Por Zaida Capote Cruz
Un niño sin talento aporrea el piano y su maestra solo atina a insultarlo llamándolo Weyler. Lola María Ximeno y Cruz da cuenta en sus Memorias de un aborrecimiento eterno: el odio que alimentaría la resistencia futura frente a redivivas expresiones del colonialismo español.1 ¿Por qué aún hoy Weyler concita rechazo e indignación? Capitán General en Canarias y Filipinas y luego en Cataluña, cuya población civil reprimió duramente en la Semana Trágica de 1909, volvió a Cuba con idéntico nombramiento, como recurso de última hora para apaciguar la rebelión independentista. Lola María recuerda así la reconcentración, instaurada de 1896 a 1898:2
[…] Creí, y no sin razón, que mi madre iba a perder el juicio en este período de su vida. […] Murió toda aquella legión de desgraciados sin protestar, en los hospitales, en la vía pública, en los portales. A veces, una vela en un tarro vacío de cerveza, por alguien colocada, indicaba al transeúnte que el envoltorio aquel era cadáver. Dícese alcanzó a cuatrocientos mil en toda la Isla la cifra de defunciones de la reconcentración. […] La Isla entera estaba convertida en una inmensa ratonera –por todas partes se nos cazaba.3
La experiencia de la matancera estuvo tocada por la “gota de miel” que alababa siempre en su madre, capaz de hacer pasar una sopa de verdolaga por deliciosos ravioli. Las grandes víctimas de la reconcentración fueron los campesinos obligados a moverse a las ciudades para malvivir arrinconados en albergues improvisados o en barracones donde cualquier dignidad parecía imposible. Francisco Pérez Guzmán llevó a cabo una intensa indagación en fuentes documentales y orales sobre sus consecuencias y concluyó que “afectó a la población cubana desde el ángulo demográfico, […] en la composición social, racial, la relación campo-ciudad y las estructuras agrarias”, y que “fue también el gran trauma sicológico de una población que trató de borrar ese pasado que consideraba infernal”.4 Muchos migrantes españoles establecidos en suelo cubano debieron abandonar sus casas5 y jóvenes hasta entonces pacíficos prefirieron sumarse a los insurrectos que morir de hambre en las ciudades. Argumento perfecto para la intervención norteamericana, se registró profusamente en la prensa estadunidense como paralelo del genocidio armenio por el gobierno turco.6 Durante la Guerra de los Diez Años (1868-1878) hubo antecedentes, pero lo monstruoso del sistema de Weyler fue su extensión a todo el territorio nacional, sin otra posibilidad que la emigración.
La situación creada en los pueblos y las ciudades fue desastrosa. Había que dejar atrás las propiedades y los medios de vida, y a quienes tenían parientes en la manigua se les hacía más difícil acceder a los alimentos o a algún empleo, aun temporal, pues la lealtad a España era prioritaria para obtener tales “servicios”.7
El primer capítulo de un libro contemporáneo de los hechos, Tampa. Impresiones de un emigrado, de Wen Gálvez,8 se titula “Viene Weyler”: “La política suave, de atracción, de Martínez Campos, podía darse por fracasada. Era indispensable la política de Weyler para ahogar en sangre la revolución, aunque esa sangre fuera de mujeres y niños, según su costumbre”. 9 Cuenta la desbandada de los cubanos cuando se supo del arribo del “general Carnicero” y como “se prefería morir en suelo extraño, de miseria, de hambre, antes que vivir en una Isla gobernada por la España que encomienda a Weyler el encargo de representarla”.10
A poco de haber concluido la reconcentración, con sus funestos resultados en curso, publicó Raimundo Cabrera Episodios de la guerra. Mi vida en la manigua (Relato del coronel Ricardo Buenamar), donde la denuncia se tamiza con una historia de amor cuya consumación la guerra dilata y entorpece, pero que sobrevive inspirado en el amor patrio. Cabrera suele olvidar que escribe una ficción y reporta con lujo de detalles:
Las prisiones realizadas por los sicarios de Weyler, el aumento de las guarniciones en los poblados, los numerosos fuertes construidos en los distritos rurales, las fortificaciones de las fincas azucareras y la extremada vigilancia de los españoles hicieron cada vez más difíciles los movimientos de aproximación a los pacíficos y la espontánea contribución de estos en vestidos, alimentos, medicinas y dinero.11
