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Katia Lara: El sentido de la vida es luchar

Katia Lara. Cineasta y productora hondureña. (Foto cortesía de la entrevistada)

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Transcripción de la entrevista realizada a Katia Lara, productora y directora de cine hondureña, en el espacio Diálogos en Reverso, el 2 de febrero de 2022 con el tema: Cine documental y periodismo de investigación. Desafíos.

Octavio Fraga: Hola, buenas tardes. Bienvenidos a este espacio de los miércoles, siempre a la una de la tarde hora de Cuba, que nombramos “Diálogos en reverso”. Un pretexto para entrevistar a cineastas, críticos e investigadores de cine y periodistas en torno al tema del cine y sus convergencias con el periodismo. Es una apuesta de la Unión de Periodistas de Cuba, que ha querido apoyarnos en su materialización y a quién le estoy agradecido.

Hoy tenemos una invitada muy especial, la conozco desde la distancia, hace más de diez años. Estoy al tanto de buena parte de su obra y nos parecía importante tenerla en esta cita. Buenas tardes Katia, bienvenida a Diálogos en reverso, es un gusto tenerte acá.

Katia Lara: Muchas gracias, Octavio, gracias por la invitación, un saludo y un abrazo fuerte a los compatriotas latinoamericanos, de Cuba y a toda tu gente en las redes.

Octavio Fraga: Gracias. Con Katia habíamos pactado hablar de un tema que nos parecía importante, lo hemos titulado Cine documental y periodismo de investigación. Desafíos.

Como es habitual en Diálogos toca presentarla y prefiero leer su hoja de vida profesional que es bien extensa y sustantiva. Nuestra invitada estudió Artes Gráficas en Honduras, Comunicación Gráfica en México y Dirección en la Escuela de Cine de Eliseo Subiela, en Argentina. Es fundadora y Gerente General de Terco Producciones en Honduras, miembro de la Red de documentalistas latinoamericanos y del Caribe Siglo XXI. El libro Road-book del Cine Latinoamericano (2017), del curador, crítico y profesor de cine Pedro Zurita la considera entre los 29 directores más relevantes de nuestro continente. Desarrolla la docencia de cine y es Productora Ejecutiva y cofundadora del proyecto de comunicación El Perro Amarillo. Tuvo que exiliarse en Argentina para terminar su documental Quién dijo miedo, honduras de un golpe… (2009). Después vivió cuatro años en Guatemala, donde se desempeñó como docente de guion y producción. Su obra ha estado presente en múltiples escenarios de cine como Gotebögr, Berlinale Talent Campus, Typa, BoiviaLab, Guadalajara Talent Campus, Cinemaissí, Caravana de cine árabe–iberoamericano de mujeres. También ha estado en festivales como Biarritz, Toulouse, Mar del Plata, DocsDF, Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, FICiP, Amiens, FICG, entre muchos otros. Destacan sus filmes De larga distancia (2000), Corazón abierto (2005), Quién dijo miedo, honduras de un golpe… (2010), Margarita Murillo (2015), Berta Vive (2016) y Berta soy yo (que se encuentra en fase final de post producción).

Empiezo con una pregunta de rigor, diría que obligada, ¿por qué el cine como camino para tu vida profesional, y por qué el cine documental?

Katia Lara: Realmente no fue una decisión muy consciente hacer cine, diría que viene de la militancia. Soy de una familia que trabajó en los años ochenta haciendo enlace y colaboración con los movimientos guerrilleros de El Salvador, en aquella época. Cuando yo terminé mi bachillerato en Artes Gráficas intenté estudiar arquitectura porque era lo único que existía relacionado con mis inquietudes creativas. Había hecho mucho teatro en Bellas Artes en el bachillerato y le dije a mi papá que no quería eso, que quería estudiar otra cosa. Logré, haciendo un esfuerzo mi familia, que me mandaran a México. Como mi familia estaba militando con una de las organizaciones del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), el ERP, me dijo: “Bueno, si querés seguir colaborando podés vincularte en México con los compas”, como les decimos acá. Yo tenía diecisiete años y me preguntaron qué quería y me gustaba hacer. Terminé colaborando con un colectivo clandestino que tenían en México donde se hacían las películas de la guerra en los años ochenta. Empecé a trabajar como editora —como asistente de dirección al inicio—, después como montajista. Colaboré en un par de largos que estuvieron en los festivales de Cuba en aquellos años, Centroamérica, un volcán desafiante y Tiempo de victoria, dos películas emblemáticas de la guerra en El Salvador, y desde ese comienzo, nunca me despegué más del trabajo documental.

He ido por otros rumbos temporalmente, por necesidades económicas, por necesidad de actualizarme, de estudiar. He estado viviendo en otros lugares, hice una pausa bastante radical haciendo publicidad en El Salvador por un tiempo, pero nunca me desvinculé del cine. Ese fue mi momento más frívolo, por así decirlo. Son situaciones tristes, pero cuando se hicieron los acuerdos de paz en El Salvador hubo mucho conflicto en relación a cómo se repartía el capital humano y el capital acumulado de la lucha guerrillera. A mí eso no me gustó, me separé políticamente del partido y en esa época no hice documentales. Fue una pausa, que en todo caso me sirvió para hacer un intenso ejercicio de producción audiovisual, porque la publicidad tiraniza a los trabajadores, nos pone en una condición rigurosa de aprendizaje. Después utilicé todo ese conocimiento, y desde toda la vida no encuentro otra forma para expresarme que no sea con el documental, y recientemente estoy más vinculada al periodismo con el proyecto de El Perro Amarillo, que de alguna manera se combinan.

Octavio Fraga: ¿Consideras la realización de cine documental como algo vital, esencial para tu desarrollo como creadora o te has planteado alguna vez hacer ficción?

Katia Lara: Creo que lo vital, en todo caso, sería expresarme a través del audiovisual. Podría pasar a la ficción, de hecho no lo descarto. Me he planteado también cuestiones narrativas sobre cuál es realmente la frontera entre la ficción y el documental, me siento más cómoda en términos de construcción de relatos, de dramaturgias, de abordajes de personajes y de situaciones en esa frontera, lo cual no significa que no haría una ficción, pero creo que sí. Me siento bastante cómoda habiendo tenido una formación más como directora de ficción en la escuela, pero con una práctica de documental. Es lo que yo trato de hacer en ¿Quién dijo miedo? y trato de desarrollar un poco más en Berta soy yo. Allí es donde yo me siento cómoda. Tengo un par de proyectos —que no descarto hacer— que son plenamente de ficción.

Octavio Fraga: Estupendo. Compartirás conmigo que en las últimas décadas, en los últimos años, hay una mirada en torno al término feminismo que converge en el espacio social del cine. ¿Consideras que ser mujer implica para ti un mayor esfuerzo en términos creativos y de producción o tienes otra mirada sobre este asunto, que también ocupa permanentes algoritmos de debate?

Katia Lara: No quiero usar el término feminismo y la situación particular que vivimos las mujeres en América Latina, no la exploro plenamente. Hay tanta necesidad, tantas limitaciones para hacer nuestro trabajo que los problemas son para todos, independientemente del género. No voy a negar que por las modas que impone la cooperación internacional para el desarrollo, de la que francamente desconfío bastante —tengo una crítica muy fuerte hacia ellas— esas modas nos han hecho apreciar y aprovechar oportunidades que nos están dando a las mujeres propiamente. Al contrario de lo que podría asumirse —que las mujeres tenemos desventajas— yo he sentido, por lo menos en los últimos diez años, que eso ha sido una ventaja para mí. He logrado algunas oportunidades por ser mujer. Tengo una crítica muy fuerte hacia la cooperación porque son filtros que catalizan la lucha, de alguna manera nos han sustituido —en el caso particular de Honduras— nos han puesto a los luchadores en un terreno que no es el de la lucha de clases. Es como un intermedio reformista, acomodando algunas situaciones y no atacando directamente el poder. De ahí vienen las modas del indigenismo, del ambientalismo, del feminismo y yo no me siento cómoda en ese lugar. Prefiero entender que todos somos víctimas de la marginación en el caso de los creadores. Obviamente, no voy a decir que no hay diferencias. Existen grandes diferencias y la lucha por equilibrar las oportunidades para hombres y mujeres tenemos que librarlas los hombres y las mujeres. Debo reiterar que no ha sido mi caso, debo ser muy honesta, en los últimos diez años para mí ha sido muy favorable ser mujer.

Octavio Fraga: Cuando uno revisa tu obra hay un gran aliento en torno a temas políticos, a temas sociales. En estos tiempos, cuando se pretende vaciarnos de contenidos, algunos piensan que son temas “pasados de moda”, ¿te consideras una solitaria de estos asuntos o crees que hay otros realizadores en nuestros países por ejemplo que siguen abordando estos asuntos como tú?

Katia Lara: Probablemente nos han ganado un poco la batalla en el sentido de instalar en nuestras mentes y en nuestros corazones a quienes en esos años de revoluciones, de guerrillas, estuvimos trabajando y militando. Nos quedamos en un pensamiento atrasado, nos quedamos en la utopía, en la quimera, que cambiar el mundo no va a ser posible. Sin embargo, yo soy de esas personas aburridas, sigo creyendo que el sentido de la vida es luchar. Que es posible mejorar nuestra sociedad, que es posible ganar esas luchas y ganarle el pulso a las nuevas generaciones para que no nos vean de esa manera, eso es lo que inspira mi trabajo. Dicen que no debemos decir siempre y nunca, ¿verdad?, pero yo no me podría situar en el mundo —en el tiempo que me tocó vivir— abandonando esos ideales. Así que sigo luchando, y si nos ven así es parte del proceso, seguimos reivindicando esos valores y vamos avanzando, en el sentido de que hay victorias contundentes que comprueban que no somos quedados, que las formas de lucha han cambiado. De alguna manera, a veces, me siento solitaria. Aquí en Honduras es difícil porque ha ganado la batalla plenamente una camada de jóvenes que están haciendo ficción de una prominente frivolidad, de un abandono del rigor. Aun así, yo creo que vamos a lograr dar la lucha. Lo es el estar platicando con vos, el estar ahorita cerrando la película y saber que eso me va a permitir volverme a conectar con el afuera que tiene ojos privilegiados para ver nuestra producción, incluso, el hecho del cambio del gobierno. Aquí se va a dar un hecho histórico este año; por primera vez —espero que lo logremos—con este gobierno se exhibirá un documental en una sala de cine en nuestro país. Vamos a lograr ahorita, poner en las salas Berta soy yo, y para el aniversario del golpe de estado vamos a poner el documental Quién dijo miedo, honduras de un golpe… Son pasitos que van haciendo que uno se sienta menos solitaria en ese camino, y que no nos vean como un bicho raro.

Octavio Fraga: Buena parte de tus documentales están marcados por la narrativa del periodismo de investigación. ¿Qué experiencias has tenido, qué anécdotas nos puedes contar tras realizar ese tipo de filmes que entraña riesgos, peligros, desafíos?

Katia Lara: El exilio es una situación que uno realmente no entiende hasta que está en el otro lugar, es como una carrera en la que uno no entiende bien dónde está la amenaza. Existe la amenaza, porque hay una llamada telefónica que te dice que te salgás, que dejes de hacer lo que estás haciendo. Vos sabés que hay seguimiento de los vehículos, sabés que te dicen que estás en una lista, pero no puedes comprobar nada y se instala un miedo. En mi caso, llegaba a que yo manejaba y cuando pasaba una moto a la par me alteraba. Llegó un momento en el que yo dije: “Bueno, exista o no exista, sea verdad o no eso que estoy viviendo” …

Yo no estaba vinculada orgánicamente a nada, estaba trabajando en una productora comercial que tenía un perfil de trabajo social muy fuerte. Nosotros hacíamos gestión cultural para músicos y actores, gente de teatro, y estábamos tratando de organizar al gremio en un movimiento, lo cual no tenía nada que fuera a atentar, digamos, contra el poder. Pero esa falta de definición es lo más fuerte que he vivido. Por un lado, te sentís mal por irte de tu país, muy mal de estar lejos de la lucha, pero por otro lado pensás que si no te vas no vas a terminar ese trabajo. De hecho, la película sobre el golpe de estado se logró terminar porque yo me fui. Esa situación es fuerte, luego hay situaciones concretas del trabajo documental.

Cuando nosotros fuimos a cubrir la ofensiva del ‘89 en San Salvador estábamos a dos cuadras en el momento que explotó el carro del periodista con el que estábamos trabajando. Situaciones de balacera que vive cualquier periodista que decide estar en el lugar de la guerra, del conflicto, no son anécdotas diferentes a las que pueda contar cualquier periodista. Para mí estar en una balacera fue una situación fuerte, tirarme al piso sin saber qué va a pasar. Pero en ese momento sabía en qué estaba y cuando no tenés información estás más vulnerable. Yo andaba trabajando para la prensa en El Salvador, sabía en qué lugar estaba, de dónde venían las balas de la guerrilla y de dónde las balas del ejército. En el caso de la crisis por el golpe de estado no entendía de dónde venía la amenaza, porqué yo era una persona que estaba en peligro, y eso creo que es de lo más duro que he vivido, por esa ambigüedad.

Octavio Fraga: Hablemos de ¿Quién dijo miedo? honduras de un golpe… Recuerdo cuando entrevisté a tu compañero en España, en Madrid, en el programa La cámara lúcida, me explicó las circunstancias que detonaron la realización de ese documental. Sin embargo, me parece importante que compartas tu mirada y actualices —doce años después— las variables que catapultaron la realización de esta pieza.

Katia Lara: Estábamos en esos días, previos al golpe, trabajando como empresa para el canal de televisión o para la producción de contenidos del Poder Ciudadano, que era el proyecto político de José Manuel Zelaya a quien le dieron el golpe de estado. Lo que hacíamos eran piezas de comunicación de ficción pequeñas, era una telenovela en episodios. En cada uno se abordaba un tema que se necesitaba comunicar, por ejemplo, el aumento al salario mínimo, también algunas reformas. Cuando se produjo el golpe de estado empezamos, con esa misma infraestructura —y desde la productora— a hacer piezas, porque vimos que cerraron los medios de comunicación y es que nadie estaba contando lo que realmente estaba pasando. Así, espontáneamente, nos organizamos varias personas que habíamos estado vinculadas al periodismo o a la comunicación social y abrimos un canal, levantamos un periódico digital y empezamos a sacar información en esos espacios esperando a que se revirtiera el golpe de estado por la presión internacional. Había venido la Organización de Estados Americanos, que había castigado a nuestro país. Sin embargo, eso no pasó. Me pareció que lo mejor que podíamos hacer era hacer un documental, que ya no podíamos estar haciendo piezas cortas y subirlas. Había que contar —era mi responsabilidad en todo caso— y se armó el equipo de trabajo. Se tenía en esas ficciones como personaje a René, a este compañero que al final se convirtió en el personaje protagonista al que seguimos en ese documental. Yo empecé a seguirlo porque era la persona que se vinculó al FNRP (Frente Nacional de Resistencia Contra el Golpe) de forma inmediata. Entonces, cada vez que yo iba a cubrir René estaba ahí, y me dije: “Voy a seguir a René; lo conozco, he trabajado con él, puedo tener un principio de documental seguro”, que es el trabajo que él estaba haciendo antes, y vamos a ver hasta dónde llega. Para bien o para mal René tuvo que salir del país.  Pero, fue mágico el hecho de que él tuviera un hermano gemelo que me permitiera continuar el relato y plantear también la problemática del exilio, que fue una consecuencia de ese golpe.

Cerré la productora, la mayoría de la gente que estaba conmigo se fue. Al final quedamos solamente dos personas trabajando en el proyecto. Cuando me fui a Argentina dividió a la productora la decisión de hacer Quién dijo miedo…, la mayoría de la gente tuvo miedo y decidió irse, fue una fractura en todo sentido. Pues terminé en Argentina ese documental, y ya no volví a Honduras por un tiempo. No sé si respondí tu pregunta.

Octavio Fraga: Sobre las circunstancias que provocaron hacer el documental me hablaste sobre el punto de partida, pero sería importante otras acotaciones.

Katia Lara: Cuando veo el trabajo, pasado doce años, en realidad lo que a nosotros más nos urgía era plantear que aquí estaba surgiendo un movimiento de resistencia más allá de la figura de Mel Zelaya, y nos interesaba narrar esa resistencia que resultó un fenómeno nuevo en Honduras. Realmente el movimiento que se organizó en contra de ese período de represión, de brutalización, fue prácticamente descabezado, sin embargo, hubo una vinculación de muchos hondureños colaborando con el gobierno sandinista, con el proyecto revolucionario en El Salvador. Hemos tenido fama de ser un país donde no hay grandes conflictos sociales y como yo venía de observar el proceso salvadoreño, para mí ver al pueblo en las calles, ver ese proceso que se abrió a partir del golpe de estado, trascendía completamente la figura de Mel. Era la primera vez que el pueblo se levantaba, que estaba por días consecutivos luchando en las calles en resistencia para que se revirtiera el golpe de estado.

Hubo un momento en el que en Honduras tuvo dos presidentes. Manuel Zelaya tuvo que salir del país y llegó a Costa Rica. Pero hubo todo un proceso de diálogos, como se cuenta en la película, y él tuvo la posibilidad de entrar por vía aérea primero; después, por la frontera de Nicaragua. Y todo esto se frustró y estuvo convocando a muchísima gente en las calles, que no estaban organizadas como cuentan los personajes del documental. Cuando él regresa clandestinamente y aparece en la embajada de Brasil, pudo haberse dado un proceso pre-insurreccional, y algo pasó ahí.

Yo lo quería contar en el documental, al final fue una traición. Manuel Zelaya termina firmando unos acuerdos, dándole la potestad al Congreso Nacional para que revierta el golpe de estado, y eso nunca pasó. Para mí ese episodio de la vida hondureña era vital contarlo, así como resaltar el papel del pueblo organizado, y marcar esa posibilidad que fue abortada por una mala decisión de liderazgo, no solamente de Manuel Zelaya, sino del movimiento social que lo acompañó en ese proceso. Esa es la urgencia del documental, que se hizo muy rápido. Para un largo es muy poco tiempo, pero era la necesidad que nos planteamos.

Octavio Fraga: ¿Quién dijo miedo? honduras de un golpe… tiene un tempo y un ritmo intenso, ¿es el tempo del golpe de estado, es el ritmo del documental?

Katia Lara: Es el tempo del golpe de estado diría yo. Así pasábamos filmando con una cámara que el ejército o la policía destruía, reponiendo la cámara por otra, buscando material con celulares, durmiendo en la oficina o en la casa, en casa de mi mamá, sacando compañeros del país, pensando en salir. Así se vivió, así se marca el ritmo en el documental; así lo vivimos nosotros. No había descanso, y no lo hubo.

El 17 de diciembre de 2009 me fui a Argentina a plantear la postproducción del documental y seguía conectada todos los días viendo y diciéndole al equipo que se había quedado en Tegucigalpa: “filmen esto, filmen lo otro, mándenlo”, hasta que hubo la oportunidad de poder sellar el último acto, que fue la salida, la toma de posesión de Pepe Lobo, el presidente elegido en esas rarísimas elecciones de 2009, y la salida al exilio de Manuel Zelaya, que es el cierre del documental. Eran nuestros corazones a full desde que fue el golpe hasta que logramos llorar el día del estreno de vuelta en Tegucigalpa con Colprosumah, es un lugar emblemático de la lucha social, lleno de gente. Más que ver el documental gritaban consignas, se reían o lloraban, fue espectacular. Yo no he vivido otra experiencia tan intensa. Te diría que desde que empezó el rodaje hasta la misma experiencia de mostrar la película por primera vez, fue así, cardíaco.

Octavio Fraga: En este documental tiene protagonismo la fotografía, ¿desde la concepción inicial de hacerlo te planteaste darle esa prominencia como recurso de reconstrucción de los hechos?

Katia Lara: No fue diseñado así Octavio, todo fue partiendo de la necesidad. Sí hubo la propuesta para todos los que nos estaban echando una mano. Éramos seis —más o menos—, pero tres estuvieron durante casi todo el período trabajando. Sí había ciertos lineamientos cómo que si la prensa se amontonaba en un lugar para abordar a un personaje no le fueran encima: “vámonos lejos, observemos a la propia prensa”. Hubo mucha cuestión accidental que no logramos controlar, así que yo te diría que aparte de ese criterio lo que hace un buen trabajo en términos visuales y de fotografía es el montaje y otras decisiones posteriores.

Las entrevistas a los personajes, por ejemplo, el analista político, la historiadora, ahí sí nos detuvimos a plantear que fuera un lugar especial, un fondo especial, se eligió el color rojo, hubo elementos plásticos determinantes para la fotografía y para el arte de esas entrevistas, y el resto del material. Reitero, esa era la consigna: no vayamos al emplazamiento del periodista compitiendo, retirémonos para ver de lejos la situación, básicamente esa fue la decisión.

Documental ¿Quién dijo miedo? honduras de un golpe… 

Octavio Fraga: Tuviste la experiencia de un exilio por varios años, ¿qué te aportó ese período en tu vida como creadora? ¿qué te permitió ver, mirar, sobre tu propio país y sobre tu obra?

Katia Lara: Lo que me sorprendió, y creo que me aportó muchísimo, es haber tenido la mirada y la colaboración de tanta gente de varias nacionalidades en Buenos Aires. Había en el equipo un boliviano, un español, una alemana. Buenos Aires fue el lugar de trabajo, pero había mucha gente colaborando y me ayudaron a ver la realidad y la intensidad del golpe de estado. No te esperas, en el siglo xx, un golpe de estado, aunque vengas de una generación, o estés en contacto con una generación anterior que vivió el último golpe de estado. Hay cierta renuencia, tal vez, a determinar cuáles son las consecuencias de un golpe de estado, qué es un golpe de estado. Como decimos en Honduras, me terminó de caer el veinte.

Cuando estuve en Buenos Aires, se impuso el recordar la experiencia argentina, el hablar del Plan Cóndor, volver a recordar toda la experiencia de las víctimas por el diseño de Estados Unidos en contra del comunismo en nuestros países, en América Latina. Esa memoria, que la tiene tan marcada el pueblo argentino, vitalizó mi trabajo, le dio sentido a mi trabajo en ese momento.

Entonces empecé a darme cuenta qué es Latinoamérica, ahí estaba esa gente colaborando con el proyecto porque era un golpe de estado en un país latinoamericano y creo que esa riqueza no la hubiera tenido si yo me quedo en Honduras terminando el documental. Eso es lo que yo más agradezco de haber ido a Argentina, me hubiera pasado en cualquier país sudamericano que tuvo esas amargas experiencias, de ser víctimas de las dictaduras que impuso el Plan Cóndor en nuestro continente.

Lo elegí no por esas condiciones políticas o esa historia, sino porque yo estudié cine allí, y era el lugar, el país donde yo me sentía segura. Ir otra vez a mi escuela, con mis profesores, con mis compañeros, a encontrar solidaridad para el proyecto, pero encontré además lo que te cuento.

Octavio Fraga: Hablemos entonces del documental Berta soy yo, otra de tus películas —como decía al principio—, en fase de postproducción. Aprovecho para agradecerte que me hayas permitido verlo en ese estadio. Para los que nos están viendo, se trata de un trabajo de investigación que hace Katia sobre Berta Cáceres, importante líder indígena lenca, feminista y activista de Honduras que fue asesinada.

