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¿Se infantiliza el cine?

Por Rolando Pérez Betancourt

A las recientes declaraciones de Martin Scorsese acerca de que «el cine de superhéroes no es cine», se suman las de dos pesos pesados de la cinematografía internacional: Francis Ford Coppola (El Padrino, Apocalipsis ahora) y Peter Weir (Gallipoli, El club de los poetas muertos).

Según declaraciones de Coppola al recibir hace unos días el Premio Lumière por toda su carrera, «se espera que el cine nos aporte algo: iluminación, conocimiento, inspiración… Martin se quedó corto cuando dijo que esas películas no eran cine. Se calló que son simplemente despreciables; eso es lo que yo pienso».

En entrevista realizada por el periódico El Mundo al australiano Peter Weir, este dijo, en relación con el hielo roto por Scorsese al ir en contra de las producciones de Marvel, Disney, y sus superhéroes, que quizá se trate «de una enfermedad que no solo infecta al cine, sino a toda la cultura. Hay un ansia por prolongar la infancia. La cultura y el cine se han infantilizado.

Todos hemos crecido leyendo cómics, pero esta obsesión actual por convertir el cine en un parque de atracciones para adolescentes me resulta incomprensible».

Como de costumbre, los fanáticos de los superhéroes volvieron a cargar contra las críticas alegando la nostalgia que embarga a esos realizadores cuando ya tienen, o están próximos a cumplir, los 80 años de vida. Sin embargo, las cifras de taquillas, año tras año, demuestran que cada vez más el cine se infantiliza con superproducciones que acaparan el denominado gusto masivo gracias a descomunales campañas de promoción dirigida a niños y padres.

El marketing consumista condiciona y moviliza a los espectadores enganchados con sus superhéroes, nacidos ellos más del desarrollo de las nuevas tecnologías que de la creación artística. O para decirlo de manera más sencilla: es la tecnología la que utiliza al artista y relega a un plano secundario los elementos claves del arte, mediante un espectáculo reiterativo donde poco tiene que buscar la espiritualidad y el goce estético.

Se trata de un marco estrecho, y sin ventanas hacia otras opciones, que hace sufrir si no se corre a ver al último héroe superdotado, ese cultivador de músculos que para no pocos se ha convertido en el máximo exponente de lo que debe significar el cine, no importa que, como dijera Scorsese, está lejos de ser «el cine de seres humanos tratando de transmitir experiencias emocionales y sicológicas a otro ser humano».

Tratar de defender la producción desenfrenada de tales cintas bajo el pretexto de «películas de entretenimiento» no sería por entero exacto, porque casi desde el mismo nacimiento del cinematógrafo existieron esas entregas de corte comercial y muy variadas en temática, no pocas con un encomiable nivel de realización dentro de su categoría y hasta merecedoras de un cierto reconocimiento de «cine de autor».

Solo que siempre ha sido más exitoso para la llamada industria del entretenimiento concentrar esfuerzos y recursos en un producto abarcador en cuanto a la conformación del gusto. Y si las estadísticas demuestran que los que más cine ven son los pequeños y jóvenes, nada más fácil entonces que apoyarse en el concepto seductor de que todos crecemos con un niño adentro para infantilizar la pantalla.

Con lo cual –a no dudarlo– se sigue disminuyendo el papel decisivo del cine en la cultura.

Tomado de: http://www.granma.cu

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Desde los sueños. Una experiencia audiovisual comunitaria

Por Daniel Diez Castrillo

…los campesinos, son la mejor masa nacional,

y la más sana y jugosa,

 porque recibe de cerca y de lleno los efluvios

y la amable correspondencia de la tierra,

en cuyo trato viven.

José Martí («Maestros ambulantes»)

Sucedió durante el segundo año de trabajo en la Televisión Serrana en un momento de incomprensiones, obstáculos e imposiciones arbitrarias que nos hacían la vida casi imposible. Yo estaba casi decidido a dejarlo todo y regresar a mi Habana, cuando, sentado en el mirador de la televisión, desde donde se puede disfrutar en toda su majestuosidad de la Sierra Maestra y le entregaba mi angustia, comenzó a sentirse un viento fuerte que aullaba, corría y se expandía por todas partes. De repente, el verde intenso de la naturaleza empezó a mostrar unos puntos blancos. Pregunté y me dijeron, «es el árbol de la Yagruma de hoja verde y envés blanco que cuando hay ventolera ella se vira hacia lo blanco». Entonces supe, aunque algunos no lo entiendan, que la Naturaleza me había escuchado y me respondía diciéndome: hay hombres que cuando la vida se pone dura, se quedan en blanco y todo lo abandonan.

Aquella imagen de la sierra, aparentemente organizada, al sufrir los embates del viento y alterar su belleza, transmitió símbolos o códigos que hicieron posible drenar mis emociones y hallar, a través de la reflexión, una solución. Medité y me dije, «debo seguir adelante»: La Naturaleza posee diversos modos de comunicarse con los seres humanos.

El objetivo de este ensayo es contar la experiencia de la «TV Serrana» y sus premisas para el trabajo Audiovisual Comunitario y Participativo; visibilizar, el impacto cultural logrado en esa comunidad y la sociedad cubana con su obra documental; hacer perceptible un cúmulo de iniciativas socio-culturales desarrolladas en esas poblaciones y dejar constancia de la transformación que espiritualmente tuvimos los realizadores a partir de nuestro contacto con esa realidad.

No pretendo escribir una autobiografía, pero siendo el que la soñó, la llevó a hacerse realidad y formó a varias generaciones de documentalistas en esta especialidad, hace que mis vivencias sean parte de la historia. Entrevistas a realizadores y campesinos, unido a conceptos generales, también serán utilizados en este ensayo. No aspiro a dictar ninguna norma pues cada cual debe elaborar sus proyectos a partir de sus realidades y su cultura. Espero, eso sí, poder mostrar nuestro ánimo y deseo de llevar adelante, el objetivo primordial, para mí, del audiovisual y del arte en general que es ponerse en función del ser humano y su realidad para ser mejores, partiendo de las esencias. Martí lo señalo en su artículo «Maestros Ambulantes», texto fundacional de la TVS y que recomiendo a quienes se dediquen al trabajo comunitario: «Andamos sobre las olas, y rebotamos y rodamos con ellas; por lo que no vemos, ni aturdidos del golpe nos detenemos a examinar, las fuerzas que las mueven».

El trabajo audiovisual comunitario y participativo en zonas de difícil acceso no tenía referencia en el país. Por ello, solo sabía lo que no quería, el resto lo debía obtener a través de la práctica, la intuición y saber escuchar a los verdaderos actores de esa naciente comunidad audiovisual: los campesinos y campesinas de la Sierra Maestra.

San Pablo de Yao fue el lugar que llenó todas las expectativas. Es una comunidad situada en el municipio montañoso de Buey Arriba, conocida por mí a partir de un documental realizado por el ICAIC alrededor de la figura del Che Guevara, donde había trabajado como sonidista. Es un espacio lleno de magia y ello lo trataré de explicar más adelante, si es que lo mágico tiene explicación. En realidad, no fue seleccionado desde el principio, para ello había recorrido Guisa, Bartolomé Masó y Buey Arriba, los municipios montañosos de la provincia Granma situada en el Oriente del país, a más de 800 kilómetros de La Habana.

Me las ingeniaba para irme a la Sierra (lo hice durante varios años consecutivos) y, como un peregrino, pasar meses viviendo en casa de campesinos, oyéndolos hablar, conociendo sus vivencias, sus creencias, saboreando sus historias y su amor a los animales, con quienes conversan y a la naturaleza en general; me parecieron seres humanos dotados de una gran sensibilidad. Realicé en esa etapa 4 documentales sobre aspectos de la vida serrana, pero los tenía que editar en la capital pues no había ninguna posibilidad en la provincia.

La realidad de zonas intrincadas del país, que forman parte de la cultura y estaban casi olvidadas por los medios, exponía complejidades que impactaban más allá de lo epidérmico. Había no solo problemas productivos (en este caso vinculado a la cultura cafetalera), sino complejidades socioculturales que de no ser abordadas se perderían esencias de nuestra identidad como Nación.

El país había desarrollado una serie de iniciativas para mejorar la vida en las zonas de montaña, denominada «Plan Turquino»; pero en mi opinión necesitaba dársele una dimensión cultural a todo ese desarrollo, pues, de lo contrario las carreteras que se estaban construyendo servirían no solo para subir, sino para que los campesinos bajaran y abandonaran la sierra.

Entre los objetivos estaba propiciar la transferencia tecnológica a los habitantes de esas comunidades para utilizar la técnica del video, dominar un lenguaje diferente: el lenguaje cinematográfico y ser ellos quienes contaran sus propias historias. La idea siempre fue que los campesinos y campesinas de esas montañas fueran los futuros creadores de la TV Serrana.

Era y es también repensar la Televisión como posible hacedora de obras artísticas, capaz de dar participación a los espectadores en la búsqueda de los temas. Lanzar una mirada al país desde una comunidad en la medida que esta se miraba a sí misma y se reafirmaba como tal. Los años de trabajo en la Televisión Nacional me demostraron que el proceso de producción, los tiempos de realización, y la ineptitud de su aparato burocrático, hacen que el espíritu creativo sea obviado y, en otras ocasiones, eliminado.

Desde un inicio lo pensé como un proyecto cultural donde el documental nos ayudaría a mostrar esas realidades y su poética. Con el tiempo pude constatar que nuestra experiencia está de alguna manera relacionada con la concepción sobre la creación poética expuesta por Paul Valery: «La importancia de una obra, para el autor, está en relación directa con aquello que de imprevisible le aporta en el proceso de su elaboración» (Moguel, Julio. México 2009).

Presenté el proyecto a varias instituciones, pero no aparecía el financiamiento ni para comprar una cámara (era lo que pedía, pues lo editaría todo en La Habana). Había problemas económicos en el país y, además, ¿qué era aquello de TV comunitaria?, ¿qué locura es esa? Era como una aporía, pues no se podía realizar desde el punto de vista racional. Loco, sí, puede ser que haya que estar loco para dejar la capital, abandonar las comodidades, el trabajo, y separarse de la familia en aras de cumplir un sueño.

A veces pienso, se es un poco egoísta pues lo más importante es llevar una idea adelante y no tenemos en cuenta que puede dejar algunas desgarraduras; pero, cuando lo que se desea hacer, es pensando en el bien de nuestro prójimo, en que puedan tener y conocer lo que otros poseen y conocen, creo que todo se justifica, ¿o no? También, puedo hablar, de los impulsos que vienen desde el corazón, desde lo más profundo de un ser humano que la razón no entenderá jamás. Son como chispas, te iluminan y despiertan, no admiten concentración en ninguna otra cosa y te estremece cuando parece que se hará realidad: hay quien le llama a eso, amor.

Escogimos el documental como forma ideal para poder contar las historias que íbamos a mostrar primeramente a esa comunidad y después al resto del país. Este género cinematográfico nos permite demostrar lo que pensamos sobre los temas a tratar y su base es la realidad misma y la búsqueda de la verdad, que siempre será la verdad del realizador que estará más cerca de lo aparentemente intrascendente y que forma parte de sus hábitos de vida. «…el documental es un rincón de la Naturaleza visto desde un temperamento» (Rabiger, Michael. 1998).

Después de largo tiempo de espera, pues el primer proyecto lo había presentado en el 1986 a la dirección del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT); en el 1991 fue expuesto ante el PIDC de la UNESCO, quien aceptó la propuesta, enviando algunos especialistas de esa organización a profundizar en el terreno lo proyectado, quienes al constatar la posibilidad de realizar esta idea autorizaron el financiamiento para la compra de equipamiento. Por otro lado, la dirección de la provincia aportó los recursos para la construcción de cabañas y rediseñar una vieja edificación, haciendo posible que el sueño comenzara a ser realidad el 15 de enero de 1993. (Fue inaugurada oficialmente ese año por Federico Mayor Zaragoza, quien era en ese entonces Director General de la UNESCO, durante su visita a Cuba). La Televisión Cubana aportaría los especialistas-instructores y el presupuesto.

Acepté ser el director del centro, bajo la condición de seguir como director-realizador, pues solo aspiraba a realizar documentales, hasta que un amigo me preguntó: «¿Y si el que viene a dirigir no tiene tus ideas, ni piensa como tú sobre la importancia del trabajo comunitario y no busca tus mismos objetivos, ¿qué vas a hacer?» No quería verme involucrado en el papeleo burocrático. La burocracia va mermando la sensibilidad del ser humano y lo reafirmé años después. Entonces creé una estructura de solo tres personas en el aparato administrativo, no habría jefes de redacciones por especialidades, y aplicaría el multioficio con los trabajadores de servicio. Existirían tres directores, dos editores, dos camarógrafos, dos productores y dos iluminadores–choferes. Si necesitaba algún otro realizador lo contrataba por el tiempo de servicio. Esto me garantizaba, que podía dedicar más tiempo a su formación y profundizar en los nuevos conceptos.

Se realizó una convocatoria en la provincia, en la que se seleccionaron no solo a las personas con un buen nivel escolar, sino, y lo más importante, a las que vivieran en las zonas montañosas, y fueran capaces de entregarse a esta hermosa idea de ayudar a conocer y comprender a los que no tienen las posibilidades de poseer un escaparate, ni ropa para ponerse, que viven en pisos de tierra y paredes de tabla de palma, no cuentan con inodoro, sino con letrinas confeccionadas con madera y, por supuesto, ni siquiera conocían de las nuevas tecnologías, pero eran poseedores de una gran humildad y guardaban valores humanos que han ido desapareciendo; en fin, los futuros trabajadores de la TVS debían ser personas con un alto grado de sensibilidad. Por ello, además de hacer exámenes que nos permitieran acercarnos al nivel cultural de cada uno, se realizaron entrevistas individuales permitiéndonos profundizar en el ser humano. Era necesario conocer su comprensión del mundo campesino, estar al tanto de sus inclinaciones culturales, ver como respondían ante un poema o un párrafo de la literatura nacional y universal, en fin, percatarnos, si tenían alguna fibra artística y estuvieran dispuestos a comprometerse con esa realidad, después, trabajaríamos en su formación. La vida nos recompensó con la elección que hicimos y, aunque hubo pequeñas equivocaciones, el trabajo diario no nos dejó mucho tiempo entre nosotros.

Siempre pensé que las mujeres debían formar parte del equipo de realización, por lo que optaban por un espacio con iguales posibilidades que los hombres. Solo la inteligencia, la entrega, la sensibilidad y la audacia creativa decidirían quien quedaría trabajando en la televisión. Con nosotros emprendieron este primer viaje una editora, una directora y más tarde una especialista en la fotografía.

Fueron seleccionados varios jóvenes de la montaña y otros de Bayamo, la capital de la provincia, quienes sienten muy de cerca, espiritualmente hablando, la vida serrana. Primero fueron convocados a un taller que impartió el especialista mexicano en medios, Virgilio Caballero quien tocó algunos de los elementos a tener en cuenta para un trabajo de esa índole, después, durante tres meses comenzaron a acercarse al mundo de la creación audiovisual en la provincia de Holguín y otros tres ya en la sede de la TVS vinculando la teoría con la práctica, para mí la fase más importante y difícil (ahí se encuentra la base de nuestro Centro de Estudios para la Comunicación Comunitaria) pues ya aquí se decidiría quienes quedarían trabajando en el proyecto.

Muchos de aquellos jóvenes trabajaban por primera vez en sus vidas y otros entraban en un mundo diferente al que habían conocido. Tenía la obligación de formarlos como cineastas y trabajadores, teniendo en cuenta la rigurosa disciplina a mantener para poder realizar un filme con un mínimo de calidad y la libertad para la creación artística. Eso conllevaba un esfuerzo desgastante. Solo fue posible porque estaba convencido que se trataba de algo necesario y hermoso y mi confianza era fuerte.

Recuerdo como parte de su formación una práctica que quedó enraizada para siempre en la vida de esa comunidad audiovisual, y fueron las tertulias nocturnas que se propiciaban durante las noches oscuras de la sierra, donde se leían poemas, fragmentos de obras cubanas y de la literatura universal, se escuchaba música, se cantaba (fundamentalmente la nueva trova), se hablaba sobre las vanguardias en el campo de la pintura y se hacía sentir un ambiente cultural que pensábamos permearía a aquellos jóvenes con una mirada más poética de la vida y los pudieran hacer encontrar las metáforas ideales para contar historias. Se discutía de historia, filosofía, política y el tema de la problemática nacional era abordado desde la perspectiva social que se hacía presente en la comunidad.

