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No hay nada desconectado cuando se hace política

Foto de Cuba tomada desde un satélite

Por Juan Valdés Paz

Después de una ardua batalla —porque yo tengo mujer médico e hija médico—, después de una ardua batalla y de la promesa de que no me iba a quitar el nasobuco, no iba a tocar algo, me iba a echar un líquido para lavarme las manos cada hora… después de todo eso, por fin salí. Lo que te quiero decir [Joel Suárez] es que me has dado la coartada para salir. No te puedes imaginar. Y cómo ocurre el cuento: yo me enfermé antes del coronavirus, vino el coronavirus después; entonces, ahora tengo algo de vulnerabilidad, pero no tanto, la gente te ama tanto que ya tú no puedes ni contigo mismo…

Tú me habías explicado una parte —de eso que has expuesto ahora— en la conversación telefónica, y traté de imaginar qué podía ser útil en la exposición. Tengo que hacer una exposición larga, a pesar de que voy a minimizar los aspectos a los que me voy a referir. Voy a tratar de hacer una mezcla, porque al principio pensé hacerlo de una manera muy diferenciada, pero no me salió del todo. Tú sabes que yo soy un tipo serio y escribo las exposiciones que voy a hacer, por costumbre de maestro, respeto por los alumnos…

Hay, digamos, un diagnóstico del escenario cubano, del cual todos sabemos mucho. Quien sabe más, quien ha oído a Marino Murillo, sabe dos cosas: lo que Marino Murillo te dijo y lo que Marino Murillo no te dijo; y el otro que está «detrás del palo», igual que antes de que hablara… O el ministro de Economía, el único ministro de Economía que no dice ni un número, entonces, se hace realmente muy difícil (…) El común de los mortales quedará conforme, pero a mí, que no me den ni un número, hablando de economía, me hace pensar que es obviamente intencionado. Entonces, tenemos el problema de que hay un escenario actual, al cual me voy a referir con brevedad, pero del cual todos sabemos mucho.

Después está lo que podríamos llamar las tendencias, que nos advierten, en virtud de las políticas que ya existen y se están implementando. Para mí, esto de la implementación de las políticas siempre tiene un grado de error, de insuficiencia, que no acaba de implementarse según nuestra tradición histórica; de manera que, evaluar las tendencias que podemos esperar de las políticas en curso, o que están implícitas en ellas, me parece también importante para el diálogo entre nosotros.

Y, por último, una breve caracterización de un escenario hasta un plazo, digamos, el año 2025. Puse 2025 porque me gustó el número, espero estar todavía entre ustedes.

Eso es, más o menos. Con esas ideas del escenario [actual], las tendencias y un escenario imaginario para 2025, traté de construir lo que voy a exponer ahora.

He tratado de decir, en todo, «posible», porque el tema de la objetividad en Cuba es muy complicado, porque siempre hay una información insuficiente; entonces, no me echen en cara si no parezco suficientemente objetivo, hay muchas cosas que son de apreciación, obviamente. Y, también, porque objetivos o no, cuando se habla del futuro se es optimista o pesimista, ¿no?, más optimista o más pesimista. Entonces, también he asumido una opción optimista, porque si no pensamos que el futuro va a ser mejor que el presente, entonces, ¿para qué nos reunimos? Esas son algunas de las coordenadas que voy a utilizar.

Constricciones del sistema internacional en lo político

Antes de entrar —estrictamente hablando— en la sociedad cubana actual, quisiera hacer un comentario del escenario externo a la sociedad cubana —lo que en Teoría de Sistemas sería el ambiente del sistema social cubano—, porque la variable externa es tan fuerte y tan condicionante de lo que podemos hacer ahora y podremos hacer de aquí al 2025, tan fuerte que hay que dedicarle un comentario, y en nuestros análisis de futuro tenerlo siempre presente.

Es decir, hablar de Cuba desconectada del mundo en el que Cuba está inserta me parece un ejercicio relativamente banal. Y cuando uno observa a Cuba, a la sociedad cubana con un cierto distanciamiento, lo primero que advierte es que hay —voy a usar un lenguaje técnico— fuertes constricciones externas y fuertes restricciones internas.

De las restricciones internas, más o menos vamos a conversar sobre la marcha; pero quisiera ahora centrarme en un comentario rápido, en lo que yo llamaría las constricciones externas de todo lo que queramos hacer, incluso de las políticas que deseamos, porque tiene que ver mucho con que las podamos o no realizar como las hemos pensado. Oyendo ayer a Marino Murillo se hace claro que ha pintado un pájaro que no se sabe dónde va a volar, en qué jardín va a volar el pájaro este, porque del mundo donde se supone que ese pájaro va a volar no dijo nada, entonces, quisiera hacer ese comentario para tenerlo de telón de fondo del examen del escenario interno nacional.

De estas constricciones externas que son muchas, son —igual que decimos de los sistemas internos de la sociedad cubana— constricciones políticas, económicas, ideológico culturales, civiles, de todo tipo, voy a comentar solo de dos grupos: constricciones políticas y constricciones económicas. Todos intuimos o sabemos algo de eso, ¿no? Yo solo quiero recordarlas.

Primero: el sistema internacional. Se supone que el sistema internacional de Estados, de sociedades nacionales, de Estados nacionales, está dominado por tendencias conservadoras —ahí entra todo lo que ustedes quieran decir: neoliberalismo, globalización neoliberal, lo que alguien ha llamado transición geopolítica, crecimiento de los conflictos, resurgimiento de los bloques, etcétera—. Todo eso en un panorama que marca una erupción conservadora del sistema internacional. Ese es un dato. Es decir, que nuestra radicalidad está cada vez más descolocada del movimiento del sistema internacional.

Esa es una observación. La otra, es que en el sistema internacional, como se observa, todos los días hay un incremento de los conflictos de todo tipo, pero marcadamente de los conflictos militares. Esto es interesante, porque cuando crecen los conflictos militares, el conflicto militar se hace costumbre —y antes nos podía parecer raro un conflicto militar en la frontera chino-hindú—, después de tantos conflictos como los que se están acumulando, al final, un conflicto militar en América Latina parece parte de la normalidad.

De manera que, el hecho de que la conflictividad crezca en el sistema internacional, en esa evolución del sistema internacional, como todos estamos observando, hay un gran problema que puede ser —que toca casi el destino de la humanidad, según su desenlace— la evidente caída del imperio norteamericano: descenso, caída, involución del imperio norteamericano como lo hemos conocido desde la postguerra. De entrada, su condición de única gran potencia mundial se ha debilitado. De la unipolaridad hemos ido de nuevo a la bipolaridad e, incluso, a una nueva guerra fría que ya está oficialmente declarada por Estados Unidos.

Hay esa involución, aunque eso significa, de parte de Estados Unidos, una proyección política tendente a frenar ese proceso o intentar quedar lo mejor colocado posible si no puede evitar esa decadencia. Eso es muy importante, tan importante que voy a recordar una frase que dijo una vez Fidel: «…nosotros estamos locos porque…estaríamos felices de que el imperialismo se suicidara, pero ojo, que no nos caiga encima…».

El problema es que cuando los elefantes pelean, la que se jode es la lagartija —dice también un refrán hindú—. Entonces, aquí el problema es que ese escenario tiene que ver con nosotros, tiene que ver con todos los chiquitos; pero si el chiquito está a 90 millas, tiene una contradicción previa y está en su zona geopolítica privilegiada ya está claro que nosotros tenemos un problema permanente, de larga data, sea un presidente o sea otro, o los que sobrevengan, porque estos son temas de la clase dominante, de los sectores dominantes, del establishment.

No son temas del presidente de turno. Más bien, el presidente de turno es el resultado de las decisiones que han tomado los sectores dominantes para buscar soluciones a estas tendencias que para ellos son tendencias negativas. Estamos viendo, en este momento, que ese intento de recuperación hegemónica de Estados Unidos transcurre bajo la presidencia de Trump y, bueno, es un fantoche, un payaso —como le dijo Biden— que, precisamente porque es un payaso, ha sido utilizado por las clases dominantes para romper los compromisos de los Estados Unidos.

Cuando usted ve cuál es el resultado del trumpismo, es: «no tenemos compromisos con nadie». Han echado al cesto de la basura el derecho internacional, se han ido de la mitad de Naciones Unidas, no les importa Naciones Unidas, están tratando de cambiar, de modificar las tendencias de la globalización porque el gran descubrimiento de una parte importante de la clase dominante norteamericana es que, con la actual globalización, pierden. La actual globalización explica el surgimiento de China como segunda gran potencia y, eventualmente, primera para mediados del siglo. Entonces, ya están claros de que pierden.

En el 2004, los informes del secretariado nacional de los Estados Unidos decían que China era «el enemigo», pero ya se convirtió en política pública una década después. Se preguntan: ¿cómo fue que perdimos este juego?, ¿cómo es que estamos en este juego? Bueno, porque las reglas del juego me perjudican a mí y benefician a China y, eventualmente, a la recuperación rusa, y a nuestro descalabro en el Medio Oriente, y al surgimiento de potencias regionales como Irán o Turquía, etcétera. Es decir, se preguntan: ¿cuáles son las reglas del juego que han hecho que yo pierda y los demás estén ganando?

Por eso es que, visto con una perspectiva macro, lo que está haciendo la clase dominante es buscando a Trump y a los trumpistas, a esa horda, para romper los compromisos de Estados Unidos y establecer sus propias y nuevas reglas. Lo van a sacrificar todo a eso, al final no les importa ni Naciones Unidas, ni el derecho internacional, nada, como se está viendo. Ahora, ¿quién va a hacer eso? Tienen que buscar un salvaje como Trump, sabiendo siempre que va a perder las elecciones o le van a dar un tiro en la cabeza como mínimo, esa es la cuestión. Con Trump se ha iniciado el intento de un proceso de desglobalización, por lo menos en los términos de la globalización existente, cosa que es muy traumática y casi imposible porque la globalización es un proceso objetivo, no es solamente una decisión política. Entonces, de ese intento de ponerle a un proceso real nuevas reglas, se le va a generar un conflicto que no podemos imaginar todavía.