Octavio Fraga: Una historia que en nuestro país se conoce muy bien. ¿En qué circunstancia realizaste este filme y cómo llegas a ese proceso de acompañamiento periodístico?

Katia Lara: Yo estaba trabajando, desde Guatemala, un documental con los mismos personajes de ¿Quién dijo miedo? para contar el exilio, y, a través de ellos, mi propia experiencia de estar fuera de Honduras, y la subtrama de esa película en la que yo arraigaba el deseo de volver y la esperanza en el proceso en Honduras, era la comunidad lenca y Berta Cáceres como personaje. Entonces empecé a viajar en el 2013, venía a Honduras con mi equipo y filmaba. Fui a Río Blanco desde entonces. Cada vez que podía venía a seguir acumulando material sobre Berta para enriquecer la subtrama de esa película, sobre el exilio donde los gemelos son los protagonistas. Vine en 2015 porque falleció mi mamá, vine a despedirme de ella, y ya empecé a coquetear con la idea de volver a Honduras, de seguir mi trabajo acá, me parecía que ya era el momento.

Obviamente me movió mucho la muerte de mi mamá, y que en ese momento una agencia de cooperación me hizo un encargo: “Ya que tenés archivos de Berta hagamos un trabajo cortito sobre Berta”. Así que me reuní con ella, vine para Honduras unos días ya pensando en volver, y me reuní con Miriam Miranda, que es la coordinadora de la Organización Fraternal Negra. Y también con Berta, que iban a ser los personajes de esa pieza chiquita, de quince minutos.

Me reuní con ella el primero de marzo; hablamos de las tomas aéreas que queríamos hacer y me comentó que quería aprovecharlas para ver cómo estaba el plantel de la empresa que está desarrollando la hidroeléctrica. Platicamos en los términos más políticos lo que ella necesitaba que se dijera en ese documental, y al día siguiente estaba yo con mi compañero, con Milton, y me avisan que la habían matado. Lo primero que me vino a la cabeza es: “Tengo que contar esto; estoy haciendo una pieza sobre ella, tengo que seguir en ese curso”. Y fue lo que hicimos. El dolor se guarda y lo que se impone es contar lo que está pasando. Conseguí el equipo de trabajo. Igual me pasó con el documental del golpe de estado, que me agarró en un momento difícil. Empezamos a trabajar desde el día que estaba en la morgue; coordiné otro equipo para que encontraran a la gente que venía de San Pedro, de la costa norte, que es Miriam Miranda, muy amiga de Berta, y ahí empecé.

La agencia que nos había encargado el trabajo de Berta fue imposible que entendiera que había que hacer una película. Así que cumplí con hacer el corto, que se llama Berta vive, de cara al trabajo con esta nefasta agencia de cooperación que se llama Oxfam. Y acumulé material, siempre con la idea de que después íbamos a hacer un largo, de que iba a seguir el camino que había decidido Berta.

No era solamente decir que la comunidad lenca está perdiendo una fuente de agua o un río —que es sagrado—, sino cuáles son las empresas transnacionales y nacionales que están conformando un patrón de muerte en contubernio con el estado, con funcionarios públicos, para apropiarse de recursos naturales y hacer negocios que nunca les van a servir a las comunidades, sino a las transnacionales y a las empresas.

Eso era lo que Berta estaba señalando, y señalaba a la banca. Entonces dijimos, “vamos a ser consecuentes, y lo que este documental va a contar es lo que Berta hubiera contado si no la matan; no vamos a hablar de ambientalismo, no vamos a hablar de indigenismo, vamos a hablar de Berta, que fue guerrillera, que siempre luchó, que fue consecuente con su pueblo, y que alcanzó el poder con su discurso, con sus alianzas, con su trabajo internacional, por eso la mataron.

A Berta la conozco desde hace muchos años. Ella era muy amiga de mi hermana que es cantora. Nos cruzamos siempre en los espacios de lucha con Berta incluso fuera del país; con Miriam también. Me dolió mucho la muerte de Berta, y creo que hemos logrado hacer una película a la altura de su lucha. Espero que incida en el juicio y alcance a la familia Atala, a los banqueros que están detrás del asesinato de la compañera Berta.

Octavio Fraga: Berta es para el mundo, para Cuba también, una leyenda, un mito. Por todo lo que hizo, por su personalidad, su empeño ¿subrayas esta idea de leyenda en Berta Cáceres en este documental?

Katia Lara: Sí. Soy consecuente con esa figura de leyenda que está asumida. Se convierte en un símbolo. Lo asumo así en el documental, no soy la que lo genera. Probablemente le doy protagonismo a esa situación porque de esa manera nos sorprendió. Realmente no me hubiera esperado que, en japonés, en árabe, en turco, en francés, en italiano, en inglés, apareciera la noticia de su muerte y que viniera tanta gente de todo el mundo. Esa es otra película. Lamentablemente todo ese material no lo pudimos incluir porque se iba para otro lado el relato.

La connotación de esa figura cada quien la asume de acuerdo a su interés, las feministas la toman, las ambientalistas la toman, las indigenistas la toman. No era nuestro principal objetivo, pero no nos divorciamos o no nos desprendimos de eso, es imposible. Ella se convirtió en un símbolo, en una leyenda.

Octavio Fraga: Una de las testimoniantes del documental dice como una especie de sentencia, la leo para ser respetuoso con sus palabras: “En Honduras la verdad se mata y se arregla”, ¿qué interpretación podemos dar de esa declaración?

Katia Lara: Bueno, a partir del golpe de estado se inició el proyecto político que hoy estamos sacando con estas últimas elecciones en el que poco a poco fueron cooptando todos los poderes. Primero el poder legislativo, después los compraron todo. La conformación de la Corte Suprema de Justicia fue a puro pago, se compraron los jueces, se compraron la voluntad de los medios de comunicación, y todas las instituciones están para el poder. Aquí realmente la justicia no tiene más dueño que Carlos Flores Facussé, Camilo Atala, Guillermo Hueso; el sistema financiero, el sistema bancario. Ellos son los dueños de los medios de comunicación, que es una de sus armas para sostener el proyecto, para blindarse, y el poder ejecutivo es vital para ellos, para evitar extradiciones en el tema del narcotráfico o evitar juicios por corrupción.

Si esta médico forense —que dice esas palabras que me estás citando— habla de un noventa y ocho por ciento de casos sin procesar, aquí no hay justicia, no hay procesos. Es terrible, parece una historia de ficción, pero esa es la realidad y eso es lo que estamos cambiando o intentando cambiar en este momento. Aquí la verdad se arregla, se arregla a favor de los poderosos; está pasando ahorita con David Castillo [i]que lo condenaron, y ahora, una fuente nuestra, un abogado, nos contaba que después de que fue enjuiciado van hacerle una nueva solicitud para reducirle la pena. Su proceso lo está pagando el banco, tanto para Sergio Rodríguez [ii]como para David Castillo. Imagínate qué intereses se mueven ahí, y eso nosotros lo sabemos. Seguramente no van a cumplir la pena completa, algo va a pasar.

Este gobierno va a permitir que se consiga justicia en el caso de Berta Cáceres, es una de las consignas de campaña de Xiomara Castro de Zelaya, que es la presidenta que acaba de asumir. De hecho, cuando tomó posesión, la hija de Berta Cáceres, que es la actual coordinadora del COPINH (Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras) organización que representa a la comunidad lenca aquí, Berta Zúñiga Cáceres, le entregó el bastón indígena a Xiomara Castro que se ha comprometido a defender a las organizaciones indígenas, a los pueblos originarios indígenas y lencas, a luchar contra las transnacionales para recuperar los territorios y evitar el desplazamiento. Entonces, vamos a ver si este gobierno realmente es consecuente con lo que dijo y cumple, y dejamos de vivir en un país —como lo califica la médico forense en el documental— donde la verdad se arregla.

Octavio Fraga: Tu largo Berta soy yo tiene una riqueza de testimonios, de pluralidad de miradas, que te permite entender el proceso de Berta desde su vida hasta su asesinato y lo que pasado posteriormente en términos judiciales. Sin embargo, yo noto que tú también le das importancia a los espacios rurales y urbanos y a otros protagonistas sociales que están presentes en el documental. ¿Qué importancia le das al tema de los contextos en el documental de Berta soy yo?

Katia Lara: Es fundamental, ese era un reto grande. Como la película se desarrolla también en espacios cerrados, son personajes de oficina, personajes que trabajan con papeles, que van a reuniones, conferencias de prensa, y es importante lo que se va contando en esos espacios. Pero el contexto del juicio, del campo es importante. Si el ministro, por ejemplo, de la Secretaría de Medioambiente dice que los lencas no existen, y lo va a decir en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, yo debo ver esa situación en la película, yo debo ver a la comunidad lenca que es la escena en donde Mamá Berta, que es la madre de Berta, va a la radio comunitaria, y nadie puede decir que esas mujeres que caminan con Mamá Berta no son indígenas. Llevan su pañuelo en la cabeza, sus vestidos de colores. Si dicen que no existe el pueblo lenca pues ahí está.

La película se desarrolla con la presencia de una misión de la OEA (Organización de Estados Americanos) y el relato no podría funcionar si nosotros no contamos que en Honduras, cuando matan a Berta, hay una comisión contra la corrupción de esta organización, cuyo presidente, el señor Almagro, termina haciendo un pacto de impunidad con Juan Orlando Hernández (ex presidente de Honduras) para evitar que avance el trabajo de la comisión, porque está tocando los intereses de los empresarios corruptos, y hay que sacarlos. Entonces, todo ese contexto político es lo que le da cuerpo a una historia que no se basa, como te decía, ni en el feminismo (no estoy despreciando el feminismo por esta razón) ni el indigenismo. Para nosotros era importante contextualizar toda esa situación política y social para que quedara el relato mostrando a una luchadora que se mueve en esa complejidad política y social.

Octavio Fraga: Una última pregunta más o menos personal. Sé que tienes muchos temas pendientes por realizar, muchas ideas por abordar como cineasta, ¿nos puedes revelar cuáles son tus proyectos futuros en términos de cine?

Katia Lara: Sí, claro, Octavio. Queremos cerrar un documental sobre la caravana de emigrantes, me imagino que llegó hasta Cuba noticias de una caravana en 2018. Nosotros hicimos el seguimiento de una compañera del equipo de El Perro Amarillo, que es el equipo periodístico en el que yo trabajo. Ella se fue desde Guatemala, haciendo toda la ruta, y yo termino filmándola en Tijuana.

Quiero armar ese relato, está muy hermoso el material. Mira cómo es la vida nos encontramos, de casualidad, con el mismo director de fotografía que hizo Berta soy yo. Me llamó —nosotros íbamos para Ciudad de México— y ahí hubo un momento importante de espera de esa caravana, y me dice: “Yo estoy ahorita en Guadalajara”, y entonces eso nos permitió que él se uniera al equipo y hacer un material hermoso. Queremos terminar ese documental sobre la caravana contado a través de una jovencita, que tiene veintidós años, que decide hacer ese viaje en lugar de graduarse con su promoción de periodismo. Ella estaba haciendo la práctica con nosotros en ese momento, así que es una historia tierna desde un personaje que yo no he abordado, un personaje tan joven con una meta muy concreta. Es muy fácil de seguir el tema, muy enternecedor, esa es la palabra.

También queremos retomar un documental que quedó inconcluso cuando empezamos el proyecto de Berta, por el asesinato de Berta. Cuando mi mamá fallece, en 2015, ya teníamos el primer corte de Entre objetos, que es un documental sobre los gemelos que participaron en ¿Quién dijo miedo? Honduras de un golpe.

Esta película, Ente objetos y Berta soy yo, sería una trilogía de Honduras a partir del golpe. El primero, desde el golpe de estado hasta 2010. La segunda parte de esa trilogía, es sobre el exilio de cuatro años de dichos gemelos durante, porque ellos se reencuentran en 2014 en Buenos Aires, que es el cierre de esa aventura de uno por Europa y del otro por América Latina. Esas dos historias confluyen en 2014 y nos permite ver a Honduras desde Europa y desde América del Sur. Desde una España con sus conflictos, que vos también viviste cuando conociste a René, uno de ellos. La última sería Berta soy yo, que empieza con su proyecto de defensa del territorio lenca en 2013 y termina en 2020. Entonces tendríamos, a través de tres largos, una mirada sobre Honduras

No fue diseñado de esa manera, no fue concebido así, pero Berta también es un personaje de Entre objetos. Hay momentos donde los gemelos contactan con Berta, y hay un par de escenas, incluso una llamada telefónica a ella de uno de los gemelos. Entonces Berta sería como un leve hilo conductor que se potencia en el tercer episodio. Así que yo quisiera que lográramos terminar esa película del medio con esa mirada, y terminar el relato de la caravana.

Octavio Fraga: Bueno, muchas gracias, Katia, por estar en este espacio “Diálogos en reverso”. Yo te transmito desde acá, desde La Habana, toda la luz y toda la energía para esos sueños que tienes pendientes hacer y, por supuesto, estaré encantado de verlos, de escribir, de comentar, y contribuir a la socialización de tu obra. Gracias por estar en este espacio de la Unión de Periodistas de Cuba, y por supuesto, seguimos en contacto siempre de muchas maneras.

Katia Lara: A ustedes, ha sido un privilegio para mí compartir con ustedes, y gracias por los buenos deseos.

Octavio Fraga: Un abrazo grande desde La Habana, Cuba, para ti.

Katia Lara: Listo, gracias, saludos a todos y todas.

Octavio Fraga: Gracias, chao.

[i] David Castillo, ex gerente de la empresa Desarrollos Energéticos, y responsable del proyecto hidroeléctrico Agua Zarca. Fue declarado culpable como coautor de participar en el asesinato de la defensora de los derechos humanos hondureña Berta Cáceres en 2016.

[ii] Sergio Rodríguez trabajó estrechamente con otros imputados y empleados de DESA para desarrollar actividades monitoreo de las actividades de Berta Cáceres y demás líderes de COPINH, mediante el pago de personas de las comunidades para infiltrar las actividades organizadas del COPINH con el fin de realizar acciones en su contra. Fue autor de evaluaciones de impacto social y ambiental para el Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco Mundial. En su accionar como empleado de DESA brindaba la información y cooperación necesaria para la vigilancia de Berta Cáceres. Es además gerente General de la Empresa ECOLOGÍA Y SERVICIOS S.A. – ECOSERVISA.

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Las multinacionales tienen un camino más fácil en países con gobiernos neoliberales

José Manzaneda. Periodista y cineasta vasco

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

 Transcripción de la entrevista a José Manzaneda, periodista y cineasta vasco, en el espacio Diálogos en reverso de la Unión de Periodistas de Cuba, realizada el 26 de enero de 2022 en torno a su documental El segundo desembarco. Multinacionales españolas en América Latina.

Octavio Fraga: Hola, bienvenidos a otra edición de Diálogos en reverso, un espacio de la Unión de Periodistas de cuba. Como habíamos anunciado previamente tenemos a otro gran invitado esta semana, José Manzaneda, periodista y cineasta vasco. Bienvenido José, buenas tardes desde La Habana, Cuba.

José Manzaneda: Un honor estar con todos vosotros y vosotras, con la gente de Cuba, con la buena gente.

Octavio Fraga: El Diálogos de hoy es un mestizaje entre el título del documental, y a la vez el tema. Vamos a platicar sobre un documental que realizó Manzaneda en el año 2010, que mantiene total vigencia. Se titula El segundo desembarco: Multinacionales españolas en América Latina.

Se impone presentar —más al detalle— a Manzaneda. Además de periodista y realizador audiovisual, es coordinador de Cubainformación, una web que apuesta por la defensa de la Revolución cubana, bien conocida entre nosotros en la isla. Por supuesto, les estamos muy agradecidos por su permanente labor en defensa de nuestro proyecto social y político. Nuestro invitado es autor del libro Cuba, verdades y mentiras, del que ya circula una segunda edición. Es autor de decenas de guiones acerca del tratamiento informativo sobre Cuba. Y, además, colabora como analista internacional en los informativos de los canales televisivos internacionales Russia Today e Hispan TV. Como realizador y guionista cuenta además con un sustantivo currículo enfocado en el campo de la sensibilización y la educación para el desarrollo materializado en organizaciones como Paz con Dignidad, Reas, Unicef, Ekologistak Martxan o Alboan. En su abultada labor como creativo audiovisual se incluyen series educativas sobre cooperación, voluntariado, derechos humanos y medios de comunicación.

José Manzaneda: Muchas gracias, Octavio.

Octavio Fraga: ¿Qué te inspiró hacer esta pieza cinematográfica?

José Manzaneda: El segundo desembarco. Multinacionales españolas en América Latina, realmente fue un encargo de la Organización Paz con Dignidad. Es una ONG de izquierda española que tiene un lugar, un proyecto —de muchos años— que se llama OMAL, es el Observatorio de Multinacionales en América Latina. Se dedica, básicamente, a monitorear los impactos que tienen en la economía, en la soberanía, en el medio ambiente, en la salud de los pueblos de América Latina, la presencia de multinacionales no solamente españolas, también las canadienses, las estadounidenses, las inglesas, las de otras naciones.

En aquel momento, Paz con Dignidad habló conmigo, pues llevo muchos años haciendo documentales de temáticas sociales y políticas, y realmente yo también tenía muchas ganas de abordar el asunto de los impactos de las multinacionales tras un proceso de neoliberalismo intenso, puro —o casi puro— en América Latina en los años noventa, y transmitirlo de la manera más sencilla y pedagógica posible. Para que este documental fuera una especie de herramienta educativa y utilizarlo en proyecciones de pequeño formato, en las escuelas, en los festivales y en las salas cines.

El documental trata de reflejar qué produce en las sociedades latinoamericanas la presencia de multinacionales, sus efectos negativos. Una inversión extranjera sin respeto a la soberanía de los pueblos y de los países y sus consecuencias. Porque la inversión extranjera no tiene por qué ser mala, al contrario, yo diría que es muy necesaria para los países del sur global, como es el caso de Cuba, por ejemplo, que está tratando de acercar la inversión porque es una forma de sobrevivir su economía, de tener un poco de motor. Pero no es lo mismo hacerlo de una manera neoliberal, abriendo las puertas de tu casa para que hagan lo que quieran, que hacerlo con las normas soberanas de un país —como es el caso de Cuba—. Esto, por supuesto, tiene una gran complejidad y no lo voy a resolver en un análisis sencillo y corto, pero, de alguna manera lo que tratamos era de mostrar ese contraste, entre una vía abierta libre al mercado, y las posibilidades de ponerle ciertas cortapisas soberanas a ese capital.

Octavio Fraga: Para la realización del documental apelas, como recursos cinematográficos distintivos —en primer lugar— al testimonio. Muchos e importantes testimonios de mucha gente que le da riqueza al filme. En segundo lugar, te apropias de materiales de archivo y elementos simbólicos asociados a las multinacionales. No menos importante resulta la ficcionalización como herramienta para distinguir el tema de la desinformación. ¿Apelaste a estos recursos porque pensabas, o piensas, que había un desconocimiento del tema en España y en buena parte del mundo?

José Manzaneda: Hay un desconocimiento absoluto del tema y todos los materiales que se hagan en este sentido son buenos, en cualquiera de sus formatos. Es cierto que hay que utilizar los formatos de pegada más rápida, o formatos más sencillos explicando las cosas como un abc, porque existe muy poca cultura política en general y existe muy poca información sobre la penetración del capital —en este caso del capital español— en los años noventa en América Latina. Incluso existen grandes mitos, como existían en aquel momento en esos países de América Latina donde se implantó ese capital —desde Argentina hasta Colombia— como que todo es bueno. Esto tuvo graves consecuencias en materia de soberanía, en materia de medioambiente y de derechos laborales; incluso en materia de derecho a la vida. En el caso de Colombia es claro, donde hay una relación directa en algunos casos, y no pocos, entre las masacres y los asesinatos de líderes sindicales con la implantación de determinadas multinacionales o capital extranjero en ciertas zonas del país. Eso ocurría en aquel momento y sigue ocurriendo ahora ¿Por qué? Entre otras cosas porque Colombia sigue con un modelo neoliberal que capta mucho capital extranjero. Este capital extranjero, indudablemente, a nivel macro, tiene una incidencia positiva en la economía, crea crecimiento en algún aspecto, pero también crea enormes desigualdades e impactos en la vida social, económica, política, y en los derechos humanos de una parte importante de la población de este país.

Octavio Fraga: Hablemos del recurso de la ficción. Hay dos actores que utilizas en el filme documental que recrean el mundo interior de los grandes medios de comunicación y su mirada sobre el tema, no voy a decir distanciada, más bien crítica, revelándose como un destaque muy importante en el documental. ¿Existe una complicidad entre los medios de comunicación y las multinacionales en torno a ese discurso del éxito que supuestamente tienen?

José Manzaneda: El guion es mío. Paz con Dignidad y la OMAL me dieron libertad plena en la escritura del guion, y además coincidimos en los objetivos. Yo quería resaltar, sobre todo, el papel de los medios de comunicación. No solamente porque esos medios de comunicación son otra multinacional más que entra en juego en los países de América Latina con una incidencia notable, sino porque sirve también de factor de justificación y legitimación ideológica de esa penetración del capital tanto en España como en los países que la implantaron. Estamos hablando de grupos como Prisa, ligados a lo que han llamado socialdemocracia y a otros grupos más vinculados a la derecha clásica española. Pero en cualquier caso son grupos mediáticos que se implantan en países como Colombia o Argentina ligados a veces a otras estructuras empresariales. Puede ser la telefonía, que se privatiza en esos países, u otros sectores empresariales que actúan como arietes justificativos. Desarrollan una actividad empresarial sin freno del capital español, y también como justificación del origen. Cuando hablamos de origen, tenemos que remontarnos precisamente a de dónde viene ese proceso de implantación de estas multinacionales españolas en los años noventa. Viene de un proceso de privatización en España donde empresas como Telefónica, que eran estatales, son privatizadas y se convierten en empresas expandidas en los países de América Latina. Son ganadores de ese proceso de privatización en la telefonía de determinados países y se quedan con la concesión de esos sectores estratégicos. Reitero esto porque a partir del control de dichos sectores estratégicos se controlan las decisiones políticas, las propias relaciones internacionales y el papel que tienen los gobiernos en decisiones frente a terceros países. Esos gobiernos, que han permitido la entrada de un capital sin freno y sin leyes prácticamente y con una legislación fiscal absolutamente laxa, flexible, es lógico que luego se plieguen a los intereses políticos y a las decisiones que se toman en los países más poderosos. En aquel momento, plegados a las decisiones y a los intereses del gobierno español, pero también —y sobre todo— a las decisiones y a los intereses del gobierno de los Estados Unidos, que también tiene su propio proceso de implantación de sus multinacionales en América Latina.

Octavio Fraga: Tú eres un experto en desmontar desinformación. Bien sabes que estamos en la era de las fake news, de los bulos. Volviendo al tema de las multinacionales, ¿cómo se articulan las Multinacionales españolas y los medios de comunicación en este terreno?

