Mater. Las buenas cosas no siempre han tenido la fortuna de durar.

Pero lo que quisiera destacar es que de 1965 a 1970 vivimos un período marcado por la mayor intensidad de la confrontación, dentro del proyecto socialista (subrayo «dentro» de la Revolución), de la herejía cultural frente a una ortodoxia doctrinal que se mantuvo impermeable. A la revista Casa de las Américas, que lideró desde 1960 las publicaciones culturales, por su calidad, su compromiso y su apertura, se sumaron en este período, entre otras, El Caimán Barbudo (1966), suplemento mensual del diario de la juventud y la revista de ideas Pensamiento Crítico, elaborada por un grupo de jóvenes profesores del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, creado en 1962 para impartir allí el pensamiento marxista. Existió de 1967 a 1971, y su cierre (de departamento y revista) anunciaba, como el «caso Padilla», la cercanía del dramático cambio en nuestra política cultural caracterizado para la historia como «quinquenio gris»[5] desde aquel año 1971, difícil y sombrío «dentro» de la Revolución.

Normalmente aludimos al Congreso Cultural de La Habana celebrado en enero de 1968 como referencia terminal de una etapa en el campo de la cultura, y al Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura, en marzo de 1971, como inicio del «quinquenio gris», con una proyección discriminatoria y excluyente en la política cultural. Es una caracterización acertada, pero los tiempos tampoco pueden ser explicados por esquemas. La realidad social tiene demasiado contenido para ser simplificada.

Es por tal motivo que he tratado de centrar la mirada en lo contradictorio dentro de aquellos 60, que recordamos con justa nostalgia por la pluralidad de posturas, el espíritu polémico, la validación de la crítica, la creatividad cultural; incluida, por supuesto, la cultura política. Se puede afirmar que, escoyos e incoherencias aparte, son los 60 los años que marcan el punto más alto que conseguía la definición de nuestra identidad, siempre en un contexto contestatario, no solo contra la ideología enemiga, sino también ante los dogmas ajenos y propios, que nunca han dejado de ensombrecerla. Pero también cargados de lastres: cometimos errores, pequeños y grandes, se padecieron discriminaciones, a veces intensas como las que se revelaron en el resultado deformado que tuvieron las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) entre 1965 y su disolución definitiva en 1968, que quienes la sufrieron no podrán olvidar. No fue aquella la única expresión excluyente en la cual tal vez se exacerbara el sentido del «contra». Y no me detengo más en el giro que se dio en los 70 porque solo deseo consignar que ese giro tuvo lugar, existió en todo el complejo social, y que su incidencia justifica que los cubanos volvamos la mirada hacia aquella década que lo precedió, incluso para extraer aprendizaje en nuestra marcha hacia el futuro.

En 1968, pasado el Congreso Cultural de La Habana, se produjo otra sacudida política, secuela del «sectarismo» en la integración del PCC a comienzos de 1962. Los mismos responsables —algunos al menos—, trataban de recuperar posiciones (al nuevo proceso se le denominó «microfracción»), conscientes del estado de crisis al cual el bloqueo y las limitaciones internas habían llevado a la economía de la Isla al término de la década. El proceso se produjo enseguida, tras la clausura del evento cultural, por lo cual se puede inferir una situación que se había gestado paralela a la preparación del Congreso. Volvían aquellos actores a buscar la atención de la embajada soviética, aprovechando el inocultable desgaste de la economía, para presentarse como portadores de una alternativa de acercamiento al Kremlin. En un momento en que nuestras relaciones con la URSS habían vuelto a tensarse por el apoyo cubano a la lucha armada revolucionaria en América Latina, Moscú preveía el retroceso de la marea guerrillera tras el asesinato del Che en Bolivia. Diría que, desde su comienzo, 1968 se mostró como un año complicado para la Revolución cubana.

El Congreso Cultural de La Habana se había concebido como una reunión de intercambio en Cuba de la intelectualidad de izquierda mundial, no sujeta al canon moscovita. Una especie de cumbre de la heterodoxia. Convocado formalmente por el CNC —tras una iniciativa de Casa de las Américas— en concertación con las demás instituciones de la cultura, se logró una concurrencia de figuras que lo hicieron el paso más significativo dado en Cuba en esa área. A pesar de que algunos de los invitados más esperados se excusaran de asistir (Bertrand Russell y Jean Paul Sartre, en especial), y que no faltaron inconvenientes organizativos que un estudio riguroso no podrá omitir, coronó el éxito del Congreso que el discurso de clausura pronunciado por Fidel consagrara, como ninguna otra de sus intervenciones públicas, su mirada herética hacia la coyuntura internacional. Si alguno de nuestros invitados extranjeros hubiera podido quedar desalentado por incidentes de organización, Fidel resumía con sus palabras el profundo sentido de la convocatoria y le restituía a aquella reunión todo el mérito que se esperaba de ella.[6] Numerosos medios de prensa la celebraron en el mundo.

No quisiera pasar por alto que nuestras instituciones culturales convocaron, unos meses antes, un seminario nacional preparatorio, olvidado ya, en el cual durante casi una semana se confrontaron los criterios, sin pelos en la lengua, de tres generaciones de la intelectualidad cubana comprometida con la Revolución. Debiera intentarse un rescate de aquellos debates, porque en términos nacionales este seminario discutió problemas más directos sobre las perspectivas de la cultura en tiempo de Revolución, que el Congreso mismo, en el cual la participación cubana tuvo una importancia compartida con la de los invitados extranjeros.

La primera mitad de 1968 estuvo marcada, en el plano cultural, por la impronta del Congreso, pero fue un año que ya giraba en torno a la apuesta de una zafra azucarera gigante en 1970, asumida como única opción visible para lograr el despegue económico que el país requería. No me atrevo a afirmar si era acertada o no, pues no se alcanzó a producir los diez millones de toneladas de azúcar a que se aspiraba. Incluso creo que, si se hubieran alcanzado, difícilmente hubiera justificado el abandono de sectores productivos que impuso en la agricultura. No obstante, se colocó a la industria azucarera del país en condiciones de rebasar los ocho millones de toneladas, varias veces, en las dos décadas siguientes. Pero en lo inmediato sabíamos que el fracaso de la zafra sería funesto. Y fracasó. 1969 había sido bautizado, con realismo, como «Año del esfuerzo decisivo».

La bancarrota económica cubana, con la cual la «microfracción» parecía especular, al menos desde 1967, se hacía más visible en el horizonte, cuando las tropas del Pacto de Varsovia ocuparon Praga en 1968, y Fidel no pudo evitar, en la intervención en que daba a conocer la posición cubana, el intento de un balance imposible: la solidaridad internacionalista para no permitir que se desgajara un miembro de la comunidad socialista, y lo inadmisible de la violación de la soberanía de un Estado estrechamente asociado. El reconocimiento del experimento cubano como un socialismo sin alineamiento dependiente, que había prevalecido en el exterior, cayó en picada. En cambio, el restablecimiento de la confianza soviética se hacía imprescindible en previsión del puntillazo que podía recibir —y que recibió— la economía cubana. Comprender antes de los 70 las aristas de este entramado con claridad podía ser difícil. Obsérvese que desde 1969 desaparecería la crítica a Moscú en el discurso político cubano (Acosta de Arriba, 2015).

En el plano de nuestra mirada hacia Europa, debo recordar que Pensamiento Crítico (1969) dedicó un número doble a la marea revolucionaria de mayo de 1968 en Francia, al cual se acudiría en los aniversarios redondos, y que aportó la mayor parte de los materiales del primer Cuaderno de Ruth (VV.AA., 2008), por el aniversario cuarenta de aquellos hechos. La revista RC dedicó también un número al Mayo francés, y varios números a una selección de las ponencias del Congreso Cultural. Todo ello constituye un aporte al conocimiento de la coyuntura. El Instituto Cubano del Libro publicó obras de Herbert Marcuse, que los dirigentes de Mayo citaban como identificados, en apoyo a sus posiciones. La prensa cubana de la época siguió los sucesos, pero las izquierdas europeas ya no nos iban a pensar ni a entender igual que antes.

Finalmente quiero insistir, sobre todo, en que me parece imposible caracterizar la formidable revolución cultural que ha dado lugar al cubano de hoy —y en la cual los 60 tienen un valor formativo esencial— fuera de sus contradicciones, de las incertidumbres y los errores de incoherencia. Sin embargo, nada le resta dimensión a lo alcanzado, y ninguna etapa de las seis décadas vividas puede considerarse de logros o de fracasos puros. El presente es el resultado de esa historia y, por lo tanto, también sería erróneo —gravemente erróneo— idealizarlo.

[1] Me apoyo en mi artículo «Palabras a los intelectuales a la vuelta de medio siglo» (Alonso, 2011).

[2]. Llamado Unión Revolucionaria Comunista desde 1939 y Partido Socialista Popular desde el 22 de enero de 1944.

[3]. Los cinco puntos planteados entonces en términos de reclamo a Moscú por Fidel Castro como exigencia cubana en una negociación son los mismos que presiden nuestras demandas actuales, empezando con el cese del bloqueo y la devolución de la base naval de Guantánamo.

[4]. El periodista y escritor español Miguel Barroso publicó en 2009 un recuento de las implicaciones políticas del proceso, fundamentado en los testimonios que recogió principalmente de Edith García Buchaca y de su hijo Joaquín Ordoqui García, titulado Un asunto sensible.

