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Instrucción, educación y cultura

Obra del artista plástico cubano Maykel Herrera. (Hilos de confianza, 2018) 30 x 40 cm

Por Juan Nicolás Padrón

Desde los años de la presencia de José de la Luz y Caballero en la sociedad habanera, hubo claridad sobre la diferencia entre instrucción y educación; si bien la primera se remite a la información o explicación recibida por una acción, comportamiento, método, tarea…, la segunda implica una complejidad superior. Cuando se habla de instrucción se refiere generalmente a un programa, registro o caudal de conocimientos adquiridos siguiendo reglas u operaciones técnicas o explicativas destinadas esencialmente a comunicar y nada más. Pero Luz y Caballero, polemista fecundo con una prédica pedagógica que conducía a la revolución social sin enunciarla explícitamente, sabía que el magisterio debía incluir mucho más; brilló como orador y periodista, y también atendió la traducción y escribió artículos pedagógicos, cartas y diarios, aunque lo más conocido o divulgado de su obra sean los aforismos.

Algunos de aquellos demuestran la distinción entre instrucción y educación, así como algunos conceptos sobre la educación y el maestro: “Instruir puede cualquiera, educar solo quien sea un evangelio vivo”; “Educar no es dar carrera para vivir, sino templar el alma para la vida”; “Quien no sea maestro de sí mismo, no será maestro de nada”; “La educación comienza en la cuna y acaba en la tumba” … No se trata, como pudiera creerse, de conceptos de la Ilustración solamente, sino de nociones que rebasan esos tiempos y demuestran el alto concepto de Luz sobre la educación y los maestros. Y más allá de los referidos estrictamente a ellos, hay también otros de carácter educativo indirecto: “Solo la verdad nos pondrá la toga viril”; “Para todo se necesita ciencia y conciencia”; “Quien aboga por una libertad, aboga por la libertad”; “Bienes comunes, males comunes”; “Hombres más que instituciones, suelen necesitar los pueblos para tener instituciones” … En ellos se revela la pasión por la verdad, se destaca la labor científica y de creación de valores de un educador que exige coherencia en la lucha por la emancipación y razona sobre la responsabilidad individual del ciudadano al relacionarse adecuadamente con las instituciones sociales.

Estas bases conceptuales de la tradición pedagógica cubana constituyen ejemplos para la formación de maestros que no han perdido vigencia. La educación es un proceso para facilitar un aprendizaje muy amplio, pues no solo incluye conocimientos o habilidades, sino también valores y creencias que van modelando los hábitos y las costumbres del individuo, la comunidad o la sociedad, una delicada misión cuyo objetivo no es solo transferir a otras personas la enseñanza, sino tributar a su formación integral. Si de manera tradicional se había asumido que la educación se producía solo mediante la transmisión de la palabra, hoy hay que incluir la imagen audiovisual. Su eficacia resulta significativa si es capaz de provocar sentimientos positivos que generen actitudes y acciones en la misma dirección. Pero para todo ello son determinantes el ejemplo y la coeducación entre profesores y alumnos, pues desde hace mucho tiempo los cambios sociales vienen transcurriendo a una velocidad en que el efecto formativo puede favorecer tanto a educandos como a educadores.

No hay por qué limitar la educación a sus espacios formales de la escuela, aunque ellos tengan un peso importante. Su estructura y formalidad debe complementarse con ámbitos informales más libres. El derecho a la educación formal debe ser reconocido por todos los gobiernos del mundo, con su correspondiente responsabilidad estatal, y no hay ningún pretexto para no hacerlo. Mas cualquier ciudadano necesita, junto a las acciones docentes propias de la escuela, desenvolverse bajo normas de cortesía, urbanidad, sentido de convivencia, respeto al derecho del “otro” aunque sea muy diferente, y en ello no solo interviene la escuela para lograrlo. Ser educado no es solo poseer conocimientos o elementales valores, sino también comportarse en sociedad con modales y consideraciones que enaltezcan al ser humano y no lo degraden, independientemente de criterios políticos, sentimientos religiosos, sexualidad, condición social, lugar de nacimiento, color de la piel o cualquier diferencia entre unos y otros. Una persona educada es distinguida, sea quien sea, y no pocas veces se ha acuñado la palabra “decente”, que implica, además, honestidad y sentido de la justicia, dignidad y calidad humana. Toda educación se completa con acciones de responsabilidad escolar, y, esencialmente, familiar y social.

Desde los inicios de su implementación, la educación ha preocupado y ocupado a familias y líderes sociales, que han transmitido habilidades y conocimientos de una generación a otra sobre la base de modelos establecidos a lo largo de la historia: en el Oriente, Confucio había tenido una perspectiva educativa al formar a discípulos que se expandieron por esos diversos territorios; en Occidente, Platón fundó la Academia en Atenas, posiblemente la primera en la región; de manera semejante, reyes, emperadores, jefes…, que eran también “maestros”, dejaron su impronta educativa en diversas sociedades del resto del mundo. En la Edad Media europea las iglesias se apoderaron de la educación e impusieron su dominación en casi todo el planeta con instrumentos ideológicos. Solo en la Ilustración estas funciones fueron transferidas al Estado, según los intereses con que se fundó cada nación. Algunos, especialmente en el siglo xx, mostraron excesivo celo por su control ideológico, y en la centuria en que vivimos, con las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, se ha puesto en crisis esa perspectiva. La educación hoy en cualquier parte del mundo debe atemperarse a las sociedades informatizadas; de lo contrario, su comportamiento es obsoleto e inoperante.

Como la educación constituye un proceso de socialización que conduce a la moderación del diálogo y al debate con jerarquías sociales y políticas, intervienen de modo complejo y multidimensional diferentes disciplinas de la ciencia y la tecnología, el arte y la literatura, la estructura productiva y la ideología de una nación. Cualquier proceso educativo se inserta en un contexto sociocultural y se establecen ineludibles contactos entre la escuela y la sociedad, especialmente la comunidad donde se ubica el centro docente. Los procesos de enseñanza-aprendizaje interactúan y no hay forma en que el ambiente estructurado de la educación formal no dialogue en mutuas interinfluencias con su medio informal sociocultural inmediato, modelando un orden ético y estético, lúdico y creativo que incentiva procesos de pensamiento y creación expresados en la vida cotidiana de la comunidad, y no pocas veces consolida la estructuración de símbolos que favorecen o perjudican la maduración de este proceso en la sociedad.

Pretender la existencia de mundos separados es un error que se paga caro. Estimular la integración, convivencia y cooperación entre estos universos, constituye una necesidad apremiante, si no se quieren perder la mejor práctica pedagógica y los mejores resultados de la educación. Muchos pedagogos en el mundo han puesto en marcha programas de educación que tributan a estas relaciones; a los educandos se les enseña a convivir en el mundo en que están y viven, y no en uno ideal. Se ha insistido mucho en el vínculo entre escuela y familia, pero menos entre estas realidades, a veces separadas por el muro de la escuela. Ni la escuela puede vivir ajena a donde se encuentra, ni la comunidad debe desconocer a la escuela como medio de facilitación social para enriquecer el proceso de convivencia sociocultural. Toda comunidad tiene su propia cultura y la educación debe contribuir a ella con las mejores experiencias docentes y culturales. He reiterado que una vez le escuché a Armando Hart, uno de nuestros ministros de Educación y de Cultura más lúcidos, que la educación es un medio para llegar a la cultura.

Existe un estrecho concepto de cultura que estamos obligados a dinamitar: la cultura no es solamente arte y literatura, aunque exista un ministerio que se llame así y se ocupe solo de estas especialidades. Hay cientos de definiciones de cultura —de ahí puede deducirse su complejidad—, pero sería error trascendental limitarla a las llamadas “bellas artes” y “humanidades”, conceptos generalmente remitidos a la “alta cultura”; se trata de términos peligrosamente neocolonialistas, pues la cultura incluye conocimientos, saberes, creencias y conductas, desde el punto de vista material e ideológico, de cualquier grupo humano que genera una matriz simbólica, y de acuerdo con la posición, intereses e intencionalidades de esos grupos, será de dominación o de emancipación. Cultura viene de “cultivo”, y aunque se refiere a la profundización o refinamiento de la sabiduría, desde el siglo xx se asoció a la antropología y fue incorporando elementos de la sicología y la sociología, disciplinas con escasa o interrumpida tradición en Cuba, a veces por graves prejuicios heredados de las nefastas políticas del estalinismo en el pensamiento de la izquierda. La cultura es plenitud de integraciones dialécticas y rasgos distintivos de la materialidad y la espiritualidad que caracterizan a una nación.

Si bien la cultura es el resultado de las relaciones de producción, un fenómeno vinculado estrechamente al modo de producción de una sociedad, también se debe atender el proceso de hegemonía por el cual un grupo dominante se legitima ante sus dominados. Hoy no se puede desconocer que la cultura forma parte de las relaciones históricas entre un grupo humano y su medio ambiente, un proceso que comprende industrias culturales trasmisoras de expresiones en las que pesa su valor comercial pero también su intencionalidad ideológica. Hay un gran interés por parte de no pocas industrias culturales poderosas por hacer desaparecer peculiaridades y fortalezas de culturas tenidas por “periféricas”; no se trata de transculturación, sino de deculturación. Es un peligro real y una lucha actual como estrategia esencial de dominación.

Durante un tiempo, y sobre todo a partir de la Ilustración, se reforzó una clásica oposición entre naturaleza y cultura, vinculada al concepto de civilización, que sirvió para justificar una nueva esclavitud capitalista que en el presente pretende resurgir. Los pensadores de una Alemania fragmentada creían que la unificación podía resolverse mediante la política; no pocos dirigentes soviéticos suponían lo mismo partiendo del modelo de la URSS: ambos casos demostraron su ineficacia. El factor que más une a cualquier pueblo es la cultura, crisol al que se incorporan historias, tradiciones, pensamiento, acción, valores, moral, Derecho, creencias… que con orgullo nacional marcan un derrotero y un destino, por muy pequeña que sea la nación. A veces, algunas se mantienen resistiendo en el concierto mundial frente a otras culturas poderosamente depredadoras. Hoy la defensa cultural de esos pueblos pequeños como el de Cuba, significa la salvaguardia de su nación, forjada desde una identidad común y único idioma en una isla de singular historia de lucha por la justicia social y con la cazuela abierta a un ajiaco dispuesto a asimilar infinitas diversidades basadas en el respeto al “otro”. Nuestra educación revolucionaria es definitivamente el mejor medio para llegar a una cultura inclusiva y de la emancipación, bajo el apotegma martiano de “con todos y para el bien de todos”.

Tomado de: http://cubarte.cult.cu

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Cine etnográfico: De representación científica a constructo cultural

La búsqueda de una mirada. Antropología visual y cine etnográfico. Elisenda Ardévol. Editorial UDC

Por Javier Campo

Los ortodoxos, aquellos investigadores que han construido una serie de principios más o menos férreos de lo que debemos llamar cine etnográfico, parten de la regla de que es necesario ser etnógrafo o, al menos, estar siguiendo una metodología etnográfica para considerar los films como etnográficos (Loizos, 1992: 54). Pueden llegar a considerar un film como Forest of Bliss (Robert Gardner, 1986) una probable contribución a la antropología, pero “sería un grave error considerarlo un film etnográfico, dado que nunca trató de serlo”, según Peter Loizos (1992: 58).1 Entonces, de esto se desprende que es necesario que el director siga “métodos etnográficos” para rotular su film como etnográfico, entre otros requisitos como la necesidad de que sea acompañado de un texto escrito. Como en el caso de una tesis audiovisual, la cual generalmente debe contar con un texto que explique las decisiones estéticas y narrativas tomadas, es necesaria la apoyatura de la palabra escrita. Según Peter Fuchs y Karl Heider, otros dos “puristas” según Marcus Banks, la etiqueta de “cine etnográfico” no es gratuita, debe ser ganada siguiendo reglas científicas (Banks, 1992: 119). En fin, sin textos, los films solo “pertenecerán al terreno del film de puro entretenimiento” (Loizos, 1992: 63).2

Otros prefieren una definición menos restrictiva, como Paul Henley, quien ancla el cine etnográfico en una definición “más moderna”: en el film y no en la titulación profesional del director: “no es necesario ser un antropólogo para hacer un film de pensamiento etnográfico, tampoco es necesario que un film adhiera por completo a la definición para que sea considerado etnográfico” (2017: 209-210). En su experiencia como director del festival de cine del Royal Anthropological Institute de Londres, para considerar un film como etnográfico (y programarlo en el festival del RAI), alcanza con que se adhiera, en algún nivel, al nebuloso espacio conceptual de la “etnograficidad” (Henley, 2017: 210).

Dicha noción, desarrollada por los estudios heterodoxos, es decir no puristas, también está presente en Film as Ethnography (1992), el libro seminal que compila muchas de las visiones contrapuestas que aquí se presentan. Uno de sus editores, Peter Crawford, afirma allí que existen diversas gradaciones de “etnograficidad”, incluso llega a esbozar siete tipos, entre los cuales se da cuenta de que no es imprescindible seguir una metodología antropológica (1992: 67-74). Por ello Crawford puede llegar a sugerir que el cine directo, o bien el documental de observación en su acepción más amplia, han sido prácticamente institucionalizados como “etnográficos”. Las innovaciones “desarrolladas por el cine de observación llegaron casi a volverse reglas de la realización cinematográfica etnográfica” (Crawford, 1992: 77).