José Manzaneda: Yo creo que hay un elemento común, y es que estos medios de comunicación que acabamos de mencionar no solamente son parte de ese entramado empresarial que comparte intereses con esas empresas que se implantan en los países de América Latina, sino que también dependen económicamente de la publicidad de esos sectores o de esas empresas. Medios de comunicación y grandes sectores económicos, desde la banca hasta la telefonía, consultoras y otra serie de empresas de sectores que comparten intereses y por supuesto una ideología capitalista, liberal. Esta sirve precisamente para legitimar toda su actuación, para legitimar además la lucha permanente contra cualquier intervención del estado en esos países, que pueda lesionar, entre comillas, sus intereses. Que les pongan más impuestos, que les pongan determinadas medidas medioambientales que en sus países de origen tienen que cumplir, pero no en los países en los que se implantan. Eso lo hemos visto en momentos muy concretos de una manera salvaje. Es el caso, por ejemplo, cuando el gobierno de Bolivia decidió nacionalizar sus recursos naturales, pues hubo una feroz campaña de desinformación por parte de toda la estructura de medios de comunicación españoles en defensa de los intereses de Repsol (aunque no lo decían así) que ganaba, por ejemplo, un cuarenta por ciento o lo que fuera. Resulta que de la noche a la mañana dejó de ganar tanto y empezó a ganar la mitad o una tercera parte. Esa fue una decisión trascendental y soberana de un gobierno. Años después consideraron que era el momento y dieron el zarpazo —el golpe de estado de 2019— que no fue más que un ajuste de cuentas o un intentar revertir las cosas para ir hacia el momento anterior, a 2006, que es cuando se produce aquella nacionalización. Pues los medios de comunicación han jugado un papel esencial en generar fake news, o simplemente silenciar las cosas y potenciar determinadas realidades que igual son anecdóticas y las convierten nuevamente en el motivo principal de una noticia, de un reportaje, o de toda una campaña de desinformación en el tiempo.

Y hoy en día sigue un poco la misma tónica. Todo lo que un gobierno de América Latina tome o apruebe leyes y medidas que afecten un poquito los intereses de una empresa española, pues automáticamente se generan noticias que demonizan a ese gobierno en relación con esa empresa. La opinión pública española se lleva a su mente que ese gobierno es muy malo y por lo tanto lo que hace en materia de legislación frente a los intereses de esas empresas españolas también es malo.

Octavio Fraga: En tu documental se avista una fortaleza, la riqueza de expertos que protagonizan. Todos convergen en un punto —a mi criterio es el tema—, la privatización como pilar inviolable que legitima el discurso de las multinacionales ¿Crees que es el único?

José Manzaneda: Es el punto digamos, de inicio, de todo un proceso neoliberal. El neoliberalismo lo legitima a comienzos de los años noventa, incluso un poquito antes en algunos países. Lo deciden gobiernos autoritarios. Por ejemplo, en la etapa previa a la explosión del neoliberalismo, el país vanguardia fue Chile con la dictadura sangrienta de Augusto Pinochet. Pues el primer elemento fue privatizarlo todo o casi todo, excepto el ejército y la policía. La represión y el poder del monopolio de la fuerza era del estado, todo lo demás debía ser privatizado salvo aquello que no podían hacerlo porque la contestación popular era demasiado fuerte. Esa privatización fue la manera en que los funcionarios de esos gobiernos —muchos de ellos también vivían del sector privado, hay que recordarlo— tenían fuertes intereses ligados a empresas de sus países, y para eso están además las puertas giratorias, que siempre funcionan. Hablo de los funcionarios que después acaban en los consejos de administración de las empresas privadas de sus países o de los países inversores. Digamos, deciden privatizar un montón de empresas, y curiosamente en esos momentos algunas empresas que habían sido privatizadas en España son las que se implantan y recogen las cenizas de la destrucción de esas empresas públicas ahora privatizadas y las convierten en una sucursal de sus empresas matrices, la privatización no solamente de las empresas sino de todo. La privatización de todos los elementos de la vida, como ha sido la privatización del agua, incluso de los ríos. Todo eso lo hemos visto y lo seguimos viendo en muchos países de América Latina donde se nos dice que al pasar al sector privado absolutamente todo va a funcionar mucho mejor.

Desgraciadamente, o afortunadamente, algunos pueblos de América Latina se han dado cuenta de que todo esto era una absoluta mentira y que el sector privado indudablemente tiene algunas ventajas en algunos aspectos y bajo determinadas normas, pero realmente en el contexto general se produce un enorme desastre tras un proceso integral de privatización. Todo eso tuvo después una vuelta, vamos a decir de péndulo, vino luego el ciclo progresista en América Latina que es una respuesta precisamente a toda esa década neoliberal.

Octavio Fraga: Te pongo en la piel de esta pregunta ¿Atacar a una multinacional, denunciarla, encararla de muchas maneras, es atacar un capital simbólico del estado español?

José Manzaneda: Sí lo es, porque detrás de estas empresas, o defendiendo la imagen de estas empresas, no solamente están sus departamentos de imagen, de relaciones públicas, de marketing, está también todo el complejo de medios de comunicación españoles que viven de la publicidad de esas empresas. Algunos de estos medios son del accionariado de esas empresas o al revés y en cualquier caso comparten una misma visión del mundo y una misma visión de lo que tiene que ser la marca España. América Latina es, digamos, la región de influencia, o ha sido una región de influencia del capital español durante varias décadas por motivos históricos evidentes.

Criticar a las multinacionales es peligroso siempre y cuando tengas un cierto altavoz para hacerlo, pero el problema es que no lo hay. Hacer un documental, hacer cuatro mil videos sobre los impactos de las empresas españolas en América Latina no te garantiza que te lo van a poner en una televisión, jamás vas a llegar al gran público. Entonces, ellos están cómodos con la crítica, el elefante está muy cómodo cuando el ratón le está tratando de morder el pie, porque realmente no hay una posibilidad de hacer una crítica pública y este documental jamás se va a poner en los grandes medios de comunicación, ni tampoco en la televisión pública española, donde supuestamente tiene que haber un poquito más de libertad o de pluralidad.

Cuando tú me preguntabas por el guion y la ficción que utilizamos en el documental, en él aparecen una periodista y su jefe de redacción. Ella, con una cierta ingenuidad, le dice que por qué no van a poner este documental que le ha llegado. Fíjate lo que pasa en América Latina con las multinacionales, es un desastre y realmente es un tema de derechos humanos, y creo que el público nuestro debe conocerlo. Él automáticamente le dice: “nosotros vivimos de la publicidad, vivimos de estos señores tan malos, entonces no lo vamos a poner de ninguna manera”. Y esto, que puede parecer un poco bufonesco, es la puñetera realidad. Así son las cosas, quizás con periodistas menos ingenuos, los periodistas contratados, pues son contratados porque piensan igual que sus jefes y si no piensan igual pues se callan, actúan con una gigantesca autocensura en cualquiera. En los grandes medios de comunicación españoles jamás verás un trabajo crítico, verdaderamente crítico, sobre las empresas y los impactos que ha tenido la inversión extranjera española, en este caso, en América Latina.

Octavio Fraga: De alguna manera ya me respondiste una de las preguntas que tenía, pero igual la abordo. ¿OMAL, que es la productora de tu documental, intentó ponerlo en alguna televisora nacional, regional o local de España? ¿Qué pasó con tu documental en este sentido?

José Manzaneda: Soy consciente de que se intentó. Por mi parte, también hice intentos de que se pusiera en algunas televisoras, a toda se les ofreció, no hubo respuesta. Tampoco te dicen que no, simplemente te dicen que no callando la respuesta. Este documental puede ser televisado en un pequeño local, una pequeña emisora local, como fue el caso de Tele K, en Vallecas, pero no dejan de ser canales alternativos. Son espacios importantes, igual que poner hoy un video que producimos en YouTube, pero sabemos que ese en el conjunto del maremágnum de la desinformación y del control que tienen de las producciones informativas, los grandes medios de comunicación. Aunque, tenemos que seguir haciéndolo y tenemos un papel que cumplir ahí. Sobre todo, buscando un público que ya es crítico, un público que a lo mejor no está del todo informado, pero tiene una alta desconfianza en torno a los medios de comunicación. A ese público hay que servirle materiales, información, documentales. En este caso, que les formen y que les informen sobre lo que ocurre para que precisamente sea una especie de correa de transmisión de esa información. Pero los grandes medios de comunicación jamás van a poner un trabajo de este corte.

Octavio Fraga: Al principio me hablaste —me parece importante tocarlo— sobre el vínculo de las multinacionales con el paramilitarismo, sobre todo en Colombia. Me interesa que profundices un poco sobre cómo es esa relación ¿Cómo se articula el vínculo de las multinacionales con el paramilitarismo, y por supuesto, los gobiernos?

José Manzaneda: El caso de Colombia es emblemático, por muchas razones. Uno no sabe si reír o llorar cuando escucha que en países como Cuba hay represión, que en Colombia fueron asesinados ciento cuarenta y cinco líderes sociales el pasado año. Setenta y dos mil personas desplazadas de sus hogares por violencia. Han habido sesenta muertes, aproximadamente, desde el inicio de las protestas sociales en abril, sesenta muertes por represión policial la inmensa mayoría.

Colombia es un país violento porque hay una estructura social violenta o violentada por factores sociales, por enormes desigualdades y, precisamente, por una estructura neoliberal que le ha dado un poder desmedido al capital interno, al capital nacional, a la oligarquía colombiana y también al capital transnacional, en algunos casos muy ligados unos con otros. En algunos lugares del país, donde caen líderes sociales, donde son asesinados, ¿son asesinados por quién?, pues por terratenientes, por paramilitares a los que les pagan los terratenientes o les pagan directa o indirectamente determinadas empresas, algunas de las cuales son empresas multinacionales muy ligadas al capital transnacional. Hay lugares donde ha habido una resistencia activa, durante muchos años, para que determinadas tierras no sean tomadas por el capital internacional, y de alguna manera sean expropiadas. En las comunidades campesinas ha habido una alta resistencia, y precisamente en esos lugares es donde ha habido una presencia paramilitar que ha desplazado al campesinado, que ha asesinado a mucha gente para que venga la multinacional e invierta en determinados cultivos o en otras industrias o en sectores extractivos, fundamentalmente en este país.

Hay una ligazón importante, una ligazón absoluta con el poder político. En la época en que gobernó Álvaro Uribe Vélez, que es como si fuera el actual presidente de Colombia o es el jefe político del actual presidente de Colombia quien no ha cambiado absolutamente nada, este señor pues no solamente dio vía libre a los paramilitares, sino que fue uno de sus padrinos. La justificación era precisamente esa, que el capital llegue al país de cualquier manera, que haya mucha más inversión de cualquier manera, porque al final quien se beneficia de todo eso, fundamentalmente, no es solo el capital foráneo sino también las oligarquías locales, muy ligadas precisamente a la política.

Octavio Fraga: Nuestros países, por ejemplo, Bolivia, Honduras, Venezuela, han sido escenarios de golpes de estado o acciones de desestabilización —bien conocido el tema de las guarimbas—. ¿Se puede afirmar que, de alguna manera, se perciben nexos de las multinacionales en esas acciones?

José Manzaneda: Absolutamente. Las multinacionales, sean españolas, sean norteamericanas —las de Estados Unidos todavía mucho más— han tenido un papel de alianza clara con movimientos políticos vinculados al golpismo, a la derecha en estos países. Puede ser el caso de Bolivia, de Venezuela, vinculados también al poder mediático del sector privado como justificador de estas acciones irregulares o de desestabilización política y justificadores de los propios intereses de estas empresas. ¿Cómo? Demonizando, por ejemplo, cualquier iniciativa legal o fiscal que grave con más impuestos a la inversión o que apruebe determinada legislación medioambiental mucho más estricta con las inversiones extranjeras.

Es absolutamente evidente. Además, estas empresas tendrían muchos más beneficios, sus intereses se verían mucho más reforzados —lo hemos visto— con gobiernos de derecha que con gobiernos más a la izquierda. Las multinacionales tienen un camino mucho más fácil, ganan mucho más dinero en países con gobiernos neoliberales.

Son los que les cobran menos impuestos, son los que ponen menos problemas legales y menos leyes que regulen su actividad. No solamente en la cuestión de la ecología, sino en los derechos laborales y los derechos humanos en general. Existe un plan global neoliberal que es la privatización y la entrada del capital sin freno. Este es el sueño del capitalismo, y dentro de este sueño, está que un día eso pase en Cuba.

Tenemos que llegar a un pacto para que esto realmente sirva a los intereses del país, tribute de manera adecuada al presupuesto y sirva para mejorar las escuelas y los hospitales, y no sea para que se lo queden una gran parte el inversor extranjero y otra parte un empresario nacional. Ese es el gran sueño que tienen y es lo que hay detrás de todas las acciones de desestabilización contra Cuba en estos momentos.

Lo mismo ha habido en otros momentos, en otros países. Ahora mismo hay un péndulo de, digamos, política en América Latina que está girando más hacia la izquierda. Se están viendo reacciones, un tanto viscerales, en algunos países. Es el caso del Perú y es el caso de Honduras. Hay entonces resistencia absoluta a ese tipo de cambio, porque indudablemente va a suponer que esas multinacionales y ese capital privado van a tener un poquito más enmarcado su quehacer y su actividad económica.

Octavio Fraga: Una de las banderas que engallan las multinacionales es que son respetuosas con el medioambiente. Hace unos días fue noticia el derrame de petróleo provocado por Repsol en las zonas costeras del Perú que ha impactado en 24 playas de esa nación. ¿Qué interpretación podemos hacer de estos hechos?

José Manzaneda: Al margen de la causa de este gran vertido, está la responsabilidad de la empresa. El gobierno de Perú es soberano, tiene que serlo, y tiene que pedirle las cuentas correspondientes a una empresa que ha provocado o que ha dejado que esto ocurra, sean cuales sean las circunstancias y las causas. No vamos a ser demagógicos, un vertido puede ocurrir también en un país donde la empresa sea controlada de manera soberana, pero indudablemente todas estas empresas han tenido, durante muchísimos años, el camino libre para no responder, es el caso emblemático de la Chevron en Ecuador.

Hubo una gran campaña en su momento cuando teníamos ese gobierno tan progresista y que consiguió tantas cosas en Ecuador, el de Rafael Correa. Una campaña precisamente para denunciar los vertidos de esta empresa petrolera estadounidense en Ecuador, precisamente para que no solamente esto cesara, sino que rindiera cuentas y pagara su deuda ecológica. En el caso de Perú yo entiendo que el gobierno tiene que actuar y así lo apoyaremos quienes estamos en los movimientos sociales en el mundo. Repsol tiene, en este caso, que responder por un hecho tan grave como este que tú acabas de mencionar.

Octavio Fraga: Las multinacionales, de alguna manera, tienen un nivel de impunidad, en buena medida porque el periodismo no está a la altura de las circunstancias. Tú eres un ejemplo de lo que debe ser el periodismo. ¿Cuáles son para ti, las claves que debe tener un periodista hoy, o un cineasta, para estar a tono con los tiempos y las realidades tan complejas que vivimos?

José Manzaneda: El periodismo que se hace, o que se puede hacer, con una cierta audiencia hoy en día en Europa —vamos a decir en el mundo occidental capitalista— tiene muy pocas posibilidades de reunir algunos de los elementos que yo creo que debe tener este periodismo. Porque ha de ser un periodismo crítico, que va al fondo de los problemas y los dramas sociales, que no se contenta con reflejarlos. Es cierto que los medios de comunicación, a veces mencionan los dramas sociales que ocurren en los distintos países del mundo, el problema es que muchas veces o culpabilizan a quienes luchan precisamente contra las causas que provocan esos dramas o esos males sociales, o sencillamente no las analizan, ponen el problema sobre el tapete pero nada más.

Un periodismo verdaderamente profesional y serio tiene que ir a la raíz y a las causas de los grandes problemas sociales. No sé si afortunada, o desgraciadamente, para los poderosos, no le queda otro remedio que hablar del conflicto de clases, de las enormes desigualdades sociales y económicas de este mundo, de las grandes injusticias. Eso es ir realmente al fondo y a la raíz de los problemas, y también hay que reflejar cuáles son los movimientos sociales, los gobiernos o las iniciativas que luchan o que van a la raíz de esos problemas sociales, las causas que generan esos problemas sociales. Eso es lo que no hacen los medios de comunicación y el periodismo contemporáneo, que se dedica solamente a la superficie de los problemas en una especie de ejercicio telegráfico. En muchos casos hacen una reproducción de las notas de prensa generadas por empresas privadas o públicas, pero con intereses políticos muy concretos y con una ideología neoliberal muy clara, y silencian absolutamente causas y actores sociales que luchan o que van a la raíz de esas problemáticas sociales. En muchos de los casos, lo único que hacen cuando mencionan a estos movimientos sociales que luchan, a estos gobiernos que tratan de legislar poniendo su mirada en las causas que provocan los problemas sociales, es demonizarlos, culpabilizarlos. Al final no se hace un análisis de las grandes catástrofes de este sistema capitalista. Y no solamente eso, sino que además se culpabiliza a quienes son alternativas de ese sistema capitalista.

Octavio Fraga: Cierro con una última pregunta personal. Sé que tu labor como coordinador y periodista de Cubainformación te toma mucho tiempo ¿Harás un documental en un futuro? Me gustaría.

José Manzaneda: Estoy, desde hace muchos años, dedicado en cuerpo y alma a la información alternativa en torno a Cuba, al análisis de la manipulación brutal y absoluta que sufre la realidad cubana, y al ataque constante desde los medios de comunicación. Y ahora también desde ese gran campo de batalla que son las redes sociales en contra de la Revolución cubana; eso no quiere decir que en el futuro no pueda combinar ambas cosas. No si dentro de unos años pudiera volver al campo de la creación cinematográfica, del guion y de la realización de documentales. Una de mis ideas también es hacer algún documental sobre Cuba. Yo veo los trabajos que se hacen sobre Cuba en el formato documental y hay filmes realmente brillantes y hermosos. Muchas veces digo, bueno, pero es que a mí me encantaría hacer un trabajo sobre este asunto, pero es que ya hay cosas tan buenas que prefiero dedicarme a otras temáticas.

Es tal la guerra comunicacional contra Cuba, y es tan importante Cuba como símbolo de resistencia y de futuro para la humanidad, que es importante que existan personas, profesionales en mi caso, que de alguna manera tengamos puesta nuestra mayor atención en el análisis y la defensa de la realidad de Cuba y de las verdades de Cuba, que tiene mucho que ver con el trabajo de desmentir las mentiras. Yo creo que son dos cosas en una. Por un lado, tienes que hablar de las verdades de un país, pero cuando es un país tan atacado no te queda otro remedio que empezar por desmenuzar, por sacar el machete y acabar con tantas mentiras que se dicen sobre ese país. Entonces en ese sentido yo creo que mi labor al menos en el corto plazo va a seguir centrándose en la información y en la producción audiovisual en torno al tema de Cuba.

Octavio Fraga: Manzaneda, agradecido en nombre de la Unión de Periodistas de Cuba por este espacio de diálogo, y nuestra gratitud por lo que haces por nuestro país, por nuestra Revolución. Un fuerte abrazo desde La Habana.

José Manzaneda: Muchísimas gracias a quienes nos han visto, y muchísimas gracias a ti Octavio. Tenemos una amistad desde hace muchos años, y por supuesto, un gran abrazo a toda la Upec, la Unión de Periodistas de Cuba, que es un gremio, un colectivo de personas entrañables muy demonizado por quienes tratan de darle lecciones de libertad de prensa todos los días, que luego no aplican en sus países y en sus redacciones. Mucho ánimo en todo ese proceso de cambios que está llevando a cabo la Upec y los periodistas de Cuba en su propio periodismo, pero de manera soberana, independiente, y tomando sus propias decisiones sin las lecciones de los supuestamente sabios del periodismo, algunos de los cuales, lo único que hacen, es repetir las gacetillas de agencias, y sobre todo obedecer a los amos imperiales y a quienes los mandan en el mundo.

Octavio Fraga: Hemos entrevistado a José Manzaneda, periodista y cineasta vasco en el espacio Diálogos en reverso, muy buenas tardes y gracias una vez más.

José Manzaneda: Muchas gracias.

Documental: El segundo desembarco. Multinacionales españolas en América Latina.

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Hace falta un gran congreso sobre cine en América Latina

Fernando Buen Abad Domínguez. Escritor y filósofo mexicano-argentino. Foto: Eduardo Flores/Andes

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

 Transcripción de la entrevista a Fernando Buen Abad Domínguez, filósofo y escritor mexicano, en el espacio Diálogos en reverso de la Unión de Periodistas de Cuba, realizada el 12 de enero de 2022 obre el tema Los símbolos en el cine, otra vuelta de rosca.

 Octavio Fraga: Hola, buenas tardes, bienvenidos a “Diálogos en reverso”. Hoy retomamos el espacio, después de un largo tiempo de ausencia por el impacto del Covid-19. Nos disculpamos porque hemos tenido problemas técnicos que nos impidieron salir a la hora anunciada. Reiteramos nuestras disculpas, y gracias por estar con nosotros.

Bienvenido Fernando Buen Abad y muchas gracias por aceptar esta plática, por estar con nosotros y por su paciencia para poder materializar este encuentro.

Fernando Buen Abad: Al contrario, un honor siempre, una alegría poder conversar con hermanos cubanos en lucha, que encarnan la Revolución, que son nuestra guía en todo el continente. La Revolución del pueblo cubano, la Revolución de Fidel, de Raúl, así que el agradecido soy yo. Mil gracias por la invitación, y a la disposición.

Octavio Fraga: Le confieso, Fernando, que para mí es un honor poderlo entrevistar. Sabe que lo sigo, lo leo, lo comparto en mi blog, y en nuestros medios usted tiene una importante presencia por sus valoraciones y sus aportaciones en torno a los temas que para nosotros son relevantes, como el tema de la comunicación, los símbolos, que es de lo que hemos acordado hablar hoy, los símbolos en el cine, y nuestra gratitud por tener esa posibilidad de escuchar sus reflexiones, sin dudas, importantes.

Es usted muy conocido en nuestro continente, pero es una práctica hacerlo en este espacio de Diálogos. Como tiene usted una abultada historia profesional prefiero leerla, pues resulta importante para los que nos están viendo.

Fernando Buen Abad es mexicano, residente en Argentina, especialista en filosofía de la imagen, filosofía de la comunicación, y crítica cultural, así como los campos de la estética y la semiótica. Es también egresado de cine la Universidad de Nueva York, licenciado en comunicación, master en filosofía y política. Es miembro de la Asociación Mundial de Estudios Semióticos, del Movimiento Internacional de Documentalistas y de la Red en Defensa de la Humanidad, que es bien conocida en nuestro país. Ostenta, entre muchos otros reconocimientos, el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, que le otorgó el estado venezolano. Es el director del Instituto de Cultura y Comunicación de la Universidad Nacional de Lanús, y por supuesto, tiene una sustantiva obra literaria en torno a los temas que he enunciado y que son necesarios conocer.

Creo que debemos empezar por una pregunta base. ¿Qué es para usted un símbolo? ¿Cuáles son sus singularidades en el cine?

Fernando Buen Abad: El concepto de símbolo tiene, como tantos conceptos, un recorrido histórico, que va haciendo de este concepto una acumulación de acepciones diversas en campos distintos.