[5]. Denominación discutible tal vez por la extensión del plazo y por la intensidad del color, pero incuestionablemente oportuna, dada por Ambrosio Fornet, y llamada a perdurar por su acierto.

[6]. Para una caracterización resumida, véase Rafael Acosta de Arriba (2015).

Referencias

Alonso, A. (2011) «Palabras a los intelectuales a la vuelta de medio siglo». El Tintero, boletín cultural del domingo de Juventud Rebelde, 19 de junio. Disponible en <http://cort.as/-EvOj> [consulta: 17 febrero 2019].

Acosta de Arriba, R. (2015) «La encrucijada de 1968 para Cuba y el mundo». En: Ahora es tu turno, Miguel. Un homenaje cubano a Miguel Enríquez. Alfonso Parodi, R. y Rojas López, F. L. (comps.), La Habana: Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello.

Castro, F. (1961) Palabras a los intelectuales. La Habana: Consejo Nacional de Cultura.

Fornet, J. (2013) El 71. Anatomía de una crisis. La Habana: Letras Cubanas.

López Hernández, A. (2013) Segundas lecturas. Intelectuales, política y cultura en la república burguesa. Matanzas: Ediciones Matanzas.

Pensamiento Crítico (1969) n. 25-26, febrero-marzo.

Pogolotti, G. (2006) Polémicas culturales de los 60. La Habana: Letras Cubanas.

Rodríguez Rivera, G. (2017) Decirlo todo. Políticas culturales (en la Revolución cubana). La Habana: Ediciones Ojalá.

  1. AA. (1967) RC-2. La Habana: Consejo Nacional de Cultura, diciembre.

______ (2008) 68 francés, 40 mayos después La Habana: Ruth Casa Editorial.

Tomado de: http://www.temas.cult.cu

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Pensando en clave de “raza”

Obra del artista plástico cubano Eduardo Roca Salazar (Choco)

Por Víctor Fowler

El reciente anuncio de una reunión del Consejo de Ministros, el pasado 21 de noviembre, en la cual fue dado a conocer “el Programa Nacional contra el racismo y la discriminación racial, que se ha concebido ‘para combatir y eliminar definitivamente los vestigios de racismo, prejuicios raciales y discriminación racial que subsisten en Cuba’” es una noticia cuando menos trascendente. Ideado, según la nota de prensa[1], como un “Programa de Gobierno” e integrado “al sistema de trabajo del Presidente Díaz-Canel” (es decir, bajo su supervisión directa y sin mediadores), el Programa contará con una “Comisión Gubernamental” que estará encargada de “coordinar tareas” y será “encabezada por el Presidente de la República”. La nota menciona que entre los objetivos del Programa se encuentran: “identificar las causas que propician las prácticas de discriminación racial; diagnosticar las posibles acciones a desarrollar por territorio, localidad, rama de la economía y la sociedad; divulgar el legado histórico-cultural africano, de nuestros pueblos originarios y de otros pueblos no blancos como parte de la diversidad cultural cubana; y fomentar el debate público organizado sobre la problemática racial dentro de las organizaciones políticas, de masas y sociales, así como su presencia en los medios de comunicación. Además de ello, en la nota son citadas palabras de Díaz-Canel en las cuales, si bien es señalado que “todo el mundo reconoce que nuestra Revolución ha sido posiblemente el proceso social y político que más ha aportado a eliminar la discriminación racial”, también se expresa que “subsisten todavía algunos vestigios, que no están por política en nuestra sociedad, pero sí en la cultura de un grupo de personas”. Entre los denominados “vestigios” son especificadas “manifestaciones de racismo en los chistes” así como en “determinadas actitudes a nivel social, por ejemplo, en el sector no estatal con algunas convocatorias de plazas que especifican el color de la piel”.

Si lo primero, los chistes, son un fenómeno cultural y de comunicación, y lo segundo, la convocatoria a cubrir plazas, corresponde a la esfera del trabajo, ambos puntos se unifican en que los dos desvalorizan al mismo grupo históricamente más desposeído, explotado y empujado a una vida de pobreza estructural y, en no pocas ocasiones, marginalidad. De esta manera, un suceso de la esfera del ocio (el chiste) se combina con otro en la esfera del trabajo (la convocatoria a ocupar plazas) para formar un continuo hostil para el mismo conjunto social. En el interior, o debajo de ese tejido que rodea a la persona, las dinámicas del chiste obedecen a una normativa que supone inferiores a los sujetos racialmente marcados como “Otros” (por ejemplo, “los negros”); este hecho de comunicación, generalmente constituido por gestos cómplices o unas pocas palabras, suele esgrimir su inocencia ante cualquier acusación o señalamiento repitiendo que solo es eso, un chiste. Sin embargo, la racialización del trabajo convierte en exclusión real el contenido depreciativo de aquello que, en el chiste, se presenta como un inocente deseo de alegrar determinado ambiente.

II

Imaginemos un gran mapa animado donde podamos ver la aparición y entrecruces en el tiempo de aquellos elementos que nos forman. Apelando a una descripción muy básica, seríamos un espacio al cual llegaron europeos, en su gran mayoría de raza blanca, conquistaron y colonizaron lo que estaba poblado por nativos americanos; veríamos a continuación de qué modo estos últimos fueron severamente dañados durante la conquista y colonización, exterminados o muy diezmados; más tarde, cómo fue que —buscando remplazarlos como mano de obra— comenzó la importación de esclavos africanos negros; a continuación, recuérdese que contemplamos un mapa animado, la vida experimentaría una aceleración violenta cuando, bajo el impulso del desarrollo de la economía de plantación azucarera, el trasiego desde África de los esclavos negros se dispararía a cifras de largas decenas de miles.

A este primer corte cualitativo seguiría, a la manera de reflujo, el comienzo de las guerras de independencia contra el poder colonial español y la extraordinaria excepcionalidad cubana según la cual —como parte de este ímpetu anticolonial— no solo pelearon blancos y negros en el Ejército Libertador, sino que una cantidad significativa de negros y mulatos alcanzó importantes posiciones de mando. Esto último, que miembros del grupo subalterno compartieran durante la guerra el poder efectivo dentro del Ejército Libertador, es la particularidad cubana, uno de nuestros más valiosos mitos fundacionales, y dio nacimiento a un constructo sociocultural cuyos efectos se mantienen hasta hoy. Para el sujeto de la otredad o “raza” negra, en condiciones de subalternidad, el mito de su empoderamiento durante las luchas anticoloniales, así como su fusión visceral con la noción de independencia nacional, corren en paralelo al gesto identificador y absoluto en su radicalismo del extremo más temido y libre de la “raza”, el cimarrón; ese gesto es el de la renuncia a todo diálogo con el amo porque la fuga pone al esclavo en un punto, un posicionamiento, en el cual no hay nada ya que dialogar, sino solo blandir el arma de trabajo, el machete, y decirle al amo: “ven a buscarme”.

Si a lo anterior agregamos que el espacio descrito igualmente recibió a miles de chinos en condiciones de semiesclavitud; que en la primera mitad del siglo XX el principal vínculo político-económico de la Isla, así como la lealtad ideológica de los sectores más reaccionarios dentro de sus élites políticas, fue con los Estados Unidos, lugar donde el racismo antinegro se extendía a todos los ámbitos; que en el año 1959 en la Isla tuvo lugar una Revolución socialista que reorientó hacia el mundo socialista las lealtades políticas, económicas, sociales, militares y culturales; y, finalmente, la desaparición del sistema socialista europeo y la introducción de elementos de mercado en la vida cotidiana de la Isla, es lógico suponer que las dinámicas de la racialidad en el país han resultado afectadas, conmovidas, sacudidas por cada uno de los acontecimientos señalados.

Con todos estos indicadores “actuando” y moviéndose a lo largo de nuestro mapa imaginario, es comprensible que estamos ante una realidad cargada de dinamismo, donde cada elemento, cada mínimo cambio, cada sustantivo o adjetivo adquiere implicaciones enormes porque habla de luchas (abiertas u ocultas, puntuales o extendidas, débiles o encarnizadas) en las cuales el poder político se entreteje con el militar, económico y la hegemonía cultural. El espacio del que hablamos tiene en su cimiento un duro pasado colonial, con fuertes presiones y barreras para el ascenso social de negros (esclavos o libres), chinos y blancos pobres (fueran estos hispanos o criollos); barreras y presiones se traducen en la presencia de estos grupos subalternos dentro del aparato político, en la cantidad y calidad del patrimonio que poseen y en su presencia y dominio del espacio simbólico. A medida que el tiempo ha pasado y que han cambiado las características del contexto, así ha cambiado la significación de pertenecer a cualquiera de estos grupos.

III

A todas luces, la creación de la mencionada Comisión Gubernamental significa que el racismo “está ahí”, vive y merece toda la atención; es un factor del presente cargado de pasado, de divisiones coloniales y desposesión, de acumulación monetaria y dolor, represión, despotismo y crimen. Al hablar de la esclavitud en su novela Francisco, escribió Anselmo Suárez y Romero: “… ha esparcido por nuestra atmósfera un veneno que aniquila las ideas más filantrópicas, y que sólo deja en su rastro el odio y el desprecio hacia la raza infeliz de las gentes de color”. La imagen del racismo que el autor nos brinda es perfecta en su capacidad de reunir un cuarteto de elementos decisivos:

Al encontrarse “esparcido” por la atmósfera, el racismo no está o se detiene en un lugar exacto, sino que, como un gas, viaja hacia todas partes;  al estar cargado de “veneno” destruye cuanta vida topa en la misma medida en que se extiende;  al aniquilar las ideas “más filantrópicas” abandona cualquier máscara y se manifiesta como una variedad del egoísmo extremo y la ausencia de empatía;  no tiene ningún contenido positivo, sino solo “odio” y “desprecio”.