Marcus Banks es mucho más efusivo en su prosa, destaca que “los films observacionales han sido las joyas en la corona del canon del cine etnográfico” (1992: 124). Hay una explicación más profunda para considerarlo: “debido a que las cualidades etnográficas son más sencillas de ver en el desarrollo de un ‘evento’ registrado, aparece como más objetivo, neutral y transparente” (Banks, 1992: 124). Todo lo antedicho no suspende las suspicacias de los autores, quienes se mantienen alertas ante conceptos tan cargados de significaciones.

Asimismo, Banks también se encuentra de acuerdo con Crawford en cuanto a la consideración del cine etnográfico como mucho más suelto de las restricciones conceptuales que Heider, Fuchs y Loizos (en este último caso, nos estamos refiriendo solo a su artículo de 1992)3 destacasen, dando espacio a la presencia de la “etnograficidad” que va más allá del realizador y está apegada al film en sí mismo (Banks, 1992: 126). Es decir, no resulta relevante saber cómo denominó el director su film. Incluso Wilton Martínez, en el mismo libro, va un poco más allá: “creo que tenemos la necesidad de movernos de la dominancia del autor-texto a una consideración teorética del espectador-lector como una fuente poderosa de significación en la construcción de conocimiento antropológico” (1992: 132). Se contempla aquí el cruce de diversas variables en la consideración de este tipo de cine documental, donde los factores no son solo exógenos a la experiencia cinematográfica. En este sentido el cine etnográfico es un fenómeno cultural en que autor, texto, protagonistas y espectadores dialogan.

Uno de los aportes más interesantes, de una mente liberada de las restricciones disciplinares de la antropología, es el de Catherine Russell en Experimental Ethnography (1999). Desde sus primeras páginas afirma que el cine etnográfico es un “modo inherentemente contradictorio de práctica cinematográfica” (1999: 10). Dado que, aunque uno puede reconocer un corpus de films canónicos y una literatura que lo “celebra” y avala, “hay muy poco acuerdo sobre las ‘reglas’ del cine etnográfico y tampoco existen una serie de convenciones en las que los realizadores puedan estar de acuerdo” (Russell, 1999: 10). De lo que Russell está segura es que todos pueden acordar con el hecho de que la “historia del cine etnográfico es la historia de producción de la Otredad” (1999: 10).

En concordancia, Fatimah Tobing Rony señala que el cine etnográfico ha sido “definido racialmente”: la gente que aparece debe ser, en la mayor parte de los casos, exótica, aquella que hasta “recientemente fue categorizada por la ciencia como salvaje o primitiva, sin historia, sin civilización. En otras palabras, gente considerada ‘etnografiable’” (1996: 7). Lo que hace pasible de una etnografía a un grupo es su carácter cultural “en extinción”. Aún hoy priman los films etnográficos dedicados a la documentación de sujetos marginales para la sociedad de consumo que están, por esa misma ubicación en el espacio social, en situación de precariedad. La vieja etnografía “de salvamento”, en la que pensó Bronislaw Malinowski, vuelve en reflujo una y otra vez cuando se enciende un proyector y el presentador anuncia un film etnográfico.

Según Rony, en los films que pueden ser rápidamente catalogados como etnográficos —sobre todo aquellos realizados antes de 1960—, existe una mezcla de fascinación y horror en los espectadores, voyeurs de lo ajeno y constructores de la otredad, mixtura que identifica con el acuñamiento del concepto “canibalismo fascinante”, por su carácter antitético (1996: 10). De hecho, para Rony todo film etnográfico tiene la misma narrativa implícita, la de la evolución con los polos de tradición y modernidad jugando a las cartas (1996: 24-25). Aquellos son los que antes eran considerados atrasados en la línea social evolutiva, y que hoy catalogamos, desde una perspectiva social progresista, como “los otros”. Son los mismos: son aquellos sujetos y grupos sociales que no guardan los mismos intereses intelectuales que “nosotros”, a los que salimos a buscar por motivos social-científicos, político-solidarios o simplemente por curiosidad intelectual. Los colonialistas que consideraban a esos “otros” como “atrasados” también tenían intereses, pero materiales, de poderío económico-político, hegemónicos. Los protagonistas de los films etnográficos han cambiado en muchos casos, han dejado de ser los científicos/realizadores para pasar a ser los sujetos mismos, esos “otros”. En 120 años ha cambiado la perspectiva, mientras el set de filmación sigue siendo el mismo.

Tanto Russell como Rony, y tantos otros investigadores desde los noventa hasta la actualidad, han sido muy influidos por las teorías de la descolonización que permearon los estudios antropológicos desde los setenta. Sin dudas el cine etnográfico ha sido productor de la otredad, objetivador de sujetos y compañero de las expediciones colonialistas e imperiales; pero también se ha prestado a la descripción, representación, registro y hasta militancia en favor de otra relación con esos otros, en una simultánea reflexión sobre el nosotros.

Como opina Scott MacDonald en un trabajo reciente, “originalmente el término ‘cine etnográfico’ era aplicado a los documentos sobre culturas preindustriales, particularmente culturas al borde del colapso o la transformación. En años recientes, ‘cine etnográfico’ ha adoptado una aplicación mucho más cinematográfica” (2013: 3). Las autoras anteriormente mencionadas dan cuenta de esto cuando definen ampliamente al cine etnográfico como un término “fuertemente resistente”, algo así como una valija reforzada, que puede incluir “films científicos de investigación, films educativos para usar en escuelas, films de propaganda colonial y films comerciales de entretenimiento” (Rony, 1996: 8). En la misma línea de amplitud, de fronteras extendidas y difusas, Faye Ginsburg afirma que este tipo de cine es un médium, que trata comunicar una cultura con otra, “tratando de mediar a través del tiempo, el espacio, el conocimiento y los prejuicios” (1991: 104).

Si definiésemos al cine etnográfico solo como una herramienta que puede estar al servicio de intereses colonialistas, deberíamos prescindir del mismo y eventualmente dejar de hacer antropología cultural. Pero podemos estar de acuerdo con Nancy Lutkehaus y Jenny Cool, quienes luego de caracterizar dicha respuesta extrema a la “crisis de representación”, declaran que tomar esa decisión abandónica supondría obviar los “intereses interculturales de toda otra corriente de la antropología” que siempre estuvo en contra del Iluminismo, “para mantener la validez de representaciones culturales hechas por personas ‘ajenas a la comunidad’” (1999: 117). Por ello es que aquí sostendremos tanto la posibilidad de seguir hablando de la presencia de films etnográficos que están siendo realizados en este mismo momento, cuanto de la existencia de aproximaciones reflexivas para representar y registrar las costumbres ajenas, no racistas ni exotistas.

Los investigadores. Selección natural

Decir cine etnográfico es lo mismo que decir cine documental etnográfico, desde nuestra perspectiva. Hasta aquí no ha sido aclarado, como no es aclarado en la mayor parte de los estudios de este tipo de cine, dado que es un elemento ya aceptado: la indagación sobre culturas y la reflexión sobre las costumbres de los otros se presenta en formato documental. Pero, aunque esto es compartido tanto por los investigadores pioneros como por los más jóvenes, ni unos ni otros han ocupado los espacios de debate propios del documental.

Un caso es ejemplificador. En la edición XXIV de la Conferencia Visible Evidence (la más grande dedicada especialmente a los estudios de cine documental), realizada en 2017 en Buenos Aires, solo se presentaron un puñado de trabajos que analizaban films etnográficos; no así estudios teóricos, entre las más de cuatrocientas propuestas. Y tampoco participó ninguno de los más activos investigadores en el terreno del cine etnográfico, gran parte de los cuales han sido mencionados aquí. Scott MacDonald resalta la importancia de esta conferencia en la introducción de su libro, ya citado, “fue fundamental para establecer una comunidad de académicos interesados en explorar la historia y las nuevas formas del documental” (2013: 10-11). Aunque Catherine Russell, Faye Ginsburg y Nancy Lutkehaus han participado de algunas de sus ediciones, no continúan comprometidas con las discusiones que se dan en torno al devenir de Visible Evidence.

A diferencia de lo anteriormente reseñado, los investigadores que se reconocen especialistas en cine etnográfico se han dado cita en festivales de cine antropológico y encuentros específicos sobre su área de estudios. Así está consignado en el libro Film Festivals and Anthropology, editado por Aida Vallejo y María Paz Peirano (2017): las Conferences on Visual Anthropology, organizadas por Jay Ruby en la Temple University en los setenta; los eventos de la Nordic Anthopological Film Association, que tienen a Peter Crawford como impulsor; el Film Festival of the Royal Anthropological Institute, dirigido por Paul Henley; el Margaret Mead Film Festival, con Faye Ginsburg como una de sus organizadoras; o bien, las iniciativas de Jean Rouch como Les regards comparés. Se trata de encuentros bien específicos, aunque no exclusivamente académicos, que tienen a la antropología como disciplina marco. En definitiva, los expertos del cine etnográfico, los que han forjado un campo de estudios particular y definido, con mayor o menor precisión, los límites de su alcance, han preferido organizar sus propios encuentros cobijados por la manta de la antropología antes que participar e involucrarse en la organización de los eventos en los que se discutiese en el amplio terreno del cine documental.

Como si se tratara de dos espacios que no tuviesen puntos de contacto, los teóricos del documental dan muy poca cuenta de las discusiones en torno al cine etnográfico; mientras que los especialistas en cine etnográfico no atraviesan las problemáticas del cine de lo real, como si estuviesen hablando de films que no fuesen documentales. Son muy infrecuentes las citas de unos en textos de los otros.4 Cuando en realidad las problemáticas de los documentales etnográficos y las del cine documental en general están fusionadas: sobre todo en cuanto a la ética de la representación de los “otros”.

De hecho, si consideramos una descripción amplia del terreno del cine etnográfico podríamos incluir a gran parte del espectro del cine documental de observación (muy presente en los más citados estudios teóricos del documental). Sin embargo, los “expertos” en films etnográficos y aquellos que lo son en teoría del documental no han establecido un diálogo fluido.

Sin embargo, hay un contexto de quiebre que compartieron unos y otros: los años noventa. En la década de 1990 se institucionalizaron los estudios de cine documental y definitivamente terminaron de profesionalizarse por su ingreso en las currículas universitarias de Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña y Francia. Transformación palpable gracias a la aparición de las conferencias Visible Evidence, en 1993, y la publicación de estudios académicos sobre cine de no-ficción que se volverán clásicos (Representing Reality, Bill Nichols, 1991; Theorizing Documentary, Michael Renov ed., 1993; Claiming the Real, Brian Winston, 1995; Rhetoric and Representation in non-fiction film, Carl Plantinga, 1997). En cuanto a los estudios sobre cine etnográfico “la reforma fue llevada a cabo gracias al crecimiento del número de realizadores y académicos, y a la ampliación en la enseñanza y estudio del cine indígena” (Rony, 1996: 197). Asimismo, será en los noventa cuando aparezcan libros que permitieron pensar en la ampliación de las fronteras del concepto, como los de Russell, Rony, Crawford, Loizos y artículos como los de David MacDougall, Ginsburg y Lutkehaus-Cool, aparecidos en compilaciones.5

Sin embargo, es insoslayable el hecho de que las investigaciones sobre cine etnográfico han sido realizadas originalmente por antropólogos. Karl Heider ([1976] 2006) y Jay Ruby (2000) fueron los impulsores de las indagaciones en este campo y, asimismo, los que han defendido un dogma de la realización documental etnográfica (llegando a indicar el uso de determinados tamaños de plano y un montaje “apropiado”). Qué es un film etnográfico ha sido una cuestión arduamente desarrollada y debatida (cuestión abordada también recientemente por Paul Basu, 2008: 96).

Heider destaca que es aquél que está más cerca de los postulados científicos de referencia (en la reedición de su libro sostiene una definición más laxa: “una síntesis entre lo científico y lo estético […] Pero no cualquier film sobre ‘otros’ es etnográfico, el film sirve de complemento a una investigación etnográfica”, [1976] 2006: 2-3). La búsqueda de la “integridad” científica del cine etnográfico es una máxima defendida, “el film es una herramienta y la etnografía el objetivo” (Heider, 2006: 3). En resumidas cuentas, para Heider “las distorsiones deben ser mantenidas en un nivel mínimo y usadas para propósitos etnográficos, no por meras razones cinematográficas” (2006: 6).

Para Ruby es una falsa dicotomía considerar que “la ciencia antropológica” está en contra del “arte cinematográfico” (2000: 4). Pero, sin embargo, destaca que el cine etnográfico requiere del realizador “tener entrenamiento formal en etnografía […] Lo que hace a un film ‘etnográfico’ es su validación científica” (Ruby, 2000: 6). Al final de su estudio concreta su férrea demarcación: “El cine etnográfico debe ser un terreno exclusivo para antropólogos” (2000: 239). Esos han sido los dos principales investigadores que divulgaron postulados sobre el cine etnográfico subrayando su carácter “científico” por sobre lo “artístico”.