Hay una concepción antropológica de los símbolos, que los define como testimonio que representa una conducta, una actividad o un sentir en una época. En algunas enciclopedias se recogen los conceptos de símbolo, desde la gráfica rupestre hasta las gráficas de alto o bajorrelieve en las arquitecturas egipcias, mesoamericanas, por ejemplo, de las cuales tenemos, hay que decirlo siempre, por lo menos cuarenta y cinco pirámides en Mesoamérica, lo cual significa el desarrollo civilizatorio más importante en todos sentidos, y lamentablemente muy desconocido.

Hay otra forma de abordaje que se ha dado al concepto de símbolo en el campo de la psicología y en el campo del psicoanálisis, en los que hay vertientes y debates muy profundos sobre la real significación del término. Por una parte, se le presenta como una especie de resonancia, de memoria, como si hubiera una genética de la subjetividad y hubiese contactos muy profundos del universo subjetivo con los elementos de la naturaleza. Y entonces, algunos autores plantean que nuestro vínculo con el fuego  —al producirnos una especie de hipnosis o seducción que suele producirnos el contacto con el fuego, con el mar o con los elementos de la naturaleza— constituye un campo simbólico profundo.

Y hay otros, por supuesto, que lo determinan más por los aspectos biográficos de cada quien. Si alguien, por alguna razón, en alguna época de su vida tuvo, tiene una marca, un sello, una referencia, algunos le llaman fijación, que determina maneras de interpretar, maneras de concebir o maneras de ignorar la realidad, el mundo o las relaciones humanas. Pues eso dicen, es una carga simbólica que le impide o le faculta a esta persona para tales o cuales resultados.

Y podría tratar de hacer un esfuerzo casi enciclopédico, aunque no tengo esa capacidad, pero podría intentar recorrer diversos campos.

En el siglo xx empezamos a ver el concepto de símbolo abrazado por la semiótica o por la semiología, ciencia que se encarga del estudio de los signos o de la producción de significados, y ahí se incorpora también como una noción. Digo más o menos, porque también hay un debate dentro de la semiótica sobre la terminología; sabe usted que la semiótica, queriendo ser una ciencia para esclarecer el problema de las representaciones, se convirtió en una especie de bosque absolutamente invisitable, de conceptos inentendibles.

Octavio Fraga: Exacto.

Fernando Buen Abad: Que más bien espantan a las personas antes de ayudarlas a conocer realmente el propósito y el objeto de investigación de esa ciencia.

En resumen, quiero decirle que la interpretación con la que yo trabajo a propósito de los símbolos está más anclada a la noción de Marx, que plantea que la ideología de la clase dominante, siendo la ideología dominante de una época, encuentra la manera de producir muchas formas, muchos lenguajes, muchas tácticas y estrategias para inocularse en las conductas individuales y colectivas. Y como no puede trasladar la realidad, así en seco, lo que hace es construir representantes o símbolos de los intereses, o de la lógica, o de la ideología dominante de una época. Entonces ahí se produce todo un espectro muy amplio de formas de representación, algunas muy directas, muy simples, que atañen más bien al campo de lo que se llama hoy la señalética, y otras más complejas, más de orden psicológico, socioantropológico, estético y político, y todo esto integrado, donde aparecen estas formas llamadas símbolos, que son en todo caso ordenadores de la conducta social.

Si me apura usted un poco, diría que los símbolos son, entre otras cosas, elementos del discurso con que nos relacionamos colectivamente.

Octavio Fraga: Sin dudas.

Fernando Buen Abad: Y en ese sentido, es que yo trabajo sobre este campo de definición.

 Octavio Fraga: En los estudios contemporáneos en torno al signo, se ha subrayado al cine como un constructor de sentidos, no quiere decir que otras expresiones del arte no las tengan, con intencionalidades específicas, donde los símbolos —vuelvo al tema— tienen un protagonismo. ¿Hacia dónde apunta esa cinematografía banal, edulcorada, donde además la violencia gratuita forma parte de una narrativa más bien arrolladora?

Fernando Buen Abad: La industria cinematográfica, hablo de ella en lo general, a nivel mundial —que está cumpliendo ciento veintiséis años— apenas es un arte, un séptimo arte en pañales todavía. Es un arte naciente todavía, que no ha visto cursar apenas sus primeros balbuceos. Pero lo que sí aprendió muy rápido esta industria, el sector dominante de esta industria, es que se trata de un arma de guerra ideológica.Y así exactamente fue posible dominar la información, las conciencias, las subjetividades —a través de los confesionarios históricamente—, a través de la prensa, de la radio, del teatro, de las formas de expresión en el arte. Lo vimos y lo hemos visto históricamente, pues el cine entra a ser una herramienta muy poderosa de penetración simbólica. Esta industria entendió rápidamente que al seducir a las masas, tal como el cine lo logró, recuerdo muy bien un texto: Su moral y la nuestra, de Trotsky, decía: “Mal haríamos en no comprender ya desde ahora la importancia y la trascendencia que el cine está teniendo y que va a tener frente a las masas”, porque tiene elementos de aproximación, entre comillas, sobre la realidad, que parecerían ser por sí mismos muy convincentes, y creo que este es un dato importantísimo de los ejes narrativos del cine, que ha logrado, por cierto, tener hegemonía sobre otras artes.

Octavio Fraga: Sin dudas.

Fernando Buen Abad: Y hace parecer más fácil la llegada de un mensaje a través del cine. Yo creo que eso lo han entendido muy bien. Alcanzo a proponer, si me permite una distinción, qué es el cine antes de la incorporación del sonido y el cine con la incorporación del sonido. Porque en un momento, cuando el cine era silente, dicen algunos historiadores, en ese momento había pocas posibilidades de manejo de algunos campos emocionales o algunos campos sensibles. Con la incorporación del sonido y el desarrollo de la música, las orquestaciones y los efectos especiales, acústicos, el cine entró a reinar en una doble conjunción de lo que se ve y de lo que se escucha, y siendo lenguajes que a veces trabajan en paralelo, tienen cometidos estratégicos distintos.

Entonces es la dominación de una subjetividad expuesta durante hora y media, promedio de una película, sobre la base de una planificación minuciosa de los efectos, los estímulos, las respuestas, los picos y los bajos. El cálculo de los tiempos, el cálculo de las profundidades, los manejos cromáticos, los manejos de las texturas, los manejos de las intensidades luminosas que golpean permanentemente sobre la retina y sobre la estructura nerviosa, más todos los efectos y las influencias sonoras producen una herramienta muy potente, muy poderosa, que la industria fílmica entendió como un caudal discursivo extraordinario, y lo convirtió en su palestra rápidamente. Son como los predicadores de un discurso dominante a partir de un púlpito desde el cual se adoctrina a las masas bajo los más diversos intereses del capitalismo. Esto no quiere decir que solamente tengamos cine así; también tenemos contraofensivas de las cuales podemos hablar después. Que han sabido con esta riqueza narrativa construir respuestas emancipadoras y antagónicas al modelo hegemónico. Hay que decir que la industria cinematográfica, por lo pronto la norteamericana y por supuesto la europea, y ahora mismo la india —que es una máquina extraordinaria— lo digo en términos de cantidad, han entendido que esas vertientes son utilizables para un ejercicio de dominación de conciencias que —por cierto, lo vengo trabajando hace tiempo— se ha convertido en una especie de formas absolutamente manidas, repetitivas, cansinas, yo digo muertas algunas de ellas. Sin embargo, siguen repitiéndose una y otra vez en la producción fílmica, industrial, cosa de la que no se salvan algunos, que no queriendo ser de ese modelo también repiten. Pero bueno, es una discusión posterior.

Por lo pronto, debo decir como resumen que sí, que la industria fílmica pesada puso rápidamente al servicio de la hegemonía, de la clase dominante este conducto de adoctrinamiento social que ha sido muy poderoso.

Octavio Fraga: Algunos teóricos de la semiótica apuntan a que no existen los símbolos sino lecturas simbolizantes, ¿cuál es su mirada sobre esta idea?

Fernando Buen Abad: Si eso significa que no hay unilateralidad en la producción de símbolos pues es correcto, pues no sería posible que signo alguno o símbolo alguno adquiriese estamento social si no hubiera una coparticipación. La pregunta es quién propone ese símbolo, la pregunta es quién lo construye. Si usted, por ejemplo, en una película cualquiera, del romance más inocuo, más remanido y cursi de cualquier película —no voy a ponerle pasaporte— de cualquier parte del mundo, si usted a esa película por fuerza le pone una bandera norteamericana, por fuerza de la repetición, por fuerza de los que pagan, por fuerza de las costumbres, o por fuerza de coparticipar de un proyecto ideológico, usted lo que está construyendo es una unidad simbólica que está imponiendo, y cuya lectura va a tener que ser forzosamente una lectura con un interlocutor que podrá percatarse, podrá no percatarse, podrá estar acostumbrado a que eso aparezca en tantas películas de tantas maneras, pero por cierto que según que se percata podrá interpelar, y ahí podrá incluso modificar la efectividad del símbolo en algunos casos, incluso destruirlo, pero ni son la mayoría de los casos ni es, creo yo, la única instancia.

Hay tantas formas de representación, por ejemplo, el modelo norteamericano de representación, de construcción del símbolo de la justicia. Esta cosa que conduce casi siempre a que hay un juicio donde hay una posibilidad de que alguien explique y alguien se defienda, y alguien finalmente sea condenado, porque hay una forma de justicia que tarde o temprano llegará, es una especie de moraleja de que el mal no paga, de que hay que portarse bien porque siempre hay hombres ahí velando por la justicia. Esta unidad ya construida como en los propios escenarios de los tribunales con toda esa estructura escenográfica del juez, los testigos, los jurados, los defensores y los fiscales, esta unidad compleja, que hipotéticamente es el gran símbolo de un sistema, como el sistema norteamericano, es una producción, es una construcción que se ha hecho.

Que tiene tiempo, que tiene historia, que tiene formas, que tiene desarrollo y que tiene utilidades diversas. Mal haríamos en no percatarnos nosotros de que en esa construcción hay un red de intencionalidades que per se no nacieron, que no se parieron solas, que no es que caen de los frutos naturalmente. Hay alguien que se sentó un día frente a un papel o una computadora, y con lápiz o pluma o teclado empezó a poner: “En tal minuto de tal cosa va a pasar esto y hay que entrar en la sala de juicios, y la sala de juicios debe ser así”, y la diseñan, la dibujan, la construyen, la financian, traen carpinteros, traen escenógrafos, traen vestuaristas, en fin, y se hace toda una ingeniería, toda una arquitectura de ese símbolo que va jugar un papel central en un relato.

Creo que parte de nuestra dificultad, o una de nuestras dificultades hoy, es que esta producción simbólica, que siempre tiene contexto, discusión e interpelación, se conoce más en su producto que justamente en sus consecuencias.

Octavio Fraga: Sin dudas.

Fernando Buen Abad: Y que este es un trabajo que hay que hacer, ese es un trabajo de laboratorio en el cual hay que sentarse y a deconstruir todo esto, sin que yo sea de la corriente de la deconstrucción de Derrida. Pero sí digo que el trabajo de la semiótica es esto, es luchar contra estos modelos de juicios y prejuicios instalados por un modelo narrativo. Bien decía Einstein, “Más difícil es desarmar un prejuicio que un átomo”. Y ese trabajo es duro porque pasa, entre tantas cosas, como entretenido, como invisibilizado ante el campo de batalla simbólica que representa, que son formas expresivas de un poder hegemónico que se inventa la justicia a su antojo, que nos la impone a su antojo, y que quiere convencernos de que todos nos rindamos a la fe más absoluta de que ese concepto de justicia funciona, y es bocadillo obligado en casi toda producción fílmica de los modelos hegemónicos.

Octavio Fraga: Fernando, coincidimos en que estamos bombardeados por un cine banal, frívolo, donde además estos héroes de la Marvel están multiplicados en las grandes salas del mundo, y además, la violencia es la narrativa. ¿Qué estrategias construir en términos de política cultural para hacer del cine un texto enriquecedor?

Fernando Buen Abad: Primero creo que hay muchas formas y hay muchos caminos que no hemos podido recorrer. El cine necesita soberanía tecnológica. Es un trago amargo en tanto dependamos de ellos para, por ejemplo, tener una cámara, conseguir la película, o los videos, o las cintas, o los soportes que hoy se usan. Hoy se filma mucho cine con los teléfonos celulares, porque han desarrollado una calidad de óptica y de procesamiento de altísima definición, pero todos son soportes cuya tecnología para nosotros es de dependencia. Entonces, por ese lado, es muy difícil desarrollar una industria, si me permiten el uso provisional, que no sea una industria estrictamente mercantilista del uso del cine.

No hemos podido generar corrientes de producción fílmica que se sostengan en el tiempo, en la medida en que también nos hacen falta escuelas de formación cinematográfica donde el propio alfabeto audiovisual se despegue de los modelos hegemónicos. Un recorrido más o menos rápido sobre las escuelas de cine que tenemos en la región nos enseña que casi todos empiezan por ver la historia de ellos, y no solamente la historia de ellos en el sentido de que es lo que ellos han hecho, sino en el sentido de que eso es lo que hay que repetir si uno quiere tener éxito, y ese paradigma hay que romperlo. Porque no solamente se trata de ver la historia, o sea, hay que verla, desde luego, pero no convertir la historia de ellos en la modelización de nuestros modelos de producción fílmica.

Luego, creo también que necesitamos mucho trabajo de formación de guionistas. América Latina padece en general, salvando todas las excepciones y con todo respeto a mis amigos guionistas, que los tengo muchos, que se escriben guiones todavía muy dependientes del audiovisualismo de mercado, y los sujetos de los conflictos humanos, los sujetos de los conflictos sociales, son mucho más complejos. La propia lucha de clases, que es la madre de todas las luchas, ofrece un campo de diversidades objetivas y subjetivas muy rico dentro del cual hay que trabajar profunda psicología, profunda dramaturgia cinematográfica renovada, que no sea pensada sólo para llenar salas cinematográficas, o que sí, para llenarlas, pero no solamente para enriquecer a un señor que dice que con estas fórmulas se hace cine.

Hay fraseologías que se repiten una y otra vez, audiovisuales, y que tienen origen en guiones muy estereotipados, en guiones que creen que hay un recetario también para producir éxito cada veinte minutos en la pantalla, y entonces hay que agarrarse a trompadas de alguna forma, o hacer que los actores vociferen, o que insulten, o que se desnuden, o que tengan escenas de alcoba tantas por película. Esos recetarios suelen estar en las propias aulas donde se enseña cómo hacer guiones; ese es un gran problema para nosotros, porque el guion, uno lo sabe muy bien, es como la arquitectura. Hay pocas cosas más parecidas a la arquitectura, ahí se enseña la obra toda. Entonces, este es un campo de discusión muy interesante que no satisface el tiempo que se requiere y la complejidad de las historias.

Se necesita la vida misma; es decir, que los sujetos de representación en el relato no sean solamente aquella representación de la clase media que va a mirarse a sí misma al cine. Que se empiece el cine de los pueblos originarios de este continente, como decía Sean MacBride en el Informe MacBride, que voces múltiples, cine múltiple, que no han sido nunca habilitados para una producción audiovisual tan importante de nuestro tiempo como es la producción cinematográfica. Nos hace falta una gran corriente del cine de los pueblos originarios contando las historias no solamente en tono documental o en clave documental, como se conoce alguna parte de ese cine, sino el relato de la vida misma, que puede contarnos historias maravillosas y que nos hacen tanta falta, porque esto trasciende el problema de si tenemos o no el placer estético de ver una película muy bonita hecha por los compañeros mapuches en el sur en Argentina. Porque en ese relato hay una expresión que nos refleja también, que nos hace saber, quiénes somos respecto a esa realidad y a esas concepciones de la vida misma.

Tenemos lo que yo llamo desnutrición cultural gravísima en el campo del cine, y entonces también es cierto que vemos muy poco cine o vemos nada más parcialmente el que nos dejan ver en las salas de exhibición que controlan ellos. Y entonces, qué sabemos del cine iraní, o del cine chino, o de Cuba, o de Paraguay, o qué sabemos de tantos países que hacen cine.

De Perú, por ejemplo, o de África. Entonces vemos un cine tan reducido a esto, un cine tan poco informador, que nuestra desnutrición cultural, en términos de lo que el cine es, lo que se ha producido, tampoco nos permite tener alicientes como para volver a convertir esto en una lucha. Repito, que permita crear corrientes de realización y de producción diversificada y más amplia.

No sé si me estoy extendiendo demasiado en esto, pero me interesa puntualmente decir que en una situación de control monopólico y hegemónico de ideología centralizada de la producción cinematográfica, obviamente, no hay espacios para apoyar otras formas de producción y, por lo tanto, me parece que una de las grandes tareas en las políticas culturales de nuestro tiempo debería ser abrir, precisamente, una convocatoria a esta tarea. Que el cine termine por ser cuanto antes lo que debería ser, una libreta de escritura diaria de la vida misma de los pueblos, mostrando sus diferencias, sus diversidades y sus conflictos internos.Y luego, por supuesto, entender al sujeto histórico-social, que es el que transforma finalmente. No hay historia posible sin conflicto; nuestro conflicto de núcleo en todo caso, que es la lucha contra la opresión en el mundo entero, necesita ser explicada en todos sus ámbitos, en todos. La opresión que se presenta cuando un trabajador abre la heladera y se encuentra con que ahí no hay más que lo muy indispensable, si es que lo hay, ahí hay un conflicto, ahí hay un drama, y de esto casi no se escribe.

Entiendo que hay que darle tiempo y espacio al cine, que es además primo hermano de la educación popular, que por cierto, sin que la sustituya tiene que acompañarla. El cine necesita mostrar el drama de los grandes hombres en las grandes luchas, y con una lectura que no sea la de la conveniencia de alguien que va a vender libros o va a vender películas, sino la conveniencia de un proyecto educativo. Y cuánta falta nos hacen películas de José Martí en todo el mundo. Nadie le ha querido entrar, ni en la industria pesada ni en muchos lados, a figuras como la de Marx en el cine, que es un gran ausente. No estoy negando que hay casos, pero no alcanzan a resolver el problema. Tenemos una América completa, un continente de grandes e importantes luchas emancipadoras y no están los protagonistas de esas luchas en el relato.

Ahora mismo necesitamos un cine más cercano a la cotidianeidad, ese es otro desafío enorme, porque a veces tarda tanto en hacerse una película… Pero urge, ya urge, el relato sobre qué está pasando en Cuba, por ejemplo, con estos episodios en San Isidro, donde hay un drama absolutamente importante para un continente. Es, además de una agresión imperial contra un gobierno y contra la historia de una Revolución, un espacio de interpelación muy importante para la juventud. Por ejemplo, el cine tendría que estar haciendo un papel crucial contando estas historias desde las microhistorias, hasta el sentir colectivo que dice: “Un momento, si aquí se ha construido una vanguardia nueva, ¿vas a venir a presentar la vanguardia que es una Revolución como si fuera un atraso? Esa emboscada simbólica, esa emboscada mediática y semiótica, no podemos caer en eso, y el cine, a mi entender, tiene un cometido histórico central que debería, repito, con mayor velocidad, mayor proximidad y mayor cercanía, entrar al corazón de las contradicciones históricas, donde está el relato, donde está el conflicto, y de ahí contar la historia de los pueblos, de los que están en lucha, nos hace mucha falta eso.

Octavio Fraga: Permítame hacer una propuesta, de esa lista que usted ha hecho, de temas, de personajes. Ayer casualmente sugería en las redes sociales, que habría que hacer, por ejemplo, una historia —desconocida incluso para nosotros— de la relación de amor entre Julio Antonio Mella y Tina Modotti, que usted conoce perfectamente. Un relato ficcionado de figuras de nuestro continente.

Fernando Buen Abad: Sin dudas.  Y la lista podría ser enorme. La pregunta es dónde está el ejército audiovisual, el ejército simbólico que tomará a hombros esto y tendrá las posibilidades tecnológicas para desarrollarlo, y después las posibilidades para difundirlo. Porque esta es la segunda parte del problema. Necesitamos más espacios de difusión para todo este material que estamos ahora mismo reclamando, y creo que esto ya también atañe a la planificación de políticas culturales que en América Latina deberían estar floreciendo. Para decirles que nos urge, pues una gran red continental para que el nuevo cine venga a ocupar el lugar que tiene que ocupar, en una batalla que no es sencilla, que es una batalla compleja, y donde además necesitamos desarrollar experiencia, porque uno sabe muy bien que los buenos, grandes, importantes directores o creadores cinematográficos también cargan a hombros una vida entera. También la han vivido y la han luchado, y tienen que socializar su experiencia de años, entonces entre la experiencia que se tiene en los años tempranos y en la juventud, y la experiencia que se acumula por los años de lucha, me parece que el cine tiene todavía que cursar asignaturas pendientes en términos de su maduración. No digo de broma que el cine es un arte muy joven todavía, lo digo consciente de que ciento veintiséis años apenas nos han dejado ver balbuceos de uno de los hijos del cine, que ha sido pues el hijo más privilegiado —si quiere ponerlo en esos términos— pero nos falta ver la emergencia de todas estas voces que nos contarán la historia. Incluso, lo espero y lo anhelo, con fruición, formas narrativas distintas, que ya no sea esto de que agarro la novela y me la llevo al cine, sino empezar a escribir con la propia cámara historias. Con una sintaxis nueva que está amaneciendo poco a poco y que ya es una urgencia. Hoy, ante la real diversidad de episodios y acontecimientos las historias son, salen de las contradicciones.

Le digo con toda brevedad. Ayer la ciudad de Buenos Aires vivió 41 grados de temperatura, la mitad de la ciudad se quedó sin luz, las empresas privadas dicen que no pueden abastecer porque quieren subir tarifas, como si no hubieran subido en un seiscientos por ciento, y no estoy inventando ahora una cifra. El drama es que una señora, que estaba en un octavo piso, tenía que bajar a ver dónde poner a enfriar sus medicamentos vitales porque si no esa persona se ve fuertemente dañada por esta situación. Pues no había ascensor, no había quien ayudara, fue un drama, de una historia que el capitalismo está construyendo en este episodio de estos minutos. Eso no lo cuenta el llamado periodismo, o eso que se llama periodismo en la televisión. Y si lo cuenta, lo cuenta para ver cómo ayuda a que las empresas privadas cobren más por las tarifas eléctricas, cosa que es una violación de un derecho humano fundamental. En todo caso, lo que sí tenemos es una historia que contar en un drama personal que es colectivo, que es histórico, y que desnuda íntegramente al neoliberalismo. Ahí el cine hace mucha falta, ya sea con historias breves, recuperando el cine minuto que para mi gusto es un embeleso enorme. Pero también el relato de aliento profundo, y que nos hace falta entrar no a historias solamente divertidas, no a historias solamente emocionantes, sino a historias profundamente pensantes, ese otro cine también nos hace mucha falta.

Octavio Fraga: Fernando, el cine moderno, el cine contemporáneo tiene una característica, un distingo, lo que le llaman el metalenguaje, donde jerarquiza se jerarquiza, sobre todo, el llamado cine como artificio. ¿Tendríamos que volver a los clásicos?, ¿qué rol juega, le agrego, la crítica cinematográfica en este escenario que estamos viviendo?, que usted ha descrito.