Se crearon grupos de teatro en el que los muchachos eran los actores de obras basadas en anécdotas del pueblo, historias ligadas al misticismo de la zona y a los conflictos ocurridos en algún paraje montañoso. Era, a la vez que se aprendía dramaturgia y elementos de actuación, acercarnos más a la vida de los serranos. En realidad, esto nos ayudó mucho a ir creando un grupo de trabajo con una mayor sensibilidad para captar la vida de la comunidad.

La llegada de aquellos jóvenes peludos o con barba, que andaban en sandalias (aún no tenían botas) y de las muchachas vestidas con short (pantalón corto por encima de la rodilla), sin sostén, preguntando por todas partes sobre la vida de los campesinos, con micrófono y una cámara al hombro fue un impacto en la comunidad; pero poco a poco ganamos de ellos la compresión a nuestro trabajo.

Se construyeron cabañas para que vivieran los creadores y pudieran estar juntos mientras se realizaban las filmaciones y ediciones de los documentales. Ello fue dando cuerpo a esta Comunidad Audiovisual, donde viven, trabajan, estudian, realizan cines debates, y reflexionan sobre todo lo humano y divino, y crea una coherencia ética y una actitud estética ante la realidad de la montaña con sus seres humanos y la naturaleza que es el verdadero ecosistema, y donde se forman para poner el arte en función del trabajo audiovisual comunitario y participativo.

Los meses finales de estudios fueron decisivos, durante ese tiempo logramos se entendiera lo que era una comunidad y lo que la diferenciaba de otras.

Insistíamos que la comunicación debía ser dialógica y no fueran los especialistas y las instituciones del poder, quienes decidieran que querían ver y oír los serranos: Debía producirse un dialogo con ellos y fueran los que sugirieran los temas a tratar. Esto era y es muy importante, pues el tipo de comunicación que se establece verticalmente, sin tener en cuenta las necesidades de la comunidad, al final se separa tanto de la realidad que deja de cumplir su función comunitaria y la realidad, como decimos los cubanos, siempre pasa la cuenta, o como aseverara el sociólogo francés Pierre Bourdieu: «la venganza de lo real puede ser despiadada» (Siglo veintiuno de España editores, s.a.)

Claro que muchas veces estamos frente a un hecho cotidiano, y su cercanía al asunto no nos permite ver la realidad o no la queremos ver, por ello insisto en la necesidad de una investigación profunda sobre la realidad en general y sobre el tema en particular. Fue el cineasta inglés John Grierson quien, al acuñar el término documental, lo definió como «el tratamiento creativo de la realidad», y para ello es necesario saber cómo acercarnos a quienes van a ser objeto de nuestro trabajo: los seres humanos o la Naturaleza, y a esta última con mayor inteligencia.

Compenetrarse con el objeto o el sujeto deseado y el mundo que lo rodea; es una forma de permearse con la realidad y sensibilizarse con la persona o personas con las que tenemos en mente conversar. Mirar sus muebles, paredes, tratar de ver las habitaciones, saber, en fin, como viven; pues ello ayudará a establecer un diálogo más afable y comprensible.

Conversar y no entrevistar, nunca imponer nuestra opinión, ni manipular, y si vamos con una idea fija debemos saber escuchar bien, pues puede ser y de hecho lo es, que tengamos una visión no muy profunda sobre el asunto del que se trate. Solo la reconstrucción y agrupación de las respuestas sobre el tema determinado nos irá dando el verdadero conocimiento sobre el asunto que deseamos demostrar; pero para ello se debe ser muy paciente, saber escuchar y mirar.

Trabajar con la realidad es muy complejo, pues a veces hay quienes inventan y hacen ficción de su realidad y eso es lo que nos cuentan.

Solo la más profunda observación, unida a un conocimiento del tema obtenido por otras vías, en las bibliotecas, la prensa, revistas, los documentales y películas realizados sobre el tema, etc., nos irán guiando por los laberintos de la verdad hasta encontrar la nuestra.

Para obtener un conocimiento lo más profundo posible es necesario agudizar todos los sentidos para que la realidad nos entre hasta por los poros. El conocimiento se produce en la medida que uno se adentra en las esencias durante la investigación. El arte, es una interpretación sintética de la realidad y ese conocimiento se produce a través de los sentidos: mirar, oír, palpar, oler. En el arte, la síntesis se logra a través del conocimiento de las esencias.

Al adentrarse en la observación de una comunidad es fundamental, observar, ¿qué le es común a todos sus habitantes y qué la hace distinta a otras? Podemos tener en cuenta el lenguaje, las construcciones de las casas, la forma de vestir, las comidas, la organización comunitaria, la música, las fiestas, los oficios, los sonidos, la educación, los juegos, la relación con la tierra, los servicios, el cuidado del agua, los cultivos, la historia, las carencias… en fin. la vida cotidiana.

En las comunidades campesinas o indígenas de difícil acceso no podemos olvidar sus raíces, dadas por su cosmovisión, espiritualidad, creencias y mitos: ahí se hallan sus esencias como grupo. Es lo que se ha dado en llamar el pensamiento simbólico que es lo que produce el arraigo cultural.

La cultura del país es consecuencia de los elementos que componen las diferentes manifestaciones que acontecen en cada una de las comunidades y conforman esa gran comunidad llamada Nación (tanto la rural, como la urbana), por ello se hace imprescindible, que todas ellas sean parte del conocimiento de todos, ninguna debe ser relegada al olvido, so pena de que esa gran cultura sufra daños o se pierda y en consecuencia se deje de saber quiénes somos.

Por eso soñé con la TVS, porque lo que se transmite casi siempre por los canales nacionales está enfocado a mostrar los hechos y fenómenos de las ciudades, y es producido en la capital, originando una homogenización cultural, pues al no hablar de las diferencias va empobreciendo la identidad nacional.

Por ello fue importante la primera filmación que se realizó en la TVS. Era la primera impresión y me inspiré en una canción, de moda por aquellos días que se llamaba «Pura Imagen». Grabamos momentos sencillos, pero cotidianos de San Pablo. Yo quería que aprendieran a observar esa realidad y con aquel título decir algunos conceptos a tener en cuenta, porque el cine es imagen, sonido, ritmo y respiración. En aquellos momentos solo podíamos editar en las máquinas Super-VHS por corte y no contábamos con generador de caracteres, ni podíamos hacer disolvencias, entonces con un creyón de labios escribimos el título, que era el de la canción, en un espejo, y grabamos las voces de una joven editora y el de un futuro director. Ello les estaba diciendo, entre otras cosas, la necesidad de usar la imaginación para sustituir la falta de tecnología. Fue muy emocionante cuando con varios televisores colocados en la calle del pueblo transmitimos nuestro trabajo. Los campesinos se miraban por primera vez, ahí estaban sus casas, sus calles polvorientas, sus vacas, sus mulos, sus comidas y fiestas. Estaban ellos y era como una mezcla de sorpresa y admiración, desde ese momento y sin que lo supieran se comenzaban a tener en cuenta ellos mismos: existían. Comenzaba el proceso de elevación de su autoestima.

Tomado de: http://cinelatinoamericano.org

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Por la razón o la fuerza, de Marcos Roitman Rosenmann

Por la razón o la fuerza. Historia y memoria de los golpes de Estado, dictaduras y resistencias en América Latina, de Marcos Roitman Rosenmann (Siglo XXI de España, 2019)

Por Gilberto López y Rivas

Por la razón o la fuerza. Historia y memoria de los golpes de Estado, dictaduras y resistencias en América Latina (Siglo XXI de España, 2019), de Marcos Roitman Rosenmann, es la versión actualizada, corregida y aumentada del libro Tiempos de oscuridad. Historia de los golpes de Estado en América Latina, publicado en dos ediciones por Akal, en su colección Pensamiento Crítico. El autor advierte de que, ante la propuesta de una tercera edición, tomó la decisión de rescribirlo, reformularlo, por lo que el ensayo que ahora entrega, de 384 páginas, no sólo cobra nueva vida, sino que los contenidos incorporados y la revisión exhaustiva, enriquecen sustancialmente los alcances y aportes de esa primigenia edición de 2013.

La obra cautiva al lector desde la introducción, en la que Roitman hace un recorrido sobre la singularidad de América Latina, con su historia llena de sobresaltos que muestran su recurrente realidad dicotómica, que, por un lado, registra los avances de las luchas democráticas por los derechos políticos y sociales de las mayorías populares, clases trabajadoras, mujeres, pueblos originarios y, por el otro, se identifica la vocación inherente de las burguesías latinoamericanas para derrocar gobiernos que no les son afines con la técnica del golpe de Estado, con el propósito de mantener sus privilegios e intereses de clase. La violencia golpista antidemocrática parece ser una de las más características señas de identidad de estos grupos gobernantes que en este siglo XXI han cambiado su estrategia y, ahora, utilizan la judicialización de la política para romper el orden constitucional, con la complicidad de obsecuentes y corruptos poderes legislativos, magistrados de las cortes supremas al servicio de los poderosos, y en la retaguardia los medios de comunicación de masas, redes sociales, tertulianos, dirigentes sindicales, líderes de opinión, ideólogos.

Autor conocido por la erudición y rigurosidad de sus análisis y reflexiones, Roitman ofrece una impresionante memoria viva de los siglos XIX y XX de la región latinoamericana, de ida y vuelta, como él sostiene, que la entrecruza con el análisis del surgimiento y la consolidación del imperialismo estadunidense, con sus subterfugios político-ideológicos elaborados en la primera mitad del siglo XIX, una declaración del presidente James Monroe, elevada al rango de doctrina, y las mesiánicas ideas de pueblo escogido por la Providencia que se sintetizan en el llamado Destino Manifiesto, mismas que justifican, en un primer término, su expansión territorial transcontinental, la tergiversada y manipulada por la cinematografía de Hollywood colonización del oeste, que oculta convenientemente el genocidio y etnocidio de pueblos originarios, la guerra de conquista contra la joven República Mexicana, el despojo de los dominios coloniales del imperio español, ya en plena decadencia; nuestro autor describe, asimismo, los factores que condicionan su posterior desarrollo propiamente imperialista y elabora una meticulosa, vívida y penetrante descripción de las estructuras sociales, condiciones laborales y de vida de la mano de obra, prácticamente esclava, las mentalidades intrínsecamente racistas, clasistas y patriarcales de las clases dominantes, el papel de la Iglesia católica en el mantenimiento del orden establecido, entre otros temas cruciales para los estudios latinoamericanistas.

Roitman logra engarzar esta descripción de las estructuras sociales y de poder con los movimientos y las vanguardias que dan forma a la cultura latinoamericana: el romanticismo, modernismo y realismo, que otorgan identidad propia a las luchas democráticas. Es especialmente incisiva la descripción de la opresiva y asfixiante condición de la mujer en estas sociedades profundamente patriarcales, que resultan en la emergencia de los primigenios movimientos de mujeres por sus derechos políticos y sociales, y, sobre todo, destaca sus aportes a la construcción de proyectos emancipadores, hasta ahora invisibilizados.

Es impactante el tratamiento de los golpes de Estado por parte de Roitman –tanto los abiertamente militares, que dan lugar a las dictaduras fundacionales, como la chilena, la argentina o la brasileña, como los que se ponen en práctica en años recientes, los llamados blandos, pretendidamente no violentos–, todos ellos de factura estadunidense o llevados a cabo con el apoyo, la anuencia o la complacencia de Estados Unidos.

Desde las memorables obras del recordado Gregorio Selser, no se habían escrito trabajos de la envergadura como el que ahora reseñamos, con esa combinación de profusa y detallada información sobre nuestros países y las interpretaciones histórico-sociológicas de procesos y coyunturas propias de un pensamiento crítico antimperialista y con un claro compromiso en favor de las clases subalternas. El propósito clave del libro, destaca Roitman: mantener viva la lucha para hacer posible la máxima de Sábato: nunca más.

Tomado de: http://www.jornada.com.mx

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El odio no tiene límites: la guerra económica contra Cuba

Olle Magnusson (Suecia)

Por Rafael González Morales

A partir de hoy (22 de octubre) entrarán en vigor nuevas medidas anticubanas que tienen como propósito recrudecer el bloqueo económico, comercial y financiero. El contenido y alcance de estas sanciones constituyen una evidencia que el gobierno estadounidense está buscando con desesperación la asfixia económica del pueblo cubano. Están calculando con profundo odio y crueldad los pasos que adoptarán para entorpecer el desarrollo socioeconómico de la nación cubana. Es un comportamiento obsesivo que devela la esencia inhumana de los diseñadores e implementadores de esta embestida que también afecta al pueblo estadounidense.

El viernes 18 de octubre, el Buró de Industria y Seguridad del Departamento de Comercio de Estados Unidos divulgó a través de una nota de prensa que se implementarían nuevas sanciones económicas contra Cuba. Argumentaron las dos razones fundamentales que se han erigido como los pretextos que el gobierno de Trump ha empleado para justificar su política de hostilidad: la «situación de los derechos humanos» en la Isla y el apoyo a Venezuela.

Las medidas tienen el propósito de afectar cuatro áreas fundamentales: el arrendamiento de aeronaves por las autoridades cubanas, la importación de mercancías con componentes de fabricación estadounidense, las donaciones provenientes de Estados Unidos y la importación de equipos en materia de telecomunicaciones. Por lo tanto, se trata de una escalada dirigida esencialmente a dañar la capacidad importadora del país, lo que tiene un impacto en los programas que garantizan el desarrollo de los sectores estratégicos.

Según las regulaciones publicadas, el gobierno estadounidense aplicará una «política general de negación de licencias» a aquellas entidades que soliciten permiso para fungir como arrendadores de medios aéreos ante las aerolíneas del Estado cubano. En la práctica, las compañías de terceros países que arrendaban aviones, bajo la jurisdicción de Estados Unidos, a su contraparte cubana ya no podrán hacerlo. De hecho, el documento del Departamento de Comercio señala que serán revocadas todas las licencias que han sido concedidas y se les informará a los afectados en un plazo de siete días. En la argumentación, se afirma que esta decisión está orientada a dañar el flujo de turistas a la Isla.

Con relación a la importación de mercancías con componentes de fabricación estadounidense, se impuso nuevamente la regla del 10% a las reexportaciones, lo que tiene serias implicaciones para el comercio debido a que a partir de ahora los suministradores de mercancías a Cuba deben velar porque sus productos no tengan más de un 10% de componentes producidos en Estados Unidos. Esta medida tiene un claro propósito de limitar significativamente las capacidades de la Isla para importar cualquier tipo de artículos. La acción constituye una violación de las normas que rigen el comercio internacional entre las naciones.

Sobre las donaciones provenientes de territorio estadounidense, se eliminan las licencias generales de artículos con fines científicos, arqueológicos, culturales, ecológicos, educacionales, de preservación histórica y actividades deportivas. Las regulaciones establecen que se prohíben que las donaciones tengan como destinatario al gobierno cubano o al Partido Comunista de Cuba. Señalan que las entidades de Estados Unidos que quieran efectuar donaciones tendrán que realizar una solicitud y el Departamento de Comercio determinará su aceptación o no sobre la base de garantizar que no sean para entidades oficiales cubanas. En la práctica, esta medida privará a múltiples organizaciones norteamericanas de realizar este tipo de donaciones que constituyen una contribución para el desarrollo de programas científicos, investigativos y de diversa índole en la Isla.

Con relación a la importación de equipos de telecomunicaciones, las nuevas medidas estipulan que solo se permitirán que se exporten aquellos dispositivos que son empleados para lo que denominan el «libre flujo de información» y para facilitar la conexión entre personas. Las regulaciones señalan explícitamente que no se autorizarán equipamientos dirigidos a promover la conectividad de instituciones del gobierno cubano, compañías estatales u hoteles vinculados al Estado. Por lo tanto, la finalidad es aprobar solamente aquellas solicitudes que estén dirigidas a impulsar el empleo de plataformas digitales fuera del control de las autoridades cubanas, lo que forma parte del diseño subversivo a través del empleo de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones.

Todas estas medidas están dirigidas a afectar directamente al pueblo cubano como parte de la estrategia de generar el descontento y crear las condiciones para fracturar la legitimidad de nuestro proceso revolucionario. En la actualidad, se impone el enfoque más agresivo en la política hacia Cuba que combina motivaciones electorales con proyecciones ideológicas que encierran una profunda crueldad que se desata contra una Isla rebelde que no se deja someter por un gobierno que ha convertido la promoción del odio en política de estado.