Cuidado, arte suelto

Michael Renov advierte sobre la posición ambigua del cine documental como discurso social “estético”:

La actitud inquisitiva proporcionada por una poética es particularmente pertinente para el documental, en la medida en que la poética ha ocupado, como veremos, una posición inestable en la articulación de ciencia y estética, estructura y valor, verdad y belleza (2010: s/p).6

El punto de vista de Renov se reduce a la consideración de que este tipo de cine (también está hablando del cine etnográfico) como ocupante de un espacio en el terreno de la poética, luego de un complejo recorrido teórico por la indagación de los conceptos de poética, política, ciencia y estética, entre otros. Entre la ciencia y el arte.

Por su parte, Peter Crawford señaló oportunamente una de las preocupaciones que continuamente vuelven en reflujo: “La realización etno-cinematográfica ha corrido siempre el riesgo de caer entre los dos taburetes de la antropología y del cine” (1992: 72). Pero ¿es necesario que adopte total y exclusivamente principios de la antropología o del cine? Depende de la perspectiva que se asuma. Según Carlo Cubero “la investigación científica, como práctica creativa tiene el potencial de impactar más allá de las instituciones académicas y más allá de la antropología. El cine etnográfico puede contribuir a las formas cinematográficas” (2017: 111). Es decir, para Cubero no hay ningún riesgo, la ciencia y el arte pueden encontrarse en un flujo más solidario, a través del cine etnográfico, mientras que la “línea purista pide rechazar consideraciones cinematográficas o estéticas” (Banks, 1992: 119). Jay Ruby explica que “los films hechos por antropólogos no tienen que verse como lo que ‘la industria’ (del cine) llama ‘buen film’” (2017: 149). Pero esa polarización se presenta en extremo forzada (los argentinos la denominaríamos como una “chicana”)7 y propone que, como no están haciendo films comerciales, los realizadores etnográficos no deberían prestar atención al desarrollo cinematográfico-estético de sus producciones. El mundo del cine tiene muchas gradaciones entre esos dos polos.

Sin embargo, también se han producido investigaciones que atravesaron la historia de este cine de forma heterodoxa: David MacDougall (1976, 1992, 1994), Peter Loizos (1993) y Emile de Brigard (1995) presentaron estudios que incluyeron obras experimentales, dejando de lado una caracterización prescriptiva. El caso de MacDougall resulta paradigmático ya que, al igual que Karl Heider, alternó la realización de films etnográficos con la reflexión teórica. Pero, a diferencia de éste, no propuso una visión restrictiva para el área de estudios.

MacDougall abrió el concepto de cine etnográfico a “cualquier film que busca revelar una sociedad mirada desde otra” (1976: 136). El cine “no solo es una herramienta de grabación, sino un lenguaje visual —continúa MacDougall—, tener en cuenta ello puede permitir a los films antropológicos la posibilidad de volverse algo más que trabajos científicos para convertirse en obras artísticas” (1976: 138). Algo negado por las posturas conservadoras anteriormente revisadas. Pero ello no significa menospreciar los conocimientos antropológicos; para MacDougall se debe evitar tanto la “creación de lecturas ilustradas” por films malos, cuanto las “distorsiones etnocéntricas” por malas etnografías (1976: 138). Bajo este punto de vista la historia del cine etnográfico adquiere relevancia para un público más amplio y va, progresivamente, liberándose de estructuras rígidas (con el desarrollo de esta perspectiva no es casual que en los escritos de estos teóricos renovadores se analicen films heterodoxos). Sosteniendo una mirada similar Peter Loizos destaca (en un texto diferente, con posiciones opuestas al ya citado de 1992) que él no intenta “demarcar las fronteras entre lo que es etnográfico o no”, ya que no le resultan útiles “las reglas y preceptos”: “las propuestas de Ruby y Heider son útiles como guías de lectura, pero mi práctica es interpretarlas más vagamente de cómo ellos quisieran” (1993: 8).

Otro de los pioneros que acompañó a MacDougall en su perspectiva abierta fue Timothy Asch: “la observación científica no alcanza. El film también debe capturar la esencia del pueblo, sus pasiones, sus miedos, sus motivaciones” (1992: 196). Aunque, así como otros realizadores, Asch “se resistió a pensar en su trabajo como ‘artístico’” (en MacDonald, 2013: 12). Negación que atravesó a otro pionero como John Marshall y a Jorge Prelorán, quien destacó:

Creo que mis películas —decía Prelorán— no son antropológicas ni etnográficas, sino documentos humanos en los que sólo importa la realidad humana que se va a transmitir. Considero que el cine que hago no es absolutamente objetivo, sino subjetivo, y por lo tanto no es científico. Tampoco creo ser un artista, porque no estoy creando. No me propongo hacer arte, aunque el filme sea parte de un fenómeno estético (en Ríos, 2005: 111-112).

Prelorán, otro pionero según la consideración de Peter Crawford (2017: 183), es un realizador para analizar detenidamente como estudio de caso sobre los vaivenes de las perspectivas identitarias que ondulan en el campo del cine etnográfico. Según Jay Ruby, y para sumar desconcierto, Prelorán “a menudo asumió ser antropólogo” (2017: 151).

Investigaciones recientes indagan en el carácter ambiguo del cine etnográfico como favorable y productivo (Peirano, 2017: 74). Rony destaca que “se mueve incesantemente entre la ciencia y el arte sin fronteras” (1996: 16). Y Colette Piault afirma que, como trabaja con imágenes, “la antropología visual mantiene un pie en el mundo académico y otro en el mundo creativo del cine” (2017: 40). Mientras que Cubero cava un poco más profundo, mirando al presente de las producciones audiovisuales, e indica que está “emergiendo un nuevo tipo de antropología, como un tipo de práctica no discursiva, más parecida a una aproximación antes que a un método, y articulando la antropología al servicio del cine, más bien que el cine al servicio de la antropología” (2017: 120). Lejos de esta consideración ha quedado aquella norma prescriptiva de la necesidad de que el film sea acompañado por un texto “escrito”, sin necesidad de romper con la categoría de “cine etnográfico”. Evidentemente, hay quienes consideran que en este terreno hay lugar para todos (aunque a veces los representantes de las diversas corrientes de pensamiento puedan discutir airadamente durante los festivales (Cubero, 2017: 116).

Final abierto

Según Karl Heider el cine etnográfico sería aquel que sigue los mismos objetivos y procedimientos que esa ciencia antropológica.8 Es, simplificando, el registro de un proceso de indagación, comprensión y explicación guiado por los principios de la etnografía. En ese sentido, mantenerse lo más apegado posible a los preceptos de una doctrina científica sería el factor que marcaría a fuego al cine etnográfico. Pero Emile de Brigard en su Historia del cine etnográfico (1975) abre el juego dando una definición en las antípodas. El cine etnográfico sería “aquel que pone de manifiesto patrones culturales” (De Brigard, 1995: 31); como expresa inmediatamente, de ello puede deducirse que todos los films, de una u otra forma, pueden ser considerados etnográficos. En una definición intermedia, en la que el cine etnográfico no sería un mero medio (como lo es para Heider) ni un espacio indefinido dentro del magno territorio del cine (tal como se deduce del texto de De Brigard), se encuentra la conceptualización de Faye Ginsburg (1999), que nos acerca una definición en línea con los movimientos cinematográficos contemporáneos.

Ginsburg hace una revisión del concepto de David MacDougall de “cine intertextual” y elaborar su propia definición de las “superaciones” de los prejuicios devenidos de visiones colonialistas y etnocéntricas que decantaron en un “efecto de paralaje” gracias a la colisión del audiovisual indígena con el cine etnográfico. Luego destaca que el viejo paradigma del cine etnográfico —como aquel realizado por profesionales “sobre” los grupos étnicos de referencia y “construido mediante la asunción de que la cultura es un objeto estable” (1999: 171)— ha sido desplazado. “La práctica del cine etnográfico —continúa Ginsburg— debe ser parte de un continuum de prácticas comprometidas en la representación de la cultura, prácticas que deben estar enredadas ampliamente en los procesos sociales, culturales y políticos comprendiendo las relaciones de desigualdad” (1999: 172). En tal orden de transformaciones el cine etnográfico es “resituado como mediación cinematográfica de la cultura que debe llamar la atención sobre la presencia de otras perspectivas” (Ginsburg, 1999: 173). En definitiva, contra aquellas definiciones ortodoxas que establecen que la producción debe quedar en manos de científicos, lo importante e interesante, para Ginsburg, es situar al cine etnográfico como una práctica en la enramada de las relaciones interculturales, en la cual el científico resulta ser un agente más en la representación de la cultura, pero de quien no depende exclusivamente la elaboración de las representaciones. Siguiendo el cauce de esta definición podemos establecer que muchos realizadores cinematográficos han hecho cine de tendencia etnográfica sin comulgar con los principios científicos de la disciplina antropológica ni respetar sus metodologías (quienes, por otra parte, no esperaron estudios legitimadores de su práctica para tomar la cámara y salir al campo).

Mirando desde otro lado el problema, Russell propone que “la etnografía en su más amplio sentido no está referida a la representación de otras culturas, sino a un discurso de cultura representado” (1999: XVII). Por eso indica que el cine etnográfico “debería convertirse en una producción textual desde la historia material de la experiencia vivida” (Russell, 1999: 14). No una representación de una investigación científica (aunque tampoco deba estar vedada este tipo de realización), sino considerarse a los films etnográficos como discursos de cultura. Como documentaciones de un estado de las culturas, de las que sus hacedores sean conscientes de su perspectiva personal, no absoluta ni definitiva. Por otra parte, se puede volver a la disciplina científica para ejemplificar este tipo de postura más abierta para el cine etnográfico. Como destacaba atinadamente Marcus Banks, “‘etnografía’ no es un término absoluto, o algo que no deba cambiar; hoy los antropólogos hacen cosas que no se hubiesen considerado como parte de la disciplina en el pasado, se trata más bien de un constructo cultural” (1992: 128). La etnografía fue cambiando, el cine etnográfico hoy acoge en su terreno y bajo su “etiqueta” producciones que promueven la reflexión sobre quiénes somos, quiénes son los otros y qué hacemos en este mundo.

Notas

1 Todos los textos publicados en otros idiomas han sido traducidos por el autor de este artículo.

2 En lo que sigue se hará notoria la gran cantidad de textos teóricos sobre cine etnográfico citados, contra la prácticamente ausente referencia a estudios latinoamericanos. Así como con respecto al documental en general, los latinoamericanos nos hemos dedicado más al análisis de filmografías que a la elaboración de clasificaciones y reflexiones teóricas sobre un fenómeno que merece ser entendido con nuestros propios términos. Es una tarea pendiente proponer teorías para el estudio de nuestros cines documentales.

3 El caso de Peter Loizos es intrigante, dado que si bien se muestra purista y ortodoxo en el artículo publicado en la compilación de 1992 (Film as Ethnography), se presenta más relajado en su libro Innovation in Ethnographic Film, publicado un año después, donde analiza films heterodoxos bajo la etiqueta de etnográficos.

4 Asimismo, en este texto hay una ausencia de citas de latinoamericanos. Nos hemos dedicado más a la historia que a la teoría. De hecho, aquí tampoco me estoy dedicando a teorizar, sino a estudiar organizadamente los estudios teóricos sobre cine etnográfico.

5 Asimismo puede decirse que la antropología había realizado un giro dramático en sus concepciones a partir de la década del sesenta a través de figuras como la de Clifford Geertz, quien reconoció los aportes de Claude Levi-Strauss y Bronislaw Malinowski, pero resituó a la disciplina como también útil para el estudio de sociedades occidentales. Sobre todo, a partir de La interpretación de las culturas (1973).

6 La versión del texto de Renov es la traducción que se publicó por vez primera en la revista Cine Documental que dirijo.

7 Una artimaña discursiva que distorsiona los términos descriptivos con fines de ridiculizar al oponente en un debate, generalmente político.

8 Heider destaca que el cine etnográfico debe seguir los pasos de una “etnografía escrita”: “un film etnográfico, como una etnografía escrita, debe relacionar los comportamientos específicos observados con las normas culturales entendiéndolos en un contexto social y cultural” y si ese registro fílmico o en video no contiene en imágenes y sonidos las generalidades que permitan formar una visión de conjunto de la cultura en cuestión, el recurso de la voz over debe ser el complemento necesario (Heider en Ardévol, 1994: 146).

Bibliografía

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Tomado de: http://www.asaeca.org

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La visibilidad del documental en los Oscars

Documentales nominados a los Premios Oscars en 2016

Por Javier Miranda

Hay una idea, de las muchas que flotan sobre la ceremonia de los Oscars, acerca de que los documentales candidatos son más avanzados en la cuestión social que los filmes de ficción que concurren. Se supone que estos últimos son de grandes productoras y que los docus son filmes más independientes en su gestación y por tanto pueden ser más autopermisivos a la hora de afrontar temáticas más comprometidas. En cierto modo, es una aplicación errónea de los procedimientos europeos, y más concretamente españoles, a los estándares estadounidenses.

Es cierto que en nuestro continente y en nuestro país hay un movimiento bastante fuerte de documentalistas independientes, que tienen su ventana en festivales de cines y programaciones de centros culturales más comprometidos. Pero si vemos las listas de los premios nacionales de cine, como los mismos Goya, veremos que están ausentes de las candidaturas de premios siempre controlados por la industria y el mainstream.