Vuelvo a la idea de que nosotros somos los que estamos en el jardín, nosotros somos las flores del jardín en el que están produciéndose esas broncas. Y terminaría diciendo, al respecto, que en ese proceso de pérdida de hegemonía, de decadencia imperial, la última fortaleza, la retaguardia, el top yard es América Latina. Por tanto, las peores tendencias mundiales se van a reflejar con más fuerza en América Latina, la disociación del sistema internacional —ya estamos viendo— es más fuerte en América Latina, y todos los conflictos y contradicciones se van a exacerbar en América Latina.

Y nosotros, por acción u omisión, seremos de todas maneras los culpables de todo eso. No hay posibilidad alguna de que los gringos «nos perdonen» en ese escenario. Igual siempre vamos a ser culpables. De hecho, la propaganda lo dice: somos culpables de lo que pasa en Venezuela, somos culpables de lo que pasa en todas partes, «los médicos cubanos son agentes». Todo eso forma parte de la parafernalia de enclaustrarnos lo más posible, aislarnos lo más posible para desplegar una política abierta de división de la región y no van a tener freno moral ninguno para dar golpes de Estado, quitar a Morales, hacer trampas electorales, corromper a las instituciones, comprar a la burguesía, a las clases políticas, como está ocurriendo, como estamos viendo. Esto que describo, ¿es un efecto Trump? ¿Los demócratas, Biden, van a hacer una política diferente? Van a utilizar, quizás, un estilo diferente para la misma política.

Por último —no por último, lo último es mucho más tarde—, en esto de las constricciones políticas que tenemos que prever están dos cosas que quería agregar.

Primero, el caso Venezuela. Ustedes recordarán que quien estrenó la política contra Venezuela fue Obama. Al mismo tiempo que declaraba a Venezuela «un peligro extraordinario para la seguridad nacional de Estados Unidos», hacía el pacto con nosotros, establecía «una nueva política para Cuba» y relaciones diplomáticas. No son dos hechos desconectados, porque no hay nada desconectado cuando se hace política, y mucho menos cuando la hace una gran potencia, con miles de expertos y de instituciones, y de consejos y reuniones.

Entonces, el caso Venezuela va a ser, es, prioridad para Estados Unidos. Hay una variante que siempre existe en la historia, que es el papel de los pueblos, cuánto va a resistir el pueblo venezolano, cuánto va a respaldar la opción liberadora. Eso siempre es una incógnita y una combinación de muchas cosas: cultura, liderazgo, identidad nacional, etcétera. No me detengo en eso porque ustedes lo están viendo igual que yo. Lo que yo quiero decir es que Venezuela es para Estados Unidos un test face. Ellos tienen que resolver el problema de Venezuela, porque si después de Cuba —a la que no ha podido derrotar—, Venezuela se convierte en otro foco progresista en la región, ellos no pueden resolver el problema regional. Estarían amenazados en su retaguardia. Eso es, de entrada, digamos, la dirección política del problema; pero quiero recordar que la primera reserva mundial de petróleo está en Venezuela, y si los gringos están tirando tiros en Medio Oriente por el petróleo de allí, ustedes me dirán qué harán por el petróleo que está a 100, 200 millas.

La apuesta [con Venezuela] es a todo: petróleo, minerales, el agua, la frontera con Brasil y con Colombia… Un país que también es caribeño, es un país estratégico, una ficha estratégica, para el cual van a hacer una política dura, gradualmente dura e imparable, creo yo.

Nosotros estamos comprometidos políticamente con Venezuela, no solo porque tenemos gente allí, sino porque el destino de Venezuela tiene que ver con el nuestro. Es decir, nosotros necesitamos a Venezuela, políticamente hablando. No me detengo más, porque todo lo demás está implicado.

La última observación que quería hacer sobre el sistema internacional es que, como resultado de los grandes movimientos geopolíticos y la derechización —a que me estaba refiriendo— el tema nacional, el tema del nacionalismo, se está complicando.

Mientras que, hasta hace poco, como resultado de la historia, el nacionalismo se había convertido en un tema de izquierda —el nacionalismo acompañaba a las intenciones de liberación nacional de los pueblos coloniales, atrasados, era de los chiquitos de este mundo, etcétera—, ya el nacionalismo era, casi por definición, de izquierda; pero ahora, con las tendencias que estamos viendo, está resurgiendo un nacionalismo de derecha. Vean, un momentico, si American first no es un nacionalismo de derecha, o Vox de España o Ciudadanos, o se mueve más arriba, en Alemania… está resurgiendo un nacionalismo de derecha.

Entonces, desde el punto de vista de lo que ustedes llaman la guerra ideológica, la batalla ideológica, tenemos un serio problema, porque yo digo «nacionalismo» en España y todo el mundo dice que estás hablando de Franco —hay un discurso en España nacionalista que es Franco—. Incluso, en el nacionalismo secesionista de Barcelona, es decir, de Cataluña, hay tendencias de derecha, es un estandarte que dirige ahora la derecha, la centro derecha. Ese es un problema que nos atañe a nosotros porque nos complica el discurso, la lucha ideológica internacional, las influencias sobre el Tercer mundo.

Lo dejo, todo eso, en lo que he llamado constricciones del sistema internacional en lo político.

Constricciones del sistema internacional en lo económico

Voy a mencionar algunas constricciones en lo económico, sobre las cuales casi no me tengo que extender, puesto que ya es más evidente para nosotros. Es mucho más evidente, pero quisiera recalcar que la Covid-19 produce, ha producido ya y producirá un trauma en la economía mundial toda —la producción, el comercio, las finanzas, etcétera— de tal magnitud que todavía no lo hemos visto. Estamos hablando de la Covid-19, estamos hablando de la epidemia; pero igual que nos pasa a nosotros, que la epidemia nos va a tirar para abajo a un ocho por ciento del PIB, o más, eso le está pasando al mundo entero.

Ya Europa recibió la noticia de que caerá en un 12 por ciento del PIB. Cuando el capital cae, su primer problema es a quién le pasa la cuenta en primera instancia: a nosotros, y a partir de cierto punto, a su gente. Es decir, a quién le van a pasar la cuenta de la Covid-19, que es un tema inacabado, como ustedes saben, porque estamos en el medio de la pandemia y no hay ninguna vacuna disponible antes de abril del próximo año. Ese es, digamos, el entorno que tiene Cuba, que tiene que ver cuántos turistas vendrán, si los queremos… nosotros, que tenemos al turismo como locomotora. Bueno, díganme dónde va a atracar la locomotora nuestra en lo inmediato. Y no tenemos todavía claro el balance de la pandemia.

Estoy hablando ahora de economía, pero vale para todo lo demás que va a producir la pandemia porque es un suceso histórico inusitado, traumático, que ha afectado tanto a los países centrales como a los periféricos, a todas las clases sociales. Es un fenómeno que no tiene precedentes, y que es casi una guerra mundial lo que está viviendo la humanidad.

Hay una gran incógnita sobre la que nadie habla: África. Ustedes no se creerán los números de África, ¿qué saben los africanos de quién está infectado y quién no está infectado? Pero el problema de vencer a la pandemia y no poder controlarla en África, es igual a vivir al lado del pabellón de infecciosos. El fin de la pandemia no está claro, ni los traumas que en todos los órdenes —político, económico, civil, ideológico cultural— producirá la pandemia. No tenemos todavía el balance acabado, pero podemos presumir que será desastroso, y en un mundo desastroso, como en las películas esas de ciencia-ficción en que la humanidad empieza después de una gran guerra nuclear… ¿Cómo es el mundo en el que nosotros nos vamos a mover, o en el que tenemos que desarrollarnos? Una constricción muy fuerte. Ya estamos en una recesión económica mundial, ya las consecuencias son visibles.

Estamos viviendo un reforzamiento del bloqueo día a día, semana a semana —como ya se ha dicho—, pero Biden, por poner la idea, la versión más optimista, ¿nos va a quitar el bloqueo? Inclusive, aunque fuera a regresar a las políticas de Obama, por decirlo de alguna manera, retomarlas, colocarse en el 2016 de las relaciones con Cuba, ¿lo va a hacer de una manera directa o va a empezar a negociar con nosotros medida a medida? Porque él vuelve a tener en sus manos un Gobierno demócrata y la posibilidad de traicionarnos. Entonces, no creo que debamos ser muy optimistas, ni hacer ninguna fiesta por el regreso de los Demócratas —que siempre será mejor que este salvaje —, pero Biden constatará que lo que pretendía Obama, que era distanciarnos de Venezuela, no ha ocurrido. Y la política contra Venezuela es bipartidista, es del establishment; entonces, hay que tener en cuenta que no hay mucho que esperar al respecto.

Ya de una manera más concreta, en lo que se refiere a nosotros… Nosotros arrastramos desde los años noventa… déjenme ver si se los digo de otra manera: no reparamos suficientemente en que en el proceso revolucionario Cuba hizo un tipo de inserción internacional sui generis, es decir, en vez de estar en el mercado mundial todas sus relaciones externas, incluyendo las económicas, transitaban bajo acuerdos políticos. El efecto de la caída del campo socialista es que los acuerdos políticos desaparecieron. Cuando el campo socialista europeo dijo: «las transacciones en el futuro son en términos de mercado mundial», nosotros fuimos inviables económicamente. Después apareció Chávez. Y después aparecieron dos hijos pródigos, Rusia se acercó a nosotros —no como antes, pero bueno, se acercó— y nosotros logramos rearticular nuevamente parte de nuestra economía —de nuevo bajo acuerdos políticos— porque, por ejemplo, las misiones médicas en el exterior, que ustedes saben que eran 4.000 millones, son bajo acuerdos políticos. Como se ha visto, cuando se han roto los acuerdos políticos nos hemos tenido que tragar a los médicos nuevamente y devolverlos a Cuba.