Tomado de: http://www.contextolatinoamericano.com

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Literatura y Arte en Julieta de Pedro Almodóvar (+tráiler)

Julieta, un filme de Pedro Almodóvar

Por Gloria Camarero Gómez

La adaptación literaria en el cine español Las adaptaciones literarias han tenido y tienen gran auge en todas las cinematografías. Es lógico, porque desde el momento en el que el cine adquiere vocación narrativa, es decir, cuando ya no se conforma con presentar hechos, sino que quiere contar historias, mira a la literatura como fuente de argumentos y empiezan las transposiciones fílmicas. En el caso español, se iniciaron en una fecha temprana y en 1908 se realizaron las primeras adaptaciones, que fueron de las obras más transcendentales de nuestra literatura, como Don Quijote y Don Juan Tenorio (Camarero Gómez 2012: 11). La tendencia ha continuado y desde ese año y hasta 2016 hemos contabilizado algo más de 1.100 películas españolas que son adaptaciones de textos de la literatura española, lo que representa, aproximadamente, el 23 % del total de la producción nacional (Camarero Gómez 2006). Es la media, que se ha visto superada en determinados periodos, como por ejemplo entre 1931-1940, cuando sobrepasa el 50%. Fue la consecuencia de la falta de guionistas durante la Guerra Civil, lo que obligó a tirar de obras literarias para llevar a la gran pantalla (De España 1994: 76). En las décadas siguientes, el porcentaje de adaptaciones descendió, incluso por debajo de la media, y volvió a despuntar en 1981-1990, cuando superan el 35% del total de películas realizadas. La razón estuvo entonces en los cambios que se produjeron en la política cinematográfica española después del final de la dictadura. En 1983 llegó la llamada “Ley Miro”, que se mantuvo hasta 1994 y se estructuró en una serie de Reales Decretos. Uno de ellos (RD. 3304/1983, de 28 de diciembre) regulaba la concesión de subvenciones anticipadas para financiar la realización de películas españolas, que podrían alcanzar hasta el 50% del coste presupuestario y primaba las que se encontrasen en alguna o algunas de las siguientes cuatro categorías: “películas de calidad, películas de nuevos realizadores, películas dirigidas a un público infantil y películas de carácter experimental” (García Santamaría 2013: VIII). En el perseguido “cine de calidad” se impusieron las adaptaciones, porque se entendió algo que no tiene por qué ser verdad pero que se asumió como cierto y es que un guion adaptado aporta una “calidad” extra al filme y que las transposiciones fílmicas de las obras más reconocidas de la literatura serán per se “películas de calidad” sin más condicionantes. Esta creencia, que se hizo popular entonces, explica el aumento de las adaptaciones en dicho periodo y el que muchos directores reconocidos se interesaran por las mismas en aquellos años. Lo hicieron Carlos Saura (El amor brujo, 1985; La noche oscura, 1988; ¡Ay Carmela!, 1990), Jaime Chávarri (Las bicicletas son para el verano, 1983; Bearn o la sala de las muñecas, 1983; Tierno verano de lujurias y azoteas, 1992), Víctor Erice (El sur, 1983); José Luis Garci (Canción de cuna, 1994), Mario Camus (Los santos inocentes, 1984; La casa de Bernarda Alba, 1987; La rusa, 1987) o Manuel Gutiérrez Aragón (La noche más hermosa, 1984).

En las décadas siguientes han tendido a descender hasta situarse, durante los últimos veintiséis años (1990-2016) en torno al 10% del total de la producción en España. Son datos solo de películas españolas, que son adaptaciones de obras de la literatura española. Si incluyésemos las adaptaciones de textos literarios extranjeros, las cifras rondarían el 13%. Por lo tanto, es un modelo bastante extendido, al que muchos de nuestros directores se han acercado alguna vez.

Pedro Almodóvar y la transescritura audiovisual

Pedro Almodóvar no ha gustado demasiado de los guiones adaptados de obras literarias y ha preferido el guion original que él escribe. Solo ha recurrido a la transposición en tres largometrajes, lo que es muy poco en proporción con los veinte que cuenta, hasta hoy, en su filmografía. Lo hizo por primera vez en 1997, en su película Carne trémula, que está basada en la novela homónima de la escritora británica de novela negra, Ruth Rendel, publicada en 1986. También por primera vez en este caso y a excepción de la colaboración de Jesús Franco en Matador, buscó el apoyo de dos coguionistas: Ray Loriga y Jorge Guerricaechevarria (García-Abad García 2005: 365). El siguiente ejemplo fue La piel que habito, de 2011, basada también en una novela negra, Tarántula, del francés Thierry Jonquet, escrita en 1995. El tercero, Julieta (2016), supuso la transposición de los relatos “Destino”, “Pronto, Juliet” y “Silencio”, recogidos en el libro Escapada de la escritora canadiense Alice Munro, la cual obtuvo el Nobel de Literatura en 2013. Ninguna de las tres películas son adaptaciones fidedignas del trabajo literario correspondiente, sino evocaciones del mismo, lo que ha venido a llamarse “transescritura audiovisual” (Villanueva 1996: 214), es decir, una nueva escritura de la obra literaria para el medio audiovisual o cinematográfico. La selección está descompensada y predominan las narrativas intimistas, concebidas desde la mirada femenina y la novela negra, que en la pantalla pierde muchos de sus rasgos característicos. Son novelas negras que no generan cine negro y constatan la libertad imperante en la traslación del libro al guion cinematográfico.

En ningún caso parten de un texto literario muy conocido, con lo cual la película tiene identidad propia por sí sola, al margen de las novelas y los relatos, y no dan lugar a las tradicionales comparaciones con aquellas. Solo la primera respetó el título de la obra literaria. Julieta iba a denominarse Silencio, como uno de los relatos adaptados. Pero cuando Almodóvar supo que Scorsese iba a estrenar un filme con ese título el mismo año1, cambió de opinión y dio a su obra el nombre de la protagonista.

Julieta y sus referentes literarios

La Julieta de Pedro Almodóvar es una transescritura de los citados cuentos de Alice Munro, la cual no tiene mucho que ver con los otros autores literarios llevados al cine por el director manchego. Está lejos de la novela negra y goza de mayor popularidad. Pero hasta cierto punto porque, al menos en España, el conocimiento de esta escritora ha sido bastante reciente. Baste recordar que las primeras traducciones de sus obras no llegaron hasta 2004.

Los relatos de Munro van escribiendo la biografía de la protagonista llamada Juliet. En el primero –“Destino”–, conoce en un tren a un estudiante de medicina que se gana la vida pescando langostinos en un pueblo costero cercano a Vancouver, en Canadá. Se traslada allí, tienen una hija y forman una familia. En Julieta ese personaje masculino es un pescador establecido en Galicia. Con él, la protagonista forma también una familia. En “Pronto, Juliet”, regresa con su hija pequeña a casa de sus padres, que viven en una diminuta isla canadiense del Pacífico norte. Se queda bastantes meses y se habla de las relaciones entre mujeres, entre madre e hija. Almodóvar centra esta parte en un pueblo de Andalucía, durante mucho menos tiempo y da menos importancia al comportamiento femenino generacional. En “Silencio”, la protagonista, ya sola y con su hija adolescente, vuelve a Vancouver. Trabaja en televisión presentando un programa en el que personas anónimas cuentan su vida y su hija desaparece de su lado como un acto voluntario de rebeldía adolescente. En la película, la protagonista vuelve a Madrid, no trabaja por cuenta ajena en los medios y la desaparición de su hija puede interpretarse como un problema de captación de una secta. La película incrementa el sentimiento de culpa de la protagonista. Así, incluye un suceso inexistente en la narración literaria, que es el suicidio del hombre que viaja en el tren a su lado y al que no ha dado la conversación que hubiese podido evitarlo. De ese modo, en el guion cinematográfico ella no sólo se culpabiliza de la muerte de su compañero y de la desaparición de Antía, sino también de la del viajero anónimo.

Estos tres relatos de la escritora canadiense estaban en la cabeza de Pedro Almodóvar desde hacía tiempo y, de hecho, en La piel que habito ya presenta materialmente el libro que los contiene, Escapada. El ama de llaves-carcelera Marilia (Marisa Paredes) se lo da a Vicente, convertido en Vera (Elena Anaya) por el bisturí del doctor Ledgard (Antonio Banderas), junto con el desayuno. En Tarántula las obras que se facilitaban a la “prisionera” eran de literatura clásica. El cambio tiene sentido. El texto de Alice Munro habla de mujeres y de sus sentimientos. No es, por lo tanto, una lectura cualquiera que se entrega a Vera para que se entretenga. Se le da, no por casualidad, sino de forma intencionada y con un objetivo concreto: que vaya conociendo cuál será su carácter bajo su nueva condición femenina.

Vera permanece con el volumen en la mano en un espacio de representación específico, su propio escenario de reclusión. Allí, en la pared, anota fechas y escribe frases. También están dibujadas las series de la mujer-casa de Louise Bourgeois, que vienen a significar el encerramiento del cuerpo femenino. Es, por lo tanto, un escenario simbolizado por la incorporación de referentes pictóricos y escultóricos. Las alusiones indirectas a la obra de la artista franco-estadounidense van más allá en La piel que habito y la postura de su escultura El hombre araña se rememora en la pose de Vera en los momentos en que la cámara la muestra haciendo yoga.

Arte y estética como metáforas argumentales

Louise Bourgeois no es la excepción. La presencia de pintura o escultura en el cine de Pedro Almodóvar es una constante y alcanza el valor de signo y significado de la acción. Definen los espacios de representación, caracterizan el comportamiento y los sentimientos de los personajes. A veces son el espejo en el que se reflejan éstos. Aportan las claves temáticas a la vez que referencian tiempos y lugares. Con ese significado están Pistolas, Revólveres y Fusiles de Andy Warhol en Los abrazos rotos; Los Tizianos de Carne trémula y La piel que habito, donde comparten espacio con las composiciones florales de Jorge Galindo; los collages Ciencias Naturales de Juan Gatti sobre la anatomía del cuerpo humano en esta última; las fotografías pintadas de diseños de sombreros de Ouka Lele y los murales de Guillermo Pérez Villalta en Laberinto de pasiones; Las sensuales alusiones a la belleza femenina con Naranjas y limones de Julio Romero de Torres y Memories of olive de Alberto Vargas, que destacan en la habitación del doctor Robert Ledgard, junto con el cuadro Dionisios encuentra a Ariadna en Naxos del mismo Pérez Villalta, en La piel que habito, o el Miquel Barceló del dormitorio de Pablo Quintero, en La ley del deseo; los fotomontajes de los Sagrados Corazones de Dis Berlin, integrados en el decorado de ¡Átame!; la Mujer frutero, que centraliza la alcoba de Kika en Kika o el tatuaje de corazón que lleva en el brazo el personaje de Xoan en Julieta, del mismo autor. Igualmente, cuadros de Los Costus proliferan en la casa de Bom en Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón; y Reykjavík de Richard Serra es el fondo ante el que Julieta comunica a su hija que su padre ha fallecido. Está en la casa de Elena Benarroch, que en la película homónima es la de Claudia y su hija Beatriz adolescente. La selección de todas y cada una estas obras hablan de la propia biografía del director y responde a criterios autobiográficos. Algunas le pertenecen y en todos los casos son, según ha dicho el mismo, “un verdadero álbum de recuerdos de mi vida privada” (Almodóvar 1993: 66).

Julieta en el largometraje del mismo nombre habita en Madrid y vive en tres apartamentos diferentes2, que son la expresión más clara de su estado de ánimo en cada momento. Las decoraciones cambian. El color de las paredes, las pinturas que cuelgan en las mismas y los otros elementos de atrezo marcan las diferencias. El primero, en el cual se establece con su hija todavía casi niña, está empapelado con llamativos motivos en rojo y resulta un tanto agobiante, pero derrocha vida por los cuatro lados y la luz entra a raudales a través de las ventanas que dan al exterior. Allí empieza una nueva vida para ellas.

Cuando desaparece Antía, Julieta queda sumida en la más profunda tristeza. Destruye todas las pertenencias de su hija y decide enterrar su memoria. Quiere que ningún objeto ni emplazamiento le recuerden a ella. No desea saber nada del pasado. Cambia de barrio y de piso. Pasa a vivir a un nuevo apartamento, absolutamente impersonal y lejos del primero. Se trata de un amplio espacio minimalista, de paredes blancas, muebles de formas limpias y neutras, sin recuerdos y sin ayer, y, sobre todo, opuesto, en decoración al anterior porque los sentimientos de la protagonista en uno y otro tiempo de su existencia son también distintos. La nueva casa exterioriza su interior y su “blanco silencioso y austero refleja el vacío” (Almodóvar 2016).

En un momento determinado tiene noticias de que su hija está viva. Entonces vuelve al edificio del apartamento decorado con exagerados papeles pintados en rojo, que habitó con Antía cuando se trasladaron a Madrid. Alquila un piso en la misma casa, bastante parecido al primero en estructura, luminosidad y con similar arco en el pasillo. Ocupa la segunda planta y en él es la actriz Emma Suárez quien desempeña el rol de la Julieta protagonista, en tanto que el anterior estaba en la tercera planta y la Julieta protagonista que lo habitaba la interpreta Adriana Ugarte. Sin embargo, hay una diferencia fundamental entre ellos, que radica en el deterioro y en el tono de las paredes. Este, el tercer piso que habita, está pintado en verde, el color de la esperanza, y visiblemente abandonado. En dicho espacio, es donde decide esperar a su hija. El tiempo pasa y el apartamento sigue tan desnudo como cuando lo vio por primera vez. Casi el único mueble que destaca en el salón es una sencilla mesa de cristal, totalmente desprovista de ornamentación, donde escribe a Antía y le cuenta todo lo que no le contó cuando vivían juntas. No hay pinturas en las paredes porque la propia imagen es un cuadro en sí misma. Todo el protagonismo lo alcanza el balcón semiabierto del fondo. Es un foco de luz que viene de fuera, que ilumina sutilmente el encuadre y que se convierte en punto de fuga. Proyecta el personaje de Julieta al exterior, igual que los de Benigno, Lucía o Elena en sus casas de Hable con ella, Mujeres al borde de un ataque de nervios o Carne trémula, y, con frecuencia, mira el mundo a su través.

Sobre la chimenea está la escultura de El hombre sentado que, según el guion, esculpió la amiga de la protagonista, Ava, y se la regaló tiempo atrás. Esta la ha tenido siempre con ella y la ha ido embalando y desembalando en cada traslado. Es, en realidad, una obra del escultor Miquel Navarro, que pertenece al propio Almodóvar3. Tiene textura y color de terracota. Muestra a un hombre sentado con el pene cortado. Habla por sí sola de otra amputación: la personal que ha supuesto para Julieta la desaparición de Antía. Es una clave y una superstición. Un amuleto y un enigma.

Pero, el simbolismo va más allá. Las imágenes fílmicas se interrelacionan con ella y Xoan, el protagonista masculino, adopta una postura similar a la de la escultura. Se vuelve, por lo tanto, a la ya referida evocación entre imagen real e imagen figurada, que se daba también en La piel que habito entre las posturas de Vera y de El hombre araña de Louise Bourgeois.

El hombre sentado no es la única pieza artística propiedad del cineasta que entra en la película. En la casa de paredes blancas que habita Julieta cuando desaparece su hija destaca el póster de la exposición de Lucian Freud, su autorretrato, celebrada en la National Portrait Gallery de Londres, en 2012. Su presencia no es casual. Nadie como este pintor de la figuración contemporánea –con permiso de Francis Bacon– ha representado mejor los sentimientos de sus retratados y está ahí para referenciar los de la protagonista, estableciéndose un diálogo simbólico metafórico entre detrás y delante, entre la pieza artística expuesta en el set de rodaje y el personaje fílmico. La obra de arte se incluye en la imagen cinematográfica almodovariana como metáfora argumental.

Notas

1 Silencio de Martin Scorsese llegó a las salas de exhibición españolas casi al mismo tiempo que Julieta de Pedro Almodóvar, y argumentalmente no tienen nada que ver una y otra. Aquella era un drama histórico sobre la persecución de Jesuitas en el Japón de la segunda mitad del siglo XVII con importantes recursos fotográficos que expresan la acción, mientras que en esta los recursos técnicos carecen de espectacularidad e indican el sentir de los protagonistas en cada momento.

2 Fueron escenarios construidos en el interior de un edificio real de Madrid, situado en el número 19 de la calle Fernando VI, en el barrio de Justicia. El hecho de que estuviese deshabitado y en rehabilitación cuando tuvo lugar el rodaje, permitió montar los decorados de las tres viviendas dentro del mismo y no en estudios cinematográficos propiamente dichos. (Camarero Gómez 2016: 31).