¿Qué hacer y cómo localizar esto que se filtra o infiltra, muta y cambia, se esconde, se protege detrás de expresiones de inocencia? Cuando en el siglo XIX cubano estaba legislado que, si un negro y un blanco se encontraban en la calle, el negro estaba obligado a dejar la acera para el blanco y a saludarlo, estamos ante un caso de racismo sancionado, instrumentado, vigilado y enseñado por un Estado. En cambio, cuando alguien señala hoy a un grupo de personas con indicadores de origen afroide (tipo de cabello, color de piel, nariz ancha, labios prominentes) y, pidiendo complicidad, pronuncia una frase como: “Tú sabes…”, “Es que ellos…”, “Ellos son así…” u otro intento por el estilo de aislar al grupo y colocarlo en una posición desvalorizada, lo racista es apenas susurrado. La aceptación o no contestación ante el susurro es justo el tipo de complicidad activa o silencio tácito que el acto racista necesita.

IV

En el documental Traces of the Trade: A Story from the Deep North, hay un momento en el cual varios descendientes de la familia DeWolf, en Bristol, visitan el museo de historia de la ciudad. Saben que provienen de una de las más reconocidas familias de esclavistas en los Estados Unidos y quieren averiguar cuanto puedan del pasado lejano: ¿quiénes lo hacían?, ¿cómo era?, ¿qué pensaban los demás? El museo recibe a estas personas y los enfrenta a una verdad tan horrible como el mismo sufrimiento de los esclavos: herreros que forjaban cadenas y grilletes, carpinteros que hacían las carretas y las ruedas, comerciantes que traían la tela para confeccionar ropas, la ciudad entera, incluso aquellos que parecían distanciados, “vivían” de y gracias a la esclavitud. La fuerza de base del racismo radica en esta contaminación silenciosa y de complicidad.

Lo anterior también nos demuestra que la única forma de no ser racista es no siéndolo; o sea, expresando —de manera activa— el disgusto o la molestia ante cualquier acto o expresión racista, exteriorizándolo, compartiendo con el que padece. Esto quiere decir que, en las condiciones del presente, diferentes a las de aquel universo de complicidad estructural típico de las sociedades coloniales, la indiferencia o el silencio cómplice ante el racismo contribuyen a la infiltración del veneno atmosférico del odio y el desprecio.

V

Hace años, una amiga me contó que había habido en su vida un momento en el que toda la percepción y conceptualización que ella tenía del racismo cambió de manera súbita. Ocurrió en el preuniversitario. Ella estudiaba en la Vocacional Lenin, estaba en una cola de comedor a la hora del almuerzo, se encontraba justo detrás de uno de sus mejores amigos de entonces, ella es de piel blanca y él de piel negra, ella había hecho un chiste de contenido racista y el amigo, muy serio, se había vuelto para decirle que no le daba ninguna risa. Mi amiga pidió perdón y juró que nunca más iba a hacer algo semejante, pues había entendido que eso —que pretendía ser solo una broma— era sentido por el otro como un daño y una humillación palpables, inmediatos, sólidos.

De las varias lecciones a extraer de esta pequeña anécdota, la principal acaso es que la incomodidad o indignación son derechos de quien es “representado” por o a través del contenido racista y a quien, duplicando el daño, le es entregado o contado el “chiste”; dicho de otro modo, lo que no existe, en términos de ciencia del Derecho, es el derecho a sentirse indignado el narrador porque su receptor “no entendió” o “no aceptó” que solo se trataba de un chiste. Lo otro que el episodio nos enseña es que la petición de perdón auténtica actúa como cura, en este caso conservando la amistad; autenticidad equivale aquí a comprensión tan repentina como radical, una comprensión transformadora que hace de la persona, en este caso mi amiga, un luchador más en los enfrentamientos activos al racismo.

VI

Hace varios años también, subí a un “almendrón” en la calle Infanta y, unas cuadras más adelante, montó una actriz que, además del poco éxito que obtuvo como profesional, llevaba largo tiempo sin aparecer en las pantallas, televisiva o cinematográfica. A pesar de lo anterior, conocía una de sus obras y la felicité por ello. La obra, un cortometraje, había sido realizado cuando yo trabajaba como jefe del Departamento de Publicaciones en la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV), en San Antonio de los Baños, y el director era uno de mis amigos. La actriz preguntó que cómo yo sabía de su película, respondí que había trabajado en la “escuela de cine”, como es conocida la EICTV, y entonces ella me preguntó: “Y tú, ¿sigues en la cocina?”. Esto, que recuerdo como un momento tan perturbador como casi maravilloso, es un exquisito ejemplo del modo en que funcionan los prejuicios.

¿Cómo fue que, celebrando una actuación dramática y tras presentarme yo como trabajador de esa escuela de cine, aquella persona concluyó que mi posición laboral era la cocina? ¿A qué elemento recurrir para hacer este cortocircuito deductivo que no fuese el color de mi piel? ¿Dónde y con quiénes “aprendemos” a hacer cosas como esta? ¿Quiénes cumplen el papel de “pedagogos de la racialidad”, nos enseñan desde niños que ese “Otro racializado” es inferior, corrigen cualquier error de interpretación; es decir, siempre que tratemos al “Otro” como un igual, ¿se precipitan a intervenir de manera morbosa y vuelven a colocarlo en su “lugar”? ¿Quiénes asignan ese “lugar” y definen/deciden lo que hay en él?

Semejante atribución al Otro es virtualmente idéntica a la manera en la que fabrica su comicidad el humor racista; en mi encuentro con la actriz, “algo”, una especie de contenido esencial no-nombrado, justificaría por qué razón ella, sin parpadear, me puso en el lugar-cocina. Lo mejor en la historia es que la complicidad sobre la cual reposa la arquitectura del racismo es tan devoradora, pervertida o depredadora que la persona me “sitúa” con seguridad total y sin pensar, por un diminuto segundo, que en caso de estar equivocada yo me podría disgustar. Esto, el hecho de que el racismo funcione en tales códigos de complicidad e internalización, infiltración, introyección es lo que hace que sea aún más doloroso que un simple rechazo.

VII

El reforzamiento del dolor que nace del acto de “atribución” obliga, por el contrario, a una delicadeza máxima, extrema, por parte de aquellos que pueden herir, ofender, dañar a los sujetos que reciben el racismo sobre sí. En este punto, el punto de partida y regla básica es no asumir, sino preguntar, consultar, escuchar, instalar al respecto espacios de diálogo y participación; a ello se refiere la nota cuando destaca, entre los objetivos del Programa, “fomentar el debate público organizado sobre la problemática racial dentro de las organizaciones políticas, de masas y sociales, así como su presencia en los medios de comunicación”. Si la Revolución cubana, repetimos, “ha sido posiblemente el proceso social y político que más ha aportado a eliminar la discriminación racial”, la puesta en marcha del nuevo Programa incrementa todavía más la responsabilidad de las autoridades y decisores, de todo nivel, en lo tocante a la cuestión del racismo en todas sus manifestaciones evidentes, variedades, mutaciones o fórmulas ocultas. La responsabilidad a que nos referimos lo mismo abarca el momento en el que toca promover a alguien a posiciones de mayor jerarquía en los aparatos administrativo o político, que ese otro en el cual —a nombre de la Ley— toca detener, pedir que se identifique o juzgar sobre la libertad-futuro de alguno en el espacio legal. Responsabilidad y sensibilidad tienen que funcionar unidas, fundirse y mutuamente alimentarse y, lo principal, exigirse, revisarse y cuidarse la una a la otra en la tarea que al individuo le corresponda.

Lo principal a entender aquí es que lo que empieza por una incomodidad, al ver que se hace padecer a alguien por su color de piel, es apenas un primer paso en dirección al ofrecimiento de solidaridad y alianza, para de allí pasar a una militancia antirracista permanente y abierta. Si el racismo contiene ese núcleo enfermo que de modo permanente persigue la metástasis, la solidaridad y la militancia antirracista también demandan permanencia; es decir, no es un punto, acción o momento, sino una convicción a cuyo través el individuo se convierte en otro y acrecienta sus límites de acción participativa en el mundo y entre sus congéneres. Por eso, la única manera de ser antirracista es el estudio continuo de las variedades del racismo contemporáneo, en Cuba y en el mundo, la vigilancia crítica permanente sobre las posiciones propias, la constante interacción con ese Otro con quien creamos alianza y la realización de acciones concretas que amplíen las posibilidades para que pueda desplegar su mejor capacidad humana.

VIII

La última de las anécdotas personales que haré reproduce el fascinante parlamento pronunciado por la madre de una antigua novia: “¡Ay, Fowler, hablas tan bonito que cuando te oigo me olvido de que eres negro!”. ¿De qué forma entender esto? ¿Qué ocurre entonces cuando no hablo “bonito”? La lógica de esta pequeña historia es que el ingreso en la (alta) cultura y, en general, el saber, extraen del “lugar” que, de manera casi natural, “corresponde” al Otro marcado de manera negativa por su “africanidad” original. La historia también sirve para entender que la igualdad verdadera es la que acepta al Otro como igual sin antes someterlo a demostraciones o pruebas; es decir, para ser considerado igual o para, simplemente, ser aceptado e integrado no hay que ser especialmente leído, ni bello, ni buen vecino, pulcro, ni poseer mas virtud que la de ser persona. El bello poema Para la persona blanca que quiere saber cómo ser mi amiga, de la autora y activista estadounidense Pat Parker (1944-1989)[2], tiene cosas que enseñarnos al respecto: “Lo primero que haces es olvidar que soy Negra./ Segundo, nunca puedes olvidar que soy Negra”.

