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Entre el mar y las colinas

Foto Cubadebate

Por Graziella Pogolotti

Llegué a La Habana al cabo de una larga travesía. Era de noche. El barco permaneció al pairo hasta el amanecer. Impacientes por desembarcar, los viajeros contemplaban maravillados la curva luminosa del Malecón que parecía acoger con los brazos abiertos a los visitantes. Hasta entonces, había vivido en ciudades de tierra adentro, atravesadas por ríos. El descubrimiento del mar me dejó fascinada para siempre con su azul infinito, el golpear de las olas contra los arrecifes y la pertinaz presencia del salitre. En aquel noviembre lejano, el inicio del invierno acentuaba la transparencia del aire. En la mañana, enfilamos el canal del puerto. Al bajar al muelle, nos esperaba el bullicio, la musicalidad de los pregones y el permanente conversar de todos con todos.

En la medida en que iba creciendo, se expandía mi conocimiento de la ciudad. Primero fueron los parques de la Avenida del Puerto. En uno de ellos reposaba un busto de Enrique José Varona y en el otro, la estatua sedente de José de la Luz y Caballero. Vinieron luego los vericuetos de La Habana y los largos recorridos hacia Marianao por Puentes Grandes, donde el poeta Julián del Casal visitaba a la precoz Juana Borrero, y por lo que entonces todavía se conocía como Calzada Real. Las visitas al Hurón Azul del pintor Carlos Enríquez me hicieron recorrer la Calzada de Jesús del Monte evocada, en texto clásico, por el poeta Eliseo Diego. Así, por vía de la sensibilidad, se fue sedimentando mi amor por la ciudad.

Para la ciudad en ciernes, después de algún que otro traslado, la semilla de todo estuvo en el puerto. Los primeros tiempos fueron difíciles. Hechas de material inflamable, las casas sufrían frecuentes incendios. Pero la situación geográfica fue razón de su pronta prosperidad. Llave del nuevo mundo y antemural de las Indias Occidentales, junto a la corriente del Golfo, ruta acuática hacia Europa, devino punto de reunión de las flotas que transportaban al Viejo Continente los bienes extraídos de América. En espera de condiciones favorables para el gran viaje, la marinería, los militares y los funcionarios del imperio permanecían durante semanas en la ciudad donde tenían que procurarse albergue, alimentos y maneras de ocupar el ocio.

Resultaba una suerte de turismo forzoso que debió favorecer cierta tolerancia con la mala vida. La estadía de tanta riqueza en tiempos de piratas y corsarios impuso la necesidad de edificar fortificaciones pagadas con el llamado estanco de México. La prosperidad favoreció la fabricación de viviendas de mayor rango y la elaboración del primer diseño urbano. Objeto de disputa por parte de los imperios de la época, fue ocupada por los ingleses que la devolvieron a España a cambio de la península de la Florida. Al mar debió La Habana su prosperidad y la apertura de la mirada hacia los anchos horizontes que se extendían más allá del Atlántico, mientras el resto de la Isla, amparada por la distancia que la separaba del poder central, se relacionaba con el Caribe a través del contrabando.

Herederos de las fortunas acumuladas por sus padres, los criollos construyeron casas dignas de su rango. Siguieron las pautas de las tendencias dominantes en cada época, pero las adaptaron a los materiales disponibles y a las condiciones del clima tórrido. La edificación de las fortificaciones había formado albañiles habilidosos. El tráfico marítimo y la disponibilidad de maderas preciosas impulsaron la aparición del astillero para la reparación de naves y para dotar de barcos a la armada española. Con ello, los distintos oficios, incluida la carpintería y la herrería adquirieron alto nivel.

La arquitectura se benefició de esas ventajas. Para sobrellevar el calor, había que procurar la mayor circulación de aire, desde el patio interior, con privacidad resguardada por ligeras mamparas, hasta los anchos ventanales abiertos hacia la calle. La marca de la singularidad ha acompañado todo el desarrollo de la arquitectura en una ciudad portuaria, acogedora a intercambios de la más variada naturaleza y, a la vez, sometida a condiciones ambientales que exigen procurar el bienestar de sus habitantes. El ardor de la temperatura se complementa con los fuertes aguaceros veraniegos y el ondulante terreno que asciende con suavidad desde el litoral.

Por eso, Carpentier definió La Habana como «ciudad de las columnas» que sostienen los portales protectores del sol y de la lluvia en largos recorridos a través de la trama urbana. Suele recordarse al escritor cubano como autor de la definición de lo real maravilloso. Heredero y crítico del surrealismo, el gran renovador en la narrativa latinoamericana asoció lo maravilloso a la noción de lo singular, de lo insólito. Lo descubrió en La Habana Vieja, por suerte hoy día reconocida y restaurada en sus más altos valores, que había recorrido palmo a palmo desde su primera juventud. Al igual que la pintora Amelia Peláez, disfrutó las vidrieras de colores paliativos destinados a filtrar la violencia de la luz. Por lo demás, el trazado de calles y avenidas a través del ondular del suelo, ofrece al caminante atractivos juegos de perspectivas. Andando por Reina y Carlos III, se percibe en el horizonte la Loma del Príncipe.

Quienes concibieron el diseño integral del Vedado, tuvieron en cuenta las posibilidades paisajísticas derivadas de las características del terreno. Paseo y Avenida de los Presidentes ascienden desde el litoral hasta la cumbre desde la cual el observador puede contemplar el conjunto del panorama. La calle San Lázaro desemboca en la escalinata universitaria con los brazos abiertos de su madre nutricia, el Alma Mater, uno de los sitios con mayor carga simbólica del entorno habanero. Sintetiza el afán de conocimiento y la irrenunciable lucha por la soberanía nacional y la justicia social. Por ahí fueron muchos los que bajaron al combate en la ciudad. Fueron muchos también los que cayeron.

Ciudad mítica, La Habana ha sido cantada por poetas, narradores y músicos. Llega a su medio milenio con las cicatrices del tiempo. Hay que celebrarlo. Durante cinco siglos, enfrentando toda clase de avatares, hemos edificado un patrimonio tangible, una memoria y una cultura. En la singularidad y en la dimensión humana de la ciudad residen algunas de sus fortalezas. Tenemos que reconocerlas y valorarlas para, sobre esa base, seguir diseñando el futuro.

Tomado de: http://www.juventudrebelde.cu

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Discurso final de El gran dictador

Fotograma El gran dictador, de Charles Chaplin

Por Charles Chaplin

Lo siento, pero yo no quiero ser emperador. Ese no es mi oficio, sino ayudar a todos si fuera posible. Blancos o negros. Judíos o gentiles. Tenemos que ayudarnos los unos a los otros; los seres humanos somos así. Queremos hacer felices a los demás, no hacernos desgraciados. No queremos odiar ni despreciar a nadie. En este mundo hay sitio para todos y la buena tierra es rica y puede alimentar a todos los seres. El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado las armas, ha levantado barreras de odio, nos ha empujado hacia las miserias y las matanzas. Hemos progresado muy deprisa, pero nos hemos encarcelado a nosotros mismos. El maquinismo, que crea abundancia, nos deja en la necesidad. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos. Nuestra inteligencia, duros y secos. Pensamos demasiado, sentimos muy poco. Más que máquinas necesitamos más humanidad. Más que inteligencia, tener bondad y dulzura. Sin estas cualidades la vida será violenta, se perderá todo. Los aviones y la radio nos hacen sentirnos más cercanos. La verdadera naturaleza de estos inventos exige bondad humana, exige la hermandad universal que nos una a todos nosotros. Ahora mismo, mi voz llega a millones de seres en todo el mundo, a millones de hombres desesperados, mujeres y niños, víctimas de un sistema que hace torturar a los hombres y encarcelar a gentes inocentes. A los que puedan oírme, les digo: no desesperéis. La desdicha que padecemos no es más que la pasajera codicia y la amargura de hombres que temen seguir el camino del progreso humano. El odio de los hombres pasará y caerán los dictadores, y el poder que se le quitó al pueblo se le reintegrará al pueblo, y, así, mientras el Hombre exista, la libertad no perecerá. Soldados: No os entreguéis a ésos que en realidad os desprecian, os esclavizan, reglamentan vuestras vidas y os dicen lo qué tenéis que hacer, qué decir y qué sentir. Os barren el cerebro, os ceban, os tratan como ha ganado y como carne de cañón. No os entreguéis a estos individuos inhumanos, hombres máquina, con cerebros y corazones de máquina. Vosotros no sois ganado, no sois máquinas, sois Hombres. Lleváis el amor de la Humanidad en vuestros corazones, no el odio. Sólo los que no aman odian, los que nos aman y los inhumanos. Soldados: No luchéis por la esclavitud, sino por la libertad. En el capítulo 17 de San Lucas se lee: “El Reino de Dios no está en un hombre, ni en un grupo de hombres, sino en todos los hombres…” Vosotros los hombres tenéis el poder. El poder de crear máquinas, el poder de crear felicidad, el poder de hacer esta vida libre y hermosa y convertirla en una maravillosa aventura. En nombre de la democracia, utilicemos ese poder actuando todos unidos. Luchemos por un mundo nuevo, digno y noble que garantice a los hombres un trabajo, a la juventud un futuro y a la vejez seguridad. Pero bajo la promesa de esas cosas, las fieras subieron al poder. Pero mintieron; nunca han cumplido sus promesas ni nunca las cumplirán. Los dictadores son libres sólo ellos, pero esclavizan al pueblo. Luchemos ahora para hacer realidad lo prometido. Todos a luchar para liberar al mundo. Para derribar barreras nacionales, para eliminar la ambición, el odio y la intolerancia. Luchemos por el mundo de la razón. Un mundo donde la ciencia, el progreso, nos conduzca a todos a la felicidad. Soldados: En nombre de la democracia, debemos unirnos todos.

Discurso final de Charles Chaplin en su antológico filme El gran dictador.

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Moviendo caracoles, también en noviembre

Por Octavio Fraga Guerra

La Asociación de Cine, Radio y Televisión de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, y especialmente la Sección de Crítica e Investigación, convoca a jornada anual de noviembre, Moviendo caracoles.

Sede: Sala Villena de la UNEAC, Calle 17 esquina a H, Vedado.

Programa

Miércoles 13

10.00 am: Conferencia Magistral de Víctor Fowler: Los medios y las redes sociales

Muestra de obras de Televisión en concurso:

10.00 am: “Conciencia”, de Rudy Mora.

11.00 am: “Entre tú y yo”, de Sonia Castro.

3.00 pm: “La locución en los medios”. Simposio.

Jueves 14

10.00 am:

Las nuevas medidas al audiovisual cubano y su incidencia en la creación artística. Intervenciones especiales: Rolando Pérez Betancourt, Claudia Calviño, Enrique “Kike” Álvarez y Tania Delgado.

Muestra de obras de Televisión en concurso:

10.00 am: “Historias de montañas” (Dayron Chang).

10.18 am: “¿Encajo?” (Gianny López Brito).

11.00 am: “Me faltabas tú” (Magda González Grau).

3.00 pm: Taller de apreciación audiovisual para niños y jóvenes. Invitados: Waldina Almaguer, Francisco Leyva Ferrer “Picky”, y Leonardo Blanco. Moderadora: Mariela López.

Multicine Infanta, Sala 1. Filmes en concurso:

2.00 pm: “Los amantes” (director: Alán González), “Los perros, las Piedras y la Revolución” (director: Carlos Rodríguez), “Insumisas” (director: Fernando Pérez), “Inocencia” (director: Alejandro Gil).

7.00 pm: “En busca de un espacio” (Encuentro  y debate con su directora, Marilyn Solaya).

Viernes 15

10.00 am: La crítica en los medios sobre los medios. Moderadora: Soledad Cruz, con intervenciones especiales de las periodistas Rosa Miriam Elizalde, Paquita Armas y Sahily Tabares.

2.00 pm: Entrega de premios.

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Notas gráficas de la semana (21)

Diego Rafael Albornoz (Cuba)

Por Octavio Fraga Guerra

Esta semana el pueblo cubano protagonizó, una vez más, otra victoria en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Por 187 votos a favor, 3 en contra y 2 abstenciones se aprobó la resolución “Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos de América contra Cuba”. El artista cubano Diego Rafael Albornoz toma nota de este hecho con estética deportiva. La justa liberación del expresidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, los negativos derroteros de las nuevas tecnologías más los desastres económicos en Argentina, fruto de las políticas neoliberales del, todavía presidente, Mauricio Macri, forman parte de la agenda de esta selección. Los efectos del calentamiento en la tierra o los niños que algunas partes del mundo impulsados a ser soldados de la guerra, son también parte de los tópicos de las Notas gráficas de CineReverso, en su edición número 21. No queda fuera de esta sección de los domingos la brutalidad del ejército genocida israelí contra el pueblo palestino, donde los niños no escapan de sus horrendos actos.

Falco (Cuba)

Seyran Caferli (Azerbaian)

Miha Ignat (Rumania)

Simanca (Cuba)

Normal Gergely (Hungría)

Marian Kamensky (Austria)

Luc Descheemaeker (Bélgica)

Vasco Gargalo (Portugal)

Mohammad Sabaaneh (Palestina)

Glen Le Lievre (Australia)

Ivailo Tsvetkov (Bulgaria)

Simanca (Cuba)

Emad Hajjaj (Jordania)

Shahid Atiqullah (Afganistán)

Emad Hajjaj (Jordania)

Oguz Gurel (Turquía)

Shahid Atiqullah (Afganistán)

Mohammad Sabaaneh (Palestina)

Simanca (Cuba)

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Homenaje a La Habana en Historia del cine (+tráiler)

Suite Habana, de Fernando Pérez

Por Rubén Ricardo Infante

Como parte del homenaje a la ciudad por los cinco siglos de existencia, el programa Historia del cine presenta el filme Suite Habana de Fernando Pérez

Cuando llega el mes de noviembre y la ciudad arriba a sus primeros cinco siglos de existencia, muchos son los homenajes que se le tributan a la urbe. La celebración por este aniversario ha motivado la creación de obras artísticas que le rinden tributo y también la revisitación a aquellas obras que la recrean en su devenir histórico y en su vida actual.

El filme Suite Habana es una de esas creaciones donde la ciudad no es telón de fondo, sino que se convierte en un personaje más dentro de la historia. Dentro de la filmografía de Fernando Pérez, esta película se convierte en la coronación de ese homenaje a la ciudad que habita, es por ello que los protagónicos recorren sus calles, llegan a sus casas ubicadas en distintos lugares y se instauran en el espacio citadino haciendo suya cada porción.

Desde el título está condensada esa aspiración por captar la esencia de la ciudad a través de una colección de personajes, donde la frustración, el deseo y los sueños por cumplir se convierten en el leiv motiv de sus vidas.

La Habana es una de las ciudades que más ha aparecido en filmes de diferentes épocas. La capital cubana es, junto a París o Nueva York, de las más atractivas, por eso la recurrente presencia en el quehacer cinematográfico a escala mundial. Como confirma Carlos Galiano, el presentador de Historia del cine: “La singular condición de cruce de caminos y lugar de encuentro que le proporciona su envidiable ubicación geográfica, hace de nuestra capital una locación privilegiada para el despliegue de la imaginación de guionistas que han hecho transitar por ella a los más disímiles personajes, inmersos en las más variadas peripecias argumentales”.

Este regalo a La Habana por su aniversario 500 o, más modestamente, el tradicional canto de felicidades, está relacionado con esa presencia recurrente en las imágenes de filmes concebidos en diversos momentos de la historia.

Suite Habana es, según palabras de su director, una “declaración de amor a La Habana”. Un filme donde se entremezclan el documental y la ficción, Suite Habana describe un día cualquiera en la vida de un conjunto de habaneros reales, que se representan a sí mismos en el desarrollo de sus actividades cotidianas.

A partir de un contexto local, el filme alcanza, como toda genuina obra de arte, una proyección universal. La Habana, ciudad que seduce y enamora como espacio citadino con la luz que se cuela por ventanas y calles, donde se camina sobre adoquines, se apresta a celebrar sus 500 años. Historia del cine le rinde este tributo en imágenes que desafían al tiempo.

Tomado de: http://www.tvcubana.icrt.cu

Tráiler del filme Suite Habana, de Fernando Pérez

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La Habana del siglo XIX

Calle Obispo, postal de la época

Por Félix Julio Alfonso López

Y La Habana se parece a Cecilia Valdés […] cuando la piqueta estuvo autorizada para derribar las murallas en 1863, La Habana –espejo y retrato de Cuba– no era blanca ni negra: era mulata.

Elías Entralgo

El siglo xix fue recibido con entusiasmo por una parte de la sociedad habanera, aquella que ocupaba la cumbre de la pirámide social y se beneficiaba con ostentación del enorme auge económico emprendido por la aristocracia criolla desde el último tercio del siglo xviii, auge cuyo núcleo fundamental estuvo en la producción de azúcar de caña con mano de obra cautiva El fenómeno de la plantación esclavista –estudiado con profundidad por Manuel Moreno Fraginals,1 Juan Pérez de la Riva,2 María del Carmen Barcia,3 Jorge Ibarra Cuesta,4 entre otros– marcó decisivamente la sociedad del Occidente de Cuba, en la zona Habana-Matanzas, y más tardíamente el centro sur de la Isla. En este lapso de tiempo, la oligarquía criolla se enriqueció con las exportaciones de café y azúcar, obtuvo títulos nobiliarios, construyó mansiones palaciegas, amplió su poder como clase dominante en la sociedad cubana y controló las principales instituciones económicas, administrativas y de la cultura.