3 Pedro Almodóvar y Miquel Navarro se conocieron en el Madrid de los años ochenta y, con el tiempo, han consolidado su amistad. Pedro siempre había expresado su deseo de que esculturas de Miquel aparecieran en alguna de sus películas. Lo cumplió parcialmente en Carne trémula, donde las vemos en la estantería del piso que comparten David y Elena, pero tenían muy poca presencia y pasaban casi desapercibidas. En Julieta las cosas cambian. El hombre sentado adquiere mucho más protagonismo y se integra en el argumento como un protagonista más con identidad propia.

Referencias bibliográficas

Almodóvar, P. (1993) “Los decorados de Kika”, Elle decoración,  octubre de 1993, 66.

— (2016) Pressbook Julieta.

Camarero Gómez, G. (2006) Adaptaciones de la literatura española en el cine español. Referencias y bibliografía. Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. http://bib.cervantesvirtual.com/portal/alece

— (2012) “La transposición fílmica de la obra literaria. El caso español”, Cuadernos de ALDEEU 24 (2), 11-31.

— (2016) Madrid en el cine de Pedro Almodóvar. Madrid: Akal

García-Abad García, Mª T. (2005) “Cine y Literatura en Pedro Almodóvar: Carne trémula ‘adaptación libérrima’”, en Zurián, F. A y Vázquez Varela, C. (coords.), Almodóvar: el cine como pasión, Cuenca: Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 361-369.

García Santamaría, J.V. (2013) “El cine español de la transición y la política cinematográfica de Pilar Miró”, Archivos de la Filmoteca 71 (1), III-XVIII.

De España, R. (1994) “Adaptaciones literarias en el cine español de posguerra (1939-1953), en Cabello Castellet, G., Martí Olivella, J. y Wood G.H. (eds.) Cine-Lit II. Essays on Hispanic Film and Fiction, Portland Corvallis: Portland SU, Reed College, 70-85.

Villanueva, D. “O cinema dende a literatura”, Moenia. Revista lucense de lingüística e literatura, 1996 (2), 211-224

Películas

Julieta (2016), dir.: Pedro Almodóvar.

La piel que habito (2011), dir.: Pedro Almodóvar

Tomado de: http://www.designisfels.net

Tráiler del filme Julieta, de Pedro Almodóvar

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Entre el gatillo alegre y la neblina, viene el crítico de cine

Carlos Galiano, presentador y guionista del programa Historia del cine de la Televisión Cubana

Por Mauricio Escuela

Además del ojo fílmico de la cámara y del espectador siempre atento en la oscuridad de las salas, debe mediar la vista del crítico, ese gurú de las artes que sabe cómo brindarnos deshecha la madeja de las películas. Existen obras con un alto vuelo discursivo y una complejidad cuya apreciación llevan acompañamiento, por ejemplo una de mis cintas favoritas, Eyes wide shut, de Stanley Kubrick, es una pieza abierta que nos conduce a varias interpretaciones, pero sobre todo que aboga por la elevación del concepto de consumo cinematográfico más allá de las consabidas fórmulas. El crítico mira por nosotros en ese camino escarpado, donde el artista dejó si acaso alguna migaja de sentido para que escudriñemos el interior.

¿Qué fuera de nosotros sin esos espacios que desde antes ya nos explicaban que en la cinta El gabinete del Doctor Caligari se prefiguraba la crisis de un paradigma humanista destruido por la guerra y la decadencia económica mundial? Son las artes quienes nos hablan, pero en el transcurso de la escucha a veces no podemos traducir a solas los susurros de esas pitonisas. El mundo de la creación, visto desde afuera y sin referencias, pareciera un caos, una especie de ciclón donde se reviven las mismas fórmulas para matarlas mediante giros originales. En los meandros de un universo como ese aparece la figura del crítico salvador, el guardavía en la oscuridad, ese farol que en la neblina le dice al joven que ya antes existían un discurso y un ser humano a los que vale escuchar, unas referencias que prefiguran el presente.

Tenemos en nuestro país una larga tradición de esos guardavías, desde que se inició el cinematógrafo hasta las recientes producciones y es que Cuba dispuso de una excelente y abundante red de publicaciones generales y especializadas, donde la crítica pudo construir su propio discurso y llegarle a las masas. Aunque en la actualidad dicho espacio se ve reducido, aparecen alternativas en los medios audiovisuales y en la web, donde críticos de la talla de Frank Padrón y Joel del Río nos ofrecen sus útiles coordenadas para el consumo, si bien sabemos que el espectador de hoy prefiere separarse el ejercicio responsable y caer en el marasmo audiovisual.

Se agradece la presencia de Rolando Pérez Betancourt, quien nos ofrece amenas crónicas desde su columna en el diario Granma y el espacio de cada viernes La séptima puerta cuyo nombre alude, en esa manía referencial del crítico, a un famoso filme de Polanski. En estas entregas, el analista no solo desmenuza sino que incita al consumo de buena calidad, incluso a contratenor de las películas mismas (muchas veces nos ha dicho que vale la pena ver esta o aquella, solo como ejercicio del pensar). Y de eso se trata, no solo de acompañamiento, sino de creación, porque el crítico es un escritor.

Para Rolando, Padrón, del Río o Galeano, existe la crítica casi como una vía de vida, al punto en que para el espectador cubano a veces resulta difícil acercarse a un filme sin que resuene la voz de alguno de ellos como acompañamiento. Vale aclarar que, aunque existe en las universidades de las artes una asignatura al respecto, no suele haber mucha tendencia en el mundo del arte hacia la vocación crítica. Y ocurre porque el panorama de las retribuciones es ingrato, ya que mientras el autor se dedica a crear algo nuevo, nuestro analista tiene la obligación de ver allí lo viejo, evaluarlo, comparar las referencias y el hilo argumental novedoso. No siempre van a tirarle una alfombra roja al encargado de los tomatazos (de hecho, nunca existió tal agasajo). Por eso los nombres en el mundo de la crítica se cuentan con los dedos de una mano.

Los autores tienden a ver en el analista a un intruso, le niegan la sed y el agua, alargan fosos frente a las salas de exhibición como castillos medievales, contravienen cualquier criterio que no aluda exclusivamente al éxito de la pieza. Hasta hace unos años, al brillante Rufo Caballero lo retaban a hacer un video clip y todo porque el hombre era implacable en su columna con aquellos realizadores del gatillo alegre. Alegan los medievales que niegan la crítica, que esta última estaría sufriendo lo que Miguel de Unamuno llamó la envidia hispánica, o sea recelos ante la genialidad. Pero, no son legales ni éticos entonces esos fosos que le niegan al analista el acceso, ni las piedras que alguien quiso lanzar en una lapidación bíblica, por haber blasfemado cuando en verdad el crítico cumplía con un deber.

Se extraña, eso sí, el concepto de la reseña como crónica, que mezcle la disección con lo lúdico. La gente tiene derecho a divertirse leyendo (y el crítico escribiendo) más allá del cumplimiento o no de unas normas editoriales en los medios de prensa, las cuales existen para garantizar la calidad, pero no como freno a la superación de la misma. Vale decir, no obstante, que el estado de la crítica cinematográfica dista del tratamiento desolador y el casi abandono de su homóloga en el plano literario (al menos la que aparece en la prensa generalista, ha perdido toda coordenada técnica, al punto de caerse en la cursilería y, ¡horror!, la vagancia).

En Cuba hay críticos de gran valor, pero en el futuro careceremos de ellos si no les damos el sitial meritorio junto al oráculo. Será tarde luego cuando queramos que en las páginas de los diarios vuelvan a asomar la reseña o la crónica de cine, con matices didácticos y una fuerte carga culta. Un discurso creativo no se construye de un día para otro, menos aun cuando escasean incentivos y vocaciones o predomina una visión utilitaria del crítico solo como trasmisor de datos esenciales y consabidos. En realidad, quien analiza también está creando una obra paralela que no tiene que coincidir con sus referentes, mucho menos replicar con exactitud juicios ajenos.

Entre el gatillo alegre de los realizadores que no asumen la seriedad de la crítica y la ignorancia de quienes pretenden prescindir de referencias a la hora del consumo, existe una fina línea en la neblina, que el tren de la cultura solo puede atravesar si en lo oscuro aparece el guardavía con su farol, emitiendo la luz del análisis sobre nosotros.

Tomado de: http://www.cubahora.cu

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Un valioso compendio referencial*

Cartelera cinematográfica cubana (1960-2017) de Sara Vega y Mario Naito. (Editorial Oriente, 2018)

Por Carlos Espinosa Domínguez

Al final de la introducción de este libro, sus autores apuntan: “Esperamos que esta publicación sea útil como referencia para los estudiosos acerca de la exhibición de filmes en Cuba o para aquellos interesados o curiosos por conocer si una película determinada tuvo su estreno comercial en el país”.

En efecto, con su consulta o lectura cada persona podrá beneficiarse de modo diferente. El lector lego, aquel que simplemente revise sus páginas para recordar cómo se llamaba aquella película que tanto le gustó pero cuyo título no logra recordar, podrá satisfacer esa sana curiosidad. Por su parte, los investigadores dispondrán de una herramienta sumamente valiosa para su trabajo. Serán, pues, estos últimos quienes más provecho han de sacar de esta obra, que a partir de ahora se convierte en la fuente más completa y autorizada para adentrarse en la pormenorización del cine visto por los cubanos.

No estamos ante una simple cronología, un listado de títulos distribuidos en orden temporal. Este libro, fruto de la labor realizada por Sara Vega Miche y Mario Naito López, constituye un compendio referencial, un banco de datos que abre nuevos caminos para los investigadores. Lo que aparece plasmado en sus páginas es nada menos que la memoria de la educación cinematográfica del público cubano. Sus autores registraron y documentaron el semana a semana, como corresponde decir mejor en este caso, de la programación que pudieron ver los espectadores entre 1960 y 2017. Y eso, para decirlo en otras palabras, significa poder conocer los patrones estéticos y narrativos que han conformado los gustos cinéfilos de la población.

De aquí se desprende una historia que aguardaba ser revelada y que ahora emerge de sus páginas. Quienes las consulten, hallarán respuesta a muchas interrogantes que en más de una ocasión conocedores y neófitos nos hemos hecho: qué películas vieron los cubanos, de qué países procedían, qué directores importantes se han conocido, en qué año se produjeron más estrenos, qué cinematografías han sido las más asiduas en las pantallas, qué películas significativas no se estrenaron… Menciono solo unas pocas de las que me vienen a la mente.

A propósito de esto que digo, recuerdo hace unos años haber reseñado un libro de la escritora y periodista mexicana Alma Guillermo Prieto. Se titula Dancing with Cuba: A Memoir of the Revolution (2004) y en él su autora apunta que durante los seis meses de 1970 que estuvo en La Habana, la cartelera cinematográfica era bastante pobre. Entonces pensé que se trataba de una afirmación hecha sin fundamento, aunque no disponía de una fuente en la cual pudiese apoyarme para demostrarlo. Tras consultar la lista de estrenos de aquel año, compruebo que yo no estaba equivocado. Pero más allá de lograr corregir errores como ese, lo que hace realmente valiosa esta obra es que servirá para generar estudios e investigaciones hasta ahora imposibles.

Considero de rigor hacer referencia al texto introductorio escrito por Mario Naito y Sara Vega para este libro. En él, hacen un pormenorizado y documentado estudio de la política por la cual ha estado regida la distribución y exhibición cinematográfica en Cuba. Resulta un complemento imprescindible, pues permite clarificar las líneas estéticas e ideológicas que estructuraron la programación en las salas. En ese recuento analítico e histórico, los autores sacan a la luz no pocos hechos escasamente divulgados y recuerdan otros, como la polémica que enfrentó a Alfredo Guevara con Blas Roca. Este provenía del ala más ortodoxa del Partido Socialista Popular, heredera del estalinismo, y pretendía que el ICAIC adoptara una línea más dogmática y excluyente en la selección de las películas. Asimismo es una idea acertada haber incluido al final las selecciones de los mejores o más significativos filmes exhibidos en cada año, realizadas por los críticos y periodistas cinematográficos.

Vega Miche y Naito López cuentan con una larga trayectoria como especialistas de la Cinemateca de Cuba. Esa experiencia profesional les dio las herramientas y el rigor profesional para poder acometer un proyecto tan ambicioso. Materializarlo les llevó varios años. Su libro es fruto de la dedicación, el profesionalismo y la paciencia que pusieron en la faena. Esta labor, conviene decirlo, fue mucho más difícil de lo que pudiera parecer. Partieron de un material primario que, en buena parte, se reducía a un listado de los títulos y el país de procedencia de las películas estrenadas. Les tocó entonces completar, llenar lagunas, enmendar errores. En otras palabras, una tarea ardua que requirió mucho tiempo.

El resultado de semejante esfuerzo ha cristalizado en esta obra, que pone al alcance de críticos, investigadores y público lector un cúmulo de información hasta ahora inaccesible. Personalmente, debo decir que en algunas ocasiones me había podido servir de algunos datos de esta información documental gracias a la generosidad con que Mario Naito me los facilitó a través del correo electrónico. Puedo afirmar, pues, que me beneficié de sus búsquedas y hallazgos antes de que él enviara este volumen a la imprenta.

Decir que resultará, a partir de ahora, una obra de referencia obligada, es un elogio que por su obviedad me exime de más justificación. Incorporarlo a la bibliografía sobre cine editada en Cuba en los últimos años constituye un acontecimiento por el cual debemos regocijarnos. Aplicando el sistema que se usa en algunas publicaciones para clasificar las películas de estreno, el trabajo de Vega Miche y Naito López merece tres pulgares hacia arriba.

*Prólogo del libro: Cartelera cinematográfica cubana (1960-2017) de Sara Vega y Mario Naito. Editorial Oriente, 2018.

Ficha de los autores

Sara Vega Miche (La Habana, 1956). Especialista de la Cinemateca de Cuba. Textos suyos han formado parte de los libros: Coordenadas del cine cubano I y II (Editorial Oriente, 2001 y 2005, respectivamente). El cartel de cine cubano. The Cuba Film Poster (2004), Imágenes de cine: Eduardo Muñoz Bachs (2007), Testimonios del diseño gráfico cubano 1959-1974 (2010), Historia de un gran amor: Relaciones cinematográficas entre Cuba y México (2007), y Soy Cuba: el cartel de cine en Cuba después de la Revolución (2011). Ha publicado en la revista Cuba Update, AGR, Slanted. Cuba Next Generation y Cine Cubano. Es coautora de La otra imagen del cine cubano (1997), Carteles son… carteles del ICAIC (2009), estos dos junto a Alicia García y Ciudadano cartel (2011), junto a Alicia García y Claudio Sotolongo. En 2016 publicó El cartel cubano llama dos veces (Ediciones La Palma, España). Ha impartido conferencia sobre el cartel cubano y curado exposiciones en Biarritz (1999), Estambul (2004), New York (2001) y regularmente en galerías de La Habana. Integra el proyecto alternativo CartelON.

Mario Naito López (La Habana, 1948). Crítico e investigador cinematográfico. Especialista de la Cinemateca de Cuba. Compilador de Coordenadas del cine cubano 2 (2005 y Coordenadas del cine cubano 3 (2014) y de cuatro folletos de la seria A cuarenta años… (Cinemateca de Cuba-Ediciones ICAIC). Sobre los filmes Memorias del subdesarrollo, Lucía, La primera carga al machete y el manifiesto “Por un cine imperfecto”. Desde los años 60 ha publicado críticas y artículos en Granma, El Mundo y las revistas Arte 7, Revolución y Cultura y Cine Cubano y La Cartelera de Cine y Video ICAIC, entre otras. Es colaborador desde 1991 del programa semanal Cine Paraíso de la emisora CMBF. Integró el equipo de redacción del Diccionario de Cine Iberoamericano: España, Portugal y América (2011), publicado por la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) y Fundación Autor. Compiló junto a Dolores Calviño el libro Memorias de Cuba baila (2011). Es presidente de la Asociación Cubana de Prensa Cinematográfica y miembro de la UNEAC. Laureado por la Distinción por la Cultura Nacional en 2016.