Si bien no hay algún valor jerarquizador, distintivo y específico en lo correspondiente al posicionamiento cultural, político, económico o distinción social dentro de un grupo y los caracteres externos y visibles de las personas, sí hay diferencias en cuanto a la cantidad de discriminación, dolor, inmovilidad social, ausencia de expectativas, malas condiciones de salud, nutrición y vivienda, empleo precario y otros indicadores de pobreza y sufrimiento histórico entre grupos humanos caracterizables, distinguibles o agrupables por sus atributos externos visibles. O sea, que la verdadera pregunta no es si hay diferencia entre blancos y negros (chinos, azules o verdes, si los últimos existieran), sino entre la cantidad, calidad, repetición y regularidad del sufrimiento que les toca recibir y asimilar no de acuerdo a quiénes son, sino a cómo lucen.

Es aquí, llegados a este punto y después del largo recorrido que hemos hecho, donde esperan los dos cuestionamientos cuyas consecuencias el racismo no puede enfrentar de forma coherente. El primero, derivado de una idea de ese gran pensador que fue Stuart Hall, viene de la siguiente frase que él gustaba de emplear: “We are here, because you were there”: “Nosotros estamos aquí porque ustedes estuvieron allá”[3].La frase liga inferior y superior, blanco y negro, poder y desposesión, para mostrar de qué modo la calidad de vida del grupo favorecido depende estructuralmente de todo cuanto extrajo (y continúa extrayendo) del grupo en estado de privación. El Otro a quien el racismo extremo niega, rechaza, con quien no desea compartir o no quisiera ver, cuyas tradiciones y prácticas culturales no soporta o con gusto destruiría, está “aquí” porque antes sus tierras fueron conquistadas y sus recursos drenados por el sujeto hegemónico; con este acto lo mismo recibió el beneficio que dio nacimiento a la relación simbiótica que une a los grupos distribuídos en ambos lados de esta ecuación social.

El segundo cuestionamiento, el más duro de aceptar por el sujeto hegemónico, es lo que la socióloga Peggy McIntosh[4] denominó “privilegio blanco” y que da nombre a todo el conjunto de beneficios, apoyos y ventajas que las personas del grupo “raza blanca” (préstese atención a que he entrecomillado el término) reciben y, de modo inmerecido, tienen a su disposición desde que nacen y a lo largo de sus vidas. La siguiente frase de McIntosh, tomada de su célebre texto El privilegio blanco: Deshaciendo la maleta invisible, ilustra a la perfección no pocas de las complejidades a las que nos hemos venido refiriendo:

En mi colegio y en mi casa, no me consideraba racista porque me enseñaron a reconocer el racismo solo en los actos individuales de maldad cometidos por miembros de mi grupo, nunca en los sistemas invisibles que conceden a mi grupo dominio racial no buscado desde el nacimiento.

Después de esto, es decir, ahora, podemos al fin hacer que coincidan todos los hilos dispersos, ya que los “sistemas invisibles” de los que habla la autora nos recuerdan (al estar basados en un volver la mirada hacia otra parte) la situación de compromiso y participación colateral, miasmática, ambiental, en la cual vivió buena parte de nuestros antepasados con respecto a la esclavitud. No necesitaban azotar a un esclavo para participar de la esclavitud, sino que les alcanzaba con no oponerse y recibir bienes (del tipo que fuesen) como si ello no tuviese que ver con la vida del esclavo o la esclavitud sucediese en otra parte. Idéntico no-mirar ocurre hoy cuando los que se encuentran en lugares de privilegio (que pueden ser de beneficios y ventajas en términos económicos, o de responsabilidad, por ser los sitios donde es organizado el presente y diseñados los futuros de las sociedades) ven a su alrededor, no encuentran allí al Otro racializado y no son capaces de preguntar (y preguntarle a ese Otro) por qué no “entra” a acompañar.

El momento de mayor estremecimiento espiritual deberá de llegar cuando el integrante del grupo hegemónico vaya más allá del análisis crítico de la época en la cual vive, más allá de las limitaciones o errores de las estructuras estatales y políticas de un territorio determinado, más allá incluso de la memoria familiar y al encuentro de sí mismo. Convocando la memoria familiar va a recordar el nombre de quienes fueron los pedagogos y a reconocer todo cuanto le enseñaron a no ver o callar, los prejuicios, las maneras sutiles de introducir división, el modo en que el contenido racista sobrevive a través de mutaciones. Durante el encuentro con sí mismo tendrá entonces que hacer(se) la pregunta más desgarrante y desoladora: ¿todo cuanto ha obtenido a lo largo de la vida ha sido merecido?, ¿o ha sido protegido por la condición de miembro del grupo hegemónico?

La mejor manera de responder a esta pregunta dual es introduciendo como contrapunto todo cuanto el “Otro racializado” está obligado a realizar o demostrar para ser considerado igual o aceptable; dicho de otro modo, agregando esa clase de subpregunta oculta, implícita, subterránea, desagradable, oscurecida que hay en lo siguiente: ¿qué es todo lo que no sé, no conozco, no he vivido o sido obligado a vivir y mi Otro racializado sí?, ¿de qué modo mi ignorancia me hace ser lo que soy y cómo soy, en tanto a él lo constituye un mar de conocimiento y experiencias y heridas que se me escapan? En uno de los más solidos aportes del texto citado, McIntosh presenta una lista de lo que llama “condiciones” que “actúan para sobreempoderar sistematicamente a ciertos grupos”; entre estos privilegios que conceden “el dominio en función de la raza o del sexo de una persona”; aquí es adecuado precisar que la afamada socióloga concibió el concepto “privilegio blanco” a partir de una investigación centrada en problemas del empleo femenino, en particular el momento cuando descubrió que, si bien “los hombres no están dispuestos a reconocer que tienen excesivos privilegios”, al mismo tiempo que ello “reconocen que las mujeres están en una situación de desventaja”. Fue partiendo de esta paradoja (reconocer la desventaja del otro, mas no el privilegio de uno mismo) que ella desplazó la mirada hacia la problemática racial y propuso ese listado de condiciones del cual elijo aquellos momentos que mejor pudieran ser adaptados al contexto de nuestro país:

Puedo encender el televisor o desplegar la primera página del periódico y ver que las personas de mi raza están ampliamente representadas.

Cuando me hablan de nuestra herencia nacional o de la “civilización”, me muestran que las personas de mi color hicieron de ambas lo que hoy en día son.

Puedo estar segura de que a mis hijos les darán material curricular que revele la existencia de su raza.

Puedo entrar en una tienda de música y contar con que encontraré la música de mi raza representada; en un supermercado y contar con que encontraré los artículos de primera necesidad que se ajustan a mis tradiciones culturales; en una peluquería y contar con que encontraré alguien que me corte el cabello.

Ya sea que utilice cheques, tarjetas de crédito, o efectivo, estoy segura de que el color de mi piel no va a tener un efecto negativo para la estimación de mi solvencia financiera.

Puedo maldecir, o llevar puesta ropa de segunda mano, o no responder las cartas, sin que atribuyan estas decisiones a los malos principios morales, a la pobreza, o a la ignorancia de mi raza.

Puedo hablar en público a un grupo de hombres poderosos sin que ello implique poner a prueba la totalidad de mi raza.

Puedo actuar bien en una situación difícil sin que digan que soy un orgullo para mi raza.

Nunca me piden que hable en nombre de todas las personas de mi grupo racial.

Puedo estar completamente seguro de que, si pido hablar con “la persona responsable”, voy a encontrar a una persona de mi raza.

Si un policía de tránsito me para o si la Dirección General de Impuestos revisa mi declaración de impuestos, puedo estar seguro de que no me seleccionaron a causa de mi raza.

Puedo comprar fácilmente afiches, tarjetas postales, libros ilustrados, tarjetas de felicitación, muñecos, juguetes, y revistas para niños en las que aparecen personas de mi raza.

Puedo decidir alojarme en lugares públicos sin temor a que las personas de mi raza no puedan entrar a esos lugares o reciban mal trato en los mismos.

Si he tenido un mal día, una mala semana, o un mal año, no tengo que preguntarme si cada episodio o situación negativa tuvo un trasfondo racial.

IX

Pese a ser algo tangencial al presente análisis, merece señalarse que mucho de lo comentado hasta aquí tiene implicaciones, derivaciones, parentescos e identidades con otros ámbitos de discriminación y alianza como son los problemas de género, identidad sexual, creencias religiosas, discapacidad, entre otros. Salir de este laberinto, que igualmente es una prisión, es solo posible, como antes dijimos, mediante el esfuerzo continuo y el estudio para entender lo que el racismo es; mediante una vigilancia crítica incansable hacia nuestros pronunciamientos y posicionamientos, sean públicos o privados; a través del intercambio permanente con ese Otro racializado en cuya búsqueda vamos; gracias a la realización de acciones concretas para que tanto el Otro como Yo nos transformemos en una entidad superior, mutuamente solidaria de manera radical, siempre en proceso de búsqueda, análisis, crítica, cambio, crecimiento y mejoramiento común.