En Estados Unidos también hay documentalistas independientes que no catan los Oscars ni de lejos. De hecho, muchos de los que llegan a la gran final son de productoras especializadas –allí es más fácil comercializar un documental- con larga trayectoria. Incluso están presentes los dos cocos del siglo XXI, Netflix y HBO. La primera concurre con el largo “Icaro”, sobre el dopaje en el deporte ruso, y la segunda con el cortometraje “Traffic Stop”. No es tan raro en el caso de HBO. Aunque se ha hecho mundialmente famosa por sus series, nació en su momento como cadena dedicada al documental, consiguiendo algunos Oscars en su trayectoria. Sin ir más lejos, su corto “A Girl in the River: the Price of Forgiveness”, fue galardonado en 2015.

La pregunta sería si el axioma que abría estas líneas, el de que los documentales de los Oscars son más comprometidos con la realidad del mundo que nos rodea, es cierto. El problema para el gran público es que los docus en el gran autohomenaje que se da todos los años la industria de Hollywood pasan muy desapercibidos, ahogados en la parafernalia de las estrellas. Además, sabemos que los Oscars suelen “adoptar” en cada gala algún tema social, que subsume todos los demás. Así, la cuestión racial, los derechos de la comunidad gay o este año, el previsible eco del “Me Too”, hacen que otras causas pasen desapercibidas.

Los discursos de los ganadores y ganadoras en la categoría documental suelen ser bastante combativos, pero los resúmenes televisivos de las galas los obvian, no tanto por esto, sino porque todo el espacio se lo comen las estrellas. A no ser claro, el famoso “Shame, Mister Bush” de Michael Moore cuando recogió su estatuilla por “Farenheit 9/11”. La “gran causa” de todos los años hace que estas pequeñas reivindicaciones desde el escenario pasen desapercibidas. Si el apoyar estas causas es algo sincero por parte de la Academia o simplemente un acto de oportunismo es otro tema de discusión.

Aun así. ¿Merecen esta fama los documentales de los Oscars de ser más comprometidos socialmente? Echemos un vistazo a los largos ganadores de esta década, que ya avanza a su final. Ha habido tres de temática musical (“Searching the Sugar Man”, “A 20 pasos de la fama” y “Amy”). Uno sobre la crisis económica (“Inside Job”) y otro sobre el caso Snowden (“Citizenfour”). El último ganador fue “OJ, Made in América”, acerca de la vida y el famoso proceso a OJ Simpson. Entre ellos, aparece “Undefeated”, sobre una enferma de sida en Londres. Parece que sí, que se cumple el axioma a primera vista, pero si analizamos veremos sorpresas. En realidad, los tres musicales presentan temas muy americanos explotados por el cine de ficción. El gran cantante olvidado que resurge, las chicas del coro que tienen sus cinco minutos de gloria, el mito de Amy Winehouse que representa el clásico “muere joven y deja un bonito cadáver”. “Citizenfour” habla del tema de Snowden, pero en realidad deriva hacía el modelo “Todos los hombres del presidente” o la reciente “Los archivos del Pentágono” sobre la libertad de expresión. “Undefeated” cae en uno de los riesgos de este tipo de documentales, el melodrama. Queda “Inside Job”, que lejos de caer en convenciones más genéricas tiene lo que se debería pedir a un documental social, más análisis sobre lo que habla y llegar a conclusiones universales.

El riesgo de centrar un tema en un caso concreto es perder la perspectiva. Aquí gana de largo el excelente “OJ Simpson: Made in América”, que trasciende la anécdota sensacionalista del famoso asesinato cometido por el ex deportista para hablar de racismo, violencia de género y el circo mediático en que se ha convertido nuestra sociedad, en un gran fresco de los actuales Estados Unidos.

Los cortos ganadores ofrecen más variedad, pero se detectan varias líneas de las que apuntábamos en el párrafo anterior: el melodrama (“Hellium” sobre las relaciones entre un niño enfermo terminal y uno de los celadores del hospital al que acude. “Incierto” con una aspirante a artista callejera que vagabundea por Los Ángeles y que sufrió abusos sexuales en la infancia). La violencia en cortos como “Killing in the Name”, acerca de las víctimas del terrorismo islámico o la muy interesante “Salvar la cara”, sobre los cirujanos plásticos pakistaníes que se ofrecen a reconstruir a las mujeres que en su país son víctimas de salvajes ataques con ácido. Aquí tenemos otra muestra de cómo se puede hacer un discurso global a partir de un hecho concreto, algo que a veces falla.

No se trata de criticar a estos documentales por el tema que tratan, sino de establecer –en estos y en todos- hasta qué punto son capaces de trascender lo que cuentan y no fascinarse por un caso concreto que les haga perder de vista el discurso global, al que como documentales tienen la opción de llegar. Algo donde no llegan muchos filmes de ficción, que caen en el mismo pecado de no generalizar un discurso. Y dejarlo todo en manos de unos pocos personajes, como si su historia no tuviera trascendencia más allá de ellos.

Este año se mantienen las líneas habituales. “Heaven is a Traffic Jam on the 405” trata sobre una artista con serios trastornos mentales que se ha convertido en artista (otro riesgo del documental: hacer de una excepción la norma. No todos los enfermos mentales acaban siendo artistas. Así como en otro candidato, el corto “Knife Skills”, sobre un restaurante donde el personal son convictos, ya que su dueño pasó por prisión y quiere dar una oportunidad). Más interesantes parecen “Edith & Eddie”, sobre una pareja interracial de casi centenarios que se casan o “Traffic Stop”, que nos acerca al caso de un maestro afroamericano que sufrió abusos policiales por saltarse un stop. Evidentemente, los documentales estadounidenses miran a sus problemáticas, en estos dos casos raciales. Las consecuencias del neoliberalismo están presentes en “Abacus: Small Enough to Jail”, sobre el único banco estadounidense que acabó en los tribunales por el tema de las subprime. Curiosamente, es un establecimiento familiar, nada relacionado con las grandes cadenas bancarias, en lo que parece un ejemplo de manual de atacar el eslabón más débil. Y como nota exótica, la primera película siria nominada en la historia de los Oscar, “Last Men in Aleppo”, sobre los Cascos Blancos que están actuando en Siria. Un tema que gusta a la Academia, ya que el corto ganador el año pasado trataba del mismo tema. También los premios pueden servir para sacudir malas conciencias ante las pasividades internacionales.

En suma, los documentales de los Oscars meten el dedo en la llaga de cuestiones candentes, pero con matices. Falta análisis, falta mirar por encima de las historias que cuentan y llegar a conclusiones generales, y corren el riesgo de quedarse en ilustraciones de casos concretos, con lo que paradójicamente se acercan a géneros del cine de ficción. Esto puede ayudarles a dar visibilidad a estas películas y conseguir un público mayor, pero puede hacerles perder efectividad como reflexión genérica. En cualquier caso, hay que reconocerles que dan un primer paso en concienciación sobre cuestiones que, de otro modo, no llegarían al gran público.

Tomado de: https://www.kamchatka.es

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Estar en el mundo

Falco (Cuba)

Por Graziella Pogolotti

«El patio de mi casa es particular y cuando llueve se moja como los demás, decía una antigua ronda infantil», una más entre tantas otras hoy olvidadas. Bajo el manto de la inocencia se ocultaba una verdad profunda. Los acontecimientos que se producen en lugares distantes del planeta repercuten directa o indirectamente en nuestras vidas. Haber permanecido en esta Tierra por muchos años ha dejado en mi memoria el registro de un proceso histórico signado por la aceleración de los cambios y por el acrecentamiento de la violencia que se manifiesta de diversas maneras.

Con la derrota del fascismo al término de la Segunda Guerra Mundial se aspiraba a lograr un tiempo de paz. Las ideas que alentaron el nazismo concitaban el repudio general. Innombrable, el término parecía borrado de los diccionarios. Quedaba pendiente la eliminación del dominio colonial. Aumentó el número de Estados en las Naciones Unidas, aunque muchos de ellos disponían de soberanía limitada por la persistente subordinación económica. Había corrido la sangre y numerosos líderes, como Lumumba, Ben Barka y Amílcar Cabral, fueron apresados, torturados y asesinados.

Subsiste la paz en el territorio de las potencias, pero en las zonas periféricas la guerra no ha cesado. Los pretextos apelan a la instauración de la democracia o a la defensa de los derechos humanos. En verdad, se trata de la lucha por el apoderamiento de materias primas valiosas. La ciencia y la tecnología contribuyen a producir armas cada vez más sofisticadas. El arsenal atómico alcanza cifras peligrosas y los artefactos inteligentes protegen las vidas de los agresores y amenazan poblaciones civiles inermes. La acción bélica induce emigraciones masivas en precarias condiciones, causantes de la muerte de incontable número de personas. Con ello, renace el racismo y cobran fuerza tendencias fascistas que parecían enterradas para siempre. Olvidamos con frecuencia que el nombrado Oriente Medio fue cuna de la llamada civilización occidental. Allí, sobre el barro, nació la escritura cuneiforme, se establecieron las bases del derecho y se contaron las historias de Las mil y una noches. Mediante la literatura, la narradora escapó a la muerte.

La violencia se ejerce también a través de la economía que, aceleradamente, desplaza las razones de la política. La brecha entre ricos y pobres se agiganta. No tenemos que mirar muy lejos para observar las consecuencias del fenómeno. Se produce en la América Latina, tan cercana. Para no contribuir al desarrollo de sus países, las grandes fortunas se refugian en paraísos fiscales. No han transcurrido muchas décadas desde que la marea de las reivindicaciones populares recibió el contragolpe de la implantación de implacables dictaduras con un saldo incontable de muertos, torturados y desaparecidos. Sobre ese dramático telón de fondo, pudo llevarse a cabo el experimento neoliberal. Las políticas de ajuste aumentaron la distancia que separa a ricos y pobres, eliminaron las acciones dirigidas a combatir el desempleo, los derechos laborales, así como aquellos que garantizan el acceso a la educación, a la salud y a la seguridad social. Por distintas vías, la resistencia condujo a la desaparición de esos Gobiernos. Desde variadas perspectivas, con el empleo de fórmulas reformistas, el rescate de los bienes nacionales y una mejor distribución de las ganancias, sin socavar las bases del capitalismo, se lograron conquistas sociales. Muchos salieron de la pobreza, la universidad pública recibió pleno respaldo, se combatieron los residuos del analfabetismo, se mejoró el acceso a los servicios de salud y se ofreció mejor patrocinio a la cultura. Se estaba desafiando el poder hegemónico y la respuesta no pudo demorar.

La violencia se implementó con la reactivación de fórmulas tradicionales, como la latente amenaza militar, las represalias mediante el asedio económico y el amparo a la subversión interna. A través de los medios de comunicación se instrumentaron campañas de demonización de los dirigentes más connotados. Contraviniendo las disposiciones del Derecho Internacional fruto de prolongadas negociaciones, se asumió la naturalización de la potestad de intervenir en las políticas que conciernen a la decisión libérrima de cada país. De manera sutil, mediante la acción sobre la conciencia individual y colectiva, se socavaron valores que parecían consagrados para siempre. Los fundamentos de la democracia burguesa se quebrantaron. Ocurrió, de manera evidente, en la judicialización de la política. El ejemplo más notorio, pero no el único, es el de Luis Inácio Lula da Silva, condenado sin pruebas para impedir su participación en comicios en los cuales todo indicaba que habría de resultar triunfador. Víctimas de las políticas de ajuste de inspiración neoliberal impuestas por los organismos financieros internacionales, los pueblos empiezan a reaccionar. La batalla no habrá de ser de un día, porque se libra también en el terreno de las ideas.

La prepotencia imperial, desconocedora de los intereses de sus propios aliados, propone una derechización del pensamiento que evoca lo más sombrío de un pasado que creíamos superado por la historia. Es la expresión nítida del ejercicio de la violencia. Incorporado por los émulos del continente, el discurso adquiere rasgos aún más grotescos. Contiene el choque de civilizaciones, la xenofobia, el racismo, la condena a las reivindicaciones de la mujer, a otras manifestaciones de orientación sexual. Desconoce los estudios científicos sobre el desarrollo de la especie humana. La filosofía del éxito impone la ley del más fuerte. En una lucha de todos contra todos exacerba el individualismo. Bajo el manto de la modernidad, sustenta la expansión de un consumismo depredador. So capa de anticomunismo, justifica los crímenes de las dictaduras latinoamericanas.

Por haber seguido camino propio, por haber conquistado plena soberanía, los cubanos hemos estado sometidos a la aplicación de todas las formas de violencia. Día a día, el bloqueo se recrudece. En la reafirmación de nuestra resistencia, para remontar los efectos de las circunstancias adversas, precisamos estar en el mundo, acceder a una amplia información y valorar, mediante el análisis de los factores que intervienen en la realidad, la interconexión entre los sucesos de distinto orden en el aquí y en el allá, situarlos en su presente y en sus antecedentes históricos. Solo así podemos participar en el imprescindible combate de las ideas, entender las claves sustantivas de la contemporaneidad y detectar las falacias ocultas en el imaginario edificado en un mundo donde todo, incluida la política, se convierte en espectáculo.

Tomado de: http://www.juventudrebelde.cu

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La fortuna de ser Pier Paolo Pasolini

Pier Paolo Pasolini fue un escritor, poeta y director de cine italiano.

