Diálogos

Sergio Federovisky: “La obligación ética de los Estados es proteger el bien común” (+Video)

Sergio Federovisky. Cineasta argentino

Por Laura Gomez

La academia define como “punto de no retorno” el momento a partir del cual un sistema no puede volver a su condición anterior más allá de lo que se haga con él. El concepto resulta ilustrativo a la hora de describir el escenario ambiental: los científicos señalan que el aumento de 1,5 °C en la temperatura media del planeta puede ser el punto a partir del cual ya no será posible volver a la situación climática actual. Este es el eje de Punto de no retorno, el documental del biólogo, periodista y actual viceministro de Ambiente, Sergio Federovisky (dirigido junto a Nicolás Capelli y Diego Cosini), que se estrenará el sábado 5 de junio a las 20 horas en la página web de la Fundación Ambiente & Medio. Científicos del Conicet y la NASA, activistas, políticos e intelectuales advierten sobre los peligros de no actuar a tiempo para detener los avances del cambio climático.

El documental señala la falta de información como uno de los principales problemas. ¿Cuál es el rol de los medios de comunicación?

La información es crucial porque permite tomar mejores decisiones. El rol del periodismo es determinante, pero yo no estoy muy feliz con el papel que están cumpliendo en materia de tratamiento de las cuestiones ambientales. Por un lado, porque tiende a mirar las cosas como fotografía y no como proceso, y lo ambiental es indefectiblemente un proceso; por otro, porque banaliza los contenidos y los aborda sólo dentro de la coyuntura. La espectacularización del tratamiento del cambio climático no profundiza las verdaderas causas ni las posibles soluciones que podrían aplicarse.

En Punto de no retorno usted declaró no ser optimista y admite formar parte de una generación que fracasó.

Cuando digo que no soy optimista parafraseo a Gramsci, que decía: “No soy un optimista de la voluntad sino un pesimista de la razón”. Creo que hay que ver las cosas como son y admitir que fracasamos como generación para poder tomar mejores decisiones hacia adelante y, en todo caso, ser positivos antes que optimistas. Soy parte de una generación que creyó que bastaba con poner en agenda política la cuestión ambiental y que todo se resolvería idílicamente con una sumatoria de conciencias. Fracasamos porque después de 30 años todos los indicadores ambientales están empeorados y eso es un dato fáctico.

¿Qué papel tienen los movimientos juveniles?

Los jóvenes señalan a los Estados como principales responsables de esta situación; no invocan la necesidad de que cada uno cierre la canilla y apague la luz en su casa porque lo dan por hecho. Ellos portan un gen que afortunadamente ya está incorporado y creo que son el emergente de un cambio de época. En el siglo XX, la matriz de pensamiento indicaba que el crecimiento económico sólo era posible destruyendo la naturaleza; en el siglo XXI empezamos a entender que crecimiento, desarrollo y bienestar sólo pueden obtenerse a partir de una relación armónica con la naturaleza. La juventud es parte del nuevo paradigma y hay dos cosas que ya no discuten: la igualdad de género y el ambiente.

En el documental se les pregunta a varios científicos qué es lo que harían si pudieran tomar decisiones. Al momento del rodaje, Federovisky aún no era viceministro; hoy reflexiona: “Al llegar a un cargo público, uno no debe deslumbrarse por todo lo que cree que va a poder transformar ni frustrarse por aquello que no es posible. Hay que fijarse metas que no vulneren lo que uno pensaba antes de ser funcionario. Yo sigo creyendo las mismas cosas que antes: sigo cuestionando la minería a cielo abierto, que Argentina no tenga una matriz de generación de combustibles que no dependa de los fósiles o que se sostenga un modelo de monocultivo cuando existen otras posibilidades”.

Con frecuencia los temas ambientales parecen quedar relegados como cuestiones de largo plazo. Sin embargo, la vida cotidiana de muchas personas ya se alteró a causa del cambio climático: Punto de no retorno recoge el testimonio de Eulogia Tapia, habitante de La Poma (Salta), quien asegura sufrir más calor, más viento y cambios considerables en sus animales. “En una plataforma de proyección de datos científicos sobre cambio climático descubrimos que en esa zona la temperatura máxima media diaria va a subir entre 5 y 8 °C de acá a diez años. Las temperaturas máximas van a ser de 43, 45 o 47 °C. La vida en esas condiciones es inviable”, sostiene Federovisky.

En el horizonte aparece la idea del suicidio colectivo, una caída indefectible hacia el abismo. “Una vez un amigo psicoanalista comparaba la cuestión ambiental con la pulsión de muerte que el psicoanálisis describe a escala individual: el ser humano hace cosas que sabe que lo dañan pero no puede dejar de hacerlas. El politólogo Brian Berry decía que la gran paradoja de la cuestión ambiental es que todo el mundo sabe qué es lo que hay que hacer, pero no aparece el sujeto político que lo haga. La responsabilidad del Estado es estar un paso por delante, observar esa pulsión social de muerte y frenarla”.

Otro de los puntos que se abordan es la disputa entre el bien común y el interés particular de grupos como el sector agropecuario argentino, beneficiado a corto plazo por el aumento de las lluvias. ¿Cómo impactan esos comportamientos egoístas?