Unos versos del italiano Francisco María Colombini, escritos a finales del siglo xviii y publicados en México en 1798, nos procuran esa visión optimista y satisfecha de una clase social –la burguesía esclavista– que se sabe dueña de su realidad y canta “Las glorias inmortales de La Havana”:

¿Quién expresar podrá la complacencia,

la gloria del espíritu havanero,

cuando por nuevo afecto de clemencia

aprobó el Rey fundarse por entero

la augusta Casa de Beneficencia?

¿Quién podrá celebrar el vivo esmero

de Peñalver, de O’Farril, Montehermoso,

Calvo, Aróstegui, Lanz, sin dar reposo?

[…]

¡Oh, portento

que con feliz principio puesto tienes

en el pecho havanero firme aliento.

Tú aumentarás hasta la edad lejana

las glorias inmortales de La Havana.5

Todo lo anterior tuvo su expresión en la mentalidad de las élites letradas habaneras, las que recibieron con buenos augurios y felices perspectivas la nueva centuria. Un ejemplo de ello es el texto publicado por el redactor habanero Buenaventura Pascual Ferrer el 6 de enero de 1801, en el número XV de su periódico Regañón de La Habana, donde mostraba cuáles eran las cuestiones y los adelantos principales que, en el ámbito cultural, observaba en La Habana al iniciarse la centuria decimonona:

Año nuevo, siglo nuevo, tres papeles periódicos cada semana […] los delirios poéticos mandados a desterrar, los estudios mejorados en parte, la crítica en Ciencias y Artes en última moda, las imprentas en auge y trabajando sus prensas continuamente, las luces y el buen gusto en las letras haciendo progresos, y la instrucción expandiéndose hasta en los más íntimos individuos. Tal es el cuadro literario que presenta la Ciudad de La Havana (sic) en la conclusión del siglo diez y ocho, y tales son los cimientos sobre que va a edificar su verdadera grandeza y sus adelantamientos en el diez y nueve que principia.6

En el orden material, Pascual Ferrer apuntaba el hecho de que la ciudad hubiera alcanzado su mayor estado defensivo, que se hubieran prohibido las construcciones de guano dentro de las murallas, la regularidad en la llegada de la correspondencia, el aumento constante de la industria y el comercio, la avidez por el conocimiento científico y su aplicación práctica y todo ello le lleva a decir con optimismo: “El aparato con que se presenta La Havana (sic) en el principio del siglo xix, la grandeza a que ha llegado en menos de cincuenta años […] y los espíritus generosos que la habitan me hacen pronosticar con mucho fundamento que en el discurso de este siglo llegará esta ciudad a causar emulación a las más cultas de Europa”.7

Una nota discordante con esta visión culta y sublimada de la ciudad constituye el texto de Manuel de Zequeira y Arango, aparecido en el Papel Periódico de La Havana en el verano de 1801, donde, con una prosa satírica y chispeante, nos informa de una urbe donde prevalece a ciertas horas un ambiente de suciedad, escándalo y anarquía:

A las siete corren por las calles varios escuadrones de cuadrúpedos conducidos por los africanos para llevarlos a beber: estos instantes son de sumo peligro por la insolencia de los conductores, quienes después de visitar las tabernas gritan, corren y atropellan todo cuanto se les pone por delante, y algunas infelices criaturas o ancianos impedidos han sido víctimas de este pernicioso abuso, a pesar de las eficaces providencias del Gobierno […] A las nueve […] las plazas se ocupan con las volantas de alquiler, y los caleseros cometen todo género de desorden: las carretas cruzan libremente por las calles dejando surcos por donde pasa la inmensa mole de sus ruedas, con la que hacen irremediable la destrucción de los pisos […] A las diez de la mañana […] si la estación es de lluvias, no puede andarse por las calles sin el riesgo de las salpicaduras de los caleseros, y sin temor de sumergirse en las pocilgas, o en las lagunas de cieno que decoran nuestra patria: hay ciertos parajes absolutamente intransitables, y por otros es necesario volverse anfibio para cruzar desde la una a otra acera.8

Entre los testimonios de viajeros más importantes sobre La Habana en las primeras décadas del siglo xix, destaca el ofrecido por el sabio alemán Alejandro de Humboldt en su clásico Ensayo político sobre la Isla de Cuba. Humboldt, que visitó la ciudad por primera vez en 1800, describe con detalles el sistema de fortificaciones habaneras, incluyendo los castillos de Santo Domingo de Atarés y de San Carlos del Príncipe, construidos después de la toma de la ciudad por los ingleses, los que defendían la urbe por el lado del poniente; y apunta con sagacidad el crecimiento de los barrios de extramuros, de manera que “El terreno intermedio lo ocupan los arrabales de Horcón, de Jesús María, de Guadalupe y Señor de la Salud, que cada año van estrechando más el Campo de Marte”.9 De los grandes edificios y palacios habaneros, dice que son “menos notables por su hermosura que por lo sólido de su construcción”, y sobre las calles no deja de expresar su asombro por el sistema utilizado para su pavimentación:

Las calles son estrechas en lo general, y las más aún no están empedradas. Como las piedras vienen de Veracruz, y el transportarlas es muy costoso, habían tenido, poco antes de mi viaje, la rara idea de suplir el empedrado por medio de la reunión de grandes troncos de árboles, como se hace en Alemania y en Rusia, cuando se construyen diques para atravesar parajes pantanosos. Bien pronto abandonaron este proyecto y los viajeros que llegaban de nuevo veían con sorpresa los más hermosos troncos de caoba sepultados en los barrancos de La Habana.10

Sin embargo, la mayor antipatía del barón tiene que ver con el pavoroso estado higiénico de la ciudad y su deplorable trazado urbano:

Durante mi estancia en la América española, pocas ciudades de ella presentaban un aspecto más asqueroso que La Habana, por falta de buenas autoridades; porque se andaba en el barro hasta la rodilla; la multitud de calesas o volantes, que son los carruajes característicos de La Habana; las carretas cargadas de cajas de azúcar, los cargadores que se movían entre los transeúntes; todo ello hacía enfadosa y humillante la situación de los de a pie. El olor de la carne salada o del tasajo apestaba muchas veces las casas y las calles tortuosas. […] Allí, como en nuestras ciudades más antiguas de Europa, un plan de calles mal trazado no puede enmendarse sino muy lentamente.11

El lamentable estado sanitario de la ciudad es una constante en la visión de todos los viajeros,12 y fue causa de no pocas enfermedades, entre ellas la epidemia de dengue que narra el religioso estadunidense Abiel Abbot durante su breve estancia habanera en 1828, la que afectó al propio Capitán General, y que Abbot llama “una curiosa dolencia bastante prevaleciente en la ciudad […] una especie de influenza, más molesta que peligrosa”. 13 Aún peor que el dengue era el pronóstico médico de que a esta dolencia sucedería la del cólera, cuya iniciación había tenido lugar en la India. En efecto, el cólera hizo su aparición en los años de 1832 y 1833 y la ciudad resultó severamente afectada, al extremo de que: “Casi todos los habitantes se infestaron y alrededor del diez por ciento falleció. En los campos, la quinta parte de las dotaciones de esclavos de Occidente debió ser remplazada”.14 Se calculan en treinta mil las defunciones provocadas por el mal, fundamentalmente entre la población negra y pobre,15 aunque hubo víctimas ilustres como el pintor Juan Bautista Vermay y su esposa. Otros brotes de cólera azotarían la ciudad en 1850 y 1867.

No obstante, la dureza de las críticas al estado higiénico de la urbe y sus insuficientes corolarios urbanísticos, Humboldt reconoce la belleza y funcionalidad del Paseo de Intramuros o Alameda de Paula y del situado exterior a la Muralla, el Nuevo Prado. Como sabio naturalista, elogia la belleza del Campo de Marte y del Jardín Botánico, al tiempo que deplora como hombre liberal e ilustrado los cercanos barracones dedicados a la venta de esclavos. En el momento de su visita, había una población de cuarentaicuatro mil personas, de ellas veintiséis mil eran de tez negra o mulata. Y advierte como la presión demográfica se ha trasladado al lado exterior del recinto amurallado, devenido en una zona de exclusión social y conflicto con las autoridades:

Una población casi igual se ha refugiado en los grandes arrabales de Jesús María y de la Salud; pero este último no merece el hermoso nombre que tiene, pues aunque la temperatura del aire es en él menos elevada que en la ciudad, las calles habrían podido ser más anchas y mejor trazadas. Los ingenieros españoles, de treinta años a esta parte, hacen la guerra a los habitantes de los arrabales, probando al gobierno que las casas están demasiado cerca de las fortificaciones, y que podría alojarse el enemigo impunemente en ellas. No hay firmeza para demoler los arrabales, y arrojar de ellos una población de 28.000 habitantes reunidos solo en el de la Salud. […] Los habitantes de los arrabales han presentado muchos proyectos al rey, según los cuales podrían comprenderse aquellos en la línea de fortificaciones de La Habana, y legalizar su posesión, que hasta ahora solo se funda en un consentimiento tácito.16

Humboldt menciona además el proyecto de realizar un foso ancho desde el Puente de Chávez, cerca del Matadero, hasta San Lázaro, lo que haría de La Habana intramural una isla, con el objetivo de ampliar las defensas de la ciudad. Sobre los mercados y el consumo interno de alimentos abunda: “Los mercados de la ciudad están bien provistos. En 1819 se calculó con exactitud el precio de las mercancías y de los comestibles que dos mil animales de carga llevan diariamente a los mercados de La Habana, y se vio que el consumo de carnes, maíz, yuca, legumbres, aguardiente, leche, huevos, forraje y tabaco de humo subía anualmente a 4.480.000 pesos fuertes”.17

El sabio alemán consideró que La Habana, con sus 130 mil habitantes, se encontraba entre las seis ciudades de mayor población en América, junto a México, Nueva York, Filadelfia, Rio de Janeiro y Bahía. Realizó cálculos científicos sobre las tasas de natalidad y mortalidad entre sus habitantes y asimismo ponderó la elevada proporción de mujeres y extranjeros, muchos de estos últimos propensos a sufrir el efecto de las enfermedades del trópico. También colocó a La Habana como una de las cinco grandes ciudades del mundo comercial de la época, junto a Cantón, Macao, Calcuta y Rio de Janeiro.

Como ya hemos visto, a partir del primer tercio del siglo xix se inició un proceso de expansión urbana sobre el territorio, marcado por un contradictorio escenario de fuga de las clases aristocráticas hacia las zonas limítrofes de la urbe, y de aglomeración de las capas más humildes en el centro. El desarrollo de la ciudad hacia el oeste y el desplazamiento de las clases dominantes a los nuevos barrios provocó una trasformación de la función residencial y un aumento de la densidad poblacional. Un oficial inglés advertía en 1815 que: “la mayor parte de La Habana la constituyen los suburbios, que se extienden por la llanura en dirección al sur, por más de dos millas y que parecen estar enormemente poblados. Varias familias españolas prefieren vivir aquí, aunque conservan una casa en el interior para presumir”.18

Ello determinó cambios en la división administrativa y en la legislación para el control del suelo urbano y de la higiene general de la urbe; en tal sentido, en 1806 se concluyó el Cementerio General, promovido por el obispo vasco Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa, que sacó los enterramientos de las iglesias; en 1807 la ciudad fue dividida en dieciséis barrios o capitanías de partido y en 1817 se estableció una reglamentación para controlar el trazado urbano de extramuros, siguiendo las normas dictadas por el coronel Antonio María de la Torre.

Una década más tarde, según el censo de 1827, la población de La Habana, incluyendo las partes de intramuros y extramuros, alcanzó la notable cifra de cien mil habitantes.

Avenida del puerto, La Habana

Un año después, en 1828, tuvo lugar un hecho de enorme valor simbólico, cuando se erigió en el lugar donde la tradición establecía la celebración de la primitiva misa y cabildo de la villa, el edificio neoclásico conocido como El Templete, primera construcción en dicho estilo que tuvo la ciudad. Fue consagrado en misa solemne por el obispo Espada y su simbolismo, pese a estar dedicado al monarca absolutista Fernando VII, reside en la analogía de libertades ciudadanas que sugiere con la Tribuna Juradera de Guernica, en el País Vasco.19 Sus sólidas pilastras rematadas en piñas nos recuerdan el poema neoclásico de Manuel de Zequeira y Arango, y su interior está ornado con cuadros alegóricos del pintor francés Vermay, discípulo de David y fundador de la Academia de Pintura de San Alejandro en 1818.

Del mismo modo que El Templete, la arquitectura dominante en las construcciones civiles y domésticas habaneras fue el neoclasicismo, cuyos elementos fundamentales fueron el uso de pilastras, cornisas y guarniciones clásicas, adosadas en las fachadas de inmuebles más antiguos, y la construcción de casas precedidas por portales con largas columnatas, las que incorporan a fines del siglo los portales con arcos y también otros elementos de estilo neomedieval, como es notable en la grandiosa portada del Cementerio Cristóbal Colón (1871-1886), obra del arquitecto español Calixto de Loira.

Entre las mansiones de mayor riqueza arquitectónica, que reflejan al mismo tiempo la fortuna de sus dueños, destacan la de los Alfonso, O’Farril, Joaquín Gómez, el marqués de la Real Proclamación y de la Real Campiña, el marqués de Balboa, la marquesa de Villalba, el conde de Casa Montalvo y la de Domingo Aldama y su yerno Domingo Delmonte, en las inmediaciones del Campo de Marte. Esta suntuosa vivienda fue considerada por el historiador de la arquitectura Joaquín Weiss como la más importante de las mansiones urbanas de la primera mitad del siglo xix20 y se le comparaba como el equivalente neoclásico del barroco Palacio de los Capitanes Generales.

El período de 1834-1838 se caracterizó por un amplio plan de obras públicas diseñado por el capitán general Miguel Tacón. En medio de una fuerte pugna con la sacarocracia criolla –expresada en la figura de Claudio Martínez de Pinillos (Conde de Villanueva) –, Tacón realizó importantes obras en el espacio urbano, las que embellecieron la ciudad y crearon nuevas edificaciones: mercados, teatros, plazas y paseos, muchos de ellos ostentando su nombre, de triste recordación para los cubanos por motivos políticos. En el plano militar y de orden interior fue notable la construcción del Campo de Marte en el área de extramuros y de la cárcel nueva o Cárcel de Tacón.

El Paseo Militar, obra de Mariano Carrillo de Albornoz, no solo sirvió para expresar el talante marcial del gobernador, sino que expandió considerablemente los terrenos para el ocio y la diversión de las élites criollas. Entre los mercados se destaca el de la Reina Cristina o de Fernando VII sobre los terrenos de la Plaza Vieja, el Mercado del Santo Cristo, la Pescadería, ubicada en terrenos aledaños a la Plaza de la Catedral, y el Mercado de Tacón, en el área de extramuros conocida como Plaza del Vapor. También llevó el nombre de Tacón un coliseo, considerado entre los mejores de su época, donde se estrenó la primera obra moderna del teatro cubano, El conde Alarcos, de José Jacinto Milanés, un drama de argumento medieval donde la oligarquía criolla quiso ver una secreta alusión contra el gobierno autoritario y despótico de su constructor. Al mismo tiempo que se mejoró el alumbrado público de la ciudad, se creó un cuerpo de serenos y bomberos, se dispuso la higienización y la pavimentación de las calles con el método de Mac Adams y se acometió la fábrica de cloacas y sumideros. Finalmente, Tacón numeró las calles con el sencillo método, todavía vigente, de colocar los números pares e impares en ambas aceras.21

En contrapartida al plan de modernización ejecutado por Tacón, la sacarocracia criolla impulsó su propio proyecto urbano, trazado por el intendente de hacienda Claudio Martínez de Pinillos, quien trató de resignificar los espacios citadinos dotándolos de nuevas construcciones de gran beneficio público, como el Acueducto de Fernando VII, y de un alegórico mobiliario urbano, donde destacaba con particular simbolismo La Fuente de la India, una representación de la ciudad bajo la apariencia de una princesa aborigen, a la que cantó el poeta Gabriel de la Concepción Valdés Plácido.