Por Fernando Clemot

Alberto Moravia clamaba en el funeral de PPP(1) sobre la gran suerte que habían tenido los italianos de contar entre sus filas con alguien como Pasolini y posiblemente tenía toda la razón. La cultura italiana tuvo la fortuna de tener un intelectual de su talla, pero posiblemente Pasolini también tuvo suerte de vivir en el tiempo que el que le tocó vivir, tan agitado, tan violento, pero tan rico y lleno de propuestas y personalidades fascinantes de las que alimentarse.

Fueron los años cincuenta y sesenta en Italia un tiempo lleno de vitalidad, de esperanzas, de ingenio (allí se alude a menudo a esa época como una especie de Arcadia cultural) y Pasolini sólo vivió el tiempo de la desesperanza (personal y social) hacia el final de su vida, cuando todo lo hermoso por lo que siempre luchó parecía languidecer. Posiblemente el entierro de Pasolini no fue únicamente el de una figura brillantísima, sino que representaba el final de muchas más cosas. El año 1975 fue el punto de inflexión de los anni di piombo(2), una década de violencia y frustraciones que aún se alargaría diez años más.

A Pasolini le gustaba definirse únicamente como “escritor”, a modo de buen resumen, pero fue muchas cosas más: poeta, ensayista, activista político, novelista, director de cine… No fue el mejor de su tiempo en muchas de estas actividades (con excepción de su trabajo en el cine) pero no está en la condición del intelectual ser el mejor en todos los campos, sino transmitir una idea, un impulso. Regenerar. Y Pasolini supo hacerlo. Su mensaje caló no sólo en su tiempo, sino que posiblemente ha llegado con fuerza y renovada actualidad (la televisión, el fascismo, el individualismo, la pérdida de valores sociales) hasta nuestros días. El objetivo del intelectual no es tanto deslumbrar como que perviva su voz. Y la de él se mantiene intacta y florecida.

No es fácil crear un intelectual. No florecen tan a menudo como los buenos poetas o novelistas. Necesitan a su alrededor el abono de una cultura sólida y rica, el calor de buenas editoriales, de lectores interesados, de buenos compañeros de viaje con los que se pueda confluir en sus ideas, de un tiempo político y social que ayude (por su bonanza o como reacción a él), de algún tipo de sociedad emergente o sólida, reactiva, donde sus palabras tengan un eco y no caigan en el vacío. Tal vez por esa necesidad de tener un sustrato tan fértil, la erudición, la intelectualidad se ha desarrollado con más facilidad en culturas en las que este tipo de figuras tienen un reconocimiento, un premio. En Francia (un sustrato cultural que se adapta a lo señalado) tenemos una hermosa cantidad de nombres que se ajustan a ese patrón, como Sartre, Simone de Beauvoir (con ambos mantuvo siempre una buena relación Pasolini), Barthes, Foucault, Jean Genet, Georges Bataille, Albert Camus, etc. En Estados Unidos encontraríamos también figuras paradigmáticas como Susan Sontag, Allen Ginsberg o Noah Chomsky. Y quizá en España (aquí no tenemos un sustrato tan fértil) destacaríamos a Juan Goytisolo, que hizo acopio (y mucho) de todas las cualidades que hemos señalado. Un intelectual no sólo reflexiona y crea. A menudo actúa. Tiene una causa, es un militante. Hay un componente de acción, político, en cualquier acción transformadora. Un intelectual no es sólo una obra o un pensamiento: es una voz que necesita hacerse oír.

Tal vez por ese componente político estas figuras cobraron especial relevancia en los años cincuenta y sesenta. Europa había quedado destrozada y dividida tras dos largas carnicerías. Fueron tiempos de pobreza, pero también de resurgimientos. Nunca crecieron tanto las ciudades como entonces, ni las sociedades cambiaron de esa manera. Se enfrentaban también dos bloques, dos ideas de entender la sociedad en una guerra larga y taimada, de desgaste. Fueron años muy politizados: los escritores, cineastas, pintores, dramaturgos… solían tener ideologías férreas, un proyecto social. El artista buscaba cambiar la realidad que le rodeaba, no únicamente medrar o sobrevivir en un hábitat tan extremo como es el cultural. En un tiempo tan apático como el que nos ha tocado vivir estas figuras no hubieran tenido sentido ni desarrollo. Hubieran muerto de inanición.

Pasolini nació cuando nacía el fascismo, en 1922. Lo vivió durante su juventud. Sufrió muy directamente la crueldad de la guerra (su hermano fue asesinado por partisanos yugoslavos en febrero de 1945). También vivió con esperanza el nacimiento de “la República de los trabajadores” de 1946. Tuvo sus primeros reconocimientos en aquella Italia de la “fiebre de América”, la del realismo social bajo la vigilancia estricta de Einaudi y otros intelectuales, la de las traducciones y las novelas de Pavese, del Neorrealismo que suplía la falta de medios con una nueva forma de ver el cine, del erotismo de Moravia, de Elsa Morante, de Natalia Ginzburg o Carlos Emilio Gadda, hasta de figuras tan poliédricas como la de Curzio Malaparte. Vivió años de un intenso desarrollismo (que menciona una y otra vez en sus escritos), del silencioso control social de la Democracia Cristiana, de la emigración del sur al norte industrializado. En esos años convulsos siempre buscó con anhelo lo más sencillo, la pureza de lo popular, de aquella Italia humilde que funcionaba todavía como una comunidad y que todavía podía reconocer en algunos barrios de Roma. Tiempos convulsos, llenos de anhelos y también de desesperanzas. Hacia el final de su vida todo se tornó terrible y violento. PPP vivió un tiempo brutal, fiero, pero también digno y apasionante.

Es por ello que todos tuvimos suerte de tener a Pier Paolo Pasolini, pero posiblemente él también tuvo la fortuna de vivir una época en la que todo parecía posible.

PPP: Una vida violenta

En una de las entrevistas de este dossier, la editora de Gallo Nero, Donatella Iannuzzi, hizo una definición reveladora de lo que fueron las últimas obras de Pier Paolo Pasolini -en este caso relacionada con su cine-, sobre las diferencias entre Accatone (1961) y Salò o los ciento veinte días de Sodoma (1975), primera y última obra que dirigió: «Es el mismo camino que recorrió él. Un camino hacia la amargura. Sus últimas denuncias son muy violentas. Ya no era un mensaje de denuncia, se convirtió en un enfado violento. Evolucionó hacia algo más duro, sangriento».

La imposibilidad de cambio, la impotencia, condujo a un mensaje más radical, más desabrido, que impregna sus últimos años. Nada tienen que ver sus primeras poesías en lengua friulana, sus primeras novelas y películas neorrealistas con sus obras finales como Teorema (1968), Pocilga (1969) o la mencionada Los 120 días de Sodoma. Es un camino que va del idealismo y la búsqueda de la pureza (búsqueda en algún momento obsesiva) a la crudeza y la violencia final. Su propia obra parecía venir marcada en sus últimos años hacia un destino violento y terrible.

Años atrás, cuando ya era un autor maduro y reconocido (a finales de los cincuenta ya había obtenido el premio Viareggio por Las cenizas de Gramsci) pero no había empezado todavía su carrera como realizador, nos muestra todavía esa mirada esperanzada, deseosa de encontrar la pureza. Es entonces, en el verano de 1959, cuando emprende un viaje de ida y vuelta desde las primeras playas de Liguria, en la frontera francesa, hasta el municipio más meridional de Sicilia, regresando por la costa adriática hasta Trieste. El escritor (que plasmará este viaje al volante de su Fiat 1100 en una serie de artículos para la revista Successo, recopilados en La larga carretera de arena [3]) parece exultante, esperanzado. No es sólo una pequeña aventura solitaria, sino también un viaje hacia la pureza, hacia la sensualidad y la inmanencia de lo sencillo. El viaje está repleto de elementos que revelan el estado de ánimo del escritor: «El corazón me late de felicidad y de impaciencia», «Aquí todo es perfecto, como en las islas de Verne». Sobre Ravello, cerca de Nápoles, dice: «No soy capaz de separarme de este rincón de cielo: un lugar destinado al éxtasis».

Contrasta esta mirada ilusionada con la que estaba mostrando en alguna de sus primeras novelas, las de los años cincuenta, Muchachos de la calle (1955), Una vida violenta (1959), Nebulosa (1959) o Mujeres de Roma (1960). Por entonces había centrado su interés en los suburbios de las grandes ciudades italianas, alrededor de las cuales se había ido creando un cinturón de pobreza. Los escenarios son variados, pero no tan semejantes como se podría pensar. En Roma se centra en los barrios del sur y oeste de la ciudad, como la Garbatella o el Gianicolense, y también los alrededores de la Estación Termini, siempre tan abigarrados y extraños. Allí deambulan una serie de personajes al límite de la delincuencia -algunos incluso habitan en cuevas debajo del monte Testaccio-, que malviven y se ganan la vida como pueden. La mirada de PPP no es una mirada censora, se siente cercano a la vida sencilla y todavía primitiva de estos arrabales romanos que, en el fondo, reproducen todavía una forma de vida tradicional, colectiva, muy semejante a la que podían tener en sus pueblos de origen en el Mezzogiorno.

Su mirada será más distante y dura cuando reproduzca la vida de los arrabales del norte de Milán (Sesto, Paderno) con el fondo del naciente skyline formado por la Torre Breda, el Pirellone. La juventud desarraigada que retrata allí sí que le produce escalofríos y su retrato no es tan benevolente. Esos jóvenes desarraigados no son los culpables, son el resultado, son los teddy boys, una mezcla de delincuencia e imitación del estilo de vida americano (ropa, música, en la jerga, cierto nihilismo vehemente). Ese tipo de adaptación forzada de la juventud a “lo americano” representa para PPP las pequeñas monstruosidades que está creando el desarrollismo acelerado de la sociedad italiana, la entrada del capitalismo, la imitación llevada al delirio que se empezó a crear en los años de la “fiebre de América” (4).

Quizá esta mirada en busca de lo esencial, lo sencillo y puro que representaba una sociedad más antigua, más cohesionada, es lo que hará que el autor (no olvidemos que era un hombre del norte de Italia) se sienta siempre mucho más representado por Roma que por Milán. En Roma podía encontrar señales de lo que buscaba.

Desde entonces para Pasolini el viaje al sur será siempre un viaje hacia lo esencial, hacia una forma de vida más equilibrada que anhela, pero que observa que está cada vez más alejada de su propia realidad. Buscará no sólo en el sur esta pureza antigua, sino que también tratará de encontrar su reproducción en los distritos más populares de Roma.

El discurso cinematográfico de sus primeras películas será también una búsqueda de esa pureza. Son las llamadas “películas en blanco y negro”, el eje formado por Accatone (1961), Mamma Roma (1962), El Evangelio según San Mateo (1964) y Pajaritos y pajarracos (1966). Las dos primeras están todavía rodadas en clave neorrealista (con toda seguridad marcan ya el cierre de este movimiento) y muestran un mundo de prostitución y pequeña delincuencia en los suburbios romanos, siempre teñidas de un trasfondo trágico. Tras acabar Mamma Roma se embarca en Ro.Go. Pa.G, una película dividida en cuatro episodios dirigidos por cuatro directores (Rossellini, Godard, Pasolini, Gregoretti). En su parte, La ricotta, (alterna ya escenas en color) hace en su escasa media hora un retrato crítico, crudo y desangelado de la crucifixión de Cristo (en forma de una trouppe de actores que están rodando una película) que le costará una condena en 1963 por «insulto a la religión». Pese al apoyo de buena parte de la intelectualidad italiana e internacional, la condena seguirá adelante y posiblemente este hecho marcará de forma decisiva la sensación de persecución e incomprensión que arraigará en PPP hasta el final de sus días. El Evangelio según San Mateo sólo se puede entender como una continuación y depuración de la simplicidad de algunas escenas de La ricotta y una forma de entender el cine como una representación de lo puro y esencial. Y posiblemente sea el clímax de esta esencialidad.

Desde finales de los años sesenta, la producción literaria y cinematográfica de Pasolini adopta una mirada más dura. Sus ensayos, apariciones televisivas y discursos se tornan más críticos, ácidos y resentidos. Podemos ver entonces cómo carga contra la televisión, contra el sistema político (se aleja del PCI en esos años) y contra una sociedad entera de la que se siente cada vez más alejado. Comienza a sentirse alienado, sin un papel social. Teorema (novela y película de 1968) aborda ya una temática más burguesa (con pinceladas todavía de su primera época) y en la Trilogía de la vida (El Decamerón, de 1971, Los cuentos de Canterbury, de 1972, y Las mil y una noches, de 1974) muestra a las claras una última deriva hacia temáticas y escenarios más complejos y extremos que se subliman en películas como Pocilga (1969) o Salò o los ciento veinte días de Sodoma (1975) en los que predominan escenarios de una sexualidad convulsa y desabrida, de una violencia latente, casi escatológica en algún momento, reflejo posiblemente de una realidad social mucho más extrema y violenta que empezaba a contaminar a la sociedad italiana en aquellos años, y espejo también de ese desencanto que él mismo parecía arrastrar.

Es difícil saber cómo se hubiera desarrollado la obra de Pier Paolo Pasolini de no haber sido asesinado aquella noche de noviembre de 1975. Parecía estar en un callejón sin salida. Con poco recorrido. Sin voz.