Fernando Buen Abad: Yo empiezo por poner comillas a eso que se llama clásico, porque Edgard Allan Poe cuestionaba la cultura norteamericana entre otras cosas diciendo: “Es que estos nunca desarrollaron aristocracia, estos brincaban de un estadio feudal a un estadio de super potencia, y se saltaron todo un proceso en el cual hay que desarrollar el principio del gusto”. No es cualquier cosa. El problema estético se desarrolla desde las raíces profundas de los modelos expresivos de los pueblos, entonces para llegar a un nivel de clasicismo, si por clásico vamos a entender el cine de Hollywood de una época, yo diría que hay que andar con pies de plomo en esa definición.

Octavio Fraga: Permítame un paréntesis, no hablo del cine hollywoodense, me refiero a los clásicos de la historia del cine, de esos ciento veintiséis años que usted señaló, que constituyen grandes obras, que efectivamente habita en el cine latinoamericano, en el cine europeo, en el asiático, e incluso en el norteamericano que no es el cine de Hollywood. Yo me refiero a ese cine clásico, prominente, que aporta, enriquece.

Fernando Buen Abad: Entiendo que hay figuras, logros cinematográficos que modelizan de manera muy acabada todas esas preocupaciones que decimos, yo no podría de ninguna manera negárselo a Kurosawa, no podría de ninguna manera negárselo a Buñuel y a otros autores por los cuales yo tengo cierta preferencia, pero tengo la preocupación de que se me vuelva clásico Buñuel. Es decir, creo que es un gran camino, una orientación muy brillante en términos del cine y lo que implica el propio Kurosawa pero no quisiera que se me hiciera clásico, si por clásico vamos a entender el que norma parámetros o el que norma los formatos, o los caminos, o el que marca los caminos que hay que seguir. Yo sí lo quiero como obligatorio, lo quiero como un referente, lo quiero como líder de una forma y de un conjunto de formas narrativas, pero quisiera darle más tiempo, a que tuviéramos unos veinte Kurosawa o más. Entonces sí aceptamos una noción de este tamaño, porque es de tal dimensión la complejidad de la interlocución cinematográfica, es tal la problemática que tiene el público del cine frente al discurso que está contemplando. Creo que no he terminado de ver todavía —y ojalá se resuelva pronto— la diversidad, la complejidad, la amplitud que representa la producción fílmica. Insisto, hemos visto tan poquito, incluyendo algunos magníficos. Yo he tenido profesores de cine —yo mismo estudié la carrera de dirección cinematográfica— que me hablaban de Tarkovski. Me dijeron: “Mire Tarkovsky” ¿Quién no tendrá admiración grande por buena parte de lo que Tarkovsky hizo? Ahora, quisiera ver veinte Tarkovsky, y ahí está el problema, que yo sé que los hay, y yo sé que no han podido llegar porque hay un montón de territorios minados que impiden semejante cosa.

Entonces, al concepto de clásico, quisiera darle tiempo para que se expandiera un poco más y entonces sí tuviera el fulgor conceptual, e incluso metodológico que debía tener en la realización, pero soy cuidadoso. No tengo prejuicios, no tengo negación alguna con el uso del concepto, yo mismo lo he usado alguna vez, pero repito, siempre con la cautela de decir: “Ojalá que una golondrina no haga primavera”, ojalá que una gran conquista en un relato, algunos de los que tiene Woody Allen, por ejemplo, a mí me parecen brillantísimos, pero difícilmente podría ver a Woody Allen como un clásico en el cine norteamericano, o en el cine francés, o en el que fuera, por muchas razones, pero la principal es porque creo que todavía no tiene, no hay un conjunto que nos de consistencia para ese término.

Octavio Fraga: Las multinacionales de cine han logrado, eso es un hecho, construir un lector de cine acrítico, pasivo, consumidor de ese relato cinematográfico que nos agolpa, se lo pregunté ahorita, pero quiero volver a retomar el tema. ¿Qué labor debe jugar la crítica ante el horizonte que tenemos hoy?

Fernando Buen Abad: Primero, tiene que existir, porque es verdad que hay algunos críticos de cine muy brillantes, eruditos, realmente formados en el conocimiento de algunos filamentos interesantes de la industria, pero no creo que eso alcance para hacer crítica. Es como la confusión que hay entre el chismerío de las cúpulas políticas y la política realmente. Algunos creen que el tráfico de influencias entre algunos políticos es la política, y dicen: “este hombre sabe mucho de política”, porque se conoce todos los intersticios y todos los chismes que se pueden crear entre aquel y el otro. Y cómo están peleados, y cómo se reúnen, se contentan, se prestan, se comparten, se riñen, se disputan. En realidad, creo que pasa esto con los críticos de cine, los que hay se conocen el triperío del mundo industrial y conocen quién puso tanta plata y cuánto ganó el otro, y si juntaron aquí y allá un pequeño, una vaquita dicen en México. Que estén juntando entre todos para hacer sus ahorritos e invertir; finalmente, es una industria que está totalmente protegida, todo está subsidiado, todo está protegido, todo está resguardado con que no les cobran impuestos, con los que tienen premios de todo género. Conocen, digamos, de la industria fílmica pesada, norteamericana, europea, por ejemplo, ese triperío raro de interrelaciones. Si ya dijimos que el cine es otra cosa, si ya planteamos que el cine es una forma de construcción de relato audiovisual cuya base es la experiencia misma de la humanidad en sus conflictos más profundos en términos de dónde abreva el cine, entonces ahí está un problema enorme, porque críticos de cine capaces de ir a esta reflexión, conozco muy pocos, hay grandes historiadores que a veces hacen crítica, pero son buenos historiadores y no buenos críticos.

Yo creo que hay grandes críticos que conocen secuencia por secuencia el desarrollo de un tratamiento visual de una película, y saben decirnos la temperatura del revelado de la película tal que usaron para tal toma, y saben decirnos los filtros, y sabrán decirnos muchas otras cosas, pero el problema del relato, que a mi entender parte de un conocimiento de lo humano y de lo social mucho más profundo, mucho más complejo, en general escasea. Entonces, todavía no es fácil encontrar un crítico de cine que haya entendido el conflicto de todos los conflictos, y ahí voy a ser repetitivo si me permites, porque estamos atravesando hace ya muchos siglos una forma de la lucha de clases que se ha vuelto cada día más cruel, más cruenta, más despiadada, más deshumanizada. Hoy estamos en los niveles en que ya hay episodios de irreversibilidad del ataque del capitalismo contra la naturaleza misma.

Octavio Fraga: Sin dudas.

Fernando Buen Abad: Hay puntos de irreversibilidad en nuestras propias conductas sociales porque estamos llenándonos de basura, o estamos acostumbrándonos a la miseria, porque tenemos una especie de acostumbramiento a lo macabro sistemático y permanente. Hay conflictos humanos históricos —es la humanidad que está atravesando un momento— ahora añadimos la pandemia y la crisis económica planetaria, y necesito críticos que estén muy sensibles a todos estos datos para poder contrastar inmediatamente con el relato de una película, y saber si esa película, de alguna manera, se dejó permear, no digo que panfletariamente, no digo que simplistamente, pero que sienta la vibración de una gran crisis planetaria producida por el capitalismo, y que eso irradia a todas las conductas humanas estén donde estén, sean como sean, y este crítico está por construirse. No tenemos escuelas de críticos suficientes, no se está estimulando la producción de crítica cinematográfica como debería, no hemos podido construir un modelo teórico-metodológico suficientemente amplio para dar una formación inter, multi y transdisciplinaria al crítico de cine; es decir, tenemos un faltante grave en la crítica del cine como en la crítica de muchas otras cosas, incluyendo a la filosofía, a la epistemología, a la semiótica.

Pero para hablar ahora de la especificidad del cine, a mí me parece que estamos urgidos de poder tener lecturas sensatas, que no me digan solamente cuántos boletos vendió la película tal, en tal lugar, y que nos arroje un producto fuerte.

Mire, hoy tenemos, por ejemplo, plataformas como las conocidas hoy más mercantilizadas, como Netflix, que exhiben una cantidad de material audiovisual infernal convertido en películas o convertidos en series. No hemos logrado encontrar en ese universo una corriente de pensamiento crítico frente al aparato Netflix, cuando es una de las máquinas de producción de pensamiento antipolítico más peligrosas que hemos visto en los años recientes. Si quiere usted exponer algunas razones de lo que yo veo, no veo todavía en la crítica a la obra fílmica en Netflix o a la obra de las series. Mientras estamos teniendo este cimbronazo brutal que representa todo lo ya dicho a nivel planetario, estos muchachos están fabricando películas como No mires para arriba, en las que de lo que se trata es de no mires al capitalismo, y ahí hay otras razones para debatir mucho, y por cierto que este es un ingrediente central de lo que estamos hablando.

Necesitamos crear, por supuesto, una corriente fuerte de críticos cinematográficos, pero para debatir, para ampliar el debate, para enriquecer el debate, para producir amplitud de la conciencia, ascenso de la conciencia. No para tener verdades absolutas, sino para interpelar el relato de ese cine, y no lo tenemos, y también creo que es parte de las políticas culturales que hoy tienen que emerger en América Latina al calor de las circunstancias que se viven.

Octavio Fraga: En el cine hegemónico, vuelvo a utilizar el término, uno de sus recurrentes recursos es el abordaje de la historia pretérita donde, por supuesto, los símbolos forman parte de sus recursos para construir esos relatos biográficos donde se apunta a descafeinar la historia, eso es evidente en Netflix. He visto series de esta plataforma que trasmutan la historia de lo sucedido en determinado tema ¿Hacia dónde apuntamos, hacia los símbolos, hacia la historia?

Fernando Buen Abad: Yo sintetizo esta pregunta, ¿hacia dónde apuntamos? Yo apunto hacia la construcción de una corriente de semiótica emancipadora. Válgame usted la exageración provisional, pero con lo que milito, lo más permanentemente que puedo, es con la necesidad de construir una corriente fuerte de semiótica emancipadora, una semiótica para la emancipación, no una semiótica que sirva sólo para la contemplación, parafraseando a Marx. Como hemos tenido algunas corrientes de investigación semiótica, que con algunos vocabularios, más o menos confusos, pretenden la deconstrucción, para usar un término más o menos común porque no nos alcanza con eso, no ha alcanzado, y en general ha sido una trampa que nos toma demasiado tiempo y nos conduce a la nada misma. Necesitamos una semiótica que sepa igualar los dos grandes avances del discurso hegemónico, el discurso hegemónico avanzado en el control de la velocidad y en el control de la ubicuidad. El discurso hegemónico hoy está dándole la vuelta al planeta entero, se está metiendo hasta en la cocina de las casas de todo el mundo, esa velocidad de penetración simbólica necesita la respuesta de una disciplina científica que en tiempo real vaya leyendo todo el repertorio que usted dice, lo simbólico, lo histórico. Porque si no, nos vamos a encontrar mañana con que, por ejemplo, algunos representantes de la ultraderecha que andan de moda en el sur del continente como en Europa empiezan a decir que ellos son los personajes que defienden la libertad, y ya se han usurpado el concepto de libertad. Y ya se lo quieren, como hace Vargas Llosa y como hizo Octavio Paz, porque es una de sus fruiciones y de sus taras permanentes hacerse pasar por la libertad, los que piensan en la libertad y la defienden, incluso dicen defender la democracia. Entonces deberíamos, creo yo, contar con una semiótica que rápidamente interpele esto, que rápidamente lo desmonte, y el tiempo real no solamente sea capaz de evidenciar la historia de farsantes que tienen estos muchachos de Octavio Paz para acá, y todos sus secuaces. No se nos olvide que el propio Vargas Llosa ha babeado por el mundo queriendo quedarse con la herencia de Octavio Paz en el sentido de su hegemonía como defensor del libre mercado. Pues necesitamos que ese discurso tenga militancia, lo que yo llamo guerrilla semiótica, un poco en el sentido de Umberto Eco y otro poco en el sentido de que dispositivos debemos armarnos para, rápidamente, desarmar ese discurso y contraponerle.

Déjeme dar un ejemplo que para mí es fantástico, que tiene dimensiones suficientes para esta pregunta suya. Octavio Paz organizó en México un encuentro que se llamaba “La experiencia de la libertad” un año antes de que le dieran el Premio Nobel, y ahí estaba Vargas Llosa, y durante horas, y horas, y horas, durante la semana que duró eso, aplaudieron la economía de mercado, porque decían que el neoliberalismo era adonde queríamos llegar, y aquí estamos ya. Entonces invitaron a don Adolfo Sánchez Vázquez, uno de los más destacados pensadores marxistas de México. Y él, ante ese abrumador discurso, estaba invitado con unos pocos minutos para poder contestar a todos esos que estaban ahí defendiendo la economía de mercado, y le dijo a Octavio Paz: “Mire, don Octavio, el capitalismo es el capitalismo aunque contrate poetas para hermosearse”. Entonces, es la fuerza de una respuesta semiótica que permite desarmarle el discurso al otro en tiempo real, y no dejarlo así como: “Ya dijo Octavio Paz la gran verdad”, con todos sus secuaces, y nos condenó a todos estos demás a creer que esa era la octava maravilla del mundo, sino que ahí hubo una persona que con esa inteligencia dio esa respuesta. Yo siempre tomo este ejemplo como referencia porque eso deberíamos estar haciendo en cada película que vemos, esto deberíamos estar haciendo en cada discurso que pronuncia Biden, donde abre la boca y es como, la panacea de las contradicciones más abrumadoras para el planeta. En esto deberíamos estar entrenándonos todos los días con un grupo de jóvenes en todo el continente, con lo que yo llamo asambleas de la comunicación, desmontando la metralla cotidiana, porque si no, no tendremos reservorio de defensa en los próximos años frente a la ofensiva semiótica, y creo que si sigue siendo válida la descripción que hizo Marx de que la ideología dominante es la ideología que domina durante una época, nosotros tenemos que saber que esa ideología, que es la ideología de la destrucción de la humanidad, necesita encontrar frentes por todas partes articulando ejercicios. Yo he hecho lo posible, en el muy poco alcance de mis fuerzas, para tratar de hablar con los presidentes de la región, con los que he podido hablar, para hablar con Dios y María Santísima, decía mi abuela. Para poder decir: “Hagamos algo, necesitamos una cumbre de presidentes para discutir el problema de la cultura y la comunicación en la región, necesitamos poner en el debate, en la agenda de nuestras formaciones políticas de todo el continente esta discusión”.

Voy a decir una frase de titular de prensa, como hacen algunas que planifican sus entrevistas para decir frases así, de titulares: hoy no debería haber un frente político que no tuviera una escuela de formación en comunicación y una corriente de pensadores críticos sobre el cine, porque todos están de acuerdo, todos ven, todos consumen, todos se sientan frente a la pantalla para consumir Netflix, Amazon. Todo el mundo tiene su canal del cable que le provee HBO, que le provee aquella, esta y la otra, y todo el mundo consume hoy más que nunca la producción fílmica hegemónica. Ahora, no tenemos frentes organizados desde las bases de los distintos grupos para pensar esto de manera crítica. Yo quisiera ver en asambleas de comunicación de los sin tierra de Brasil, como los movimientos de piqueteros argentinos, como los movimientos obreros ahora en México, que estuvieran creando sus talleres de análisis crítico frente al discurso hegemónico a través del cine, y esto debe ser una política popular desde las bases, que no tenemos ahora, y debería, según yo, estar en la agenda de toda organización.

Octavio Fraga: De alguna manera usted lo subrayó, al principio, pero quiero apuntarlo. Seguramente compartimos que nuestros pueblos, me refiero a América Latina y el Caribe, somos poseedores de un importante capital simbólico construido por siglos; sin embargo, no tienen una relevante presencia en el cine que se hace hoy, digamos, en los últimos veinte años de nuestros países, ¿qué piensa sobre esto?

Fernando Buen Abad: Sí, estoy tan de acuerdo que lo lamento, lamento con usted que tengamos esta desmemoria. Pero incluso, esta desmemoria ha sido fabricada, y yo creo que hay que estudiarla semióticamente, porque la memoria es un campo de disputa simbólica. En la memoria se dan batallas importantes de lucha simbólica, y cuando se extirpan procesos históricos de la memoria de los pueblos, por ignorancia o por muchas otras razones, hay muchas estrategias para esa sustracción y lo que se produce justamente es incapacidad de articulación ¿Quién puede hablar de lo que no conoce? Es una pregunta más o menos elemental. Pero hay que decirle al continente, a este continente, que Mesoamérica tiene cuarenta y cinco pirámides, así como la gente le dice a uno, la palabra pirámide en la cabeza de mucha gente representa inmediatamente Egipto.

Hay que decir, al menos, que existen cuarenta y cinco en la zona de Mesoamérica, y que por el mar Caribe han pasado todos los imperios imaginados e inimaginables, y que han creado todos los estragos más inimaginables. Ahí tenemos una enciclopedia de lo macabro, en el Caribe, en donde el sello de los imperios ha sido absolutamente inhumano, ese relato no está en el repertorio de lo fílmico que hoy está pensando la juventud por hacer. No es un problema de pretérito, por cierto, porque contrario a la lógica de que la historia es una cosa del pasado, en realidad la historia es una cosa del futuro y del presente, y esta realidad hace que entonces no se entienda todavía y se vea a Guatemala, como esos pobrecitos que se van para Estados Unidos, o esos pobrecitos muertos de hambre atacados por un gobierno, que no más están pensando en ir a vivirse de los dólares. No, es una civilización que ha sido absolutamente desfondada, agredida y destruida por las colonias, por el coloniaje, por todos los coloniajes, y entonces la historia del coloniaje tampoco está en el reportorio de los temas que deberíamos estar contando en el presente y en el futuro inmediato, Vladimir Acosta, magnífico amigo venezolano, acaba de publicar un libro hermosísimo, Salir de la colonia se llama, y ha escrito otro sobre el monstruo que es Estados Unidos, para reconocer los intestinos profundos de la ideología del coloniaje. Ahora, eso debería ser materia prima de todo, de los proyectos de impulso cinematográfico en América Latina.

Si tuviésemos, voy a decir un atrevimiento, entre comillas, una UNESCO de los pueblos, si pudiéramos tener un espacio desde el cual diseñáramos políticas culturales para América Latina, políticas de los pueblos, esta agenda de aproximación al conocimiento del coloniaje en todas sus escalas objetivas y subjetivas, tendríamos ya un repertorio fílmico para una nueva generación cinematográfica en los próximos veinte años.

Se necesita que nos sentemos a revisar, ayudarnos de los expertos en historia, en antropología, en sociología, en estética, por supuesto, en nuevas narrativas audiovisuales —también la narrativa audiovisual se ha desarrollado— y tiene hoy tiempos, velocidades y apetitos distintos. Todo esto necesitamos sistematizarlo, y no estamos llegando a tiempo a esa tarea, por eso vuelvo a decir, sintetizando, una gran corriente de acción semiótica emancipadora que debería incluir esto, porque esto podríamos decirlo para la prensa hoy mismo. ¿dónde está el periodismo que está hoy realmente ahí sintiendo el latido cotidiano de la realidad que estamos viviendo en el mundo?, ¿dónde está el periodista que está cuestionando su vocabulario, que está pensando si su relato está a la altura de la historia?, porque que creo que los vocabularios con que nos enseñan a relatar las cosas se han quedado tan empobrecidos que la monstruosidad que se nos presenta se queda asfixiada con nuestro escaso y pobre vocabulario permanentemente. Lo digo en términos generales, y con todo respeto, para los compañeros que sí se esfuerzan en esto, pero en términos generales hay dramas del presente. Hay pueblos que se quedaron hoy sin vacunar por la intolerancia imperial, y el periodismo a veces, no digo el vendido, el contratado. Incluso, algunas de las mejores buenas intenciones relatan con tal pobreza este hecho que no alcanza a tomar dimensiones en la conciencia del que lee. Creo que esa relación tiene que ser reanudada en el cine, en todas las formas expresivas que tengan como latido profundo la tarea de la emancipación que nos urge. Y nos urge terminar con esta monstruosidad que es el capitalismo, y un grano de arena que se pueda poner, pues será bienvenido siempre. Ahora, la pregunta es cómo lo sistematizamos y cómo le damos dimensión política verdadera, ahí se requiere el apoyo de los estados serios. Y de los políticos serios, pero no dejemos de plantear esta agenda nunca, porque en última instancia alguno habrá que escuche. Llegará un momento en que consigamos una mínima base organizativa y arranquemos, así sea parvulariamente, pero alguna movida.

Yo estoy dedicado con el Instituto de Cultura y Comunicación, a hacer las convocatorias más amplias que puedo. Estamos tratando de formar este año algunas asambleas populares de comunicación para sentarnos a mirar los programas y las películas juntos e intervenir, no irnos de una exhibición sin haber intervenido con cuatro ideas, como la de Sánchez Vázquez. Que no salga cualquier película, y no prohibir que se vea nada,  sino entrar a hacer el análisis con cualquiera de las cosas que hay en el mercado para con eso, justamente, mantener un método que permita la intervención. Es una iniciativa en escala muy pequeña, pero no por eso, digo, dejemos de plantear la urgencia.

Y otra de las herramientas indispensables está la de la crítica, si tuviésemos veinte críticos serios en este continente sentados mirando todo el repertorio de este cine tipo Netflix o cualquiera de estos, ya esto sería una vanguardia mundial en las próximas veinticuatro horas.

Octavio Fraga: Fernando, en los últimos días yo he visto en redes sociales que usted hace mucho énfasis en el término “anticuerpos culturales”, en torno a la llamada “prensa libre”. ¿Qué son esos anticuerpos culturales? ¿Cómo deben ser? Y yo debo hacer una crítica interna entre nosotros, ¿considera que la cultura, en los movimientos progresistas y revolucionarios del mundo, están jerarquizados como manera para lograr nuestros objetivos?

Fernando Buen Abad: No, no lo creo, porque justamente no tenemos los laboratorios que fabrican los anticuerpos. O sea, así como hay laboratorios que fabrican vacunas contra la Covid, así deberíamos interpretar la ideología dominante de la época, como una pandemia, y deberíamos estar produciendo esos anticuerpos para impedir que nos contamine, que nos intoxique. Y sé que se podría, porque hay materia prima para la fabricación de esos anticuerpos siempre y cuando tengamos los laboratorios para hacer todas las pruebas necesarias. Entonces, ¿qué anticuerpos serían aquellos? Por lo menos voy a señalarle dos o tres que me parecen indispensables.

Uno es que es crucial, todo aquel que se quiere involucrar con una situación cualquiera que conozca la historia de esa situación, y hemos de decir que muchos de nuestros periodistas intervienen en algunos escenarios para hacer crónicas, relatos, incluso siendo corresponsales de guerra. Mire, que yo he estado en varios congresos de corresponsables de guerra y no tienen ni idea, estuve en uno en Qatar, con corresponsales de guerra de la televisora Al Jazeera y de algunas televisoras que estaban cubriendo el ataque contra Irak, no tenían idea de la historia, ni de los pueblos, ni de las etnias de la región. No sabían, esto que acabo de decir es un escándalo —solamente por enunciarlo— no tenían idea ni de la historia de los pueblos ni de la historia de sus formas expresivas.