Sin silencio, sin descanso, sin la ilusión de fechas, sino sabiendo que aquello que se reproduce, muta y se oculta necesita ser enfrentado en la misma dimensión total en términos de espacio o temporalidad. Con ciencia y en ejercicio de la conciencia, en la familia, en la escuela, el barrio, el grupo de los amigos, el ámbito laboral, el espacio público, los medios de comunicación, las escuelas, las instituciones culturales, las organizaciones de masas y las políticas, en las dependencias del Estado. Como expresara Díaz-Canel al hacer el anuncio del nuevo Programa:

Tenemos todo el derecho y la posibilidad de hacer algo coherente, de impacto, que nos ayude a resolver estas problemáticas en nuestra sociedad y mostrar una vez más el nivel de justicia y de humanismo de la Revolución.

Para una misión de este tipo toda la fuerza del Estado precisa de una sintonía armónica, perfecta, con toda la fuerza de las personas; de esa manera, al “factor del presente cargado de pasado, de divisiones coloniales y desposesión, de acumulación monetaria y dolor, represión, despotismo y crimen” que es el racismo, se oponen la acción colectiva, el debate extendido, la atención permanente de los medios de comunicación, la enseñanza en las escuelas y la dirección política sabia.

Es un sueño de país en el cual, al transformar, nos vamos a transformar.

Al hacer las preguntas, nos vamos a preguntar.

Al cambiar el mundo, nos vamos a cambiar.

El gesto tremendo del cimarrón cuando defiende su libertad ganada: “¡ven!”

Hagámoslo y hagámonos.

Notas:

[1] Díaz-Canel en el Consejo de Ministros: “No vamos a renunciar a las conquistas y los sueños por realizar”.

http://www.granma.cu/cuba/2019-11-21/diaz-canel-en-el-consejo-de-ministros-no-vamos-a-renunciar-a-las-conquistas-y-los-suenos-por-realizar-21-11-2019-22-11-18

[2] El poema de Pat Parker es una versión del autor a partir del original “For the white person who wants to know how to be my friend”.

[3] La frase de Stuart Hall es tomada de un documental de la BBC.

[4] El Privilegio Blanco: Deshaciendo la Maleta Invisible.

https://redfeminismo.wordpress.com/2016/09/15/el-privilegio-blanco-deshaciendo-la-maleta-invisible/

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu

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Voces actuales: Sumar, Diamela Eltit

Cuando se publicó este texto era imposible prever lo que vendría. Hoy, con tantos jóvenes cegados por los disparos de la policía chilena y un gobierno claramente culpable de delitos de lesa humanidad, lo ofrecemos aquí en testimonio de nuestra solidaridad con el pueblo chileno, que lucha en las calles por recuperar el derecho a vivir en paz y con dignidad.

Voces actuales: Sumar, de Diamela Eltit[1]

Por Zaida Capote Cruz

Sumar,[2] la obra más reciente de Diamela Eltit, articula una suerte de condensación de temas abordados previamente por ella. Allí un grupo de vendedores ambulantes marcha hacia la moneda. En esta simple descripción hay un espacio de sentido donde cavar: la moneda es la representación del dinero; pero es también, claro está, el nombre del palacio de gobierno de Chile. Si ahondáramos en la ansiedad que reúne a los marchistas podríamos pensar no solo en términos de llana economía: estos desposeídos no pretenden únicamente acceder al dinero, a vías de economía formal de la cual han sido desplazados, sino a La Moneda, al poder público que, en tanto representantes del pueblo chileno, les fuera arrebatado por el golpe del 11 de septiembre de 1973. Cuando se lee al Eltit es muy difícil una interpretación reacia a reconocer el peso del trauma político del golpe, de su profunda huella en el país actual. Una interpretación que podría ramificarse infinitamente, y hasta negarse, si no abriera la novela la sobrecogedora apelación del padre de una de las víctimas. Fechada el 15 de octubre de 1973 y proveniente de la compilación de Cartas de petición 1973-1989, de Leonidas Morales, es la carta del padre de una joven apresada y asesinada que pide recuperar el cadáver de su hija. La víctima fue “arrestada en la industria Sumar” (p. 9) y quizás esa sea una de las señales de por qué la autora eligió ese título para su novela. Un título, por demás, coherente con la idea de una marcha, que pretende sumar continuamente simpatizantes para aumentar su capacidad de interpelar a las autoridades. Cabría, quizás, una reflexión sobre el modo especular en que se dirimen las demandas: durante la dictadura, de modo individual, por escrito; en el Chile actual, colectivamente, en las calles, compartiendo un megáfono para expresar de viva voz la solicitud. Pero este documento es solo un marco, un portón de entrada que opera por contraste como contrapunto de la actualidad de la anécdota. A una voz única, las voces colectivas; a la demanda de un cadáver, la demanda por la vida, por recuperar un espacio en la economía formal, del que los marchistas han sido desplazados (son jubilados, desempleados, inmigrantes, marginales siempre en una economía cuyo perpetuo FB_IMG_1572097629745crecimiento se traza también en la exclusión de grandes sectores poblacionales). Aquel conflicto, en otras dimensiones, sostiene la anécdota de Sumar. Ahora lo que se quiere recuperar no es un cuerpo; es el acceso al consumo. La marcha busca llegar a la moneda y el relato registra, a su paso, los cambios tecnológicos, las necesidades generacionales, los disensos internos. Todo lo que hace de ella un acto en presente. La voz de Aurora Rojas domina el discurso. Pero es una voz lateral, no lidera la marcha, tan lateral es que tiene una doble: su tocaya. Así, la experiencia de la misma mujer se cuenta de dos modos, se discute, se cuestiona a sí misma. La marcha avanza bajo la vigilancia de la nube, drones, satélites y robots; el espacio ya ha sido ocupado, vendido, y hasta los aviones deben pagar por seguir su curso. A ras de suelo, avanzan trabajosamente los ambulantes. En ese paisaje transcurre la historia; un paisaje ampliado hacia el pasado no solo por la cita inicial, sino por noticias de los más variopintos personajes históricos que al asomar en las conversaciones de los ambulantes contribuyen a dotarlos de una genealogía, o quizás esas presencias sean solo un reflejo de la trivialidad de la información, de cómo circulan las historias más increíbles o prescindibles o necesarias, todas disponibles por igual. La duplicación no ocurre solo hacia el exterior del cuerpo: Aurora Rojas puede ser también, como ella misma dice, “una máquina de sueños”, garante de un futuro siempre incógnito. Sus visiones casi siempre apocalípticas refieren volcanes en erupción, maremotos, tragedias colectivas, pero justo antes de empezar la marcha, soñaba escuchar marchas de combate, de esas que “todavía sostienen la tozudez enfermiza de la esperanza” (p. 17).  ¿Cómo interpretar el abigarramiento de señales, las pistas múltiples que afloran en el discurso de Aurora Rojas? El intrincado manojo de referencias a lo histórico y lo biológico, al presente y al pasado, a la circulación y las dolencias más peregrinas de un cuerpo humano o social, individual o colectivo, conforman una percepción difusa por momentos, otros más centrada, de la vivencia del conflicto central, la inaccesibilidad de la moneda. Imaginativa cronista de la sociedad contemporánea, Eltit repite aquí la apelación a lo biológico, a los síntomas y desajustes corporales como testimonio de una situación social específica. Por eso a menudo nos planteamos la novela como un enigma, intentando leer entre líneas, pescar alusiones, otorgar sentido a la referencia más estrambótica, como cuando leemos sobre un barco asesino en el océano atlántico y aparece la OTAN como una referencia enmascarada. Quizás estemos politizando en exceso nuestra lectura, pero la intención referencial tiene raíces en la propia novela, en la cual una afirmación aparentemente banal conduce a pensar el destino humano en tiempos de continua sangría planetaria en los escenarios del petróleo, las guerras o el turismo depredador. La marcha tiene un sentido claro: “estamos absolutamente cansados de experimentar toneladas de privaciones. Hastiados de los golpes que nos propinan las oleadas de desconsideración y de desprecio” (p. 18).

Quienes marchan en busca de la moneda quieren vivir, recuperar derechos, dejar de ser esclavos, siempre marginales en las vías de circulación del dinero, llegar al centro (La Moneda) y ejercer sus cuerpos en el espacio público sin acotamientos o prohibiciones. Conquistar un espacio que fue suyo y les ha sido expropiado. El habla metafórica de Diamela Eltit conjuga tales denuncias de profundo sentido político con un tono pretendidamente banal, monótono, como una larga confesión voluntaria de ese personaje que lleva el nombre que tuvo la esperanza. Los incesantes desvíos y múltiples señales de disloque (en contraste con el sentido unidireccional de la marcha) recuerdan una vez más las obsesiones y hasta el lenguaje coloquial finamente urdido como palabra popular tan presentes en la poética de Severo Sarduy (autor muy admirado por Eltit), tanto como la duplicación de las Auroras Rojas o el humor soterrado en afirmaciones pretensiosamente elaboradas y plenas de connotaciones: “la ilegalidad que nos han adjudicado”, “la extensa injusticia de los alimentos”, cierta “raigambre arrocera”, “el hábito numérico con el que se certifica el estado calamitoso del mundo”, por ejemplo (pp. 20-22). Tales señales invitan al desciframiento, desperezan una sonrisa o nos llevan a admirar la acumulación de creatividad e ironía con que han sido plasmadas. La escritura de Eltit es siempre un desafío.

