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Aprender a ver cine. La educación de los sentimientos en el séptimo arte

Autor: Juan Francisco González Subirá

Una invitación a la crítica de grandes películas de distintos géneros, mediante breves estudios que incluyen sinopsis, estilo, apuntes históricos, personajes y planos, y estructura dramática.

Aprender a ver cine invita a la contemplación crítica de grandes películas de diversos géneros cinematográficos: Gladiator, Braveheart, La vida es bella, Casablanca, Salvar al soldado Ryan, Matar a un ruiseñor, El club de los poetas muertos, Los miserables, El Señor de los Anillos, Star Wars, etc.

Ofrece una sinopsis del argumento, apuntes históricos y sociológicos, estilo del director, estructura dramática, tipos de planos…, y se completa con un análisis de los sentimientos de los personajes. Incluye cuestionarios que servirán de guía para organizar cinefórum.

Un libro de interés para todos los amantes del séptimo arte, especialmente para profesores y alumnos de Cine, Ciencia y Humanidades.

Juan Francisco González Subirá. Es licenciado en Filosofía por la Universidad de Navarra, y ha sido profesor de Filosofía en Educación Secundaria y en diversos cursos dirigidos a profesionales.

Tomado de: Ediciones Rialp

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11/S: El discurso de “Tati” Allende en La Habana

Beatriz Allende Bussi: Vengo a ratificarles que el presidente de Chile combatió hasta el final con el arma en la mano.

Por Beatriz Allende Bussi

A pocos días de ocurrido el golpe de Estado protagonizado por los militares y carabineros, respaldado por los partidos de la derecha y la directiva de la Democracia Cristiana, Beatriz Allende Bussi, hija del Presidente Salvador Allende y destacada luchadora revolucionaria, llegó a Cuba protegida por ese país, y le correspondió expresar unas palabras en un multitudinario acto en la Plaza de la Revolución a días de la asonada fascista. Ahí estaban decenas de miles de cubanas y cubanos, el Comandante en Jefe, Fidel Castro, la dirigencia cubana y varias y varios chilenos que habían acompañado a Allende durante su mandato. El siguiente es el texto íntegro del discurso de “Tati” Allende, el 28 de septiembre de 1973.

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No vengo a pronunciar un discurso, vengo sencillamente a decirle a este pueblo solidario y fraterno cómo fueron las horas que vivimos en el Palacio de La Moneda en la mañana del día 11 de septiembre. Vengo a decirles a ustedes cuál fue la actitud, cuál fue la acción y cuál fue el pensamiento del compañero presidente Salvador Allende bajo el ataque de los militares traidores y fascistas.

El pueblo cubano, desde luego, conoce la realidad, pero en muchos otros países la campaña de mentiras levantadas por la Junta fascista y secundada por las agencias del imperialismo norteamericano pretende correr una cortina sobre los hechos que ocurrieron en La Moneda, trinchera de combate del presidente Allende.

Vengo a ratificarles que el presidente de Chile combatió hasta el final con el arma en la mano. Que defendió hasta el último aliento el mandato que su pueblo le había entregado, que era la causa de la revolución chilena, la causa del socialismo.

El presidente Salvador Allende cayó bajo las balas enemigas como un soldado de la revolución, sin claudicaciones de ningún tipo, con la absoluta confianza, con el optimismo de quien sabe que el pueblo de Chile se sobrepondría a cualquier revés y que lucharía sin tregua hasta conquistar la victoria definitiva.

El cayó con invariable confianza en la fuerza de su pueblo, con plena conciencia del significado histórico que habría de tener su actitud al defender con su vida la causa de los trabajadores y de los humildes de su patria.

Pero hay algo más: Cuba y Fidel estuvieron presentes en sus palabras y en su corazón en aquellos instantes difíciles. Fuimos testigos de su lealtad hasta la muerte, de los lazos de profundo afecto que lo ataban a este pueblo, a su revolución y a su Comandante en Jefe, Fidel Castro. Prácticamente todo el último mes que precedió al golpe del 11 de septiembre lo vivimos en guardia permanente. Apenas pasaba un día sin que surgieran rumores de alzamientos militares y de golpes de Estado.

Esa mañana del martes 11 recibimos noticias inquietantes y supimos que el presidente Allende muy temprano había marchado hacia Palacio. Hacia allá nos dirigimos aún sin conocer la magnitud de lo que estaba ocurriendo.

Fue sólo en el trayecto hacia La Moneda, al tener que sortear en varias oportunidades las barreras de Carabineros, quienes en franca actitud hostil impedían el paso hacia la casa de Gobierno, lo que nos hizo comprender la gravedad de la situación.

Logramos llegar a La Moneda aproximadamente faltando diez minutos para las nueve. En su interior estaba la guardia normal de Carabineros, los cuales tenían a su cargo la protección de Palacio. No obstante, antes de entrar al edificio habíamos visto a carabineros de los alrededores en plan de rendición o de plegarse al golpe.

En La Moneda confirmamos de inmediato que se trataba de un golpe de Estado completo con la participación de las tres ramas de las Fuerzas Armadas y Carabineros.

Dentro del edificio el clima era de actividad combativa, apoyaban al presidente un grupo mayor que lo habitual de compañeros de su seguridad personal, los cuales habían ocupado sus puestos de combate. Se había distribuido el escaso armamento pesado. Además, se integró un grupo del Servicio de Investigaciones que siempre trabajó en coordinación con los compañeros de seguridad personal.

Se encontraban también un grupo de ministros, subsecretarios, exministros, técnicos, personal de prensa y de radio. Estaban presentes médicos, enfermeros, personal de la planta administrativa de La Moneda, los que no quisieron abandonar el lugar, decidiéndose a combatir junto a Allende. Estaban, por último, sus colaboradores más cercanos. De todos éstos, once eran mujeres.

Al pasarle una de las numerosas llamadas telefónicas que se estaban recibiendo, lo vi por primera vez en ese día. Estaba sereno, escuchaba con tranquilidad las diferentes informaciones que se le entregaban y daba órdenes y respuestas que no admitían discusión.

Personalmente había recorrido ya y recorrería en varias ocasiones más los puestos de combate corrigiendo la posición de fuego de algunos compañeros.

Pronto se iniciaría el fuego de infantería, el ataque de los tanques y de la artillería golpista sobre el Palacio Presidencial. Nuestros compañeros respondían con sus armas. Supimos que desde temprano los militares golpistas conminaban repetidamente al presidente para que se rindiera, pero él rechazó siempre en forma tajante e inapelable todos los ultimátum que le hicieron los golpistas.

Jamás le observamos dudar un solo instante. Por el contrario, siempre reafirmaba su decisión de combatir hasta el final y de no entregarse a los militares traidores, a los que ya llamaba por sus nombres: fascistas.

También supe que desde por la mañana había recibido visitas y continuaría recibiendo llamadas de los partidos de la Unidad Popular y del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, manifestándoles sus decisiones de combatir.

Le llamó por teléfono en varias ocasiones uno de los generales traidores llamado Baeza. Supe también que le habían ofrecido un avión donde podía irse con su familia y colaboradores para el lugar donde él quisiera. El presidente les respondió que como generales traidores no podían conocer lo que era un hombre de honor, despidiéndolos, indignado, con tan fuertes palabras que no pudiéramos repetir aquí. El presidente tomaba medidas para librar un combate largo, se desplazaba continuamente de un lugar a otro. Pidió se revisaran los lugares más seguros para proteger a los combatientes de los futuros bombardeos aéreos. Se informaba de la cantidad de alimentos y agua almacenada.

Impartió órdenes de que el grupo médico tuviese listo el pabellón quirúrgico para atender a los heridos. Designó a un compañero para que agrupara a las mujeres y llevarlas a un lugar seguro mientras se les convencía de que debían abandonar La Moneda.

Pidió que se quemara la documentación, incluso la personal, que pudiera comprometer a otros revolucionarios. Envió hacia el exterior a tres compañeros, dos de ellos mujeres, a cumplir una misión en favor de la futura resistencia.

Ya en aquellos momentos supimos que los carabineros destinados a la protección de Palacio se habían plegado a la Junta fascista.

Pude después conversar un momento a solas con el presidente. Me dijo otra vez que iba a combatir hasta el final. Que para él estaba sumamente claro lo que iba a pasar, pero que tomaría las medidas para que el combate se librara de la mejor forma. Que iba a ser duro, en condiciones desventajosas. Sin embargo, agregó que era consciente de que ésa era la única actitud que le cabía como revolucionario, como presidente constitucional, defendiendo la autoridad que el pueblo le había entregado. Y al no rendirse ni entregarse jamás, dejaría en evidencia a todos los militares traidores y fascistas.

Manifestó su preocupación por las compañeras que estaban allí, por su hija Isabel. Que todas deberían salir del palacio y además preocuparnos de mamá, porque se estaba combatiendo en Tomás Moro y ella se encontraba allí.

Me dijo luego que se sentía en cierto modo aliviado de que este momento hubiese llegado, porque así las cosas quedaban definidas y quedaba liberado de la incómoda situación que lo había mortificado en los últimos tiempos, en que mientras era el presidente de un Gobierno popular, por otro lado las Fuerzas Armadas, valiéndose de la llamada Ley de Control de Armas, venían reprimiendo a los obreros, allanando industrias y vejando a sus trabajadores.

Esto ya me lo había dicho antes.

Su presencia de ánimo era extraordinaria, con gran disposición de combatir. En sus palabras se reflejaba la serena visión de los acontecimientos y del rumbo que necesariamente habría de tomar la lucha revolucionaria.

Planteó que lo importante era la conducción política futura. Asegurar una dirección unitaria de todas las fuerzas revolucionarias; que los trabajadores iban a necesitar una conducción política unitaria. Que por eso él no deseaba allí sacrificios estériles e inútiles; que habría que esforzarse por lograr esa dirección política unitaria que encabezara la resistencia que comenzaba ese día, y que para ella se necesitaría una acertada conducción política.

Prácticamente esto mismo les planteó a los ministros y colaboradores, a los cuales reunió en el Salón Toesca. Les reiteró una vez más su decisión de defender con su vida la autoridad presidencial. Agradeció la colaboración de ellos durante esos tres años, ordenando a los hombres que estuvieran armados a retomar un puesto de combate, y a los que estaban desarmados, que lo ayudaran, primero a convencer a las mujeres que debían abandonar La Moneda, y luego hacerlo ellos, porque no quería sacrificios inútiles, cuando lo importante iba a ser la organización y la dirección de la clase trabajadora. Allí fue la última vez que vi a uno de sus amigos y colaboradores más cercanos, el amigo de la revolución cubana, el compañero periodista Augusto Olivares, quien iba arma en mano a ocupar su posición de fuego.

Las mujeres y otros compañeros pasamos los últimos ratos cerca del pabellón quirúrgico y en el único pequeño local subterráneo, donde se almacenaba papel. El presidente llegó hasta allí con su casco militar verde olivo. Empuñaba un fusil automático AK que le había regalado el comandante Fidel con la leyenda: “A mi compañero de armas”.

Se avecinaba el bombardeo aéreo. Los aviones pasaban haciendo vuelos rasantes. En forma enérgica nos ordenó, sin más dilación, que las compañeras deberían abandonar de inmediato el palacio. Se fue dirigiendo a cada una de nosotras en forma individual explicándonos por qué seríamos más útiles afuera y del compromiso revolucionario a cumplir.

Volvió a plantear que lo importante era la organización, la unidad y la conducción política de su pueblo. A mí me reprochó que estuviera ahí con este embarazo, que mi deber era irme junto a los compañeros de la embajada de Cuba. Me hizo saber que había sufrido como en carne propia las provocaciones y agresiones de que había sido víctima la representación diplomática cubana en los últimos meses. Que creía que ese día iban a ser provocados, que podría haber combate. Y que por eso debería estar junto a ellos.

Personalmente nos condujo hacia la puerta de salida por la calle Morandé. Ahí tomó la decisión de pedir un alto al fuego y un jeep militar para que las compañeras pudieran salir sin problema. Minutos antes había barajado la posibilidad de que nos tomaran como rehenes para exigirle una vez más su rendición. Pero nos dijo que de ser capaces de hacer eso, no lo harían vacilar; que, al contrario, ésta sería una prueba más ante el pueblo chileno y el mundo entero hasta dónde llegaba la traición y el deshonor del fascismo y que esto sería para él un motivo más para combatir.

Así lo dejamos justo antes de iniciarse el bombardeo aéreo, combatiendo junto a un pequeño grupo de revolucionarios, donde también quedaba una compañera que se ocultó para combatir con ellos. Y ésta es, compañeros, la imagen que conservo del presidente; ésta es la imagen, queridos hermanos de Cuba, que quisiera hoy dejar en la mente y en el corazón de cada uno de ustedes.

Imagen que se levanta con orgullo revolucionario en esta plaza, donde hace sólo unos meses alzó su voz emocionada para traerles el mensaje solidario y agradecido de nuestra patria, de nuestros trabajadores, de sus niños, mujeres y ancianos.

En este acto solidario con Chile quisiera decirles lo que me pidió les trasmitiera a ustedes. Me lo confió en La Moneda bajo el combate: dile a Fidel que yo cumpliré con mi deber. Dile que hay que lograr la mejor conducción política unitaria para el pueblo de Chile. Señaló que se iniciaba ese día una larga resistencia y que Cuba y los revolucionarios tendrían que ayudarnos en ella.

Hoy, desde este territorio libre en América, podemos decirle al compañero presidente: tu pueblo no claudicará, tu pueblo no plegará la bandera de la revolución; la lucha a muerte contra el fascismo ha comenzado y terminará el día en que tengamos el Chile libre, soberano, socialista por el que combatiste y entregaste tu vida.

Compañero presidente, ¡venceremos!