En ese escenario en el que estuve, de esa reunión de corresponsales de guerra, conocí a varios cuentacuentos, beduinos de esos viejos, que entre las muchas historias que contaban, contaban las historias de las guerras que habían visto, y vivido, y padecido en esa zona durante centurias, estaban ahí en esos relatos. A mí me los tradujo alguien con mediana capacidad de traducción, que entendía que no se puede hacer traducción lineal de los cuentos y de la lengua árabe al castellano, pero me hizo ver que ninguno de los presentes, de los corresponsales, se habían ocupado jamás de conocer un poquito de la cultura de la zona, de los relatos, de las historias, de los vocabularios mismos, entonces es un problema de conocimiento y de información, en esa doble instancia de historia y cultura que generalmente están ausentes, generalmente, digo. Entonces, con esos anticuerpos, uno aprende a conocer a un pueblo uno aprende a quererlo.

Es una reacción humana fundamental, y solidaria, y fraterna, no puedo pensar en agredir a alguien a quien conozco, en destruirlo, en desaparecerlo. A menos, claro está, que alguien me pague, o por otros intereses, pero este es un compromiso que debía ser metodológico para la construcción de la vacuna y de los anticuerpos.

La otra es, insisto, el conocimiento profundo, amplio, filosófico y humanístico de la lucha de clases, no los formatos del concepto lucha de clases en el sentido de los viejos manuales soviéticos, que a veces llegaron a construir con esto concepciones mecanicistas que no solamente empobrecieron la explicación de la conflictividad histórica de clases, sino que además nos convirtieron en enemigos de la solidaridad con los oprimidos. Que pareció que la lucha de clases es una especie de abstracción pugilística donde se pelea quién sabe quién contra quién, y no reconozco que hay personas, historias humanas, historias de vidas que están siendo atravesadas por el capitalismo a la hora en que la heladera está vacía, el refrigerador está vacío, o que se te corta la luz, o que no te alcanza para subirte al transporte público para ir a trabajar, o todas las razones que la vida cotidiana expresa y deja tatuada en la cotidianeidad. Allí ese concepto de lucha de clases, que necesita una profundización filosófica y una actualización filosófica para un humanismo revolucionario de nuevo género, es otro elemento indispensable para la vacuna, para los anticuerpos.

Y la otra es saber, por más que no lo conozcamos, los pueblos han sabido desarrollar grandes batallas de resistencia victoriosas, y que no hemos hecho todavía la enciclopedia de las grandes victorias comunicacionales de los pueblos. Déjeme decirle, después de sesenta y tres años de Revolución en Cuba ustedes tienen un repertorio de grandes victorias comunicaciones porque están en pie, porque han sabido ingeniárselas, porque si no hubo para esto resolvieron con pintura, como se pudo, y ha habido un proceso de resistencia, de comunicación, de educación, y son la vanguardia mundial en salud pública hoy por hoy. Esto es decir muchísimo en un mundo que está sometido hoy a la inmundicia de un comercio de las farmacéuticas y del negocio de la vacuna.

Pero hay que contar la misma historia, por ejemplo, de los pueblos centroamericanos, que han tenido grandes batallas, cualquiera que ha tenido una lucha en un barrio sabe que hay que poner carteles, letreros, canciones, hacer bailes, hacer fiestas, hacer rifas, hacer reuniones, hacer lo que sea necesario para que prevalezca el concepto de defensa del barrio y de defensa de la gente. Esas son victorias comunicacionales aunque no aparezcan en los diarios o aunque no lo quieran ver como victorias muchos.

Entonces, ¿qué será el día que logremos tener la fortaleza metodológica y política para construir la gran historia de las victorias comunicacionales de nuestra América Latina? Pues tendríamos que poner las grandes conquistas del muralismo mexicano y, por supuesto, también de los corridos mexicanos, al lado de la Nueva Trova y de la canción cubana y del cine cubano, que nos ha enseñado a hablar de temas. Me acuerdo haber visto por primera vez uno de los grandes conflictos de lucha intramatrimonial por la razón de la realización sindical en una película cubana. Nos deslumbraba que se pudiera discutir esos temas en una película, ¿Y qué diríamos de Nicaragua, y qué diríamos del Perú, donde hay victorias de resistencia extraordinarias? Desde el mismísimo día de la caída de la gran Tenochtitlán, en que fue secuestrada la plana de líderes, de los pueblos originarios mexicanos —desde ese día— nacieron formas de resistencia comunicacional que no hemos sabido sistematizar y documentar hasta el presente.

A esta hora, hoy en las calles de Buenos Aires, hay gente que con un tamborcito, y con un palito, y con lo que pueda, está golpeando los postes denunciando que se quedaron sin luz hace seis semanas, hace seis o más semanas, y no hay una voz que salga a atenderlas, y esa lucha con el palito juntó como a veinte, como a treinta, y se ha ido multiplicando, y resulta que ahora cortan calles. Esas estrategias de lucha comunicacional, de intervención en vías de comunicación como las calles, no están documentadas como batallas, y lo son.

Entonces si conociéramos esas estrategias populares de defensa tendríamos también, nosotros, un elemento de anticuerpo y sabríamos que hay que estar a la altura de esas luchas, que todo periodista que quiera hacer un relato, una construcción informativa, debería estar a la altura de las luchas que están en marcha en todos los pueblos y en todas las puertas de las fábricas del continente. Ahí creo que tendríamos tres elementos claves para un muy potente anticuerpo ideológico en esta batalla semiótica.

Octavio Fraga: Cierro con esta pregunta. Usted conoce que en nuestro país, desde hace muchos años, se desarrolla el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, que tiene un impacto social tremendo en nuestro país, en La Habana sobre todo. Los cubanos aprovechamos para ver las últimas películas de la región, y por supuesto, también se ponen películas de otras geografías, de otras corrientes estéticas, pero lo latinoamericano es lo que verticaliza este Festival. ¿No cree que sería importante retomar, en los países que fuera posible, multiplicar esta experiencia, como ejercicio de hacer políticas culturales, como praxis para conocer nuestras culturas?

Fernando Buen Abad: Sí, yo digo que es una obligación, debería ser una obligación de política cultural. Algo nos está faltando; nos está faltando un poquito de autocrítica en el sentido no de la autocrítica que es golpe de pecho y nos equivocamos, sino en el sentido de la autocrítica que corrige los errores, y que los corrige fraternalmente, y que los corrige sin esta cosa de la culpígena. Entonces creo que nos hace falta una fuerte autocrítica, porque hemos dejado los proyectos de políticas culturales al margen hace muchos años, el neoliberalismo nos hizo mucho daño en ese sentido. Estamos pagando las consecuencias de, al menos, treinta años de estragos durísimos del neoliberalismo en toda la región, que puso el campo de la cultura como un problema puramente decorativo y como un problema puramente de entretenimiento, y yo pienso que hay que devolverle las redefiniciones obligatorias en el campo de la política.

He estado en muchos festivales de cine y he sido, incluso, juez en muchos de ellos, es una oportunidad magnífica para sentarse unas cuantas horas y con eso recetarse el paisaje de las mayores diversidades que uno haya podido imaginar y que las condiciones no le han permitido, entonces es casi una obligación de política educativa también, eso hay que hermanarlo siempre, porque si no, se desconectan tareas que deberían estar íntimamente relacionadas. Yo pienso que Festivales de Cine como el de La Habana, o los Festivales del Libro también, deberían ser estrategias hermanables en todo el continente, y que deberían ser un circuito permanente, no debería parar demasiado tiempo antes de que estuviéramos dándoles la vuelta a todos estos materiales y a todos estos contactos con las distintas realidades.

Pero en la autocrítica, creo que necesitamos abrir los foros para proponerlo y pensarlo en conjunto. Hace falta un gran congreso sobre cine hoy en América Latina, hace falta un gran congreso que nos permita sentarnos a escuchar cuáles son las líneas políticas que urgen, así fuera un congreso como estamos haciendo esto. Escuchar a los treinta o cuarenta referentes de la región en unos cuatro o cinco días y hacer de esto un documento, firmar un documento conjunto que pudiera aportar la herramienta de la batalla cultural, que es un instrumento de la educación popular que no se puede desconectar, y que es indispensable en un universo en el cual la tendencia es a que seamos cada vez más ignorantes y más inconexos, porque finalmente es el triunfo de ellos. No les importa que seamos, cada vez más, los que les protestamos, mientras estemos desconectados ellos están felices porque la lucha del capitalismo contra nosotros permanentemente es, en primer lugar, impedir que nos organicemos.

Entonces en la medida en que seamos un archipiélago inmenso pero inconexo, en esa medida pues no pasará nada, pero si el esfuerzo lo encaminamos a una organización mínima yo creo que algún paso se puede dar, y alguna vez quizás encontraremos políticos que se sensibilicen y encuentren que no pueden seguir operando políticas culturales sin haber creado una corriente cultural y comunicacional potente para la región. Porque si no, todo ese vacío que se deja, vendrá después a comérselos a ellos picaditos como desayuno del imperio muy fácilmente, porque así ha ocurrido. Porque todo vacío que se deja viene la ideología dominante a llenarlo con su basura, entonces yo creo que no solamente como una necesidad, yo lo veo como una obligación y como una responsabilidad en este tiempo, el levantar la voz con los liderazgos. Solamente digo, desperdiciando el trabajo que ya está hecho, porque son grandes, importantísimos referentes culturales, como este Festival de Cine de La Habana o las Ferias de los Libros en México, son bastiones muy importantes que se han conquistado, ahora hay que intervenir. Porque el otro dilema es que la producción tanto cinematográfica como bibliográfica también necesita dar un vuelco de reconversión de producción nacional, y este es el otro tema, o ese el tema de temas que deberíamos estar discutiendo en un congreso. Muy bien, hagamos muestras, pero de qué producción. Y más de uno se queda mudo. Hoy los monopolios de la producción de libros son, casi todos, propiedad de empresas españolas en América Latina.

Están contentísimos con las Ferias de los Libros, y por eso quieren a Vargas Llosa al abrir todas las Ferias, inaugurarlas. Pero nosotros no necesitamos decirles que no, que hay otra producción bibliográfica distinta que exige espacios y que necesita espacios en América Latina, y en materia de cine, y en las formas sucedáneas que uno quiera. Hoy tenemos grandes, importantes productores de podcasts que están haciendo trabajos muy interesantes y que no están encontrando plataforma en las políticas culturales de la región; así que a mi entender es nuestro desafío generacional, y hacemos lo que podemos cada cual con los espacios que estamos ganando, ojalá pudiéramos multiplicarlos en algún espacio de coordinación.

Octavio Fraga: Muchísimas gracias por su tiempo que querido Fernando, ha sido enriquecedor lo que nos ha aportado, y bueno, esta entrevista la vamos a transcribir, la vamos a compartir, la haremos llegar a usted también para que la socialice, para que la gente reflexione, porque ese es el sentido de este diálogo, para que la gente debata, y que este Diálogo en reverso, que hemos tenido hoy, sirva para estos fines.

Fernando Buen Abad: Agradecido de todo corazón nuevamente y no lo digo sólo como protocolo de despedida, lo digo de corazón, y toda vez que sea posible hagamos juntos lo que sea posible. Es nuestro tiempo para hacer cosas, así que no lo desperdiciemos, y en la medida en que yo pueda colaborar en la distribución del material que ustedes generen, con todo gusto, y sigamos produciendo cosas, que me parece que urge. Hay, por lo menos, una juventud en el continente que está necesitando mucho trabajo de orientación, no digo de guías como gurú, pero sí de proponer dónde están los caminos de los debates para poder enriquecer el campo de visión, así que en lo que yo pueda, cuenten conmigo siempre.

Octavio Fraga: Una vez más muchas gracias, y le mando un abrazo en nombre del equipo de Cubaperiodistas.

Fernando Buen Abad: Abrazo para todos y todas.

Octavio Fraga: Cuídese mucho usted.

Fernando Buen Abad: Hasta siempre, gracias, igualmente.

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Condiciones para una exitosa película crítica con el capitalismo

Fotograma de No mires arriba (Estados Unidos, 2021) de Adam McKay

Por Pascual Serrano @pascual_serrano

La exitosa película de Netflix ‘No mires arriba’ (ojo, spoilers) ha abierto un debate sobre el cine crítico con nuestro modelo moderno de sociedad, sus liderazgos políticos, sus medios de comunicación, sus redes sociales… Recordemos que recientemente también tuvo gran repercusión la serie de la misma plataforma ‘El juego del calamar’, que presentaba una situación económica y social capaz de llevarnos a cometer barbaridades. Es como si, desde el mismo capitalismo, la plataforma hubiese descubierto un filón explotando comercialmente películas o series que muestren la cara más miserable de nuestras modernas sociedades.

Sin embargo, a pesar de que aparentan una contundente sátira y tratan personajes y situaciones sin piedad, observamos en ellas unas características y unas limitaciones que nos hacen sospechar de la intención de su crítica.

Veamos cuáles son, a la luz de los ejemplos anteriores, cómo debe ser una adecuada película crítica con el capitalismo para ser tan exitosa como inocua. Es verdad que todas las características que repasamos no se cumplen en todos los casos, pero creo que son patrones bastante frecuentes.

  1. Debe ser divertida. Vivimos en la sociedad de la diversión y el entretenimiento, nada debe alejarnos de eso. Pase lo que pase es importante reírnos durante toda la película. ‘No mires arriba’ es el ejemplo más evidente. Nos parecen patéticos unos presentadores de televisión que ríen y hacen bromas y chistes mientras les cuentan que un meteorito va a destruir la Tierra, al mismo tiempo que nosotros nos estamos también riendo de las bromas y chistes de una película sobre un meteorito que destruye la Tierra. Ocurre lo mismo en ‘Idiocracia’, una distopía en clave de humor, donde la raza humana ha degenerado intelectualmente.
  2. Los ricos y poderosos deben parecer decadentes y ridículos. Lo observamos en ‘No mires arriba’ y se aprecia todavía más en ‘Los juegos del hambre’, donde el aspecto de los poderosos se llevaba al extremo del ridículo y la ostentación. También lo comprobamos en ‘El juego del calamar’, en las escenas donde aparecen esos ricos que pagan por observar el desarrollo del juego, sebosos y depravados, uno de ellos termina humillado y doblegado por un personajes en un acto justiciero, pero sin ninguna trascendencia. De ese modo, las audiencias, que nunca se consideran decadentes y ridículas y que odian a los poderosos, estarán encantadas con el símil de la película y con la apariencia patética de ricachones y gobernantes.

En la película ‘Los Productores’, de 1968, un empresario de teatro llega a la conclusión de que si estrena una obra mala de solemnidad será más negocio que si es buena, porque no tendrá que repartir beneficios y se podrá quedar con el dinero de todos los inversores. Eligen la obra adecuada, que es un musical de apología nazi y de Hitler, en el estreno parece que el público, como era de esperar se indigna y hace amago de abandonar la sala, pero en un determinado momento aparece una escena en que Hitler sale ridiculizado, el público comienza a reír y aplaudir entusiasmado y la obra termina siendo un éxito. Ya en aquellos tiempos descubrieron que si haces a la gente reír y el malo parece tonto puedes colarles lo que quieras, aunque sea el retrato benevolente de un genocida.

  1. Es importante que el poder se presente con una identidad ambigua e indefinida, no se concretará en multinacionales con nombre, fondos de inversión o determinados gobiernos o políticos. Por eso en ‘No mires arriba’, unos ven como la presidenta de la nación a Hillary Clinton, otros a Trump y otro, el ego patrio desmesurado, a Isabel Díaz Ayuso. De hecho han aparecido negacionistas y ultraderechistas aplaudiendo la película junto a políticos de izquierda como Pablo Iglesias o el exdiputado de Ciudadanos Juan Carlos Girauta. Una reseña de eCartelera titulaba “Comunismo, negacionismo, Trump… ¿qué critica realmente ‘No mires arriba’? Los espectadores no se aclaran”.
  2. Los pobres y miserables pueden aparecer, no se ocultan, de esa manera la audiencia reconoce una determinada realidad y la película gana credibilidad. Sin embargo, no se identifica fácilmente a los responsables de esa pobreza, ni siquiera parece que sea un problema por el que preocuparse. Es el caso de ‘Nomadland’, indigentes alegres que viven en una caravana y mueren entre sonrisas por no tener una medicación para el riñón, sin amago de crítica para la sociedad que provoca ese problema. Ninguna identificación hacia el modelo sanitario privado del país, los gobiernos que no les dan cobertura, las farmacéuticas que cobran un precio disparatado por los medicamentos.

En ‘El juego del calamar’ no se explica qué modelo financiero es el que lleva a esas personas a participar en el juego para saldar unas deudas tremendas y que les arruinan la vida. Ni se profundiza en la paradoja de la joven que huyó de la Corea del Norte comunista para acabar en esa situación.

  1. No debe haber ninguna opción alternativa al sistema que se denuncia. El ejemplo más elocuente es ‘Joker’, el levantamiento de una ciudadanía indignada se hace en torno a un psicópata. No hay propuesta ni alternativa, solo una revuelta violenta y absurda. Algo que también está ocurriendo en demasiadas ocasiones en la vida real, donde sociedades explotan furiosamente sin saber ni qué proponen ni a dónde quieren ir. En otra antigua película que describe el poder de la televisión, ‘Network, un mundo implacable’, de 1976, un presentador fracasado inicia una fase de demencia cuando va a ser despedido y en sus últimos programas comienza a hacer un llamamiento para que la gente salga a gritar a las ventanas diciendo que están hartos. Él mismo deja claro que no sabe cómo arreglar nada ni cuál es la alternativa, pero que salgan a la ventana a gritar su enfado. El resultado es espectacular, la gente comienza a hacerlo y él se convierte en un referente de la rebeldía.
  2. No hay líderes subversivos con un plan de lucha ni objetivos de liberación, por muy desesperada que sea la situación nunca hay un Espartaco. Y mucho menos un partido organizado que lidere una movilización como en los clásicos italianos de ‘Novecento’ o ‘Los Camaradas’.

El final de ‘No mires arriba’ es de lo más reaccionario por su resignación. En ella los científicos sensatos optan, ante el desprecio al que les someten y la llegada del fin del mundo, a juntarse a cenar con sus familias y rezar. Muy subversivo no parece.

  1. En otras ocasiones, el pobre, por muy héroe que se presente, simplemente se busca la vida de forma individual o familiar, nunca de forma colectiva. Es el caso de ‘Parásitos’, sencillamente una familia que se busca la vida y cuya única aspiración es tener dinero y confort. Incluso la lucha de la supervivencia en ‘Los juegos del hambre’, por mucho que admiren la cooperación, es inviable porque debes matar al resto de desgraciados para sobrevivir.
  2. Siempre tienes que parecer más listo que todos los que salen en la película. Hasta ahora los malos eran muy malos, ahora deben ser también muy tontos, muy simplones (‘No mires arriba’ es el ejemplo perfecto). Es el mismo modelo que se repite en las redes sociales, donde todos nos reímos y nos burlamos de los que mandan, cualquiera de nosotros está convencido de ser más inteligente que todos esos que nos gobiernan. Mientras, esos supuestos tontos que mandan, Rajoy, Ayuso, Trump o Biden, nos van jodiendo la vida. Pero… y lo tontos que son, y lo que nos reímos de ellos.

No se trata de hacer una enmienda a la totalidad de esas películas que triunfan en el mercado y que se presentan como críticas contra el capitalismo. Sin duda, son mejores que la media y aportan elementos valiosos de reflexión. Pero es importante que seamos capaces de observar las grietas en su discurso revolucionario que no lo es tanto, que nos fijemos en las trampas para hacernos creen que son más subversivas de lo que son, que no perdamos de vista los agujeros por los que cuelan patrones mentales reaccionarios o desmovilizadores sin que nos demos cuenta, y que no olvidemos que una película siempre termina siendo inocua para el sistema.

Tomado de: El Diario

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Palabras de elogio a Solás

Humberto Solás, cineasta cubano (1941-2008) Foto Levante-EMV

Por Eusebio Leal Spengler

Queridos amigos y amigas:

Pregunté si Humberto estaba de acuerdo, si era él, y si era su voluntad que yo dijese estas palabras. La respuesta fue que sí, y solo de esa manera acepté el riesgoso menester de decir unas palabras para un artista que, aparentemente no está o no estaría del alcance de mis posibilidades para un análisis crítico realmente valedero e importante de su obra, en un día tan importante también y trascendente como el de hoy.

Sin embargo, en el primer punto de su biografía aparece que Humberto es historiador, y ahí la tabla salvadora. Era un compañero generacional, un compañero de profesión y también un admirado amigo. No admiro la obra, sino admiro al individuo; porque si alguna vez el arte es de veras la voluntad del artista, más allá de las artes plásticas y la literatura, más allá del arcano indescriptible de la poesía, es precisamente en el cine. Detrás del lente solo él, solo ellos, pueden comprender la trascendencia del espacio, el sentido de la tridimensionalidad que tanto preocupó a Leonardo; la belleza del mundo que va a recrearse nuevamente y que siempre será distinta, a partir de esa óptica, de esa mirada profunda y de ese deseo claro de plasmar un sueño, de transmitir a otros una revelación, de dar una idea o hacer una interpretación del espacio y el tiempo.

Todo eso encuentro en la obra coherente de Humberto, tan reconocida internacionalmente, creyendo los títulos, los premios, las citas importantes del cine universal en las cuales ha estado presente, y ha sido no solamente elogiado, sino partícipe en el juicio sobre otros, dan razones suficientes para que se le otorgue, hoy, esta preciosa distinción.

Por lo que el Instituto Superior de Arte significa y representa para Cuba, por lo que tiene en este día de consagración y reconocimiento para Humberto, de la nación, del Instituto, del Ministerio de Cultura; pero fundamentalmente de los artistas, de la intelectualidad aquí representada: los músicos; los pintores; los poetas y escritores; los críticos; los ensayistas; los profesores universitarios y todos los que hoy están pendientes en este acto de lo que él que nos va a decir finalmente.

Lo que tenía que decir de Humberto está prácticamente dicho ya. Hay una etapa fecunda de la vida, en la cual para lo que ha de hacerse, se tiene un tiempo breve, en espacio de años, que son como el pestañear de una mariposa, en el universo astral. De esa manera, hay un instante en que se debe recoger el fruto de esa simiente lanzada al viento, y yo creo que aunque comenzó hace mucho tiempo la siega de hoy, lo que recogerá hoy supone para él, un instante y un minuto importante de esa vida, donde mucho ha hecho ya Humberto Solás.

Pero, ese hombre nacido un 4 de diciembre tiene además con nosotros algo muy particular, que hace un instante, antes de comenzar el acto, recordaba Miguel Barnet.

Somos los amigos y compañeros de una generación que, en medio de los grandes avatares del mundo que nos tocó vivir, nos empeñamos por caminos diversos en edificar una obra. Algunos la hicieron para la memoria; otros, para las piedras; otros, para el arte danzario; otros, para el cine. Otros renunciaron a ello para servir a la cultura, y esto tiene un mérito inmenso, porque han vivido, y me consta, con la añoranza perpetua por regresar al escenario, al gabinete de estudio, al sitio donde pudieron encumbrarse a título personal y ser sorprendidos por el resplandor de las estrellas.

Este no es el caso. Humberto pudo, partiendo del instante en que la nación, en que la Revolución, decide la creación del instituto del cine cubano, participar en esa gesta de la cultura, entrar de lleno en la batalla por crear un espacio para el cine, dentro del cine latinoamericano y mundial. Para ello partía de una visión general obtenida por los fundadores en las más prestigiosas escuelas de cine del mundo. Ellos legaron al ICAIC una impronta tan poderosa, que hoy aun es la razón misma del debate esencial que le da motivo de ser al instituto de cine.