Impactan de manera muy negativa. Ahí es donde creo que vale lo colectivo. Yo soy ateo, pero en Laudato si’ el Papa dice que el bien común no puede quedar supeditado al interés particular del mercado, y el clima es un bien común. Lo que tenemos que entender –y con esto me refiero a los gobiernos– es que la obligación ética de los Estados es proteger el bien común, entonces si alguien se ve beneficiado por alguna circunstancia que perjudica ese bien común, no es un beneficio sino simplemente angurria.

¿Cuáles son las políticas públicas que se trabajan actualmente?

El gobierno argentino puso en agenda la cuestión ambiental con la creación de un ministerio y el compromiso del presidente Alberto Fernández en el escenario internacional. Hubo un fortalecimiento inédito del sistema nacional de manejo del fuego y un avance monumental respecto de la gestión anterior: multiplicamos por siete el presupuesto y generamos un fondo específico para el tratamiento de estas cuestiones. El tema de los residuos es muy importante: en Argentina hay 5 mil basurales a cielo abierto. En tan sólo un año invertimos 100 millones de dólares de un préstamo que el gobierno anterior había subejecutado de manera colosal, y estamos construyendo soluciones concretas para los residuos sólidos urbanos con un compromiso inédito del Estado nacional a través del Ministerio.

Tomado de: Página/12

Tráiler del filme Punto de no retorno (Argentina, 2021) de Sergio Federovisky

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Isabel Coixet: «Hay mucha libertad en escribir y dirigir» (+Video)

Isabel Coixet. Cineasta española. Foto El Español

Por Luis Tormo

El Festival de Cine de Alicante, que este año celebra su 18ª edición, ha otorgado a la cineasta Isabel Coixent el Premio Lucentum. Coixet es la directora más laureada en nuestro país y hay que destacar que en septiembre de 2020 recibió el Premio Nacional de Cinematografía.

Debutó en 1989 como guionista y directora de cine con Demasiado viejo para morir joven. Con Cosas que nunca te dije (1996) inició una carrera internacional a la que siguieron Mi vida sin mí (2003), galardonada con el Goya al mejor guion original, y La vida secreta de las palabras (2005), premiada con cuatro premios Goya.

En 2007 ganaría el Goya al mejor documental con Invisibles, codirigido con cuatro directores más. Posteriormente dirigió Elegy (2008), Mapa de los sonidos de Tokio (2009) y Aral: El mar perdido (2010). En 2011 se alzó con otro Goya al mejor documental con Escuchando al Juez Garzón (2011). En 2012 llegaría Marea blanca, y en 2013, Ayer no termina nunca.  Posteriormente Mi otro yo (2013),  Aprendiendo a conducir (2014) y Nadie quiere la noche (2015).

Su filmografía se completa con Talking about rose: Prisoner of Hissène Habré (2015); Spain in a Day (2016); La librería (2017), premio Goya a la mejor dirección y al mejor guion adaptado; Elisa y Marcela (2019), rodada para Netflix, y Foodie Love (2019), su primera serie. En 2020 dirige Nieva en Benidorm.

Gracias a las facilidades otorgadas por el Festival de Cine de Alicante hemos entrevistado a Isabel Coixet que nos ha hablado de su último film, Nieva en Benidorm, y nos ha explicado diferente aspectos de su ya larga trayectoria en el cine.

Tu último trabajo se circunscribe a una localización concreta que incorporas en el mismo título del filme. ¿Cómo surge esta idea? ¿Siempre ha estado asociada a Benidorm?

La verdad es que está asociada desde el principio. Pensé la historia en Benidorm, siempre para ese lugar. No se planteó nunca hacer la película en otro sitio. Para mí, Benidorm tiene algo, aunque sé que es una ciudad denostada por muchos, pero yo he estado siempre en Benidorm en invierno y tiene un encanto…

Ves la ciudad, todos los edificios, ves cómo los edificios están pensados para que no se tapen la luz unos a otros; y de alguna manera, es un lugar donde confluyen, por un lado, los ingleses que vienen buscando playa y sol y poca cosa más, la gente que vive allí; y, por otro lado, los jubilados de toda España. Ahí hay un caldo de cultivo con muchas paradojas, y las paradojas son de lo que nos nutrimos los cineastas.

Las localizaciones son importantes en tus películas. Lo era Tokio en El mapa de los sonidos de Tokio, en La vida secreta de las palabras la plataforma es un microcosmos, un universo propio…

Mucho. Y cada vez me doy cuenta de que lo es más. Hay algo en los lugares que me resulta muy inspirador. Lo de Tokio y Benidorm está en el título, pero ciertas zonas de la Galicia rural fueron muy importantes a la hora de decidir hacer Elisa y Marcela.

Esa Galicia profunda es fundamental a la hora de contar la historia.

Siempre. Para mí hay algo en el lugar, incluso ya a nivel más técnico, más específico. Voy a una localización y sé si quiero rodar allí. Puede parecer ideal pero a lo mejor no quiero rodar en ese lugar… Los espacios son muy importantes, por eso me gusta mucho localizar y hacerlo personalmente.

En Nieva en Benidorm contrapones el Manchester gris y frío con la luminosidad del Mediterráneo, incluso tienes un plano de un anciano que tiene dificultad con el andador en esa ciudad inglesa mientras que aquí se desenvuelven con comodidad. Son esos dos mundos contrapuestos que descubre el protagonista.