Tomado de: El Siglo

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A 20 años del 11-S, la mayor amenaza terrorista está dentro, no fuera de EU

Grupos fascistas estadounidenses. Foto Hampton Institute

Por David Brooks

Hace 20 años, según las agencias de inteligencia, la mayor amenaza terrorista contra Estados Unidos provenía de musulmanes ultraderechistas al otro lado del mundo –en Afganistán, Pakistán y Medio Oriente–, y ahora esas mismas agencias concluyen que la amenaza terrorista más grave en este país proviene del interior, entre estadunidenses cristianos ultraderechistas y sus aliados.

Este sábado, el presidente Joe Biden y su gobierno marcaron el vigésimo aniversario de los atentados del 11 de septiembre, pero no se revelará en los discursos oficiales la primera pregunta ante las imágenes que dieron vuelta al mundo ese día.

El día siguiente a los atentados, el 12 de septiembre de 2001, en la primera plana de La Jornada apareció la foto de las Torres Gemelas impactadas por los aviones transformados en armas y una sola palabra: ¿Quién? Esa portada fue una de unas 25 o 30 seleccionadas para la exhibición permanente sobre el 11-S en el Newseum, el museo nacional de medios en Washington.

La respuesta sencilla, según las autoridades, es que fue la organización terrorista Al Qaeda a mando de su dirigente Osama bin Laden, y eso fue vengado con la guerra lanzada contra Afganistán en octubre de 2001 y el asesinato de Bin Laden en 2011. Pero no es tan sencillo.

Aunque la consigna oficial para marcar ese día cada año es nunca olvidaremos, se ha logrado olvidar los orígenes directos de lo que sucedió el 11 de septiembre.

Aliados de ayer

Los enemigos de Estados Unidos hoy fueron sus aliados ayer. Washington invertiría más de 9 mil millones de dólares para respaldar a los muyahidines más extremistas desde 1979, que combatieron a la Unión Soviética con el propósito –según Zbigniew Brzezinski, el asesor de seguridad nacional del presidente Jimmy Carter, quien encabezó la iniciativa– de crearle a los rusos su Vietnam. Al igual que los contras nicaragüenses, este operativo de una década fue clandestino con la CIA, que formó un ejército mercenario. Arabia Saudita empezó a colaborar con los estadunidenses en esa aventura, y es por ahí que Al Qaeda y su líder Bin Laden entraron a ese escenario.

En los 80, Ronald Reagan invitó a los líderes muyahidines de Afganistán a la Casa Blanca, donde los calificó de equivalente moral de los padres fundadores de América. Aquéllos eran elogiados como libertadores por su guerra contra el comunismo, en un combate atroz con enormes costos humanos. El Talibán, como Al Qaeda, surgió justo de esas filas. A partir del 11-S, los antes luchadores por la libertad de pronto fueron proclamados el enemigo principal de Estados Unidos.

Veinte años después, las agencias de inteligencia y seguridad ahora consideran que la mayor amenaza terrorista a Estados Unidos proviene desde adentro, desde su propio pueblo. La nueva evaluación oficial de terrorismo formulada por el Departamento de Seguridad Interna hace unas semanas, afirma que extremistas violentos motivados por temas de raza y etnia permanecerán como una prioridad de amenaza nacional para Estados Unidos.

El secretario de Seguridad Interna, Alejandro Mayorkas, y el procurador general, Merrick Garland, afirmaron en junio que el extremismo violento doméstico motivado por racismo, en particular el de supremacistas blancos, es ahora la amenaza relacionada con el terrorismo más significativa que impacta a la nación.

El terrorismo de ultraderecha racista se ha expresado con actos violentos, incluso homicidios, en varias partes del país, y llegó a realizar una intentona de golpe de Estado el pasado 6 de enero al invadir el Capitolio para anular el proceso electoral nacional.

Las iniciativas de gobernadores y legisladores derechistas –desde medidas para suprimir el voto, anular libertades civiles, rechazar la ciencia y la historia, nutrir la xenofobia y el racismo tan enraizado en el país– junto con grupos aliados extremistas, después de cuatro años de neofascismo de Donald Trump, siguen poniendo en jaque la democracia estadunidense. Para algunos, el enemigo real está dentro, no fuera del país.

Vale recordar que el atentado terrorista más grande y mortífero dentro de Estados Unidos antes del 11-S fue el lanzado contra el edificio federal de Oklahoma City en 1995, donde murieron 168 personas. Los responsables fueron dos estadunidenses blancos vinculados con milicias ultraderechistas.

Pero a la vez, al resumir los anteriores 20 años desde el 11-S, también hubo expresiones de resistencia, rebelión y cambio contra las aventuras imperiales en el exterior y los ataques contra derechos y libertades civiles en el interior de este país que persisten hasta este día.

Eso estaba ahí desde las primeras horas del 11-S, con las manifestaciones de bondad y solidaridad de miles, como ese joven estadunidense que, al enterarse del atentado, sacó todos sus ahorros, subió a su coche, manejó sin parar unas 10 horas desde su casa en Kentucky para llegar a la zona cero, sin conocer Nueva York, y sumarse a las brigadas que buscaban sobrevivientes entre los escombros humeantes. Comentó que no entendía a sus compañeros, ya que muchos no hablaban inglés, pero éramos hermanos. Las conversaciones en las calles, los abrazos entre desconocidos, la búsqueda de desaparecidos con sus fotos en muros por toda la ciudad, que después serían sustituidas por mensajes de amor y dolor.

Ante los mensajes bélicos, vengativos y de políticos halcones, arrancó uno de los movimientos antiguerra más grandes de la historia con el lema No en nuestro nombre. A lo largo de los siguientes años se sumaría a la resistencia contra la xenofobia, el racismo y más de las políticas pos-11-S un movimiento masivo de inmigrantes contra la explotación del planeta por unos cuantos con Ocupa Wall Street, y las movilizaciones antirracistas más grandes de la historia del país con el eslogan de Black Lives Matter, entre otros.

La pandemia, más peligrosa

Con eso se responde al gran tema de la seguridad y el temor, tan útil para los políticos. Críticos progresistas siguen cuestionando las justificaciones para proseguir con la infinita guerra contra el terror, señalando que el terrorismo extranjero ha tenido muy poco que ver con los problemas más graves que enfrenta esta nación. Señalan que ha sido mucho más peligroso el irresponsable manejo de una pandemia que ha matado a más de medio millón de estadunidenses, números sin precedente de muertes por armas de fuego cada año, la devastación generada por el cambio climático –incendios, inundaciones, sequías– por todo el país. Y el hecho de que el terrorismo interno (de los propios estadunidenses) mata a más connacionales que el de los grupos extranjeros.

La disputa sobre el futuro de este superpoder aún está lejos de llegar a una conclusión, pero no se puede decir que no se sabe quiénes son los responsables de cómo están las cosas al llegar este aniversario.

Como advirtió el historiador Howard Zinn en entrevista con La Jornada: “El establishment depende mucho de la amnesia histórica, del hecho de que en este país la gente generalmente no conoce esta historia. No sólo no conoce lo que ocurrió a fines del siglo XIX o principios del XX; desconoce la historia de los 15 o 20 años anteriores. Eso facilita que el gobierno diga al pueblo cosas que son inmediatamente aceptadas”.

La memoria es clave para un futuro diferente. Tal vez para eso podría servir este aniversario.

Tomado de: La Jornada

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Revoluciones de colores, esnobismo y música incendiaria (I)

Srdja Popovic: Muchos actores a nivel internacional estaban interesados en hacer caer a ‘Sloba’

Por José Ángel Téllez Villalón @aangeltellez

Las “revoluciones de colores” son las versiones kitsch de las revoluciones “clásicas”. “Son las revoluciones de la postmodernidad que han tomado mucho del fascismo”, apuntó el académico ruso Serguei Kara-Murza. Las emociones cabalgando sobre una nueva tecnología para derrocar gobiernos, etiquetada con el inocente nombre de “métodos no violentos”. Lo que importa en estas fast-revoluciones es presionar, desestabilizar, tumbar, no resolver contradicciones sociales. Se copian los tips de aquellas revoluciones para el stiling del espectáculo.

Fueron diseñadas por tanques pensantes occidentales, para con menos gastos que con las guerras convencionales y con menos revuelo de la opinión pública, derrocar a sus adversarios. Resultan de la apropiación de ciertos métodos revolucionarios para subvertir, deconstruyendo, las normas de legitimidad, de valorar a los políticos. Son operatorias híbridas, lideradas por agentes entrenados, con las que las élites imperialistas cosechan los frutos de tantos años de influencia, de engatusamientos, de inoculación de su superioridad, por goteo simbólico.

Unos de los rasgos postmodernos de estas revueltas es el carácter lúdico de las operatorias, para tomar el poder, se juega con el poder. Como “todo vale”, no hay método “correcto”, “político”, “legítimo” o “ético”. Se reconoce, sin sonrojo, que se recibe financiamiento externo, de agencias y ONG extranjeras. Se recurre a la burla, al sarcasmo, al lenguaje soez. Se apropian de los símbolos del adversario para subvertirle sus significados. Se recurre a la postverdad y a las fake news, con el propósito de manipular y capitalizar reacciones.

Como se ha planteado, no se puede explicar el éxito de estas pseudorevoluciones, sin reconocer el papel que han jugado organizaciones de Estados Unidos o que estaban próximas a ellas. Sin  el apoyo del Imperio y de sus socios en Europa ninguna de estas revueltas en el entorno postsoviético habrían tenido “éxito”. No solo por la asesoría, el respaldo financiero y mediático, sino además por su hegemonía, su influencia apuntalada por las imperialistas industrias culturales.

Desde los tiempos de la Guerra Fría, la acción exterior estadounidense fue externalizada por ONG, tanques pensantes y fundaciones que se encargaron, junto a una red de emisoras y televisoras, de enganchar a una parte de la sociedad civil, con el “the american way of life”, el “the american way of thinking” y el the american way of playing”. Empeño al que se sumó una legión de intelectuales, supuestamente de izquierda o antistablisment, encargados de promover los valores de la “democracia liberal”, y una quinta columna de esnobistas disidentes.

En su mayoría, los líderes de los movimientos que empujaron el “desmerengamiento” del Socialismo existente en Europa del Este, eran fervientes adoradores de la cultura gringa y especialmente de su música. Tenían una relación directa o indirecta con instituciones académicas y culturales de Estados Unidos. Para los líderes de las revoluciones de colores avanzar era marchar al ritmo de la banda yanqui; para democratizar el país era necesario implementar las ideas y valores que dictaban las instituciones estadounidenses.

El interés geoestratégico del área postsoviética y la voluntad del Imperio resulta clave para entender el porqué de la Revolución de las Rosas (Georgia, 2003), la Revolución Naranja (Ucrania, 2004) y la Revolución de los Tulipanes (Kirguistán, 2005), la Revolución de los Melones (Kirguistán, 2010), la Revolución de los Acianos (Bielorussia, 2006), la Revolución de las Lilas (Moldavia, 2009), y la Revolución de Terciopelo (Armenia, 2018).

La de Serbia fue la primera aplicación práctica exitosa de esta novedosa tecnología para montar insurrecciones artificiosas sobre manifestaciones originalmente espontáneas. Se articuló para derrocar del poder al ejecutivo de Slobodan Milosevic. El país mantenía relaciones cordiales con Rusia y hostiles respecto a la órbita de la OTAN. Eso explica la inversión de cuantiosos recursos financieros, tecnológicos y simbólicos.

En palabras de Srdja Popovic, líder del movimiento que derrocó a Milosevic, “Muchos actores a nivel internacional estaban interesados en hacer caer a ‘Sloba’. Era gente con la que podías hablar de política y conseguir dinero, como la Fundación Nacional para la Democracia (National Endowment for Democracy, NED), el Instituto Republicano Internacional (IRI) y el Instituto Nacional Democrático (NDI), que colaboraban con partidos políticos, y Freedom House, que trabajaba con los medios de comunicación”.

Algunas fuentes estiman que el gobierno de EE. UU. y varias ONG  estadounidenses sumaron cerca de 41millones de dólares en la promoción de programas para formar y coordinar a los grupos contendientes al gobierno, poner en marcha las manifestaciones y para fabricar material propagandístico. Solo en 1999, concedieron a la oposición serbia 25 millones de dólares. “Según Paul B. McCarthy, entonces responsable regional de la NED, OTPOR recibió la mayor parte de los 3 millones de dólares gastados por la organización estadounidense en Serbia a partir de septiembre de 1998. Peter Ackerman y Jack Duvall contaron en A Force More Powerful  que Freedom House pagó la impresión de 5.000 ejemplares del libro From dictatorship to democracy: A conceptual framework for liberation, del Albert Einstein Institution, para ser repartidos entre los disidentes serbios.

“Entre el 31 de marzo y 2 de abril de 2000, el Instituto Nacional Republicano financió un taller sobre técnicas de lucha noviolenta para 30 activistas de OTPOR en Budapest, Hungría”. Así  se reconoce el  libro Cómo Librar la Lucha Noviolenta: Prácticas del Siglo XX y Potencial del Siglo XXI, de Gene Sharp, con la colaboración de Joshua Paulson y la asistencia de Christopher A. Miller y Hardy Merriman.  Participó en el taller el excoronel  estadounidenses Robert Helvey. Según Popovic, el análisis de poder descrito en “Las políticas de la acción noviolenta”, de Gene Sharp, y luego presentado por Robert Helvey en los talleres efectuados en Budapest, ejerció la mayor influencia en la planificación estratégica de OTPOR.

Bajo el lema “Está acabado”, el movimiento estudiantil OTPOR,  creado en 1998, se convirtió en la fuerza de choque contra Milošević. Para sistematizar las movilizaciones en la calle y en los grandes espacios públicos, para promover un estado de desestabilización permanente y provocar la “represión” del Estado serbio, los de OTPOR siguieron los lineamientos e instrucciones de varias agencias e institutos estadounidenses, como el Instituto Albert Einstein de Gene Sharp, el Centro Internacional para el Conflicto No Violento (ICNC) de Peter Ackerman y Jack Duvall, Freedom House, la USAID, la NED y el Instituto Republicano Internacional.