La disputa entre versiones de este episodio lacerante de la historia cubana se mantiene viva todavía hoy, pero entonces la moral combativa de los mambises se retrataba intacta, como en Benigno, un gallego mambí:12
[…] No hay una casa donde meterse, ni una finca que no haya sido destruida, ni nos queda más refugio que los maniguales, los cayos de monte y las cuevas…
—De modo que todo está perdido, le pregunté. —¡Tanto como perdido…! Le diré; contestó Benigno. La tropa pasa, quema las casas, destruye los sembrados, tala los árboles, mata los caballos que encuentra y que no son servibles de momento, lleva delante a los pacíficos rezagados para reconcentrarlos, y a los ganados. En tanto, los nuestros, ¡ah! los nuestros se escurren como pueden y se reúnen después cuando lo ordena el jefe y si es posible dan algún golpe de mano. Así estamos viviendo hace un mes; pero en cuanto a perdidos… ¡¡qué vamos a estar perdidos!!13
El libro es también testimonio de época pues incluye fotografías y versos. La creatividad popular instauró la burla cotidiana a Weyler y a sus esfuerzos por “pacificar” Cuba a toda costa. Sus crímenes bajo el mando de Valmaseda fueron narrados una y otra vez. En El Antillano Ramón Emeterio Betances firmó una sabrosa estampa de resabios quevedianos donde denuncia su crueldad y la complicidad de Europa: “Es así que él hace y deshace, que él triunfa y recula, que él mata, que él estrangula y que él masacra. Y los gobiernos europeos siguen impasibles”.14 Su crónica pone en juego el choteo a Weyler y la acusación a los gobiernos europeos por permitir impávidos la masacre de cientos de miles de cubanos.
La vida del Marqués protagonista de Últimos días de España en Cuba (1901), de Waldo A. Insúa, trascurre laxamente; ama a una viuda cubana, rica y amable, que lo insta sin cesar a huir a Europa. La realidad apenas aparece momentáneamente:
Al llegar a los Cuatrocaminos hízole cerrar los ojos un espectáculo horrible. Una mujer demacrada, con los carrillos hundidos, con los ojos sin expresión ni brillo, con un pálido amarillo que causaba repugnancia, exangüe y casi moribunda, con dos niños desnudos que parecían dos esqueletos con un resto de movimiento, extendía una mano descarnada y sucia pidiendo limosna.15
Insúa relata la complicada vida política citadina; encuentros entre simpatizantes de la causa cubana; la toma de La Discusión y El Reconcentrado, periódicos rebeldes “que disparaban con letra de molde y sueltos capaces de levantar ronchas a una maleta de cuero”.16 El Reconcentrado retrató la agonía del régimen y el prolongado descrédito del autonomismo,17 alentado a última hora por el poder colonial cuando la única alternativa era la independencia.
Los crímenes de Weyler concentraban la crueldad colonialista y la eterna actitud de ignorar las exigencias cubanas (e.g. las Cortes de Cádiz). España tiene “colaboradores excelentes en Cueto, Fernández de Castro, Montoro y Rodríguez”,18 quienes “deseaban una patria libre, civilizada y digna, sin extrañas tutelas y sin quebrantar el lazo sagrado que la unía con la madre España, generosa siempre y siempre dispuesta a sacrificarse por sus hijas de América”.19 El autor expone sus dudas ante la renuencia de España al diálogo:
Había necesidad de destruir toda la obra antigua, especialmente la weyleriana; satisfacer a las almas ayunas de justicia y de reparación; enmendar los yerros de tanto ignorante como había gastado las sillas oficinescas […]. Notábase en toda aquella precipitación gubernamental, […] temor evidente de que toda aquella farsa vendría a convertirse en un bufonesco sainete, cuando no en un trágico melodrama.20
Decidido a permanecer en Cuba, lamenta que: “empeñándonos en sostener nuestros hábitos viejos y apolillados, hemos llegado al trance en que nos vemos”.21 Julia, su amante, exclamará resentida: “¿Y esto es Cuba libre? No, esto es África libre.”,22 una demostración de cómo los prejuicios, el racismo y la inercia de buena parte de la clase política cubana había coadyuvado a la masacre.