Sí, uno es un mundo muy duro. A mí me parece que Inglaterra, cuando tú ves la serie Years and years [serie británica creada por Russell T. Davies para la BBC] te das cuenta de que es la Inglaterra de ahora, no es la Inglaterra del futuro. Para mí siempre ha sido un lugar muy difícil en el que vivir, muy agresivo y creo que es verdad. Ancianos con andadores están en todas partes, pero hay algo aquí, cuando tú ves a la gente en Benidorm, los ves como que han ocupado el terreno, no son un gueto. La sensación que yo tengo es que no se sienten en un gueto, sino que se sienten en un lugar que les pertenece, el lugar les respeta, el clima es amable, y desde luego, contrapuesto a la rigidez y al tiempo en Manchester: gana Benidorm.

Nieva en Benidorm es una mezcla de géneros. Puede ser un thriller, pero también un drama, incorpora toques de comedia… Tenemos tramos más realistas y otros más simbólicos. Es difícil de catalogar.

Sí, la multiplicidad de puntos de vista siempre me ha gustado. En mayor o menor medida en mis películas siempre ha habido, incluso en los momentos más dramáticos, toques de comedia. La vida sin mí que no pretendía ser una comedia porque es dura sí tiene algún toque de comedia.

Me parece que la vida es así. Incluso en los momentos más duros hay algo que es completamente ridículo y hay que aceptarlo. Y también, lo que uno vive como un drama, para otro no es un drama. Esa complejidad de estar vivo siempre me ha gustado plasmarla.

Marcas la película con una serie de títulos relacionados con la meteorología, pero también hablas del tiempo metafórico, como esa experiencia pasada, como tiempo vivido y también de lo que queda por vivir.

De eso que no somos conscientes. Sí. Creo que todos los cineastas cuando envejecemos, el paso del tiempo, por mucho que queramos escapar de él, está ahí. Vivirlo con una cierta bonhomía es lo que te enseña también el tiempo. Te enseña que podemos hacer muy poco por detenerlo, podemos hacer muy poco por estirarlo, pero sí podemos hacer por sentirlo de una manera menos dura. Evidentemente la vida de los sentimientos, el querer a alguien, sí que lo hace sentir de una forma más fácil.

E introduces en esta reflexión la figura de la poetisa Silvia Plath aprovechando las vivencias de su paso por Benidorm.

Es curioso. Ahora ha aparecido una biografía más de Silvia Plath, y su biógrafa, que hace un trabajo exhaustivo, habla de su paso por Benidorm. La biografía apareció una vez ya habíamos rodado la película y hay cosas que me hubiera gustado incorporar, pero también hay algo que se desprende de sus biografías y es que siempre la describen como una mujer atormentada, una mujer con muchos demonios personales, con unas ganas de buscar la perfección; pero también era una persona que amaba mucho la vida, que se lo pasaba muy bien.  Aunque es verdad que esa intensidad con la que vivía, esa pasión exacerbada, no le hacía la vida fácil.

Creo que los lugares siempre guardan la presencia de alguien o al  menos nosotros les dotamos de esa presencia con nuestra idea, con esa forma de enseñar qué personas han vivido aquí. Recuerdo haber estado leyendo los diarios de Silvia Plath y me sorprendía siempre. Para mí es la evocación de lo que pudo haber sido porque, no nos engañemos, el Mediterráneo de ahora no es el que vivió Silvia Plath, aunque cuando ella estuvo en Benidorm ya empezaba a intuirse lo que iba a ser, la importancia del turismo, una costa dedicada al extranjero.

La protagonista de Nieva en Benidorm, Sarita Choudhury, es una de las mujeres que se repiten en tu filmografía, mujeres enigmáticas, con un pasado que se intuye doloroso, pero que a la vez son fuertes.

Son personajes fuertes y frágiles como la mayoría de la gente. No es la heroína fuerte, con superpoderes; todos, a la que rascamos, encontramos que somos fuertes y débiles,

Tus películas destilan melancolía. Los personajes se mueven entre cierta melancolía optimista. Sarita Choudhury y Timothy Spall parece que tendrán su oportunidad.

Eso estaría bien. Me gustaría que la gente sacara esa conclusión.

Y la melancolía, sí. Una melancolía que depende también de la lucidez, una lucidez que te hace ver la vida como una cosa bella y absurda al mismo tiempo; y encima terminará y nos quejaremos de que termine aunque nos hayamos pasado parte de nuestra vida quejándonos de cómo son las cosas.

No es una melancolía peyorativa, es casi una forma de vida

Es una forma de vida. Extraña forma de vida como dice el fado de Amália Rodrigues.

Revisando tu trayectoria tienes películas de ficción, documentales, una serie, trabajos para publicidad, una película para las plataformas, como Elisa y Marcela para Netflix. ¿Dónde te sientes más cómoda?

Me siento más cómoda detrás de una cámara. Ahora estoy haciendo un documental y me siento muy bien, escuchando cosas que yo no he escrito, que no he creado, escuchando a gente que dice cosas que me interesan… Con una cámara. Si me dices qué cosa escoger para el resto de mi vida, largometrajes desde luego, pero también me lo paso muy bien rodando la serie de Foodie Love, de hecho, la concebí casi como dos largometrajes.