Gracias a este apoyo y a la asesoría de expertos estadounidenses, la campaña mediática contra del político serbio se desarrolló de una forma juvenil y atractiva. Pegatinas, grafitis, conciertos y otros recursos fueron usados para minar su imagen. El rociado de signos, comprendió el empleo de consignas como ¡Resistencia porque amo a  Serbia! Y “Es la hora”. Y otros, claramente importados  como ¡Ti Si Nam Potreban!, el “Te necesitamos” del Tío Sam. La ofensiva comprendió el uso de Internet y el correo electrónico. Sus principales armas fueron las simbólicas, camisetas, carteles y pegatinas con la imagen del puño, el desafío mediatizado de los arrestados, las representaciones teatrales satíricas y los conciertos musicales.

El 22 de noviembre de 1999 y el 13 de enero de 2000, fecha en que se celebra el año nuevo ortodoxo, los de OTPOR organizaron dos  megaconciertos de música rock. Eventos en los que se combinaba la significación de rebeldía y resistencia del rock, al ser un género  musical que no aprobaba el Gobierno, la oportunidad de introducir discursos subversivos. Una vez finalizado el concierto, para asentar la idea de que no había nada que celebrar se presentaron en una pantalla gigante las fotografías y los nombres de miles de yugoslavos  muertos en las distintas guerras que habían tenido lugar bajo el  mandato de Milošević.

Las acciones múltiples y ruidosas, con gran peso en lo simbólico, lúdicas y provocativas, tenían como propósito tentar al ejecutivo a tomar acciones represivas contra los participantes. De ahí las publicaciones que ridiculizaban al gobierno y los conciertos contra el régimen con música prohibida. Todas con repercusión en los medios de la prensa independiente y de las trasnacionales occidentales.

Por ello el gran respaldo a la estación de radio B92 que salió al aire en 1989, con el financiamiento de Open Society Foundations de George Soros y la USAID. En 1996, con la ayuda del proveedor de Internet holandés XS4All, RTV B92 comenzó a transmitir sus programas a través de Internet. Sus transmisiones también se reproducían a través del Servicio Mundial de la BBC, mientras que varias estaciones locales en tierra hicieron que los programas estuvieran disponibles en toda Serbia. Entre pistas y pistas de rock, y con el apoyo de Radio Liberty, se desarrolló la campaña mediática contra el ejecutivo serbio, a la vez que se alimentaba el enganche con la música occidental.

En la ceremonia de los MTV Europe Music Awards de 1998 en Assago, cerca de Milán, se le entregó el premio Free Your Mind a Radio B92. Durante la transmisión en vivo, el director de emisora, Veran Matić, salió al escenario con una camiseta de OTPOR con la inscripción “Живи Отпор!” (¡Vive la Resistencia!), sobre el logo del puño cerrado. En su discurso de aceptación, pronunciado en serbio, Matić mencionó explícitamente a los cuatro estudiantes que habían sido arrestados y condenados días antes.

El componente de la música en las actividades de OTPOR se hizo especialmente pronunciado en los días cercanos al derrocamiento de Milošević. El movimiento incluso recurrió a la promoción de conciertos  y organizó varios conciertos en Belgrado de la banda eslovena de música industrial  Laibach. Vale recordar que el líder de OTPOR era un enamorado de la cultura occidental. Srda Popovic tocaba el bajo en una banda de rock gótico llamada BAAL, liderada por Andrej Aćin quien luego se dedicó a filmar películas.

Los integrantes del movimiento estudiantil asociaban el rock con la rebeldía. “Si alguien canta ‘Le estoy tirando piedras al sistema’, eso es lo mismo que hacemos nosotros”, comentó uno de ellos. El discurso iconoclasta de las bandas de rock de los 90, contribuyó a asentar la idea -gestionada luego por OTPOR- de que no tenían que depender exclusivamente de los políticos de la oposición y de que había cierto swing en ser contestatarios. La acción colectiva del 2000 fue condicionada por la acumulación de significados culturales producidos por agrupaciones como Rambo Amadeus, Darkwood Dub, Dza ili Bu y Eyesburn. La instrumentalización de estos mensajes sirvió para que ser arrestado fuese estar en la onda; “ser llevado a la cárcel significaba que eras atrevido y valiente, lo que por supuesto significaba que eras sexy”- comentó luego Srdja Popovic.

Contó el experto en “golpes blandos” que caló el efecto de los “retos simbólicos”, del desafió protagonizado por artistas, cuando su agrupación favorita, Rimtutituki, una tarde de 1992 en la Plaza de Belgrado llena de soldados y tanques, realizó el performance “S.O.S. paz o no cuentes con nosotros” con el apoyo mediático de Radio B92. La banda de rock estaba en la parte trasera de un camión de plataforma, dando vueltas por la plaza, interpretando canciones en contra de la guerra, burlándose del militarismo y del poder. “Mientras  corría detrás del camión, animando a mis músicos favoritos, me sobrevino una serie de revelaciones. Comprendí, para empezar, que el activismo no tenía por qué ser aburrido, que quizá si adoptara la forma de un concierto punk sería mucho más efectivo que las latosas manifestaciones de toda la vida”.

El cantante y compositor, escritor, poeta y director serbio Đorđe Balašević fue uno de los participantes en las manifestaciones contra Slobodan Milošević. Desde antes se había declarado opositor. A menudo en sus conciertos criticaba y se burlaba de Milošević y de otros políticos serbios. En diciembre del 2000, ya consumado el golpe,   Balašević celebró un concierto en el Teatro Nacional de Belgrado para honrar a los miembros de OTPOR.

Estas acciones se enumeran en el libro de Sharp, De la Dictadura a la Democracia. Un Sistema Conceptual para la Liberación. Entre los  métodos de protesta y persuasión no violentas, se anuncian como Actos públicos simbólicos: el drama y la música (35. Sátira y burlas, 36. Interpretaciones teatrales y musicales y 37. Canto) y como medios para  Comunicaciones con un público más amplio: Discos, radio y televisión.

Tomado de: Cubahora

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Aquí y ahora

Fotograma de la serie Cuentos de Ñañaseré, de José Martín Díaz

Por Rebeca Chávez

¿Una nueva fórmula de producción para el cine de animación? ¿Qué está pasando con los artistas independientes de dibujos animados? La preocupación que comparten los directivos Ester Hirtzel y Aramís Acosta es intentar renovar este discurso. Seguramente no imaginaron que por esos días verían el clip animado que con solo 13 años hiciera Olivia Solano y, además, la oyeran decir: «Todavía no me lo creo, más sabiendo que mi obra se basa en un tema musical de Liuba María Hevia».

Era posible el camino para incentivar –de alguna manera– a los escritores y guionistas a que salieran, se movieran un poco del contar repetido de historias fáciles y moralejas evidentes. Buscar alianzas, asumir riesgos valía la pena. Hacer trabajos conjuntos con animadores independientes se fue imponiendo como idea. Sabían que estaba listo el escenario, contaban con anteriores experiencias, ahora tenían un espacio legal para operar, pero faltaban las obras, y llegaron de Villa Clara, Camagüey, Holguín y La Habana los resultados de esas alianzas. En enero de 2021 ya se habían recibido los siguientes guiones:

De Palma Films Producciones, de Camagüey: Cerdos (Dir. Keiter Castillo) y Tu estrella (Dir. Henry de Armas).

De Deja que te coja producciones, de Villa Clara: Serie de Cuentos de La Tía Li (Se unen a niños de la comunidad de entre ocho y 12 años en los talleres infantiles. Constituye un homenaje a Norma Martínez, que tanto impulsó esta idea).

De Estudio Nodo, de Holguín: Serie de cuentos para despertar la primavera.

De Cucurucho Producciones de La Habana: Serie Galaxia –K (diez capítulos) y Unesco Click (cinco capítulos).

En perspectiva, de Palma Films Producciones, de Camagüey, Las tres hermanas, de Heidi Almarales (adaptación del cuento de Eliseo Diego). También Los animados Cabildo Real, Jabones animados y el videojuego Xnova, todos de Henry de Armas. Y de Lídice Fernández, Panchito el elefantico y Lo que dice la maestra.

Empiezan a hacerse realidad las ideas, los proyectos de y con productoras y creadores empeñados en hacer cine de animación. Se proponen contar historias diversas, cuentos de cómo dos hombres hacen el mismo trabajo, pero ambos tienen aspiraciones diferentes en la vida, de padres que hacen los mayores sacrificios por sus hijos, de los miedos del niño por creer en los fantasmas. Están las artes marciales, un deporte de disciplina. No falta una historia de hadas, duendes, magos para el cuidado de la flora y la fauna, y una serie (Unesco Click) se propone enseñar el mundo de la animación, sus procesos y diferentes formas de hacer y aspira a abrir más el universo participativo de niños y adolescentes.

Continúa haciéndose en Animados Icaic la producción del largometraje La Súper, de Ernesto Piña. De la serie Fernanda se han terminado cinco capítulos y ocho están en proceso.

Por su parte, Cuentos de Ñañaseré, de José Martín Díaz, ha continuado apostando por los clásicos de la literatura infantil recreados con nuevos códigos visuales y adaptados también a los nuevos códigos de consumo.

Un grupo de artistas del catálogo de Bis Music, encabezados por Adrián Berazaín, Annie Garcés y Christopher Simpson, se encargan de los temas musicales de la serie Mini, Misu, Miau, de Luis Ernesto González. Ya hay dos temas totalmente terminados, Mini, Misu, Miau y Soy Valentín. Cuentos para Federico, de Maikel Chávez, ha devenido un producto transmedial de spots de bien público a serie para Radio Progreso. Esperamos tener un capítulo piloto antes de finalizar el año.

Lo más significativo de esta acción es que, además de la producción extendida y multiplicada, quedaron más de diez proyectos, ideas en distintas fases de desarrollo en una suerte de lista de espera para su análisis y evaluación.

Por los 25 años de salida al mercado del disco Travesía mágica, de Liuba María Hevia, varios realizadores asumieron compartir el placer de darles vida a títulos que aún no contaban con un clip y en esas aventuras contamos, por ejemplo, con Rubén Darío Salazar y su Teatro de las Estaciones, hasta la novedad del nacimiento de la más joven creadora de animados cubanos, la muy creativa Olivia.

Para el semiólogo Roland Barthés, «la era de la fotografía es también la de las revoluciones, de las contestaciones». Él no podía profetizar la revolución de las redes sociales, que al alcance de la mano subvertirían el mundo de las comunicaciones, la vida personal de cada uno de nosotros y, de manera sorprendente, la de jóvenes y niños convertidos en protagonistas.

Ellos, que «nacen» digitales, se apoderan de las pantallas de computadoras, de móviles inteligentes y lo hacen como una extensión de sus manos, de su pensamiento y, sobre todo, desatan su imaginación. Ni el entrañable mambí Elpidio Valdés, de Juan Padrón, con sus legendarias cargas contra Resóplez, intuyó que aquí y ahora se ha desatado una revuelta de participación sin fin entre los jóvenes y niños, objetos y sujetos al mismo tiempo. Eso es lo que hace verdaderamente retadora y compleja la producción de cine de animación. No desconectarse de estos insaciables espectadores es un desafío importante.

Tomado de: Granma

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Recordando El tren popular de la cultura: lo popular sobre rieles (+Video)

Por Marisol Aguila Bettancourt @Aguilatop

Al ver la decadencia actual de los ferrocarriles en Chile y las múltiples e incumplidas promesas de reactivación de una red ferroviaria que una de norte a sur los territorios, cuesta imaginar la relevancia cultural que tuvo el tren como medio de transporte en tiempos de otros modelos de sociedad posibles. La mínima expresión a la que hoy están reducidas las líneas férreas en nuestro país atenta contra el recuerdo de esa columna vertebral que recorría nuestra angosta geografía, que se extendía como sistema nervioso en forma de ramales hasta los pueblos más recónditos y apartados.

A 48 años del quiebre democrático en Chile y en tiempos de revisión de modelos de país para la construcción de una sociedad de derechos y no de consumo, el documental “El tren popular de la cultura” de la directora Carolina Espinoza (2014) nos retrotrae al ideario de la Unidad Popular y sus convicciones. Se creía que las y los ciudadanos debían tener acceso de manera igualitaria a todos los bienes de la civilización, no sólo a los materiales, sino a los que alimentaban el espíritu, y que la expansión de la cultura aportaría a la igualdad de derechos entre las personas.

El llamado “Tren de la victoria” fue el medio de transporte fundamental usado en la campaña de Salvador Allende y en cada estación se proclamaba su candidatura, lo que incluía además de las capitales provinciales de entonces, los más alejados poblados que se volcaban a esperarlo en una fiesta democrática. Desde Calera en la entonces Red Norte, hasta Puerto Montt por el sur, el pueblo se congregaba a esperar al Chicho y a escuchar sus propuestas para la vía pacífica al socialismo, lo que probablemente explique el ensañamiento de la dictadura contra la figura de los ferrocarriles, por su alto valor simbólico del imaginario popular y revolucionario. La experiencia histórica de los trenes de agitación durante la Revolución Rusa o la Misión Pedagógica en la segunda república española bien demuestran el poder de los ferrocarriles de llegar con expresiones culturales y educación masiva a sectores alejados de los centros administrativos.

Ya en el gobierno de Salvador Allende, el tren era un símbolo de la medida programática 40 “El Arte para Todos”, que tenía por objetivo la creación del Instituto Nacional del Arte y de la Cultura, además de escuelas de formación artística en todas las comunas del país, que se instalarían en las comunidades mapuche, los centros mineros y pequeños pueblos.

El tren de la cultura que revive el documental fue una experiencia única que alcanzó a realizarse en una ocasión durante el gobierno de la Unidad Popular en 1971, que reunió a más de ochenta artistas y trabajadores de la cultura que se montaban sobre rieles recorriendo las ciudades y poblados, con un fuerte compromiso de cambio social al acercar las expresiones culturales al pueblo.