Nuestra inserción económica internacional se ha complicado, y una gran parte ha seguido bajo acuerdos políticos. Tenemos acuerdos políticos con Venezuela pero, de pronto, la crisis venezolana nos produce más pérdidas ahora que beneficios, porque ya no tenemos seguro ni el petróleo venezolano y le condonamos la deuda y le seguimos mandando los médicos. Es decir, que otro gran problema del presente y del futuro es cómo nosotros vamos a resolver, como parte de la normalidad, nuestra inserción internacional que es —nos guste o no— en el mercado mundial, porque somos inviables.

Yo creo que una de las cosas buenas que tienen los discursos del ministro de Economía y de Murillo es que no hacen más que hablar de la competitividad en el mercado mundial, que tenemos que tener exportaciones competitivas. Bueno, eso es una novedad, porque yo creo que Fidel Castro supo siempre que éramos económicamente inviables y que, sencillamente, teníamos que resolver eso con acuerdos políticos. Pero eso va a estar en crisis por un largo período y, entonces, dentro de esas inseguridades, una constricción muy, pero muy fuerte, es la inseguridad energética en la que estamos. Tú puedes querer hacer lo que quieras aquí que, si no tienes la energía suficiente, ni siquiera puedes poner el televisor para ver a Murillo. Entonces, yo creo que hay esa constricción.

Termino con estos breves comentarios, porque no es el centro de mi exposición, para insistir en la idea de que tenemos un escenario externo adverso y, en mi opinión, será adverso en el mediano plazo. Llegaremos al 2025 con ese escenario adverso. ¿En qué medida nuestras relaciones con Rusia y China nos podrán compensar? No aparece otra alternativa.

En algunos momentos parece que vamos a mejorar las relaciones con Europa y, de pronto, aparece una Europa más alineada a Estados Unidos que nunca. Estados Unidos la está presionando, como ustedes supondrán, hasta el «gollete», como se decía.

Y, de todas maneras, tenemos que incrementar nuestra dependencia a acuerdos, o relaciones, intercambios, o como quieran llamarle, con Rusia y China. Seguimos en el drama de todo pequeño país, que es que depende de las grandes potencias. Es decir, el nivel de autonomía que tú tienes es limitado. Si ustedes revisan la historia de las relaciones con la URSS, verán los sapos que tuvimos que tragarnos en esa historia, porque la dependencia es una relación objetiva. Más hábil que lo que fue Fidel manejando esa dependencia es imposible, no creo que tengamos capacidad de hacer más que lo que él hizo. Ni ahora, ni en el mediano plazo. Estoy tratando de decirles que, en lo que respecta al escenario externo internacional, soy pesimista de una manera declarada. Estoy tratando de advertir que mi pesimismo es relativamente objetivo.

*Primera parte de la intervención realizada el 15 de octubre de 2020 en el Centro Memorial Martin Luther King Jr. (Marianao, La Habana), en el marco de un análisis de coyuntura para la actualización estratégica de las proyecciones de trabajo de dicha Asociación y las redes que anima.

Tomado de: La Tizza

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100 directores de cine: Estudio crítico del lenguaje

Por Mr. Kaplan

Como indudable marca autoral, una compleja estructura dramática nos lleva a desconfiar de sus extrañas criaturas, mientras un tratamiento narrativo fuera de lo convencional otorga dinamismo a sus relatos, brindando algunos de los más impactantes momentos cinematográficos del nuevo milenio»

(página 304, a propósito de Denis Villeneuve).

Como su título indica, un centenar de directores ordenados por orden cronológico, sintetizados en apenas tres o cuatro páginas de texto, con apuntes en muchos casos originales y, eso sí, con los títulos que recibieron sus films en Sudamérica… que no siempre coinciden con los asignados en España.

Su selección incluye a todos los grandes del séptimo arte que uno pueda imaginar: desde los pioneros (Edwin S. Porter, Robert Wiene, Charles Chaplin) a aquellos que definitivamente forjaron el lenguaje cinematográfico (Fritz Lang, John Ford, Jean Renoir), incluyendo maestros de distintas nacionalidades (Sergei Eisenstein, Kenji Mizoguchi, Luis Buñuel) y de distintas épocas (John Huston, Ingmar Bergman, Federico Fellini) hasta llegar a la actualidad (Woody Allen, Pedro Almodóvar, Quentin Tarantino).

Hasta ahí una selección natural, lógica, con el criterio cronológico (de su primera obra, se entiende) como hilo conductor. Impecable criterio.

Pero todo autor tiene sus filias y sus fobias, de ahí que en el listado encontremos algún director discutible entre los «clásicos», como John Lee Thompson, al que Curcio incluye por Los cañones de Navarone y El cabo del terror… y llega a dejar escrito que es autor de «una serie de obras indispensables entre las que destacan El oro de McKenna y El desafío del Búfalo Blanco». Aunque, definitivamente, la valoración de este director británico se le va de las manos cuando afirma que el cuarto episodio de la saga El justiciero de la ciudad (Death wish 4), con Charles Bronson de protagonista, es un «título importante» (página 105).

Y, entre los más recientes, la lista de preferencias personales se dispara, con la inclusión de directores de indudable talento (Denis Villeneuve, David Fincher, Sofia Coppola) junto a otros que han gozado de gloria efímera y hoy ya no brilla tanto su estrella (Tim Burton, M. Night Shyamalan, Christopher Nolan) o, sencillamente, presuntos autores que este cronista no entiende por qué están en la lista (David Gordon Green, Luc Besson, Lars von Trier).

Listados, en fin, que todos tenemos y que cada uno defendemos a nuestra manera.

Maximiliano Curcio maneja bien la capacidad de síntesis. Descubre puntos de interés en los autores tratados. Apoya su selección con ejemplos y datos que sirven para dotar de sentido lo que en algunos casos es una apreciación personal. Como todas las elecciones.

Pero el libro se lee con facilidad.

Y es un libro útil.

Su edición digital facilita tenerlo a mano para consultas inmediatas.

Eso que muchas veces hacemos a través de Internet, pero con una fuente (casi siempre) fiable. Con criterio.

Su propia naturaleza —unas cuantas páginas de cada director, centradas en los temas y títulos más significativos— permite saltar de uno a otro con alegría, sin compromiso, buscando en el texto un apoyo a nuestras propias preferencias o inquietudes.

No incluye filmografías, ni datos biográficos, ni siquiera el título original, solo el utilizado en Argentina, salvo algunas excepciones. Esto no es una enciclopedia.

Es un repaso rápido a cada trayectoria, con ideas sencillas y títulos elegidos.

Algo así como «manual sobre directores de cine para público poco iniciado».

Con ese planteamiento, uno puede acudir para consultar sobre un «autor», sobre todo si es de finales del siglo XX o del XXI, buscando una introducción válida para enfrentarse a cualquier nuevo título suyo… y contar con un marco que permita situar ese nuevo film en el contexto de su obra.

Con tal brevedad en cada análisis, parece difícil que pueda ser útil. Y sin embargo lo es. Útil y original en muchos momentos.

No se limita a lugares comunes, a los análisis habituales.

No recorre las autopistas de la comunicación a toda velocidad. Prefiere adentrarse por senderos poco transitados.

Y en esos senderos encuentra la luz y las huellas de una autoría que en ocasiones no han sabido ver analistas anteriores.

Así se entiende la inclusión de algunos nombres poco habituales en este tipo de manuales de campaña, como Alfonso Cuarón, Yorgos Lanthimos o Carlos Reygadas.

Y hasta puede depararnos sorpresas agradables su particular selección de títulos en cada director.

Un ejemplo: leyéndolo, uno descubre que se puede hablar de la obra de Kubrick sin ni siquiera citar 2001: una odisea del espacio, pero, pese a todo, decir cosas atractivas, coherentes y que merece la pena leer:

«El estilo de Kubrick se basa en su formación fotográfica, pergeñando cada escena como si de una instantánea se tratara. Hereda el trabajo de cámara de Max Ophüls, la construcción narrativa de Orson Welles, la teoría de montaje de Sergei Eisenstein y la visión fatalista de John Huston»

Tomado de: Encadenados

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El rey emérito de España

Foto El Correo

Por José M. Murià

En algún lugar del valle de México, en el corazón del Anáhuac, hay un taller mecánico que se antoja eficiente, cuyo nombre, dada su especialización “en escapes”, no podría resultar más adecuado: se llama Juan Carlos I. Tal es la imagen de ese personaje al que llaman ahora “Rey emérito” de España, en medio de la difusión de la enorme caudal de latrocinios que cometió. Según se dice, son muchos millones de euros los que han pasado de manera ilícita a sus manos

No cabe duda de que alude a ese personaje de apellido Borbón, quien fungió como Rey de España desde 1975, cuando murió su padrino el dictador Francisco Franco y Bahamode, gallego para más señas, después de un gobierno de tres décadas y media llenas de prevaricaciones y asesinatos. Como es de suponer, las manos de su sucesor no quedaron del todo limpias del caudal de sangre que derramó el criminal dictador.

El taller de marras hace referencia al fin del reinado del tal Juan Carlos, que se conoció al principio de su mandato como el “rey del papelito” pues siempre llevaba uno, escrito quién sabe por quién, con lo que tenía que decir. Al parecer, al hombre, a pesar de haber sido entrenado para gobernar por su promotor, le costaba estructurar frases completas con sujeto, verbo y complementos.

No deja de llamar la atención que un pueblo que se reputa de europeo y culto se haya mantenido ciego de la ralea del personaje e, incluso, haya llegado a considerarlo como un amante de la democracia. Hasta una pluma de calidad como la de Javier Cercas cayó en el garlito de escribir, seguramente por encargo, un libro que disimulara la complicidad del sujeto con el fallido golpe de Estado de ese tal Tejeiro, en 1971. Es de admirar también el estoicismo con que se tragó el pueblo español, incluido Cercas, el camelo de que el rey tenía vocación democrática.

Lo cierto es que se mantuvo lo más posible al margen de la política con el ánimo de pasarla muy bien con amigos y amiguitas y, sobre todo, medrar a costa del dinero de todos los españoles.

Asimismo, en aras de abonar al espíritu democrático de Su Majestad, me permito recordar atentamente, las buenas relaciones que tuvo con la dictadura militar argentina, especialmente cuando ésta fue encabezada por el general Videla y la cordialidad que prevaleció con Augusto Pinochet, la versión chilena de Franco. Ahí están, en los periódicos argentinos y chilenos, las fotografías y las notas de su momento que lo comprueban.