La protagonista es una mujer que, así como la parlanchina hija de Impuesto a la carne llevaba a su madre alojada en su interior, carga con sus cuatro hijos nonatos en la cabeza. Hay que reconocer cuánto detona este tipo de imágenes.[3] Cuánto nos impulsa a pensar en su sentido. Es un modo antiguo, pasado de moda, predecible quizás, pero sigue siendo para mí el mejor modo de enfrentar una escritura que busca todo el tiempo desbalancear lo previsible, llevar a escena la experiencia vital más urgente de la contemporaneidad; forzarnos a inquirir por el propio lugar de nuestro cuerpo en esos problemáticos paisajes irreales donde, sin embargo, identificamos sin esfuerzo las marcas del presente y de la historia. Como comenta en algún momento el personaje: son recuerdos, deseos, convicciones “que todavía no están dispuestos a rendirse ni al olvido o a la constante y rutinaria resignación a la que obligan los días, ni menos a las fantasías que provocan las monedas enceguecedoras” (pp. 22-23).

La precariedad laboral de los vendedores ambulantes se potencia no solo en lo contado, sino en la elección del léxico, así se habla de “estigma”, “rostros demacrados”, “incertidumbre”, “imprevisible”, “zozobra”, “angustia”, “estupefacción”, etc. Todo junto. Y la expropiación de lo público toma cuerpo en un proyecto de aceras patrocinado por un inversionista finés: reducida a objeto de vitrina, la vida misma resultará imposible. La huella de otros libros y otros personajes está en Sumar, sumando en sí voces y modos previos en la narrativa de Eltit. Cuando los ambulantes confiesan, a propósito de algo: “no lo sabemos” están citando la perplejidad cotidiana de los personajes de Fuerzas especiales (2013). Como la madre que carga sus hijos en la cabeza, convive con sus opiniones y gestiona su convivencia, la autora Diamela Eltit carga consigo sus libros previos, voces antes imaginadas que de vez en cuando encuentran el modo de aflorar. Al mismo tiempo, su más reciente novela explora la relación entre la realidad y el mundo virtual en la era digital, lo desajustada o incoherente que puede parecer una vida cotidiana de carencias múltiples en plena convivencia con tecnologías de comunicación o vigilancia ampliada y la pobreza como naturaleza, vista su perdurabilidad para ciertas gentes.

Aurora Rojas tiene varias obsesiones, y la moneda es la más recurrente; pero también su peculiar forma de maternidad, la organización de la marcha; el testimonio corporal de una vida de trabajo, el liderazgo de Casimiro Barrios, las múltiples solicitudes de dinero. Es una observadora y una testimoniante, pues también da cuenta del entorno que, a su modo, la marcha contiene: “un puñado selecto del mundo se ha coludido en un proceso no demasiado sutil, destinado a destruir a cada uno de sus excedentes, como a nosotros, los ambulantes” (p. 52).  El transcurso de la marcha en su realidad y su posibilidad, plena de citas de sucesos previos, de remisiones inesperadas, vive en el discurso de Aurora Rojas como reivindicación de la memoria colectiva de los expulsados de la economía de la inversión y la ganancia; los desplazados por el neoliberalismo. Pero sus palabras no solo refieren al ámbito económico, es una palabra sumamente política, hablada en lengua popular y a menudo elusiva, dispersa en los meandros de una peroración interminable que, sin embargo, podría identificarse con una suerte de conciencia de la marcha y cuyo objetivo sumo sería “impedir la extensión viral de la indiferencia” (p. 54).  Por eso no sorprenden tantas alusiones a tragedias provocadas por la expoliación de los bienes comunes, pesadillas de expulsión del espacio público, etc. Imagino cuantas sorpresas similares pueden hallarse en el magma creciente del pensamiento de la protagonista; para los lectores habituales de Diamela, los acertijos son moneda común; aquí, sin embargo, se acumulan datos disponibles en la red, accesibles, pero a menudo ignorados por la gran prensa. Hay un par de menciones concernientes a Cuba: la referente a los presos de Guantánamo, al parecer olvidados para siempre tras el fracaso de Barack Obama de cerrar la cárcel que Estados Unidos mantiene en territorio usurpado a Cuba, y el caso de Ana Belén Montes, analista militar que declaró haber espiado para el gobierno cubano por razones éticas, condenada a 25 años de cárcel (“de manera radical e irreversible y hasta inhumana”) (p. 133).  En medio de la multitud de señales y la apariencia caótica del parloteo de la protagonista, ocupada también en mantener cohesionado al colectivo de marchistas, entusiasmado a su líder, calmos a sus hijos nonatos y contenidos los asaltos de sus propios órganos frente al abuso que supone el desmedido tránsito sin fin, menciones como esas recuperan el escenario global en que tienen lugar tales tipos de marchas multitudinarias, tanto como la referencia a los drones y su uso actual: “Dice que han cometido crímenes muy rotundos que escandalizan levemente a los promotores de las buenas costumbres” (p. 76). Hasta cierto punto, la novela es ella misma una insurrección, como la eterna marcha que relata, una marcha compuesta por “cuerpos públicos. Expuestos” que, al mismo tiempo, son representación de grandes colectivos humanos, de sueños y proyectos multitudinarios, de expectativas incumplidas, pero no desechadas (una interpretación posible de la presencia de los cuatro nonatos) y que constituyen “un cúmulo de cuerpos enojados por el lugar terminal” al cual la narradora concienzudamente alude una y otra vez, “Pa que no se me olvide” (97).[4]

La moneda, verdadera protagonista de esta historia, es el síntoma de los tiempos que corren. Del tiempo histórico marcado por la toma de La Moneda por los militares sublevados en 1973 hasta la exaltación del mercado y la circulación del dinero por la política económica impuesta por el neoliberalismo actual.

No debe escaparse la relación entre el poder y el dinero. La comprobación de que, una vez negado el acceso popular a La Moneda, también la moneda proveedora de satisfacciones materiales parece inalcanzable. En la necesidad —expuesta como objetivo de la marcha— de “tomar la moneda” parece resonar aquel mensaje de los golpistas: “Misión cumplida. Moneda tomada. Presidente muerto”.[5] Por eso esta novela es legible no solo en términos de actualidad, sino históricos, lo mismo que debe leerse “con acento chileno”, una insistencia aparentemente banal que conlleva otra conexión con su contexto.

Se trata también, claro está, de un palimpsesto donde conviven señales dispares provocadoras de interpretaciones disímiles (niveles de lengua, referencias históricas, cultura popular, ironía, temas de actualidad como la migración o el consumo cultural y tecnológico, la vigilancia y la represión, etc.) que articulan una crónica posible, irrisoria e indignada, de la vida contemporánea, como explica Casimiro Barrios a las tocayas, el presente es

Un siglo nuevo, el que nos tocaba vivir, este siglo XXI, dijo, realista, pragmático, tanto que ya había emprendido el proceso de destrucción de todas las vidas que no resultaran proclives a resignarse o inclinarse ante la moneda o a llorar, a implorar y revolcarse frente a la posibilidad de contar con una montaña de monedas.

Por eso la marcha de vendedores ambulantes y desplazados de un orden económico excluyente, avasallador, pretende cambiar las cosas. Con su desacato a las formas de veneración de y subyugación por la moneda y con la instalación de otra clase de circulación (monetaria y espacial), una que se esfuerza por conseguir la abolición de la injusticia.

Notas

[1] Tomado de “Márgenes insurrectos”, Catedral Tomada: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana / Journal of Latin American Literary Criticism (Pittsburgh, vol. 7, núm. 12, 2019, disponible online

[2] Diamela Eltit, Sumar. Seix Barral (Biblioteca Breve), Santiago de Chile, 2018

[3] En su presentación de la novela, Julio Ramos —a quien agradezco el envío de sus palabras— indicaba cómo “se sugiere que los nonatos que la narradora porta en su cerebro son los custodios o archiveros del secreto, el arresto y desaparición de la obrera textil en la fábrica Sumar, lo que nos recuerda también que la suma, la asamblea o el agregado político, está siempre transitada por la huella de una resta, el excedente radical de Diamela Eltit”, en una demostración de la ductilidad interpretativa de esas imágenes cifradas tan frecuentes en la narrativa de esta autora. Véase Ramos, Julio, “Sumar de Diamela Eltit: el excedente radical de la ficción”, Mímesis, abril 2019, disponible en la web.

[4] Una afirmación que parece confirmar la existencia de los hijos nonatos de Aurora Rojas como la memoria posible de rebeliones previas (“Adictos a la memoria, envueltos en un descontento crónico”, p. 109). La memoria es uno de los temas fundamentales de la novela: los marchistas son “cuerpos de colección”, “un derruido recuerdo”, “archivos del fracaso” (p. 115). A propósito de la homeopatía se alude a cómo “quizás el agua tenía memoria” (p. 158), sospecha que podría devenir acusación, como ocurría en El botón de nácar (2017), de Patricio Guzmán:

[5] En otro momento refiere “la ambición que desataba el poder de la moneda, los pasillos, la Alameda vislumbrada desde los ventanales. Los techos destrozados. Los árboles”, en clara alusión al palacio de gobierno (p. 146).

Tomado de: https://asambleafeminista.wordpress.com

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El arte y la amistad

Manuel Gutiérrez Aragón. Foto El País

Por Senel Paz

El Premio Internacional Tomás Gutiérrez Alea de la UNEAC no se instituyó para tomarse fotos junto a personajes famosos que pasen ocasionalmente por La Habana como el cometa Halley por el cielo, sino como reconocimiento de los artistas y creadores cubanos a la amistad sincera y sostenida de grandes artistas del mundo.