Primeros bailarines del ballet popular, dúos de guitarra clásica, folcloristas montaban sus espectáculos en las estaciones ferroviarias o en las Plazas de Armas de las ciudades, hasta donde llegaban miles de personas a apreciar el arte que llegaba del centro a las periferias, como ocurrió en la zona minera de Lebu, donde todo el pueblo y el alcalde esperaban a los artistas.

De los 1.000 kilómetros de líneas férreas que había durante la Unidad Popular apenas quedan 500 km de un sistema de transporte desmontado por la dictadura, que el documental de la directora viene a rescatar desde una concepción de la cultura como una expresión de lo popular montada sobre los rieles.

Tomado de: Bitácora de cine

Tráiler del filme El tren popular de la cultura (Chile, 2014) de Carolina Espinoza

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Todas las pantallas encendidas. Hacia una resistencia creativa de la mirada

Autor: Antón Patiño

Vivimos inmersos en una excitada visualidad hegemónica, una iconosfera dominante postula un régimen de la mirada. La imagen-poder en la economía de la atención. Es necesaria una resistencia poética y artística que active el resorte de la duración frente a la disipación (propiciando un reencantamiento del mundo). Patiño traza metáforas del presente convulso (una instantaneidad incesante), y analiza cómo el «efecto actualidad» satura los poros de la realidad construyendo un mundo-imagen. De las máquinas de amnesia a la pantalla omnipresente, vivimos en un entorno narcótico donde la meta parece el olvido programado, el hechizo audiovisual, el embotamiento perceptivo. Se postula la dialéctica de la mirada a través del proceso artístico, una resistencia creativa en imágenes dialécticas que surgen de la duración e indagaciones de la introversión creadora como silencio activo.

«Un libro excelente. Más de cien páginas trepidantes. Con la particular prosa “sincopada” de Antón que tiende a lo aforístico. Es, en buena medida, un cuaderno de bitácora, un lugar (frente a la lógica de los «no lugares») desde el que describir sintomatológicamente lo que nos pasa. Y, sobre todo, formula una resistencia poética y vitalista. Por las páginas desfilan infinidad de autores que no pueden ser calificados de otra forma más que como «esenciales»: Benjamin, Debray, Nietzsche (propiamente el que cierra el libro con un elogio de lo «caótico»), Maffesoli, Blanchot, Deleuze, etc. Un libro que recomiendo con el máximo entusiasmo. Antón es, sin ningún género de dudas, uno de los artistas españoles más empeñados en la tarea reflexiva; desde hace años ha ido publicando libros y fanzines llenos de intensidad. Ahora en Todas las pantallas encendidas da lo mejor de sí. Un texto imprescindible, fragmentario, resistente, oportuno.»

Fernando Castro Flórez

El pintor y ensayista Anton Patiño se propone en este libro un análisis crítico de nuestro entorno visual, que desvela los mecanismos perceptivos de dominación. La hegemonía óptica de la imagen-poder segrega una telaraña hipnótica. Todas las pantallas permanecen encendidas (día y noche reclaman nuestra atención). No hay salida, sólo la experiencia creativa, la dimensión poética y la libertad de la mirada pueden servir de antídoto a un totalitarismo del espectáculo narcisista convertido en eje de una autoalienación colectiva sin precedentes. Reclusión insomne. Democracia visual. Pantallas parpadeantes para ojos sin mirada.

La deconstrucción óptica, el vértigo visual, la aceleración histórica expresan el alcance de los nuevos códigos de representación caracterizados por la simultaneidad perceptiva. Expresando un nuevo ámbito de la mirada y usos de la imagen en ese contexto, Patiño analiza aspectos críticos vinculados a la imagen como mediación instrumental y las posibilidades que nos ofrece el arte para ampliar la percepción, del mero entretenimiento a desarrollar nuestra sensibilidad.

Antón Patiño nació en Monforte (Lugo) en 1957. Pintor y escritor, es miembro fundador de Atlántica y colaborador del grupo poético gallego Rompente. Es autor de libros de aforismos y escritos fragmentarios: Geometría líquida (1993) y Mapa ingrávido (Cendeac, 2005), y de libros de ensayo y teoría del arte. Ha publicado un libro de poesía: Océano y silencio (2006) y, en colaboración con Xavier Seoane, escribió un libro-manifiesto: Hay suficiente infinito (1999).

Tomado de: Fórcola Ediciones

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Cómo las instituciones de élite estadounidenses crearon al presidente neoliberal de Afganistán, Ashraf Ghani

Por Ben Norton @BenjaminNorton

Antes de robar 169 millones de dólares y huir de su estado fallido en desgracia, el presidente títere de Afganistán, Ashraf Ghani, se formó en universidades estadounidenses de élite, se le otorgó la ciudadanía estadounidense, se formó en economía neoliberal por el Banco Mundial, fue glorificado en los medios de comunicación como un tecnócrata “incorruptible”, entrenado por poderosos think tanks de DC como el Atlantic Council, y recibió premios por su libro “Fixing Failed States”.

Ningún individuo es más emblemático de la corrupción, la criminalidad y la podredumbre moral en el corazón de los 20 años de ocupación estadounidense de Afganistán que el presidente Ashraf Ghani.

Cuando los talibanes se apoderaron de su país en agosto, avanzando con el impulso de una bola de boliche que rodaba por una colina empinada y se apoderaron de muchas ciudades importantes sin disparar una sola bala, Ghani huyó en desgracia.

El líder títere respaldado por Estados Unidos supuestamente escapó con 169 millones de dólares que robó de las arcas públicas. Según los informes, Ghani metió el dinero en efectivo en cuatro coches y un helicóptero antes de volar a los Emiratos Árabes Unidos, que le concedió asilo por supuestos motivos “humanitarios”.

La corrupción del presidente había sido expuesta antes. Se sabía, por ejemplo, que Ghani había negociado acuerdos turbios con su hermano y empresas privadas vinculadas al ejército de Estados Unidos, lo que les permitió aprovechar las reservas minerales estimadas en 1 billón de dólares de Afganistán. Pero su salida de último minuto representó un nivel de traición completamente nuevo.

Los principales ayudantes y funcionarios de Ghani se volvieron rápidamente contra él. Su ministro de defensa, el general Bismillah Mohammadi, escribió en Twitter con disgusto: “Nos ataron las manos a la espalda y vendieron la patria. Maldito sea el rico y su pandilla”.

Si bien la dramática deserción de Ghani se destaca como una cruda metáfora de la depravación de la guerra entre Estados Unidos y la OTAN en Afganistán, y cómo hizo muy, muy ricas a un puñado de personas, la podredumbre es mucho más profunda. Su ascenso al poder fue cuidadosamente administrada por algunos de los grupos de expertos e instituciones académicas más estimados y adinerados de los Estados Unidos.

De hecho, los gobiernos occidentales y sus taquígrafos en los medios corporativos disfrutaron de una verdadera historia de amor con Ashraf Ghani. Era un modelo para la exportación del neoliberalismo a lo que había sido territorio de los talibanes, su propio Milton Friedman afgano, un fiel discípulo de Francis Fukuyama, que borró con orgullo el libro de Ghani.

Washington estaba emocionado con el reinado de Ghani en Afganistán, porque finalmente había encontrado una nueva forma de implementar el programa económico de Augusto Pinochet, pero sin el costo de relaciones públicas de torturar y masacrar a multitudes de disidentes en los estadios. Por supuesto, fue la ocupación militar extranjera la que reemplazó a los escuadrones de la muerte, los campos de concentración y los asesinatos en helicópteros de Pinochet. Pero la distancia entre Ghani y sus protectores neocoloniales ayudó a la OTAN a comercializar Afganistán como un nuevo modelo de democracia capitalista, uno que podría exportarse a otras partes del Sur Global.

Como versión del sur de Asia de los Chicago Boys, Ghani, educado en Estados Unidos, creía profundamente en el poder del libre mercado. Para avanzar en su visión, fundó un grupo de expertos con sede en Washington, DC, el “Instituto para la Efectividad del Estado”, cuyo lema era “Enfoques del Estado y el Mercado Centrados en el Ciudadano”, y que se dedicó expresamente a hacer proselitismo de las maravillas del capitalismo.

Ghani explicó claramente su dogmática cosmovisión neoliberal en un libro galardonado, titulado de manera bastante cómica: “Arreglar estados fallidos”. (El texto de 265 páginas usa la palabra “mercado” 219 veces asombrosas). Sería imposible exagerar la ironía, entonces, del estado que él personalmente presidió que falló inmediatamente pocos días después de una retirada militar estadounidense.

La desintegración instantánea y desastrosa del régimen títere de Estados Unidos en Kabul envió a los gobiernos occidentales y a los principales periodistas a un frenesí. Mientras buscaban desesperadamente personas a quienes culpar, Ghani se destacó como un chivo expiatorio conveniente.

Lo que no se dijo fue que estos mismos estados miembros de la OTAN y medios de comunicación habían prodigado elogios a Ghani durante dos décadas, describiéndolo como un noble tecnócrata que luchaba valientemente contra la corrupción. Durante mucho tiempo habían sido los ansiosos patrocinadores del presidente afgano, pero lo arrojaron debajo del autobús cuando dejó de ser útil y finalmente reconocieron que Ghani era el traicionero sinvergüenza, lo que siempre había sido.

El caso es instructivo, para Ashraf Ghani es un ejemplo de libro de texto de las élites neoliberales a quienes el imperio estadounidense elige, cultiva e instala en el poder para servir a sus intereses.

Cumbre de Varsovia de la OTAN de 2016, con la participación (de izquierda a derecha) del secretario de Defensa del Reino Unido, Michael Fallon, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, el presidente de Afganistán, Ashraf Ghani, el director ejecutivo de Afganistán, Abdullah Abdullah, y el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg.

Ashraf Ghani, fabricado en EE. UU.

No hay ningún punto en el que Ashraf Ghani termine y comience en Estados Unidos; son imposibles de separar. Ghani era un producto político fabricado con orgullo en EE. UU.

Ghani nació en el seno de una familia adinerada e influyente en Afganistán. Su padre había trabajado para la monarquía del país y estaba bien conectado políticamente. Pero Ghani dejó su tierra natal por Occidente cuando era joven.

En el momento de la invasión estadounidense en octubre de 2001, Ghani había vivido la mitad de su vida en los Estados Unidos, donde estableció su carrera como burócrata académico e imperial.

Ciudadano estadounidense hasta 2009, Ghani solo decidió renunciar a su ciudadanía para poder presentarse a la presidencia del Afganistán ocupado por Estados Unidos.

Una mirada a la biografía de Ghani muestra cómo fue gestado en una placa de Petri de instituciones de élite estadounidenses.

El cultivo estadounidense de Ghani comenzó cuando estaba en la escuela secundaria en Oregon, donde se graduó en 1967. De allí, pasó a estudiar en la American University en Beirut, donde, como dijo The New York Times, Ghani “disfrutó de la Playas del Mediterráneo, fui a bailes y conoció ”a su esposa libanesa-estadounidense, Rula.

En 1977, Ghani regresó a los Estados Unidos, donde pasaría los siguientes 24 años de su vida. Completó una maestría y un doctorado en la élite de la Universidad de Columbia de la ciudad de Nueva York. ¿Su campo? Antropología: una disciplina completamente infiltrada por las agencias de espionaje estadounidenses y el Pentágono.

En la década de 1980, Ghani encontró trabajo inmediatamente en las mejores escuelas: la Universidad de California, Berkeley y Johns Hopkins. También se convirtió en un elemento habitual de los medios de comunicación estatales británicos, estableciéndose como un comentarista líder en los servicios Dari y Pashto vinculados a la agencia de inteligencia de la BBC. Y en 1985, el gobierno de Estados Unidos le otorgó a Ghani su prestigiosa Beca Fulbright para estudiar escuelas islámicas en Pakistán.

En 1991, Ghani decidió dejar la academia para ingresar al mundo de la política internacional. Se unió a la principal institución que aplica la ortodoxia neoliberal en todo el mundo: el Banco Mundial. Como ha ilustrado el economista político Michael Hudson, esta institución ha servido como un brazo virtual del ejército estadounidense.

Ghani trabajó en el Banco Mundial durante una década, supervisando la implementación de devastadores programas de ajuste estructural, medidas de austeridad y privatizaciones masivas, principalmente en el Sur Global, pero también en la ex Unión Soviética.

Después de que Ghani regresara a Afganistán en diciembre de 2001, rápidamente fue nombrado ministro de finanzas del gobierno títere creado por Estados Unidos en Kabul. Como ministro de Finanzas hasta 2004, y eventualmente presidente de 2014 a 2021, empleó las maquinaciones que había desarrollado en el Banco Mundial para imponer el Consenso de Washington en su tierra natal.

En la década de 2000, con el apoyo de Washington, Ghani se abrió camino gradualmente en el tótem político. En 2005, hizo un rito tecnocrático de iniciación y pronunció una charla TED viral, prometiendo enseñar a su audiencia “Cómo reconstruir un estado roto”.

La conferencia brindó una visión transparente de la mente de un burócrata imperial capacitado en el Banco Mundial. Ghani se hizo eco del argumento del “fin de la historia” de su mentor Fukuyama, insistiendo en que el capitalismo se había convertido en la forma indiscutible de organización social del mundo. La pregunta ya no era qué sistema quería para un país, sino más bien “qué forma de capitalismo y qué tipo de participación democrática”.

En un dialecto apenas inteligible de neoliberalense, Ghani declaró, “tenemos que repensar la noción de capital”, e invitó a los espectadores a discutir “cómo movilizar diferentes formas de capital para el proyecto de construcción del Estado”.

Ese mismo año, Ghani pronunció un discurso en la Conferencia de la Red Europea de Ideas, en su calidad de nuevo presidente de la Universidad de Kabul, en el que explicó con más detalle su visión del mundo.