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Literatura y cine, un diálogo enriquecedor

Literature and film. A Guide to the Theory and Pratice of Film Adaptation, Robert Stam y Alessandra Raengo

Por José María Paz Gago, María Donapetry, Robin Fiddian y Pilar Couto-Cantero

Las relaciones entre texto literario y texto cinematográfico siempre son complejas e implican una problemática semiótica muy particular. Frente a los estudios tradicionales de la “adaptación cinematográfica”, en términos valorativos y jerárquicos, como si hubiese relaciones de “fidelidad” y/o dependencia entre literatura y cine, es necesario abordar desde una nueva perspectiva comparativo-textual las relaciones entre estos dos sistemas semióticos de expresión artística, a la vez convergentes y divergentes. Fidelidad frente a libertad, autonomía frente a supeditación, debe reconocerse la complementariedad de dos lenguajes diferentes pero comparten estrategias narrativas y regímenes de ficcionalidad. Para abordar las muchas cuestiones, dudas y problemáticas que el tema suscita, nos hemos reunido investigadores de la Universidad de Oxford y de la Universidade da Coruña que trabajamos desde hace más de veinte años sobre esta relación de amor/odio entre literatura y cine para ofrecer esta discusión que ilustrará este número de DeSignis.

María Donapetry ha sido profesora de literatura y de cine en Pomona College (California) y en Oxford University. Investigadora asociada del Departamento de Lenguas Modernas de la Universidad de Oxford, acaba de publicar, en colaboración con Socorro Suárez, Desasosiegos éticos en cine y literatura (Sevilla: Benilde, 2017). En la actualidad prepara una monografía sobre el tema de las locas en el cine.

Robin Fiddian es profesor emérito de la Universidad de Oxford donde ha impartido clases de literatura española e hispanoamericana y de cine. Entre sus publicaciones recientes destacan Spanish Cinema 1973-2010 Auterism, Politics, Landscape and Memory (Manchester: MUP, 2013) y Postcolonial Borges: Argument and Artistry (Oxford: OUP, 2017).

Pilar Couto-Cantero, Profesora Titular de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidade da Coruña. Investigadora Principal del Grupo de Investigación en Lenguas y Culturas DILEC, forma parte del staff de DeSignis, y es Directora de la Revista Internacional Digilec. Es editora, con José Luis Castro de Paz y José María Paz Gago, del libro Cien años de cine. Historia, teoría y análisis del texto fílmico (Madrid: Visor, 1999).

José María Paz Gago, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidade da Coruña (España), es miembro del Consejo de Redacción de la Revista DeSignis desde su fundación y es en la actualidad Presidente de al Federación Latinoamericana de Semiótica (FELS). Coordinador del Grupo de Investigación sobre Literatura y Tecnologías de la Comunicación (LITECOM), es editor de los libros Cien años de Cine. Historia, Teoría y Análisis del texto fílmico, Madrid: Visor, 1999, con Pilar Couto y José Luis Castro de Paz; y del libro La pantalla ficticia. Literatura y tecnologías de la comunicación, Madrid: Pigmalión, 2016, con Sara Bouso y Rafael Núñez.

María Donapetry: Más que hablar de Literatura y Cine, que sería increíblemente amplio, aunque apropiado porque el cine desde sus inicios ha tomado elementos de la literatura para elaborar sus propias narrativas, yo hablaría de intertextualidad, a lo Roland Barthes. Este concepto debe tomarse más como vaivén, de la literatura al cine y del cine a la literatura. Cuando vemos una película que está inspirada, basada, adaptada de un texto literario, no solamente decimos que refleja tales ideas del texto, sino que cuando volvemos al texto, después de ver la película, volvemos con otra mirada, con otras posibilidades, porque el cine amplía posibilidades de una obra que es abierta, de una opera aperta como la quería Eco.

Ahí está la intertextualidad y el vaivén del que hablo, de la literatura al cine y del cine a la literatura. Un caso concreto, el de Rebecca (1938) de Daphne du Maurier y Rebecca (1940) de Hitchcock. Evidentemente, Hichcock coge los elementos que le interesan del texto de Du Maurier, para construir su propia narrativa que es siempre visual, eminentemente visual, y además la reinterpreta. Su visión de Rebecca tiene unos objetivos, unas corrientes éticas, amorosas… que nos hacen volver a la novela con otra mirada y, evidentemente, sabemos que tienen intenciones bastante diferentes. Una la intencionalidad de la novela, otra, la del cineasta.

¿Qué tienen en común la literatura y el cine para que se quieran tanto y a veces se odien tanto? Tienen elementos lineales, técnicas formales, narrativas; audiencias y públicos parecidos; valores sociales, políticos comunes. Hablan a un público que entiende esa ideología, ese idioma, esas costumbres, esa ética, ese contexto. Comparten también fuentes, la literatura no es ab initio, no nace de la nada, no hay esa obra original absoluta que no tenga referencias textuales; arquetipos, estrategias narrativas, contextos, todo esto lo tienen en común. Luego tenemos una especificidad absoluta de la literatura y del cine que no es transportable. El signo verbal tiene una iconicidad muy baja en cambio tiene una altísima función simbólica, el cine es imagen, pura imagen. Un hombre atractivo en una novela se convierte en tal actor en una película, se concretiza en una persona. Se cierran ciertas posibilidades, sí, pero se abren otras  posibilidades que corresponden al cine.

Hablamos de intertextualidad, de vaivén entre dos artes. Las adaptaciones que se quieren mantener fieles al texto, acaban en un desastre total. No puede el cine y no quiere, o no debe querer, restringirse al texto literario.

Robin Fiddian: Yo adopto una óptica más amplia y más general todavía. Si nos fijamos en el contexto cultural más amplio, todas las obras de artes pueden responder a distintos imperativos. Uno de ellos puede ser la necesidad de adoptar una postura de crítica y oposición o al régimen o al sistema vigente. Pensamos en Picasso y la creación del Guernica o en la novela de Luis Martín Santos, Tiempo de silencio (1962), que sienten la necesidad de enfrentarse a los mensajes del franquismo y a la visión de Madrid y de España. O el caso de Furtivos (1975) de Borau. A parte de un imperativo artístico, hay un fuerte imperativo político. Ese para mi es uno de los imperativos compartidos tanto por la literatura, por el arte narrativo, como por el arte pictórico o el cinematográfico.

Cuando un productor, un creador, acepta el reto de trasladar un texto literario al cine, siente la necesidad de crear una nueva obra de arte. Es el caso de Isabel Coixet, cuando se propuso hacer una adaptación de La librería (The Bookshop, 2017), supongo que se sintió obligada, llamada, a hacer una obra de creación sobre los personajes, dilemas y problemas éticos y sociales que ella, Isabel Coixet, veía en la novela de Penelope Fitzgerald, que es una de las fuentes de su película.

Pero si hablamos de las relaciones entre literatura y cine, yo me imagino que hay numerosas modalidades, no tantas como obras de cine, no tantas como obras de literatura, pero muchísimas modalidades. Creo que tenemos que pensar en la posibilidad de un desarrollo o creación simultánea, de obras que se nutren de muchas fuentes a la vez, como en el caso de las películas de Buñuel, son respuestas a unas reacciones, a un estímulo parecido. Está la adaptación fiel, que muchas veces traiciona el imperativo artístico, pero a veces, y creo que es el caso de La librería de Isabel Coixet, logra una gran obra sin traicionar la obra narrativa original. Luego también está la adaptación libre, que es la que yo suelo preferir, porque da mucho más margen a la creatividad. Podría haber más modalidades, no voy a enumerarlas, pero como manera de entrar en el tema, quizás estos comentarios podrán servir de líneas directrices.

Pilar Couto: Yo, por aportar el punto de vista de mis líneas de investigación de los últimos años, voy a añadir el imperativo didáctico, a los que citaba Robin. A mi me interesa mucho ese imperativo de la didáctica, establecer conexiones entre la literatura y el cine para el aprendizaje y la enseñanza de las lenguas y sus culturas. Es el ámbito en que me muevo en los últimos años y creo que podría aportar y completar esta discusión. En ese sentido, también me gustaría apuntar que, hace ya años y de la mano de José María Paz Gago, publicamos varios estudios en los que proponíamos el término transposición fílmica (1999), más que el término de adaptación porque, como apuntaba antes, puede que ese término haya hecho mucho daño en este tipo de estudios comparativos.

Una vez que un director ha decidido abordar un proceso a partir de un texto de ficción inicial, de diferentes géneros literarios, es más adecuada la noción de transposición fílmica para dar cuenta de la naturaleza de ese proceso. He trabajado sobre un caso concreto que me ha resultado muy interesante: el cuento Casa tomada de Julio Cortázar (Bestiario, 1951). Por responder a ese imperativo didáctico que mencioné, yo me inclino más por textos de ficción breves, relatos o cuentos, que puedan ser abordados en las aulas con el alumnado. El cuento de Cortázar, que cuenta con esos imperativos artísticos, políticos o históricos, de los que ha hablado el proferor Fiddian, también expone un uso especial de la lengua y la cultura. Lo hemos comparado con un cortometraje de la directora argentina Lucila Presa (2007), en el que se refleja el punto de vista del director, que potencia, magnifica determinados elementos del texto de ficción inicial, consiguiendo incluso superarlo.

Estoy totalmente de acuerdo con la idea de que el director de un texto fílmico, realizado a partir de la transposición de un texto literario previo, puede potenciar, magnificar ese texto de partida, que no es más que un producto inicial, a partir del cual podemos llegar a un texto final totalmente diferente.

José María Paz Gago: Voy a retomar varios de los temas tratados hasta ahora. Estamos ante dos sistemas de expresión artística diferentes y semejantes, a la vez divergentes y convergentes. Tienen puntos en común como la narratividad y la ficcionalidad y aspectos en los que difieren como el sistema semiótico preponderante, verbo-simbólico e icónico-simbólico. Se trata de dos sistemas narrativos que desarrollan convergencias, divergencias y también, frecuentemente, interferencias.

Si hablamos de sistemas semióticos, de lenguajes artísticos, debemos tener en cuenta que el arte, el verdadero arte, debe ser comprometido y debe vehicular mensajes sociales, políticos, éticos. Pero, efectivamente, cuando un texto literario es transformado en un texto cinematográfico, esos mensajes pueden ser cambiados, negados o incluso contradichos. Hace medio siglo se publicó en Buenos Aires la obra de Pio Baldelli El cine y la obra literaria (Galerna, 1970), donde se pedía esa fidelidad sino a la integralidad de la obra literaria, al menos a su idea, a su mensaje, lo cual tuvo una influencia a mi juicio negativa en los estudios sobre la relación de literatura y cine. El complejo enunciador del texto fílmico -director, guionistas, montador…- debe tener la libertad de dar un nuevo mensaje a su creación fílmica, puede cambiar, potenciar, ampliar o contradecir los mensajes del texto previo.

Durante el Franquismo, en España se llevaron al cine obras literarias a las que se dio una significación política, de crítica al Régimen, a los que sus autores no les habían dado esos sentidos. Literatura y cine son dos sistemas de expresión artística que explotan sistemas semióticos diversos, como decía María Donapetry, uno verbo-simbólico y el otro icónico-simbólico, que interactúan, dialogan e intercambian procesos, procedimientos narrativos, tanto verbales como visuales (en una novela no está ausente la visualidad a través de las descripciones, la mirada, el punto de vista, lo que François Jost llama las ocularizaciones).

Me parece muy adecuado el concepto de intertextualidad para dar cuenta del fenómeno de la transposición fílmica, término que nosotros tomamos justamente de Gérard Genette. En Palimpsestes (Seuil, 1982), el narratólogo francés expone su teoría de la transtextualidad, en la que incluye la intertextualidad, y ahí integra esta modalidad, la transposición, por la que un hipotexto previo (A) se transforma, da lugar a un hipertexto (B), ejemplificando con novelas que son dramatizadas y, también, con el caso de novelas que son llevadas al cine. Por eso, pienso que la noción de transposición tiene mayor peso teórico y mayor solvencia analítica que el más divulgado de adaptación, como afirmaba Pilar Couto. Este término más usado y difundido, implica una cierta relación de dependencia y de jerarquía, como si el cine fuese algo subsidiario respecto a la literatura, lo cual es de todo punto inadecuado para el fenómeno que nos ocupa en esta discusión, en el que dos sistemas semióticos de expresión artística se relacionan en pie de igualdad.

María Donapetry: Sobre lo que decía Pilar, sobre el aspecto docente, didáctico, del cine creo que es un uso extracinemático. El cine no hace proposiciones de tipo informativo o docente, es la interpretación que tú hagas, la que tú quieras, la que interviene.

Pilar Couto: Efectivamente, la didáctica no es la función esencial, en absoluto, pero es una herramienta que podemos usar para la enseñanza de las lenguas y las culturas.

María Donapetry: Eso sí, pero está claro que es un elemento extrafílmico. Con respecto a los mensajes, a la fidelidad o no fidelidad a los mensajes previos, por supuesto que no, de hecho el filme puede ser muy crítico con el mensaje primigenio o aparentemente primigenio. Vuelvo a Rebecca, Daphne du Maurier exuda nostalgia por Manderley, por las grandes casas, por esa vida aristocrática. Hitchcock va a la yugular de ese sistema, de hecho pone todo el peso de la depravación moral en ese lugar, el locus depravatio es Manderley. Ya no podemos volver a Daphne de Maurier inocentemente, idealizando esa maravillosa casa, tras la película.

José María Paz Gago: Voy a poner el ejemplo que mejor conozco, el Quijote, puesto que he repertoriado más de doscientas versiones fílmicas y he analizado buena parte de ellas. La versión de Rafael Gil de 1947 quiere ser tan fiel a la novela cervantina que cuenta con asesores literarios como un catedrático de literatura, Abad Ojuel, y nada menos que el secretario perpetuo de la Real Academia Española, Armando Cotarelo Valledor. Resulta una versión mediocre, excesivamente literaturizada y teatralizada, retórica y pesada. Frente a este intento de ser meticulosamente fiel al hipotexto literario, Orson Welles realiza una versión totalmente libre, ambientando la diégesis de la novela en la España del siglo XX, logrando una auténtica obra de arte, una genialidad, aunque esté inacabada. Lo mismo ocurrirá con Don Juan, obra teatral de la que se hace en la década de los cuarenta una transposición con una intencionalidad de fidelidad extrema, dirigida por Alejandro Perla, que también resulta mediocre, frente a la versión libre de Gonzalo Suárez, Don Juan en los infiernos (1991), mucho más creativa y lograda cinematográficamente.

Robin Fiddian: Bertolucci en La estrategia de la araña (1970), reconoce que su fuente principal fue el relato El tema del traidor y del héroe (Ficciones, 1956), de Jorge Luis Borges. Un hijo vuelve al lugar en que su padre tuvo un destacado papel en el fascismo italiano, descubre un monumento a su padre, pero que alguien desconocido ha profanado. Conoce también a la que ha sido la amante devotísima de su padre, que se sintió traicionada por él. La película la rodó Bertolucci en Italia, en italiano, con elementos de color local, como son elementos gastronómicos propios de la región italiana donde se rodó, con una banda sonora que retoma temas operísticos de Verdi. Si volvemos a la ficción original de Borges, Italia no figuraba para nada en la historia que esboza el escritor argentino, quien dice: tengo un tema que no he desarrollado, que podría desarrollarse en Venecia, en Polonia, en algún país latinoamericano o balcánico…. Finalmente, declara que, por comodidad narrativa, lo va a desarrollar en Irlanda. Puede que suceda en cualquier momento, de mediados o finales del siglo XIX, y por imperatico narrativo, la historia sucede en 1824. Como decía antes, Italia no figura en este abanico de posibilidades geográficas y narrativas que ofrece Borges.

Lo que tenemos sí, en la película de Bertolucci es la búsqueda del pasado de su padre, que corresponde con la idea original de Borges, en la que la búsqueda la realiza un bisnieto, que va buscando la verdad sobre su bisabuelo, pero este cambio de lugar, de generación, activa el mito edípico, que tiene mucho peso político en la Italia y en la Argentina de los años sesenta. Bertolucci quiere debatir el legado del fascismo y lo hace valiéndose de ese bosquejo de un cuento, porque Borges no escribió una historia completa sino que dijo que ofrecía un tema, un tema que quizás lo desarrollase bien algún día. Deja a generaciones posteriores de artistas, les da la posibilidad de aprovechar las posibilidades de su obra, y creo que en eso consiste cualquier adaptación: llevar a cabo algo latente, no solamente el mensaje expreso, sino los posibles mensajes latentes que permiten cambios de lugar, de personaje, de época… y esto lleva a la creación de una obra nueva, la película de Bertolucci, que de ninguna manera empobrece la obra original, de hecho, nos ayuda a volver a leer a Borges y descubrir cuántas posibilidades tenía se cuento.