En opinión del historiador Juan Pérez de la Riva, esto se tradujo en un tour de forcé entre dos concepciones opuestas de la ciudad, en el cual:

Los citadinos pudieron comparar a su antojo la bella pila de Neptuno en el muelle del Comercio que el General mandó esculpir en Génova, en mármol de Carrara, con la espléndida Fuente de la India o de la “Noble Habana” colocada en el Paseo de Isabel II que también de mismo material vino de Italia; el solemne mercado de Tacón con la graciosa estación de Villanueva; las escuelas tecnológicas y los hospitales del Intendente con la magnífica cárcel del Gobernador, la más espaciosa de las Américas, según su promotor; la utilidad del bello Paseo Militar o de Tacón… con la del Acueducto de Fernando VII.22

En 1837 el desarrollo económico azucarero, asociado a la plantación esclavista, hizo que la emprendedora burguesía cubana consiguiera que La Habana fuera la primera ciudad en el mundo hispano en contar con un ferrocarril, que en su etapa inicial llegó hasta la villa de Güines. La estación desde donde partían los trenes llevaba el nombre de su promotor, el conde de Villanueva, y estaba conformada por dos edificios principales que se encontraban separados por el área del camino de hierro. La fachada presentaba columnas de estilo dórico y daba al Campo de Marte.23

En 1853 se instaló la primera línea telegráfica, entre La Habana y Bejucal, siguiendo el camino de hierro que unía a ambas localidades, y por entonces también se lanzó el primer cable telegráfico submarino, que llegaba hasta la Florida y conectó a Cuba con la red internacional. Asimismo, La Habana estuvo entre las primeras ciudades que contó con alumbrado de gas (1846), luz eléctrica (1877), telefonía (1879) y una proyección cinematográfica (1897). Sin embargo, quizás el invento más importante asociado a la ciudad fue el descubrimiento del teléfono eléctrico en 1849, realizado por el florentino Antonio Meucci, superintendente técnico del Teatro Tacón quien denominó a su sistema “telégrafo parlante”, y estaba encargado por el capitán general O’Donnell de realizar trabajos de galvanoplastia.

El proceso de desamortización, iniciado en 1835 en España por el progresista Juan Álvarez de Mendizábal, tuvo su repercusión en La Habana a inicios de la década de 1840, con la expropiación de los bienes de la iglesia que pasaron a manos de la Corona. En consecuencia, en el convento de los dominicos se ubicó el Cuerpo de Ingenieros del Ejército y la antigua universidad escolástica fue laicizada bajo el título de Real y Literaria; el templo y el monasterio de San Francisco de Asís fueron destinados a depósitos de mercancías y Archivo General de la Isla, y el convento de Belén quedó para oficinas del gobierno, hasta 1854 en que fue adjudicado a la orden jesuita.

En la década de 1840, algunos espacios públicos como la Alameda de Paula fueron rediseñados y reformados, añadiéndoseles farolas y cercas de hierro. De igual modo surgieron otros paseos marítimos como la Cortina de Valdés y el Paseo de Roncali, en un intento por resignificar el borde interior de la bahía, lugar de acceso de la ciudad por mar. El antiguo teatro principal ubicado en un extremo de la Alameda de Paula también fue intervenido, pero el ciclón de 1846 terminó de demolerlo y nunca más fue restaurado, ocupando su lugar un hotel para viajeros.

Hubo también teatros en el Campo de Marte, donde inició su brillante carrera el actor Francisco Covarrubias, el “caricato” habanero; el Diorama (1830), inaugurado en los terrenos del antiguo Jardín Botánico, y el llamado Circo Habanero (1846), rebautizado como Teatro Villanueva. Ya en la segunda mitad del siglo, aparecen nuevos teatros cuyos nombres estaban asociados a la colonia española como los vascos Albisu (1870) e Irijoa (1884) y los catalanes Payret (1877) y Jané (1881). Todos ellos rivalizaban entre sí por atraer al público peninsular y criollo, y el Irijoa en particular fue la sede por muchos años de los bufos cubanos y dio cabida a reuniones obreras y del Directorio de la Raza de Color.

Tranvía tirado por caballos. Prado y Neptuno. La Habana a finales del siglo XIX

El novelista Cirilo Villaverde, en un artículo de enero de 1842, daba cuenta de los enormes progresos urbanos y adelantos en la vida económica y comercial de la metrópoli. Sobre los nuevos límites citadinos dice:

En vano, pues, ha sido oponerle murallas y abrirle fosos. Estos y aquellas los ha traspasado, derramándose por el sur hasta Jesús del Monte, cuya pequeña iglesia, sobre una verde colina asentada, al mismo tiempo que de atalaya, parece puesta allí por la Providencia para impedir que el pueblo se desbande por los campos. Por el sudoeste, entre famosas quintas y alegres casas, salvando el profundo Casiguaguas, no ha detenido su carrera hasta darse las manos con el Quemado. Por el oeste, cubriendo los manglares de La Punta y San Lázaro, lleva trazas de no detenerse hasta besar los muros del Príncipe.24

No escapa al ojo avezado del escritor el elevado número de barcos fondeados en la bahía, ni tampoco cierto desorden en el trazado urbano de las nuevas construcciones y las molestias causadas por el estrépito de centenares de carretas y carretillas en veloz escapada hacia los muelles. Todo ello cambia al anochecer ante la aparición súbita de millares de quitrines y volantas que rodean las grandes residencias, los palacios, los paseos y teatros.25 En una vívida estampa de la riqueza comercial de la urbe expresa:

A esa hora de la noche, asimismo, la ciudad toda, como por encanto, y a la manera de ciertos insectos de nuestros campos, brota luz de sus entrañas; pero no una luz para ofender la vista, sino para reflejarse en los mil variados tesoros que el comercio ha derramado en las tiendas de ropa, de plata, de quincalla, de bruñidos muebles, de ricos paños, de relojes, de joyas, de víveres, de dulces y de cuanto producen las artes y las ciencias en toda la Europa. Y como si fuera absolutamente preciso que los productos de esas naciones fueran expedidos aquí por sus propios hijos, la Alemania y la Inglaterra han poblado nuestros escritorios; la Francia, nuestras relojerías, joyerías, perfumerías, peluquerías, sastrerías y almacenes de modas; la España, nuestras tiendas de telas, de víveres, de quincalla y de sombreros; Italia nos suministra sus buhoneros, organistas y vendedores de estatuas y estampas; Norteamérica, sus caballeritos y saltimbanquis, si bien en esto último va a la parte con Francia; y en fin, el África nos presta los brazos con que labramos los frutos que damos a cambio de sus riquezas artísticas.26

Un hecho que marca la vida de la ciudad a mediados del siglo xix es la llegada, en junio de 1847, de los primeros chinos “contratados” o culíes, poco más de doscientos sobrevivientes de un fatídico viaje iniciado seis meses atrás en las riberas de Amoy. Dicho contrato, por un período inicial de ocho años, encadenaba a los chinos a un sistema de trabajo en condiciones de semiesclavitud y los hacía prisioneros de sucesivas deudas imposibles de pagar. Lo anterior explica que, a pesar de la muerte, la rebelión o el suicidio por el excesivo rigor del trabajo, la imposibilidad de reunir el dinero para la travesía de regreso provocara el surgimiento de una comunidad china relativamente estable, con un elevado índice de masculinidad y juventud, factor también decisivo en su integración al etnos cubano. Fueron ellos los constructores del bullicioso barrio chino habanero, en el espacio limitado por las calles Zanja, Rayo, San Nicolás y el Cuchillo de Zanja.27

En 1849, el historiador, anticuario, pedagogo y geógrafo José María de la Torre publicó un exquisito mapa de La Habana titulado Plano pintoresco de La Habana con los números de las casas. Lo novedoso de este plano es que muestra los nombres de las calles y los números de las viviendas, así como los paseos, fortificaciones, edificios públicos y la división de la ciudad en barrios. Un mapa en recuadro, en el extremo derecho inferior, señala el puerto de La Habana, con las fortificaciones de El Morro, La Punta y La Cabaña. Como detalle artístico, el plano contiene además varias ilustraciones con grabados de Federico Mialhe (1810-1881).

Bajo el gobierno de José Gutiérrez de la Concha, en 1855, se sancionaron nuevas Ordenanzas Municipales, subdivididas en temáticas específicas, aunque no abordaba aspectos como las dimensiones de los paseos públicos y los requerimientos de portales, lo que se logra en 1861, cuando se dictaron las Ordenanzas de Construcción que jerarquizaron calles y avenidas, se refirieron al tráfico de vehículos y enunciaron los atributos arquitectónicos que debían tener los inmuebles en las diferentes zonas de la ciudad.28

Hacia 1850 la urbanización extramuros sobrepasó las calzadas de Galiano y Belascoaín, y el área edificada total ascendía a cuatro kilómetros cuadrados. En un proceso de rápida expansión hacia el oeste, la ciudad va extendiendo su frontera que en 1890 coloca el límite construido en la Calzada de Infanta, con un área total de diez kilómetros cuadrados. En 1862 la población sobrepasa los 140 mil habitantes, la mayoría fuera de las murallas, y tres decenios más tarde rebasa las doscientas mil almas.29 Se hacía evidente que el ensanche de la urbe fuera del cercado pétreo había formado dos ciudades, una dentro de las murallas, llamada desde entonces La Habana Antigua o Vieja, y otra Extramuros llamada La Habana Nueva o Moderna, de creciente importancia económica. En consecuencia, las murallas eran cada vez más inútiles para la defensa ciudadana, pues una parte considerable de estas se encontraban fuera de sus límites y el desarrollo de la artillería moderna y de nuevas técnicas militares tornaba inservible una defensa concebida para la época de corsarios y piratas.30

Asimismo, estaba el grave inconveniente de que el lienzo dejaba incomunicada de noche a la sección de extramuros. La única solución posible a esta paradoja urbana era, como afirma la investigadora Felicia Chateloin: “escapar de las murallas, ya obsoletas”.31 Todos estos motivos llevaron al Ayuntamiento a solicitar desde inicios del siglo su derribo, pero numerosas dilaciones propias de la burocracia colonial no hicieron efectiva esta decisión hasta el 8 de agosto de 1863. El acto titánico de demolerlas, al igual que el de su construcción, corrió a cargo de esclavos fugitivos de sus amos y cimarrones capturados, penados con tan formidable castigo. Sin embargo, y a pesar de que con relativa rapidez se abrieron numerosos boquetes en el colosal muro, permitiendo la salida de las calles y la construcción de paseos, plazas y nuevos edificios, la obra no se concluyó hasta la época de la intervención estadunidense de 1899 a 1902, por los planes de saneamiento y obras públicas del gobierno interventor, empeñado en sustituir los antiguos símbolos del poder colonial por nuevas metáforas de la modernidad y el progreso.32

Por estos años, en 1857, José María de la Torre publicó su ensayo Lo que fuimos y lo que somos o La Habana antigua y moderna, donde se compendian numerosos aspectos de la historia de la ciudad, algunos de carácter erudito y otros, sencillas curiosidades. Como apéndice, le incorporó un texto costumbrista titulado “Un día en La Habana”, donde se observa con sagacidad el ambiente urbano, inestable, cosmopolita y ruidoso, de mediados del siglo xix:

El aturdidor sonido del martillo en el taller del artesano, el del canto penetrante de los africanos ocupados en entongar, pesar, cargar y descargar los carretones de cajas de azúcar o café; el de los monótonos temas del ambulante organista; […] el agudo pregonar de las fruteras y vendedores de ropa que pululan por las calles; el continuo transitar de más de cuatro mil carruajes y de hombres de todas edades que circulan en distintas direcciones, forman un cuadro difícil de pintar. Los litigantes, procuradores, oficiales de causas con sus expedientes debajo del brazo, se dirigen a los tribunales o escribanías para dar a las causas el curso que las leyes recomiendan; las bellas habaneras luciendo sus celebrados breves pies en las conchas de elegantes quitrines, ocupan las puertas de los establecimientos de prendería, modistas y tiendas de ropa […]. La bahía, las cercanías de la Aduana, el muelle, ¡qué Babilonia! Túrbase la vista al contemplar el continuo y rápido movimiento de millares de buques de todos tamaños y naciones, que figurando espesos bosques con sus empinadas arboladuras, surcan las aguas de la bahía en todas direcciones, cruzándose unos a otros, girando sobre sí mismos y describiendo toda clase de figuras geométricas, ya para atracar a los muelles y sufrir carenas, ya en fin para cargar o descargar.33

Un hecho que marcó la modernidad habanera fue la creación del ferrocarril urbano en 1857, compuesto por coches de tracción animal que rodaban sobre líneas férreas, lo que posibilitó la conexión más eficiente con otras zonas periféricas de la urbe como el Cerro, o con la zona llamada tradicionalmente Monte Vedado. Ya desde antes, en 1842, existía una empresa de ómnibus interurbanos para realizar viajes desde la ciudad intramuros hasta Carraguao y el Cerro. Se le llamó originalmente Empresa de Ómnibus de La Habana al Cerro y su propietario principal fue Francisco de Cárdenas. A partir de 1863, el Ferrocarril Urbano y los Ómnibus de La Habana se unificaron en una sola empresa.

Las poblaciones más importantes que se desarrollaron a lo largo del siglo xix fuera de las Murallas serían el Cerro, Jesús del Monte, El Vedado y Marianao. En el caso del Cerro, se trató de un asentamiento de las élites de los primeros años de ese siglo, que se extendía por el Camino Real de la Vueltabajo, luego llamado Calzada del Cerro, lugar muy apreciado por su belleza natural y donde discurría un tramo de la Zanja Real. Entre sus pobladores originarios estuvieron Juan Antonio Cortina, Felipe Tejas –quien dejó su apellido en una famosa esquina de la calzada principal–, el marqués de San Miguel de Bejucal y otros miembros de la nobleza criolla, que construyeron allí sus palacetes y casas quintas para la temporada veraniega, equipándolas con fuentes, estanques y baños que recordaban las termas romanas. Estas lujosas viviendas asumían una arquitectura de orden neoclásico y estaban rodeadas de árboles frutales y jardines, como en los casos de la quinta de los condes de Santovenia, el conde de Gibacoa y el conde de Palatino. Otras mansiones de igual porte fueron las del conde de Villanueva, el conde de Fernandina, los marqueses de Sandoval y Pinar del Río, la San José, de Susana Benítez, la de Arango, las de los Carvajal, los Lluria y, más hacia el interior de la barriada, la quinta de Echarte. En opinión de los arquitectos Mario Coyula e Isabel Rigol: “La Calzada, con sus más de tres kilómetros de longitud, es el espinazo de El Cerro. Este barrio, cuyo impresionante esplendor y rápida decadencia ocurrió entre el segundo tercio y último cuarto del xix, fue el principal exponente de la arquitectura neoclásica cubana. Ninguna otra ciudad importante de América Latina produjo o pudo conservar un eje urbano decimonónico tan relevante y coherente”.34

Paseo de Carlos III

Un caso semejante al del Cerro fue el del barrio de Jesús del Monte, que se expandió a lo largo de la calzada homónima, la que alcanzaba hasta Santiago de las Vegas y Bejucal. Su jurisdicción comprendía a mediados del siglo unas cinco leguas cuadradas, y contenía los poblados de Arroyo Naranjo, Arroyo Apolo, San Juan y la Víbora, con una población en 1858 que superaba los cuatro mil habitantes. En opinión del historiador Emilio Roig: “Jesús del Monte no sustituyó nunca al Cerro como barrio ‘elegante’, ya que este destino estaba reservado al Vedado”.35

Los promotores de la urbanización del Monte Vedado fueron José Domingo Trigo, iniciador del negocio del ferrocarril urbano, y José Frías, hermano del conde de Pozos Dulces. De acuerdo al plano del ingeniero Luis Iboleón Bosque, se parceló un territorio de 156 hectáreas en 105 manzanas cuadradas de cien por cien metros, ordenadas en una retícula perfecta. La calle principal de este reparto era una amplia avenida de veinticinco metros de ancho, por donde circularía el ferrocarril urbano. 36 La ocupación inicial de las parcelas fue lenta, pero ya en la década de 1880 la fama del lugar como espacio saludable y cercano al mar comenzó a crecer y promovió las nuevas urbanizaciones de las fincas Medina y Rebollo en 1883 y 1885. Esto trajo la aparición de una nueva vía de comunicación principal, llamada Calzada de Medina (actual calle 23). Junto a las casas y quintas que ocuparon los lotes del reparto, también hubo espacios de ocio, dedicados a baños públicos y a juegos como el beisbol, cuyos terrenos más importantes, los del Club Habana, estuvieron ubicados cerca de la intersección de las calles Línea y G.

Como sus homólogos del Cerro y Jesús del Monte, Marianao fue sitio de veraneo y curación para las clases acomodadas, por la presencia de los baños del río homónimo y un manantial con aguas medicinales en el río Quibú. En 1858 comenzó el ensanche del antiguo caserío de los Quemados con su división en los repartos La Isabela y Panorama, a los que seguirían varios más: Navarrete, Cañas de Pluma, Corinto, Dolores y Padre Zamora. Para 1870 el poblado alcanza los 4700 habitantes y en 1878 se constituye como municipio con cuarentaicuatro calles, 785 casas, cincuentaiocho predios rústicos, el ingenio de azúcar Toledo, propiedad de Francisco Durañona, talleres, potreros y estancias de labor. En 1880 se publicó el primer periódico de la localidad y en 1881 se inauguró el Hipódromo de Marianao, que tuvo fama en toda la ciudad. 37

Al finalizar el siglo xix, la ciudad había derramado sus bordes por un amplio perímetro, en un desplazamiento radial como lo describió el historiador Elías Entralgo: “La Habana […] ya villa, se trasladó del sur para el norte y del oeste para el este: y más tarde, ciudad, creció primero por el nordeste (Habana Vieja), y luego por el este hacia el sur (Jesús del Monte), por el centro (Cerro) hacia el norte (Vedado) para agonizar donde tuvo su infancia: en la desembocadura del río Almendares. Su adaptación, por lo tanto, ha sido circular y variada”.38

1 Manuel Moreno Fraginals: El Ingenio, complejo económico-social cubano del azúcar, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1978.