Alabando al “centro-derecha”, Ghani declaró que las instituciones imperialistas como la OTAN y el Banco Mundial deben fortalecerse para defender “la democracia y el capitalismo”. Insistió en que la ocupación militar estadounidense de Afganistán era un modelo que podía exportarse a todo el mundo, como “parte de un esfuerzo global”.

En la charla, Ghani también reflexionó con cariño sobre el tiempo que pasó llevando a cabo la “terapia de choque” neoliberal de Washington en la ex Unión Soviética: “En la década de 1990… Rusia estaba lista para volverse democrática y capitalista y creo que el resto del mundo fracasó. Tuve el privilegio de trabajar en Rusia durante cinco años durante ese tiempo”.

Ghani estaba tan orgulloso de su trabajo con el Banco Mundial en Moscú que, en su biografía oficial en el sitio web del gobierno afgano, se jactaba de “trabajar directamente en el programa de ajuste de la industria del carbón rusa”, en otras palabras, privatizar el gigante euroasiático las eservas masivas de hidrocarburos.

Mientras Ghani alardeaba de sus logros en la Rusia postsoviética, UNICEF publicó un informe en 2001 que descubrió que la década de privatizaciones masivas impuestas a la nueva Rusia capitalista causó la asombrosa cifra de 3,2 millones de muertes, redujo la esperanza de vida en cinco años y arrastró a 18 millones de niños a la pobreza extrema, con “altos niveles de desnutrición infantil”. La revista médica líder Lancet también encontró que el programa económico creado en Estados Unidos aumentó las tasas de mortalidad de hombres adultos rusos en un 12,8%, en gran parte debido al asombroso 56,3% de desempleo masculino.

Dado este historial odioso, tal vez no sea una sorpresa que Ghani se fue de Afganistán con tasas de pobreza y miseria que se dispararon.

El académico Ashok Swain, profesor de investigación sobre la paz y los conflictos en la Universidad de Uppsala y presidente de la UNESCO sobre cooperación internacional en materia de agua, señaló que, durante los 20 años de ocupación militar entre Estados Unidos y la OTAN, “el número de afganos que viven en la pobreza se ha duplicado y las áreas bajo el cultivo de amapola se han triplicado. Más de un tercio de los afganos no tiene comida, la mitad no tiene agua potable y dos tercios no tiene electricidad”.

Pero el aceite de serpiente económico de Ghani encontró una audiencia entusiasta en la llamada comunidad internacional. Y en 2006, su perfil global había alcanzado tal altura que se lo consideraba un posible reemplazo del secretario general Kofi Annan en las Naciones Unidas.

Mientras tanto, los estados de la OTAN y las fundaciones respaldadas por multimillonarios le estaban dando a Ghani grandes sumas de dinero para establecer un grupo de expertos cuyo nombre siempre estará teñido de ironía.

El último administrador estatal fallido aconseja a las élites sobre “arreglar estados fallidos”

En 2006, Ghani aprovechó su experiencia en la implementación de políticas “favorables a las empresas” desde la Rusia postsoviética hasta su propia tierra natal para cofundar un grupo de expertos llamado Instituto para la Efectividad del Estado (ISE).

ISE se comercializa en un lenguaje que podría haberse extraído de un folleto del FMI: “Las raíces del trabajo de ISE se encuentran en un programa del Banco Mundial a fines de la década de 1990 que tenía como objetivo mejorar las estrategias de país y la implementación del programa. Se centró en formar coaliciones para la reforma, implementar políticas a gran escala y capacitar a la próxima generación de profesionales del desarrollo”.

El eslogan del grupo de expertos se lee hoy como una parodia de la repetición tecnocrática: “Enfoques centrados en el ciudadano del Estado y el mercado”.

Además de su papel en impulsar reformas neoliberales en Afganistán, el ISE ha ejecutado programas similares en 21 países, incluidos Timor Oriental, Haití, Kenia, Kosovo, Nepal, Sudán y Uganda. En estos estados, el grupo de expertos dijo que creó un “marco para comprender las funciones estatales y el equilibrio entre los gobiernos, los mercados y las personas”.

Con sede legal en Washington, el Instituto para la Efectividad del Estado está financiado por un Quién es Quién de los financistas de think tanks: gobiernos occidentales (Gran Bretaña, Alemania, Australia, Países Bajos, Canadá, Noruega y Dinamarca); instituciones financieras internacionales de élite (el Banco Mundial y la OCDE); y fundaciones corporativas occidentales vinculadas a la inteligencia y respaldadas por multimillonarios (Rockefeller Brothers Fund, Open Society Foundations, Paul Singer Foundation y Carnegie Corporation de Nueva York).

La cofundadora fue la entusiasta del libre mercado Clare Lockhart, una ex banquera de inversiones y veterana del Banco Mundial que se desempeñó como asesora de la ONU para el gobierno afgano creado por la OTAN y miembro del consejo de administración de Asia respaldada por la CIA.

La perspectiva obsesionada por el mercado de Ghani y Lockhart quedó resumida en una asociación que formaron en 2008 entre su ISE y el grupo de expertos neoliberal Aspen Institute. Según el acuerdo, Ghani y Lockhart lideraron la “Iniciativa de creación de mercado” de Aspen, que, según dijeron, “crea diálogo, marcos y participación activa para ayudar a los países a construir economías de mercado legítimas” y “apunta a establecer cadenas de valor y sustentar la credibilidad instituciones e infraestructura que permitan a los ciudadanos participar de los beneficios de un mundo globalizado”.

Cualquier novelista que busque satirizar a los think tanks de DC podría haber sido criticado por ser demasiado agudo si escribieran sobre ese Instituto para la Efectividad del Estado.

La guinda del absurdo llegó en 2008, cuando Ghani y Lockhart detallaron su cosmovisión tecnocrática en un libro titulado “Reparar estados fallidos: un marco para la reconstrucción de un mundo fracturado”.

El primer texto que aparece dentro de la portada es una propaganda del guía ideológico de Ghani, Francis Fukuyama, el experto que declaró infamemente que, con el derrocamiento de la Unión Soviética y el Bloque Socialista, el mundo había llegado al “Fin de la Historia” y la sociedad humana se perfeccionó bajo el orden democrático liberal capitalista dirigido por Washington.

Tras los elogios de Fukuyama hay un entusiasta respaldo del economista peruano de derecha Hernando de Soto, autor del tratado “El misterio del capital: por qué el capitalismo triunfa en Occidente y fracasa en todas partes” (spoiler: De Soto insiste en que no es imperialismo). Este Chicago Boy elaboró ​​las políticas de terapia de choque neoliberal del régimen dictatorial de Alberto Fujimori en Perú.

La tercera propaganda en el libro de Ghani fue compuesta por el vicepresidente de Goldman Sachs, Robert Hormats, quien insistió en que el texto “proporciona un análisis brillantemente elaborado y extraordinariamente valioso”.

“Arreglar estados fallidos” es una lectura tremendamente aburrida, y esencialmente equivale a una reiteración de 265 páginas de la tesis de Ghani: la solución a prácticamente todos los problemas del mundo son los mercados capitalistas, y el estado existe para administrar y proteger esos mercados.

En un bromuro típicamente prolijo, Ghani y Lockhart escribieron: “El establecimiento de mercados funcionales ha llevado a la victoria del capitalismo sobre sus competidores como modelo de organización económica al aprovechar las energías creativas y empresariales de un gran número de personas como partes interesadas en la economía de mercado”.

Los lectores del snoozer neoliberal habrían aprendido tanto al hojear cualquier panfleto del Banco Mundial.

Además de emplear alguna variación en la palabra “mercado” 219 veces, el libro presenta 159 usos de las palabras “invertir”, “inversión” o “inversionista”. También está lleno de pasajes torpes, repetidos robóticamente, como los siguientes:

Emprender estos caminos de transición ha requerido esfuerzos para superar la percepción de que el capitalismo es necesariamente explotador y que la relación entre el gobierno y las corporaciones es intrínsecamente de confrontación. Los gobiernos exitosos han forjado asociaciones entre el estado y el mercado para crear valor para sus ciudadanos; estas asociaciones son rentables desde el punto de vista financieros y sostenibles política y socialmente.

Destacando su fanatismo ideológico, Ghani y Lockhart incluso llegaron a afirmar una “incompatibilidad entre capitalismo y corrupción”. Por supuesto, Ghani continuaría demostrando cuán absurda era esta afirmación vendiendo su país a empresas estadounidenses en las que habían invertido sus familiares, proporcionándoles acceso exclusivo a las reservas minerales de Afganistán y luego huyendo a una monarquía del Golfo con 169 millones de dólares en fondos estatales robados.

Pero entre la clase de élites insulares de Beltway, el libro risible fue celebrado como una obra maestra. En 2010, “Reparar estados fallidos” le valió a Ghani y Lockhart el codiciado lugar 50 en la lista de Foreign Policy de los 100 mejores pensadores globales. La estimada revista describió su Instituto para la Efectividad del Estado como “el grupo de expertos en construcción de estados más influyente del mundo”.

Silicon Valley también quedó prendado. Google invitó a los dos a su oficina de Nueva York para resumir las conclusiones del libro.

Clare Lockhart y Ashraf Ghani presentan Fixing Failed States en Google en 2008

El Consejo Atlántico de la OTAN cultiva Ghani

Escribiendo en sus herméticas oficinas en la calle K de DC, los eruditos expertos en ataduras ayudaron a proporcionar la justificación política e intelectual para seguir adelante con la ocupación militar extranjera de Afganistán durante dos décadas. Los think tanks que los emplearon parecían ver la guerra como una misión civilizadora neocolonial destinada a promover la democracia y la ilustración para un pueblo “atrasado”.

Fue en este ambiente aislado de think tanks y universidades estadounidenses políticamente conectados, en sus 24 años viviendo en los Estados Unidos de 1977 a 2001, donde nació Ghani el político.

La poderosa Institución Brookings estaba enamorada de él. Al escribir en el Washington Post en 2012, el director liberal-intervencionista de la investigación de política exterior del grupo de expertos, Michael E. O’ Hanlon, elogió a Ghani como un “mago económico”.

Pero la principal de las organizaciones que impulsaron el ascenso de Ghani fue el Atlantic Council, el grupo de expertos de facto de la OTAN en DC.

Las influencias y patrocinadores de Ghani quedaron claramente evidenciadas en su cuenta oficial de Twitter, donde el presidente afgano siguió solo 16 perfiles. Entre ellos se encontraban la OTAN, su Conferencia de Seguridad de Munich y el Consejo Atlántico.

El trabajo de Ghani con el grupo de expertos se remonta a casi 20 años. En abril de 2009, Ghani concedió una aduladora entrevista a Frederick Kempe, presidente y director ejecutivo del Atlantic Council. Kempe reveló que los dos habían sido amigos cercanos y colegas desde 2003.

Ashraf Ghani con su amigo cercano y aliado, el presidente y director ejecutivo del Atlantic Council, Frederick Kempe, en 2015

“Cuando llegué al Atlantic Council”, recordó Kempe, “creamos una Junta Asesora Internacional, de presidentes y directores ejecutivos en funciones de empresas de importancia mundial y miembros del gabinete, ex miembros del gabinete de renombre de países clave. En ese momento no estaba tan decidido a tener a Afganistán representado en la Junta Asesora Internacional, porque no todos los países del sur de Asia lo están. Pero estaba decidido a tener Ashraf Ghani”.

Kempe reveló que Ghani no solo era miembro de la Junta Asesora Internacional, sino también parte de un influyente grupo de trabajo del Atlantic Council llamado Strategic Advisors Group. En el comité se unieron a Ghani ex altos funcionarios del gobierno occidental y militares, así como líderes de las principales corporaciones estadounidenses y europeas.

Como parte del Grupo de Asesores Estratégicos del Atlantic Council, Kempe afirmó que él y Ghani ayudaron a crear la estrategia de la administración de Barack Obama para Afganistán.

“Fue así como hablé por primera vez con Ashraf y hablamos sobre cómo no se conocían realmente los objetivos a largo plazo. A pesar de todos los recursos que estábamos invirtiendo en Afganistán, los objetivos a largo plazo no eran obvios”, explicó Kempe.

“En ese momento, se nos ocurrió la idea de que tenía que haber un marco de 10 años para Afganistán. Poco sabíamos que estábamos desarrollando e implementando una estrategia, porque siempre se pensó que era una estrategia de implementación. Pero, de repente, teníamos un plan de Obama, detrás del cual poner esta estrategia de implementación”.

Ghani publicó esta estrategia en el Atlantic Council en 2009, bajo el título “Un marco de diez años para Afganistán: Ejecución del plan Obama… y más allá”.

En 2009, Ghani también fue candidato en las elecciones presidenciales de Afganistán. Para ayudar a administrar su campaña, Ghani contrató al consultor político estadounidense James Carville, conocido por su papel como estratega en las campañas presidenciales demócratas de Bill Clinton, John Kerry y Hillary Clinton.

En ese momento, el Financial Times describió a Ghani favorablemente como “el más occidentalizado y tecnocrático de todos los candidatos que se presentaban a las elecciones afganas”.

El pueblo afgano no estaba tan entusiasmado. Ghani finalmente fue aplastado en la carrera, llegando a un triste cuarto lugar, con menos del 3% de los votos.

Cuando el amigo de Ghani, Kempe, lo invitó a regresar para una entrevista en octubre, después de las elecciones, el presidente del Atlantic Council insistió: “Algunas personas dirían que realizó una campaña sin éxito; Diría que fue una campaña exitosa, pero no ganaste “.

Kempe elogió a Ghani, llamándolo “uno de los servidores públicos más capaces del planeta” y “conceptualmente brillante”.

Kampe también señaló que la charla de Ghani “debería ser estimulante para la administración de Obama”, que confiaba en el Atlantic Council para ayudar a diseñar sus políticas.