Vengo de una generación que se ha criado en el cine, no concibo mi vida haciendo otra cosa; pero he hecho esos documentales y también cortos de diez minutos y esos diez minutos tenían sentido para lo que yo quería contar.

La mayoría de tus trabajos son guiones que escribes y diriges. ¿Hay algún salto entre cuando escribes como guionista y la forma en que luego lo pones en imágenes? ¿Te influye el rodaje, cambia ese guion inicial?

Yo siempre pienso que para mí es más fácil escribir y dirigir. Creo que hay mucha libertad en eso. Cuando de repente notas que hay algo que no está fluyendo bien, puedes cambiarlo, dar un giro, crear algo que explique más o que explique menos… yo siento más libertad.

Dado que respeto mucho el trabajo de los escritores y los guionistas, cuando me han dado un texto de otra persona, siempre estoy intentando respetar el texto y a la vez hacer algo en lo que yo crea; este ejercicio me parece más difícil, interesante pero más difícil. Para mí es más cómodo escribir y dirigir.

Cuando hemos hablado antes de las localizaciones hemos visto que has rodado en muchos sitios fuera de nuestro país. Tienes una carrera internacional extensa rodando en diferentes países y con un buen número de intérpretes que son auténticas estrellas del cine internacional. ¿Cómo llegas ahí?

Supongo que atreviéndome a soñar con rodar con ellos. Escribí Cosas que nunca te dije cuando vivía en Estados Unidos y a mí me parecía de lo más normal escribir en inglés. Y conseguir actores me pareció que tenía sentido, rodar la película con ellos.

A partir de ahí todo fue más fácil. No fue una aspiración que yo planeara, pero ha sido relativamente fácil. Recuerdo pensar que quizá lo más complicado sería Tim Robbins. Cuando escribí La vida secreta de las palabras él acababa de ganar un Oscar por Mystic River; había escrito el papel de Hanna pensando en Sarah Polley porque nos habíamos llevado muy bien, éramos amigas, y me parece una mujer con un talento inmenso.

Entonces le enviamos el guión al agente de Tim, pensando que… bueno, vamos a ir pensando en otros actores porque este hombre es difícil que acepte… Pero dijo que sí enseguida. A la semana me llamó, me dijo que había leído el guión y que estaba en Londres, nos sentamos y salió; y este papel siempre lo cita como una de las mejores experiencias de su vida; fue una buenísima conexión, somos amigos, es un tipo muy fácil, yo le decía: «Si quieres cambiar alguna cosa», pero no cambió ni una coma.

Con Ben Kingsley, el proyecto de Elegy ya venía dado, había dicho que sí en su día a hacer la película, luego se unió Penélope, y con Ben muy bien. En Elegy también estaba Dennis Hopper que también lo recuerdo como un tipo amable, sincero.

Y con toda la leyenda que tiene detrás…

Sí, sí. Dennis Hopper viajaba con una cosa que llamaban sober companion que es alguien que cuando estaba a punto de pedir una cerveza con alcohol, le decía que sin alcohol. Pero muy bien. El hecho de que los papeles que les he ofrecido les interesaran es lo fundamental, tampoco hay mucho más.

Quizá porque el tipo de escritura conlleva temas universales que son entendibles en cualquier sitio.

La verdad es que sí. También se van encadenando cosas, después de la experiencia de Elegy empezamos ya a pensar en Aprendiendo a conducir, con Patricia Clarkson, y Ben Kingsley dijo que le interesaba, que cuando tuviéramos el proyecto en marcha que le llamáramos; primero dijo que no, por no repetir, por no hacer de otro personaje hindú, pero luego dijo que sí.

En La librería, Emily Mortimer es una actriz que siempre me había gustado y que me parecía que nunca le daban papeles protagonistas, y tiene un encanto que me gusta mucho.

Y ya para acabar, tus finales son de los que obligan a quedarse hasta el final de los títulos de crédito porque aportan contenido a la historia.

Siempre procuro que haya algo como recompensa a los que se quedan a los títulos de crédito finales. Los que se van, ellos se lo pierden.

Tomado de: Encadenados

Tráiler del filme Nieva en Benidorm (España, 2020) de Isabel Coixet

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Angela Schanelec: “Lo verdadero es la percepción de quien observa” (+Video)

Angela Schanelec, cineasta alemana

Por Astrid Riehn

“Solo le pido una cosa, no tergiverse mis palabras. No entiendo como a veces pasa eso. Trato de expresarme de forma muy precisa”, pide Angela Schanelec desde Berlín poco después de finalizada esta entrevista con Página/12. De que la cineasta alemana es muy precisa no quedan dudas: pocos entrevistados hacen pausas tan largas e inquietantes antes de responder a una pregunta, o incluso mientras la están respondiendo. Sin embargo, son esas largas pausas reflexivas de la directora de películas como La suerte de mi hermana (1995) o Atardecer (2007) las que dan cuenta de su compromiso con lo que tiene enfrente. Ya sea un burro, un niño susurrando la canción Moon River o una mujer recostada frente a una tumba, por mencionar apenas algunas de las escenas de su última película, Estaba en casa, pero… o, como en este caso, una periodista argentina entrevistándola a través de Zoom.