En París aparece La insurrección (1910), de Luis Rodríguez-Embil. La historia nacional vuelve a entretejerse con una trama romántica, un triángulo amoroso entre una hermosa guajira y dos hermanos ignorantes de serlo y afiliados a bandos contrarios. “La conspiración” resume los preparativos del alzamiento; “La guerra” refiere la opinión del autor: “Condenar a reconcentrarse a los guajiros era ordenarles morirse de hambre. No se les ofrecía trabajo en cambio, ni alimento, ni abrigo. Como ganado los enchiqueraban, y luego quedaban abandonados a su suerte. Cuál fue esta en la mayoría de los casos, es ya materia histórica y sabida”.23 Incluye, además, una crónica publicada en Nueva York por Cuba y América, la revista de Raimundo Cabrera, el 15 de abril de 1897: “Los animales se han comido, todos los artículos de valor se han cambiado por pan, y la gente, habiéndosele acabado ya todo, ha perecido”.24 Esta quizá sea la ficción más abundante en la visión de aquel terrífico espectáculo:
Los hombres casi no se diferenciaban de los niños sino en la estatura. Casi no hablaban. La color de la mayoría era amarilla, tirando en casos a verdosa; el andar vacilante: no era cosa rara por cierto ver caer a uno para no levantarse. Tan poco rara era, en efecto, que apenas llamaba la atención ni despertaba el menor interés. Con la cabeza baja proseguían su marcha los otros, esperando no andar muchos pasos en el mundo sin caer a su vez para no alzarse. Otros, los que no podían ya levantarse, permanecían en las viviendas que habían hecho. Más mujeres que hombres había en estas, sin embargo, con sus hijos en brazos algunas.25
El afán de denuncia lo hace recurrir a cifras y fechas. Consigna, por ejemplo, que en mayo de 1897 el Congreso de los Estados Unidos destinó al rancho de los reconcentrados 50 000 dólares. Los hermanos harán las paces al pie del lecho de muerte del padre mambí. El fin de la guerra no impide la muerte de Tera, que había resistido dignamente la vejación del albergue inmundo y la comida escasísima sin perder su honor, un bien difícil de conservar en aquellos días. La dramática descripción cierra trágicamente la historia:
Parecía el de Tera el cadáver de un niño muerto apenas nacido, según lo consumida que había quedado. Las manecitas tenía cruzadas sobre el seno liso y seco, aquel seno formado para el amor y la maternidad, ahora esterilizado sin remedio. Los ojos, aún entreabiertos, miraban a lo alto con fijeza, como pidiendo a Dios que, por el sacrificio de su vida, lo que a ella la había matado, aquella opresión secular del hombre por el hombre, que había sido la causa primera de su temprano y lastimoso fin, cesara para siempre.26
La intervención norteamericana fue borrando el recuerdo de los desmanes de España; pero cuando apareció en Madrid en 1934 una biografía de Weyler, la letra recuperó su combatividad y en la pelea por la interpretación del pasado Benigno Souza escribió una reseña bastante chusca e irrespetuosa. Aquellas expresiones “nada académicas” eran la única respuesta posible al “más que libro, libelo” de Julio Romano. Los veteranos vieron, en aquel ejemplar de El Mundo de enero de 1935, reabrirse una discusión aún pendiente, y lo publicaron como folleto en 1938. En escasas veinte páginas Souza divierte, ilustra y se apresta a enfrentar la publicidad metropolitana. Coherente con su inspiración manigüera, copia algunas de las más repetidas coplas dedicadas a Weyler; lo llama “rey señor del bluff”, “polichinela de hoja de lata” y lo describe, si admirado en España, “en Cuba […] choteado hasta lo infinito, asordado a trompetillas por un tal Maceo en Pinar del Río y al que otro tal Máximo Gómez clavó, junto al final de su nombre, sucio y mal oliente, allá por la Reforma, un rabo de trece meses de largo”.27 Aludiendo a aquel verso que reducía el nombre a Valerí, ilustra la pérdida de las tres letras suprimidas con las acciones de guerra de Quintín Bandera: “Arremetió este Quintín sobre las tres letras que le habíamos dejado al General, y no le dejó sana, siquiera para remedio, una sola de esas tres letras, y le explicaré […] este estupro irreverente”. 28 Incluso se permite un chiste que muchos habrán tachado como de mal gusto y que defiende también la independencia lingüística, al decir que Weyler se fue de Cuba “pasado por la piedra, moralmente, se entiende, por Quintín” y recomendar a Romano que averigüe el significado en la embajada cubana en Madrid.29 Otra lección merece Romano por propagar infundios contra Maceo, tildándolo de “salvaje”. Souza alaba el porte y la gallardía de Maceo, su inteligencia, su delicadeza y su virilidad frente al empequeñecido Weyler.