2 Juan Pérez de la Riva: El barracón y otros ensayos, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975.

3 María del Carmen Barcia: Burguesía esclavista y abolición, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1987.

4 Jorge Ibarra Cuesta: Marx y los historiadores ante la hacienda y la plantación esclavista, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2008.

5 Citado en: Ángel Augier: Poesía de la ciudad de La Habana, La Habana, Editorial Letras Cubanas/Ediciones Boloña, 2001, p. 27-28.

6 Citado por Emilio Roig de Leuchsenring: La Habana. Apuntes históricos, La Habana, Editorial del Consejo Nacional de Cultura, 1963, t. I, p. 247.

7 Ibídem, p. 250.

8 Manuel de Zequeira y Arango: “El reloj de La Habana”, Papel Periódico de La Havana, 9 de agosto de 1801.

9 Alejandro de Humboldt: Ensayo político sobre la isla de Cuba, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 2005, p. 32.

10 Ibídem, p. 32-33.

11 Ibídem, p. 33.

12 Francis Robert Jameson hace referencia a que la ciudad vive agobiada por una permanente “asamblea de malos olores”, donde prevalece “el insoportable mal olor de los almacenes de bacalao que se importan para el sustento de los negros”, unido a las emanaciones de la basura que se acumula en las callejuelas estrechas y húmedas, marcadas por el surco de los carruajes y las patas de los caballos, llenas de detritus animales y podredumbres humanas. Francis Robert Jameson: Letters from the Havana: During the Year 1820; Containing an Account of the Present State of the Island of Cuba and Observations on the Slave Trade, London, John Miller, 1821. Cito por su traducción como “Cartas habaneras”, en: Juan Pérez de la Riva: La isla de Cuba en el siglo xix vista por los extranjeros, p. 51. Sobre este mismo asunto apunta el joven francés Eugenio Ney en 1830: “Yo creo que no hay en el mundo calles más sucias que las de La Habana. Apenas se puede caminar más que en fila junto a las casas, salpicados por las volantas que se cruzan, detenidos por las carretas que llevan el azúcar y el café, y por inmensas hileras de mulas, de negros, de capuchinos, de entierros y de procesiones que se suceden sin interrupción”, Cuba en 1830 (Diario de viaje de un hijo del Mariscal Ney), Introducción, notas y bibliografía por Jorge J. Beato Núñez, Miami, Ediciones Universal, 1973, p. 34-35.

13 Abiel Abbot: Cartas escritas en el interior de Cuba: entre las montañas de Arcana, en el este, y las de Cusco, al oeste, en los meses de febrero, marzo, abril y mayo de 1828, La Habana, Consejo Nacional de Cultura, 1965, p. 350.

14 Adrián Lopez Denis: “Higiene pública contra higiene privada: cólera, limpieza y poder en La Habana colonial”, Estudios Interdisciplinarios de América Latina y El Caribe, Universidad de Tel Aviv, v. 14, n. 1, enero-junio de 2003.

15 Enrique Beldarraín Chaple y Luz María Espinosa Cortés: “El Cólera en la Habana en 1833. Su impacto demográfico”, Diálogos: Revista Electrónica de Historia, San José, Costa Rica, v. 15, n. 1, febrero-agosto de 2014, p. 155-173.

16 Ensayo político sobre la isla de Cuba, p. 35-36.

17 Ibídem, p. 48.

18 “La Habana en 1814-15 según Sir John Maxwell Tylden”, Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, n. 2, mayo-agosto, 1972, p. 92.

19 Fernando Ortiz: “La hija cubana del Iluminismo”, Revista Bimestre Cubana, La Habana, v. LI, n. 1, enero-febrero de 1943.

20 Joaquín Weiss: La arquitectura colonial cubana, 2a ed., La Habana/Sevilla, Editorial Letras Cubanas/ Agencia Española de Cooperación Internacional, 2002, p. 375.

21 Felicia Chateloin: La Habana de Tacón, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1989, passim.

22 Juan Pérez de la Riva: Correspondencia reservada del capitán general Don Miguel Tacón, La Habana, Biblioteca Nacional José Martí, 1963, p. 341.

23 Alejandro García y Oscar Zanetti: Caminos para el azúcar, La Habana, Ediciones Boloña, 2017, p. 31- 50.

24 Cirilo Villaverde: “La Habana en 1841”, El Faro Industrial de la Habana, 1o de enero de 1842.

25 Según el censo de 1827, en las calles de La Habana circulaban 467 quitrines y 2184 volantas.

26 Cirilo Villaverde: “La Habana en 1841”.

27 Juan Pérez de la Riva: Los culíes chinos en Cuba, La Habana, Fundación Fernando Ortiz, 2000, p. 250.

28 Este reglamento fue aprobado y se autorizó su publicación en enero de 1862, pero su edición oficial se realizó en 1866. Otras legislaciones posteriores que regularon el cuerpo urbano fueron las Ordenanzas Municipales de 1881, la Ley General de Obras Públicas de 1883 y la Ley de Aguas de 1891.

29 Emilio Roig de Leuchsenring: La Habana. Apuntes históricos, t. II, p. 14.

30 El oficial inglés sir John Maxwell Tylden apuntaba en 1815: “La ciudad está amurallada, pero los muros están deteriorados por todas partes, y parece que nadie se ocupa en repararlos. En la actualidad, una fuerza muy reducida podría tomar La Habana”, véase: “La Habana en 1814-15 según Sir John Maxwell Tylden”, Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, n. 2, mayo-agosto, 1972, p. 91.

31 Felicia Chateloin: La Habana de Tacón, p. 22.

32 Carlos Venegas Fornias: La urbanización de Las Murallas: dependencia y modernidad, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1990, passim.

33 José María de La Torre: Lo que fuimos y lo que somos o La Habana antigua y moderna, Habana, Imprenta de Spencer y Compañía, 1857, p. 175-176.

34 Mario Coyula e Isabel Rigol: “La Calzada del Cerro: esplendor y ocaso de La Habana neoclásica”, Arquitectura y Urbanismo, Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría, v. XXVI, n. 2, 2005, p. 29.

35 Emilio Roig de Leuchsenring: La Habana. Apuntes históricos, t. II, p. 18.

36 Maria Victoria Zardoya: “La ley y el orden”, Regulaciones urbanísticas de la Ciudad de La Habana. El Vedado, La Habana, Dirección Provincial de Planificación Física, 2006, p. 27.

37 Fernando Inclán Lavastida: Historia de Marianao, Marianao, Editorial “El Sol”, 1952, cap. VI.

38 Elías Entralgo: “El capitalinismo habanero”, en Loló de la Torriente: La Habana de Cecilia Valdés, la Habana, Jesús Montero Editor, 1946, p. 5.

Tomado de la revista La Gaceta de Cuba No 1 enero/febrero de 2019: http://www.uneac.org.cu

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Nuevos imaginarios en torno a la pareja en el cine posmoderno (II y final)

Nymphomaniac (2013) de Lars von Trier

Por Gérard Imbert

Amores líquidos: La in-mediatez como respuesta a la presión del tiempo

De Antes del amanecer de Richard Linklater (1994) a El tiempo de los amantes de Jérôme Bonnell (2013)

En algunas películas, duda, incertidumbre, miedo a amar y a comprometerse, llevan la inestabilidad hasta el punto de buscar la máxima inmediatez en la relación, al margen de todo compromiso. La intensidad se impone en detrimento de la continuidad. Sin duda podemos ver aquí la traducción de lo que varios analistas de la sociedad actual llamaron presentismo (Maffesoli, 1988; Bauman, 2005), el volcarse en el presente por miedo al futuro que, en la pareja, expresa el temor al sentimentalismo, la voluntad de mantener siempre un espacio de libertad individual. El presentismo se traduce en in-mediatez, el concebir la relación en el inmediato presente, sin la mediación de ningún sistema simbólico, al margen de los modelos existentes. Se plasma en “amor líquido” para retomar la expresión de Zygmunt Bauman (Bauman, 2005)2: el tener relaciones de quita y pon, dentro de un contrato revocable, que es como una alternativa posmoderna al amor romántico.

Pero lo que podríamos ver como negativo (la falta de compromiso) no es incompatible con la calidad de la relación. Así se manifiesta claramente en dos películas que merecen atención: Antes del amanecer y El tiempo de los amantes. La primera es parte de una trilogía magistral Richard Linklater, director procedente del cine indie de los 90, definitivamente reconocido por su última película Boyhood. La segunda sorprende por lo insólito del planteamiento amoroso, como una versión posmoderna del engaño conyugal, también intensamente inscrita en el tiempo, aunque se trate de un amor efímero.

Antes del amanecer es un juego de la verdad amorosa. Es todo diálogo, hay pocas situaciones narrativas, grado cero de acción. A raíz de un encuentro fortuito en una estación de tren -no lugar por excelencia-, Céline, una discreta joven francesa (Julie Delpy) y un espabilado americano, Jesse (Ethan Hawke), que están de paso, deciden pasar el día juntos en Viena y explorar a fondo la relación, con la única condición de que al amanecer se separen como si nada. “Piensa que esta noche es la única noche”, le dice él al son de Dido and Aeneas de Franck Purcell, y más adelante: “Como una primera vez, pero sin sexo”.

A diferencia de Breve encuentro (1946) de David Lean, el reto es quererse sin caer en el código romántico y evitando la rutina emocional de la pareja, amar en tiempo real, con la máxima intensidad, sabiendo que no va a tener continuación, situación paradójica si las hay. En un guiño a Hou Hsiao-hsien, todo empieza con dos trenes que se cruzan en la estación. Es el tiempo de cruzar también visiones sobre el hombre, la mujer, de vivir el momento en que el instante se estira indefinidamente y los sentimientos se explayan, se contrastan, los sueños afloran y se llega a una especie de sublimación amorosa. Como dice Céline: “Sabes, creo que, si hay alguna clase de dios, no puede estar en ninguno de nosotros, ni en ti, ni en mí, pero tal vez en este pequeño espacio que queda entre ambos.” Lo mismo pasa con la verdad en la pareja, está siempre entre-deux, nadie tiene razón, de ahí su química particular. Y si hay algo de reality show en este encuentro, es un destape emocional en la máxima intimidad, fuera de toda regla, de todo contrato, sin apuesta que no sea llegar al fondo de la verdad, de los papeles masculinos y femeninos.

Proceso de puesta al desnudo, de puesta a prueba de la identidad, de suspensión del tiempo, aprovechamiento del espacio para un recorrido virtual (exploración de los posibles), la película se desenvuelve en lo efímero, en la negación de cualquier compromiso y, al mismo tiempo, en la máxima intensidad, como una exploración amorosa similar a la deriva en la ciudad. Azar y no lugar -puesta entre paréntesis del tiempo y del espacio- son lo que posibilitan esta relación que podríamos calificar como líquida (dentro de un contrato revocable en cualquier momento).

Inscrita en ese amor interruptus al que aludía antes, tiene la peculiaridad de cultivar el momento, estirar el tiempo hasta su máxima fruición, de ahí la profundización de la relación que permite. Conforme a una lógica de lo inmanente, entre la “deriva” -el apartarse, evadirse de los caminos trazados-, y la búsqueda de la verdad -el ahondar en la relación-, refleja una búsqueda de lo trascendente en lo inmanente (Maffesoli), en la experiencia vicaria, dentro de una reivindicación absoluta de la soberanía del individuo y de su libre albedrío. El director retomará el tema diez años más tarde, con los mismos actores y coescrito con ellos, en Antes del atardecer (2004) y clausurará la trilogía con Antes del anochecer (2013).

Planteamiento y arranque parecidos en El tiempo de los amantes, pero de acuerdo con otra lógica: un encuentro casual en un tren entre una mujer todavía joven, Alix (Emmanuelle Devos, otra actriz habitual de roles de mujer insegura) y un hombre mayor, irlandés, Doug (Gabriel Byrne), cuyo rostro desprende una profunda tristeza, que la conmueve. Se cruzan las miradas. El azar hace de destino. El estrés de la ciudad, un teléfono móvil sin batería, la imposibilidad de hablar con su pareja hace que Alix persiga a Doug hasta un encuentro furtivo en un hotel y no se incorpore a la obra de teatro en la que está actuando. Todo los opone: la edad, el carácter, el idioma, las circunstancias, pero no impide, durante las pocas horas que dura el encuentro, una fuerte conexión, sin apenas mediar palabras.

No estamos en el encuentro puramente sexual, tampoco en la infidelidad del cine moderno. Hay algo más, una atracción fatal, un deseo, más o menos consciente, de volver sobre sí mismo, una fascinación, por lo contrario, que hacen de esta película otra muestra de los amores líquidos. Ella es todo estrés, indecisión, actos fallidos, dolor a flor de piel, sin dominar, que se traduce en un balanceo a imagen de sus dudas; él es autocontrol, contención, paciencia y aparente impasibilidad. Es interesante aquí la oposición de dos mundos: uno dominado por el ritmo frenético de la ciudad, la descolocación del personaje, sensaciones superficiales, y otro mundo interior, el del dolor, del sentir profundo, de la “reflexión”. Estrés vs dolor, tal podría ser la disyuntiva: el primero impide lo segundo, no hay tiempo en la cultura actual para el sentir; el sujeto posmoderno es el del tránsito permanente, del no estar en ningún lugar.

La clave es el tiempo: en esta vida no hay tiempo para “comprometerse”, no en el sentido moderno (político) sino en el sentido de entrega y disponibilidad; por eso no se trata aquí del típico flechazo romántico o engaño amoroso y no es incompatible con otra relación estable. Flash más que flechazo, amar (realmente) solo puede ser en lo efímero, en un tiempo robado al tiempo normativo (el no tiempo social), al margen de los lugares consagrados, en los no lugares (tren, bar, calle, hotel). La felicidad -como recuerda la frase del matemático y filósofo Pascal que se cita- no existe, se desea o se añora porque no existe en el presente, porque el hombre “no sabe estarse quieto en un mismo lugar” … ¿Dónde está pues la realidad? ¿En el “ataque de realidad” que es la gran ciudad, continuamente amenazada por la falta de tiempo, o en el vivir intensamente algo sin mañana, como entre paréntesis en el tiempo?

Como vemos, el tiempo es fundamental en la construcción de la identidad y de la relación, pero es aquí el tiempo de la “aventura” (el título original es precisamente: Le temps de l’aventure), no la aventura burguesa (la traición hacia el otro) sino la aventura como puerta abierta a los posibles, experiencia del otro y de lo contrario que le devuelve a uno su disponibilidad. La aventura es más existencial que conyugal, no es la aventura amorosa sino el amor como aventura, el amor gratuito, no encaminado hacia un fin, un perderse en… más que un encontrarse.

Más allá de la “relación”: juegos con los límites y las categorías, amores extremos, agonísticos

La isla de Kim Ki-duk (2000), Closer de Mike Nichols (2004), Anticristo (2009), Melancolía (2011), Nymphomaniac (2013) de Lars von Trier, Joven y bonita de François Ozon (2013), Mes séances de lutte de Jacques Doillon (2013), Trance de Danny Boyle (2013), Perdida de David Fincher (2014).

Si las películas analizadas hasta ahora plantean la posibilidad de la pareja, otras exploran sus abismos insondables, llevando la tensión al máximo y el juego con los límites hasta los extremos, hasta la disolución de la pareja. Estamos ante una estructura agonística, ante parejas que viven en una permanente lucha, más allá del amor, en un enfrentamiento que diluye las fronteras entre categorías, en el que pulsión de vida y pulsión de muerte acaban confundiéndose y donde el dolor es central, el dolor de vivir y el dolor ante la dificultad de amar.

En Kim Ki-duk, la figura del dolor es central, no solo como estado psicológico sino como principio existencial, el dolor es lo que impulsa a los personajes a amar, se confunde con la pulsión de vida. En La isla, es literalmente visceral la fuerza que atrae y une a los dos miembros de la pareja, en el no lugar que constituye la isla, cada uno desde su experiencia pasada del dolor. Son espeluznantes las escenas -más allá del verbo, más allá de cualquier expresión sensible- en las que manifiestan carnalmente (y en forma cruenta) esta atracción fatal hacia el otro, ese compartir el dolor en el amor y, sobre todo, la imposibilidad de toda separación. La fusión -que ya no tiene nada que ver con la fusión romántica- se produce en el dolor.

En otro contexto cultural, hay algo parecido en las últimas películas de Lars von Trier. En Anticristo y Nymphomaniac, sexo y dolor son las dos caras de la misma moneda. El dolor, desde la fragilidad y el trauma, es el fermento de la búsqueda sexual, de la interrogación identitaria (como en Joven y bonita) y se convierte en pulsión devoradora (del otro), destructiva (de uno mismo), al igual que la melancolía en la película de mismo nombre. En ésta, Justine -de nombre sadiano- renuncia al matrimonio por falta de apetencia, lo mismo que no teme a la muerte por familiaridad con ella porque la melancolía, al ser un estado que previene contra la angustia de la muerte, crea un desapego hacia la vida y el amor. Estamos más allá de los amores líquidos, del miedo al compromiso y de la disolución de los sentimientos. La melancolía es un remedio contra el dolor, en especial el de amar… A veces la lucha se toma al pie de la letra como en Mes séances de lutte (Mis sesiones de lucha) y se confunde con el cuerpo a cuerpo erótico, para que no cese el amor.