A partir de este jueves, los cinéfilos latinoamericanos podrán ver en la plataforma Mubi la más reciente película de Schanelec, por la que se alzó con el Oso de Plata a la mejor dirección en el Festival de Berlín 2019 y fue premiada unos meses después en la misma categoría en el Festival de Mar del Plata. Como suele suceder con el cine de Schanelec, su trabajo generó defensas y críticas encendidas. Sobre todo porque, desde su película previa, El camino soñado (2016), el cine de esta directora que forma parte de la llamada Escuela de Berlín surgida a fines de los 90 —que también integran autores como Christian Petzold y Thomas Arslan— profundizó aún más su naturaleza fragmentaria y elíptica. Por eso la noción tradicional de argumento le es esquiva a sus películas. Sin embargo, podría decirse a modo de resumen que la protagonista de Estaba en casa, pero… es Astrid (Maren Eggert), una mujer que enviudó hace unos pocos años y quedó sola a cargo de sus dos hijos. Al principio de la película nos enteramos que el mayor estuvo perdido, pero regresó a casa. Nunca quedará claro cómo se perdió, dónde estuvo ni qué pasó exactamente. A Schanelec no parecen importarle las causas, sino en todo caso, los efectos. La forma más que el fondo. En su cine eso significa que lo realmente cardinal es el movimiento de las manos de ese chico agotado, desanudando los cordones de sus zapatillas. O el frío blanco de las paredes de su casa, que tal vez diga más sobre el estado emocional de su familia que lo que esta expresa verbalmente.

Sus personajes suelen ser serios y controlados. Pero cuando aparece en ellos la emoción, estallan. En su última película, Astrid dice que la verdad aparece cuando se pierde el control. ¿Son estas escenas una forma de acercarnos a la verdad como espectadores?

No. Mientras no considere necesario que las emociones “estallen”, siguiendo sus palabras, no lo hago. Lo hago cuando lo considero necesario y correcto. Esas escenas no tienen más relevancia que otras.

¿Qué sería, en todo caso, la verdad en el cine?

Lo verdadero es la percepción de quien observa. Y lo que se genera en el espectador a través de lo que ve. Esa es la única verdad relevante.

Sus películas están hechas de contrastes emocionales y también narrativos. Tras la escena emotiva del reencuentro de Astrid con su hijo la vemos lidiando con el costado banal de la vida: comprando una bicicleta, llevando la campera de su hijo a la tintorería… ¿Qué busca generar con esos contrastes?

No elijo las escenas por su diferencia de contenido para generar algo específico. Las elijo porque (hace una pausa y ríe) porque me interesan en relación a lo que a fin de cuentas importa en la película. Cualquier película siempre lidia con la posibilidad obligada de alcanzar un desarrollo temporal. Y en esa posibilidad están contenidas todas las opciones. En el momento en que no ofrezco lo que se espera en base a lo que estamos acostumbrados a ver, sino que cuento lo que para mí es relevante… Por ejemplo: al principio de Estaba en casa, pero…, el hijo aparece en la escuela. Uno esperaría ver cómo después de eso, madre e hijo llegan a casa y cómo es la primera situación en casa. Si rodara esa escena, mis posibilidades serían mucho más limitadas porque debería cumplir con ciertas expectativas, incluyendo las mías.

Se refiere a cuando la madre se reencuentra con el hijo perdido.

Sí. El niño está en una sala y hay un hombre. Aparentemente es una escuela. Y aparece la madre. Y por la reacción de la madre percibimos que, evidentemente, lo extrañó mucho, sino no se arrodillaría ante él, ¿verdad? Uno quizá esperaría ver en la próxima escena cómo los dos llegan a casa. Pero en lugar de ello veo a la madre en la casa con otro de sus hijos, la hermanita. El hijo no está. Si mostrara como el chico se reencuentra con la hermanita, después de haber mostrado cómo se reencuentra con la madre, cumpliría con la expectativa. Pero eso no me interesa para nada. Porque es algo que el espectador puede imaginarse por sí solo, sin esfuerzo. Me parece más interesante pasar esto por alto y contar cómo sigue un día así. Busco una manera de contar que me interese lo suficiente como para llevarla a cabo durante ese proceso eterno que implica hacer una película, de dos, tres años o más; para mantener vivos mi propio interés y curiosidad. No puedo lograr eso si me muevo dentro de una narrativa convencional.

Por eso tampoco vemos los primeros instantes de ese abrazo inicial entre madre e hijo. La cámara sigue mostrando la puerta por la que entró la madre. Recién vemos el abrazo unos segundos después.

Sí, se la ve arrodillada junto al hijo. Pero usted habla de abrazo. No sé si hubo abrazo. ¿Comprende lo que le digo? En ese momento que usted describe está la verdad, pero porque es su verdad. Yo no se la puedo mostrar. A eso me refiero cuando digo que si se puede hablar de algún tipo de verdad, esta solo puede estar en quien mira. No soy yo la que sabe lo que es verdad y por eso lo quiero contar.

En la película hay situaciones inesperadas relacionadas con el lenguaje, como cuando Astrid entra a la sala de profesores y en vez de “cuerpo docente” (“Lehrkörper” en alemán) habla de “radiadores” (“Heizkörper”). ¿Le gusta sacudir al espectador como para que no se pueda acomodar en cierta lógica discursiva, mantenerlo atento?