Juan Luis Martín registró los antecedentes del método (Filipinas, Puerto Príncipe, Santa Clara), los antecesores de Weyler (Valmaseda y Caballero de Rodas) y el hecho de que fuera un médico, Félix Echauz y Guitart, nacido en Cuba, el primero en proponerlo (“Lo que se ha hecho y lo que hay que hacer en Cuba”, de 1874). Explica las razones de la animadversión general hacia el Cuerpo de Voluntarios; pero hace una salvedad: “Sería simpleza […] afirmar que solo era español. En sus filas militaron muchos hijos de Cuba que también cometieron horribles crímenes”.30
La reconcentración explica la historia y la política posteriores, como en el combativo Weyler en Cuba. Un precursor de la barbarie fascista (1947), de Emilio Roig de Leuschenring. El marqués de Tenerife es un “monstruo de crueldad” que decía respetar la opinión unánime de los españoles y su objetivo era borrar la fuerza no solo física, sino moral de los cubanos:
Si las trochas eran condición previa para el exterminio de las fuerzas militares cubanas, con la reconcentración, que fatalmente habría de producir espantosa miseria, desarraigo del lugar nativo, dispersión de la familia, hambre, enfermedades y muertes incontables, aquella destrucción se completaría con el exterminio de la población civil campesina de Cuba, y sin ancianos, mujeres y niños, no quedarían ni voces que recordasen heroísmos pasados y alentasen a la lucha, ni semilla de futuros combatientes.31
El gobierno colonial anhelaba arrasar con cualquier vestigio de desobediencia; por eso la propaganda periodística y en obras literarias, musicales o pictóricas fue vital. Aquella fue una tragedia cotidiana donde “se moría también sumando al dolor de la muerte individual el suplicio desesperante de ver morir, sin posibilidad de prestarles auxilio alguno, a otros seres […]”.32 Como Antonio Penichet en 1945,33 Roig equipara la represión de Weyler con “los salvajes crímenes del nazismo alemán y el falangismo franquista español”,34 para que sus contemporáneos entiendan las consecuencias de aquella vil práctica en la política nacional, pues la autonomía se vino a promulgar el 29 de diciembre de 1897, cuando la relación entre Cuba y España parecía dañada para siempre. Roig responsabiliza a Cánovas “del fracaso de la represión militar realista y de la pérdida, sin gloria ni honor, de los restos finales del imperio colonial de España en América”.35
Ninguno de nosotros puede aventurar cómo hubiera sido la historia de Cuba y hasta dónde habría llegado la voracidad imperial de los Estados Unidos; pero ni el prestigio de España ni la respetabilidad de los autonomistas saldrían ilesos de aquel episodio. En un último apartado, “Vigencia del Weylerismo”, Roig llama a asumir con honra la vieja “pugna de las fuerzas reaccionarias, racistas e imperialistas, contra el predominio de la libertad, la democracia, la cultura y la igualdad racial”36 y arenga a sus lectores a no cejar: “Mantengamos la pelea, sin tregua, hasta su final exterminio contra el que en el siglo pasado se llamó Weyler, y en este siglo Hitler, y ahora se ensaya en Franco, y mañana mismo podrá surgir, con el nombre fatídico que hoy ignoramos todavía”.37
La percepción de la reconcentración como grotesco extremo de una política injusta y a todas luces errónea fue perdiendo intensidad luego de 1959. Habría que releer, para confirmar esta impresión, la prensa de aquellos años.
En 1989 vio la luz Sobre un montón de lentejas, de Rodolfo Alpízar. Es la saga de una familia española en Cuba cuya percepción del hecho linda con la aquiescencia. Una noche el padre escucha un ruido en la trastienda de su bodega y lo que ve lo deja anonadado:
una chiquilla desgreñada de catorce años a lo sumo, montón de huesos insinuándose bajo una piel amarillenta, que a toda prisa se está echando una bata mugrienta por encima y recogiendo el puñado de chorizos con que el joven Cayetano había pagado por el servicio prestado. […] Se ha quedado sin saber qué hacer, alelado, no acierta más que a repetir Bestia, bestia, y a mirar al hijo con asco y con todo el odio concentrado en los ojos. Fue la primera vez que don Cayetano tuvo la sospecha de que la estrategia de don Valeriano podía no ser tan buena como había creído. […]38
Una reflexión lógica incluso en un partidario acérrimo del gobierno colonial; beneficiario de sus políticas y convencido de que los mambises eran hijos desobedientes necesitados de disciplinarse como fuera.