Un debate que tenía que ver con las ideas y su forma de expresarlas, que tenía que ver con la estética del arte cinematográfico y con lo más importante, no era solamente un vehículo, ni un medio, sino era fundamentalmente un instrumento para hacer llegar al mundo una voz elevada en forma de imágenes y noticias, elaboradas y dirigidas con el punto de vista de un gran artista en el noticiero del cine, a través de la obra, grande y extraordinaria del que fue quizás, uno de los más importantes cineastas del mundo en un tiempo, y lo es y será para sus amigos Santiago Álvarez.

De los que ya no están con nosotros, como Tomás Gutiérrez Alea, y que trazaron también una impronta, asomándose al vértice del gran conflicto internacional, llevando el mensaje de que la sociedad cubana era una sociedad viva, muy lejos de ser perfecta; y que en ese debate, que debía llevarse al cine, y en esa representación real de nuestra verdad, descansaba un discurso de autenticidad que haría creíble en el mundo, la obra de la Revolución cubana, más allá de toda palabra. Los que además de todo eso lograron dar vida, en actores y en actrices ―que hoy recordamos con emoción, pensando también en los que no están como Idalia Anreus—, en los maravillosos personajes encarnados en la trilogía de su obra esencial, Lucía. En sus últimas expresiones creativas como Miel para Oshún; o, en momentos tan trascendentales para su pasión creadora, como en Cecilia.

Y recuerdo vivamente aquellas noches, en mi casa de Compostela 158, donde junto a Alfredo, en el ambiente romántico de aquel rincón de la Habana Vieja de 1699, tratábamos de hallar el perfil verdadero, de cómo de una forma atrevida y contemporánea llevar al cine no la reproducción mimética de la obra de Cirilo Villaverde, sino una obra creativa que se metiese de lleno en la realidad intelectual cubana.

Pero también es el hombre alucinado con El siglo de las luces, la novela del más grande, del mas importante y trascendente de los escritores cubanos de su tiempo. Aquel que con profunda humildad, al recibir desde el conocimiento y convicción plena de su mérito el Premio Cervantes en su primera edición, y como premio absoluto para él, confesaba que había pasado su infancia recorriendo los portales y los espacios abiertos de un sitio en la Habana Vieja, donde la estatua del supremo mentor de las letras castellanas estaba levantada y sedente sobre una inmensa piedra de mármol. Esto le llevó a Humberto, a la creación en dialogo permanente con la obra del autor, esa magia de la obra del cine que ha sido, precisamente, El siglo de las luces. Con la música que hoy evocará con sus manos primorosas, y con el maestro que ha acompañado siempre su obra, como una herencia de los suyos, y un privilegio y gracia propia, José María Vitier.

De esa manera, entre lo que él dirá a través de su música, y lo que escucharemos de Rey, y lo que se ha preparado como escena e imagen, que será como un ramo de tibias y cálidas rosas para Humberto, se completará el homenaje que bien merece.

Es un homenaje a la cultura cubana, es un homenaje a la universalidad, es un homenaje también a los individuos que la han creado, porque si hemos luchado tenazmente por la igualdad, debemos luchar exactamente con igual pasión por la singularidad. Humberto es esa singularidad, es ese punto de identidad que llama la atención en la multitud, por su ojo capaz de captar, por su decisión atrevida de crear, por su sueño de poesía y de lealtad, en lo que ha creído desde su más temprana juventud y adolescencia, que es la verdad, que es el mundo que le rodea, que es el arte y que es Cuba.

Sé que es un día muy especial para él, pero también lo es para sus amigos y para sus admiradores. Una pequeña multitud desafiando la noche, desafiando las dificultades para llegar a un sitio relativamente abismal en el corazón de una ya gran ciudad, se ha reunido aquí, en este templo de las artes y las letras para honrarte, Humberto, y debes sentirte particularmente satisfecho. Si bien es cierto que para honrar ninguna voz es débil, quizás esto excuse la pobreza de las palabras mías para agregar un acento más a tu homenaje.

Solamente podría decirte que cuando me confirmaron hoy que era tu voluntad, y que tú querías de verdad que yo dijera estas palabras, me sentí dichoso porque me di cuenta de que más allá de la admiración por el artista tenía yo una gran admiración por un amigo.

Gracias, Humberto, por tu obra, que ha contribuido a enriquecer a Cuba, que ha contribuido a darle, como dije ya, realidad y verdad a esa verdad y realidad de la Cuba que nos tocó vivir. En la cual nos tocó construir y nos tocó luchar. Sé que en muchos momentos, a lo largo de una vida intelectual o creadora, las incomprensiones y las pequeñas espinas que hay siempre en los campos más cuidados, los pequeños abrojos, no te apartaron jamás de lo que fue tu camino predeterminado. Nada pudo convencerte, ni el error, ni la burla, a veces, ni la desconfianza de algunos, ni la pequeñez de otros de que tenías la dirección de tu patria y de tu pueblo, hoy tienes la prueba.

Felicidades, Humberto, y que vengan las musas de ese Parnaso en que creemos, a traer cuanto antes, a puertas abiertas, y en una noche estrellada, una corona de laurel para ti.

Muchas gracias

La Habana, 20 de noviembre de 2001

Tomado de: Cubacine

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Aurora, Paz Fábrega y la sororidad que intenta romper esquemas

Por Fernando Brenner

Estas dos mujeres originan un vínculo a partir de una situación donde el embarazo, el aborto, el secreto, lo afectivo, van tomando cuerpo en las miradas y actitudes de sus dos protagonistas, un espléndido trabajo compartido por Rebeca Woodbridge y Raquel Villalobos.

La interrupción prematura del embarazo (vulgarmente dicho aborto) está absolutamente prohibida en países latinoamericanos como El Salvador, Honduras, Nicaragua, República Dominicana y Haití. Y los estados que tienen algunas de las legislaciones más restrictivas y solo despenalizan el aborto en caso de que la vida o la salud de la embarazada corra peligro son Paraguay, Venezuela, Guatemala, Perú y Costa Rica. Y este film está filmado y transcurre en Costa Rica. Sus dos protagonistas son mujeres: Lucía arquitecta, maestra de dibujo, de cuarentipico, vive sola. Y Yuliana –Yuli- estudiante adolescente, que vive con su madre y su hermano, a punto de cumplir los 18. Y a punto de descubrir que está embarazada. Ese hecho ocurre cuando Yuli está vomitando en el baño de la escuela comunal, donde acompaña a su hermanito al taller de dibujo que dicta Lucía. Precisamente la maestra se encontraba lavándose cuando la escucha a Yuli.

A partir de allí entre silencios, balbuceos y preguntas, Lucía comenzará a preocuparse por la salud general de la muchacha y ésta le irá contando de a poco, cuestiones de su vida. Lucía –y nosotros espectadores- se/nos entera/mos que no hay papá de ese ser por nacer, o al menos Yuli no tiene idea en un primer momento quién pueda ser. Los padres de ella no lo saben y ella no se lo piensa decir. Entre Yuli y su mamá hay poca comunicación, con su padrastro es casi nula. Y a quien solamente le gusta cuidar y eventualmente jugar es con su hermanito. (Hay una escena clave en la cual Yuli no quiere que su madre la acaricie a ella y por ahí note que tiene la panza más grande, pero ella si mima a su hermano).

Lucía no tiene hijos, tiene una pareja-amante a distancia y que se ven muy de tanto en tanto, y por sus carencias sin duda encarará su afecto hacia esa chica. A veces más que como una relación entre una madre y una hija, parecen dos amigas que disfrutan sus momentos. La lleva a que la revise una obstetra, le hacen una ecografía y ahí se enteran de que tiene un embarazo de 21 semanas. O sea 5 meses. La posibilidad de abortar queda desechada. Lucía le plantea la posibilidad de dar a la futura beba en adopción, y se ponen en campaña en conseguir una pareja de padres. Pero las cosas no son tan lineales, ni sencillas, y un hecho cotidiano –y no menos fortuito- cambiará los planes de estas amigas.

Hay que agradecerle mucho a Paz Fábrega –además de directora es la guionista- por habernos entregado una historia tan simple con una trama tan conflictiva. Un hecho cuasi cotidiano, pero que usualmente está tratado como un melodrama insostenible, que a veces termina en tragedia. Aquí todo resulta llevado con astucia, de manera inteligente y muy placentera, a pesar de las peripecias que viven sus dos protagonistas. Cada una pondrá en la otra sus sentimientos, antes frustrados, ahora contenidos. Ya sea con sus miradas o con alguna palabra o un gesto significativo, ambas mujeres aceptan el status quo que se corporiza entre las dos, y ese fluir se transfiere a la pantalla de una manera plácida, absolutamente verosímil. Y son estas dos mujeres, Rebeca Woodbridge como Luisa y Raquel Villalobos en el rol de Yuliana, las que nos transmiten de forma tan creíble y tan humana, sus conflictos, sus deseos, sus temores, en una relación tan fresca y sensible.

La realizadora tica lleva hechos tres cortos: Temporal (2006), Cuilos (2008) y Vapor (Video musical, 2013). Y otros tantos largometrajes, todos premiados internacionalmente: Agua fría de mar (2010) y Viaje (2015).  Justamente Aurora, su tercer largo, trae ya sus galardones: Mejor Directora de la Competencia Internacional en el 58° Festival Internacional de Cine de Antalya, Turquía (Donde el aborto está permitido por petición). Y Mejor Largometraje Costarricense de la Competencia Centroamericana y Caribeña de Largometraje en el 9° Costa Rica Festival Internacional de Cine (San José, Costa Rica). E integra una lista de gente que ha dirigido más de un film y son las caras visibles de su país natal. Allí están Patricia Velásquez, Antonella Sudasassi, Esteban Ramírez, Miguel Alejandro Gómez, Hernán Jiménez y Jurgen Ureña.

Yuliana tendrá a su hija, pues al final el padre está (un compañero del grupo de estudiantes) y ya decidieron el nombre. Se llamará Aurora, como esa luz que precede inmediatamente a la salida del sol. Como el principio de un tiempo deseado. Simplemente, pura vida.

Tomado de: Escribiendo Cine

Tráiler del filme Aurora (Costa Rica, 2021) de Paz Fabrega

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La orfandad de los caníbales

Foto: DW

Por Iramís Rosique Cárdenas

«Toda secta es en realidad religiosa»

Karl Marx

La filogenia del sectarismo o cómo se enlata la política

Hay quienes dicen que el sectarismo es un fantasma, pero se equivocan. Quieren jugar al psicólogo y convencernos de que «el sectarismo no existe: no puede hacerte daño». Los fantasmas no existen, pero el sectarismo sí, y como la cólera de Aquiles, bastantes males ha causado «entre los aqueos», e incluso, bastantes almas de comunistas valerosos «precipitó al Hades» de la historia.

Este asunto ha sido varias veces denunciado en Revolución, aunque sobre él, en cuanto tal, se ha reflexionado poco. En nuestra psiquis política colectiva el sectarismo habita como trauma. Eso explica, quizás, los silencios que lo rodean o la angustiosa, y no pocas veces patética, urgencia de algunos para cerrar esa «gaveta» cada vez que se intenta abrirla. Una socorrida solución ha sido personalizarlo o moralizarlo: se reduce el sectarismo a un problema de carácter, a un problema de ambición personal de un individuo o un grupo, o a un resultado de simpatías o antipatías. También hay lecturas que asocian el sectarismo a determinadas matrices ideológicas como, por ejemplo, el marxismo-guión-leninismo. No obstante, estas asunciones no hacen más que oscurecer la comprensión del sectarismo y de sus causas, e imposibilitar su extirpación definitiva del campo de la militancia revolucionaria.

En política, como en agroindustria, existen tecnologías de conservación. Estas imponen, a los cuerpos sociales, disciplinas que aseguran la reproducción y consistencia de ideologías, órdenes, instituciones, grupos…

En ese sentido, el sectarismo no es solo una «enfermedad política»,[1] sino una tecnología política de la misma familia que el dogmatismo, la mistificación o la sacralización, y lo que la caracteriza es la colocación intransigente de su identidad de grupo particular por sobre las necesidades de la causa política más general en la cual se inscriben y dentro de la cual co-militan con otros grupos. No puede hablarse de sectarismo entre campos políticos antagónicos: el sectarismo se da hacia lo interno de un campo político con determinado grado de pluralidad y como tecnología actúa, en especial, sobre el colectivo cuya identidad «única» se pretende proteger de toda posibilidad de contaminación, desviación o disolución; o sea: sobre la «secta».

Tampoco se puede creer que alguien está per se inmunizado contra el sectarismo. Todo espacio de militancia es susceptible a desarrollarlo siempre que no se asista de una ética que lo considere intolerable.

Seguramente, cuando se habla de sectarismo, muchos piensen en fanáticos vociferando sus verdades sin escuchar a nadie, en fundamentalistas con intención de imponer su verdad a todo el mundo y con el plumón presto a etiquetar de «traidores» o «herejes» a más de uno. Pero, si bien estos son los sectarismos más recurrentes y dañinos, no son todos los que hay. Lo que acabamos de describir pudiéramos llamarlo sectarismo activo, preocupado no solo de disciplinar a su secta, sino también imbuido de la misión de convertir a todo el campo político en su secta y de castigar o expulsar de él a los que se resistan a ello. Este texto lidia, sobre todo, con ese tipo de sectarismo, pero es menester señalar que también existen sectarismos pasivos.

«Sectarismo pasivo» tenemos toda vez que un colectivo, sin vocación de castigo ni de persecución, coloca sus tiempos, modos, necesidades e identidades por encima de los del proyecto político común. Y cuando decimos «los del proyecto» no nos referimos a los que puedan existir en la conciencia parcelaria de la realidad de algunos, muchos, o incluso la mayoría, sino los que emanan de la toma de conciencia de la totalidad, del cuadro general del proceso político: de lo que Fidel denominó «sentido del momento histórico». Estas resistencias se convierten en techo de poca altura y mala fabricación para el crecimiento político de estos colectivos, devenidos también sectas, esta vez eremitas.

El «sectarismo activo», por su parte, opera como policía política y aspira a colocar el desarrollo de su conciencia como límite al desarrollo de la conciencia del resto del campo político.

No en balde estos sectarios, en vez de estar de frente al enemigo o junto a los compañeros de la retaguardia, se posicionan de espaldas al enemigo y de frente al campo propio para ver quién se mueve en la formación. Rafael Hernández señala algunos rasgos del «sectarismo activo» que captan muy bien lo que estamos describiendo:

«(…)

  1. Dentro del grupo, casi todo; fuera del grupo, nada.
  2. Quien no comparte los criterios y normas aceptadas no está solo equivocado (como dice el dogmatismo), sino se ha desviado, es peligroso, o indigno.
  3. Quien piensa diferente no comete error o ignorancia (como dice el dogmatismo), sino merece castigo (exclusión, estigma, desprecio).
  4. Los que se distancian se alían a la larga con ‘ese bloque del enemigo’ (trátese del imperialismo o del Partido-Estado).
  5. Purgar las filas y emplazar ideológicamente a los «inconsecuentes» se justifica moralmente en cualquier circunstancia, a nombre de ‘la verdad’.
  6. La confrontación, agresión y adjetivación personal pasan por debate de ideas, y valen como sustitutos a la carencia de argumentos.
  7. Toda actitud individual diferente entraña un motivo oscuro, endeblez de carácter o de principios.»[2]

Cuando leemos estos aspectos, comprendemos que el sectarismo no es un asunto ideológico ni está ligado a ideología alguna. Una vez preguntaba a un amigo por qué Ota Ola fustiga constantemente a personas como Elaine Díaz o Harold Cárdenas, y los tilda de «agentes del castrismo», de «comunistas», de «tibios». Su respuesta fue que Ota Ola tenía o se había asignado la función de disciplinar a su campo político, de uniformarlo y mantenerlo bajo la hegemonía de esa fracción histérica y desbocadamente anticomunista de la oposición contrarrevolucionaria tradicional con base en Miami. No podía permitir ni tolerar que terceros entendieran como legítimo que un opositor anduviera diciéndose «de izquierda» o se posicionara contra el bloqueo o criticara el enfoque Trump de las relaciones con Cuba. Ahí tenemos el sectarismo de derechas. También es bien sabido el ambiente que se respiraba en el grupo de Facebook de la difunta plataforma Archipiélago en sus días de alguna relevancia. Más de un enemigo del socialismo cubano se quejó de la intolerancia y el sectarismo de ese espacio, lo que demuestra que no es un asunto de izquierdas o de derechas sino una práctica política que puede ser desempeñada desde el interior de cualquier ideología o campo político.

Por supuesto que a nosotros nos interesa el problema del sectarismo para el campo revolucionario cubano. Y ese tema adquiere relevancia especial en un momento como este, cuando la refundación de la Revolución se hace urgente y en el que la oposición contrarrevolucionaria se ha replegado, porque los sectarismos y otras tecnologías de la conservación obstaculizan que el socialismo pueda ser renovado y retrasan la afirmación en el pueblo de cualquier sentido del momento histórico.

Las tres (anti)críticas del sectarismo o cómo se mata la política

Ya habíamos dicho que un mecanismo para eludir el trauma del sectarismo entre los revolucionarios cubanos ha sido el de personalizarlo, identificarlo con la praxis específica y aislada de este o aquel funcionario extremista o militante entusiasta e inmaduro. No obstante, en los últimos días, a propósito de la reemergencia de este debate, han ocurrido variaciones discursivas remarcables, que no son sino otros modos de evadir la contradicción de la que los comportamientos sectarios son síntoma. Aunque hay que admitir que todas esas posiciones entrañan una aceptación tácita de que el sectarismo es un problema político y hace daño a la Revolución.

La primera de estas variaciones consiste en el intento de homogenizar, más bien camuflar, el sectarismo bajo el manto de la crítica libre y revolucionaria. ¿Por qué se acusa de sectarismo a los compañeros que simplemente están haciendo una crítica? ¿Acaso alguien se cree inmune a la crítica? ¿No es acaso la crítica un deber revolucionario y una manifestación de salud política, de diálogo?

Probablemente estos compañeros han confundido la noción cotidiana de «crítica» como «decir lo malo de», «hacer leña de», «hablar mal de», con la crítica como ejercicio intelectual de análisis, de dilucidación, de esclarecimiento, que es la que puede tener utilidad en los debates entre compañeros con el mismo horizonte político.

Ni acusar, ni levantar sospechas, ni etiquetar a la ligera son ejercicios rigurosos de crítica. Cuando acusamos a un revolucionario de «centrista» o de «socialdemócrata» o de «liberal» sin tomarnos el trabajo de explicar qué significan esas etiquetas y cuáles acciones o ideas del compañero en cuestión califican como tales, no estamos haciendo ninguna crítica. Eso es simple y burda difamación.

Cuando destapamos la bola de cristal para adivinar y «denunciar» ocultos deseos, posibles traiciones, vínculos vergonzantes o indicios de analogías con pasados traidores, no estamos haciendo ninguna crítica tampoco: eso se llama cacería de brujas. No sabemos bien si es infantil o es cínico, pero el empeño de hacer pasar por pensamiento crítico todos estos tópicos vulgares ―que además no son nada originales y se han repetido una y otra vez desde el siglo pasado―, subestima la inteligencia de todos los que escuchamos tal «argumento».

La segunda variación evasiva recurre a anular la dimensión política del conflicto y desviar el tema hacia la moral. Entonces el sectarismo no se maneja como lo que es, un asunto político, que debe emplazarse y discutirse públicamente, sino que se reduce a una pelea de grupitos, a una cuestión de pandillas. De este modo se clausura toda posibilidad de que la disputa sea resuelta en favor o en contra de la política sectaria: se prefiere, desde una falsa superioridad ética, denunciar los males del ego y la falta de humildad, como si fueran las causas del problema. Incluso en esta línea se llega a esgrimir un conveniente relativismo en el que «nadie tiene la verdad», que es una delicada manera de decir que nadie tiene la razón.

Pues no: sí hay quien tiene la razón, y sí hay quien daña a la Revolución Cubana. El sectarismo y los sectarios hacen daño y están equivocados, y todos los que contra el sectarismo se levantan ―desde dentro del propio campo revolucionario― tienen la razón al hacerlo.

La tercera y más socorrida variación es el llamado a la sacrosanta unidad. Un día tendremos que preguntarnos hasta cuándo vamos a tolerar que tras el parabán de la unidad o el de la Revolución se escuden individuos y conductas que las laceran y las pudren. La unidad esgrimida ahí es una unidad abstracta. ¿Qué unidad es esa y con qué? ¿Qué lacera más la unidad, la cultura política inquisitorial o el llamado a destruirla?

Enseguida corren algunos a pedir que ese tipo de asunto se dirima en privado porque en público «dan armas al enemigo». Hay que sonreír imaginando a estos extintores parlantes susurrarle a Fidel hace sesenta años: «Ay, comandante, no denuncie a Aníbal Escalante públicamente que eso da armas al enemigo, mejor llámelo a un aparte en un pasillito que es como hacen las cosas los revolucionarios que cuidan la unidad». Por supuesto que a nadie se le ocurrió semejante tontería. Fidel habló, y bien alto, y frente a todos expuso los males del sectarismo, y no sería aquella la única vez. Y poco importa si el enemigo lo usó con oportunismo: hace sesenta años estaba muy claro que el sectarismo constituía una debilidad y el problema debía ser ventilado en favor del fortalecimiento del bloque de la Revolución. No era una entrega de armas al enemigo, era una manera de apertrecharse ante el enemigo. Ese día «Fidel habló para los revolucionarios», y para nadie más.

No obstante, nos enfrentamos ahora a la ausencia de una ética colectiva y sin eso nadie puede esgrimir una unidad que no sea abstracta, metafísica y, por tanto, falsa. ¿Cuál es la ética de la Revolución? «Revolución es no mentir jamás ni violar principios éticos». ¿Cuáles principios? Probablemente hay consenso en que no se puede ser corrupto y revolucionario a la vez. Pero, ¿se puede ser machista y revolucionario? ¿Y homófobo? ¿Y violento? ¿Y racista? Podríamos decir que no, pero eso no significaría nada. ¿Acaso no hay personas racistas, machistas u homófobas que se siguen considerando a sí mismas «revolucionarias»?

Solo en abierto debate de ideas y argumentos puede pugnarse por que una ética nueva se haga hegemónica a un campo político y se erija en ética colectiva y verdaderamente unitaria.

Las evasiones al asunto del sectarismo —que a veces se levantan de modo similar para otros temas— obstaculizan la expiación de esa práctica nociva y son manifestaciones evidentes de antipolítica. Y nada es más extraño y hostil al socialismo que la antipolítica. Si el capitalismo es la sociedad en que la forma mercancía se universaliza, el socialismo es la sociedad de la progresiva universalización de la política, entendida como el espacio de la deliberación, del conflicto, de la conciencia, de la palabra. La democratización de la vida, de todas las esferas de la sociedad, pasa por la entrada de la política en cada una de ellas. La clausura de la política que resulta de la huida constante de la contradicción y el conflicto es uno de los mayores obstáculos de nuestra cultura política para la profundización del socialismo en Cuba.