Ella no dice “radiadores” para que el espectador se mantenga atento. El espectador se mantiene atento porque ella dice “radiadores”. ¿Entiende la diferencia? No pienso en mantener atento al espectador, sino en lo que ella podría decir. Al escribir me di cuenta de que me imaginaba a Astrid cambiando una palabra. Escribo y van apareciendo cosas. Si eso irrita al espectador, bueno…es así. Pero no escribo para irritar al espectador.

¿Nunca piensa en el espectador durante su proceso creativo?

El espectador soy yo. Y como hago todo para que me interese a mí, ese es el objetivo. Parto de la base de que también interesará al espectador, porque yo no soy una persona especial. Soy alguien como cualquier otro. Por eso pienso todo el tiempo en el espectador. Pero cuando trabajo no hay un espectador. Solo puedo tomarme como referencia a mí.

En sus películas abundan los personajes de actrices. Usted misma fue actriz y personifica a una en Atardecer. En Estaba en casa, pero…, Astrid dice que los actores usan su cuerpo para mentir. ¿Usted también cree que los actores son una suerte de farsantes?

En primer lugar, los actores son personas (risas). Pero como actué durante muchos años, entre mis 19 y mis 27 siempre cambiaba de ciudad y todos mis amigos eran todos actores. Fui actriz tanto tiempo que la complejidad de esa existencia, de ser alguien y hacer siempre como que se es otro, me resulta simplemente algo muy presente y consciente. Por eso cuando empecé a rodar siempre empleé actores, pero también desarrollé un fuerte interés en los no actores.

¿Por qué elige trabajar a veces con no actores?

Si pudiera, si fuera posible, haría todo con no actores. Pero es complicado encontrar un no actor adulto que pueda representar algo que escribí, ya que no son improvisaciones. O que no trabaje de otra cosa y pueda dedicarle 20 días a un rodaje. En primer lugar, me parece muy interesante filmar caras que por lo general no vemos, que no conocemos. No tengo ninguna necesidad de trabajar con actores conocidos. Además, cuando encontrás a alguien el proceso puede ser muy hermoso, porque nunca gira en torno a preguntas sobre la caracterización o los cambios que sufre el personaje, sino sobre la persona en sí que tenés delante de la cámara. Hay muy pocos actores con los que realmente me dan ganas de trabajar, como por ejemplo Maren (Eggert). Pero Maren también me interesa como persona. Entonces que además actúe en mis películas es un gran alivio. Por otra parte, cuanto más viejo sos, la forma de estar y la disposición a existir delante de la cámara se vuelven más complicadas y complejas. Esto se nota cuando hay un niño delante de la cámara. Un niño simplemente juega. Con un niño podés lograr que la cámara no le importe. Es una forma de tener a una persona delante de la cámara que está ahí, presente, existiendo.

Hablando de niños. Hay muchos en sus películas. Pero son muy serios. No suelen reír ni sonreír frente a la cámara.

(Risas). No son niños serios. Se ven serios porque les pido que estén serios.

Por supuesto. ¿Pero por qué los hace aparecer tan serios?

¿Me puede explicar cuál sería la diferencia si los niños sonríen?

No me refiero a que deban sonreír todo el tiempo. Pero los niños en sus películas suelen verse algo tristes o melancólicos. No sonríen.

Sí, es verdad. Pero a mí no me parecen melancólicos por eso. Los niños serios me parecen muy hermosos. (Hace una pausa). En mí tienen otro efecto. No los encuentro melancólicos. Los encuentro serios. Y esa seriedad es algo que me interesa.

¿Podría explayarse un poco acerca de este interés en la seriedad?

En El camino soñado, por ejemplo, hay una escena en la que hay muchos niños en una pileta. Están todos sentados y callados en la escalera. Es llamativo si observa a todo el grupo de unos 20 niños, todos sentados, y ninguno ríe (hace una pausa). Hay dos posibilidades. Una es que me interesen los niños en la pileta como los conocemos cuando vamos a la pileta. Entonces seguramente no veríamos lo que muestro. ¿Pero por qué rodaría eso? Si ya todos sabemos que en una pileta los chicos gritan, saltan, hacen ruido. No veo motivo para hacerlo así. ¿Qué demostraría con eso? ¿Qué puedo reproducirlo delante de la cámara? No me interesa. Creo que en esa escena uno puede realmente ver a los niños. Se los percibe en sus diferencias: qué trajes de baño tienen puestos, cómo se mueven en el agua, lo distintos que son sus cuerpos. Lo que me interesa es la posibilidad de contemplar a un niño.