“Disparos en el aula”, publicado por Alberto Guerra Naranjo en 1992 y llevado con fortuna a la televisión cubana, conecta bellamente pasado y presente: Ramiro, profesor de una escuela secundaria en el campo, dedica su clase a explicar los “primeros mecanismos fascistas que conocerá la humanidad moderna en esta parte del mundo”.39 La descripción sucinta no atenúa la denuncia:
Arden los sembrados de los campesinos, fusilamiento de hombres en edad de combate por cualquier pretexto, reconcentración de gran cantidad de personas en determinadas regiones. Alambres de púas. Puestos y garitas de vigilantes. Desnutrición. Malaria. Violaciones y golpizas. La muerte de la forma más lenta que cualquiera en tiempo de guerra pudiese esperar. Valeriano Weyler y la muerte (Guerra, 78-79).
Los conflictos cotidianos quedarán abolidos frente al heroísmo de un adolescente reconcentrado que arriesga su vida para entregar un mensaje a las tropas mambisas. Los estudiantes irán sumergiéndose poco a poco en la historia, que culminará con la trasmutación del protagonista actual en el héroe de antaño y el aprendizaje de que los valores defendidos por el profesor —“de la verdadera hombría, del decoro, la honradez y del colectivismo” (Guerra, 80) merecen ejercitarse.
En 1998 vio la luz el más sagaz y hermoso y también el más terrorífico recuento de aquellos hechos inolvidables: Herida profunda, de Francisco Pérez Guzmán, es un libro crucial para entender el sentido de la política weyleriana y sus secuelas; así como lo que aún nos debe España, cegada entonces por la codicia y el autoritarismo. Utilísima para los debates sobre el lugar del autonomismo en nuestra historia, esta investigación rigurosa e inspirada describe la situación:
Estos poblados emergentes sin las más mínimas condiciones para garantizar la vida urbana devinieron en centro de muertes masivas. Como toda la población era reconcentrada su dependencia de sobrevivencia radicaba en algunos trabajos que le daba la administración municipal y el que podían obtener en las zonas de cultivo más cercanas. Pero no todas las familias contaban con brazos capaces de obtener el sustento mediante un salario. Carecían de higiene pública y de asistencia médica.40
Uno de sus efectos más nocivos, a juicio suyo, “fue el desarraigo social, cultural y familiar”. La mortandad creciente y la incapacidad para cubrir necesidades mínimas de sobrevivencia laceraron la percepción emocional de los afectados e incrementaron hasta límites insospechados la prostitución y la explotación infantil. El gobierno estadunidense encontró allí el argumento clave para impugnar el dominio de España sobre Cuba y una justificación inexcusable para su intervención en la guerra. La declaración de la guerra a España se revistió de un manto justiciero y la “connotación humanitaria” se presentaba sin contratiempos como “una necesidad que reclamaba el cese del genocidio de gran parte de la población cubana”.41 En el ámbito doméstico español la política weyleriana, síntoma de un “resquebrajamiento ético y moral”, propició amplios desacuerdos:
Pablo Iglesias, al frente de los socialistas, denunciaba los horrores de la política de exterminio llevada en Cuba. Liberales influyentes […] exigían el relevo del Marqués de Tenerife. Hasta […] Arsenio Martínez Campos clamaba por su retorno a España. En la prensa española se publicaban noticias y desmentidos acerca de la renuncia de Weyler.42
Por esos años se popularizó un trago muy gustado, de nombre un poquito más largo que el actual: “Cuba libre con lágrimas de España”.43 La reconcentración sobrepasó “su tiempo histórico y sus efectos continuaron repercutiendo en los primeros años de vida republicana”44 y su relativo éxito en quebrantar la voluntad del pueblo “culminó en un fracaso político-militar” de grandes proporciones.45
Weyler reaparecerá enigmáticamente en Apuntes sobre Weyler (2012), de Waldo Pérez Cino, donde escasas menciones eluden el asunto que lo hizo célebre y trazan escenas y reflexiones de intimidad o filosóficas. “El agrimensor”, menciona “los ángeles sin memoria de Weyler”46 y “En propia ausencia” alude de ese modo elusivo al hecho histórico:
[…] una iluminación
decíamos, como de ciclones o desastre:
la epifanía de las cifras de Weyler en un campo
cercado por las palmas […].47
Nada más.