Finalmente, la cereza del pastel se exhibió cuando, sin tener derecho a ello, el relumbrante Rey de España, digno ejemplar de su dinastía, interrumpió a un jefe de Estado, en este caso de Venezuela, con aquel famoso “¿Por qué no te callas?”

No pretendo defender a Hugo Chávez, pero en tal ocasión Juan Carlos I cometió una verdadera grosería impropia de un personaje de su nivel, aunque se explica por el hecho, ratificado por varios presentes, de que su real persona despedía un fuerte olor a alcohol. Es decir, iba borracho.

Los mexicanos estamos plenamente convencidos de que ni los demócratas españoles ni los familiares del sujeto merecen tener que soportar tales vergüenzas. No en vano, se dice que ahora la mayoría de los habitantes de dicho país ya quisieran poner a la casa real de patitas en la calle.

Tomado de: La Jornada

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Sociología de la educación

José de la Luz y Caballero (1800-1862) Pedagogo y filósofo cubano. Considerado maestro por excelencia y formador de conciencias que engrandeció el sentido de la nacionalidad cubana.

 Por Graziella Pogolotti

Al igual que otras ciencias sociales y humanísticas, la pedagogía se desarrolla en permanente y siempre renovado diálogo interdisciplinario. Responde a una concepción del mundo —filosofía— y se integra a un proyecto de nación, para lo cual se remite a la historia y la sociología. Tampoco puede prescindir de la sicología porque su compromiso fundamental se centra en la formación del ser humano.

Confieso haber sucumbido a la fascinación ante modelos de supuesta validez universal. Pero la insurgencia anticolonial desencadenada después de la Segunda Guerra Mundial condujo a la independencia política de muchos países y promovió un amplio debate crítico en el campo de las ideas. Por esa vía se fue desmontando el andamiaje de un complejo sistema opresor que apuntalaba la violencia ejercida con el empleo de las armas mediante la construcción de la subjetividad del oprimido. Al impacto producido por Los condenados de la tierra, del martiniqués Frantz Fanon, siguieron investigaciones y estudios realizados por especialistas en distintas ramas del saber.

En ese contexto, el enfoque sociológico aplicado al análisis de la realidad en Argelia revelaba la verdad oculta tras la apariencia de un sistema bien engrasado. Saltaba a la vista que los programas de estudio metropolitano descartaban el acercamiento a la historia y la geografía locales. Privaban a los nativos de la información básica acerca de su entorno inmediato.

La desventaja se acentuaba en lo tocante al dominio de la lengua. Para los hijos de los colonos, el francés constituía su idioma materno. Por su origen y procedencia, los argelinos eran portadores, en primera instancia, de lengua y cultura de raíz árabe. A todo ello se añadían condicionamientos de orden social. La desigualdad existente entre los hogares acomodados y el vivir cotidiano en la pobreza, la precariedad, el hacinamiento y la lucha por la supervivencia determinaban diferencias sustanciales en el desempeño docente de alumnos, condenados en algunos casos a contribuir con su esfuerzo al mantenimiento de la familia. La convergencia de factores académicos, culturales y económicos interponía significativos obstáculos al acceso a la educación superior y al diseño de un proyecto nacional.

El movimiento anticolonial de mediados del siglo pasado condujo al replanteo crítico del papel de la educación en el proceso de emancipación de los pueblos. Mucho antes, sin embargo, aparejado a las guerras en favor de la conquista de nuestra primera independencia, el pensamiento latinoamericano había concedido particular importancia al tema. En su peregrinar por tierras de América, Simón Rodríguez, maestro de Bolívar, intentó sembrar escuelas y volcar en ellas el fruto de un largo aprendizaje. Había recorrido las principales capitales europeas y conocía las ideas dominantes en el llamado «siglo de las luces». Dotado de singular espíritu crítico, no quiso trasplantar modelos. América necesitaba formar a los protagonistas de su transformación, a los constructores de su destino. Reconoció el peso de nuestras culturas originarias. En el Alto Perú, actual Bolivia, quiso introducir el estudio del quechua. Fue un visionario prematuro.

José Martí conoció en lo profundo los principales centros de poder de su época. Vivió en España y advirtió en Estados Unidos las señales del imperialismo naciente. Su observación del presente, en lo económico, lo social, lo político y lo cultural, se proyectaba hacia la definición de los conceptos que habrían de presidir la construcción del porvenir de nuestras tierras. Para remover conciencias ejerció el periodismo, utilizó sus extraordinarias facultades oratorias y concedió tiempo al diálogo en el intercambio personal y a través de su enorme epistolario. Condenó en el «aldeano vanidoso», transplantador de modelos, al colonizado mental. Comprendió que la garantía de nuestro porvenir se sustentaba en el reconocimiento de un destino compartido. Mientras preparaba la Guerra Necesaria, asentó en Nuestra América lineamientos esenciales de un testamento político. Teníamos que apoderarnos del saber acumulado por la humanidad, pero el tronco nutricio habría de ser el de nuestras repúblicas.

Ya sabemos que el planeta se achica rápidamente. A comienzos del siglo XX, el manifiesto futurista asumió el vértigo de la velocidad. Del ferrocarril y el telégrafo pasamos a la aviación y nos encontramos ahora bajo los efectos de la revolución en las telecomunicaciones. Somos más interdependientes y estamos más interconectados. El poder hegemónico se vale de todos los medios para instaurar el neoliberalismo como único modelo de validez universal.

La doctrina económica divulgada por los Chicago boys tiene ramificaciones que abarcan todos los sectores de la vida social, entre ellos, los de la cultura y la educación. La fórmula se manchó de sangre cuando se implantó con el uso de la extrema violencia bajo la dictadura de Pinochet. Se expandió luego hacia otros países de América Latina, con similar estela trágica.

La precarización del Estado, reducido a su papel represor, repercutió negativamente en el sistema de enseñanza. Despojada de recursos, la universidad pública no dispuso de lo necesario para fomentar políticas de desarrollo científico. Aherrojado al desempeño de una función utilitaria, el papel de la universidad se simplificó al entrenamiento de técnicos aptos para responder a las demandas del mercado empresarial.

La tradición pedagógica cubana creció articulada a la conformación de un proyecto nacional. Los discípulos de José de la Luz y Caballero participaban siempre en el sabatino intercambio con el maestro. Muchos se incorporaron a la lucha por la independencia. Años más tarde, Enrique José Varona concibió un programa destinado a favorecer el desarrollo del país. Es un legado cultural que, hoy como ayer, tenemos que atemperar a las exigencias de la contemporaneidad.

Tomado de: Juventud Rebelde

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El monopolio cultural del neoliberalismo

Moro (Cuba)

Por Jorge Molina Araneda

“En virtud de la ideología de la industria cultural, el conformismo sustituye a la autonomía y a la conciencia; jamás el orden que surge de esto es confrontado con lo que pretende ser, o con los intereses reales de los hombres”.

La industria cultural, Theodor Adorno y Max Horkheimer

En este momento, cuando el sistema socioeconómico preponderante a nivel global se encuentra irremediable e incuestionablemente exhausto, el mundo político parece carecer de una opción ideológica que ofrezca una alternativa viable que lo reemplace. Los gobiernos de los países que mediante la razón o por la fuerza ofrecieron al mundo las ideas que durante 500 años guiaron el desarrollo sociopolítico y económico se encuentran cuestionados por su propia población.

En la compleja sociedad del siglo XX el acceso a los medios masivos de comunicación se convirtió casi en la única opción para poder ejercer eficazmente la libertad de expresión. Pero ya fuese por las barreras legales o económicas para acceder a tales medios o por la simple competencia en el uso de espacios y tiempos de impresión o transmisión, se fue acotando la diversidad de las opiniones y visiones que tal vez hubiesen evitado que la sociedad aceptara como dogma de fe el pensamiento único que hoy hace crisis. El acotado derecho a la información sirvió para la imposición de las ideas que, impregnadas hasta la médula en la humanidad actual, impiden a la mayoría ver las profundas contradicciones del sistema preponderante y, por lo mismo, evitaron, hasta el surgimiento del Internet, la difusión de nuevas ideas.

A la enorme mayoría aún le cuesta mucho percibir algo distinto a la idea de que nos encontramos ante una crisis de alcances inusitados. Lo que en las pancartas de los indignados se lee, lo que los movilizados identificándose como el 99 por ciento gritan, lo que cada vez más blogs y mensajes por la red claman es que no es una crisis, sino un engaño. El sistema socioeconómico preponderante no ha sido construido para el desarrollo y libertad de la humanidad, es un mecanismo articulado desde la cúpula de un poder omnímodo para extraer toda la riqueza mundial a través del complejo financiero-monetario. Si este ve acotado su dominio, ya sea por los excesos provocados por su propia voracidad o por eventos fortuitos, reacciona succionando todos los recursos de la sociedad. Este complejo financiero global es el que provoca la inflación, que, al igual que los intereses, constituyen el mecanismo intrínseco para la transferencia de riqueza. Cuando el complejo financiero pierde, arrebata a través de los gobiernos los recursos para ser rescatado. Es este el mecanismo esclavizador del capitalismo; el sistema que falsamente se promueve como sinónimo de libertad.

Con el engañoso canto a la libertad individual se ha impuesto un sistema cuya prevalencia depende de que exista escasez. Habiendo escasez, los seres humanos asumen en todo momento comportamientos de lucha, competencia —incluso si esto significa engañar o robar— para obtener el capital que, a través de su acumulación, incrementa a quien lo posee la capacidad de generar aún más escasez.