María Donapetry: Voy a comentar la película argentina Yo la peor de todas (1990), de María Luisa Bemberg, sobre Sor Juana Inés de la Cruz. Es un ejemplo de intertextualidad muy interesante porque se basa en un texto biográfico de Octavio Paz, Las trampas de la fe, y la película lleva ese título, Yo la peor de todas, que es lo que escribe Sor Juana cuando renuncia a su biblioteca. Es una versión libre de la vida de Sor Juana, sobre la que no tenemos documentación suficiente para saber si son verdad determinados hechos, y está basada en las opiniones expuestas en el ensayo de Octavio Paz. Ahí tenemos un intertexto que va y viene, y no se detiene, el filme de María Luisa Bemberg a quien le interesan las mujeres y, especialmente, esta gran figura literaria mexicana.

En el cine latinoamericano, es muy interesante García Márquez, pero no ha tenido suerte con sus adaptaciones, pensemos en Eréndira (1983), de Ruy Guerra.

José María Paz Gago: Es cierto, quizás porque García Márquez es muy complejo para llevar al cine y quizás por eso ha dado lugar a filmes muy mediocres. Yo salvaría El coronel no tiene quien le escriba, del mexicano Arturo Ripstein, como una de las transposiciones más felices de sus relatos. Pero me parece insalvable El amor en los tiempos del cólera (Mike Newell, 2006). A mi juicio, Hollywood no entiende el realismo mágico latinoamericano, creo yo.

María Donapetry: Hollywood se reapropia del realismo mágico. Para ellos, toda Latinoamérica, lo que hay al sur de su frontera, es mágico porque son raros y exóticos; por eso reexotizan todavía más, sin hacer distinciones de ningún tipo. Les da lo mismo que sea un peruano, que un chileno, que un argentino…

José María Paz Gago: Quien sí ha tenido mejor suerte es Cortázar, con excelentes películas realizadas a partir de sus relatos. Así, el ya citado Casa tomada ha dado lugar a numerosos cortometrajes experimentales interesantísimos. Entre ellos, citaré la versión libre de Ricardo Moretti (1970), en la que precisamente enlaza la historia con un relato de Borges.

Y no hablemos de la magnífica y libérrima transposición Bluw Up de Antonioni, a partir del cuento Las babas del diablo, con ese juego metacinematográfico y metafotográfico, que se convierte en toda una radiografía de la cultura pop de los años sesenta. Es una lectura totalmente libre, una genial vuelta de tuerca a la narración cortazariana, porque Antonioni actúa libertariamente para trasladar, no solamente la diégesis de París a Londres, sino para vehicular los nuevos mensajes que a él le interesan, más allá de la pura investigación criminal.

Volviendo a lo que decía Pilar Couto sobre la explotación didáctica de la relación literatura, partiendo precisamente del cine. Hubo una época en que llegaban a las clases de literatura de los colegios la lista de lecturas obligatorias. La pregunta entonces era ¿La hay en video? (Hoy sería ¿Está en youtube?). Los profesores de literatura de enseñanza secundaria entonces se rasgaban las vestiduras y se enfadaban ante esa reacción natural de sus alumnos, quejándose de que veían las películas y no leían las novelas. Hice un esfuerzo entonces para hacerles ver la importancia de que, a través del cine, acercasen a sus alumnos a la literatura, entablando un diálogo de ida y vuelta, ese vaivén del que hablaba María Donapetry antes.

Pilar Couto: Yo quería precisamente puntualizar dos cosas. Por una parte, darle la vuelta al problema, para que se dé esa intertextualidad, esos procesos de transposición de los que estamos hablando, tiene que haber esa conexión recíproca. Es importante partir del cine ante estos jóvenes que hoy en día no están tan cercanos a la literatura, es un modo de enganchar a esta gente joven y aproximarlos al texto inicial. En segundo lugar, es importante que haya esa libertad, pero el director toma prestado un texto inicial y debe mantener, tiene que estar presente, la esencia del texto inicial, porque sino debería crear su propio producto y no partir de uno previo. Para que exista ese juego, ese movimiento entre la literatura y el cine y entre el cine y la literatura, a mi modo de ver sí que debe haber algún guiño, para mantener ese mensaje inicial del autor, del texto primigenio. Debe haber un respeto a ese texto a partir del cual se hace una nueva creación.

María Donapetry: No estoy muy de acuerdo. El guiño sí, pero puede ser un guiño cómplice o puede ser un guiño crítico, y darle la vuelta completamente, como el caso que mencioné antes de Rebecca. El cineasta no tiene ninguna obligación, ni siquiera de reconocer su deuda. Si estamos de acuerdo en que las artes dialogan continuamente, la literatura está constantemente re-citando, es la esencia de la literatura. El cine lo mismo, re-cita, cita otras películas.

Robin Fiddian: Quisiera hacer un comentario quizás polémico. El productor o el director que adapta un tema preexistente, tiene la obligación de enriquecer ese tema, tiene cierta obligación y no solamente la posibilidad de crear un precursor más interesante de lo que se suponía antes de la creación nueva. Estoy pensando en El espíritu de la colmena

(1973), de Víctor Erice. Es una obra que tiene una gran deuda con el cine alemán del expresionismo, el cine de terror, el mito de Frankenstein, y tiene también una deuda con Matar a un ruiseñor (To kill a Mockingbird). Creo que cuando vemos la película de Erice, y después leemos la novela de Harper Lee (1960) y vemos la película de Robert Mulligan (1962), nos damos cuenta de que son obras diferentes, se han enriquecido y potenciado los mensajes de las obras anteriores. Ese es el factor esencial, cómo se reactualizan, cómo se resignifican los textos a partir de su adaptación al cine.

María Donapetry: Al menos, una riqueza interpretativa. No es que no estuviera en el texto anterior, que allí estaba si alguien lo entendió, pero vuelves a eso con nuevos ojos, ves nuevas posibilidades que en una primera lectura se nos habían escapado.

No se puede concluir, cerrar el debate sobre la relación de la literatura y el cine, porque parto de la base de que son obras abiertas. Son muy interesantes esos diálogos entre artes, no sólo cine y literatura sino también fotografía, pintura… Merece la pena y hay que olvidarse de adaptación y de fidelidad.

Robin Fiddian: Reitero la conclusión acerca de la posibilidad de enriquecer el texto que puede servir de punto de partida para un proyecto nuevo, que debe añadir, renovar, resignificar. Sino, no tendrá más interés que el texto que le precede.

Pilar Couto: Dejo abierto otro tema más para una futura discusión. Si bien hemos guiado esta conversación desde el punto de vista del enunciador del mensaje, ya sea el autor, el narrador, el director, también me gustaría decir que si hay tantas interpretaciones, que realizan diferentes directores, imaginemos todos los posibles receptores de esos mensajes. Es una puerta abierta para una futura discusión, desde el punto de vista del receptor.

José María Paz Gago: Me sumo a lo dicho por todos vosotros. Es un diálogo entre distintos lenguajes artísticos, eso ya es enriquecedor. El arte siempre estará en la vanguardia de ese diálogo, pero, por supuesto, tiene que ser un intercambio infiel. La infidelidad siempre ha sido fuente de inspiración y de creación… sin Madame Bobary, Ana Karenina o Ana Ozores no tendríamos la gran literatura del XIX. Entre los soportes, los lenguajes, las tecnologías nunca ha habido conflicto, siempre se han complementado. Acabo con una cita de Amado Nervo, gran poeta pero pésimo profeta. Cuando en 1898 asistió por primera vez a una proyección de cinematógrafo en Ciudad de México, salió del teatro tan impresionado que declaró que era el fin de la literatura, convencido de que aquel nuevo aparato acabaría para siempre con la literatura. Sin duda ninguna, Amado Nervo, como Marshall McLuhan, se equivocó.

Tomado de: http://www.designisfels.net

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Jugando las olas. El juego cinematográfico de Lars von Trier (III y final)

Lars von Trier, director de cine y guionista danés

Por Jan Simons

El Manifiesto: reiteración y diferencia

Las respuestas tanto simpáticas como críticas al Dogma 95 han visto al movimiento como una reiteración de las manifestaciones del modernismo cinematográfico europeo de los sesenta, y al hacer esto han pasado por alto la teatralidad del gesto: la forma y la composición del Manifiesto Dogma 95 así como el contexto en que von Trier lo presentó. Esto porque ambos campos perciben, interpretan y valoran la cultura cinematográfica desde una perspectiva crítica cuyos fundamentos fueron asentados en el mismo momento que el Dogma 95 parodia. Ambos campos se acercan al Dogma 95 desde el punto de vista de la problemática relación entre cine y realidad. Aquellos que simpatizan con el Dogma y sus películas ven al estilo Dogma como un acercamiento ideal para la representación de historias de la “vida real”; los cínicos ven al Manifiesto y al estilo Dogma como una pauta publicitaria de la idiosincrasia de Lars von Trier como director. El primer enfoque ve al Dogma 95 como un intento por salvar la película, en nombre de la verdad y la pureza, como un medio de la representación realista; el segundo comprende al Dogma 95 como una perversión del “rasgo autoral” que la Nouvelle Vague había puesto de moda y que considera a la película como la expresión de la visión realista y personal del cineasta (sin embargo, esto fue definido).

Desde esta perspectiva, sería razonable suponer que la provocación del Dogma 95 tuvo el mismo fin en mente que el que tuvieron los movimientos cinematográficos de los sesenta, y esta suposición está apoyada en el hecho de que el Manifiesto emplea una terminología idéntica o similar a las de estos movimientos para rechazar los productos de la cultura cinematográfica dominante como el ilusionismo, el engaño, los trucos y así sucesivamente. Aun así, resulta difícil ver cómo el Dogma 95 podría, luego, rechazar el concepto de autor por ser del “romanticismo burgués” y, por lo tanto, “falso” porque ya no era capaz de provocar la “resurrección” del cine. Tanto la recepción simpática como la hostil del Dogma 95 han pasado por alto el 95 del nombre, lo que después de todo deja abundantemente claro que el Dogma y el Manifiesto querían poner la dirección “contemporánea” de la cultura cinematográfica —una que guardó un poco de semejanza con aquella que surgió con las nuevas olas europeas de los sesenta (véase capítulo 7).

El eje más importante en el que el Manifiesto localiza al cine contemporáneo es el tecnológico. La “salvaje tormenta tecnológica” que atraviesa el cine no sólo permite la “última democratización del cine” sino que también conlleva la “elevación de los cosméticos a Dios” y a que “cualquier persona en cualquier momento pueda lavar los últimos restos de la verdad en un abrazo mortal a la sensación”. Las tecnologías digitales a las que se refiere el Manifiesto han producido imágenes cinematográficas de las que resulta imposible decir si muestran escenarios de la vida real, objetos y actores filmados por la cámara, o escenarios generados por computadoras, objetos y actores sin equivalentes en el mundo real. Desde Jurassic Park (Spielberg, 1993) hasta la trilogía de El señor de los anillos (Jackson, 2001, 2002, 2003), las secuencias de acciones reales han sido perfectamente integradas por ordenadores, síntesis de escenarios, objetos y actores que nunca existieron —y muchos que nunca podrían haber existido. La “tormenta tecnológica” ha cambiado al cine contemporáneo desde un medio fotográfico hacia uno que estimula la ejecución fotográfica de lo imposible (ver Darley, 2002: 108), rompiendo así la relación causal entre representación y referente que siempre ha sido contenida de ser constitutiva para la fotografía y el cine. El cine contemporáneo sumerge a sus audiencias en un mundo virtual sensacional y espectacular que está enteramente desconectado de la monótona realidad física e histórica de sus vidas cotidianas.

Hoy en día el modo dominante del cine no es, entonces, el mismo cine contra el que se agitaban las nuevas olas de los sesenta. Las tramas improbables, los finales felices, y la negación rutinaria de los problemas sociales, políticos, étnicos y de género nos permiten descartar al cine clásico de Hollywood como “una ilusión”, pero la impresión de realidad que este cine ha brindado, sin embargo, dependía del conocimiento de que las imágenes en movimiento de la pantalla eran reproducciones fotográficas del “le mouvement lui-même dans toute sa réalité” (Metz, 2002: 24). La “fotografía imposible” de una película contemporánea (Darley, 2002) la transforma en el simulacro de una película clásica. Las imágenes tienen una resolución, contraste y claridad que superan las de las imágenes fotográficas, aunque ya no son las grabaciones de la realidad basadas en lentes.

Esto significa que el cine contemporáneo efectivamente deja de lado el problema del realismo que, en la época del cine clásico, trazó las líneas de batalla, por un lado, entre el ilusionismo y el escapismo de la película hollywoodense y, por otro lado, de los diferentes movimientos cinematográficos críticos. Como ha señalado Lev Manovich:

desde la perspectiva de un futuro historiador de la cultura visual, las diferencias entre las películas clásicas hollywoodenses, el cine de arte europeo y las películas de vanguardia (aparte de las abstractas) pueden parecer menos significativas respecto de su característica común —su dependencia de grabaciones de la realidad a base de lentes (Manovich, 2006: 294).

Siguiendo a Manovich (2006: 295), el cine en la era digital ya no es “una tecnología indicial sino, más bien, un subgénero de la pintura”. Él describe al cine contemporáneo como un caso particular de la animación, en el que la era del cine clásico e indicial ha formado sólo un género marginal: “El cine digital es un caso particular de la animación que utiliza secuencias de acción en vivo como uno de sus tantos elementos… Nacido de la animación, el cine empujó la animación hacia su periferia sólo con el fin de convertirse en un caso particular de la misma” (2006: 302). Si el cine en tanto tecnología ha renunciado a una relación indicial con la realidad pro-fílmica, entonces, aquí hay un pequeño punto para postular, dentro de la base de uno u otro concepto de realismo, una relación “correcta” entre la imagen cinematográfica y la realidad en contraposición a la relación “falsa” con la realidad presentada por el cine de masas. Después de todo, el cine contemporáneo ha intercambiado la problemática de la representación (en la que signo y referente son elementos distintos que tienen una relación significativa) por un hiperrealismo en el que signo y referente, objeto e imagen, representación y lo representado se han convertido en inextricables y en el que “el arte del índice” se ha convertido en un medio de síntesis y simulación.

En efecto, ante el hiperrealismo del cine contemporáneo los avances del Dogma 95 no reelaboraron la llamada al realismo que caracterizó a los movimientos cinematográficos modernos y modernistas; de hecho, el Manifiesto no hace ninguna mención a lo real, la realidad o el realismo. Mientras el Manifiesto declara que “para el Dogma 95 una película no es una ilusión”, se opone no a la realidad sino a la “verdad” a “la ilusión del pathos y.… la ilusión de amor” de las “películas superficiales” actuales: “mi fin supremo será hacer que la verdad salga de mis personajes y del cuadro de la acción”. Evidentemente lo que sea esta verdad (y que, en este punto, el Manifiesto no elabora), no necesariamente tiene que coincidir con la realidad material, física, tangible y perceptible que existe frente a la cámara. El modo en que el Manifiesto articula este “fin supremo”, sorprendentemente, nos abre el paso para una interpretación más sólida en la que los actores y los escenarios ya no son más que un instrumento o un medio de una verdad que requiere de sus existencias para su revelación, sino que no es idéntica a su manifestación.

Un posible indicio de lo que quiso decir el Dogma 95 con esta verdad se encuentra, nuevamente, en la teatralidad con la que el movimiento fue presentado al mundo cinematográfico. La ocasión, el sitio, el gesto y los medios con los que Lars von Trier presentó el Manifiesto Dogma 95 en la conferencia del centenario cinematográfico en París, y la grandilocuencia retórica con la que el Manifiesto mismo fue enmarcado, convirtió al evento en una evocación performática de los gestos y manifiestos célebres de las vanguardias políticas, históricas y artísticas. El hecho de que von Trier haya elegido dar esta performance en el Teatro Odeón sugiere que él estaba imitando a los cineastas franceses que habían apoyado el levantamiento estudiantil de Mayo del ’68 en ese mismo teatro. Pero la reiteración de este gesto también introduce ineludiblemente la distinción entre ellos: al adoptar los gestos de los incitadores de los movimientos cinematográficos tempranos, la propia performance de von Trier se convierte en la ejecución de un escenario cuyos papeles, decorado y acciones ya están definidos. Desde esta perspectiva, tanto la presentación del Manifiesto Dogma 95 como la de su contenido se han convertido en la reinstauración de un escenario destilado de las performances dadas por los movimientos vanguardistas en la política, la cultura y el cine.19 Al presentar el Manifiesto Dogma 95, von Trier estaba claramente haciéndose cargo de su papel. El von Trier que leyó el Manifiesto en el Teatro Odeón arrojó panfletos rojos al auditorio y, luego, salió rápidamente sin decir ni una palabra más porque “el Movimiento” le había prohibido revelar otra cosa más sobre el Dogma 95 que no fuera el texto del Manifiesto. Este fue el avatar de un nuevo movimiento cinematográfico, cuyos fundadores permanecerían en el anonimato para la audiencia de la conferencia del centenario cinematográfico.