La orfandad de los caníbales o cómo se restaura la política

Esperemos nunca tener que extrañar a los antiguos dogmáticos del marxismo-guión-leninismo. Konstantinov, Afanasiev, Oizerman…: todos aquellos viejos profesores de filosofía que saltaban como fieras ante los indicios más mínimos de «revisionismo». Ellos eran guardianes de un poderoso dogma que sostenía Estados gigantes y movía a millones de personas en el mundo. Sabemos que el dogmatismo y el sectarismo son diferentes y que no tienen que convivir, pero podemos decir, sin temor a equivocarnos, que si el sectarismo tiene un padre, ese es el dogmatismo. Y no es solo su padre: es también su corazón. Bajo la luz cegadora de un dogma magnánimo se entiende la ferocidad de los viejos estalinistas dispuestos a echarse los unos sobre los otros como hienas, encantadas por el fulgor de la «doctrina invencible del proletariado», en aras de proteger su «pureza». Así mismo, puede llegar a comprenderse el fundamentalismo religioso, embriagado del mandato mesiánico proveniente de Dios.

Decía Marx que toda secta es en realidad religiosa. ¿Pero cuál es el dios de nuestros sectarios?

Seguramente ante la pregunta responderían airados: «¡La Revolución!». Así, con mayúsculas. Y habrá que insistirles una vez más: ¿qué es la Revolución? O más bien, ¿qué es para ustedes? Estas son preguntas difíciles que, por demás, no hemos hecho aún a esos compañeros. Lo que tenemos como pista son las reacciones virulentas de ellos ante lo que consideran la anti-Revolución.

Si alguien juzga sospechoso o se molesta porque se emplee a un autor francés o norteamericano para explicar fenómenos de la Revolución Cubana, ¿qué cuerpo doctrinario está protegiendo? Cada vez que se acusa a alguien de «centrista» o de «liberal» o de «socialdemócrata», ¿de qué se le acusa exactamente? Esas etiquetas, devenidas ofensas, se han vuelto muy socorridas en los últimos años. ¿Qué son el «centrismo», el «liberalismo» y la «socialdemocracia»? Los dogmáticos y sectarios de antaño, del viejo Partido Socialista Popular (PSP), de la URSS, tenían todo esto milimetrado, pero ¿y estos?, ¿qué es lo que defienden?

Hay un problema de fondo en el asunto de acusar de centrismo o de socialdemocracia. En Cuba, desde 1991, pero sobre todo después del retiro de Fidel y el cese de su práctica política discursiva permanente, hay una crisis doctrinal de la Revolución Cubana.

Esa crisis hace que sea difícil distinguir los discursos clásicamente liberales o socialdemócratas, por ejemplo, del discurso del Estado sobre determinados temas.

La Revolución Cubana está pagando una derrota que no fue suya: la del socialismo europeo. La ideología producida en Europa del Este, su marxismo-guión-leninismo, con todos sus defectos y su dogmatismo, otorgaba sostenimiento espiritual y sentido a un mundo —epistemológico, político, jurídico, ético, existencial, estético…— . Su hundimiento dejó a la Revolución Cubana y su socialismo como náufragos en el océano de las ideologías.

Por fortuna teníamos a Fidel, una máquina líder productora de sentido. Fidel pasa entonces a convertirse en la principal fuente de legitimación ideológica. En ausencia de un cuerpo doctrinal y espiritual sólido, más allá de la ambigüedad transclasista que caracteriza a todo nacionalismo, lo que Fidel explica y suscribe se considera lo revolucionario. La condición revolucionaria de las ideas ya no reside en su consistencia con un canon específico, sino en el emisor: Fidel, mientras estuvo activo.

Por un lado, esto tuvo la limitación de que es imposible que el grueso de la reproducción ideológica de una sociedad recaiga en un sujeto individual. El mundo del socialismo real era sostenido por miles y miles de pensadores, artistas, políticos, maestros, científicos, etc. Por otro lado, luego de Fidel, el Estado —y no el Partido— lo sustituye como fuente de legitimación ideológica. Entonces ocurre un desplazamiento muy interesante en nuestros sectarios.

Si un intelectual de izquierdas, pero sin cargos gubernamentales, señala la naturaleza estructural del bloqueo para el socialismo cubano y la necesidad de crear y avanzar a pesar de él, algunos compañeros se levantan airados a cuestionar las ocultas intenciones perversas de ese intelectual que seguramente lo que pretende es blanquear y minimizar el bloqueo. Basta que a la semana siguiente el compañero Primer Secretario del Partido suscriba la misma idea para que, ¡entonces sí!, ellos puedan asumirla como algo decible y aceptable. Del mismo modo, algunos son muy ácidos contra economistas cubanos que no trabajan para el enemigo, pero que tienen visiones críticas sobre determinada política económica, a los cuales acusan enseguida de neoliberales o socialdemócratas ―sin demostración alguna de en lo que esto consiste―, pero luego se hace mutis cuando en un Pleno del Comité Central un compañero dice que cuando los ricos se enriquecen jalan a los pobres.

Esto indica que para algunas de nuestras sectas locales lo sagrado no es tanto el proyecto revolucionario como el poder que lo sostiene, el cual se les presenta como productor de la verdad.

Que una relación de poder sea el instrumento de legitimación ideológica implica unos niveles de mistificación y metafísica política extraordinarios, además de ser un excelente asidero a los oportunismos de todo tipo que siempre sacan ventajas de las opacidades. El avance o el libre desarrollo de un sectarismo huérfano y sin corazón, cuya única sujeción es la «verdad» del poder, es muy peligroso para el futuro del socialismo cubano, porque precisamente los discursos liberal y socialdemócrata logran calar en las conciencias de revolucionarios, no porque sean engañosos o porque la gente sea tonta, sino por la inconsistencia actual del cuerpo doctrinal de la Revolución Cubana. ¡Y contra el completamiento de este se levantan nuestros caníbales!

Quien desee ser solamente ideólogo del poder, es decir, de políticas gubernamentales, de «lo que está», de la burocracia —como rezan recientes confesiones de algunos—, y no ideólogo del proyecto, de la Revolución, de «lo que queremos ser y de aquello por lo que luchamos», que lo sea; pero que no intente hacer pasar eso como militancia revolucionaria. Y que tampoco se atreva, con sus cacerías de brujas y sus mediocridades, a intentar ponerle freno al empeño de pensar y hacer la Revolución Cubana; porque ante toda voluntad de congelar el tiempo y convertir a los revolucionarios cubanos en un ejército de obsecuentes y repetidores, solo hallarán un fuego que se esparció por toda Cuba el 25 de noviembre de 2016, y que no se extinguirá hasta abrasar este mundo y dar a luz a un mundo nuevo. ¡Aprendan a arder, o serán consumidos!

Notas:

[1] Como lo describe Rafael Hernández en su excelente artículo «Algunas enfermedades infantiles en la cultura del socialismo en Cuba», publicado en el diario digital OnCuba el 6 de marzo de 2020 (https://oncubanews.com/opinion/columnas/con-todas-sus-letras/algunas-enfermedades-infantiles-en-la-cultura-del-socialismo-en-cuba/).

[2] Rafael Hernández, op. cit.

Tomado de: La Tizza

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Alma Mater. Universidad de La Habana Foto Cubadebate

Por Graziella Pogolotti

Transcurría el año 1918 cuando en Córdoba, Argentina, estallaba un brote renovador que muy pronto, como mancha de aceite, se extendería a la América Latina toda. Un siglo después de haberse desgajado nuestras repúblicas del dominio de España las universidades permanecían anquilosadas.

La propuesta transformadora de los jóvenes argentinos incluía aspectos de orden académico, pero se proyectaba mucho más allá. Problematizaba, en términos innovadores, la función del alto centro docente en la sociedad. Estudiantes asumían responsabilidades políticas, culturales y educacionales con vistas a salvar las brechas que los separaban de las masas populares desamparadas.

Aunque el contexto desfavorable cercenó la realización total del propósito, el modelo introdujo algunos cambios. Aparecieron en todas partes departamentos de extensión cultural que, en alguna medida, trataron de paliar las deficiencias de las políticas gubernamentales y, sobre todo, a partir de entonces las universidades se convirtieron en focos de fermento de ideas y de participación juvenil en la vida pública.

En Julio Antonio Mella coincidieron el cuerpo atlético y la inteligencia poderosa, dotada para conjugar el análisis de la realidad concreta con la lectura provechosa, libre de esquemas y simplificaciones dogmáticas, de Marx y Martí. Asimiló la lección renovadora de la Reforma universitaria de Córdoba. Animó la fundación de la FEU, intentó depurar el claustro de los profesores adocenados y dio cauce a la creación de la Universidad Popular José Martí, destinada a la formación de la clase obrera.

Asesinado en México por la tiranía de Machado, algunos logros iniciales fueron cercenados. Pero la semilla estaba sembrada. La juventud universitaria se lanzó al combate. Dejó una estela de mártires, a quienes se les rendía homenaje cada 30 de septiembre, fecha de la caída de Rafael Trejo en 1930.

La tradición se radicalizó al perpetrarse el golpe de Estado de Fulgencio Batista. Las universidades se convirtieron en centros propulsores de acciones combatientes que trascendían la voluntad de derrocar la dictadura. Había que modificar las raíces de un sistema conformado por la dependencia del capital foráneo y los rezagos del neocolonialismo.

Sin embargo, el proyecto reformador de la enseñanza había quedado trunco. Al cumplirse un año de la Campaña de Alfabetización tomaba cuerpo el rediseño integral de la educación superior. Para fundar soberanía en el área del conocimiento se abrieron las hasta entonces inexistentes facultades de Economía y Biología.

En la base de la pirámide, el departamento devino la célula básica que articulaba investigación y docencia, configuraba programas y planes de estudio, planeaba la superación permanente del claustro y emprendía la urgente actualización y modernización del saber en los distintos ámbitos de la ciencia. En la Universidad Central de Las Villas, el Che había llamado a los centros de educación superior a pintarse de pueblo.

Para los profesores de entonces, muchos de ellos novicios, se planteaba un desafío gigantesco de estudio y búsqueda de amplias fuentes bibliográficas. Era una carrera contra el tiempo, porque los estudiantes de nuevo ingreso estaban tocando a las puertas. En algunas áreas pudo contarse con la colaboración de especialistas procedentes de otros países. Llegaron de la América Latina, de Europa occidental, de Estados Unidos y de los países socialistas. Deslumbrados por los rasgos singulares de una Revolución triunfante que enlazaba el movimiento de liberación nacional con la proyección hacia el socialismo, los movía un generoso espíritu solidario.

Inmersos en el empeño de participar en la edificación de un país, no habíamos cobrado conciencia de tener una asignatura pendiente. No bastaba con instruir. Era necesario formar. Para hacerlo, resultaba indispensable conocer la Cuba que habíamos heredado. Pasar de la concepción teórica de la naturaleza del subdesarrollo al contacto concreto con sus dimensiones sociales y culturales.

Fidel convocó a impulsar un trabajo de animación sociocultural en zonas intrincadas de la isla. Con entusiasmo misionero acopiamos un muestrario de imágenes de las artes visuales y selecciones de textos literarios. Marchamos dispuestos a enseñar. Topamos entonces con el universo largamente marginado en lo profundo de la sociedad. Nos sentimos desarmados. Comprendimos la necesidad de forjar herramientas para edificar el diálogo con el otro. De maestros nos convertimos en aprendices. Modificamos definitivamente nuestra noción de cultura, entendida ahora desde perspectivas antropológicas y sociales.

Integrada al proyecto transformador revolucionario, la Reforma universitaria modernizó la enseñanza. Abrió la mirada hacia anchos horizontes. Siguiendo el precepto martiano, injertó el saber del mundo en el tronco de nuestras repúblicas.

Tomado de: Juventud Rebelde

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Con Laidi, en nuestro tiempo

Por Zaida Capote Cruz

Una de las crónicas de este libro registra el interés, la simpatía o el rechazo que suelen provocarnos las fotos ajenas, fotos de gente desconocida que aparece en la solapa de un libro o en una página web y que, por esa magia extraña de la imagen, nos venden la ilusión de que solo por contemplarlas sabemos más de (o conocemos mejor a) quien porta ese rostro más allá del libro o la virtualidad. Y también comenta el afán de mucha gente, una vez vista la foto, por conocer a la persona de marras, sea un autor, un artista, o cualquier otro personaje notorio. Por supuesto que, tratándose de una crónica de Laidi, pronto aparece la burla, y la voz malévola que describe nuestros hábitos acusa cómo usamos fotos lejanas en el tiempo, negando el envejecimiento y el paso del implacable.

Debo decir que, aunque me dedico, vamos a decir, profesionalmente, a leer libros ajenos, no suelo sentir curiosidad por conocer a sus autores. Frente a aquellos cuyos libros admiro, seguramente me cohibiría. A quienes me hicieron detestar sus libros no me interesa conocerlos. Son contadas las veces que puede una admirar, disfrutar un libro y construir una relación grata con su autor.

Pero no era por esto que empecé a hablar de las fotos. Es que me hizo recordar una de nuestras fotos más recientes, hace algunos años, cuando Laidi ganó el premio El Dinosaurio de minicuento, y Helen Hernández Hormilla y yo fuimos a acompañarla y celebrarla durante la premiación en La Cabaña. Todavía estábamos las tres en la Isla. Todavía yo me teñía el pelo. Todavía ignorábamos cuánto iban a cambiar nuestras vidas (y nuestras apariencias). Pero ver esa foto me hace muy feliz. Casi tan feliz como estar aquí hoy, acompañando este nuevo libro de Laidi junto a ustedes.

La crónica es un género saludable. Algo hay de verse en el espejo, de revisarse cotidianamente, de compararse con los demás, en ese recorrer una y otra vez las esquinas de la vida, los paisajes, los hábitos, las marcas que nos ha ido dejando la brega cotidiana. Y todavía más saludable es reírnos de nosotros mismos, ahondar en nuestras incongruencias, aprender más de quiénes somos.

Este libro de Laidi me puso a pensar en cómo tantas veces hemos leído crónicas –o estampas, como le gusta a ella decir, siguiendo a sus maestros- que nos acercan momentos del pasado, vetusta chismografía de otro tiempo, o nos invitan a reflexionar sobre algún tema de actualidad escenificando una historia cualquiera. Pero pasa, bastante a menudo, que el cronista no se involucra, que se queda al margen de la historia, que sobrevuela la escena como aquel estudiante que gozaba del favor estrambótico del diablo cojuelo. Vista así, como sobrevolándola, como si estuviera una manejando un dron de esos que salvan a los malos directores de telenovelas, la vida es otra cosa. Una anécdota más, una vivencia ajena, algo de lo que podemos aprender sin conmovernos.

Laidi no puede escribir como un paseante cualquiera, mirando las vitrinas con interés pero sin pasión, hablando de sí misma y de nosotros como si fuéramos extraños. Ella no puede, y yo se lo agradezco. No puede, porque tiene sus virtudes (que son, como suele ocurrir, sus defectos). Es apasionada hasta la médula, leal hasta la ferocidad, y arriesga hasta la entraña en muchas de sus viñetas costumbristas, raspando la costra del pintoresquismo risueño para compartir la hondura de un sentimiento, de una pérdida, de un ataque de ira o de ese desgaste cotidiano en que también puede convertírsenos la vida.

Por eso, por esa pasión que traiciona, pudiera decirse, la buscada distancia e imparcialidad del cronista, puede de repente salirnos con que “no es sano esconderse tras un vocablo –“gente”-; sino dar la cara, el nombre, el pecho, y decir: ‘Fui yo’.” Leo ese tipo de aseveraciones y, aunque este libro no tiene foto de la autora, puedo decir que ahí la reconozco.

También la reconozco en su jocosa descripción, entre resignada y distante, de la doble jornada de trabajo que las mujeres asumimos casi sin notarlo, en la profunda y dolorosa reflexión sobre la emigración de los más jóvenes, en la claridad con que registra los inconvenientes para vivir una vejez con dignidad, en su defensa de la solidaridad femenina, en su necesidad de confiar en los otros, a pesar de los desengaños, en la claridad de su insobornable denuncia del silencio y la ignorancia que pretenden instalar la borradura de una tragedia descomunal, la de los feminicidios y otros abusos que deberían castigarse como lo que son, crímenes imperdonables, para lo cual no duda en pedir, una vez más, una ley contra la violencia de género.

Otra de las virtudes de este libro es el relato desenfadado de las vicisitudes que debemos sortear en nuestras vidas, esas de las que nos salva una sonrisa, la solidaridad, el apoyo de quienes enfrentan problemas similares o la simple compañía cordial.

No se los he dicho todavía, pero el libro tiene secciones, varias. De todos modos, por donde quiera que lo abran, tendrán la experiencia de leer, de escuchar una voz que es ella misma, siempre. Yo me río sola cuando tropiezo en las crónicas de Laidi con algún término médico, de esos que parecen ininteligibles. O cuando usa esa cercanía suya con la práctica médica para construir un símil muy gráfico, como el de un tacto rectal en pleno Coppelia. También me río cuando leo historias que pudieron ser mías, como las de los reportes en la beca y la persistencia de indicar que padecía “tibieza” severa (también me alegra saber que éramos muchos los contagiados de morosidad). Son las suyas las vivencias de una generación, y como testimonio de época, como registro de lengua, porque Laidi usa con gran desparpajo el habla popular y sabe compartir su disfrute, este libro ofrece un testimonio de la Cuba que fue y de la que está siendo ahora mismo, viva y proliferante.

Pero las historias suelen transcurrir en un escenario. Uno de los escenarios privilegiados del libro es la ciudad. La Habana de sus dolores, con sus aceras desniveladas, su gritería barriotera, su inhóspito aeropuerto, sus bancos ineficientes y sus tiendas torturadoras, sus colas sempiternas que solo logramos paliar a golpes de solidaridad. Para La Habana pide Laidi más amor, de manera que pueda brillar por sí misma y no por sus arroyos de aguas albañales. Y a quienes vivimos en ella, menos egoísmo y más altruismo, ser mejores, aunque sea un poquito.

Otros males y algunas gracias de nuestro estar en el mundo aparecen reseñados aquí con el gracejo de quien se burla de sí misma y de todos sin complejos; de quien se revisa de frente para ver qué puede corregirse, avivando la esperanza de ser mejores. La avalancha del inglés y otros usos que van atropellando el habla de otros tiempos, la enquistada burocracia contra la cual chocamos una y otra vez, el atropello cotidiano a los más viejos, la carencia de medicamentos, unos hanunzios (con h y con z) cuya ignorancia ortográfica y gramatical –y esto no lo dice Laidi, aprovecho para decirlo yo- se van filtrando y asentándose cada día con más frecuencia en la prensa escrita y televisiva sin que parezca preocuparle a nadie. Al mismo tiempo, ese dolor por el habla herida y la escritura magullada se consuela festejando la creatividad de los refranes y los consejos gratuitos que nos ofrece cualquier persona desconocida.

También nos convida a reflexionar sobre la extraña sociabilidad de las redes sociales, con sus episodios de acoso y ciberchancleteo, su utilidad para acortar distancias, su capacidad para ofrecer resguardo a quienes opinan sin dar la cara y la falta de moderación en la escalada de contrariedades que van sumándose para alimentar la llamada cultura de la cancelación, en que si no me gusta lo que dices, te hago callar o te ignoro.

Aquí hay espacio para mucho más y de seguro, cuando terminen de leer Tiempo de mujeres se quedarán ensayando cuáles temas se quedaron, qué sugerencias valdría la pena hacerle a Laidi para que siga, mientras escribe, conjurando la desilusión y la desesperanza, haciéndonos saber que compartimos un destino difícil, pero nuestro, y que estamos comprometidos en ensanchar nuestros espacios de humanidad, que no para otra cosa sirve, si es que debe juzgarse en términos de utilidad, la literatura. Y hacerlo con una sonrisa en los labios, siempre que podamos.

Yo encontré a Laidi en estas páginas y, aunque este libro no tenga foto de la autora, tiene una especie de declaración de fe, casi al final, en la cual nos propone que para enfrentar daños disímiles lo mejor que se puede hacer “es afianzarse uno mismo, anclarse en aquello en lo que definitivamente se cree”. Esa recomendación de autenticidad y transparencia nos la pinta de cuerpo entero.

(Presentación de Tiempo de mujeres en la Uneac, el 6 de enero de 2022)

Tomado de: Asamblea feminista

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Trump: enfermedad o síntoma

Osama Hajjaj (Jordania)

Por La Jornada @LaJornada

A un año de que una turba azuzada por el ex presidente Donald Trump asaltó el Capitolio estadunidense, el actual mandatario, Joe Biden, pronunció un discurso en el que acusó a su predecesor de haber intentado impedir un traspaso pacífico del poder. En la óptica de que dentro y fuera de Estados Unidos se vive una lucha entre la democracia y la autocracia; entre las aspiraciones de la mayoría y la avaricia de unos pocos, el demócrata denunció la red de mentiras sobre las elecciones de 2020 que el magnate ha creado porque valora el poder por encima de los principios y antepone su propio interés al de su país.

El desprecio de Trump hacia la legalidad, las formas democráticas y las mínimas normas del decoro institucional son un hecho patente desde su irrupción en la vida política; pero sería erróneo suponer que la crisis moral en la que se encuentra sumergida la sociedad estadunidense inició en 2015 –cuando el ex presentador de televisión anunció su intención de contender por la presidencia– o que fue gestada en su periodo al frente de la Casa Blanca. Por el contrario, el trumpismo es la consecuencia más dramática de la disfuncionalidad de larga data del sistema político estadunidense, y de la creciente incapacidad del mismo para responder a las demandas de la sociedad.

Dicho sistema se ha vaciado de contenidos verdaderamente democráticos hasta quedar reducido a un espectáculo, una simulación del gobierno del pueblo. Así lo reflejan la inamovilidad de su oligarquía bipartidista y de su clase política hermética, impermeable a la realidad, o la continuidad de un modelo de votación indirecta en el cual es factible (como fue el caso del mismo Trump, pero ya había ocurrido con su correligionario George W. Bush) ganar la elección, pese a perder la mayoría de los sufragios.

Más allá de esos problemas obvios, hay una palpable discordancia entre los principios políticos declarados y la realidad social e institucional. El enorme poder de los dueños de los grandes capitales y de los medios de información dominantes para influir sobre las decisiones políticas e imponer su agenda por encima de la voluntad popular anula en la práctica la pretendida igualdad de derechos de los ciudadanos y a ello se suma un racismo estructural que mantiene a millones de personas fuera del cuerpo político. Todo ello redunda en un divorcio de tal magnitud entre clase política y sociedad que desacredita por completo al sistema y abona al surgimiento de expresiones radicales como el propio trumpismo.

No es baladí recordar que la figura de Donald Trump es producto de la crisis económica crónica en amplios sectores de la población estadunidense y de instituciones que no han estado a la altura de las necesidades sociales: sólo reconociendo en el magnate al fruto de un descontento profundo y legítimo podrá desactivarse el riesgo de que él u otro personaje usen la ira de las mayorías empobrecidas para minar los fundamentos de la democracia. En este sentido, es preciso entender que las fuerzas sociales aglutinadas por el trumpismo no serán derrotadas en la arena política, sino únicamente a través de un cambio social y político profundo, en el cual se incluya tanto el rescate de las víctimas del neoliberalismo como la revisión de valores que larvan la urgente solidaridad social, entre los que se cuentan algunos tan preciados por los estadunidenses como el individualismo.

Tomado de: La Jornada

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