A los que amamos su obra nos gustar pensar que, tras esa deriva final, el autor podría haber vuelto a la esperanza, a algún tipo de seguridad, a nuevas ilusiones: a esa búsqueda de lo sencillo y lo antiguo que durante un tiempo anheló.

Es imposible saberlo, pero es preferible pensar que sí.

Que podría haber pasado.

Que le esperaba un final mejor.

Notas:

[1] En Roma, el cinco de noviembre de 1975

[2] Se alude a los años de plomo al periodo de violencia terrorista y de mafiosa en la sociedad italiana y que abarcaría desde 1969 (atentado de Piazza Fontana en Milán, obra de las Brigadas Rojas) al atentado del tren 904 (finales de 1984, a cargo de la Mafia siciliana). Esos quince años de violencia tendrían posiblemente su clímax en el atentado de la estación de Bolonia, en agosto de 1980, y el secuestro y ejecución de Aldo Moro (mayo de 1978).

[3] Publicada en Gallo Nero (Madrid, 2018)

[4] La fiebre de América es el nombre que recibe un movimiento masivo de emigración a los Estados Unidos (1898-1915) pero también un movimiento de imitación del modo de vida americano que se plasma en la sociedad italiana desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta finales de los años cincuenta.

Tomado de: https://www.elviejotopo.com

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Notas gráficas de la semana (20)

Marian Kamensky (Ausria)

Por Octavio Fraga Guerra

La violencia de los carabineros del Presidente de Chile Sebastián Piñera y el “impeachment” desatado contra el “emperador” del mundo” Donald Trumo siguen marcando la agenda temática de los artistas gráficos de varias regiones del mundo. No falta en esta selección semanal las originales propuestas artísticas en torno al calentamiento de nuestro planeta, la incursión de las tropas turcas en la frontera Siria o las carencias de personal médico en Puerto Rico. La nota caricaturesca de esta curaduría está dedicada a la expresidenta del Fondo Monetario Internacional Christine Lagarde. Otros tópicos singularizan esta 20 edición.

Ferran (España)

Deb Milbrath (Estados Unidos)

Vasco Gargalo (Portugal)

Daniel Paz (Argentina)

Pawel Kuczynski (Polonia)

Pedro Silva (Portugal)

Kike (Puerto Rico)

Gatis Sluka (Letonia)

Marco De Angelis (Italia)

Mikail Çiftçi (Turquía)

Antonio Rodríguez (México)

Amorim (Brasil)

Luc Descheemaeker (Bélgica)

Marian Kamensky (Ausria)

Mikail Çiftçi (Turquía)

Paolo Calleri (Alemania)

Vasco Gargalo (Portugal)

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La construcción de mundos (de, con y para el Che) (I)

Comandante Ernesto Che Guevara

Por Víctor Fowler

El cuadro, pues, es un creador…

El cuadro, columna vertebral de la Revolución (1962)

Tenemos la obligación imperiosa de pensar, ¡Imperiosa!

Reunión bimestral en el Ministerio de Industrias.

Versión de acta inédita (2 de octubre de 1964)

…una conciencia en la que los valores adquieran categorías nuevas.

El socialismo y el hombre en Cuba (1965)

Para Fernando Martínez Heredia, a quien extraño.

¿De qué modo se intenta la construcción de mundos nuevos?, ¿qué hay en el interior de semejante enunciado y quiénes lideran procesos semejantes? ¿De qué modo esta épica de momentos iniciales conecta con nuestro presente? La primera de las citas que abren este texto ha sido extraída del ensayo El cuadro, columna vertebral de la Revolución, publicado en la revista Cuba Socialista en septiembre de 1962, cuando la Revolución cubana apenas ha cumplido sus tres primeros años; el lugar de aparición del material, la más importante publicación partidista en el área de la crítica y la teoría, modela las características del documento, verdadero ensayo político acerca de las estructuras del nuevo poder, y establece sus límites. Guevara explora las características de la nueva sociedad y el tipo de liderazgo que en esas circunstancias iniciales había emanado, cuestión que desde el inicio mismo de la Revolución cubana es una de sus obsesiones teóricas; de esta manera, el relato y la valoración acerca del surgimiento del Ejército Rebelde, el tipo de vínculo que se dio entre el núcleo inicial de los revolucionarios reunidos alrededor de Fidel Castro, así como entre estos y los campesinos de la Sierra Maestra, las características deseables en un combatiente guerrillero o las demandas sociales básicas del campesinado pobre, la dimensión internacional de la Revolución cubana, así como las insuficiencias del marxismo ortodoxo soviético son puntos que se constituyen en enigmas para la teoría.

La segunda de las citas proviene de la transcripción del acta de una reunión, celebrada el día 2 de octubre de 1964 en el Ministerio de Industrias, entre directivos y el ministro, Ernesto Guevara. En esta, como en otras del mismo corte, además de las cuestiones propias de la vida del Ministerio y sus múltiples dependencias, Guevara expone y discute inquietudes y dudas acerca del proceso de desarrollo del socialismo en la hoy extinta Unión Soviética, así como cortantes preguntas acerca de lo que, por entonces, a inicios de la década de los 60 cubanos, era el presente. Su figura favorita es Lenin, el conductor de la Revolución Socialista de Octubre de 1917, y el punto de conflicto el momento del año 1922 cuando en el país soviético fue adoptada, a propuesta de Lenin, la llamada Nueva Política Económica (NEP); luego de realizar una Revolución socialista en 1917, suprimir las relaciones de propiedad y la obediencia a las leyes del mercado, la reintroducción de mercado y propiedad en 1922 constituye para el Che una fractura que, en lo adelante, iba a afectar a la totalidad del edificio socialista y, como tal, un motivo de preguntas y tomas de distancia. Por este camino, lo mismo considera que la NEP, cuya núcleo operacional resume con la frase “el interés material directo como palanca económica” (Guevara: 2006, p. 112) es “el gran paso atrás de Lenin” (Ídem, p. 139) o “el gran caballo de Troya del socialismo” (Ídem, 112); en opinión de Guevara, la erosión provocada por este enemigo interior sería tan severa que, desde su óptica como hombre de los 60 del pasado siglo, “los conflictos provocados por la hibridación que significó la NEP se están resolviendo hoy a favor de la superestructura; se está regresando al capitalismo”. (Ídem, p. 27)

El carácter no formal de estas reuniones en el Ministerio de Industrias hace que la transcripción de las actas nos ofrezca un acceso privilegiado a ese hervor del pensamiento guevarista; las actas, de las cuales han sido publicados fragmentos, contienen análisis de asuntos específicos de este Ministerio, intervenciones de subordinados en uno que otro asunto puntual y largas inquisiciones del Che a propósito de problemas de la teoría marxista. A tal punto llegan esta práctica del debate, así como la necesidad de avanzar en la comprensión de esos asuntos de la formulación teórica y la realización en la práctica del socialismo, que el día 2 de octubre de 1964 ocurre algo asombroso; en un momento de la intervención del Che, lo que comienza siendo un comentario sobre los países socialistas termina en lo que podríamos llamar un acto de pensamiento “en caliente” o, si así se prefiere, in situ, sin el tipo de mediación que acompaña el decir que ha sido previamente elaborado y medido o sopesado:

En esto he pensado algo, he leído un poco, he tratado de hacer una cosa más o menos coherente por toda una serie de asuntos que uno ve, que conoce. Empieza a conocer más los países socialistas por dentro, las contradicciones internas que existen, las quejas, los disgustos. Se aprende mucho más de nuestros errores aquí, de toda la tremenda cantidad de imbecilidades que hacemos, de los resquemores que se provoca en la población. Empieza uno a pensar en los porqués y he llegado a una conclusión, que en definitiva cuando Fidel hablaba ayer, el lunes, de la pequeña burguesía infiltrada en el aparato, lo encontraba congruente, incluso contó una serie de cosas que no las he discutido con él. Estas cosas que les digo a ustedes no las he planteado en el Partido siquiera, porque son cosas que uno las va todos los días cambiando un poquito. Es decir, es un feto lo que les voy a decir”. (Guevara: 2006, pp. 315-316)

¿Por qué un alto dirigente comparte, en semejante reunión, este “feto” de pensamiento? ¿Qué intenta provocar en quiénes participan? ¿Qué significa que el cuadro es un “creador”? ¿Creador, de qué? ¿Cómo se conecta esto con la tercera de las citas, extraída de El socialismo y el hombre en Cuba, texto guevarista aparecido en el semanario uruguayo Marcha, el 12 de marzo de 1965, la última contribución pública del Che al desarrollo de la crítica y teoría de la Revolución cubana y el socialismo? ¿Por qué Guevara expresa en esa misma reunión con énfasis no típico (el énfasis es una marca dramática) que “(t)enemos la obligación imperiosa de pensar, ¡imperiosa!”. ¿Por qué tenemos “obligación” de pensar, por qué es “imperiosa” y sobre qué tenemos que pensar o para qué? ¿Cuál es la conexión entre ese pensar y las “categorías nuevas” y entre las categorías nuevas y la “conciencia”?

II

La Revolución cubana triunfa en enero de 1959 y el Che, uno de sus principales dirigentes, va a disponer de una vida pública en ella de solo seis años, pues desde su partida hacia el Congo en 1965 ya no aparecerá más en los escenarios oficiales del país. Se había incorporado al grupo de luchadores revolucionarios desde 1956, al “meterse en el Granma con Fidel” (como una vez dijo de manera autoirónica), pero su producción discursiva comienza después del triunfo; esto significa que hablamos de apenas seis años de intervenciones, dudas, preguntas, debates y, lo más importante, creciente desarrollo de un pensamiento para el cual la principal incógnita a responder es cómo construir un mundo nuevo. Durante este breve número de años se convierte en un pensador de las revoluciones anticoloniales, antimperialistas y tercermundistas en general. La construcción de un mundo nuevo debía ser entendida como la solución dialéctica que supera lo viejo al mismo tiempo que rescata lo mejor del estadio histórico precedente.

Las actas de las reuniones con los directivos del Ministerio de Industrias dan muestra del choque de fuerzas en el interior del pensamiento guevarista y de la enorme tensión que estas propiciaban; así la pareja de polos hacia los que siempre se regresaba eran la inyección de elementos del capitalismo en el interior del socialismo casi acabado de triunfar (cosa que se refería, sobre todo, a la política de la NEP hacia el final del período leninista luego del triunfo de la Revolución socialista de Octubre) en paralelo a la incapacidad de los socialismos hasta entonces conocidos para encontrar caminos para cambiar la relación entre el hombre y el trabajo sin colocar en primer plano la estimulación material del trabajador. Sin “interés material directo como palanca”, ¿qué recurso tenían las dirigencias políticas para intentar otra relación de los productores con el trabajo que no fuese más trabajo-más salario-más consumo-más bienestar personal y familiar? Es aquí donde, como respuesta, aparecía la conciencia.

En lo que constituye uno de los momentos de mayor radicalidad en el pensamiento guevarista, el día 5 de diciembre de 1964, durante la Reunión Bimestral con los Directores en el Ministerio de Industrias, el Che se refiere a “una frase de Mao muy bonita” donde dice, aproximadamente, que “el hombre como ser enajenado es esclavo de su propia producción y a partir de ahí, con la mediación del Marx de los Manuscritos Económico-Filosóficos, el Che concluye que la realización del hombre solo ocurre “…cuando hace aquellas cosas que no son necesarias a su ser físico, es decir, cuando se transforma en el arte o, por ejemplo, cuando hace trabajo voluntario, o sea, fuera de las cosas que rinde a la sociedad, algo que el hombre entrega”. (Guevara: 2006, p. 366)

La similitud entre ese ideal de hombre realizado y la imagen de un individuo transformado, cambiado gracias al arte, nos permite imaginar el proceso a partir de la idea de goce artístico en estado puro y de allí aproximarnos al momento más elevado de esa entrega o “dar de sí”: el trabajo voluntario. Es aquí, cuando el trabajo libera porque ya no es modo de obtener dinero/beneficio y ni siquiera momento de disfrute personal, sino un acto de entrega consciente del individuo hacia los otros, un disfrute en la entrega misma. Esta manera de trabajar es un acto ético-estético, una proposición de belleza y un aligeramiento (dejar atrás la carga) claramente imbricados con lo que el Che llama el “deber social que tiene que ser parte de eso que pudiéramos llamar la mística del socialismo”; la oración continúa sometiendo a sospecha el concepto y a su vez reivindicándolo: “si no fuera una palabra un poquito peligrosa, pero que tiene que existir”. Entonces, podemos preguntar: ¿qué es una “mística del socialismo” y por qué ese imperativo “tiene que existir”? Aunque la proposición está en un párrafo que trata de las condiciones del dirigente, tanto la idea de una mística socialista como su acción de imperativo categórico dentro del sistema merecen un valor general; de ahí que la respuesta a la pregunta, contenida en la oración que continúa la cita anterior, igual adquiera ese valor de explicación general de la vida:

… deber social que tiene que ser parte de eso que pudiéramos llamar la mística del socialismo si no fuera una palabra un poquito peligrosa, pero que tiene que existir. Un dirigente no puede ser una persona normal, es decir, en las condiciones de anormalidad en que se debe trabajar en estos momentos”. (Guevara: 2006, p. 374)

Ahora bien, ¿con qué tipo de persona identificar a ese que no es “normal”?