La estructura agonística puede llevar el juego hasta sus máximas consecuencias: la destrucción del otro -a menudo consentida- en películas tan diferentes como Closer, Trance o Pérdida. Son la versión posmoderna y destroy del marivaudage y de las “relaciones peligrosas”: lo lúdico se transforma en juego fatal, la atracción en destrucción y, a veces, inmolación simbólica, en la medida en que cuestionan la naturaleza misma de la pareja, el principio de unión y de aceptación del otro, haciendo hincapié en la parte de opacidad que siempre permanece en la percepción, comprensión que tengo del otro.

“¿Qué estás pensando? ¿Cómo te sientes? ¿Qué nos hemos hecho el uno al otro?” Así empieza Perdida, con la voz en off del protagonista masculino, contemplando a su esposa. En el corazón del dispositivo está el tema de la verdad, central en la obra de Fincher. Pero si, en sus anteriores películas, lo aplicaba a la verdad de los hechos, vinculada a la complejidad de los asesinos y al enigma del mal, en Perdida lo circunscribe a la verdad de la pareja o, más bien, al sacrificio de la verdad de las personas dentro de la pareja y al juego de máscaras que conlleva, vinculándolo al tema de la identidad, a la opacidad que envuelve al otro.

La pareja entonces aparece no solo como una lucha por el territorio sino también como una lucha de relatos, centrada en las diferentes “versiones” de cada uno y desemboca en una relativización del bien y del mal y del estatus mismo de los personajes, reducidos a su máscara. No hay verdad objetiva en la pareja porque la verdad de la pareja nace de esta confrontación de versiones -de un equilibrio basado en aceptar la versión del otro- o lleva a la lucha permanente o al psicodrama, porque es un universo totalmente desestabilizado.

Como en Closer y Trance, la pareja se retroalimenta a través del engaño: no solo el engaño físico sino también psicológico (la mentira) y ontológico (la duda en cuanto a la identidad del otro). La pareja se consolida por otra parte mediante la manipulación, a través del sentir: cada uno depende de la imagen que le devuelve el otro, a la que tiene que ajustarse para mantener ese equilibrio precario y la integridad de uno pasa por la destrucción del otro. A esto se añade el juego mediático de la verdad, la imagen que tiene que defender cada uno de cara a los medios (la mirada televisiva, omnipresente en la cinta de Fincher).

De ahí el juego constante entre lo que uno es en privado y lo que aparenta ser en público, dentro de una relación profundamente ambivalente (que supera la contradicción): uno no puede ser sin pasar por la mediación televisiva; es más, uno se construye públicamente (construye su imagen) a través del y gracias al medio. Todo está determinado por la imagen que me devuelve el otro y ese gran Otro que es la televisión. Ahí está la perversión: el no poder llegar al otro ni a ser sí mismo sin pasar por el juego, la máscara. No hay verdad sin mediación que desvíe el sentido, lo pervierta. Per versus es pasar por la versión del otro y, a partir de ahí, es cómo se construye el sentido, adquiere verosimilitud el relato y aceptación la imagen de la pareja. De hecho es lo que pide el público televisivo, también con sus vuelcos: primero empatía, armonía dentro de esta pareja “modélica”, luego psicodrama, deconstrucción de la versión anterior y de la imagen del otro, con su vuelta al orden (el equilibrio falso, aparente), mediante el happy end televisivo…

Es lo que podríamos llamar la verdad mediática -por encima de la verdad de la pareja-, vinculada a la representación pública: la manipulación a la que proceden los medios (los talk shows televisivos) que determina, reorienta la versión de cada uno: él, cuando decide hacer frente a los medios (entrar en el juego público de las máscaras y de la manipulación del sentir) o cuando ella cree (¿finge?) haberse de nuevo enamorado de él. La violencia endógena de la pareja refuerza el vínculo, regenera el amor…

Dentro de este juego de rebote entre el sujeto y el otro, la identidad está como diluida y nos podemos preguntar si realmente existe: el individuo no es sino la suma de imágenes de rebote que le reenvía el otro.

A través de la manipulación, el otro entra en un juego del que no puede salir, la pareja tiene su razón de ser en este juego de sometimiento a las reglas del otro. Cuando no hay dependencia afectiva hay dependencia simbólica y el vínculo funciona al revés: no me une al otro lo que me acerca a él sino lo que me somete a lo que él quiere que sea. Sin duda todo parte del vacío: vacío existencial y laboral en el que viven los dos, vacío del espacio doméstico, de esa casa todo orden y transparencia, por fin vacío de la pareja que, a pesar de sus veleidades de ser “diferente”, de escapar a las rutinas de la pareja burguesa, cae en las rutinas diabólicas de la pareja perversa. Dañar al otro acaba siendo una manera de existir a contrario y ad absurdum, en la destrucción más que en la construcción, de sustituir el sentir positivo (la empatía, atracción) por un sentir negativo (el odio, la repulsión) pero, aun así, hace de nexo, de vínculo perverso que se desenvuelve en el goce, la repetición regresiva de la misma figura laberíntica (el encerrar al otro en una telaraña de situaciones que le obliga a conformarse al rol que le exige la pareja).

Nos remite a una figura que analicé en mi libro Cine e imaginarios sociales (Imbert 2010), lo que llamé la figura de la devoración, omnipresente en las películas de vampiros, como veremos más adelante. El amor -lo mismo que el odio- es devorador, fagocita al otro hasta anularlo, hasta querer eliminarlo físicamente, más y sobre todo cuando la pareja se convierte en gueto y la casa en mausoleo. Como siempre en Fincher, son casos extremos, personajes borderline, situaciones llevadas hasta el límite, pero que remiten a cuestiones de orden existencial. Como a menudo en el cine posmoderno, lo que he llamado “experiencia de los límites” permite dar a ver con mayor nitidez aspectos invisibles, ocultados o censurados, de nuestra relación con el mundo y con el otro, que dificultan el acceso a la verdad y la comunicación con el otro.

Amores imposibles, Amours imaginaires y juego con las identidades. Vampirismo y figuras de la devoración

Boy meets girl de Leos Carax (1984), Vive l’amour de Tsai Ming-liang (1994), Las canciones de amor de Christophe Honoré (2007), Las vidas posibles de Mr Nobody de Jaco von Dormael (2009), Les amours imaginaires (2010), Laurence anyway (2012) de Xavier Dolan, Her de Spike Jonze (2013), The addiction de Abel Ferrara (1995), Trouble every day de Claire Denis (2001), Solo los amantes sobreviven de Jim Jarmusch (2013).

Si hay un director que plantea frontalmente la imposibilidad de la pareja, es sin duda Leos Carax. Encuentros casuales, amores imposibles, pero no por ello menos vitales, intensos, fatales. Boy meets girl (1984), Mala sangre (1986), Pola X (1991), Los amantes del Pont-Neuf (1999), todo son encuentros que terminan en desencuentros, veneno del amor, angustias de una generación que se resiste a la defunción del amor romántico pero envuelta en la incertidumbre del presente y el no futuro de la vida moderna. “Los amantes están agotados”, declara Alex a Mireille en Boy meets girl. Solo queda el fulgor del instante, la magia del encuentro, la poesía de los márgenes…

El amor se refugia en lo imaginario, en versión agridulce, en Vive l’amour, se pone al amparo de la comedia musical en Las canciones de amor, se convierte en estética deliberadamente kitsch en Los amores imaginarios, en versión virtual en Her o en juego con la identidad en Las vidas posibles de Mr Nobody o Laurence anyway.

Culmina en una visión futurista (aunque no tanto) en Her, en la que el protagonista se enamora de un sistema operativo -una voz-, la integra a su vida, la “presenta” a sus amigos. La Voz anticipa sus pensamientos e interactúa con él porque procesa todas sus conversaciones y actividades: es la pantalla en la que el sujeto contempla sus propios deseos y obsesiones. El posmoderno Narciso ha encontrado un nuevo espejo, en el que se refleja no solo como lo que es sino también como lo que desea ser: sujeto deseante, sujeto imaginario.

Otra salida imaginaria del impasse de la pareja es la de los posibles: ¿por qué tener una sola vida y no varias? Ya era la apuesta de Raoul Ruiz en Tres vidas y una sola muerte (1996), es la del director belga Jaco von Dormael en Las vidas posibles de Mr Nobody: en el recuerdo, uno vuelve sobre su vida y, como en un juego de rol, la reinventa elaborando a partir del mismo encuentro amoroso varias versiones. O decide, como en Laurence anyway, cambiar de sexo manteniendo la pareja…

Tras los juegos con los roles, con la identidad, las proyecciones imaginarias, la manipulación de la propia historia, hay un miedo a ser devorado por el otro que culmina en películas que llevan la pareja hasta la monstruosidad, asimilándola al vampirismo. Al margen de su trivialización comercial, el tema revela un fantasma profundamente inscrito en los imaginarios en torno a la pareja: el miedo a la devoración, el carácter antropófago del amor dentro de la pareja, que deriva en lucha de territorio, no solo psicológico sino también físico y simbólico (apoderarse del otro devorándolo). Parte de un miedo fantasmático: “Me devora mi miedo devorador a ser devorado por tu miedo devorador a que te devore”, como decía el antipsiquiatra R. D. Laing en los años 60, con una expresión que recogió Veneno en la canción “Los animales” de su primer vinilo (1977)…

Este miedo abre a la cuestión del otro como monstruo, encarnación del mal y a la presencia del mal en el mundo. En tono filosófico-político, Abel Ferrara lo desarrolla en The addiction. En la escalofriante Trouble every day, Claire Denis lo centra en la relación de pareja, tomando la figura del vampirismo al pie de la letra. Llama la atención en estas dos cintas la naturalización del vampiro como encarnación del otro en la pareja.

Jim Jarmusch, con su humor entre negro y vital, domestica la figura en Solo los amantes sobreviven. Escenifica a una pareja de vampiros posmodernos, cuyo amor ha sobrevivido al eterno paso del tiempo hasta crear una especie de compañerismo amoroso entre Adam, un músico underground profundamente deprimido por la dirección que ha tomado la humanidad, y… Eve, su atrevida pareja. En esta interminable relación, que abarca varios siglos, los amantes viven separados, pero se juntan en Tánger, los conflictos se han amortiguado lo mismo que los ecos del mundo, un mundo del que prescinden para disfrutar tranquilamente de la convivencia, únicamente perturbada por la búsqueda desesperada de sangre, aunque sea de plasma de hospital… Al no haber limitación en el tiempo, la relación se apacigua. ¡Ni tempus fugit ni amores líquidos!

Medianeras del amor en el Nuevo Cine Latinoamericano

En la cama de Matías Bize (2005), Unmade beds (Camas deshechas) de Alexis Dos Santos (2008), Bonsái de Cristián Jiménez (2011), Medianeras de Gustavo Taretto (2011),

Hemos analizado hasta ahora películas de procedencia y culturas diferentes: norteamericanas, europeas, asiáticas. El joven cine latinoamericano tampoco es ajeno a estos planteamientos, en especial el cine del cono sur. Me centraré en cuatro películas que lo reflejan, dos argentinas y dos chilenas, utilizando el título de una de ellas -Medianeras- para expresar en términos metafóricos esta distancia intangible que media siempre entre el sujeto amoroso y el otro; más, como es el caso, cuando la relación no se llega a plasmar o a expresar, por miedo a comprometerse o simplemente por dificultades para verbalizarlo, traducirlo en gesto hacia el otro.

En su segundo largometraje, En la cama, el chileno Matías Bize nos muestra a una joven pareja que explora no solo sus cuerpos sino un espacio invisible, entre plenitud y vacío, que media y al mismo tiempo marca los límites de la pareja. En una sola noche, el director logra concentrar lo que vive una pareja a lo largo de una relación: la pasión inicial, el irse conociendo, las sospechas, la monotonía y el cariño. Es como una indagación en el misterio de una pareja surgida de la nada, alimentada por pequeños delirios que recuerdan que, ahí fuera, sigue dando vueltas el mundo, como el vinilo que abre la película de Jarmusch en plano cenital… Es el tiempo del suspenso y el suspenso del tiempo, el de un encuentro puntual, que desemboca en una auténtica disección emocional.

–¿Por qué estamos haciendo esto, hablar, como si nos quisiéramos conocer, como si hubiera futuro?

–Tú fuiste mi recreo antes del resto de mi vida, yo fui tu aventura antes de tu viaje. No somos nada, no fuimos nada y no seremos nada.

Deriva, vacío existencial, entornos marginales (casa ocupada, música), amores líquidos, Camas desechas del argentino Alexis dos Santos (producida en el Reino Unido) se desenvuelve también en el décalage entre el sujeto y el mundo, la omnipresencia del cuerpo, la búsqueda de la identidad, las dudas y los deseos subterráneos.

Entre Proust y La Nouvelle Vague, Bonsái del chileno Cristián Jiménez se mueve entre el recuerdo de un amor que nació de un malentendido entre Julio y Emilia (al hacerle creer él que había leído a Proust) y –ocho años después– el encuentro con la amiga de su amiga (Truffaut, Rohmer acechan) y otra mentira, el no revelarle que su sueño de ser escritor se ha frustrado. Frustración ante un presente -individual y social que no acaba de cuajar, dificultad de afirmar la identidad y de afianzar la pareja se trenzan: miedo a amar (desencanto amoroso) y a escribir (angustia creativa) hacen de Julio un antihéroe de nuestra época, veleidoso como el protagonista de Ilusiones ópticas, la anterior película de Jiménez, blando pero entrañable, un poco autista pero lleno de imaginación, todo lo contrario de un seductor al uso pero que consigue engatusar a las chicas. ¿El treintañero de hoy? Estamos en la imposibilidad del amor por la fragilidad de los seres, a imagen de ese bonsái que cuida al final y que es tan vulnerable como él. Ilusión del amor también, pero una ilusión de la que se alimentan los hombres hoy y sobre la que se construye esa pareja posmoderna.

Al igual que la cama en la película de Bize, las medianeras del argentino Gustavo Taretto son lo que nos separa y nos acerca al mismo tiempo, pero no nos reúne. En una poética visión, el director muestra las diferentes clases de paredes medianeras de Buenos Aires, algunas opacas, otras dejando ver pequeños huecos de ventana por los que se cuela la vista. Martín es un fóbico en vías de recuperación, adicto al mundo virtual. En el edificio de enfrente vive Mariana, una chica decoradora, que tiene tan desordenada la cabeza como el piso en el que vive, rodeada de maniquíes. Ambos están recién separados. ¿Cómo, en el caos de la gran ciudad, llegar al otro -“tocarlo”, alcanzarlo- en términos físicos y simbólicos? Todo son miradas, observaciones a distancia, cruces fugitivos en la calle hasta topar con ella. La película no lo resuelve…

Conclusión

De la mayoría de las películas analizadas se desprende una idea que recorre la posmodernidad: la prevalencia de lo individual sobre lo colectivo y sus corolarios, el fin del compromiso, la crisis identitaria y la desestabilización de las relaciones.

El sujeto vive en el presente in-mediato, el tiempo del goce, pero es un tiempo inquietado, perturbado por el ajetreo del presente, hipotecado por la falta de perspectivas, de ahí la dificultad para encontrar una satisfacción en la relación con el otro que compense simbólicamente la pérdida (el déficit identitario); de ahí también el volcarse en relaciones líquidas, el intentar recobrar en intensidad lo que se ha perdido en continuidad.

Mujeres que se emancipan, anteponen su proyecto vital o laboral a la pareja, hombres indecisos, que se quedan esperando, que buscan o añoran una cierta estabilidad, vulnerables, que no asumen la pérdida o la distancia, los roles han evolucionado, permutado incluso a veces.

Pero, al margen de esto, la pareja pierde estabilidad en su funcionamiento y consistencia como proyecto irreversible. Cambia el marco temporal en el que se desenvuelve, más inscrito en el espacio que en el tiempo. Es un terreno de experimentación más que un ideal. Las relaciones de pareja se basan en un contrato relacional, libremente elegido y al margen de todo interés, más auténtico y más fuerte que el contrato social, dentro de una concepción del amor como deriva (camino apartado), aventura (con el riesgo de dejar la integridad), punto de fuga (proyecto virtual) antes que estado permanente, proceso performativo, que cobra sentido en su propia ejecución, no en su inscripción en un tiempo largo ni en un espacio consagrado. La pareja entonces ya no aparece como fin en sí, sino como medio para la realización individual del sujeto (o su cuestionamiento). Lo efímero no se opone frontalmente a lo continuo y los amores líquidos son -como escribe Bauman- “la nueva permanencia de lo efímero”.

Notas

  1. Para una formalización en términos socio-semióticos, remito a mis dos aportaciones teóricometodológicas (Imbert, 1986 y 1999).
  2. Bauman vincula el amor líquido al “fin del compromiso” y, más genéricamente, a la fragilidad de los vínculos humanos en la sociedad actual, derivada de la incertidumbre reinante que genera identidades más fragmentadas y relaciones menos estables.

Referencias bibliográficas

BAUMAN, Zygmunt (2005) Modernidad y ambivalencia, Anthropos Editorial. Barcelona.

––(2005): Amor líquido: Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Fondo de Cultura Económica. México.