Tomado de: Página/12

Tráiler del filme Estaba en casa, pero… (Alemania, 2019) de Angela Schanelec

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“Uso el cine como una herramienta de reflexión sobre el pasado reciente”

Luis López Carrasco, director del filme documental El año del descubrimiento. Foto El País

Por Diego Brodersen

1992. La puesta en marcha de los Juegos Olímpicos y la imponente Expo Sevilla ofrecía al mundo la imagen de una España moderna y pujante, a tono con el ingreso, unos años antes, a la Unión Europea. Mientras tanto, en la ciudad de Cartagena, la crítica situación laboral provocada por el radical proceso de reconversión industrial estaba a punto de llegar a su punto de ignición. El cierre definitivo de las fábricas y astilleros más importantes de la región, entre ellos la Empresa Nacional Bazán –fundada en 1947 para la fabricación de navíos militares–, inició una serie de movilizaciones populares cada vez más importantes, culminando con el incendio del parlamento local y la fuerte represión de la policía. Casi treinta años después, el realizador murciano Luis López Carrasco vuelve a esos hechos, recuperando memorias y reflexionando sobre el presente y el futuro a partir del pasado. El año del descubrimiento, estrenado en el Festival de Rotterdam, tuvo también su paso por la última edición del encuentro cinematográfico marplatense, en noviembre pasado, donde se alzó con el premio Astor Piazzolla al mejor largometraje de la Competencia Internacional, y forma parte de la reluciente entrega de Espanoramas (ver nota aparte).

El miembro del colectivo de cine experimental Los hijos y director de la notable El futuro —otra película que analiza un momento puntual en la historia de su país, la era de la transición democrática— estructura su último largometraje documental a partir de una enorme cantidad de conversaciones y entrevistas realizadas en un bar de Cartagena, salpicándolas con publicidades y fragmentos de noticieros de época. Las imágenes actuales fueron registradas con una cámara Hi-8, un formato semi profesional muy popular durante los primeros años 90, y el montaje utiliza la técnica de la pantalla dividida para contrastar momentos y personajes, o bien para ofrecer planos y contraplanos de manera sincrónica. El film, centrado como pocos en la palabra, pero atento también a los rostros y a la gestualidad, ofrece un generoso espacio para que trabajadores, sindicalistas, historiadores y otros ciudadanos, jóvenes y no tanto, hilvanen un discurso colectivo sobre el mundo laboral y la política, las ideologías y las esperanzas, el pasado y el presente más urgente.

“Utilizar el cine como una herramienta de búsqueda y reflexión sobre el pasado reciente español. Eso es algo que está íntimamente relacionado con la crisis económica de 2008”. Las palabras de Luis López Carrasco, en comunicación exclusiva con Página/12 desde Murcia, reafirman un concepto que los 200 minutos de su última película dejan en claro, a pesar del anclaje en eventos anteriores. “Claro que recién en 2010 llegarían los recortes más potentes, a nivel de derechos sociales. En aquel momento yo hacía películas dentro del colectivo Los hijos, pero tanto esos trabajos como los míos en solitario comenzaron a estar más ligados al contexto histórico. Esa crisis hizo que el país tal y como uno lo conocía se evaporara, y todo cambió de la noche a la mañana. A mí eso me pilla con veintinueve años. De pronto nos encontramos con un país supuestamente próspero, pero cuyas estructuras económicas e institucionales se venían abajo. Un desconcierto total, una falta de referentes a los cuales aferrarse, una sensación de catástrofe generacional. Todo eso es lo que me llevó a hacer películas sobre el pasado reciente, para intentar entender qué había sucedido.

¿Por qué la elección de ese hecho puntual en Cartagena, más allá de la cercanía con tu lugar de origen, Murcia?

Es interesante ese tema. Con El futuro quise discutir determinados mitos de la transición desde una perspectiva menos complaciente que la usual en los medios de comunicación, ligados al esplendor de la clase media, el hedonismo, esa reivindicación de determinados elementos de emancipación materialista e individual. Porque los años ochenta fueron también muchas otras cosas, no solamente ese entusiasmo y celebración. La reconversión industrial fue un proceso que hizo que se perdieran 800.000 puestos de trabajo y afectó a ciudades enteras. Pero es un tema que se ha tratado muy poco, reducido a algunos lugares comunes. Al comenzar a investigar recordé que siendo niño había visto al parlamento ardiendo, pero cuando pregunto ahora por esos hechos no los recuerda casi nadie. Al punto de escuchar cosas como ‘eso nunca ha ocurrido, te lo has inventado’. Esa imagen, la del parlamento en llamas, ocurriendo el mismo año de las Olimpiadas, definía un rompecabezas, un enigma, que podía hablarnos de las contradicciones de la sociedad española, pero también del proyecto europeo y la globalización.

¿Podrías explayarte sobre las razones del uso de un formato de video obsoleto como soporte?

El punto de partida siempre fue emplear tecnología de la época y hallar una locación que pudiera parecer de esos años, a comienzos de los 90. Es necesario explicar que, en un primer momento, la idea era escribir algunas secuencias de ficción. Pero eso quedó en el olvido cuando en los castings nos topamos con una realidad vital mucho más relevante que cualquier cosa que pudiéramos inventar. Esto es muy importante, porque si bien las personas que aparecen en cámara se interpretan, de alguna manera, a sí mismas, llevan un “vestuario” elegido precisamente para que la ropa de la impresión de pertenecer tanto a 1992 como a la actualidad. La clave era marcar un tono de época sin forzarlo, y las jefas de equipo tuvieron que hacer un trabajo muy preciso. La apuesta estética buscaba generar una temporalidad ambigua y conectar así dos crisis, la de 1992 con la de 2008, a través de las historias y vivencias de la clase social que más la ha sufrido. Que el presente ilumine el pasado y el pasado, a su vez, nos ayude a comprender el presente. También individualizar esos relatos de la crisis, que muchas veces se ven de manera colectiva y anónima. Para eso era relevante, además de los relatos, estar atentos a la comunicación no verbal, a la postura de los cuerpos, y es por eso por lo que intentamos tener unas condiciones de rodaje que permitieran cierta naturalidad, que el equipo y las maquinarias fueran poco invasivas.