III

El exceso, desborde o suplemento que esta individualidad supone es lo que justifica el empleo del sustantivo “mística” para definir parte del contenido que caracteriza a este sujeto; pero un místico del razonamiento del mundo, que interpreta en el proceso de posicionarse en él. Este ente de razón es el cuadro de dirección, figura que ─de maneras diversas― ocupa una parte considerable del pensamiento guevarista. Por tal motivo, las referencias al “cuadro” van siempre acompañadas de expresiones que señalan que el acceso a la “conciencia” se produce mediante el uso intensivo de la “razón”; ello implica que solo a través de una profunda comprensión de los procesos, precedida a su vez por un intenso estudio, es posible la apropiación de la técnica que posibilita el desarrollo. En paralelo, otra profundización y ampliación, la del conocimiento político, permite al cuadro comprender el ideario que defiende y actuar como intermediario entre la dirección política de la sociedad y, en general, las más amplias masas. A tenor con ello, la “claridad política” es definida por Guevara en los siguientes términos en el conocido ensayo El cuadro, columna vertebral de la Revolución, publicado en la revista Cuba Socialista (1962): “no consiste en el apoyo incondicional a los postulados de la Revolución, sino en un apoyo razonado, en una gran capacidad de sacrificio y en una capacidad dialéctica de análisis que permita hacer continuos aportes, a todos los niveles, a la rica teoría y práctica de la Revolución”. (Guevara: 1977, t. 6, pp. 243-244)

Par de citas, tomadas del discurso pronunciado en la graduación del Curso de Administradores del Ministerio de Industrias el día 21 de diciembre de 1961, ilustran la complejidad del problema. Si la “maduración política” significa “tener la comprensión clara de los problemas que existen y tener la certeza de que se desconoce mucho y de que hay que avanzar a tientas por un camino muy difícil”. (Guevara: 2012, p. 30), también significa tener “el deseo y la decisión de entregarse de lleno a una causa que ahora se comprende, y que razonadamente se puede ir a realizar cualquier clase de sacrificio y cualquier clase de trabajo en bien de la colectividad”. (Idem) Mientras que la serie de palabras que subrayo en el primer fragmento corresponden al espacio de la razón y remiten a cuestiones cognitivas (comprensión, problema, certidumbre, desconocimiento, dificultad), las destacadas en el segundo fragmento mezclan cognición, voluntad (comprender, razonar, desear, decidir) y esa tercera zona que es la esfera emocional a través del sacrificio personal. La resultante que se obtiene al entrar en interacción todo este abanico de fuerzas es lo que propicia el salto de la conciencia, ese momento que Guevara ilustra del siguiente modo en la Reunión Bimestral en el Ministerio de Industrias del día 22 de febrero de 1964: “… hasta que de pronto el sacrificio se transforma en un modo de ser” (Guevara: 2006, p. 287). Este momento de eclosión frente a un acontecimiento extremo, el sacrificio, tiene su correlato en el más bajo nivel de la cotidianeidad cuando llega, en palabras de Guevara: “el momento ese que el trabajo no sea una obligación penosa, sino que sea realmente un acto creativo, algo interesante y sobre todo para los dirigentes. (Idem)

Volvemos a preguntar, ¿quién es ese que no es normal y cuáles cualidades reuniría? El enigma de la composición y estructura interna de ese sujeto enigmático, el cuadro, se le impone al Che como una de las piezas claves del mundo nuevo y se pregunta, en una carta dirigida a Fidel en abril de 1965:

¿Por qué un cuadro de dirección puede cambiar todo? ¿Por qué hace trabajar técnicamente, es decir, administrativamente mejor a todo el conjunto de sus empleados, o por qué da participación a todos los empleados de manera que estos se sientan con una nueva tónica, con un nuevo entusiasmo de trabajo o por una conjunción de estas dos cosas? Nosotros no hemos hallado respuesta todavía y creo que hay que estudiar un poco más esto. (Guevara: 2012)

En otro momento, el ya citado discurso pronunciado en la graduación del Curso de Administradores del Ministerio de Industrias el día 21 de diciembre de 1961, Guevara llama al cuadro “un director de hombres” (Guevara: 2007, p. 30). En otro momento más, durante el discurso del día 9 de mayo de 1964, pronunciado en la clausura del seminario La Juventud y la Revolución, que organizó la UJC del Ministerio de Industrias, agregó que: “no haríamos una tarea adecuada si solamente fuéramos productores de artículos, de materias primas, y no fuéramos a la vez productores de hombres” (Guevara: 2007, p. 138). La suma de ambas producciones, la de artículos y la de hombres, es claramente expresa en la siguiente idea definición del socialismo que ofrece el Che en el ya citado discurso del 21 de diciembre de 1961: “es el producto de la técnica superior aplicada a un régimen en el cual las condiciones son iguales para todos y el reparto de la riqueza se hace justamente para todos”. (Guevara: 2012, p. 36)

IV

Dejo para el final dos anotaciones más de Guevara a propósito de esa figura especial que es el “cuadro”. En estas, como en cualquiera de las anteriores, es virtud distintiva de la figura “la capacidad de sacrificio, de demostrar con el propio ejemplo las verdades y consignas de la Revolución” (Guevara: 2007, p. 191). A la misma vez, sin embargo, esto no es suficiente, sino que “(e)s imprescindible que cuente con la consideración y el cariño de los compañeros a quienes debe guiar por los caminos de vanguardia” (Ídem, p. 191). Esta condición de no prescindibilidad de la “consideración” y del “cariño” de los compañeros transforma de manera radical las nociones históricas precedentes de la relación entre directivo y trabajador, pues la ubicación jerárquica de quien dirige no es solo cuestión de ejercer un poder, sino de conducir y guiar dentro de una suerte de inmensa familia.

La segunda anotación, extraída de un momento de la reunión bimestral en el Ministerio de Industrias del día 5 de diciembre de 1964, ofrece un trazo más de esa figura enigmática; ese día, en una dura evaluación de los cuadros del Ministerio, dijo el Che: “se observa falta de iniciativa, una apatía general y una falta de dolor físico por los problemas que afronta su industria, o empresa, o lo que sea” (Guevara: 2006, p. 362). Ello hace suponer que la calidad del cuadro es definida por el contrario absoluto de lo señalado aquí: la creatividad, la empatía o interés, y la capacidad de sentir los fracasos, las tardanzas, las mentiras, las manipulaciones o los errores en el mismo nivel en el que son sentidos los grandes dolores físicos por un accidente o enfermedad. Esa capacidad de sentir dolor es lo que finalmente hace al cuadro merecedor de poder pedir sacrificios y entrega a quienes dirige.

Estremece leer el fragmento de intervención en el cual el Che, en la reunión del Ministerio de Industrias del día 20 de enero de 1962, se refiere como un visionario a la electrónica como “un problema político fundamental del país” y anuncia que hay que “preparar los cuadros para que en el futuro estén listos para tomar en sus manos toda la gran tarea tecnológica posterior y de la automatización cada vez más grande de toda la producción, la liberación del hombre por medio de la máquina” (Guevara: 2006, p. 235). O cuando, en la reunión bimestral en el Ministerio de Industrias del día 2 de octubre de 1964, invita a construir un pensamiento creador para el proceso que apenas daba sus primeros pasos y que ya él entendía que no podía ser explicado a través de manuales ajenos a las condiciones cubanas: “La teoría la hace Marx, cuando es Marx, pero que cuando no es Marx, tenemos que hacerla todos un poquito” (Guevara: 2007, p. 278). En este punto, me interesa citar la más conocida de las definiciones que ofrece el Che para explicar, en el ensayo El cuadro, columna vertebral de la Revolución, de cuál contenido dotar, en el socialismo, a esta categoría de la administración y la política:

… un individuo que ha alcanzado el suficiente desarrollo político como para poder interpretar las grandes directivas emanadas del poder central, hacerlas suyas y transmitirlas como orientación a la masa, percibiendo además las manifestaciones que ésta haga de sus deseos y sus motivaciones más íntimas”. (Guevara: 1977, p. 241)

Apelando al mismo procedimiento que propuso el Che a propósito de Marx y la teoría, hacer todos “un poquito” de teoría, terminaré diciendo que un cuadro reúne todo lo anterior, pero si abarca solo eso todavía no alcanza el contenido que lo define. En sus mejores casos será alguien que siente, la frase es del Che, “la satisfacción de meterse en lo desconocido” (reunión bimestral en el Ministerio de Industrias, 2 de octubre de 1964, 2006, p. 334), animado por un espíritu científico (Idem), un creador de belleza, un productor de teoría, un director de hombres, un ejemplo que provoque deseos de imitarlo, un profundo conocedor de la técnica en la rama donde se encuentre, así como también de la ideología política, dotado de una elevada “capacidad de análisis propio” (Guevara: 1977, p. 241) que le permite “tomar las decisiones necesarias y practicar la iniciativa creadora de modo que no choque con la disciplina” (Idem) y una enorme capacidad de ir hasta la raíz de las situaciones presentes y adelantarse a las futuras, tal y como recomienda Guevara en el discurso del 6 de enero de 1962 en la Asamblea de Producción de los trabajadores portuarios de La Habana: “auscultación del porvenir, obtención de fórmulas racionales para prevenir los acontecimientos futuros y darles la mejor solución”. (Guevara: 2012, p. 41)

Citas:

Guevara de la Serna, Ernesto. Escritos y discursos (T. 6). Editorial de Ciencias Sociales: La Habana, 1977.

Guevara de la Serna, Ernesto. Apuntes críticos a la Economía Política, Editorial Ciencias Sociales: La Habana, 2006.

Guevara de la Serna, Ernesto. Retos de la transición socialista en Cuba (1961-1965). Editorial de Ciencias Sociales: La Habana, 2012.

Guevara de la Serna, Ernesto: Obras (2 tomos). Casa de las Américas: La Habana, 1970.

Guevara de la Serna, Ernesto. Discurso en la Asamblea General de las Naciones Unidas, el día 11 de diciembre de 1964.

en: Pensamiento Crítico, octubre de 1967, p. 146.

Guevara de la Serna, Ernesto. “Epistolario de un tiempo: Carta a Fidel”. (Cubadebate: 14 junio 2019)

en: http://www.cubadebate.cu/especiales/2019/06/14/epistolario-de-un-tiempo-carta-a-fidel/#.XbHNBNR6TD

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu

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Los cabos sueltos de un fuego

Pawel Kuczynski (Polonia)

Por Soledad Cruz Guerra

Cuentan que Montaigne dijo que pretender enseñar a un niño es encender una llama y la metáfora me parece de máxima vigencia en una ínsula empeñada en privilegiar al conocimiento como placer ante los devaneos de una civilización que no ha aprendido a usar el galopante desarrollo tecnológico para el mejoramiento humano, dicho de manera rotunda y en términos martianos.

En Cuba se prendió ese fuego hace mucho tiempo, pero tal vez no arde con toda la intensidad que pudiera por falta de articulación de los elementos de combustión. En el país se han creado las condiciones para fomentar planes de lecturas, para publicar libros que complementen ese interés y estimulen la creación literaria destinada a niños y las niñas, pero todavía ni los escritores, ni los teatristas, ni los realizadores audiovisuales interesados en comunicarse con esos destinatarios y destinatarias que serán los hombres y mujeres del futuro tienen el reconocimiento social, ni la participación requerida en los procesos del conocimiento para los más chicos.

¿Cuántos libros de literatura para niños llegan a las bibliotecas de las escuelas? ¿Cuántas veces en la semana el matutino está dedicado a leer un cuento o un poema? ¿En cuál de las grandes actividades masivas hay la presencia de una de esas personas que escriben para los escolares? De la programación radial y televisiva, ¿qué espacio se dedica a reflejar la literatura para niños y niñas que se hace en el país? ¿Qué vínculos existen entre la campaña por la lectura y la asociación de escritores? ¿Qué peso tiene en la producción audiovisual la dedicada a los niños y niñas? ¿Cuántos poemas para los chicos están musicalizados? ¡Cuántas investigaciones están disponibles para saber cuáles son las tendencias entre los públicos primigenios?

Claro, por supuesto, que en comparación con las tres cuartas partes subdesarrolladas de este planeta se ha realizado una labor enorme y magnífica, pero en comparación con nosotros mismos, aunque todos abrazamos el principio de que nada hay más importante que un niño, todavía los temas de ese universo están relegados, o no suficientemente tratados e inconscientemente se ven como cosas de niño, algo que no es de la máxima importancia. Ese criterio subyacente influye en padres, luego en maestros y más tarde en todos los mecanismos sociales de autoridad, aunque se publiciten todos los días los derechos de los infantes, que dicho sea de paso deberían estar complementados con los derechos de los padres para dar algún apoya a la pérdida de autoridad que comienza en el seno familiar, llega a la escuela y luego a los ciudadanos y ciudadanas que carecen por completo del más mínimo respeto a nada. En ese sentido se ha roto el antiguo autoritarismo dañino, pero no se ha fomentado suficientemente una ética de las relaciones a partir de una cultura del diálogo, que permita un entendimiento sin tiranizaciones de una parte, ni la otra.

Todos los procesos de la realidad son complejos, mucho más cuando, como ha pasado en Cuba, la prisa obligada de ciertos factores de cambio impide una sedimentación que es la base de la cultura, amenazada ahora a escala global por una dinámica que compromete conceptos muy arraigados sobre el ser humano y el aprendizaje que se van transformando sin que tengamos tiempos para percatarnos. Uno de ellos es que los niños de hoy en día tienen una información que ya hubiera deseado para sí algunos de los más grandes sabios de la antigüedad, no siempre les llega por las vías más edificantes y sí de manera más simple a partir de los presupuestos sentados por el audiovisual.