IMBERT, Gérard (1986, 3a edición revisada: 2000) “Construcción de la realidad e imaginarios sociales en los mass media: la hipervisibilidad moderna (un acercamiento socio-semiótico)” en: Análisis de la realidad social. Métodos de investigación en ciencias sociales, Fernando García Ferrando, Francisco Alvira y Jesús Ibáñez editores. Alianza Editorial, Madrid.

––(1999) “Por una semiótica figurativa de los discursos sociales. Imágenes/imaginarios de la posmodernidad”. Anthropos. Semiología crítica, núm. 186. Barcelona.

––(2010) Cine e imaginarios sociales. El cine posmoderno como experiencia de los límites

(1990-2010). Cátedra. Madrid.

––(2010) La sociedad informe. Posmodernidad, ambivalencia y juego con los límites. Icaria, Barcelona.

MAFFESOLI, Michel (1988) Le Temps des tribus, le déclin de l’individualisme dans les sociétés de masse, Edición española: El tiempo de las tribus. Icaria. Barcelona, 1990.

Tomado de: http://www.designisfels.net

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La construcción de mundos (de, con y para el Che) (II)

Comandante Ernesto Che Guevara

Por Víctor Fowler

El cuadro, pues, es un creador…

El cuadro, columna vertebral de la Revolución (1962)

Tenemos la obligación imperiosa de pensar, ¡Imperiosa!

Reunión bimestral en el Ministerio de Industrias. Versión de acta inédita (2 de octubre de 1964)

…una conciencia en la que los valores adquieran categorías nuevas.

El socialismo y el hombre en Cuba (1965)

Para Fernando Martínez Heredia, a quien extraño.

Si la primera parte del enigma consistía en averiguar lo que era necesario, la segunda era saber si acaso existían personas que reunieran tal cantidad de atributos y a ello la respuesta del Che es que dichas personas estaban, sin embargo, presentes “en el pueblo de Cuba y nos lo encontramos día a día” (Guevara: 1977, p. 242). Esta figura culta, audaz, estimada y querida, investiga, acciona en el interior de eso que el Che denominó: “las raras interrelaciones que existen en el socialismo, entre el hombre, el individuo, y la sociedad” (Guevara: 2006, p. 295), lo multiplica y contribuye a su fortalecimiento continuo. Con una autoridad que no se funda en el despliegue de la cantidad de poder que le ha sido otorgada, sino en el ejercicio del ejemplo y la capacidad de escucha, diálogo y convencimiento, el cuadro aparece como alguien que se torna más reconocible y próximo al núcleo de su identidad en la medida en la que cumple con la máxima guevarista: “Lo fundamental, también en esto, es que seamos capaces de hacer cada día algo que perfeccione lo que hicimos el día anterior. Por minúsculo que sea, por pequeño que sea…” (Guevara: 2006, p. 295).

¿De qué manera regresar al comienzo y enlazar proceso social, tiempo, angustia, valores, cuadro y categorías nuevas? Si en El cuadro, columna vertebral de la Revolución la inquisitoria era dirigida a preguntar por este actor encargado de dirigir procesos sociales y grupos humanos, en ese otro texto mayor que es El socialismo y el hombre en Cuba quien recibe esta categoría es “un personaje que se repetirá sistemáticamente: la masa” (Guevara: 1970, t. 2, p. 368). La sinergia entre ambos personajes, cuadro y masa, se verificaba cuando se producía, como en el caso de las concentraciones públicas en las que hablaba Fidel Castro, “el diálogo de dos diapasones cuyas vibraciones provocan otras nuevas en el interlocutor” (Idem, p. 370). Para que esta conexión fuera posible y permanente se hacía necesario crear y extender “una conciencia en la que los valores adquieran categorías nuevas” (Idem, p. 372). A ojos del político es un enigma y por ello celebra los “actos de valor y sacrificio excepcionales realizados por todo un pueblo” durante “la Crisis de Octubre o en los días del ciclón Flora” y adelanta que la clave del tiempo futuro va a estar en encontrar “la fórmula para perpetuar en la vida cotidiana esa actitud heroica” (Idem, p. 368); es ahí donde, apelando a una cita tomada de la Reunión Bimestral de 11 de julio de 1964 en el Ministerio de Industrias: “lo fundamental que nosotros vemos hasta ahora, no se nos ocurre otra, es la conciencia” (Guevara: 2006, p. 296).

Lo que unifica las posibles dispersiones de toda esta batalla conceptual es la posición subjetiva del hablante, un sujeto poscolonial que habita un pequeño país del subdesarrollo, una Isla, de economía monoproductora y altamente dependiente de la máquina económica, cultural y militar más poderosa de la historia humana; por si no fuera suficiente para dar lugar a una situación especial, el país poderoso y la Isla pequeña están unidos en una larga trama de intereses geopolíticos donde el más débil ha sido desde siempre considerado, por los sectores más agresivos entre las clases políticas del país mayor, como una frontera que se hace necesario conquistar o una propiedad que es deseable adquirir o administrar. Si tal escenario obliga, desde el momento mismo de la ruptura, a imaginar, experimentar y finalmente esperar el despliegue de numerosas represalias (como castigo a la osadía), entonces también es posible suponer la obligación de articular fugas, angustias y resistencias en una entidad superior marcada por la vocación de supervivencia; en el contexto cubano, tal suerte de balanceo dialéctico pone en el centro de cualquier valoración el enigma urgente del subdesarrollo, la obligación de reconfigurar la economía, apoderarse de la técnica de vanguardia, crecer en producción, productividad y control para encontrar la salida. Por ello, como pórtico de todo este edificio de pensamiento, bien que pudiera escribirse la siguiente frase, tomada del breve capitulillo introductorio a los Apuntes críticos a la Economía Política, titulado “Necesidad de este libro: Otra característica tiene esta obra: es un grito dado desde el subdesarrollo” (Guevara: 2006, p. 27).

V

Para el sujeto del que hablamos la pregunta del subdesarrollo (¿qué es y cómo salir de ese estadio?) debe de ser resuelta desde la óptica de la oposición frontal a la mera existencia del circuito imperial y del capitalismo, sistema al cual el nuevo poder busca superar; aquí es donde aflora la angustia de estar contra el tiempo y de tener que avanzar con aceleración increíble para alcanzar el desarrollo económico del sistema enemigo. Esto resulta evidente cuando analizamos la relevancia que para Guevara adquiere la cuestión de la técnica y su manejo en función del desarrollo o los problemas derivados de su desconocimiento; de ello es ejemplo la intervención del 17 de octubre de 1959, titulada Reforma universitaria y Revolución, en la cual, después de afirmar que “la Universidad es la gran responsable del triunfo o la derrota, en la parte técnica, de este gran experimento social y económico que se está llevando a cabo en Cuba” (Guevara: 1977, t. 4, p. 30), continúa diciendo que “todo ese inmenso trabajo lo hemos iniciado solamente con buena voluntad, con el convencimiento de que estamos siguiendo un camino verdadero y justo, pero sin contar con los elementos técnicos necesarios para hacer las cosas perfectamente” (Idem). Otro discurso, este del día 24 de septiembre de 1961, hace una proposición más grave o radical: Nunca podremos caminar con nuestros propios pies, mientras no tengamos una tecnología avanzada, basada en una técnica propia, en una ciencia propia” (Guevara: 2012, p. 19). En el artículo titulado “Contra el burocratismo” (Cuba Socialista, febrero de 1963), Guevara coloca entre las causas del problema “la falta de conocimientos técnicos suficientemente desarrollados como para poder tomar decisiones justas y en poco tiempo” (Guevara: 1977, p. 64), y dice que una meta del poder socialista deberá de ser “corregir la inferioridad que significa la falta de conocimientos” (Idem, p. 66).

Pero lo que hace lo anterior aún más dramático es cuando el ámbito del análisis son los países socialistas, como en el siguiente fragmento de la ya citada carta del Che a Fidel de abril de 1965: “La técnica ha quedado relativamente estancada, en la inmensa mayoría de los sectores económicos soviéticos. ¿Por qué?” (Guevara: 2006, p. 11) o en la reunión en el Ministerio de Industrias del 2 de octubre de 1964, también hablando de los países socialistas: “Entonces eso no puede ser, sencillamente ahí hay una serie de atrasos tecnológicos que no se deberían aceptar y que se han producido porque ha habido este tipo de fallas, ha habido este tipo de dogmatismo, son esas cosas que no las puedo explicar bien por qué se producen” (Idem, p. 320), descarnada crítica que de nuevo se repite en otro comentario hecho el mismo día: “… un aspecto donde el fracaso de los socialistas ha sido total, y nos incluimos aquí ampliamente, es la agricultura” (Idem, p. 347).

La reciente publicación de la correspondencia del Che, bajo el título Che Guevara. Epistolario de un tiempo. Cartas 1947-1967, ofrece nuevos accesos a la complejidad, amplitud, velocidad de desarrollo y ebullición del pensamiento guevarista; la aparición allí de la versión íntegra de la citada carta a Fidel, de 26 de marzo de 1965, es uno de los momentos claves de la cosmovisión guevarista, tanto por las especiales circunstancias en las que fue redactada y enviada, como por los temas que aborda y la intención crítica y renovadora con la que lo hace. El Che partía hacia el Congo días más tarde y, por tanto, se alejaba del ejercicio del poder en la Isla y, en consecuencia, de la oportunidad de acelerar cambios con su acción directa; en este contexto, su posibilidad de incidencia estaba en escribir al líder de la Revolución, enviándole “el conjunto de mis ideas sobre algunos de los problemas básicos del Estado”, desde una posición de “crítica constructiva, por si puede servir para mejorar algunos problemas que continúan siendo graves” y “amparado en la vieja amistad y en el aprecio, la admiración y lealtad sin límites que te profeso” (Guevara: 2019). La carta es un documento básico para reconstruir el pensamiento guevarista y constituye, de hecho, el “feto” del cual el Che hizo mención en la ya citada reunión del 2 de octubre de 1964 donde confesó a los asistentes: “Estas cosas que les digo a ustedes no las he planteado en el Partido siquiera, porque son cosas que uno las va todos los días cambiando un poquito”.

La carta es un resumen de las búsquedas y las obsesiones del Che mientras intentaba hallar respuesta a las interrogantes que aparecían al tratar de entender las características de la construcción de una sociedad socialista en un país de economía subdesarrollada, con el tipo de enrevesadas relaciones de dependencia que, a lo largo de décadas, habían sido tejidas entre Cuba y los Estados Unidos. En paralelo a ello, resultaba fundamental identificar y comprender los problemas surgidos durante la construcción del mundo nuevo en los países del socialismo europeo, ya que eran el lugar donde ya había sido aplicada la teoría marxista-leninista clásica; de este modo, el pensamiento guevarista abarcaba desde las preguntas para llegar a un objeto de deseo que era imprescindible alcanzar (el salto desde el subdesarrollo hacia una sociedad altamente desarrollada) hasta las pertinentes a una realidad que, en opinión de Guevara, contenía numerosos signos de conflictos potenciales y presentes que, también de manera imperiosa, había que evitar. Todo ello al servicio de lo que en algún momento de la carta remarca como su preocupación fundamental: “la creación del hombre nuevo”. El siguiente fragmento de la carta contiene la idea fundamental de la Revolución socialista, acompañada de una sorprendente coda:

… eliminar las categorías capitalistas: mercancía entre empresas, interés bancario, interés material directo como palanca, etcétera y tomar los últimos adelantos administrativos y tecnológicos del capitalismo, esa es nuestra aspiración.

Se nos puede decir que todas esas pretensiones nuestras equivaldrían también a pretender tener aquí, porque los Estados Unidos lo tienen, un Empire State y es lógico que nosotros no podemos tener un Empire State pero, sin embargo, sí podemos tener muchos de los adelantos que tienen los rascacielos norteamericanos y técnicas de fabricación de esos rascacielos aunque los hagamos más chiquitos (Guevara: 2019).

La claridad conceptual y la capacidad de mirar en la línea del tiempo lo que todavía es embrionario dentro de las realidades del presente, y de prever, a través de ello, lo que mediante esfuerzo colectivo se pudiera conseguir, características necesarias al cuadro, hacen que Guevara pronuncie esta declaración, uno de los momentos más impresionantes y desafiantes del enfrentamiento al subdesarrollo y la teoría de la Revolución socialista. El punto álgido está en esa asignación de encargos según la cual, con independencia del nivel de subdesarrollo que el territorio tenga (es decir, de la diferencia respecto a los Estados Unidos, la economía líder del mundo) es el capitalismo más refinado lo que corresponde como meta y llevar a ese grado de desarrollo la tarea en los campos de la producción, la organización, el control, las comunicaciones, etc. Consciente de la magnitud de lo que propone, Guevara recurre a una tenue ironía al mencionar ese rascacielos deseable que es “lógico que nosotros no podemos tener”, pero entonces la carga limitante de la frase es revertida gracias a la combinación de inteligencia, voluntad y proyecto; no se trata de renunciar, sin más, a lo imposible, sino de tensar el presente para agotar sus posibilidades, descubrir formaciones nuevas y los intersticios del desarrollo futuro. Por eso, según la lección contenida en la metáfora, importa menos que los rascacielos sean más chiquitos” siempre que hayan sido pensados y construidos, podemos tener muchos de los adelantos que tienen los rascacielos norteamericanos y técnicas de fabricación de esos rascacielos “aunque los hagamos más chiquitos” siempre que hayan sido pensados y construidos con la misma ambición que aquellos del alto capitalismo.

VI

Si la lucha contra el subdesarrollo continúa siendo la batalla principal del país en términos económicos, organizativos y culturales, la agresividad imperial, ahora traducida en vocación de reconquista, continúa figurando como la fuerza principal que se opone a este deseo, por más que se intente disminuir la violencia de esta hostilidad presentándola como un sencillo diferendo entre naciones vecinas; de este modo, la teoría de la revolución anticolonial, antimperialista y tercermundista es tanto teoría sobre los caminos a construir sociedades igualitarias y salir del subdesarrollo, como teoría de la resistencia frente a las previsibles acciones de la reconquista imperial.

Lo primero a decir es que no existe diferendo pequeño con la estructura de poder económico, militar y de reproducción de mensajes culturales más descomunalmente grande que se ha conocido en toda la historia humana; aquí lo pequeño es desmesurado, descomunal, cualquier pretensión de reducir el horror del conflicto recuerda el modo de interpretación perversa de la realidad identificado por Guevara en su Discurso en la Asamblea General de las Naciones Unidas, el día 11 de diciembre de 1964, cuando se refirió al mantenimiento de las relaciones de dominación en el comercio entre países pobres y ricos bajo el manto de “la aparente justicia de un intercambio igual de valores” (Pensamiento Crítico: octubre de 1967, p. 146). A modo de complemento de esto, en la ya comentada carta a Fidel, el Che escribe que “(e)l imperialismo no ha sucumbido gracias a su capacidad de extraer ganancias, recursos, de los países dependientes y exportarles conflictos, contradicciones, gracias a la alianza con la clase obrera de sus propios países desarrollados contra el conjunto de los países dependientes” (Guevara: 2019).

¿Qué son “un conflicto” o una “contradicción” exportados? ¿Cuáles conflictos o contradicciones? ¿Se puede hacer eso? ¿Cómo se hace? ¿Quién se ocupa de semejante tarea? ¿Por qué el Che habla de una alianza entre “imperialismo”, el sujeto de la oración, y “la clase obrera de sus propios países desarrollados”? ¿Por qué, en lugar de elaborar una fácil oposición entre “la clase obrera” de los “países desarrollados” y la “clase obrera de los países menos desarrollados” o en desarrollo”, dice que esta clase obrera de los países desarrollados se opone, junto con el imperialismo, al “conjunto de los países dependientes”? ¿En qué esferas de la vida tiene lugar esta oposición?

Mientras que la aparente justicia del intercambio oscurece la violencia real de la dominación, tanto la esfera del consumo como la del ocio (e incluso la del trabajo y su retribución) se presentan como si no hubiese conexión alguna entre lo que el individuo recibe y/o disfruta y la imposibilidad de acceso de grandes grupos humanos a su mismo nivel de goce; este diminuto y fugaz instante de no poder ver al otro como a uno mismo (y sus familiares, y los amigos y el círculo más cercano), sino aceptar que las diferencias en el intercambio, el consumo, la calidad del ocio, el trabajo y su retribución (uno pudiera aquí agregar otras cosas como el acceso y calidad de la educación, servicios de salud y vivienda…) son ya parte de la alianza a la que se refiere el Che. En este contexto no es necesario gesto proactivo alguno, sino que aceptar la diferencia y actuar con ella como algo “natural” es la alianza como tal.

Lo segundo a destacar es que un diferendo como el señalado (político, militar, cultural y económico) con el tipo y magnitud de poder del que estamos hablando conduce, de modo inevitable, a la deformación absoluta de cualquier noción de normalidad; lo que es lo mismo, en condiciones como estas nada es “normal”, sino excepcional, en no pocas ocasiones extraordinario y a veces casi mágico. Si en lo que respecta a la totalidad de la población y el sentido último del proyecto mismo habitan, de manera cotidiana y extendida en el tiempo, con esa triada de anormalidad, excepcionalidad y casi magia, los conductores de un proceso de transformación social como este tampoco pueden ser, ni actuar, ni desarrollarse como personas normales; de ahí la cantidad enorme de exigencias, virtudes y/o capacidades que debe poseer y continuamente demostrar el cuadro de dirección en una situación como la descrita. Para Guevara, “las tres líneas más importantes” en las que los cuadros tendrían que trabajar para crear conciencia tendrían que ser: “la capacitación, tanto técnica como cultural o de profundización de la conciencia, la defensa del país, tanto armada como ideológica, y la producción en todos sus aspectos” (Guevara: 2012).