“Habría venido aquí antes de las elecciones como estadounidense y afgano con doble pasaporte, pero uno de los sacrificios que hizo para postularse para un cargo fue renunciar a su ciudadanía estadounidense, así que me horroriza saber que está aquí en una visa afgana-estadounidense de una sola entrada”, agregó Kempe. “Así que el Atlantic Council se pondrá a trabajar en eso, pero ciertamente tenemos que rectificar eso”.

Ghani continuó trabajando en estrecha colaboración con el Atlantic Council en los años siguientes, constantemente realizando entrevistas y eventos con Kempe, en los que el presidente del grupo de expertos declaró: “En aras de la divulgación completa, debo declarar que Ashraf es un amigo, un querido amigo”.

Hasta 2014, Ghani siguió siendo un miembro activo de la Junta Asesora Internacional del Atlantic Council, junto con numerosos exjefes de estado, el planificador imperial estadounidense Zbigniew Brzezinski, el apóstol económico neoliberal Lawrence Summers, el oligarca multimillonario libanés-saudí Bahaa Hariri, el magnate de los medios de derecha Rupert Murdoch y los directores ejecutivos de Coca-Cola, Thomson Reuters, Blackstone Group y Lockheed Martin.

Pero ese año, la oportunidad tocó la puerta y Ghani vio su máxima ambición a su alcance. Estaba al borde de convertirse en presidente de Afganistán, cumpliendo el papel que las instituciones de élite estadounidenses le habían cultivado durante décadas.

La historia de amor de Washington con el “reformador tecnocrático”

El primer líder post-talibán de Afganistán, Hamid Karzai, se había mostrado inicialmente como un títere occidental leal. Sin embargo, al final de su reinado en 2014, Karzai se había convertido en un “duro crítico” del gobierno de Estados Unidos, como lo expresó el Washington Post, “un aliado que se convirtió en adversario durante los 12 años de su presidencia”.

Karzai comenzó a criticar abiertamente a las tropas estadounidenses y de la OTAN por matar a decenas de miles de civiles. Estaba enojado por lo controlado que estaba y trató de ejercer más independencia, lamentando: “Los afganos murieron en una guerra que no es la nuestra”.

Washington y Bruselas tenían un problema. Habían invertido miles de millones de dólares durante una década en la creación de un nuevo gobierno a su imagen en Afganistán, pero la marioneta que habían elegido comenzaba a frenarse en sus cuerdas.

Desde la perspectiva de los gobiernos de la OTAN, Ashraf Ghani proporcionó el reemplazo perfecto para Karzai. Era el retrato de un tecnócrata leal y solo tenía un pequeño inconveniente: los afganos lo odiaban.

Cuando obtuvo menos del 3% de los votos en las elecciones de 2009, Ghani se postuló abiertamente como candidato del Consenso de Washington. Solo contaba con el apoyo de unas pocas élites en Kabul.

Entonces, cuando llegó la carrera presidencial de 2014, Ghani y sus manejadores occidentales tomaron un rumbo diferente, vistieron a Ghani con ropas tradicionales y llenaron sus discursos con retórica nacionalista.

Con ropa tradicional afgana, Ashraf Ghani (derecha) estrecha la mano del Secretario de Estado de los Estados Unidos (centro) y Abdullah Abdullah (izquierda)

El New York Times insistió en que finalmente había encontrado el punto ideal: “Tecnócrata a populista afgano, Ashraf Ghani se transforma”. El periódico relata cómo Ghani pasó de ser un “intelectual pro-occidental” que dirigía “una pequeña charla en una lengua vernácula mejor descrita como tecnocrates (piense en frases como ‘procesos consultivos’ y ‘marcos cooperativos’)” a una mala copia de “populistas que cortan trata con sus enemigos, gana el apoyo de sus rivales y apela al orgullo nacional afgano”.

La estrategia de cambio de marca ayudó a colocar a Ghani en el segundo lugar, pero aun así fue derrotado cómodamente en la primera ronda de las elecciones de 2014. Su rival, Abdullah Abdullah, obtuvo un 45% frente al 32% de Ghani, con casi 1 millón de votos más.

Sin embargo, en la segunda vuelta de junio, las tornas cambiaron repentinamente. Los resultados se retrasaron, y cuando se finalizaron tres semanas después, Ghani subió con un sorprendente 56,4% frente al 43,6% de Abdullah.

Abdullah afirmó que Ghani se había robado las elecciones mediante un fraude generalizado. Sus acusaciones estaban lejos de ser infundadas, ya que había pruebas sustanciales de irregularidades sistemáticas.

Para resolver la disputa, la administración Obama envió al secretario de Estado John Kerry a Kabul para negociar entre Ghani y Abdullah.

La mediación de Kerry condujo a la creación de un gobierno de unidad nacional en el que el presidente Ghani, al menos inicialmente, acordó compartir el poder con Abdullah, quien ocuparía un puesto recién creado, cuyo nombre reflejaba de manera transparente la agenda neoliberal de Washington: director ejecutivo de Afganistán.

El secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, negocia con los candidatos presidenciales de Afganistán Abdullah Abdullah (izquierda) y Ashraf Ghani (derecha) en julio de 2014

Un informe publicado en diciembre por los observadores electorales de la Unión Europea concluyó que efectivamente hubo un fraude desenfrenado en las elecciones de junio. Más de 2 millones de votos, que representan más de una cuarta parte del total emitido, procedían de colegios electorales con irregularidades manifiestas.

Si Ghani ganó o no la segunda vuelta fue nebuloso. Pero había logrado cruzar la línea de meta, y eso era todo lo que importaba. Ahora era presidente. Y sus patrocinadores imperiales en Washington estaban más que felices de barrer el escándalo debajo de la alfombra.

Funcionario de Washington enaltece a Ghani ante el fraude y el fracaso

La aparente manipulación de las elecciones de 2014 hizo poco por empañar la imagen de Ashraf Ghani en los medios occidentales. La BBC lo caracterizó con tres términos -“reformador”, “tecnócrata” e “incorruptible”- que se convertirían en las descripciones favoritas de la prensa para un presidente que finalmente abandonó su país con 169 millones de dólares y su proverbial rabo entre las piernas.

En una pieza que fue emblemática de la representación de Ghani en los medios, el neoyorquino afirmó que era “incorruptible” y lo aclamó como un “tecnócrata visionario que piensa con veinte años de antelación”.

En marzo de 2015, Ghani voló a Washington para su momento de máxima gloria. El nuevo presidente afgano pronunció un discurso en una sesión conjunta del Congreso de Estados Unidos. Y fue celebrado como un héroe que desbloquearía la magia del libre mercado para salvar Afganistán de una vez por todas.

Ashraf Ghani en la sede del Congreso de los Estados Unidos

Los petroleros y sus amigos de la prensa no podían tener suficiente confianza de Ghani. Ese agosto, el director senior de programas de Democracy International, la organización de cambio de régimen financiada por el gobierno de Estados Unidos, Jed Ober, publicó un artículo en Foreign Policy que reflejaba la historia de amor de Beltway con su hombre en Kabul.

Cuando Ashraf Ghani fue elegido presidente de Afganistán, muchos miembros de la comunidad internacional se regocijaron. Sin duda, un ex funcionario del Banco Mundial con reputación de reformador era el hombre adecuado para solucionar los problemas más atroces de Afganistán y reparar la posición del país a nivel internacional. No había mejor candidato para llevar a Afganistán a una nueva era de buen gobierno y comenzar a expandir los derechos y libertades que con demasiada frecuencia se les ha negado a muchos de los ciudadanos del país.

Impertérrito por las acusaciones documentadas de fraude electoral, el Atlantic Council honró a Ghani en 2015 con su “premio al liderazgo internacional distinguido”, celebrando su supuesto “compromiso desinteresado y valiente con la democracia y la dignidad humana”.

El Atlantic Council señaló con entusiasmo que Ghani “aceptó personalmente el premio, que le entregó la exsecretaria de Estado Madeleine Albright, el 25 de marzo en Washington ante una audiencia de líderes, embajadores y generales de la OTAN”.

Albright, quien una vez defendió públicamente la muerte de más de medio millón de niños iraquíes por las sanciones lideradas por Estados Unidos, glorificó a Ghani como un “economista brillante” y afirmó que “ha ofrecido esperanza al pueblo afgano y al mundo”.

La ceremonia oficial del Atlantic Council se llevó a cabo más tarde en abril, pero Ghani no pudo asistir, por lo que su hija Mariam recibió el premio en su nombre.

Nacida y criada en los Estados Unidos, Mariam Ghani es una artista con sede en la ciudad de Nueva York que encarna a la perfección todas las características de un hipster radlib instalado en un lujoso apartamento tipo loft en Brooklyn. La cuenta personal de Instagram de Mariam presenta una combinación de arte minimalista y expresiones políticas pseudo-radicales.

Con un estatus de élite dentro del medio de activistas del cambio de régimen identificados por la izquierda, Mariam Ghani participó en un panel de discusión de 2017 en la Universidad de Nueva York titulado “Arte y refugiados: enfrentando el conflicto con elementos visuales”, junto con la ilustradora y partidaria de la guerra sucia Molly Crabapple. Crabapple es miembro de la New America Foundation, financiada por el Departamento de Estado de EE. UU., patrocinada por el multimillonario y ex director ejecutivo de Google, Eric Schmidt. Mariam Ghani y ella también aparecieron juntas en una compilación de artistas del 2019.

En la ceremonia del Consejo Atlántico de 2015 en Washington, cuando Mariam Ghani aceptó con orgullo el premio máximo del think tank militarista de la OTAN para su padre, sonrió junto a tres compañeros homenajeados: un importante general estadounidense, el director ejecutivo de Lockheed Martin y la cantante de country de derecha Toby Keith, quien se hizo un nombre gritando amenazas musicales patriotas contra árabes y musulmanes, prometiendo “ponerte una bota en el trasero”, porque “es el estilo estadounidense”.

El marketing del Atlantic Council en nombre del presidente Ghani se aceleró después de la ceremonia. En junio de 2015, el grupo de expertos publicó un artículo en su blog “New Atlanticist” titulado “FMI: Ghani ha demostrado que Afganistán está ‘abierto a los negocios ‘”.

El principal funcionario del Fondo Monetario Internacional en Afganistán, el jefe de la misión Paul Ross, dijo al Atlantic Council que Ghani había “señalado al mundo que Afganistán está abierto a los negocios y que la nueva administración está decidida a proceder con las reformas”.

El burócrata declaró que el FMI era “optimista sobre el largo plazo”, bajo el liderazgo de Ghani.

De hecho, Ghani y su régimen títere estadounidense tenían una especie de puerta giratoria con el Atlantic Council. Su embajador en los Emiratos Árabes Unidos, Javid Ahmad, se desempeñó simultáneamente como miembro principal del grupo de expertos. Ahmad aprovechó su sinecure allí para colocar artículos de opinión en los principales medios de comunicación que mostraban a su jefe como un reformador moderado que tenía como objetivo “restaurar el debate civil en la política afgana”.

Foreign Policy le había prestado a Ahmad espacio en su revista para publicar un anuncio de campaña apenas disfrazado para Ghani en junio de 2014. El artículo cantaba su alabanza como “una alternativa intelectual pro occidental altamente educada al antiguo sistema de corrupción y caudillos de Afganistán”.

En ese momento, Ahmad era un coordinador de programas para Asia en el grupo de presión de la guerra fría financiado por el gobierno occidental, el German Marshall Fund de los Estados Unidos. Los editores de Foreign Policy aparentemente no se dieron cuenta de que el artículo de Ahmad tiene pasajes que son casi una copia, palabra por palabra, de la biografía oficial de Ghani.

En la Cumbre de la OTAN de 2018, el Atlantic Council organizó otra entrevista aduladora con Ghani. Haciendo alarde de sus supuestos “esfuerzos de reforma”, insistió el presidente afgano, “el sector de la seguridad se está transformando por completo, en los esfuerzos contra la corrupción”. Añadió: “Hay un cambio generacional que está teniendo lugar en nuestras fuerzas de seguridad, y en todos los ámbitos, que creo que es realmente transformador”.

El periodista que condujo la entrevista de softbol fue Kevin Baron, editor ejecutivo del sitio web Defense One, respaldado por la industria de armas. Aunque la corrupción sistémica y la naturaleza ineficaz y abusiva del ejército afgano eran bien conocidas, Baron no ofreció ningún rechazo.

En el evento, Ghani rindió homenaje al grupo de expertos que había servido como su fábrica de propaganda personal durante tanto tiempo. En homenaje al director ejecutivo del Atlantic Council, Fred Kempe, Ghani expresó efusivamente: “Has sido un gran amigo. Tengo una gran admiración tanto por su beca como por su gestión”.

La historia de amor del Atlantic Council con Ghani continuó hasta el ignominioso final de su presidencia.

Ghani fue un invitado de honor en la Conferencia de Seguridad de Múnich (MSC) patrocinada por el gobierno alemán y respaldado por el Atlantic Council en 2019. Allí, el aristocrático presidente afgano pronunció un discurso que haría sonrojar incluso al pseudo-populista más cínico, declarando: “La paz debe estar centrada en los ciudadanos, no en las élites”.

El Atlantic Council recibió a Ghani por última vez en junio de 2020, en un evento copatrocinado por el Instituto de la Paz de los Estados Unidos vinculado a la CIA y el Rockefeller Brothers Fund. Tras los elogios de Kempe como “una voz líder en favor de la democracia, la libertad y la inclusión”, el exdirector de la CIA, David Petraeus, elogió a Ghani al enfatizar “el privilegio de trabajar con [él] como comandante en Afganistán”.

No fue hasta que Ghani robó abiertamente y huyó de su país en desgracia en agosto de 2021 que el Atlantic Council finalmente se volvió contra él. Después de casi dos décadas de promoverlo, cultivarlo y enaltecerlo, el grupo de expertos finalmente reconoció que era un ” villano escondido”.