Tiene ese doble requisito: el reconocimiento al artista por la obra destacada, y la celebración de una probada amistad y solidaridad, dos palabras que suelen venir en un mismo frasco. Hay que decir, entonces, que el Premio le viene como anillo al dedo a Manuel Gutiérrez Aragón, «Manolo», quien en el área del cine debió ser el primero en recibirlo.

Para muchos de los que estamos aquí el galardón que se entrega es un viejo anhelo que se hace realidad esta tarde gracias a la nueva dirección de la UNEAC, que ha emprendido un trabajo serio, y a la nueva presidenta de la

Asociación de Cine, Radio y Televisión, persona que conoce y siente el cine en sus venas. Pero es, sobre todo, mérito del premiado.

La relevancia artística de Manolo se puede establecer entresacando al azar líneas de su currículo: «Miembro de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Premio Nacional de Cinematografía, Medalla de Oro de la Academia de las Artes y las Ciencias cinematográficas de España, Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes, Medalla de Cinematografía de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo», por citar datos que lo establecen como una de las figuras principales del arte en su país y en el ámbito iberoamericano. Estas condecoraciones no han determinado su obra, sino que la han coronado tras largos años de trabajo como creador y también como gestor y difusor de la cultura.

Su obra cinematográfica es amplia, conocida del público cubano desde sus primeros títulos y muy valorada internacionalmente, con muchos filmes inolvidables no por sus numerosos premios sino por su excelencia y gracia, su poesía, su embrujo, en la que cabe mencionar, para citar una pieza, la serie sobre El Quijote de Televisión Española, que es lo más hermoso, inspirado y fiel que se haya filmado sobre el insigne caballero y su escudero. Faltaría subrayar que la obra de Manolo incluye un importante capítulo cubano: dos largometrajes de ficción, un largometraje de tema musical, lo que nos habla del amor y la implicación de Gutiérrez Aragón con nuestra Isla, su gente y su historia.

Manolo siempre fue escritor. Se aprecia claramente en sus películas. Ha cometido el pecado de la poesía, y es autor o coautor de muchos de los guiones de sus filmes o de la de otros directores. Parece haberse pasado por completo a las letras y en los últimos años nos ha entregado cuatro novelas de muy buena acogida de público y crítica, en las que muestra que su mano para escribir es tan segura como su ojo para filmar. Ha incursionado también en el ensayo y en géneros inclasificables. Estamos premiando a un tiempo a un cineasta y a un escritor. Además, ha escrito y dirigido teatro, como la versión teatral de Peter Weiss sobre El proceso, de Kafka. No menos artista de mérito es en el arte del buen comer, el arte de caminar y el arte de la conversación.

Como es menos conocida su obra literaria y le debemos una edición cubana de algunos de sus títulos, cito las novelas, todas editadas por Anagrama: La vida antes de marzo, 2009, Premio Herralde; Gloria mía, 2012; Cuando el frío llegue al corazón, 2013; y El ojo del cielo, 2018. Tramas y personajes que se corresponden con su pericia de cineasta, y prosa encantada y encantadora.

Manolo tiene una larga trayectoria de amistad y solidaridad con nuestra cultura que acredita por igual sus méritos para este premio. Sería extenso enumerar sus apoyos, sus acciones puntuales en el plano personal o como directivo de importantes instituciones españolas como la SGAE, las veces que nos ha echado la mano. Ha estado siempre a nuestro lado, y nos ha criticado con honestidad e, incluso, dureza cada vez que lo ha considerado necesario, como corresponde a los que te quieren de veras. Nos ha acompañado incontables veces en nuestros eventos de cine, al extremo de ser probablemente uno de los más asiduos participantes del Festival, en el que ha actuado como jurado, y nos ha visitado por puro placer, al extremo de que es difícil encontrar algún año sin que haya venido. Como tantos españoles, tiene su veta familiar cubana, desde Santiago de Cuba, que ha cultivado tanto en su memoria como en su fantasía.

Si de algún país, al menos en el área cinematográfica, los cubanos hemos recibido solidaridad y amistad, ese es España. Al reconocer a Manolo reconocemos también ese gesto coral, de grandes nombres de las artes en general y el cine en particular de España, coro en el que Gutiérrez Aragón siempre ha cantado alto y en primera fila.

Es por todas estas razones, Manolo, que es un honor para mí, en nombre de la Asociación de Cine, Radio y Televisión de la UNEAC, saludarte por este Premio que nos honra entregarte, y agradecerte tu larga amistad. Me atrevo a aventurar que Tomás Gutiérrez Alea, que conoció tu obra y tu labor, estaría feliz este día, entusiasmado con nuestra decisión, y que te aplaudiría y felicitaría como pocos.

Muchas gracias a ti, muchas gracias a la Asociación.

Tomado de: http://habanafilmfestival.com

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Sopa de ganso y macartismo en Miami

Alex Otaola, no solo llama a suspender cualquier relación de los emigrados cubanos con sus orígenes: cero viajes, cero remesas, cero recargas; sino también a que Estados Unidos intervenga militarmente en Cuba.

Por Antonio Rodríguez Salvador

El macartismo, como práctica de control social, está de regreso en Miami. Nuevamente, por esos lares, asistimos a la actualización de una cruzada que de vez en cuando se ocupa de exacerbar el miedo al comunismo. Tanto como ocurrió en los años cincuenta del pasado siglo en Estados Unidos, otra vez se fomenta la intolerancia, la censura y la estigmatización de personas por sus ideas.

Tratando de hallarle referentes artísticos al caso, lo primero que viene a la mente no es la icónica obra de Arthur Miller, Las brujas de Salem —excelente metáfora de la histeria vivida entonces—, sino la frase con que Carlos Marx arranca El 18 Brumario de Luis Bonaparte: “La historia ocurre dos veces: la primera como tragedia; la segunda, como farsa”.

Quiero decir, si a la politiquería endémica de esa ciudad, se le suman los modos esperpénticos y la neurastenia mediática que exhiben algunos de sus más señalados protagonistas, tenemos que — ¡vaya albures de un apellido! — el caso también nos recuerda determinada obra del otro Marx: o sea, a Groucho y su película Sopa de ganso.

Ciertamente, son muchos los puntos de contacto de ese filme con la flamante versión macartista en Miami. El papel del nuevo Firefly (cocuyo en español), ahora es representado por un tal Alex Otaola que, redes sociales mediante, se nos dibuja como una mala copia del estrafalario presidente de Freedonia en Sopa de ganso. Desde su retablo en You Tube, sobreactuando a todo vapor, no solo llama a suspender cualquier relación de los emigrados cubanos con sus orígenes: cero viajes, cero remesas, cero recargas; sino también a que Estados Unidos intervenga militarmente en Cuba.

Desde luego, ya sabemos que este cocuyo no será de los que, en zafarrancho de combate, desembarque alguna vez por el oriente cubano, camino de la Sierra Maestra. Como epígono del Rufus Firefly marxiano, en todo caso se limitará a gritar: ¡Qué vamos a cavar trincheras! ¡Las queremos prefabricadas!

Es patético, pero también hace daño. Abanderado de la difamación y el cotilleo, la emprende contra músicos cubanos —residentes en Estados Unidos— que no manifiesten actitudes hostiles contra la Revolución cubana. Así, por ejemplo, ha sucedido recientemente con Descemer Bueno y los integrantes del dúo Gente de Zona, contra los cuales se promovió una recogida de firmas con el objetivo de expulsarlos del país. Otra víctima de ese fanguero fue la cantante Haila María Mompié, a quien se le canceló su concierto programado en Miami, tras la grosera campaña de descrédito a que fue sometida.

Emprenderla contra artistas famosos es una forma de propaganda muy efectiva y, sobre todo, barata. No es algo nuevo. Recordemos que la campaña liderada por el senador McCarthy particularmente se cebó con el mundillo artístico. Grandes figuras como Bertolt Brecht y Charles Chaplin debieron escapar a Europa. Otros como el guionista Dalton Trumbo y el director de cine Edward Dmytryk fueron largamente censurados. Mediante la difamación, la sospecha y la acusación infundada se destruyó las carreras de muchas personas. Asimismo, con tal práctica se procura que al concierto de delaciones e ignominias se sumen más voces mediáticas o simplemente “ladrones de cámara”, tal como en su momento hicieron los actores John Wayne y Ronald Reagan, entre otros.

El mensaje que se le transmite al público es fácil de decodificar. De manera clara se está diciendo: si esto hacemos con los famosos, con aquellos que usted considera dioses terrenales y supuestamente intocables, que no pudiéramos hacer contigo.

Es obvio que los hilos del tal Otaola son manejados por gente poderosa. De hecho, este sujeto resulta anticipado vocero de las medidas de recrudecimiento del bloqueo que metódicamente el gobierno estadounidense aplica contra la Isla en su afán de rendirla por hambre. Parece obvio también que su verdadera función es contribuir a que la comunidad cubana en los Estados Unidos calle, o sea cómplice, de lo que daña y provoca sufrimientos a los de su propia sangre. Si no estás conmigo, entonces estás en mi contra, así que atente a las consecuencias, parece ser el eslogan del ventrílocuo a través de Otaola.