Lo tercero, y último a decir, es que una realidad como esta, alimentada por la hostilidad, las preguntas, las búsquedas y las respuestas del Che, se reproduce y ramifica cada día dentro de un entramado de desafíos cada vez más intensos y de mayor complejidad. Aquí las viejas cualidades deseables en el guerrillero (valentía, capacidad de previsión, audacia, resistencia física, claridad mental, espíritu optimista, adaptabilidad, inventiva, entre otras) son refinadas, evolucionan y se transforman en cualidades para la supervivencia y la voluntad de desarrollo en condiciones de paz anormal. Tanto la desmesura de poder que encierra la asimetría, como la capacidad planetaria de “arrastre” que esta tiene (de implicar a los más disímiles actores, además de los únicos dos supuestos enrolados, Cuba y los EE. UU.) hace que la única posibilidad de supervivencia esté asociada a las convicciones, la unidad, la identidad nacional, la voluntad de soberanía, la defensa, la producción y el conocimiento; prácticamente todos ellos son hechos de cultura, que no pueden ser planteados, analizados, entendidos o resueltos sin una gran cantidad de estudio e investigación. Para hacer más tremendo el desafío, el guerrillero del subdesarrollo tiene que hacer todo esto, recorrer el camino completo, a la mayor velocidad posible porque el tiempo es otro de sus enemigos poderosos, tiempo de haber llegado tarde a los escalones más perfeccionados de la economía contemporánea (en las esferas de la producción, la planificación, la organización y el control, entre otros) en paralelo a la enorme masa de tiempo que significan las demandas acumuladas y las expectativas que abre para las masas populares una sociedad igualitaria. Por eso, en esta carta, el Che se refiere a la necesidad de “(h)acer del cuadro del Partido un elemento pensante, no solo de las realidades de nuestro país, sino de la teoría marxista que no es un adorno, sino que es una extraordinaria guía para la acción” (Idem). Conocimiento técnico, de la ideología, de la historia, de la teoría, de las personas, del mundo, de la cultura.

El verdadero núcleo de la carta lo encontramos cuando, a propósito de la pregunta “¿(c)ómo hacer participar a los obreros?”, Guevara confiesa que no ha podido responderlo, que lo considera como un fracaso personal y que sabe que “es una de las cosas para pensar porque en ello también está implicado el problema del Partido y del Estado, de las relaciones entre el Partido y el Estado” (Idem). Pero, ¿acaso no es eso de lo que trata esa propuesta de mundo nuevo, de generar espacios de eclosión para “las raras interrelaciones que existen en el socialismo, entre el hombre, el individuo y la sociedad”? ¿Acaso no son estos los momentos exactos en los que toca asumir que “(l)a teoría la hace Marx, cuando es Marx, pero que cuando no es Marx, tenemos que hacerla todos un poquito”? Entonces la cultura es clave y respiración; de ahí la frase urgente cual si fuera una orden: “(t)enemos la obligación imperiosa de pensar, ¡imperiosa!”.

Citas:

Guevara de la Serna, Ernesto. Escritos y discursos (T. 6). Editorial de Ciencias Sociales: La Habana, 1977.

Guevara de la Serna, Ernesto. Apuntes críticos a la Economía Política, Editorial Ciencias Sociales: La Habana, 2006.

Guevara de la Serna, Ernesto. Retos de la transición socialista en Cuba (1961-1965). Editorial de Ciencias Sociales: La Habana, 2012.

Guevara de la Serna, Ernesto: Obras (2 tomos). Casa de las Américas: La Habana, 1970.

Guevara de la Serna, Ernesto. Discurso en la Asamblea General de las Naciones Unidas, el día 11 de diciembre de 1964. En: Pensamiento Crítico, octubre de 1967, p. 146.

Guevara de la Serna, Ernesto. “Epistolario de un tiempo: Carta a Fidel”. (Cubadebate: 14 junio 2019) en:http://www.cubadebate.cu/especiales/2019/06/14/epistolario-de-un-tiempo-carta-a-fidel/#.XbHNBNR6TDc

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu

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A propósito del libro: Trump vs Cuba

Trump vs Cuba. Revelaciones de una nueva era de confromtación. Rafael González Morales (Ocean Sur, 2019)

Por Rafael González Morales

La política de Estados Unidos hacia Cuba es una de esas temáticas que siempre ha despertado un especial interés y curiosidad a lo largo de la historia. Constituye un gran desafío aproximarse a cualquiera de las múltiples aristas de este conflicto histórico que se ha convertido en una de las principales amenazas a la supervivencia de la Revolución Cubana. Las diferentes administraciones estadounidenses después del primero de enero de 1959, han proyectado dos enfoques principales para tratar de lograr el mismo objetivo estratégico: la confrontación o el acercamiento bilateral.

Con la Administración Obama, se vivió un proceso fugaz sin precedentes en el que ambos países comenzaron a transitar el largo camino hacia la normalización de las relaciones. Cuando casi todos pensábamos que se impondría en las elecciones presidenciales del 2016 la candidata demócrata y se consolidaría esta etapa de cooperación y de cierta convivencia civilizada, devino el sorpresivo triunfo del multimillonario neoyorquino Donald Trump que inauguró una nueva era en la política de Estados Unidos. A partir de su llegada a la Oficina Oval, la proyección de su gobierno hacia Cuba ha transitado por tres momentos fundamentales: el retroceso parcial, el deterioro progresivo y la confrontación acelerada. Cada uno tiene sus peculiaridades, factores determinantes, pretextos e implicaciones para los vínculos entre ambos pueblos.

Uno de los principales retos que enfrentamos cuando nos atrevimos a explorar esta apasionante aventura de explicar las esencias y formas del comportamiento político de la Administración Trump hacia la Mayor de las Antillas, fue develar la complejidad de este tema desde la sencillez. Por lo tanto, este libro está despojado de academicismos y lenguaje rebuscado. En estas páginas nos propusimos desentrañar las motivaciones, intereses y pugnas de los individuos que desde la Casa Blanca, el Departamento de Estado, el Congreso y la derecha cubanoamericana diseñaron e implementan la actual política de marcada agresividad contra Cuba. Desde el 20 de enero del 2017 hasta septiembre del 2019, se develan las interioridades de las diferentes etapas que están cargadas de contradicciones, manipulaciones, perversidades y fuertes luchas internas dentro de los grupos de poder que determinan los destinos de esa nación.

El libro comienza con una suerte de semblanza sobre los diferentes rostros de Trump hacia Cuba. En términos prácticos, se trata de la conjugación en una misma persona del millonario y el político. En ese sentido, se expone cómo el magnate neoyorquino de manera simultánea empleó ambos roles en su proyección hacia la Isla y tuvo que tomar una decisión definitiva. Se analiza con profundidad la génesis y evolución de las exploraciones de negocios que la Trump Organization realizó en Cuba, así como se revelan los mecanismos organizativos y las personas que se involucraron en estas gestiones para invertir en campos de golf o construir un rascacielos en La Habana. También se explican las circunstancias en que se produce el pacto de Trump con la extrema derecha cubanoamericana y el inicio de su deuda política con Miami, lo que se evalúa dentro del contexto de una campaña electoral plagada por las excentricidades del multimillonario.

En un segundo momento, se examina la enconada disputa entre los denominados Obamianos y Trumpistas que devienen en los dos grupos principales que se encargaron de revisar la política hacia Cuba. A partir de testimonios de participantes en este proceso, se narran las fuertes batallas que se suscitaron en las reuniones en la Casa Blanca como parte de las divergencias de opiniones entre un sector minoritario que apostaba por la hostilidad y la mayoría de la burocracia gubernamental que defendió la continuidad del enfoque de Obama. En este contexto, la obra nos expone los mecanismos, presiones y artilugios empleados por los legisladores anticubanos, en especial, Marco Rubio y Mario Díaz–Balart para secuestrar la política hacia la Isla.

El denominado misterio sónico vinculado a los alegados incidentes de salud que supuestamente padecieron diplomáticos estadounidenses en La Habana, es desentrañado desde sus orígenes. Teniendo en cuenta investigaciones periodísticas realizadas por prestigiosas publicaciones de Estados Unidos, se muestra cómo se fabricó el pretexto de los denominados ataques sónicos y de qué manera los sectores que favorecían la hostilidad lo emplearon para justificar la confrontación contra Cuba.

Se analizan las interioridades del pensamiento y comportamiento de John Bolton, quien se convirtió en uno de los artífices fundamentales de la nueva etapa de hostilidad. A partir de su historia de vida, se argumenta su ferviente posición anticomunista y conservadora, así como sus estrechos vínculos con los sectores más extremistas de la política exterior estadounidense. Como culminación del libro, se aborda desde un enfoque analítico los principales rasgos que caracterizaron la reciente guerra de cuarta generación de Estados Unidos contra Venezuela y sus implicaciones para Cuba, así como las últimas medidas anunciadas en septiembre de 2019 que refuerzan sustancialmente el bloqueo económico, comercial y financiero, así como el declive y salida del gobierno estadounidense de Bolton.

El texto que tiene en sus manos, trata de explicar todas estas complejidades desde una visión retadora al enfocarse en las intenciones, los planes, las ideas y los odios de las personas que diseñaron e implementan esta ofensiva renovada contra la Revolución cubana. Para enfrentar y vencer a tan poderoso adversario es imprescindible conocer con profundidad cómo piensan, cuáles son sus motivaciones, cómo construyen los pretextos y cuáles son sus vulnerabilidades. Si estas páginas son capaces de acercarlo al ejercicio de pensar y meditar sobre estas interrogantes, entonces podríamos sentirnos satisfechos de promover el debate. Pero si son capaces de motivarlos a combatir y denunciar esta política hostil contra la Isla de Cuba, entonces el objetivo estará cumplido plenamente porque este sería el primer paso para transformar la realidad.

Tomado de: http://www.contextolatinoamericano.com

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Nuevos imaginarios en torno a la pareja en el cine posmoderno (I)

10.000 km de Carlos Marqués-Marcet

Por Gérard Imbert

El cine como exploración de los límites: la pareja a prueba

Si el amor romántico permanece como mito -figura desdibujada y levemente nostálgica, a menudo objeto perdido tras el cual algunos(as) siguen corriendo-, emergen nuevos imaginarios en torno a la pareja, menos idílicos, pero no por ello más negativos, sino inscritos en otras lógicas. Al modelo tradicional de conquista, seducción, sucede la duda (sobre el modelo), la puesta a prueba (del otro y de uno mismo) y el cuestionamiento mismo de la idea de amor (eterno).

Deconstruir, explorar los límites, fenómenos tan omnipresentes en otros ámbitos de la vida social y relacional, alcanzan a la pareja. La pareja aparece como interrogante más que estructura que se da por sentada, espacio exploratorio más que de realización. La búsqueda de la identidad individual prevalece sobre la construcción de la pareja; no se realizan los individuos dentro de la pareja sino confrontados a ella, y la pareja funciona cada vez menos como meta y más bien como puesta al desnudo de sus propias disfunciones y de los fallos, las carencias, del individuo. Lo inmanente (la necesidad inmediata, la fuerza de las pulsiones) se impone sobre lo trascendente (la sublimación de los instintos, los ideales, lo que guía y condiciona el recorrido existencial del sujeto).

Esta nueva representación de la pareja entraña mutaciones profundas en la manera de construir la identidad (individual y de pareja) y de vivir el amor en su dimensión espacio-temporal (como algo estable, que dura). Aparecen nuevos planteamientos como los amores a distancia o los intermitentes que perturban, cuestionan el modelo estable y en ocasiones rompen con el concepto de unión física (en el espacio) y continuidad (en el tiempo).

Vamos a analizar a continuación, a través de unas sesenta películas muy recientes (la mayoría de los últimos cinco años), la evolución del concepto de pareja y las nuevas vivencias que suscita. Confirmaremos así una serie de hipótesis planteadas en otros estudios sobre comunicación, cine e imaginarios sociales donde se dibujaba una evolución notable de los roles masculinos y femeninos, con el surgimiento de nuevos imaginarios en torno al cuerpo, a la identidad, al sexo y su relación con la violencia, la muerte, el horror (Imbert, 2010)1.

Pareja y cuestionamiento identitario

La pareja no escapa al cuestionamiento que afecta a la identidad del sujeto y, como ella, está impregnada de representaciones que reflejan los imaginarios actuales. Es más, la pareja es como la cristalización de estos imaginarios, con una dimensión directamente narrativa:

De tipo sincrónico, explorando nuevos territorios donde se puedan conjugar realización individual y creación de un espacio común de convivencia, que no coarte la libertad individual (es la cuestión del libre albedrío, recurrente en el cine posmoderno) y permita reformular el contrato relacional, más fuerte desde esta perspectiva que el contrato social. La pareja aparece entonces como unión libre de dos individuos y espacio exploratorio, sin límites establecidos, lo que da pie a nuevas formas de pareja, no convencionales.

Y también diacrónico, con una inscripción en el tiempo que no es solo puesta a prueba de la durabilidad del amor, sino que, dentro de una cierta transitoriedad, rehabilita la intensidad frente a la continuidad y permite uniones que se construyen y deconstruyen permanentemente en el tiempo: la pareja como contrato revocable, no irreversible, concepción que contradice frontalmente la de amor romántico.

En estas representaciones confluye una serie de temas y obsesiones transversales que atraviesan el imaginario posmoderno: la incertidumbre como condición existencial, la inseguridad como estado emocional, la duda como aliciente para replantear la propia identidad, el cuestionamiento de la idea de compromiso (tanto frente a lo social como al otro), que emborronan los límites de la pareja y abren a otros tipos de relación.

De ahí emerge una visión de la pareja como algo inestable por definición, intermitente en su inscripción temporal (que se puede dilatar, retomar en el tiempo), donde el modelo de conquista, dominación del otro (moderno por excelencia) deja paso a un modelo basado en encuentros fortuitos, en actuaciones inesperadas donde predomina el azar. Con esto, la seducción -base de la relación hombre-mujer y pilar de los discursos amorosos- cede ante la atracción, a menudo una atracción fatal, no dominada desde el punto racional; la pulsión se impone sobre la pasión, el sentir sobre el sentimiento, el goce sobre el placer.

Hay a veces algo lúdico en este relacionarse con el otro, pero puede derivar hacia lo dramático o una mezcla de ambas cosas que se resuelve narrativamente en dramedia. En todo caso es algo profundamente tímico (para utilizar una categoría semiótica greimasiana), vinculado al sentir, a la percepción primaria del otro, donde lo eufórico está íntimamente unido a lo disfórico. Esta exploración de nuevas formas de relacionarse desemboca con facilidad en un tipo de recorrido eminentemente posmoderno, lo que he llamado la “deriva”: un recorrido sinusoide -no encaminado hacia un fin determinado-, de tipo performativo, en el que se ama al hacer camino, al filo de lo que surge y dentro de espacios que no son los propios ni los habituales del sujeto.

El cine actual es un adelantado en este sentido -prefigura en forma de imaginarios deseos, fobias más o menos conscientes-, es un medio propicio a la exploración de los límites, al juego a veces agonístico con ellos. Dentro de esta nueva semiótica de las pasiones, la tensión domina las relaciones y las desestabiliza, pero no es forzosamente destructiva ni negativa, sino que alimenta el deseo, fomenta el goce (la satisfacción inmediata y a veces regresiva), aunque también puede ser extrema y romper todas las barreras. ¿Cómo entender, si no, películas como Melancolía o Nymphomaniac de Lars von Trier, más allá de la melancolía romántica, de la perversión sexual, donde la pulsión de muerte coexiste con la de vida de manera profundamente ambivalente, sin que se anulen sino dentro de una nueva dialéctica que acepta la coexistencia de contrarios sin que resulte contradictorio?

El cine posmoderno es un cine de ruptura, no solo con las representaciones sino con los modos de sentir y de pensar y la pareja está en el corazón de este dispositivo. Vamos a ver a continuación una serie de puntos y figuras (narrativas y simbólicas) que son como otros tantos puntos de fuga en torno y a partir de la pareja, que perturban -en ocasiones anulan- las oposiciones sobre las que se basa el pensamiento moderno y tienen su traducción en el modus vivendi actual: continuidad vs intensidad, compromiso vs amor líquido, estabilidad vs inestabilidad, euforia vs disforia, equilibrio vs juego con los límites, que tensan y en ocasiones anulan las fronteras entre lo real y lo imaginario, entre amores posibles y amores imposibles…

Tempus fugit: amor interruptus (intermitencia vs continuidad)

Quiéreme si te atreves de Yann Samuell (2003), (500) días juntos de Marc Webb (2009), Diez inviernos de Valerio Mieli (2009), Beginners de Mike Mills (2010), Habitación en Roma de Julio Medem (2010), Un amor de juventud de Mia Hansen-Løve (2011), 10.000 km de Carlos Marqués-Marcet (2014), El desconocido del lago de Alain Guiraudie (2014)

En estas películas, de procedencia diversa y de planteamientos diferentes, entre la comedia y el drama, se observa cómo la pareja aparece como un espacio profundamente ambivalente (Bauman, 2005): un espacio -físico y simbólico- en el que lo que une y lo que separa componen un fino entramado, íntima y sutilmente trenzado. Es tan importante lo uno como lo otro: por un lado, el amor romántico como mito, objeto perdido; por otro lo que separa, la distancia intangible entre el yo y el otro, acentuada por la distancia física, deseada desde una voluntad de autonomía o impuesta por las circunstancias (una separación).