Fue un cambio dramático por parte de un grupo de expertos que conocía a Ghani mejor que quizás cualquier otra institución en Washington. Pero también se hizo eco de los intentos desesperados de salvar la cara por parte de muchas de las mismas instituciones de élite estadounidenses que habían convertido a Ghani en el asesino económico neoliberal que era.

En los infames últimos días de Ghani, Washington se mantuvo confiado

La ilusión de que Ashraf Ghani era un genio tecnocrático continuó hasta el final de su desastroso mandato.

Este 25 de junio, pocas semanas antes del colapso de su gobierno, Ghani se reunió con Joe Biden en la Casa Blanca, donde el presidente estadounidense aseguró a su homólogo afgano el firme apoyo de Washington.

“Vamos a quedarnos contigo”, aseguró Biden a Ghani. “Y haremos todo lo posible para asegurarnos de que tenga las herramientas que necesita”.

Un mes después, el 23 de julio, Biden reiteró a Ghani en una llamada telefónica que Washington continuaría apoyándolo. Pero sin miles de tropas de la OTAN protegiendo su régimen vacío, los talibanes avanzaban rápidamente, y todo se derrumbó en cuestión de días, como un castillo de arena golpeado por una ola.

Ashraf Ghani se reúne con el presidente Joe Biden en la Casa Blanca el 25 de junio de 2021

Para el 15 de agosto, Ghani había huido del país con sacos de dinero robado. Fue una refutación surrealista a la narrativa, repetida hasta la saciedad por la prensa, de que Ghani era, como dijo Reuters en 2019, “incorruptible y erudita”.

Las élites en Washington no podían creer lo que estaba sucediendo, negando lo que estaban viendo ante sus ojos.

Incluso el legendario activista progresista anticorrupción Ralph Nader estaba en negación, refiriéndose a Ghani en términos cariñosos como un “ex ciudadano estadounidense incorruptible”.

Pocas figuras resumen mejor que Ashraf Ghani la podredumbre moral y política de la guerra de 20 años de Estados Unidos contra Afganistán. Pero su historial no debe tomarse como un ejemplo aislado.

Fue el Washington oficial, su aparato de think tanks y su ejército de reporteros aduladores lo que convirtió a Ghani en quien era. Este fue un hecho que él mismo reconoció en una entrevista de junio de 2020 con el Atlantic Council, en la que Ghani expresó su mayor gratitud a sus patrocinadores: “Permítanme primero rendir homenaje al pueblo estadounidense, a las administraciones estadounidenses y al Congreso de los Estados Unidos, y en particular, al contribuyente estadounidense por los sacrificios en sangre y tesoro”.

Ben Norton es periodista, escritor y cineasta. Es el editor asistente de The Grayzone y el productor del podcast Moderate Rebels , que es coanfitrión con el editor Max Blumenthal. Su sitio web es BenNorton.com.

Tomado de: The Grayzone

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Educación: el impacto de las nuevas tecnologías en la oralidad y la escritura

Imagen National Geographic

Por Sofía Gómez

¿Qué está ocurriendo a nivel educativo entre las nuevas tecnologías, la cultura escrita y la oralidad? ¿Qué transformaciones están implicadas en la manera en que la tecnología e internet permiten acceder y generar conocimiento? ¿De nuevo hay una vuelta a la preeminencia de la imagen y la oralidad sobre la palabra escrita? Efectivamente, las nuevas tecnologías están centrando a la imagen y a la oralidad como ejes en la distribución de la información, y a su vez, están haciendo de estas el primer canal para acceder al conocimiento, que sólo en la medida en que se hace más especializado integra a la escritura como vía preponderante. En las siguientes líneas esbozaremos de manera sintética esta postura.

Escritura / Imagen

Nuestra escritura, menciona Belén Gache (2005), “está concebida a partir del modelo logocéntrico. Se pretende una mera réplica del lenguaje oral y está basada en una serie de oposiciones como, por ejemplo, la del universo verbal frente al visual”. Este ha sido el punto de inflexión que ha desvinculado imagen y escritura alfabética, pues aunque el alfabeto también es una construcción visual, su razón de ser es la abstracción. El sistema alfabético se basa en una linealidad opuesta a la imagen, concebida más como un suceso holístico o circular que permite demasiadas interpretaciones como para conducirnos a un conocimiento más fiable, conducido. De allí que occidente haya hecho de la cultura escrita el punto de referencia para difundir conocimiento comprobable, direccionado.

Sin embargo, las dudas al respecto de esta perspectiva siempre han estado por ahí. Un caso es el de Fernando Zamora Águila, quien en su obra, Filosofía de la imagen (2008), propone concebir la imagen como un agente que por sí solo constituye una forma de pensamiento: “la visión humana suele llevar implícita la mirada, y por tanto implica la intervención de lo imaginario; asimismo, interesa mostrar cómo ésta es una forma legítima y auténtica de pensar”. Hace de la imagen un elemento epistemológico autónomo, lejos de la dependencia del logocentrismo, el cual propone que para que un pensamiento sea considerado como tal debe estar mediado o formulado exclusivamente a través de la palabra.

Para Zamora, el acto visual no es una recepción pasiva donde sólo se realiza una mímesis mental de las cosas que se observan a modo de una copia figurativa que reproduce mentalmente la información recibida a través de la mirada. En cambio, propone el acto visual como un ejercicio activo, como representación. La visión como actividad no se refiere al proceso fisiológico, fotoquímico o biológico, sino al fenómeno significante, aprendido, determinado psicológica y culturalmente, donde el mirar es agregar a la operación mecánica el aspecto significativo, que es lo que implica la representación.

Esta concepción, es la que aborda también Belén Gache, quien en su exposición sobre la literatura expandida justamente aboga por ampliar la visión logocéntrica que ha prevalecido en occidente. Christian Ferrer (2005) también apela a dicha revisión sobre el conocimiento, su apropiación y difusión. A través de una revisión histórica sobre lo que han representado el arribo de “nuevas tecnologías” en distintas épocas, nos habla de cómo estas siempre han sido interpretadas como hitos de un nuevo camino evolutivo. Y en efecto lo son. Pero Ferrer también nos advierte sobre concebirlas como cambios a rajatabla, separadas unas de otras y neutras en sí mismas.

La crítica que realiza Ferrer también es planteada por Pamela Archanco (2011), quien en su trabajo sobre la lectura escolar y sus prácticas, representaciones y la mediación docente, lanza interrogantes sobre los criterios de validación y legitimación de las diversas fuentes que consulta el alumno. Pone énfasis en cómo la información que los alumnos obtienen de internet (el sitio de donde los alumnos extraen la mayor parte del material para realizar sus trabajos escolares), la conciben como un saber con un alto grado de neutralidad. La intervención docente, señala, reside en promover la desnaturalización de esta concepción y la necesidad de hacer ver al alumno que es un requisito indispensable que contextualicen sociocultural e histórica de lo leen u observan.

La oralidad

La saturación de videos, por ejemplo, como nuevos modos de acceder a conocimiento, no es neutro, está modelando el tiempo que las personas piensan es “suficiente” para informarse de algo. El tiempo para construir saberes se está haciendo cada vez más breve, no sólo fugaz, sino breve. De allí que tenga mayor sentido retomar las críticas que Fernanda Cano (2011) presenta a los modos de leer y escribir, y a la par, de enseñar ambos procesos. El modelo tradicional de escritura concebido en etapas, por medio de un desarrollo lineal (como la escritura alfabética lo es), deja de ser irrefutable. Ella propone que como docentes debemos también modificar nuestra concepción del proceso de planificación, tan mecánico e inflexible que se aleja de lo que los nuevos modos de acceso a la información que están teniendo nuestro estudiantes.

En el caso de los videos, tenemos que ya no se trata sólo de imágenes aisladas, se incorpora un nuevo elemento: la oralidad, tema que Cecilia Bajour (2009) trabaja desde el valor que tienen las prácticas de lectura. Ella nos habla de cómo “oír entre líneas” es un trabajo que lleva tiempo, que se conquista y construye. Y aunque Cecilia se centra en “oír lo que se lee”, podemos apropiarnos de lo que menciona para la forma en que la imagen está fusionándose con la palabra oral y están dejando al margen o como un acompañamiento más a la palabra escrita.

En este sentido, pensar las clases como una construcción en común que se hace entre los alumnos y es dirigida por los docentes, tal como lo propone Nancy Romero (2011), es totalmente congruente con las formas de creación y reproducción del conocimiento actual. La oralidad debe adquirir un valor real en la generación de conocimiento dentro de las escuelas, desde la enseñanza básica hasta los niveles superiores. Digo real porque tanto aquello que los alumnos ven y escuchan a través de videos, películas, documentales e incluso tutoriales, deben comenzar a pensarse como parte de un tejido legítimo de saber. Asimismo, el comentar en clase, la participación oral en las sesiones, las exposiciones de los alumnos, deben observarse como algo significativo para la formación del estudiante. Pensar la oralidad como un complemento de la difusión del saber que está en igualdad de posibilidades que la escritura. Un hecho que la tradición occidental, a partir de Gutenberg y su imprenta, ha soslayado y que apenas comienza a volver a la carga.

En conclusión, el fenómeno que están creando las nuevas tecnologías e internet no significa que hemos “regresado” a un periodo previo a la alfabetización, la cual ha marcado por siglos la producción y acceso al conocimiento en occidente, sino que se trata de un ascenso de la imagen que no elimina a la cultura escrita, sólo está modificando su papel central, posicionándola a modo de acompañamiento. En los ámbitos académicos, la imagen es la primera puerta hacia un conocimiento más sistemático que aún sigue considerando a la cultura escrita –alfabética en específico– como la superior.

La oralidad también regresa a una posición más fuerte que le había sido arrebatada por la escritura. La oratoria en la Grecia Clásica da testimonio de lo que alguna vez fue el medio para el debate y reproducción del saber. Hoy, esa oralidad salpicada de coloquialidad, de tutoriales y youtubers está poniendo en jaque la supremacía que lo contenido en letras había alcanzado desde la era potencializada de Gutenberg. Como docentes y académicos debemos estar conscientes de dichos cambios, no para ponerlos en una balanza tajante de “mejor” o “peor” o “benéficos” o “dañinos”, sino como artificios que se agregan a nuestra historia como civilización sapiente.

Bibliografía

Archanco, P. (2011). Clase 20. Sobre la práctica de la lectura en la escuela: supuestos, continuidades y rupturas. En Diploma Superior en Lectura, escritura y educación. Buenos Aires: Flacso virtual, Argentina.

Bajour, C. (2009). Oír entre líneas: el valor de la escucha en las prácticas de lectura. En www.imaginaria.com.ar (Consultado el 28 de octubre 20016).

Cano, F. (2011). Clase 17. Para una reflexión sobre la escritura. En Diploma Superior en Lectura, escritura y educación. Buenos Aires: Flacso Virtual, Argentina.

Ferrer, C. (2005). Clase 14. La letra y su molde. Meditaciones sobre lectura, escritura y tecnología. En Diploma Superior en Lectura, escritura y educación. Buenos Aires: Flacso Virtual, Argentina.

Gache, B. (2005). Clase 16. Transgresiones y márgenes de la literatura expandida. En Diploma Superior en Lectura, escritura y educación. Buenos Aires: Flacso Virtual, Argentina.

Romero, N. (2011). Clase 19. El texto escolar en la escuela actual. En Diploma Superior en Lectura, escritura y educación. Buenos Aires: Flacso Virtual, Argentina.

Zamora, F. (2008). Filosofía de la imagen. Lenguaje, imagen y representación, México: ENAP.

Tomado de: Revista Vagabunda MX

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¿Cómo se hace un violento?

Matías de Stéfano Barbero

Por Sonia Santoro

¿Cómo se hace un femicida? Esta pregunta elevada en el aire en una pancarta en la movilización del primer #Niunamenos, el 3 de junio de 2015 disparó en Matías de Stéfano Barbero la necesidad de investigar la construcción de las masculinidades de los varones que ejercieron violencia contra las mujeres en la pareja. Ese trabajo se convirtió en el libro Masculinidades (im)posibles. Violencia y género, entre el poder y la vulnerabilidad, editado por Galerna, que promete ser indispensable para entender no solo por qué los varones ejercen violencia contra las mujeres sino cómo la estructura social avala y alimenta esa violencia a través de la construcción de masculinidades ancladas en el ejercicio de la violencia, la heterosexualidad obligatoria y el rechazo/negación de la homosexualidad, entre otras cuestiones.

Matías de Stéfano Barbero es doctor en Antropología (UBA), investigador, docente y becario posdoctoral del Conicet. Es miembro del Instituto de Masculinidades y Cambio Social, y de la Asociación Pablo Besson, donde forma parte del equipo de coordinación de espacios para varones que ejercieron violencia. El libro sobre el que se explaya en esta entrevista presenta diferentes historias de vida de los varones que ejercieron violencia y analiza el papel que tienen la violencia y el género en la construcción de la masculinidad a lo largo de sus infancias, adolescencias y vidas adultas.

Hace bastante que los estudios de género se preguntan qué es una mujer. ¿Qué es un hombre? ¿El eje ahora está puesto ahí?

Sí, qué es el hombre. Me parece que ya de hecho la propia pregunta muestra que hay una transformación en eso, en la misma forma que hay una transformación entre lo que pensamos qué es una mujer y cómo se produce una mujer a nivel social. Y las respuestas son a veces sorprendentes, en el sentido en que escapan un poco del sentido común que podemos construir, tanto de lo que es un varón o de los sentidos de la masculinidad, como del lugar que ocupa la violencia en la vida de la gente y el género en la vida de la gente. Cuando yo empecé a ir a los grupos (de varones que ejercen violencia) tenía la mirada un poco caricaturizada de lo que me iba a encontrar, y la verdad es que fui con un poco de miedo, tenía cierta aprensión. Y es curioso cómo también, quienes nos dedicamos a estas cuestiones tenemos nuestros prejuicios sobre cómo es el poder, cómo es la violencia, cómo es el sufrir, el hacer sufrir, y la verdad que cuando me encontré entre ellos, trabajando con ellos y escuchándolos, aparecen un montón de otras cosas que trascienden un poco ese sentido común, esa caricaturización de los violentos.