Las acciones de von Trier también pusieron a los miembros de la audiencia de la conferencia en casi la misma posición que la de muchos de sus protagonistas (tanto pre como post-Dogma), ya que von Trier descubrió que los personajes que los rodean tienen intenciones muy distintas de las de aquellos cuyas máscaras insinúan sus posiciones sociales y convenciones (véase capítulo 5). Además, a menudo sus protagonistas se ven forzados por su entorno a adoptar papeles que no se corresponden con sus propias imágenes. La parodia inconfundible del gesto con la que von Trier lanzó el Manifiesto trajo aparejado un distanciamiento parecido entre “el actor” von Trier y “el papel” que él asumió —distanciamiento no sólo característico de la posición en la que se encuentran sus protagonistas sino también del vínculo entre actor y papel en sus películas pre y post-Dogma.

Como la presentación del Dogma simultáneamente reestablece los gestos de los movimientos cinematográficos anteriores y lanza uno nuevo, la presentación misma se convierte en un evento del orden del simulacro en el que gesto y actuación, alegría y seriedad, presentación y representación son indistinguibles. Sin embargo, en tanto simulacro, la presentación del Dogma 95 también tiene un efecto retrospectivo en los gestos que reestablece de los movimientos anteriores. Después de todo, si el Dogma 95 es el establecimiento novedoso de un guion destilado de la performance de los movimientos cinematográficos anteriores, retrospectivamente las performances interpretadas por las vanguardias culturales y políticas tempranas pueden, también, ser vistas como una representación del mismo escenario. El “ejemplo” a ser imitado no es, entonces, un original sino solamente uno del número de representaciones infinitas que la situación permite. En el mismo movimiento, ejemplo e imitador, modelo y copia, referente y representación son incorporados dentro del orden del simulacro.

El manifiesto realmente dice demasiado. La “nueva ola” cuyo fin era “justo” es comparada con “un pequeño oleaje que iba a morir en el río convirtiéndose en lodo”. Un pequeño oleaje es, en efecto, un movimiento minúsculo en la superficie del agua, pero los oleajes nunca aparecen aislados; sino que ocurren en grupos con una forma, escala e intensidad similares. A pesar de que semejantes oleajes nunca sean exactamente iguales, los oleajes sucesivos muestran un patrón recurrente —aunque este patrón no pueda ser identificado de manera fidedigna bajo la forma de una única ola ni de una “ola estándar”, puede derivar de un conjunto de series de oleadas. Cada ola es, por lo tanto, la actualización pura de un patrón virtual que solamente es visible por la mediación de tales actualizaciones. Como cada ola es una actualización de ese patrón virtual, no puede trazarse una distinción jerárquica u ontológica entre las olas tempranas y posteriores; no puede haber ni un “original” ni unas “copias”.

Por otra parte, cualquier ola determinada es virtual, en el sentido de que solamente se propaga su movimiento; el agua del que está compuesta se mantiene en el mismo lugar, y no es más que un medio fortuito y arbitrario para la actualización de un movimiento virtual, que se podría haber propagado también en algún otro fluido de composición o color diferente. Desde esta perspectiva, el Dogma 95 y los predecesores que imita son los medios más o menos fortuitos para materializar un cierto patrón virtual —cuyo contenido ideológico, político y estético es más o menos arbitrario para una ola determinada. Las vistas específicas y los fines de los movimientos cinematográficos modernistas de los cuales el Dogma 95 desearía ser una continuación, reiteración y crítica son, al mismo tiempo —y este es el punto clave del Dogma 95—, importantes ya que funcionan como el medio para el

patrón virtual que actualizan; no son importantes para el patrón virtual en sí mismo. Esto es lo que distingue al episodio Dogma 95: la arena se desplaza desde el dominio de la representación hacia el simulacro y la simulación, y la problemática de la relación entre cine y realidad se transforma en la problemática de la relación entre cine y virtualidad. De esta manera, el Dogma 95 se sitúa en un campo común junto a las “películas de ilusión” a las que se opone fuertemente, para enfrentarlas mejor.

El patrón virtual del Dogma 95 y de los movimientos cinematográficos precedentes son las actualizaciones, como he señalado, de un “guion” de movimientos cinematográficos. El término “guion” debe ser tomado aquí para referirse no tanto a un argumento que comprende un establecimiento específico de acontecimientos, sino más bien a un texto o una estructura en el sentido en el que estas palabras han sido definidas dentro del campo de la psicología cognitiva, donde se indica una representación esquemática de las acciones y los participantes se encuentran en una secuencia común de acontecimientos —como la situación hipotética de un restaurante comprende un cliente, un camarero, un menú y servicio de mesa, el asunto de ordenar, servir, comer y pagar, todo sin especificar el tipo de restaurante, ni la manera en que los participantes están vestidos, ni las comidas que son proporcionadas en el menú, ni siquiera incluso la elección que realiza el cliente (véase Schank y Abelson, 1977). Un “guion” de este tipo tiene mucho más en común con las reglas que definen a un juego que a la de una situación hipotética que describe las acciones y acontecimientos de una obra o película. En contraste con el rodaje de un guion cinematográfico o la puesta en escena de una obra, acciones que equivalen a interpretaciones distintas de la misma situación, un juego no puede ser identificado por un único desempeño; ni un juego puede ser descripto en términos de una especie de clase común de “promedio” de acciones y de acontecimientos que suceden en todas las representaciones. ¿Qué sería, por ejemplo, un partido de fútbol promedio o un juego de ajedrez promedio? Tampoco podemos decir que el primer desempeño de un juego para, digamos, sus inventores, es un original y que todos los subsiguientes juegos son copias. La primera instancia de un juego es el rendimiento, o más bien la actualización, de una de las tantas instancias posibles definidas por las reglas.

Las reglas de un juego no definen un rendimiento específico, sino un espacio llamado estado que comprende todos los estados posibles permitidos por las reglas. No hay una relación jerárquica de precedencia o calidad entre los únicos estados encontrados dentro del espacio estado; todos ellos son simplemente actualizaciones de las condiciones virtuales establecidas mediante las reglas. Desde el punto de vista de las reglas, los jugadores y los soportes pueden tomar formas innumerables; las piezas de ajedrez pueden tener cualquier forma, y en principio los jugadores de fútbol pueden usar lo que les guste o, en efecto, no usar nada. Lo que importa es que las reglas sean tomadas seriamente, y que los jugadores estén preparados para incluir sus preferencias individuales, deseos y comportamientos dentro de las reglas y requerimientos del juego. En otras palabras, se espera que los jugadores renuncien a su individualidad y que adopten un papel; y esto ineludiblemente le da una dimensión teatral al juego. Las personalidades “reales” de los jugadores son absorbidas por los roles “virtuales” definidos por ellos para las reglas del juego. Dentro del juego hay espacio para la individualidad puesto que el rendimiento del juego contribuye a la actualización de las situaciones virtuales definidas para las reglas —aquí, de hecho, es donde las cualidades y talentos individuales de los jugadores pueden hacer una diferencia; entonces, un juego por definición, es jugado en el umbral entre la realidad y la virtualidad.

El juego, también, por definición, es del orden del simulacro: no imita a ninguna otra realidad, ni aspira a la realidad ficticia de una película. Un juego crea su propia realidad, dentro de la cual se realizan movimientos reales que hacen una real diferencia entre los jugadores en el mundo del juego. Al presentar el Manifiesto Dogma 95 en el Teatro Odeón, von Trier puso al cine y a la práctica cinematográfica en el límite entre la realidad y la virtualidad, y lo situó en el orden del juego y del simulacro. Dentro de esta área, Hollywood y las nuevas olas ya no son contrarios diametralmente opuestos a lo largo de líneas políticas, ideológicas e incluso ontológicas identificadas por los teóricos o críticos cinematográficos clásicos o modernistas, sino que representan a todos “los jugadores del juego de la cultura cinematográfica”, jugadores que tienen diferentes tácticas y estrategias (que en la mayoría sólo simulan el mantenimiento de tales contrastes y distinciones). La dimensión en la que el Dogma 95 sitúa esta distinción de tácticas y estrategias es aquella de “ilusión” versus “verdad”. ¿Qué diferencia podría hacer esta distinción dentro del orden el simulacro? Mejor dicho, ¿cuál es la diferencia que el Dogma 95 quería llevar a cabo en el mundo cinematográfico?

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Notas

1 Este artículo es una traducción de los capítulos “Introducción” y “Manifiesto y Modernismo”, originalmente publicados en el libro Playing the Waves. Lars von Trier’s Game Cinema (2007) por la Universidad de Amsterdam. Son reproducidos aquí gracias a la amabilidad del autor y la editorial.

2 La celebración obtuvo el Premio del Jurado, mientras que von Trier – a quien se le otorgó el Premio Técnico por Element of Crime en 1984 y por Europa en 1991, y quien ganó la Palma de Oro en 1996 por Rompiendo las olas – se retiró del festival con las manos vacías.

3 A menos que se indique lo contrario, ‘el Manifiesto’ aquí en adelante hará referencia al Manifiesto Dogma 95 y al Voto de Castidad que lo acompaña.

4 Por ejemplo, Richard Kelly (2001: 17-18) escribe que la primera vez que oyó sobre el Manifiesto y el Voto de Castidad fue en el momento en que La celebración despertó su atención un poco antes del Festival de Cannes en 1998.

5 El texto del Manifiesto y el Voto de Castidad pueden encontrarse en la página oficial del Dogma 95: http://www.dogme95.dk. También puede encontrarse en los apéndices de algunas ediciones impresas (Kelly, 2001: 226-228 y Hjort and McKenzie, 2003: 199-200).

6 En el artículo, Truffaut se vuelve contra el ‘realismo psicológico’ – según Truffaut, ‘no reél, ni psychologique’ – que predominó en la ‘tradition de qualité’ francés, que para su mente estaba encarnado en las películas de Jean Aurenche y Pierre Bost. Las acusaciones niveladas al cine contemporáneo por Von Trier y Vinterberg recuerdan la crítica de Truffaut hacia la tradition de qualité.

7 El tema de Los soñadores (Bernardo Bertolucci, 2003). La película presenta el levantamiento de mayo de 1968 como la consecuencia directa del despido de Henri Langlois como director de la Cinémathèque Française realizada por el entonces Ministro de Cultura, André Malraux. Ver De Baecque (2003) y Lefort (2003b).

8 Richard Kelly (2001: 15-16) describe sus sentimientos hacia la cultura cinematográfica de 1990: “Para un espectador como yo (nacido en 1970 pero irremediablemente marcado por la cultura radical de finales de la década de 1960, que por supuesto comunicó algo de su energía electrizante a las películas) todo apuntaba a una pérdida del nervio estético, a una falta de brío político y a una penetrante ausencia de picaresca. El cine había dejado las barricadas para irse a trabajar para los de siempre. ¿Dónde quedaban los tipos como Glauber Rocha que propusieran una resistencia panamericana a Hollywood? ¿Dónde un Bertolucci que volviera a dar vida a la tradición de la épica dialéctica? Al menos nos quedaba el pequeño consuelo de saber que Jean-Luc Godard, campeón indiscutible de los pesos pesados de la Nouvelle Vague, aún seguía imbatido, aunque tal vez algo deprimido”.

9 Siguiendo a David Bordwell y Kristin Thompson (1995: 412), el modernismo de posguerra en el cine europeo se caracteriza por un esfuerzo “ser más fiel a la vida que lo que los cineastas clásicos habían sido. El cineasta moderno puede tratar de revelar las realidades desagradables del antagonismo de clase o presentar los horrores del fascismo, la guerra y la ocupación. Los neorrealistas italianos, filmando en las calles y enfatizando los problemas sociales corrientes, constituyen el ejemplo más evidente.” Dicho esto, cada movimiento cinematográfico prácticamente ha recurrido a una u otra forma de realismo, probablemente porque el cine, en tanto medio visual, tiene una ineludible relación perceptiva con la realidad del mundo visible. (véase Thompson, 1988: 200-201).

10 “Neo-neorrealista” es el término por el cual un conjunto de películas iraníes contemporáneas, incluyendo El sabor de las cerezas de Abbas Kiarostami (1996) y El círculo de Jafar Panahi (2000), han sido descriptas. El Dogma 95 es, sin embargo, regularmente mencionado en el mismo saco como el neorrealismo italiano y sus precursores y sus sucesores: “el cine soviético de 1920, el movimiento documental de 1930, las escuelas neorrealistas de Italia e India, las películas inglesas sobre la clase obrera de 1950, los esfuerzos internacionales del cinema vérité de 1960, las actuales películas danesas del Dogma 95 y del neorrealismo iraní: todas ellas marchan bajo la bandera del realismo. Lo que también comparten esta variedad de ideas y prácticas cinematográficas es un antagonismo de la política estadounidense y un rechazo estético de Hollywood” (Druick, 2001).

11 En términos de Eco, podríamos denominar esto como ejemplo de una “sobreinterpretación”. Esto es consecuencia de una sobrevaloración de ciertas lecturas, en este caso, las correspondencias con las teorías realistas de André Bazin y con las películas neo-neorrealistas (como se ve a través de los ojos de Bazin), comparado con otras lecturas. La sobrevaloración de ciertas lecturas generalmente surge de una “propensión a considerar como significativos los elementos más inmediatamente aparentes, cuando el hecho mismo de que son aparentes nos permitiría reconocer que son explicables en términos mucho más económicos” (Eco, 1997: 60). Véase también Eco, 1992.

12 Para una descripción más amplia del modo narrativo del arte cinematográfico europeo, véase Bordwell (1996: 205-233, 311-334).

13 Véase: http://www.dancerinthedark.com.

14 “Bazin concluye que tanto la base estética del cine como la fuerza de conducción detrás de los cambios estilísticos provienen del poder reproductivo del cine. Mientras que otras artes presentan realidad a través de símbolos, la base fotográfica del cine permite reproducir eventos tangibles y únicos. De esta capacidad de recodificar el mundo brotan las cualidades específicas del ‘realismo’ fílmico. Las opciones estilísticas seleccionadas por Renoir, Wyler, Welles y los neorrealistas armonizan con la naturaleza esencial del medio. Al explotar la imaginería de la profundidad de campo, tomas largas, y movimientos de cámara, estos directores respetaron la continuidad temporal y espacial del mundo cotidiano – exactamente la calidad con que la imagen en movimiento de la fotografía está mejor equipada para capturar. Por supuesto, estos directores emplean artificio; ¿cómo podrían no hacerlo? Pero la clase de artificio que ellos ponen al servicio está en consonancia con la misión cinematográfica de exponer y explorar la realidad fenoménica” (Bordwell, 1997: 71-72).

15 Aunque sólo sea porque en estos días se ha vuelto cada vez más difícil encontrar un laboratorio capaz de procesar una película en blanco y negro, como descubrió Henri Alekan, el camarógrafo de Wim Wenders en las películas El estado de las cosas (1983) y en El cielo sobre Berlín (1987).

16 Stevenson (2003: 32), también, realiza esta observación: “Por su parte, Dogma es en un sentido tecnológico sólo un producto de los ‘90 tanto como, por ejemplo, las Chelsea Girls de Warhol fueron un producto de los ‘60”. Sobre la regla 4 del Voto de Castidad, que dice que la película debe ser en colores, él escribe: “Hoy, es más barato filmar en colores que en blanco y negro porque muy pocos laboratorios cinematográficos hacen ese procesamiento, pero en los ’60 era más barato filmar en blanco y negro… La negación del Dogma hacia el blanco y negro estaba por supuesto basada en un deseo entendible por evitar excesos estilísticos de público conocimiento, por evitar un motivo estético dominante que puede ser visto en películas como El hombre elefante (1980), La ley de la calle (1983), y La última película (1971), sólo por nombrar tres ejemplos. Sin embargo, el éxito de todas estas películas fue por derecho propio, hacia 1995 el uso del blanco y negro estaba casi exclusivamente asociado con una especie de nostalgia petrificada que golpeó en letras mayúsculas a la “estética obvia” (32-33). A estas tres películas de David Lynch, Francis Ford Coppola y Peter Bogdanovich, podemos agregar El estado de las cosas (1983) y El cielo sobre Berlín (1987) de Wim Wenders y, también, Down by Law de Jim Jarmusch (1986), que fue filmada con el rollo de película sobrante de El estado de las cosas.