Rebasando a los gobiernos y sus opositores —todos ellos convenientemente acomodados en partidos políticos— la cosa pública se ha circunscrito alrededor de un solo tema: el capital. La riqueza de las naciones no se mide ya más que en términos del capital. La lucha ideológica, por tanto, se concentra en cómo y qué tanto se ha de hacer caso al capital. Unos, exaltando sus virtudes cuando unos cuantos le poseen y, en el otro extremo, quienes abogan por el dominio colectivo de las mayorías para poseerlo. Bajo esta premisa de que todo es capital, se diluyen todos los demás aspectos de la economía y la vida en sociedad: la dignidad, el trabajo, las fuentes naturales de recursos
—agua, tierra, aire, luz—. Nacidos bajo el cobijo del liberalismo, hay aún quienes en esa barahúnda de inconsistencias afirman que capitalismo equivale a libertad de mercados y protección a la propiedad privada. Ni unos ni la otra existen cuando todo el sistema privilegia a unos cuantos al exaltar el individualismo que provoca escasez y, con ello, la acumulación del capital. ¿Cuál es entonces la opción ideológica que pueda sacar al mundo de estas contradicciones?

Dany-Robert Dufour, filósofo francés, investigador del liberalismo y sus consecuencias cuando se convierte en capitalismo salvaje, ha afirmado que éste se plasma como un nuevo totalitarismo. El término de pleonexía dice, se halla en La República de Platón y quiere decir “siempre tener más”. La Polis, se construyó sobre la prohibición de la pleonexía. Puede decirse entonces que, hasta el siglo XVIII, toda una parte de Occidente funcionó con base en esa prohibición. A partir de la creación del complejo financiero monetario se liberó la avidez mundial, la avidez de los mercados, la avidez de los banqueros. Una avidez sobre la que el propio Alan Greenspan (expresidente de la Reserva Federal de Estados Unidos) ante la Comisión norteamericana, después de la crisis de 2008, dijo: “Pensaba que la avidez de los banqueros era la mejor regulación posible. Me doy cuenta de que eso no funciona más y no sé por qué”. Greenspan confesó de esa manera que lo que guía las cosas es la liberación de la pleonexía, pero por ser un individuo creado y cultivado por el propio sistema, no le resulta posible ver más allá.

Ante la urgente necesidad de encontrar nuevos ámbitos ideológicos, nuevas propuestas de partidos y candidatos que recibirán de manos de sus antecesores, países enteros, sociedades y economías destrozadas, no es posible partir de lo conocido. Lo que conocemos se ha gestado en la lógica de la pleonexía que todo lo domina. Es preciso no caer en la tentación de querer arreglar el mundo —el país— con la óptica de nuestras propias estructuras, con las que fácilmente volvemos a repetir la urgencia de organizar, de instituir, de legalizar como si en esos actos conjuráramos lo que ya no queremos y terminamos apostándole de nuevo a la repetición y a la restauración de aquello que pretendimos cambiar.

Para muchos cientistas políticos, el comunismo era un muro de contención contra el capitalismo, una especie de amenaza constante que obligaba a los Estados capitalistas a buscar el bienestar social de las masas trabajadoras para tratar de evitar potenciales huelgas y alzamientos; con ello cobró más fuerza la idea del Estado del Bienestar.

Actualmente el capitalismo, en su versión más radical denominada neoliberalismo, es hegemónico en la mayor parte del orbe y, como todo poder monopólico, corre el riesgo de sufrir constantes y severos descontroles.

El imperialismo de la razón instrumental, del pensamiento calculador y pragmático, ha debilitado el pensamiento crítico-reflexivo.

El pensamiento único es la versión neoliberal de la economía de mercado que implanta la razón económica del beneficio sobre las motivaciones éticas y políticas; además, enaltece la excelencia del mercado y del capital, que es donde se subordinan los demás aspectos de la vida individual y social.

Algunos filósofos vinculan el pensamiento único con la actitud posmoderna, vale decir, el pensamiento a contracorriente es incapaz de esgrimir valores y razones sustantivos capaces de enfrentarse a las razones del mercado neoliberal.

Luego, el pensamiento único se define por las siguientes características:

–Primacía del poder económico: se atribuye a la economía la toma de decisiones y se considera que los intereses del conjunto de las fuerzas económicas constituirían los reales intereses de la comunidad global. La política está ligada al poder de los medios de comunicación y estos, a su vez, frecuentemente se subordinan al poder económico-financiero mundial. Las corporaciones transnacionales y las instituciones financieras son muy poderosas y adoptan como ideal unos pseudo procedimientos democráticos formales que carecen absolutamente de significado real. Amén la ciudadanía, en términos generales, no se entromete en la “cosa pública” e ignora las directrices que configuran su vida. Sin embargo, si en algún momento, por utópico que parezca, se devolviese el poder económico a su rol de subordinación a los intereses sociales, podría existir alguna posibilidad de alcanzar una sociedad libre y democrática.

–Indiferencia ecológica: el pensamiento único occidental concibe al ser humano como desarraigado de la naturaleza, por lo tanto, se observa a la misma con afán depredador. La economía capitalista de línea dura no evalúa ni reduce los costes ambientales de la salvaje y malintencionada interacción explotadora del hombre hacia la naturaleza.

–Desigualdad económica: el pensamiento único capitalista es indiferente hacia las secuelas negativas y desestabilizadoras que genera en el ámbito social, es decir, los ricos se hacen más ricos, y los pobres más pobres. Ergo, aquella brecha provoca una grave segmentación y polarización sociales.

El pensamiento único se conecta con la llamada razón instrumental, descubierta por los teóricos de la Escuela de Frankfurt, según la cual, y siguiendo a Horkheimer, consiste en una pequeña esfera de la racionalidad humana que ha ayudado a convertir a las personas en amos y señores de la naturaleza, les colma de innumerables medios materiales pero, coetáneamente, les deshumaniza y les domina. El imperialismo de la razón instrumental, del pensamiento calculador y pragmático, ha debilitado el pensamiento crítico-reflexivo, aquél que nos orienta y conduce a instaurar nuestra identidad personal con arraigo en la naturaleza y con pleno sentido de solidaridad social.

Horkheimer y Adorno criticaron a la sociedad de su tiempo, señalando que la razón instrumental puso en marcha la industria cultural, que impone sus modelos alienantes  a través de los medios de comunicación.

La industria cultural y sus medios de comunicación están formados por: internet, cine, radio, televisión, revistas, música, publicidad y todas las demás actividades de ocio. Merced a estos medios, los grandes magnates de la economía mundial imponen suavemente un monopolio cultural —hegemonía la llamaría Gramsci— que margina cualquier creación que busque emancipar al individuo y estimule la creatividad no controlada por ellos. Los productos de esta industria están diseñados para que el espectador no disponga de tiempo para pensar, pues lo que se ve, escucha o lee ya ofrece la panacea a cualquier interrogante planteada por una mente adormecida por la pirotecnia mediática. La industria cultural implanta valores, conductas, necesidades y lenguajes uniformes y acríticos para todos.

La única solución posible es contar, en algún momento, con una población sumamente politizada y cuestionadora del sistema mundial vigente, solo así paulatinamente se romperán las cadenas de la tiranía hegemónica del pensamiento único. Recordemos que el mismo Rousseau hace siglos nos advirtió en su Contrato Social que el ser humano nace libre pero en todos lados está encadenado.

En Los guardianes de la libertad, Noam Chomsky y Edward S. Herman develaron el uso operacional de los mecanismos de todo un modelo de propaganda al servicio del interés nacional —de EEUU— y la dominación imperial. Examinaron la estructura de los medios (la riqueza del propietario) y cómo se relacionan con otros sistemas de poder y de autoridad. Por ejemplo, el gobierno (que les da publicidad, fuente principal de ingresos), las corporaciones empresariales, las universidades, etc.

Para Chomsky, la tarea de los medios privados que responden a los intereses de sus propietarios, consiste en crear un público pasivo y obediente, no un participante en la toma de decisiones. Se trata de crear una comunidad atomizada y aislada, de forma que no pueda organizarse y ejercer sus potencialidades para convertirse en una fuerza poderosa e independiente que pueda hacer saltar por los aires todo el tinglado de la concentración del poder. Solo que para que el mecanismo funcione es necesaria, también, la domesticación de los medios; su adoctrinamiento. Es decir, generar una mentalidad de manada. Hacer que los periodistas y columnistas huyan de todo imperativo ético y caigan en las redes de la propaganda o el doble pensar. Es decir, que se crean su propio cuento y lo justifiquen por autocomplacencia, pragmatismo puro, individualismo exacerbado o regodeo nihilista. Y que, disciplinados, escudados en la «razón de Estado» o el «deber patriótico», asuman —por intereses de clase o por conservar su estabilidad laboral— la ideología del patriotismo y conservadurismo reaccionarios. En definitiva, el miedo a manifestar el desacuerdo termina trastocando la prudencia en asimilación, sumisión y cobardía. La meta del modelo socio-económico-cultural es: se debe pensar en una sola dirección, la presentada por el sistema de dominación capitalista. Y si para garantizar el consentimiento es necesario aplicar las herramientas de la guerra psicológica para el control de las masas; como por ejemplo: azuzar el miedo, campañas del terror electorales, fomentar la sumisión y generar un pánico paralizante, los vigilantes del sistema entran en operación bajo el paraguas de lo políticamente correcto, amparados por todo un sistema de dádivas y premios que brindan un poco de confort y poder acomodaticio.

El monopolio cultural que devino de las políticas de una democracia neoliberal no es más que una reencarnación del monopolio cultural fascista, fortalecido a través de lógicas sociales que encontraron la manera de velar las debilidades ideológicas que impidieron el dominio completo de los monopolios culturales que operaban como parte de aquellos fascismos. Horkheimer y Adorno fueron cuidadosos en recordar que el juicio de la élite intelectual de su tiempo, que pintaba a la industria cultural como una barbarie estadounidense resultado del retraso cultural de la conciencia norteamericana, era una ilusión. “Era, más bien, la Europa prefascista la que se había quedado por detrás de la tendencia hacia el monopolio cultural. Pero precisamente gracias a este atraso conservaba el espíritu un resto de autonomía.” Si a principios del siglo pasado las vanguardias obstaculizaron la tendencia hacia la consolidación del monopolio, hacia finales de la Segunda Guerra Mundial Horkheimer y Adorno percibían como perdida dicha batalla. Sin embargo, el duopolio ideológico que configuró el orden mundial de la posguerra resultó ser también una fuerte resistencia ante el avance del monopolio cultural. No fue hasta la caída del Muro cuando se declaró victorioso un modo de ser sobre el otro, para erigirse como único y permitir con ello el proceso de consolidación del monopolio.