Pero lo que separa implica el reconocimiento de la diferencia -a veces inquebrantable- del otro y la integridad (innegable) de uno mismo. Con esto estamos más allá tanto de lo literal e inmanente (la relación erótica) como de lo trascendente y mitológico (el amor romántico), sin que todo deje de girar en torno al cuerpo. Ahora bien, el cuerpo como lugar del descubrimiento, a veces un descubrimiento que descoloca (como lo vemos en La vida de Adèle: un cuerpo revelador de otra dimensión de la vida amorosa), que enloquece (como en Anticristo) o pervierte (Nymphomaniac).

Estamos entonces en un presente in-mediato -no mediado por lo simbólico, por ningún tipo de aprehensión intelectiva-, es el tiempo del goce (más o menos perverso), de la repetición (más o menos regresiva), del ritual amoroso que se mantiene porque sus integrantes se ausentan, lo viven de manera intermitente. Amor interruptus he llamado a estos amores que no pueden, no quieren (más o menos conscientemente) desarrollarse en la continuidad.

En Quiéreme si te atreves, todo parte de un juego infantil, conforme al título original (Jeux d’enfants): el reto permanente, el desafío a que uno se supere para disfrute del otro. “Cap ou pas cap?” (apócope de: ¿eres capaz o no?), se lanzan continuamente el uno al otro. Y se convierte en juego adulto, para escapar a los roles, para no caer en la rutina. Pero el juego acaba creando una distancia que impide una relación estable. Se sienten atraídos, se quieren incluso, pero, al no querer caer en una relación estándar, al huir de las rutinas amorosas y de las trampas del amor romántico, mantienen esta tensión que limita el amor a sus prolegómenos. No traspasan nunca el umbral de la declaración, ni consiguen convertir el deseo en compromiso y cada reencuentro, a lo largo del tiempo, es la repetición de lo mismo, la imposibilidad de salir del juego infantil y la incapacidad de verbalizar el amor.

Tanto Diez inviernos, del director novel Valerio Mieli, como Un amour de jeunesse, de la reconocida Mia Hansen-Løve, tratan de relaciones intermitentes, que se alargan en el tiempo, por falta de definición, de voluntad. Entre el azar de los encuentros y la búsqueda del otro, entre el miedo (al compromiso) y el orgullo (por voluntad de no ceder), los protagonistas se reencontrarán al filo de los años, entre reuniones improvisadas e imprevisibles cambios de idea, entre entusiasmos y depresiones, citas fortuitas y encuentros fallidos. En Un amor de juventud, ella –Camillese va al extranjero, necesita hacer su propio aprendizaje de la vida, de la libertad de disponer de sí misma. Él -Sullivan- se queda, se atasca. Es siempre más difícil para el que se queda que para el que se va, como en 10.000 km.

(500) días juntos empieza así, con la voz en off del protagonista: “Esto es una historia de chico conoce a chica. Pero más vale que sepas de entrada que no es una historia de amor”. Y sin embargo se le parece. Es el repaso por Tom de una relación abortada, no por falta de atracción sino por las circunstancias, laborales y personales. En una especie de inversión de los papeles tradicionales, él es arquitecto, pero trabaja escribiendo tarjetas de felicitación y cree en el amor verdadero, aspira a la estabilidad. Ella dejó de creer en esta concepción del amor en cuanto sus padres se divorciaron. Summer se siente segura mientras corre, dilapida el tiempo, pero, en el momento en que se para, se da cuenta de que está completamente sola. Sus vidas se cruzarán cuando ambos se conviertan en compañeros de trabajo y él hará todo lo posible para enamorarla. Pero la inseguridad personal revierte en la inseguridad de los sentimientos y la indefinición de las relaciones, hasta que ella se casa con otro. Puede que las expectativas sean demasiado grandes y acaben anulando la voluntad, pero hay algo más: un miedo a comprometerse, una forma de escapismo que hace que el sujeto acabe haciendo lo contrario de lo que anhela. Cuando le preguntan a él a qué se dedica, contesta: “Escribo tarjetas de felicitación.” A lo que Summer responde: “Tom podría ser un arquitecto estupendo si quisiera.” Y termina él con esta paradoja: “Quizás pensé que para qué hacer algo provisional como un edificio cuando podía hacer algo eterno como una tarjeta.” Ocasiones perdidas…

En esta frase está contenida la ambivalencia de la relación posmoderna, un estar / no estar que dicta una imposibilidad de definirse y lleva a vivir en la intermitencia, en el ritmo frenético y a volcarse en algo que aleja del propósito esencial: el otro. Miedo al futuro, a implicarse en él, determina una relación en el tiempo in-mediato, que une (en el instante) y aleja (en el tiempo largo).

La intermitencia puede estar relacionada con las condiciones de vida, como en Beginners o 10.000 km, por la no presencia continua en el hogar en la primera (ella es actriz, aparece y desaparece al filo de los rodajes) o la distancia objetiva en la segunda (Barcelona y Los Ángeles adonde ella va a realizar un proyecto fotográfico).

La protagonista de Beginners es actriz y salta de avión en avión, de rodaje en rodaje. La pareja vive en no lugares (habitaciones de hotel) hasta que tiene casa, pero no saben habitarla, como tampoco saben cómo construir la relación: son principiantes. El piso que ocupan los une y los separa al mismo tiempo: es el del difunto padre. Oliver ha vivido a la sombra de ese padre carismático de 75 años que, al perder a su mujer, ha hecho su coming out y vive en la felicidad sus propios “amores líquidos”. Cuando la ex pareja de Oliver le pregunta por qué abandona a todo el mundo y la dejó escapar (cuando estaban felices juntos), él contesta que es porque no cree realmente que vaya a funcionar: “Entonces me aseguro de que no funcione”. Oportunidades desperdiciadas…

En 10.000 km, ópera prima del joven director catalán Carlos Marqués-Marcet, la pareja utiliza todos los recursos de la pantalla (mail, skype, fotos) para mantener el contacto. Pero también aquí lo que une -en el contacto aparentemente inmediato, sin filtro- separa en la continuidad, por mucho que Alex y Sergi intenten recobrar olores, impresiones, pequeñas complicidades (como cocinar mientras él dicta la receta a distancia) e incluso juegos eróticos. El presente de cada uno (lleno de nuevas actividades para ella, vacío para él) acaba venciendo este intento de mantener la relación. La película traduce bien la falacia de la relación tecnológica que impone una falsa presencia, una complicidad puramente formal (vinculada al medio). Se plantea entonces la cuestión del espacio: espacio de realización personal, que necesita Alex y ha ido a buscar fuera, espacio deshabitado en el que se he quedado Sergi, lugar del vacío y de la carencia, carencia acentuada por la creación de otro espacio físico, material que habita exclusivamente ella. “¿Qué hay de tan importante en ese espacio que me tengo siempre que quedar fuera?”, quiere decirle él y acaba borrando la línea del mail. Amores virtuales…

Los amores homosexuales no escapan a esta intermitencia, es incluso consustancial de ciertas prácticas de ligue. El desconocido del lago nos muestra a un grupo de homosexuales que se junta en torno a un lago, de día, sin ocultarse, y sus rituales de acercamiento, consumación furtiva del acto sexual, hasta que uno se enamora de otro de perfil inquietante y el deseo se torna atracción fatal. Amores líquidos, también, sin mañana, entre dos mujeres que no se conocen, en Habitación en Roma, lo que dura una noche y el descubrimiento del otro, sus defensas, sus máscaras.

Duda, incertidumbre, miedo de amar, a comprometerse

Margot y la boda de Noah Baumbach (2007), Buscando un beso a media noche de Alex Holdridge (2007), Submarino de Richard Ayoade (2010), Blue Valentine de Derek Cianfrance (2010).

En otras películas, la dificultad para verbalizar el amor y formalizar la relación desemboca en cambios, en rupturas, bruscas o paulatinas, y expresa un miedo a amar, a comprometerse. La soledad hace el resto como pasa en Buscando un beso a media noche: la soledad del individuo y la de la gran ciudad -aquí Los Ángeles-, sinónimo de megalópolis donde erran los corazones solitarios, “el lugar donde fracasan las historias de amor”, como dice el protagonista; soledad que procura superar poniendo un anuncio en la web. La noche aquí cumple la función de tiempo infinito, espacio indefinido (sin límites) que -cree él- le va a permitir salir de su soledad y resolver esa imposibilidad de conseguir pareja que lo diferencia de los demás.

En la película de Noah Baumbach, Pauline, la hermana de Margot, decide echarse atrás en el último momento, cuando está a punto de casarse. La confrontación con la amargura de su hermana, su frustración existencial, hacen resurgir viejos conflictos familiares, alimenta los presentes y descubre la infidelidad de su futuro esposo. El matrimonio ya no es la panacea para olvidarse de todo y, mágicamente, borrar las dudas sobre el otro.

Algo parecido ocurre con la joven pareja de La gran familia española, cuando Efráin, el hermano menor, se da cuenta de que a la que quiere realmente no es al amor de adolescencia, Clara, sino a su hermana y renuncia a casarse con su “prometida”. El amor puede más que el “compromiso” …

Ensimismamiento, casi autismo, es lo que caracteriza al protagonista masculino de Submarino, ópera prima del director británico Richard Ayoade, con tono y humor de cine independiente. La pareja adolescente inicia una aventura en la que todos -padres e hijos- están atrapados en los roles heredados del pasado o los códigos sociales, en especial Oliver, que debe elegir a qué enfrentarse, si al problema de sus padres o al de su pareja. Esta dependencia determina una relación incierta -por no decir veleidosa- con su novia que se traduce por una constante duda, indecisión y una clara tendencia a analizar lo que está viviendo que acaba incapacitándolo para la relación. El metadiscurso intelectual fagocita el discurso amoroso y dificulta la relación.

En Blue Valentine, segundo trabajo del director Derek Cianfrance, asistimos a la progresiva degradación de una pareja a lo largo del tiempo. Cindy pierde el interés por su marido. Y él, Dean, en un intento desesperado por recuperar la pasión en su relación, le propone pasar una noche en un hotel temático. Allí se hospedan en la llamada “habitación del futuro”, donde mediante flashbacks recordarán cómo se conocieron, de qué manera se enamoraron y cómo, irremediablemente, su relación empezó a deteriorarse. En esta película antirromántica, de subtítulo ambivalente (“A love story”) -juego entre presente (frustrado), pasado (irrepetible) y futuro incierto- Cianfrance mezcla el “antes” y el “después”, dando al espectador la posibilidad de comparar y apreciar el cambio en los personajes y en la relación. El tiempo pasa factura y las circunstancias no ayudan, pero lo que aflora, más que otra cosa, es la soledad dentro de la pareja, el retraimiento que trae consigo y la desestabilización que produce. La pareja no puede nada contra la soledad del individuo; es más, la potencia y crea una distancia insalvable.

La inestabilidad como nuevo contrato relacional

Comment je me suis disputé (ma vie sexuelle), 1996, Rey y reinas (2004), Un cuento de navidad (2008), de Arnaud Desplechin. L’auberge espagnole (Una casa de locos, 2002), Las muñecas rusas (2005) y Casse-Tête chinois (Nueva vida en Nueva York, 2013), de Cédric Klapisch. El futuro de Miranda July (2011), El arte de amar de Emmanuel Mouret (2011), Un castillo en Italia de Valeria Bruni-Tedeschi (2013).

Pero la inestabilidad no es forzosamente un lastre y, dentro de un planteamiento típicamente posmoderno, puede integrarse en el modus vivendi de la pareja e incluso ser un aliciente, un fermento vital. Los personajes de Arnaud Desplechin, en particular los masculinos, viven en la duda, el cuestionamiento continuo de lo que están viviendo, en un estado de permanente metadiscurso. Aparece claramente en Comment je me suis disputé (ma vie sexuelle), la película que dio a conocer a este director. Paul Dédalus, de nombre predestinado, vive rodeado de mujeres y entrañables amigos, pero perdido en un laberinto de dudas intelectuales y existenciales. El joven normalien de 30 años no consigue ni terminar su tesis de filosofía ni separarse de Esther, con quien formó pareja durante diez años, ni decidirse entre Sylvia, la amiga de su amigo Nathan (que admira), y Valérie, que le fascina y asusta al mismo tiempo. Cuando cae en las redes de la intrigante Valérie, descubre que su amor por Sylvia permanece. Bajo una intriga entre comedia de la vida y cuento moral a lo Rohmer, se esconde una actitud vital que es recurrente en los personajes de Desplechin: la duda como estado existencial, aliciente vital, que revela la profunda ambivalencia de sus personajes, entre cómicos y trágicos, pero sin que el relato caiga en los enredos de la comedia ni en la ampulosidad del drama…

Tanto en Rey y reinas como en Un cuento de navidad, no son tan locos los que lo parecen (los personajes masculinos) ni tan perfectos como aparentan (los femeninos).

Ambas películas funcionan como un mundo al revés en el que tras la locura está la profunda humanidad y donde las apariencias engañan…

En tono agridulce, encontramos también la duda, la incertidumbre –aunque más en clave de comedia- en la trilogía de Cedric Klapisch. En ella asistimos a una evolución progresiva del tono que se hace cada vez más grave, desde la comedia Erasmus desenfadada (la primera) hasta la hora de los balances (la última), pasando por el reencuentro de la misma pareja en la segunda, años después. ¿La clave? Seguramente esta pequeña frase de Las muñecas rusas: “Las mujeres son como las muñecas rusas, dentro de una siempre hay otra…” ¿Qué mejor sentencia para referirse a la complejidad del otro, a esta dialéctica de la atracción fatal de la que hablaba al principio, a esta relación ambivalente por excelencia que es la relación amorosa posmoderna, entre defensa de la integridad y fascinación por la otredad?

Dificultad de elegir, duda identitaria, versatilidad de los sentimientos, maldición que pesa sobre la figura del seductor, “desorden amoroso”, llenan las películas tanto de Desplechin como de Klapisch. Alcanzan su clímax en las películas interpretados y/o dirigidas por Valeria Bruni-Tedeschi. En ellas aparece a todas luces la descolocación del personaje femenino. Sin duda la más conmovedora sea Un castillo en Italia, que está literalmente inspirada en la historia de su propia familia y en ella misma, en la que actúa ella, además de su ex-pareja en la vida real que hace de su pareja en la película… El personaje es entrañable, es todo duda, hasta en los detalles más nimios de la vida cotidiana, interpretado con emoción y naturalidad por Valeria Bruni-Tedeschi.

Estamos aquí ante un planteamiento claramente posfeminista, lo mismo que, en otro polo, la directora Jane Campion pone en escena la pasión femenina, la conquista amorosa, la manipulación del otro desde la mirada femenina, como lo hace a la inversa Desplechin desde el punto de vista masculino, mostrando la debilidad del hombre… La inestabilidad (emocional, de situaciones) se presenta entonces como un nuevo estado relacional que permite todas las formas de amar, como ocurre en El arte de amar de Emmanuel Mouret. La película es un estudio de casos, atípicos, singulares, estrafalarios, al margen de los modelos dominantes, sin caer en la “pansexualidad” ni en la perversión patológica. Todo es posible hasta lo más insólito, por más que haya sentimiento, como mil maneras de “entrar en amor”, de crear empatía y fomentar la atracción.

Pero sin duda sea El futuro la película que expresa con la máxima fantasía -rayana en el surrealismo (patente en su anterior película: Yo, tú y todos los demás)- la sinrazón de una pareja de treintañeros, que son como el simétrico inverso del otro: ella (interpretada por Miranda July, la directora) de silueta algo masculina y él tan escuálido como ella y de pelos largos y rostro casi femenino. Parte de una historia rocambolesca, contada y comentada en tono sarcástico y en voz en off por… un gato. En clave de comedia de tintes sombríos, nos sitúa ante una pareja que tiene previsto adoptar un gato hasta que el asunto se demora. Después de una serie de peripecias, deciden que, durante ese tiempo de espera, tienen que disfrutar al máximo. Pero la situación ha cambiado su vida, los confronta el uno con el otro, no desde la diferencia sino desde la similitud. Su primera medida para comenzar a vivir es desconectar el ADSL de su apartamento.

Pero eso les sumerge en una apatía aún mayor que antes. Están tan acostumbrados a su vida que ya no saben qué hacer con ella ahora. Son dos seres tan similares entre sí, tan aparentemente hechos el uno para el otro, pero también tan atípicos que su vida en común, en lugar de motivarlos y estimularlos, los anula y reduce casi a la inexistencia. Metáfora sobre el vacío de la pareja y el miedo al futuro, la película redunda en la búsqueda de paliativos para colmar la carencia.

Tomado de: http://www.designisfels.net

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