17 La primera serie fue lanzada en 1989 “y se destacan desde Nirvana a Eric Clapton hasta Mariah Carey. Ahora está de vuelta, con nuevas actuaciones acústicas de R.E.M, Staind, Lauryn Hill y Shakira”. Una segunda serie, Unplugged 2.0, está en preparación. Ver: http://www.mtv.com/onair/unplugged/.

18 Lars von Trier, con un placer sarcástico y casi masoquista, pone a prueba al colega y compatriota cinematográfico Jørgen Leth en Las cinco obstrucciones. Leth acepta someterse al experimento y le permite a von Trier formular las reglas. El fundador del movimiento Dogma quien no hace las cosas fáciles ni siquiera para sí mismo (ver Dogville) ideó un conjunto de arduos desafíos para Leth, a quien admira enormemente. El punto de partida es The Perfect Human, el cortometraje realizado por Leth en el año 1967. Dice, por ejemplo, von Trier: “Haz la misma película de nuevo, pero ahora en Cuba, con un máximo de doce cuadros por plano”. Perfil de la película Las cinco obstrucciones en: http://www.idfa.nl (IDFA, 2003).

19 Así como, por ejemplo, los papeles del “cliente” y el “camarero”, el decorado de “mesa”, “silla”, “menú”, “servicio” y “cubiertos”, y las acciones “ordenar”, “servir”, “comer” y “pagar” están mantenidas para la situación hipotética de un restaurant, lo cual representa a este lugar común sin especificar un tipo del mismo, las comidas disponibles en el menú, ni los atributos individuales del cliente o del camarero (véase Schank y Abelson, 1977).

Tomado de: http://asaeca.org

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Claves para 1968

Memorias del subdesarrollo, guion de Edmundo Desnoes y Tomás Gutiérrez Alea (Ediciones ICAIC)

Por Arturo Arango

Para la historia y la cultura cubanas, 1968 fue un año cumbre. Alcanzar un punto de máxima altura supone la existencia de una ladera para el ascenso y otra para el descenso. La creatividad estimulada por el triunfo revolucionario llegaba a su cúspide al tiempo que otros sucesos conducían hacia zonas diferentes, incluso paralizantes, para el arte y la literatura, y para las ciencias sociales.

Mientras los acontecimientos de mayo en París, de agosto en Praga o de octubre en la Ciudad de México sorprendían a la humanidad en direcciones encontradas (la Ciudad Luz contagiada por el espíritu revolucionario, iconoclasta, que llegaba desde países periféricos; la Primavera de Praga sometida por los tanques soviéticos; el gobierno del PRI, el único de la América Latina que no cedió a las presiones de los Estados Unidos y la OEA contra Cuba, masacraba estudiantes), en la Isla también se cruzaban fuerzas contradictorias.

La tendencia que concibió el socialismo como un movimiento fundamentalmente emancipador, humanista y en oposición a las estructuras coloniales y neocoloniales que dominaron la América Latina y, en una visión más general, el ámbito reconocido entonces como el Tercer Mundo, chocaba con aquella otra que colocaba los partidos comunistas en la órbita de la hegemonía soviética, incluyendo sus conocidas restricciones al pensamiento crítico y su intención de que los Estados socialistas, ante todo, desarrollaran sus economías en competencia con el capitalismo occidental, y bajo el mandato de Estados centralizados y desprovistos ya de toda forma de poder auténticamente popular.

La necesidad de comprender que en el proceso revolucionario cubano la elección del socialismo no era impuesta por una potencia extranjera sino que resultaba imprescindible para sostener la independencia nacional, y establecer la equidad y la justicia social, tuvo a la luz del centenario del alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes en La Demajagua, de Manzanillo, un momento ejemplar. Desde mucho antes del 10 de octubre de 1968, se prepararon revistas, libros, coloquios, homenajes, destinados a releer la historia de Cuba y a indagar en sus enlaces con la gesta independentista del resto del Continente.

Con el asesinato de Ernesto Guevara, en octubre de 1967, comenzaba la parálisis de esa opción que el mismo Che había enunciado años atrás: crear dos, tres, muchos Vietnam. La expansión por la América Latina de un modelo de socialismo que no fuera calco del europeo sino que se potenciara con los procesos históricos, independentistas, del Continente, con el pensamiento social acumulado en la región durante, al menos, dos siglos, y además con las singularidades de esas zonas culturales diferentes entre sí que Darcy Ribeiro había descrito, fue perdiendo sustento.

El enfrentamiento entre estas dos tendencias políticas está recogido en Memorias del subdesarrollo. En el guion, se apunta: “Se trata de una mesa redonda en la que se discute sobre la literatura y el subdesarrollo, poniendo el acento en este último, con cifras, etc.”.1 Lo filmado es mucho más rico: el escritor italiano Gianni Toti defiende el marxismo-leninismo ortodoxo: la contradicción es entre el proletariado y la burguesía, dice. El argentino David Viñas se le opone: si la guerra es la máxima expresión de la lucha de clases, no hay mayor conflicto contemporáneo que el de Vietnam. La gran oposición es la que se establece entre países ricos y colonialistas y países pobres y  secularmente colonizados.

Al leer hoy los documentos generados por el Congreso Cultural de La Habana, realizado en enero de 1968, resulta evidente que fue preparado para circunstancias que habían comenzado a desaparecer. Rafael Acosta de Arriba, que ha investigado el tema, informa que asistieron “quinientos intelectuales de setenta países, en su mayoría socialistas, guevaristas, maoístas, trotskistas, situacionistas, católicos revolucionarios e intelectuales de la denominada Nueva Izquierda y una mínima representación de los países del llamado campo socialista”.2 Fernando Martínez Heredia, en 2007, lo calificó como un “gran Congreso […] que ha sido  concienzudamente olvidado”.3 Y Ambrosio Fornet asegura que en el Seminario Preparatorio del Congreso, en 1967, “se puso de manifiesto que gran parte de nuestra intelectualidad estaba elaborando, desde posiciones martianas y marxistas, un pensamiento descolonizador, más ligado a nuestra realidad y a los problemas del Tercer Mundo que a las corrientes ideológicas eurocéntricas de ambos lados del Atlántico”.4

Pero 1968 puede ser recordado también por la publicación, en la revista Verde Olivo, de la serie de artículos firmados bajo el seudónimo de Leopoldo Ávila, que aparecieron entre noviembre y diciembre. O por libros que, en algunos casos antes de ver la luz, serían objeto de ataques. Señaladamente: Fuera del juego, de Heberto Padilla; Los siete contra Tebas, de Antón Arrufat; Condenados de Condado, de Norberto Fuentes; Los pasos en la hierba, de Eduardo Heras León; Paradiso, de José Lezama Lima, y Lenguaje de mudos, de Delfín Prats. Todos estos autores, junto a decenas más, luego de 1971 fueron excluidos del espacio público. Lo que se anunciaba en este año se consolidó a partir del 1er Congreso de Educación y Cultura, cuando la tendencia más dogmática dentro de la Revolución se afianzó con el poder en las esferas de la ideología y la cultura.

El intelectual alerta y comprometido (en el sentido que la palabra alcanzó en aquellos años) que fue Tomás Gutiérrez Alea, en carta del 30 de agosto de ese mismo 68, cuenta al director de fotografía Ramón Suárez las repercusiones del estreno de Memorias del subdesarrollo: en la segunda semana todavía hay colas y, “lejos de lo que esperábamos, la película no resulta tan polémica ni nada de eso”, aunque “ha encontrado algunos enemigos irritados (interesantes e importantes), lo cual me tranquiliza un poco con mi conciencia”.5 Antes, al presentar el filme en el Festival de Karlovy Vary (o sea, en la Checoslovaquia socialista y todavía no invadida por las tropas del Tratado de Varsovia), tenía el cuidado de explicar a la audiencia que “Hoy nuestra Revolución no pretende presentar una imagen de abundancia y mucho menos de lujo. Los valores de la Revolución no son los automóviles y los aires acondicionados, sino el hombre que lucha porque ha alcanzado un alto grado de conciencia, porque sabe que la única manera de ser libre, de salir de la explotación y del atraso es redoblando sus esfuerzos”. Por eso, era necesario afirmar la “conciencia del subdesarrollo” como “premisa indispensable para construir la sociedad que queremos construir, sobre bases firmes, sin mentiras, sin engaños, sin mistificaciones”.6

Algunos de los signos que caracterizan este año crucial están presentes en las tres películas emblemáticas que se estrenaron: Memorias del subdesarrollo, Lucía y Aventuras de Juan Quin Quin, así como en La primera carga al machete, de 1969. En esta última, da pie a la singular revisión de ese instante decisivo de las batallas entre el naciente ejército mambí y las tropas españolas, ocurrido semanas después del inicio de la insurrección. Manuel Octavio Gómez y su equipo de realización simulan un documental, digamos, imposible (con recursos inexistentes hasta fines del siglo xix) para que fueran los protagonistas quienes explicaran al espectador las razones que hicieron ineludible la opción independentista, a la vez que, a tono con los tiempos que corrían, debatieran sobre la legitimidad de la lucha armada (y de acciones de extrema violencia, como el uso del machete). En Aventuras de Juan Quin Quin, el arco de trasformación de los personajes principales está sustentado por el enfrentamiento sistemático con el poder y sus efectos devastadores, a la vez que se alimenta de la cultura popular. La película es, a un tiempo, profundamente política y desacralizadora, como lo era la Revolución cubana en esos años.

La relectura de la historia de Cuba es central en Lucía, estructurada en tres episodios que suceden en momentos de alta tensión revolucionaria: de nuevo, la guerra del 68, la lucha antimachadista y los iniciales 60. Lo que hoy llamaríamos el “discurso de género” permite extender el conflicto que enlaza los tres cuentos más allá de 1959. Su tercer episodio nos advierte que las trasformaciones más profundas en la sociedad, los cambios en los comportamientos humanos, son más difíciles una vez alcanzado el relativo equilibrio que ofrece la paz.

Esa es, justamente, una de las líneas de sentido que atraviesan Memorias del subdesarrollo. La sociedad cubana en trasformación, acosada por el gobierno de los Estados Unidos, es mirada, evaluada, por alguien que es incapaz de integrarse al proceso de cambios radicales, pero que, al mismo tiempo, desprecia a aquellos que fueron sus compañeros de clase.

Las tres que aquí se revisan, cada una a su manera, indagan en los efectos que una revolución ejerce sobre las personas, y en la manera como el subdesarrollo condiciona, limita, en ocasiones incluso profundiza, el alcance de los propósitos fundacionales.

La mejor evidencia de lo que fue la década inicial de la Revolución es la extraordinaria vitalidad de la cultura cubana, cuyos gestores mostraron, fundamentalmente entre 1967 y 1968, una mezcla inusual de madurez, trasgresión y coherencia. El cine es, por las complejidades de su realización, la rama donde ello fue aún más palpable. A nueve años de fundado, ya el ICAIC estaba produciendo películas que, al paso del tiempo, continuamos admirando como clásicas.

En entrevista con Magdiel Aspillaga, Julio García-Espinosa dice:

Las cuatro son totalmente distintas, las cuatro son tan diferentes que se pueden ver retratadas en ellas cuatro individualidades. La gran proyección del concepto de conciliar vanguardia política y vanguardia artística es que, cuando uno desarrolla su individualidad, no está ajeno a una base común. Todo individuo, aun el que se declara apolítico, aun el que se declara exclusivamente esteta, está identificado con una base común, con posiciones similares que tienen determinados sectores.

Para García-Espinosa, “[su] individualidad se enriquecía en la medida en que sentía que formaba parte de un sector, de una comunidad con la cual estaba identificado”.7

Me aventuro a asegurar que el sector, la comunidad a que se refiere García-Espinosa puede entenderse en una dimensión más amplia: la Cuba en revolución, o en una más específica: el conjunto de cineastas nucleados en el ICAIC. El Instituto fue en esas décadas mucho más que una productora de cine. Se convirtió en un centro donde se pensaron la política cultural y opciones para el arte en las circunstancias de Cuba. No fue, como a veces se ha presentado, un universo paradisíaco. Los documentos publicados por Alfredo Guevara en varios volúmenes, o de Gutiérrez Alea compilados por Mirtha Ibarra, sacan a la luz contradicciones entre los principales pensadores que pertenecieron a la institución. Pero en las obras creadas está la huella visible de todos ellos. La energía acumulada por el ICAIC durante los 60 del pasado siglo fue suficiente para atravesar los duros 70 sin perder su carácter original, y para renovarse en el segundo lustro de los 80.

En cuanto a las búsquedas estéticas, García-Espinosa y Gutiérrez Alea acuden a Bertolt Brecht y lo reactivan, de maneras distintas. También, por otra vía, es el camino que elige Manuel Octavio Gómez. En Aventuras… se cumple el principio brechtiano de que el arte tiene la obligación de divertir, sin renunciar al compromiso de hacer pensar, dudar a sus receptores. Es una película de aventuras, donde predomina la acción física, pero donde el hilo narrativo se rompe, la trama se organiza por episodios, y un narrador analiza, desde la distancia crítica, los acontecimientos que viven Juan Quinquín y Jachero. En Memorias…, también estructurada por episodios, la dramaticidad se opaca para modular la identificación del receptor, y la voz crítica, irónica, angustiada del Sergio diseñado por Edmundo Desnoes va meditando sobre ese nuevo contexto que lo rechaza, y permite la entrada al discurso de otros textos: carteles que dan cuenta de las tensiones militares, reflexiones tomadas de otros autores (como el argentino León Rozitchner), la comparecencia de Fidel Castro en televisión durante la Crisis de Octubre…

El cine cubano de los 60, y en especial estas tres películas, están dibujando un rostro de la nación hasta entonces inédito en las pantallas. En una operación en que se aunaba la descolonización y la reafirmación de la identidad, el cine abrió espacios al habla popular cubana, proyectada con acento propio, en el que los espectadores podían reconocerse. Pero ese rostro, además de la voz, incluía una imagen en que estuvo la crudeza de las guerras, la fealdad de la miseria y del desamparo, la dignidad de aquellos que se reconocían “pobres pero decentes”, la mezcla impura de la cotidianidad callejera.

Han pasado cinco décadas desde los estrenos de tales películas y volver a ellas es, primero, un acto de justicia. Pero esta revisitación implica además analizar las claves de una época con la perspectiva del presente. La realidad se ha encargado de enseñarnos, con insistencia, que los procesos históricos no son lineales. Estamos inmersos en un mundo muy distinto de aquel en que realizaron su obra los fundadores del ICAIC. La fragmentación, el desencanto, la desconfianza y una violencia descarnada prevalecen junto a nuevas pretensiones de colonización cultural. En estas circunstancias, diametralmente opuestas a las de 1968, las Aventuras de Juan Quin Quin, Lucía y Memorias del subdesarrollo todavía conservan su capacidad de provocación. Veámoslas de otra manera y aprovechemos lo que siguen aportándonos.

1 Edmundo Desnoes y Tomás Gutiérrez Alea: “Páginas de un diario”, guion para Memorias del subdesarrollo, La Habana, Ed. ICAIC, Col. Guion Cubano, 2017, p. 100.

2 Daniel Céspedes: “Las ideas que seducen. Diálogo con Rafael Acosta de Arriba”, La Gaceta de Cuba, n. 5, septiembre-octubre de 2017, p. 43.

3 Fernando Martínez Heredia: “Pensamiento social y política de la Revolución”, en La política cultural de la Revolución Cubana, La Habana, Centro Teórico Cultural Criterios, 2007, p. 138.

4 Ambrosio Fornet: “El Quinquenio Gris: revisitando el término”, en La política cultural de la Revolución Cubana, p. 27.

5 En Volver sobre mis pasos, Madrid, Ediciones Autor, 2007, p. 175.

6 En Alea, una retrospectiva crítica, La Habana, Ed. Letras Cubanas, 1987, p. 89-90.

7 Julio García-Espinosa: Aventuras de Juan Quin Quin, La Habana, Ediciones ICAIC, Col. Guion Cubano, 2014, p. 174-175.

Tomado de la revista La Gaceta de Cuba No 5 septiembre/octubre de 2018: http://www.uneac.org.cu

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