Archipiélagos (2015), de Abilio Estévez, incluye la historia de Nino y Filita. Según especula su amante, él “convive con Filita por la culpa que arrastra por los gemelos muertos en la reconcentración”. 48 Irremediablemente desencantado, explica por qué elige mantenerse al margen de la rebelión contra Machado; no hay ningún proyecto político que logre movilizarlo:
[…] los hombres que maté, a machetazos, como matan los hombres de verdad, los maté para defender mi vida en medio de una guerra que ni yo mismo entendía, y perdí a mis hijas (sic), a mis jimaguas, de hambre y fiebre por hambre, y ahí tiene a mi mujer, loca y muerta ella misma, aunque siga por ahí, y ahora, dígame, ¿por qué cojones tengo que jugarme la vida…?49
El desaliento, la renuencia a actuar con patriotismo o en defensa de algún ideal domina a los personajes de esta historia.
La reconcentración de Weyler ha creado su propio curso imaginario en la literatura y las artes en Cuba50 en la necesidad de reflexión y recuerdo. Habría que dedicarse más a rememorar y honrar no solo a las víctimas, sino a quienes emplearon fuerzas y bienes en aliviar el sufrimiento de tantos cubanos. Las consecuencias de la reconcentración a largo plazo, aún ineludibles, 51 incluirían el cambio de la correlación entre zonas urbanas y rurales, las trasformaciones en la composición social y racial de la población, la sangría demográfica que resultó de la emigración forzosa de familias enteras, el crecimiento de la migración interna, el incremento de la prostitución y el delito, el daño sicológico a las familias y el modo en que estas se fueron recomponiendo en la etapa republicana. Es preciso recordarlo sin descanso, porque la huella potente y dolorosa de aquella “herida profunda” todavía pervive.
1 Guillermo Cabrera Infante: Revolución, 16 de enero de 1959. (Citado por Hugh Thomas en Cuba; la lucha por la libertad, 1762-1970, t. 3, La república socialista, 1959-1970, p. 1383) y Fidel Castro, “Discurso pronunciado en el acto por el XXXIX aniversario del asalto al cuartel Moncada y el XXXV aniversario del levantamiento de Cienfuegos” (5 de septiembre de 1992. Discursos e intervenciones del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, Presidente del Consejo de Estado de la República de Cuba, en <http://www.cuba.cu/ gobierno/discursos/1992)>. Apenas el 10 de noviembre de 2017, el semanario Bohemia publicó “Cuba 1897. Adiós para siempre, Weyler”, de Pedro Antonio García (a. 109, n. 23, p. 68-70).
2 El primer bando de reconcentración se publicó el 16 de febrero de 1896, seguido de otros, del 21 de octubre de ese mismo año, del 5 de enero de 1897, y el 30 de marzo de 1898.
3 Dolores María Ximeno y Cruz: Memorias de Lola María. Selección y prólogo de Ambrosio Fornet, La Habana, Ed. Letras Cubanas, 1983, p. 233-234.
4 Francisco Pérez Guzmán: Herida profunda, La Habana, Ed. Unión (colección Clío), 1998, p. 9.
5 El historiador da cuenta del caso de una antigua familia canaria avecindada en Güines, de apellido Yanes, que vio morir a ochenta de sus miembros.
6 Numerosas referencias e imágenes en Louis A. Pérez, Cuba y los Estados Unidos. Pérez Guzmán cita a Clara Barton, la presidenta de la Cruz Roja y defensora de la asistencia a los reconcentrados, que a su regreso de La Habana declaró: “Las matanzas de armenios en Armenia resultan piadosas en comparación con lo que he visto”. Ibídem, p. 149.
7 Ibídem, p. 74.
8 Debo a Adis Barrio el conocimiento y la lectura de este texto y de la novela Archipiélagos, de Abilio Estévez.
9 Wen Gálvez: Tampa. Impresiones de un emigrado, Ibor City, Establecimiento Tipográfico “Cuba”, 1897, [s.p.].
10 Ibídem, [s.p.].
11 Raimundo Cabrera: Episodios de la guerra. Mi vida en la manigua (Relato del coronel Ricardo Buenamar), Filadelfia, La Compañía Lévytype, Editores, impresores y grabadores, 1898, p. 160-161.
Tomado de la revista La Gaceta de Cuba No 5 septiembre/octubre de 2018: http://www.uneac.org.cu
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