Mucho ayuda el contexto donde la actual administración promueve una dura política antinmigrantes. Entre la comunidad cubana de Miami se ufanan de que sus votos pesan mucho en la política nacional. A veces da la impresión de que se sienten herederos de los padres fundadores de la nación. Sin embargo, Trump mediante, ahora parecen comprender que tan solo son gente prestada en esas tierras.

Por ejemplo, tres o cuatro años atrás las redes bullían de indignación por los cubanos emigrantes retenidos en Panamá y Costa Rica. Todos hablaban de eso. La narrativa del momento los mostraba como héroes escapados del infierno. El “mundo libre” los reclamaba con “amor”. De acuerdo con lo que vimos entonces: recaudaciones, crowdfundings, comités pro esto y lo otro, etc.; ahora deberíamos ver gigantescas manifestaciones en las calles de Miami. Pero no es así.

Porque de pronto no son uno ni dos, sino casi cuarenta mil los cubanos que han recibido carta final de deportación de los Estados Unidos. ¡Horrible que se trate así a los héroes escapados del infierno, ¿no?! ¿Y cuál es la narrativa para esos casos? Bueno, que se trata de unos vándalos “marielitos” que el gobierno cubano no quiere recibir.

Ya sabemos: Cuba siempre será la culpable. También sabemos que los llamados “marielitos” se han convertido en tópico de “badman”, el “coco” de la emigración cubana; pero resulta que ahora esa narrativa es fácilmente desmontable. Según el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, la cifra inicial de “marielitos” señalados a deportar en su momento ascendía a 2 746; de ellos, permanecen en Estados Unidos solamente 478.

En días recientes fueron deportados 120 cubanos a la Isla. Uno solo de estos tenía antecedentes criminales por secuestro a mano armada y tráfico de drogas; 39 no cumplieron la orden de presentarse a las autoridades y anteriormente evadieron la deportación, mientras que el resto aprobó las llamadas “entrevistas de temor creíble” pero resulta no estaban representados por abogados.

O sea, no había ni un abogadito solidario en Miami que los representara. ¿No pudo hacerse una colecta para evitar que estos compatriotas fueran regresados al “infierno”? La moraleja es obvia. Groucho Marx les diría a quienes manejan la trama política en Miami: “Disculpen si les llamo caballeros, pero todavía no les conozco bien”.

Por la pantalla de mi monitor, Facebook mediante, puedo ver los efectos del temor que se instala. En el “país de la libre expresión” noto que cada vez cuesta más trabajo expresarse si eres cubano. Antes de emitir la menor crítica a la política local, muchos suelen hacer una larga aclaratoria, en la que se definen anticomunista, y contra el castrismo y la dictadura. Una suerte de mea culpa para exorcizar demonios y evitar malentendidos.

Eso no pasa, o al menos no es fenómeno notable, en grupos de emigrados cubanos residentes en otras naciones; pero creo que ya los tienen en remojo. Ahora no ocurre una manifestación o protesta en el resto del mundo, sin que no se culpe a los cubanos del caso. Según hemos visto en Chile y Ecuador, esto pone en riesgo de encarcelamiento y deportación a cualquier simple cubano que aparezca por casualidad en el momento y lugar equivocado. Nada, que visto el caso y comprobado el hecho, tanto Groucho Marx como el senador McCarthy estarían sonriendo en sus tumbas.

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu

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¿Puede el periodismo ser neutral?

Contra la neutralidad. ras los pasos de John Reed, Ryszard Kapuściński, Rodolfo Walsh, Edgar Snow y Robert Capa. Editorial Península

Por John M. Ackerman

¡Otra vez lo hizo ese López Obrador! ¡Se atrevió a expresar su opinión sobre un medio de comunicación! ¡Qué autoritario! ¡Se va a acabar el mundo!

La semana pasada, el presidente Andrés Manuel López Obrador hizo un llamado a favor del periodismo con compromiso social, un periodismo que no solamente analiza la realidad, sino que también toma partido y le apuesta a la transformación del país, siguiendo los ejemplos de Francisco Zarco, de los hermanos Flores Magón y de muchos más.

Ojo, López Obrador no tomó absolutamente ninguna acción en contra de periodista o medio alguno: simplemente, expresó su opinión.

“¡Censura!”, gritaron algunos. “¡Dictador!”, exclamaron otros.

Los medios deben tener rienda suelta para criticar al presidente, pero el presidente no puede opinar sobre los medios es, al parecer, la extraña lógica de algunos periodistas.

Para mis amigos, la libertad de expresión; para mis enemigos, el silencio y la mordaza.

Y dicen defender la democracia, ¿eh?

El diferendo es ideológico en el fondo. Con enorme soberbia, algunos periodistas insisten en imponer a los demás su particular visión neoliberal de que es y no es el periodismo.

Dicen que la única prensa que vale la pena es la que se mantiene “neutral” y es “crítica del poder” y que los demás serían “propagandistas”.

¡Nada más falso!

Los medios de comunicación no bajaron del cielo junto con los ángeles, sino que son empresas que se dedican a vender información.

Los medios tienen dueños. Pueden ser privados, públicos o de la sociedad civil, pero ninguno es plenamente independiente o puro.

Todos, absolutamente todos, tienen algún sesgo. Hay medios conservadores, liberales, de izquierda y de derecha. La pluralidad y el debate entre diferentes posturas y la transparencia de las orientaciones de cada quien fortalecen la democracia y nuestro derecho a saber.

También es importante recordar que ‘el poder’ está en todas partes: en la bolsa de valores, en la sociedad civil, en las grandes empresas, en las comunidades indígenas, en Washington y en Palacio Nacional.

Lo importante, entonces, no es ‘criticar al poder’ a secas, sino escoger bien a qué poder dirigir las necesarias críticas.

La neutralidad no existe y es imposible ser independiente del poder como tal.

Hay que tomar postura, ser honestos y comprometernos con las causas sociales.

¿Qué causa es la tuya?

Tomado de: https://www.cubaperiodistas.cu

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Buscando a Casal: viaje por el alma del poeta

Buscando a Casal (2019), de Jorge Luis Sánchez

Por Marilyn Garbey

Un pasaje por la biografía de Julián del Casal es el punto de inspiración para el cineasta Jorge Luis Sánchez: la publicación de un artículo donde el poeta de burla del Capitán General de la Isla provocará nefastas consecuencias para la vida del escritor, la de su círculo de amigos, la del país en pleno.

Incomprendido en su contexto -también los patriotas le reclamaron más evidencias poéticas de su compromiso con la libertad de Cuba-, Casal era un hombre que amaba la belleza. Vivió al borde de la pobreza, pero fue arropado por sus amigos, que comprendieron su grandeza espiritual.

De un plumazo la película desmiente el mito del escritor enajenado de su realidad. Casal escribe versos en los que añora las lunas venecianas y los lechos de marfil, y es también un consciente defensor de la independencia de Cuba. Subrayar este aspecto es un de los aciertos de la película, el joven es diferente a sus contemporáneos, marcado por el genio de la poesía, y expresa sus ideales independentistas de manera diferente a los que batallan en la manigua. Así lo comprendió Antonio Maceo, el titán de Bronce, quién autografiara su retrato al frágil poeta.

Convergen en el filme la Historia de Cuba, la biografía de Casal y su poesía, su sentido de humor, la representación del mundo onírico que anhela, su relación con las mujeres, las oscuridades de la sociedad colonial, la Habana Elegante, Enrique Miyares Vázquez, Esteban Borrero, Juana Borrero.

La película respira el aire de los teatral porque así era el entorno del poeta. Vestido con la bata japonesa sale a la calle proclamado los textos de Rimbaud, y es golpeado por lo militares, incapaces de comprender su sensibilidad.

Alejada de falsos realismos, la cinta sugieres un juego de máscaras, tal vez necesarias para sobrevivir en un ambiente intolerante con las diferencias de cualquier signo. Cada personaje se presenta con sus contradicciones manifiestas entre las posiciones políticas y la vida privada. Vale en este punto aplaudir el desempeño de los actores, quienes asumieron con pasión y profesionalidad los matices de los roles que interpretaron.

Tratándose de una película “de época”, la representación del ambiente adquiere grades connotaciones. Para tan ardua faena, el director convocó al veterano Gabriel Hierrezuelo y a la joven Taimí Ocampo, quienes concibieron el vestuario y la escenografía, respectivamente. Construyeron una hermosa visualidad, reflejo de la temporalidad del siglo XIX para hacerla cercana a la sensibilidad del siglo XXI.

Casal elige ser consecuente con sus ideas, prefiere morirse de hambre a traicionar sus sueños. Las escenas de contrapunteo con el Capitán General son reveladoras de sus convicciones éticas. La poesía es el sustento que le permite sobrevivir a tanta hostilidad y expresar sus aspiraciones:

Ver otro cielo, otro monte

Otra playa, otro horizonte

Otro mar

Otros pueblos, otras gentes

De maneras diferentes

De pensar

Producido por el ICAIC, la película es fruto de largos años de estudios de su director sobre la vida y la obra de Julián de Casal. De una manera diferente a la que por estos tiempos prevalece en el cine cubano, Sánchez dialoga con el ámbito social en que vive y pone en pantalla un conflicto que atraviesa todas las épocas, el de las contradicciones entre el artista y su contexto, el de los avatares del creador para hacer su obra aún en las más difíciles circunstancias. Ojalá el filme desate las pasiones y se multipliquen los lectores del poeta que, en el siglo XIX cubano, vio caer la nieve en sus versos y desafío en poder colonial.

Tomado de: http://habanafilmfestival.com

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