¿Cómo es esa caricatura?

Yo creo que la caricaturización viene un poco por poner siempre la violencia afuera. No quiero parafrasear mal a Nietzsche, pero esto de que siempre el malo es el otro y nosotros somos los buenos es casi me atrevería a decir un universal; la bondad siempre está de mi lado y la maldad del otro. Entonces, y no es algo que se limite solamente a la cuestión de la violencia de género y a los varones que ejercen violencia, esta idea de caricaturizar, de hacer exótico al otro que tiene ese estigma.

Caetano Veloso decía que visto de cerca nadie es normal. Me encanta esa frase. Lo mismo pasa un poco con esto, cuando uno se acerca y deja de construir esa otredad como una otredad tan exótica, y se acerca a conocer esas historias y ellos también se permiten, en un largo proceso de trabajo, poder mostrar lo que hay detrás de todas esas capas de resistencia, aparecen seres humanos más o menos comunes, con miserias, con su lugar de poder, con su miedo a la vulnerabilidad, personas que… esto a veces es polémico porque parece que uno está justificando, pero personas que también sufrieron mucho en ese proceso de construirse como varones.

No se trata de justificar sino de tratar de comprender cómo aparece la violencia a lo largo de la vida. La violencia en la vida de alguien no aparece cuando se ejerce sino mucho antes.

En el prólogo del libro se plantea que si bien reconocemos la violencia de género como un problema estructural, las soluciones que se están dando como políticas públicas en general son individuales. Usted tiene una crítica sobre eso.

Sí, eso lo recoge superbien Moira Pérez en el prólogo. Pasa un poco con esta idea de deconstrucción, que parece que es una idea que apela al individuo, como “deconstruite vos y tus cosas”. A mí me parece que lo potente que puede llegar a tener esta idea de politizar lo personal es hacerlo político en el sentido de la transformación colectiva. Que yo renuncie a mis privilegios, por ejemplo, no tiene un gran impacto social, puede tenerlo en mi vida cotidiana y en la vida de quienes me rodean, pero no supone una crítica estructural y no supone una transformación estructural. Y pensar las cosas siempre desde el individuo, lo bueno y lo malo, me parece que por un lado es el paradigma hegemónico ¿no? El sujeto, el individuo, y en ese sentido me parece reproducir el sistema que estamos intentando cambiar. Y por otro lado, las perspectivas que lo piensan exclusivamente individualmente, generalmente se terminan topando o reduciendo las posibilidades de actuación al orden de lo punitivo, al orden de decir “se encierra a esta persona y se acabó el problema”, cuando esa persona si bien tiene que tomar responsabilidad por lo que hizo, por supuesto, está expresando algo a nivel social y a nivel estructural, ciertas condiciones que hicieron que esa violencia en este caso pueda aparecer. Pienso en la importancia de reforzar la ESI (educación sexual integral) desde la primera infancia y que se toquen temas como la violencia, la masculinidad, el poder, la vulnerabilidad, y eso implica intentar prevenir antes de que la situación suceda, porque cuando ese niño que sufrió en la infancia, termine cometiendo un crimen y haciendo sufrir, ahí la sociedad va a llegar con todo el peso de la ley en su juicio a dar una solución punitiva. Creo que es mucho antes que tenemos que empezar a preocuparnos de esto en la vida de las personas, y no tanto precisamente como individuos sino en políticas públicas, desde el Estado, desde las organizaciones de la sociedad civil, que puedan considerar el problema a lo largo de la vida, un problema estructural que afecta a toda la sociedad y no solamente a quien termina siendo el síntoma.

Me gustó la metáfora que usó al comienzo: hay que “volver a Juan”, volver a poner el eje en el varón que ejerce la violencia y no tanto en la víctima ¿no?

La metáfora de volver a Juan viene de un ejercicio que hizo una lingüista feminista, que muestra en las cuatro operaciones lingüísticas, cómo de un acto que es “Juan golpea a María”, se va desplazando la atención hacia lo que termina sucediendo después, que queda María como víctima de violencia y Juan desaparece de esa ecuación lingüística. Por eso la idea de volver a Juan es ir volviendo en el sentido de volver a la escena, a esa primera formulación de Juan golpea a María o Juan ejerce violencia contra María, para ver qué es lo que pasa en esa escena y después seguir volviendo para ver quién es Juan. Porque entiendo que tiene que ver con una urgencia y me parece completamente legítimo asistir a las personas que sufren, pero si no nos concentramos también en las personas que hacen sufrir, las causas del problema van a seguir intactas y van a seguir reproduciéndose, y va a llegar un momento que no vamos a dar abasto para atender personas que sufren.

En el libro repasa las distintas ideas en torno a por qué los hombres son violentos: las teorías que plantean que son violentos por naturaleza, o que el violento es el otro… ¿Qué problemas plantean estas nociones tan arraigadas en nuestra sociedad?

A mí me sorprendió encontrar referencias a la violencia natural o asociada a los celos como algo natural o la violación como esa búsqueda de reproducción. Uno lo piensa medio demodé, pero la verdad uno se encuentra lamentablemente muchas de estas cuestiones. Para mí el problema es que muchas de estas teorías, más que para interrogar terminan sirviendo para justificar, para naturalizar determinadas cuestiones. Y esta idea de que la violencia está en los otros también es una mirada patologizante, es el otro siempre el patológico, el enfermo, el psicópata, y con esto no quiero decir que la biología, la psiquiatría o la psicología no tengan nada para decir, pero sí me parece que tenemos que analizar las consecuencias políticas que tiene pensar de una manera o de otra, y eso es lo que intento un poco con el libro.

El marco que yo utilizo es el de masculinidades, del estudio de varones y masculinidades desde una óptica feminista y de las ciencias sociales. Me parece que es el marco que más nos sirve para tratar de entender y de transformar.

¿Puede dar algunas pautas de cómo se explica la violencia masculina?

Podemos pensar el lugar que ocupa la violencia en la construcción de un sujeto varón en la sociedad, el vínculo que tiene la masculinidad y la posición masculina en la sociedad con la violencia es muy particular. Por un lado, es un privilegio en el sentido de que se fomenta esa agresividad potencial en los varones y en las mujeres no, por eso los varones muchas veces podemos responder con agresividad a determinadas situaciones y las mujeres no tanto, porque tiene que ver con una educación y con una forma de hacer un sujeto masculino en el mundo. Pero lo curioso, y esto no lo digo yo sino Rita Segato, Bell Hooks, desde un feminismo particular, es la idea de que la primera forma de violencia que los varones aprenden en su vida no es contra las mujeres sino contra sí mismos, que es una violencia que viene de esa manera masculina de ver el mundo, que limita, que cercena. Audre Lorde dice eso cuando analiza su posición de madre con su hijo varón: hay toda una parte de la humanidad que a los varones se les niega y se les quita, no es que nacen machos, para hacer un macho hay que ejercerles violencia. Entonces, los varones tenemos una relación con la violencia particular, que se va gestando en esta idea de construcción de la masculinidad. Que después aparece también en la construcción de la heterosexualidad muy vinculada a la homofobia también, casi que construirse como heterosexual es construirse homofóbicamente, porque yo tengo que ser varón cis heterosexual y tengo que actuar como tal, y actuar como tal implica rechazar una parte de mí que es una parte humana, esconderla y atacar también toda esa forma de expresión de género, lo que está feminizado en la sociedad y en los demás, en el grupo de pares también, para que me interpelen no desde la homofobia sino desde la heterosexualidad como un par. Y en ese sentido me parece que la violencia tiene mucho que ver con el poder entre varones y de los varones sobre las mujeres pero también con la vulnerabilidad, en el sentido en que muchas veces para no exponer nuestra vulnerabilidad, algo que aprendemos de chiquitos con estas ideas un poco maniqueas ya del “no llores”, no te muestres vulnerable, la violencia es esa huida hacia adelante de la propia vulnerabilidad. Voy a actuar con violencia en este momento porque mi lugar de poder se ve amenazado y no quiero dejar expuesta mi vulnerabilidad, porque aprendemos los varones a lo largo de nuestra vida que si nos mostramos vulnerables, nos exponemos a la violencia del otro, a la humillación y subordinación del otro, a la vergüenza…

Martín, uno de los casos que analiza en el libro, logra sobreponerse al bullying a través de ejercer violencia.

Sí, y lo que me parece interesante de ese caso en particular, por ejemplo, es que desencializa un poco esta idea de “si vos ejercés violencia, naciste violento”, como si no fuera compatible en una misma trayectoria vital ser víctima y ser victimario. Por eso esa relación entre sufrir y hacer sufrir me parece interesante, muchas veces quienes hacen sufrir están evitando sufrir, y esa es la construcción que fueron aprendiendo y reforzando a lo largo de la vida. Cuando uno habla con estos varones se encuentra curiosamente con esas historias de vida, como que de repente fueron víctimas en un momento también en algo vinculado al género, a la jerarquía de género y de la masculinidad porque ocupaban un lugar subordinado en esa jerarquía, y fueron viendo que así funciona el mundo, en una estructura jerárquica entonces “si voy ascendiendo puedo pisar al otro y con eso se reafirma mi lugar”. Y la mujer en esos casos siempre ocupa una posición como de moneda de cambio para el prestigio y el lugar de poder en el grupo de pares y en esa idea de masculinidad, entonces se va construyendo y solidificando esa percepción de la vida como una jerarquía. No hay que perder posiciones porque saben lo que es estar abajo de todo en la jerarquía porque lo sufrieron, entonces el precio es hacer sufrir.

En un capítulo habla de la violencia femenina como tabú ¿puede explicarlo?

Ese capítulo empieza con un epígrafe grande de Amelia Balcarce que reivindica el derecho de las mujeres a ser malas. Me parece que también, si solamente pensamos la violencia como un atributo de los varones, como vinculado a una identidad de género particular, parece que es un problema político. Primero porque deja a las mujeres en la posición de víctimas y las cristaliza ahí, y deja a los varones en la posición de victimarios y los cristaliza ahí, y después también deja sin cubrir otras identidades y expresiones de género y su relación con la violencia. Obtura otras preguntas, y me parece que es también una decisión política en el sentido en que muchas veces, en este momento en particular en donde hay tanto trabajo con varones, hay mucha resistencia, muchos cuestionamientos un poco desde el lugar del sentido común: “bueno pero las mujeres también son violentas”, uno lo escucha mucho en los grupos eso, pero también lo escuchamos en las redes sociales. Me parece que no inhabilitar esa discusión es una opción política para no darle lugar a las críticas que están en la sociedad a los enfoques que tenemos, me parece una responsabilidad que es difícil porque es caminar una fina línea entre mirar el afuera y decir “bueno las mujeres también, entonces se acabó el problema”… no, vamos a estudiar, yo estudio la violencia masculina pero sí reconozco que la violencia no es propiedad de los varones, y que aparece de muchas maneras en muchos vínculos, y que es posible que las mujeres la ejerzan.

También aparece, además, la confusión por el uso del término ‘violencia de género’ ¿no?

Sí.

Se plantea la idea de que las mujeres ejercen violencia de género, y ahí hay una confusión.

Sí, para mí tiene que ver con lo que me preguntabas al principio cuando hablábamos de qué significa la masculinidad, pero con el género pasa un poco lo mismo, son palabras polisémicas que se usan a veces de una manera y a veces de otra. Yo hago un análisis en el libro de cómo fue cambiando la violencia, al principio era la violencia doméstica, después violencia familiar, violencia conyugal, y hay muchas maneras de pensar el problema, violencia contra las mujeres es una manera pero violencia de género es otra.

Propone hablar de ‘violencia masculina hacia las mujeres´, no ‘violencia de género’ o ‘violencia machista’…

Sí, igual es un concepto que después de toda un discusión, este es el último, ‘violencia masculina contra las mujeres’. Y me parece que está bueno por esto, porque habla precisamente de quién ejerce esa violencia y contra quién la ejerce, porque hay críticas al concepto de ‘violencia de género’ que dicen que invisibiliza que las personas que la sufren son mujeres, y que las personas que la ejercen son varones cis, en la mayoría de los casos. Me parece interesante también entonces digo, ‘violencia masculina contra las mujeres’ puede comprender varias cosas. Después al final cuando tengo que referirme a la cuestión, hablo generalmente de la relación entre violencia y género como paraguas más grande.

¿Sirven los dispositivos para varones que ejercieron o ejercen violencia?

La percepción de las personas que trabajan en grupos… y también estuve participando en investigaciones con profesionales de otros equipos, de la provincia de Buenos Aires, no es una sensación mía, es que la transformación o el cambio sucede, lo que pasa es que son cambios, y esa es una de las luchas que tenemos quienes trabajamos.

La transformación sí es posible, pero es un trabajo profundo en el sentido de que es extenso, y una de las reivindicaciones que hay desde los espacios es que cuando se derivan varones desde la justicia, no se deriven por tres meses. Nosotros decimos que el trabajo es de mínimo un año de espacio grupal, una vez por semana, porque es un trabajo que va al fondo de la cuestión, que revisa profundamente la subjetividad, la historia de vida, entonces es un trabajo que tiene un gran impacto pero que necesita un tiempo para germinar y florecer.

Muchas veces ya dentro y estando en el grupo, muchos de los varones dejan de ejercer violencia física y están mucho más permeables a, en vez de ejercer violencia, a poder construir un conflicto con la pareja, muchas veces me cuentan que tuvieron una discusión pero que no pasó a mayores, que “yo pude decir lo que pensaba y ella también me dijo y lo vamos charlando. A medida que van pasando los encuentros y los varones llevan más tiempo en los grupos, aparece otra manera de enfrentarse a los conflictos en el sentido de que se construyen los conflictos, y no se usa la violencia para que ese conflicto desaparezca.

Tomado de: Página/12

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