Entre los incontables factores que posibilitaron poner en marcha de nuevo el avance de un monopolio cultural encontramos: la democracia moderna en 1989, y el neoliberalismo como ideología de dicha democracia. Entre estos sucesos existe una relación simbiótica, es decir, la realidad de la democracia moderna, alejada por completo tanto de su conceptualización antigua como ilustrada, no refiere a una forma de gobierno, sino al suplemento que legitima a los Estados oligárquicos contemporáneos (todos los Estados contemporáneos que se dicen democráticos). La retórica que se construye para explicar el porqué de una victoria de Occidente sobre el bloque socialista (y no viceversa) se apoyó de modo rotundo en el despliegue práctico, muy específico, del concepto de “libertad absoluta”, donde el triunfo de las democracias sobre los totalitarismos no fue la consecuencia de un Estado que aseguraba la libertad del individuo como libertad para participar en la cosa pública, sino de un Estado que garantizaba la libertad como libertad individual, la cual en la práctica se tradujo en el derecho del individuo a quedar libre de toda intervención del Estado. Si el capitalismo es la lógica económica propia de una democracia moderna, el neoliberalismo encuentra, en el concepto de libertad individual que manejan dichas democracias, correlación y sustento de la lógica no-intervencionista que lo fundamenta. Una libertad definida por Karl Polanyi como “libertad para explotar a los iguales; para obtener ganancias desmesuradas sin prestar un servicio conmensurable a la comunidad; libertad de impedir que las innovaciones tecnológicas sean utilizadas con una finalidad pública, o la libertad para beneficiarse de calamidades públicas tramadas en secreto para obtener una ventaja privada”.

El proceso por el cual el neoliberalismo —de la mano del concepto de democracia y libertad— se convierte en la ideología monopólica de las décadas de 1980 y 1990 no es otra cosa que lo que David Harvey, apoyándose en Gramsci, llama una construcción de consentimiento, es decir, la elaboración de un “sentido común” entendido como un “sentido poseído en común” que surge de un consenso mayoritario; en este caso, un consenso sobre la validez de la libertad absoluta individual, construido por necesidad sobre un envilecimiento de la noción de “lo común”.

Harvey enfatiza que el sentido común, que dio legitimidad a la implementación de políticas neoliberales, de ninguna manera debe entenderse como un “buen juicio”, cuya construcción se logra “a partir de la implicación crítica con las cuestiones de actualidad”. Al contrario, en la constitución del sentido común pueden desempeñar una parte las creencias y los miedos, así como los prejuicios y valores culturales y tradicionales, mismos que “pueden ser movilizados para enmascarar otras realidades”.

El mantra mental y cultural, que ha sufrido algunas fisuras durante los últimos quince años, dicta lo siguiente:

-El ser humano busca su bienestar personal, es esencialmente racional e individualista y responde a estímulos materiales, especialmente económicos.

-El bienestar social es la suma de los bienestares individuales, siempre que no se perjudiquen los derechos de los demás. La competencia permite aumentar el bienestar personal y, por ende, el social; por lo tanto, es un elemento esencial para el progreso.

-Los mercados operan con eficiencia y rapidez, si no se les colocan trabas y logran una asignación óptima de los recursos actuales y futuros; hay que dejarlos actuar con libertad. Incluso los monopolios naturales no deben ser intervenidos, pues las ganancias excesivas atraen a otros empresarios a actuar. Si existen externalidades, se resuelven por negociaciones individuales, sin que intervenga la autoridad.

-Los mercados de factores productivos deben actuar con el mínimo de trabas estatales. La movilidad de los trabajadores entre las empresas hace innecesaria la existencia de sindicatos por su poder monopólico. Tampoco deben existir interferencias en los mercados financieros. Debe haber apertura al exterior tanto en el comercio de bienes y servicios como en los capitales. La libertad de precios es el mecanismo central para asignar los recursos.

-Los empresarios son actores claves de la sociedad, pues determinan las iniciativas y el emprendimiento, incentivados por las utilidades. Además, generan el ahorro que posibilita el crecimiento económico y el progreso. Por lo tanto, deben trabajar con plena libertad, garantizando los derechos de propiedad. Las prestaciones sociales como la educación, la salud, la vivienda y las pensiones pueden ser entregadas por privados actuando como empresas, aunque las financie el Estado.

-Las funciones del Estado en una sociedad con mercados eficientes y sin externalidades se reducen a aspectos específicos: las tareas tradicionales del liberalismo, como son la defensa nacional, las relaciones exteriores y la administración de justicia. Además, por su naturaleza, se considera que el Estado es ineficiente, pues a diferencia del empresario privado no maximiza utilidades.

Estos son los elementos centrales de la ideología neoliberal que lamentablemente a nivel mundial se convirtieron en dogmas a raíz de la acriticidad y, en definitiva, de no mediar el año 2019 para nuestro país (Chile), continuarían siendo un incuestionable credo hasta para los más desposeídos que toman como normal la subyugación que padecen por parte de los más poderosos.

Tomado de: América Latina en movimiento

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Cuando el cine mata

Halyna Hutchins, directora de fotografía recientemente fallecida

Por Carlos Galiano

El mundo del cine fue recientemente estremecido por el trágico suceso ocurrido durante el rodaje del oeste norteamericano Rust, cuando al disparar un revólver de utilería inexplicablemente cargado con balas reales, el conocido actor Alec Baldwin mató accidentalmente a la directora de fotografía del filme, Halyna Hutchins, e hirió a su director, Joel Souza.

El incidente, que ha hecho reaccionar a la comunidad cinematográfica con desconcierto y enojo por la evidente falta de responsabilidad profesional de los miembros del equipo de filmación involucrados en el manejo y control de armas, es investigado por las autoridades bajo el minucioso escrutinio de los medios, pero la delimitación de culpabilidades penales no podrá borrar la perplejidad y conmoción compartida por cineastas y espectadores.

A muchos la muerte de Halyna Hutchins les ha recordado la del actor Brandon Lee, hijo del mítico Bruce Lee, acontecida en circunstancias similares el 31 de marzo de 1993, cuando el intérprete de 28 años cayó abatido por un proyectil de verdad en una escena de intercambio de disparos de una película titulada El cuervo (The Crow), lo cual desencadenó un torbellino de teorías conspirativas como las que rodearon la muerte de su padre 20 años antes. La investigación concluyó que tantas personas habían cometido una negligencia en ese rodaje que resultaba imposible señalar un culpable. ¿Pasará lo mismo con el caso Rust?

Hollywood, dicho sea de paso, cuenta con un largo historial de accidentes principalmente pirotécnicos y automovilísticos en filmaciones desde los albores de la “fábrica de sueños”, sueños que en no pocos casos, como el pasado 21 de octubre, se han transformado por esos motivos en verdaderas pesadillas.

Con la debida salvedad ética que implica comparar una tragedia real con una trama de ficción, el dramático percance de Rust me recordó de golpe una película italiana realizada en 1978 cuya tesis central es que el cine, más allá de reflejar de forma ficticia o documental la realidad, constituye en sí mismo una segunda realidad que puede intervenir abruptamente en nuestras vidas. Su título es Circuito cerrado, fue dirigida por el destacado realizador Giluliano Montaldo (Sacco y Vanzetti, 1971; Giordano Bruno, 1973) y aunque originalmente fue concebida para la televisión, se estrenó en nuestras salas en los años ochenta. No es de las películas más citadas de su director, tampoco se le encuentra ya fácilmente en los mercados de video, pero curiosamente leí hace poco que forma parte de las exhibiciones habituales del Museo de Arte Moderno de Nueva York.

El filme se desarrolla enteramente dentro de un cine, durante la exhibición de un spaghetti western interpretado por un actor icónico del género, Giuliano Gemma. Antes de comenzar la proyección, se nos presenta brevemente a los espectadores que asisten a la función, cada uno en su mundo, con sus manías, individualidades reunidas en ese acto social que es compartir una función de cine.

Se ilumina la pantalla y todo transcurre normalmente hasta la escena climática de cualquier película del oeste, el duelo final, en el que Gemma desenfunda y dispara su revolver a cámara, mientras de modo fijo y extraño mira en dirección al público antes de dar media vuelta y retirarse. De pronto se descubre que un espectador yace abatido en su asiento con una herida mortal de bala. Cunde el pánico, llaman a la policía, nadie puede salir de la sala.

Comienzan los interrogatorios, no aparece el arma ni el motivo homicida, deciden reconstruir los hechos con un voluntario que ocupa el mismo asiento del muerto. Vuelven a pasar el filme, y en la misma escena el mismo disparo cobra una segunda víctima. Se encuentra un orificio en la pantalla. Desconcierto total.

Entre el género conocido como giallo, equivalente italiano del thriller de crímenes, suspenso y misterio y la ciencia ficción de proyección social, Circuito cerrado nos lleva a la inquietante conclusión de que el asesino es la propia película. Esta constituye una suerte de metarrealidad o hiperrealidad que termina por invadir y agredir la de los espectadores, por lo que deja de ser un espectáculo pasivo para convertirse en un sujeto activo que transgrede los límites de la ficción y se instala en las vidas de quienes lo contemplan.

La imperdonable negligencia de la armera, el asistente de dirección o ya se sabrá de quién o quienes reedita de manera simbólica en la tragedia de Rust estas insospechadas relaciones que pueden establecerse entre la realidad “real” y la realidad de la ficción. Por azares del destino, mientras se encontraba en su puesto de trabajo, la joven y talentosa directora de fotografía entró en el mundo de la ficción, se interpuso involuntariamente entre Alec Baldwin y su hipotético adversario, y una bala que debió ser de salva resultó ser un proyectil real que segó su valiosa vida.

La justicia tiene sus propios y estrictos códigos para descifrar estos fenómenos. El arte, sin embargo, queda a merced de ellos.