La ventaja en Cuba, por sus características sociopolíticas, es que se puede diversificar esa tendencia, usarla con mejores fines si en verdad se logra articular un sistema donde exista una relación de intercambio permanente entre escritores, realizadores audiovisuales, programaciones en los medios masivos y las escuelas. Ya existen algunas experiencias provechosas en programas de radio y televisión escritos por autoras reconocidas en el ámbito de la literatura para niños, pero podrían ser mayores.

Pero para conseguir esos propósitos que existen es imprescindible una mayor beligerancia de la literatura para niños que ha tenido un notable progreso en las décadas más reciente como demuestran varias antologías que denotan diversidad estilística y de temas. Pero los escritores para niños siguen sufriendo las consecuencias del viejo prejuicio sobre la importancia de su labor. No son suficientemente visibles ni en la radio, ni en la televisión que son los medios para referir su existencia. No son promocionados a partir de los premios más importantes: el Nacional de Literatura o el de la Crítica en la medida que debieran, no se les dedica una Feria Internacional del Libro, muchos no tienen ni la Orden de la Cultura Nacional o si la tienen es por otros tipos de escritura e incluyo, por supuesto, lo que han escrito teatro para niños.

Independientemente de que en realidad los escritores y escritoras cubanas no son suficientemente promocionados o sólo lo son un grupo de presencia permanente, los que han centrado su quehacer en los públicos infantiles lo son menos. Entonces los padres no los conocen, ni los maestros, y por tanto no pueden sugerirlos, y se trata de padres y maestros que quizás tampoco leyeron literatura en su infancia porque no era suficiente, porque todavía padecía de mayores indigencias publicitarias o porque forman parte de generaciones que no escucharon las nanas cantadas por sus padres, ni los cuentos tradicionales que en ciertos lamentables momentos fueron desterrados por no considerarse ideológicamente convenientes y se perdieron la magia que tanto estimula la imaginación, como perdieron el encanto de las canciones para niños porque en los matutinos empezó a utilizarse cualquier música.

De manera que los asuntos relativos a la infancia tienen muchas aristas diferentes que analizar, hasta ese empeño de las madres de vestir a las niñitas como adultas con las peores tendencias presuntamente en moda. Y de manera multidisciplinaria habrá que estudiar todo eso para saber a qué atenerse en los planos más cercanos a lo científico. Pero la literatura tiene la gran ventaja de que puede incidir en todos esos fenómenos y puede ser la base, como lo ha demostrado ciertas producciones, de un mejor audiovisual, pero incluso si no hay recursos técnicos como los que requieren las nuevas tecnologías, un cuento, un poema, una canción dichos, leídos, cantados pueden ser un suceso atractivo y reivindicación de la palabra como expresión del pensamiento.

No existe ningún obstáculo que no puedan vencerse para esa mejor articulación entre los diversos factores de la sociedad que pueden contribuir a una mayor influencia en ese universo complejo también de aprender enseñando a la gente de mañana. El fuego ha sido encendido, pero, entre todos, hay que lograr que crepite con mayor fuerza.

Tomado de: https://www.cubaperiodistas.cu

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La crítica no es un dardo envenenado

Por Luis Sexto

La crítica suele ser confundida con el anca de un becerro. Y por momentos le arrimamos el hierro candente de lo incomprendido o de lo mal expresado. Solemos asumirla como una desgracia, una injusticia o una ofensa. Y a veces con razón. Porque olvidamos, aunque con excepciones, que no debe provenir de un manual de insultos o descréditos, sino más bien de un prontuario de juicios cuyo fin es el de detectar los valores o desvalores de lo que se enjuicia.

Con frecuencia hemos oído o leído la crítica de la crítica. Porque si esta habrá de servir a la sociedad humana como instrumento de corrección o rectificación, por momentos, entre sus linderos, sea dirigida a la ética, el arte o la política, topamos con juicios críticos cuyos empeños esenciales de mejoramiento se deshacen en la forma ofensiva con que se expresan. En otras ocasiones, la crítica resulta inexacta, absurda, injusta. Y en ambos ejemplos dejaría de ser constructiva, para apuntarse en la nómina de una “empresa de demoliciones”.

Mas, aplacemos para otro sitio lo teórico. Y vayamos a la crítica práctica, esa que corresponde, en particular, a los periodistas. Nadie lo ignora: enjuiciar es una de nuestras tareas. Una prensa en cualquiera de sus medios, si aparece vacía de crítica, incumple una de sus funciones primordiales: influir sobre el perfeccionamiento de la sociedad colaborando en el mejoramiento de la conducta o la obra de los individuos.

Ya lo dijimos, cualquier colega que haya ejercido alguna vez la opinión, o haya investigado sobre este o aquel problema laboral, o aquella manifestación artística o literaria podría ser recibido por el rechazo de los aludidos. Penetrando un tanto en lo personal, quien esto escribe hasta hace poco conservaba una bolsa de cartas insultantes por mis opiniones sobre este o aquel libro, esta o aquella conducta… No dudo de que otros colegas las hayan recibido, o las encuentren aún sobre su mesa de trabajo. La razón, la misma: el disgusto, que suele manifestarse en cartas en cuyas cuartillas el aludido se defiende tildando de incapaz a quien osa señalarle errores a su libro, su canción, su tele o radionovela, o a sus decisiones como jefe de aquella empresa, o encargado de esta función social o política.

¿Cuántos agradecerán alguna vez la crítica que les descubra un error, sea de acción u omisión? Respondamos en el claustro de nuestra conciencia. En verdad, la crítica disgusta. Tanto nos desagrada que evidencien nuestros equívocos o defectos, que muchos creemos que los cubanos somos alérgicos a la crítica. Al menos a la que nos hacen; no a la que formulamos a otros.  En verdad, aceptar la crítica que niega la certeza de nuestros actos, implica que uno se sienta como expuesto al escarnio público. Pero, preguntémonos: A dónde iría la sociedad sin esos juicios u opiniones que tienden a poner cura en lo enfermizo o equívoco. Cura. Mas, como decía Martí, la cura de la crítica ha de hacerse con “remedio blando”.

Y es ahí el punto donde la crítica en la prensa a veces yerra. Porque por momentos olvidamos que, en nuestra tradición más valiosa, la crítica es la expresión de un juicio constructivo. Y para construir, edificar el mejoramiento y con ello superar los actos humanos, urgimos de exponer el criterio de modo que el aludido no se sienta “destrozado” u ofendido en su dignidad humana. La crítica periodística sin tacto ni certeza, podrá satisfacer el gusto de lectores u oyentes devotos de las querellas o polémicas. Pero nunca será útil, aunque detecte, señale y publique lo que opaca a una obra o a una persona, según los argumentos del que juzga.

Si elogiamos, la crítica exalta a quien la recibe. Y unos la recibirán con modestia y gratitud; otros quizás ni la agradezcan, porque, en suma, dirían, merezco los elogios. Y si advertimos errores o lo que pueda asemejárseles, también podríamos inspirar mejorar obras o acciones, porque, aunque no tengamos toda la verdad, la opinión constructiva, aun sobre lo casi perfecto, sugerirá el reanálisis de la obra o de la conducta.

Es tan frecuente el rechazo, que a veces a uno le parece que nunca acertará en lo justo. Y esa duda ha de conducir por carriles rectos nuestro juicio. Nunca he olvidado el apotegma latino que fertiliza estas ideas: In dubium veritas. Es decir, en la duda está la verdad. Por ello, urgimos que la crítica, del contenido o signo que ella pueda ser, se ejerza, formulándola o recibiéndola, como la concreción de un método mediante cuya influencia la existencia social y sus protagonistas racionales superan acciones y obras.

Concluyendo, repitamos lo fundamental: la crítica no ha de hacerse como si se lanzaran dardos envenenados hacia un objeto, ni se habrá de recibir como si nuestra dignidad humana se pusiera en entredicho. Al contrario, lo que ha de pretender la crítica entre nosotros es que nuestra persona se vista de plenitud intentando lo difícil, casi lo imposible: Ser perfectos. Si la recibimos con amargura, o la exponemos como si abriéramos un litro de ácido, entonces nada valdría la convicción de que, si somos imperfectos, hemos de tratar de pulir, con la crítica, nuestra condición humana y cuanta acción y obra surja de esta.

Tomado de: https://www.cubaperiodistas.cu

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Marcas, modas y culto a la violencia

Marca de ropa Chapo 701

Por Abel Prieto Jiménez

La imagen de los narcotraficantes famosos, de sus mujeres, de sus hazañas criminales, se ha venido idealizando con los años. Las llamadas narconovelas, muy exitosas, han hecho una notable contribución para construir una visión romántica de estos asesinos. Hay además todo un aparato propagandístico y empresarial trabajando en el mismo sentido. Se habla de narcoestética y narcocultura, de narco-clothing o narco-ropa.

Pablo Escobar y «el Chapo» Guzmán, entre otros zares de la droga, cuentan con líneas de moda propias. La nueva colección «El Chapo 701» se presentó en julio en una feria, con ropa deportiva, gorras, jeans, sacos, vestidos, cinturones. Los artículos muestran el rostro del capo o el número 701, que es el puesto otorgado a Guzmán por la revista Forbes en su lista de 2009 de los hombres más ricos del mundo.

Según un analista, el jean sin bolsillos, apodado «levantacola», con un diseño que acentúa las curvas de «la mujer latina», surgió en Medellín como fruto de la narcocultura. El narcotraficante expone a sus amantes como «trofeos». Y una «mujer-trofeo» debe ser opulenta, exuberante, codiciada por todos, y requiere una indumentaria apropiada. El hecho es que el jean sin bolsillos colombiano se convirtió en una prenda muy demandada dentro y fuera del país.

Lo más doloroso es que el patrón de belleza y felicidad de muchas adolescentes en Nuestra América esté asociado a la «mujer-trofeo» que usan y ostentan los narcotraficantes, junto a sus ametralladoras, sus automóviles y sus montañas de dólares.

Voces autorizadas han denunciado los efectos de la narcocultura entre gente joven y pobre, que ve allí la posibilidad del salto milagroso hacia un mundo de abundancia. Atrocidades de toda índole están presentes en ese callejón sin salida: desde las cirugías estéticas peligrosas a que se someten las muchachas en su carrera para aproximarse al biotipo deseado, hasta el fervor casi religioso por las armas de fuego y la sangrienta iniciación de niños como sicarios.

Es obvio que las corporaciones de la moda se concentran en hacer dinero, sin detenerse en miramientos éticos. Las marcas (dijo Naomi Klein hace muchos años) no se dedican a vender productos sino estilos de vida. Cuando un joven asume la narco-moda, muestra cierta dosis de simpatía hacia ese «estilo de vida» y lo difunde en su entorno.

Por otra parte, la marca estadounidense Bstroy presentó su colección «primavera/verano 2020» en Nueva York, con unas prendas deportivas (sudaderas) que lucían agujeros al modo de impactos de bala y los nombres siguientes: «Columbine», «Virginia Tech», «Sandy Hook» y «Stoneman Douglas». Hacían referencia a instituciones educativas donde se habían producido tiroteos masivos: el Instituto de Columbine, Littleton, Colorado (1999), con saldo de 15 muertos y 23 heridos; la Universidad Técnica de Virginia (2007), 32 muertos y más de 30 heridos; el colegio de primaria Sandy Hook de Newtown, Connecticut (2012), 27 muertos (de ellos, 20 niños) y dos heridos; y la escuela secundaria Stoneman Douglas de Parkland, Florida (2018), 17 muertos y 14 heridos.

Se alzó un coro de protestas en las redes y en algunos medios de prensa, aunque los directivos de Bstroy dijeron que se proponían sensibilizar a la gente en torno a los tiroteos en escuelas.

El padre de una niña asesinada en Stoneman Douglas tuiteó: «Esto me ha enojado mucho. Si conoces a alguien involucrado con esta línea de ropa, por favor pídele que la detengan de inmediato». El escritor Cliff Schecter dijo que se trataba del «tipo de cosas que solo un sociópata podría inventar». «Estoy horrorizado», comentó uno de los dolientes de Columbine, «esto es asqueroso, puedes llamar la atención de otra manera, pero no te atrevas a ganar dinero con nuestra tragedia». En Twitter, la fundación que honra a una maestra asesinada en Sandy Hook publicó: «Una compañía se está burlando de nuestro dolor y del dolor de los demás». «Solo quieren lucrar», dijeron muchos y exigieron que las sudaderas fueran retiradas de la exhibición.

Pero el escándalo ha servido para dar publicidad al proyecto. Un vocero de Bstroy afirma que la idea inicial era que las sudaderas se mostraran únicamente en el desfile, pero «visto el éxito», están planeando ponerlas a la venta para el público general.

No olvidemos aquella frase de un personaje de Dostoievski: «Si Dios no existe, todo está permitido». Un ateo podría decir: «Si no hay sentido ético, todo está permitido». Está claro que para los que buscan ganar dinero a costa del culto a la muerte y a la violencia no existen ni Dios ni sentido ético alguno.

Tomado de: http://www.granma.cu

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