Tomado de: Cubacine

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Censuras y libertad de expresión

Actores James Bond

Por Ernesto Estévez Rams

Cuando el productor de James Bond, Harry Saltzman, pareció extenderle a Costa-Gavras, luego de su primer éxito, un cheque en blanco, al decirle: «¿Qué película quieres hacer?», este le contestó: La condición humana, de André Malraux. El hombre se rajó ahí mismo: «¿Qué? Hacen falta muchos chinos, no se puede» para cerrar el tema con una risa.

Costa Gavras confiesa que en aquel entonces le interesaban películas precisamente sobre la condición humana, sobre revoluciones, luchas cotidianas, el movimiento obrero, los sindicatos. En algún momento trabajó el proyecto de hacer un largometraje sobre el propio Malraux, ya entonces ministro de cultura de D’Gaulle.

Hay temas que no son de risa, tampoco son para esa escuela de hacer cine que da vida al agente 007. Es arriesgado decir eso último cuando se piensa en Malraux, un hombre cuya lista de actos bravíos, durante la resistencia francesa y antes de ella, lo hacen material de leyenda perfecto para la creatividad literaria de Ian Fleming. Sin embargo, no me imagino a Bond escribiendo algo como La condición humana. Hay en el personaje anglosajón demasiada filosofía barata, caricatura del superhombre de Nietzsche. Mucho menos veo que Bond termine siendo ministro de cultura de nadie, no importa si es del caudillo francés, o si es de Josef Stalin.

Hay otra razón más importante que diferencia a los personajes de Malraux de Bond, los primeros buscan con desespero (¿inútil?) la simultánea redención y comprensión del sentido de ser frente a la angustia inconmensurable de tener que matar; el segundo asume a su condición de existencia una cualidad bruta de asesino cortés. Es conocido que originalmente el personaje de Bond debía ser un arma roma, carente de sofisticación, con la mera función de asesinar por las órdenes de otro. Esa licencia para matar, realmente es licencia para cumplir las órdenes de asesinato y tomarse alguna que otra libertad macabra.

El director-fundador de la CIA, Allen Dulles, era amigo de Ian Fleming. Luego de la debacle de Playa Girón, la agencia buscó en la cuarta entrega de las películas de la serie del agente 007, Thunderball (1965), una operación de relaciones públicas para mejorar su imagen. Introdujo un personaje, Félix Leiter, agente de la CIA, como un personaje empático. El agente simpático, empleado de la agencia promotora de golpes de Estado y asesinatos políticos en tantas partes del mundo, dura hasta el día de hoy.

En 2017 primero, y luego en 2019, los autores Tom Secker y Matthew Alford obtuvieron documentos desclasificados de la CIA, el Departamento de Defensa de los EE. UU. y la Agencia Nacional de Seguridad detallando hasta qué punto estas instituciones se involucraban en los proyectos fílmicos norteamericanos. La lista llega a los mil títulos, entre materiales para cine y televisión, incluyendo muchos de los productos más icónicos de la filmografía norteamericana.

Según Secker y Alford, en muchos casos, si hay «personajes, escenas o diálogos que el pentágono no aprueba, los realizadores tienen que hacer cambios para acomodar las demandas de los militares». En el extremo, «los productores tienen que firmar contratos –acuerdos de asistencia a la producción– que los atan a una versión del libreto aprobada por los militares». Para hacer la realidad más interesante aún, en la mayoría de los casos, los acuerdos alcanzados y la intervención de los agentes del Gobierno de EE. UU. en un producto fílmico es confidencial, protegido por correspondientes contratos. No es que les guste que se sepa por ahí que andan de censores sistémicos, los defensores públicos de la libertad de expresión: no es feliz combinación apoyar a sus empleados o cooptados en otras geografías como víctimas de la censura, y a la vez aparecer cortando escenas de películas porque el matiz es contrario a la maquinaria imperial.

En GoldenEye, el estreno de Brosnan como agente 007, un almirante yanqui incompetente, que es asesinado por los malos, no fue del agrado de los militares; como consecuencia, la nacionalidad del infeliz personaje cambió a canadiense y así apareció en el producto final. En Tomorrow Never Dies, otra entrega de la saga del espía británico, algunas escenas fueron alteradas o eliminadas para complacer a los censores uniformados. La CIA es más sutil (¡no faltaba más!), en ocasiones inserta sus propios empleados en la escritura de los libretos para no tener que pasar cuchilla después.

Pero más allá de determinadas anécdotas, el involucramiento de las agencias imperiales es más sistemático que cortar escenas o alterar guiones. No se trata solo de que «la idea de usar el cine para culpar de los errores a agentes aislados, corruptos o malas manzanas, evitando de esa manera cualquier noción de responsabilidad criminal sistemática, institucional, es directamente sacada de los manuales de la CIA y el pentágono», como afirman Secker y Alford. Las agencias del imperialismo otorgan al entretenimiento made in U.S. un papel importante en su empeño de guerra cultural dentro y fuera de su país. La envoltura de su hegemonía cultural es tal que cualquier empeño de limitar la circulación de sus producciones en algún país es rápidamente asaltada como censura inaceptable, totalitarismo y acción orwelliana, mientras en EE. UU. los productos fílmicos extranjeros, tienen, en la mayoría de los casos, una circulación tan limitada que son efectivamente invisibles. Ni hablar de que reciban tiempo de pantalla apreciable materiales foráneos que describan la cara imperial de su política exterior.

No se trata, además, de lo más obvio, la sutileza es más peligrosa. En muchos casos, la mayor parte de las veces, no se trata de una conspiración diabólica para engatusar al público, basta con que el material cultural sea parte orgánica de la reproducción simbólica del sistema donde se produce. Si el guionista, el productor, el director y el realizador están embebidos en la convicción de la superioridad cultural de su sociedad, no se necesita una mano evidente que lo fuerce, la instrumentalización colonizadora del producto ocurrirá sin intervenciones orwelianas.

La obsesión cubana en la saga del espía es marcada en al menos tres filmes de tres épocas distintas. En la época más reciente de la franquicia, que comenzó con Pierce Brosnan, una de las entregas nos muestra escenas en una Cuba tropical con instalaciones de espionajes de una sofisticación absurda. Corona el ridículo el hacer que el mujeriego héroe tenga una escena de intercambio sexual en una casa cliché en la playa, no bajo la protección del aire acondicionado, sino de llamas de un hogar, receta perfecta para un infarto húmedo.

Para reafirmar la obsesión, la recién estrenada última instalación del agente 007, que finaliza el segmento de Daniel Craig, a quien hay que reconocerle haberle dado al personaje nueva vida con su calidad actoral, casi al comienzo tiene sus escenas cubanas, en este caso se supone que de Santiago de Cuba. Diseñadas desde los consabidos lugares comunes cuando se trata de reflejar a Cuba en los productos enlatados de la cinematografía comercial. Quién sabe si algún día nos enteraremos de escenas cortadas y torceduras de brazos al guion por parte de los eficientes censores, paladines de la libertad de expresión siempre que no se trate de ellos. Quizá no, después de todo, esos contratos de confidencialidad pueden ser muy persuasivos.

Tomado de: Granma

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El arte de la voz

Carmen Donna-Dío fue una actriz de doblaje y bailarina cubano-mexicana. (1921-2005)

Por Sender Escobar

Existen frases de personajes de ficción que permanecen grabadas en el imaginario popular. Parte de la magia reside en la entonación y acento de quien ha logrado tal efecto. El mundo del doblaje y la interpretación oral tiene en su historia hechos tan singulares como trascendentes.

En 1938, durante la Noche de Halloween, el actor Orson Welles narraba en directo por la radio estadounidense un capítulo de La Guerra de los Mundos, del escritor inglés H.G Wells. El futuro director de El Ciudadano Kane anunció que el planeta tierra era invadido por los marcianos. La falsa noticia causó verdadero pánico entre la población, que salió a la calles para escapar, mientras otros llamaban incesantemente a las estaciones de policía de Nueva Jersey y Nueva York.

La dramatización tan veraz del hecho, ante las quejas de la prensa, provocó que al día siguiente Welles pidiera disculpas, aclarando que solo era una broma como parte de la obra radial.

La singularidad de una voz también ha constituido el legado de artistas cuando su arte declinaba ante la pérdida de popularidad y baja calidad de sus trabajos.

El actor mexicano Germán Valdés Tin Tan había caído en una espiral de fracasos cinematográficos que a la postre lo llevarían también a una delicada situación económica. Sin embargo, dos producciones animadas de Disney: El libro de la Selva y Los Aristogatos, donde realizó el doblaje e interpretó los temas musicales del oso Baloo y el gato Tomás O´Malley, fueron sus últimos trabajos exitosos con diálogos y canciones inolvidables.

Cuba, país donde surgió la radio novela, posee en su historia no solo grandes del teatro y las cámaras. La voz como único instrumento ha tenido en artistas como Aníbal de Mar o María Valero intérpretes únicos de los personajes creados por Felix B. Caignet para las series Chan Li Poo y El Derecho de Nacer.

Cuando iniciaron los primeros trabajos en México para llevar las producciones en inglés al público castellano, una cubana: Carmen Donna-Dío (1921-2005) fue pionera de la historia del doblaje latinoamericano. Hoy cumpliría 100 años una habanera de voz multifacética, que dio vida a través del sonido a personajes únicos del cine y la televisión.

Bautizada como María del Carmen Donna-Dío Rodríguez, el ambiente artístico hogareño fue una influencia indiscutible en su vocación. A los 17 años emigra a México con su familia e inicia su vida artística en el país azteca como acompañante de guitarra de su padre, un reconocido concertista, en el programa de radio Cuerdas y Guitarras.

Su interés por la actuación es continuo y recibe clases de dicción y dramaturgia con maestros particulares. Gracias al aprendizaje y el timbre grave de su voz, es contratada en varias emisoras como protagonista de series radiales, casi siempre en roles antagónicos.

Olga Donna-Dío, también actriz de doblaje e hija de Carmen, relata que su madre muchas veces fue sacada de los estudios tras cada capítulo de la radio novela Corona de Espinas con una fuerte custodia policial, pues el público furioso que no conseguía separar la ficción de la realidad, esperaba por ella para enfrentarla.

En 1950 forma parte de la generación que fundó la televisión mexicana y comienza a trabajar como actriz y presentadora en programas de comedia. En el mismo año, Disney establece un convenio con la compañía Estudios Churubusco para el doblaje al español de sus películas animadas y el directivo de la empresa Edmundo Santos, pareja artística de Carmen durante varios años, la contrata.

Debuta como actriz de doblaje en la película Cenicienta donde interpretó a Anastasia, una de las hermanastras de la protagonista. Desde entonces participó como parte del elenco de doblaje en las más conocidas producciones extranjeras llevadas al público hispano como Peter Pan, Dumbo, El zorro y el sabueso, El Libro de la Selva etc.

Algunos de sus interpretaciones más relevantes fueron: Cruela de Vil en la versión animada y en persona de Los 101 Dálmatas; la despistada y cariñosa Nana de la serie inglesa El Conde Patula, personaje al que Carmen puso especial empeño, pues veía reflejado en él, parte de su personalidad.

Uno de los mejores doblajes realizados por la actriz fue a la madrastra de Blancanieves convertida en bruja, timbre de voz que acrecentó en sus carcajadas, diálogos persuasivos y amenazantes, la mítica de una de las villanas más distinguidas y recordadas en la historia del cine.

Pero el trabajo de la cubana no quedó limitado solamente al mundo de los dibujos animados y las comedias, también fue solicitada en largometrajes que exigían fuerte preparación dramática.

Realizó complejos doblajes a actrices como Bette Davis, de quien recibió una carta de felicitación donde le confesaba que ella deseaba tener su voz para actuar.

Las personalidades que interpretó Carmen llevan décadas en el recuerdo de la infancia y adolescencia de varias generaciones que hemos visto, más de una vez, los clásicos de las películas infantiles y series de comedia de los años 80 y 90 del siglo pasado, transmitidas en nuestra televisión.

Aunque su rostro es prácticamente desconocido para el público cubano, durante 52 años hasta su retiro en el 2002, Carmen Donna-Dío hizo del doblaje un arte trascendente para todos los públicos, desde la más repudiable maldad hasta el más tierno de los diálogos que personificó.

Tomado de: Radio Coco

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Carabina del sueño

Por Ambrosio Fornet

I

Hacemos una pausa, mi amigo aparta los expedientes sobre la mesa, esperando que nos sirvan la taza de café que acabamos de ordenar, y se dispone a contarme la anécdota del sueño que había tenido aquella noche y que él mismo describe como disparatado de principio a fin… Porque ni tuve hermanas, dice, ni viajé nunca al extranjero, ni he visto nunca de cerca uno de esos árboles en pleno otoño, tapizados de montones de hojas secas Pero era eso lo que tenía ante mí. En el amplio jardín de la mansión familiar se celebraba una fiesta, una boda, probablemente; mi hermana menor iba vestida de blanco, con un pañuelo en la cabeza, y les gritaba algo a los visitantes, divertidos ante las travesuras de las ardillas que no cesaban de subir y bajar de los árboles. Y de pronto la imagen se disolvía y aparecía mi amigo recriminándome, muy serio, con uno de sus paradójicos aforismos: “No exageres, chico; las cosas son como son”. “¿Ah, sí? ¿Y cómo son las cosas? Esos relámpagos, ¿dónde se gestan? ¿Son corazonadas o barrabasadas? ¿Premoniciones o alucinaciones?”.[i]

II

En la jerga popular cubana “comerse un cable” quiere decir varias cosas, todas ellas negativas. Significa carecer de todo, atravesar una difícil situación económica o hasta pasar hambre, pero nunca he visto que la palabra “cables” se relacione con algo que tenga carácter negativo. Será por sus vínculos con el desarrollo de la técnica. Me refiero a “tender el cable”, un suceso que todos los cubanos informados de la época entendían como “tender el cable submarino”, lo que ocurrió en 1869 y cambió radicalmente, entre ellos, la noción de tiempo y espacio. Antes de esa fecha los periódicos habaneros recibían las noticias de Europa con dos semanas de retraso y publicaban sus “entregas” o novedades editoriales con la demora correspondiente. La censura no les daba tregua, por lo menos a la hora de tratar sus propios asuntos, una tarea que los cubanos sólo podían cumplir en el extranjero. A los historiadores criollos les estaba vedado el acceso a los archivos y las fuentes oficiales de información. La más ambiciosa historia de Cuba del período colonial (la Historia de la Isla de Cuba, de Pedro José Guiteras, impresa en dos volúmenes entre 1865 y 1866), no pudo ser publicada en Cuba. Sólo los ideólogos del colonialismo ‘–Chiquitos como Mariano Torriente, medianos, como Jacobo de la Pezuela, grandes como Ramón de la Sagra– tenían derecho a escribir la historia de los colonizados… La mayoría de los libros de José Antonio Saco, por ejemplo –el más importante de los historiadores cubanos– no podía entrar legalmente al país, aunque Ideas sobre la incorporación de Cuba en los Estados Unidos (París, 1849), en el que Saco se oponía tajantemente a la anexión, no halló obstáculos para circular en Cuba.[ii]

III

Tan arraigada como la censura política estaba la otra, esa forma brutal de censura previa que era el analfabetismo. Todavía en 1800, el número de miembros habaneros de la ciudad letrada –es decir, aptos para leer periódicos o libros– no excedía de quinientas personas. Si tuviéramos que hablar de mercados más amplios, de un espacio público para la producción de las imprentas, en su primera etapa, tendríamos que referirnos casi exclusivamente, primero, al cúmulo de oraciones y novenarios cuya principal clientela eran las beatas de las zonas urbanas, y después, al conjunto de edictos, reglamentos, aranceles y bandos de gobierno destinados a textos piadosos y litúrgicos, a la curia y, en general, a las insaciables burocracias. Cuando Jacinto Salas y Quiroga visitó La Habana, en 1840, encontró que los libros eran “carísimos” y que no había bibliotecas ni gabinetes de lectura… Años después nos quedaría el consuelo de Los poetas de la guerra,[iii] por ejemplo, recogidos por Serafín Sánchez y prologados por Martí para su edición en Patria y luego en un folleto que Martí no llegaría a ver.

El mal venía de atrás. Desde los inicios de la República, y antes. Baste citar el nombre de Carlos Vargas Machuca, gobernador de Santiago de Cuba. Los santiagueros comentaban “Vargas Machuca  derrocha, pero no roba”, un comentario que ya no podría hacerse  aludiendo a todo el territorio nacional, que incluía personajes como Mr. González, Mr. Crowder y Mr. Caffery, por ejemplo, con sus respectivos procónsules. La moral pública, permeada hasta el tuétano por los intereses más descarnados, no hacía más que reproducir los peores rasgos de la moral privada (o viceversa). Jorge Mañach, el más distinguido intelectual cubano de la época, describió la situación así: “La tragedia de Cuba está inscrita en una serie de círculos viciosos. No hay buenos políticos porque no hay buenos ciudadanos. No hay buenos ciudadanos porque no hay buenos políticos. No hay moral porque no hay sana economía. No hay una economía adecuada porque no hay una moral cívica sana”.[1] Estamos en plena mitad del siglo veinte y del establecimiento de la República. ¿No parecía lógico que pasara lo que pasó, que a muchos jóvenes se les agotara la paciencia?

[1] Cf. Jorge Mañach: Actualidad y destino de Cuba. La Habana, Editorial Lex, 1950.

[i] Cf. Federico Álvarez: Vaciar una montaña. 134 glosas. México, Editorial Obranegra, 2009. El 4 de agosto de 1998, a instancias de Lisandro Otero, se publicó cada semana el primer Glosario en una columna del periódico Excélsior de México.

[ii] Recuérdese el famoso epitafio “Aquí yace José Antonio Saco, que no fue anexionista, porque fue más cubano que todos los anexionistas”.

Un testimonio poético excepcional. Sobre sus autores, dijo Martí: “Su literatura no estaba en lo que escribían, sino en lo que hacían. Rimaban mal a veces, pero sólo pedantes y bribones se lo echarán en cara, porque morían bien.”

[iii] Un testimonio poético excepcional. Sobre sus autores, dijo Martí: “Su literatura no estaba en lo que escribían, sino en lo que hacían. Rimaban mal a veces, pero sólo pedantes y bribones se lo echarán en cara, porque morían bien.”

Tomado de: Cubaperiodistas

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V Encuentro de la Crítica Cinematográfica

Los días 11 y 12 de noviembre se desarrollará durante la mañana y hasta el mediodía las sesiones del V Encuentro de la Crítica Cinematográfica, auspiciados por la Cinemateca de Cuba, el ICAIC y la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica.

Lugar: Sala Saúl Yelín, Casa del  Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de la Habana

Cada sesión desde las 9:00 a.m.

Jueves 11 de noviembre.

Del amor desesperado (al cine)

Ponente: Luciano Castillo Rodríguez

Cuba: cine nacional y cuerpo audiovisual de la nación

Ponente: Juan Antonio García Borrero

Cuadros en movimiento en el cine documental. Cuando el séptimo arte acoge a la pintura

Ponente: Daniel Céspedes Góngora

Negrometrajes. La imagen del negro en el cine cubano de los 70

Ponente: Raydel Araoz

Sociología de la imagen

Ponente: Mayté Madruga Hernández

El cine ensayo: un espacio de libertad e imágenes líquidas

Ponente: Antonio Enrique González Rojas

Viernes 12 de noviembre

Miradas de género en los estudios fílmicos     

Ponente: Astrid Santana Fernández de Castro

La dirección de arte en teoría. Modelo para su análisis crítico

Ponente: Berta Carricarte Melgarez

La filosofía como sustrato ideológico de filmes representativos     

Ponente: Ronald Antonio Ramírez Castellanos

Los estudios sobre cine: definición, estado actual y perspectivas futuras para Cuba

Ponente: Carlos Lloga Sanz

Cine Chaplin, 5:00 pm La caja negra Dir: Enrique Álvarez

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