¿Eso está relacionado con la decisión de partir la pantalla en dos en casi toda la duración de la película?

Grabamos horas y horas sin parar, e incluso diseñamos un sistema para poder cambiar de cinta sin necesidad de cortar. Al entrar en montaje decidimos privilegiar la falta de cortes, que pudiéramos ver cómo el pensamiento se articula a través del discurso en tiempo real. Incluso las zozobras y contradicciones al hablar. El uso del primer plano fue nuestro patrón guía, basado un poco en el cine de Eduardo Coutinho, y muchas escenas fueron rodadas a dos cámaras. Cuando sincronizamos ese material y lo vimos en simultáneo nos dimos cuenta de que esa doble pantalla favorecía la naturalidad, esa fluidez orgánica que queríamos darle a la película. Que el espectador pudiera estar atravesado por la experiencia de habitar ese bar.

Es interesante que El año del descubrimiento haya comenzado en parte como una representación, aunque siempre tuviera la verdad como norte.

Es un tema conflictivo, casi filosófico: ¿cómo registrar al otro? Me parecía razonable y hasta lógico que la película tuviera esa apariencia tan naturalista. Para mí las grandes preguntas de esta película eran dos. Por un lado, cómo encontrar a la gente. Yo soy de clase media, mis padres son médicos, en Murcia no hay grandes industrias. Entonces, ¿cómo llegar a una realidad que no conozco y evitar una mirada condescendiente o paternalista? La segunda pregunta, que me enloquecía, era la decisión de quién debía conversar con quién en la película. En el proceso, nos fuimos dando cuenta de que de la interacción de gente distinta iban a surgir nuevos temas de conversación, ideas, planteos y conflictos. Eso era lo más importante: crear las condiciones de rodaje para que aparezca lo impredecible. Esa imprevisibilidad es el gran potencial del dispositivo cinematográfico, para eso me dedico al cine.

¿Fue muy difícil sostener el equilibrio de los relatos, de manera tal que la película no sea leída como el retrato de una derrota?

Después del final del rodaje, pasamos dos meses y medio sin cortar un solo plano, simplemente viendo una y otra vez las 65 horas de material bruto y haciendo un mapa de ideas, intentando descubrir la estructura de la película. La veía más como una novela del siglo XIX; ese era un poco el modelo, más que otras películas. Intentamos que cada personaje tuviera un arco. Y muchas veces ocurre que se lo presenta y el espectador piensa que esa persona es de cierto modo, pero luego las sucesivas intervenciones demuestran otra cosa. Esa persona entrañable de pronto tiene un pensamiento diferente al que uno hubiera imaginado. Eso es un espejo de lo que ocurre en la realidad. Lograr ese proceso de empatía era muy importante. Finalmente, equilibrar el carácter optimista y pesimista de la película era algo que nos preocupaba mucho, aunque había una realidad que no podíamos endulzar. Las personas nos dijeron lo que nos dijeron, y no podíamos cerrar eso con un final alegre y dicharachero. Y si bien hay personajes atravesados por la desolación, no quería hacer ese tipo de cine que se complace en la miseria, que considera que las personas desfavorecidas están tristes todo el tiempo. Un ejemplo característico en ese sentido es el cine de Pedro Costa luego de Juventud en marcha. Intentamos capturar la vitalidad ciudadana, el compromiso comunitario, para que la película recoja voces dispersas cuyo principal problema es ese: la dispersión. No queríamos entrar en la nostalgia obrerista, que en muchos ambientes de izquierda está muy de moda. Pensar que España debe tener una gran industria y fortalecer su tejido sindical con recetas del siglo XX. Algo que genera mucha impotencia, porque el siglo XX nunca va a volver. Es interesante que la única voz disidente respecto de la industrialización en la película sea feminista.

Tomado de: Página/12

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“Si hay un deporte político, es el fútbol. Se utiliza a los jugadores para vender el sistema económico”

Lilian Thuram, exfutbolista y escritor francés. Foto El Periódico

Por Enric Bonet

Los supuestos insultos racistas del futbolista Juan Cala a Mouctar Diakhaby pusieron de nuevo el racismo en el centro de la actualidad del deporte rey. Este incidente no solo reflejó como esta lacra persiste en los terrenos de juego, sino también una conciencia creciente en deportistas de alto nivel para condenar este tipo de discriminaciones. En el caso del Cádiz-Valencia, las autoridades de la LFP no facilitaron que el partido se suspendiese definitivamente. Pero los gestos de estrellas del deporte para denunciar el racismo se han multiplicado tras el asesinato de George Floyd en mayo del año pasado.

Si hay un futbolista comprometido en la denuncia del racismo desde la década de 1990, es el francés Lilian Thuram, de 49 años, nacido en la isla caribeña de Guadalupe. Tras su paso por la élite futbolística en Parma, Juventus o Barcelona, se retiró de los terrenos de juego en 2008. Desde entonces, se ha consagrado a su militancia por la igualdad a través de la Fundación Lilian Thuram y la publicación de varios libros. El último de ellos, titulado La pensée blanche (El pensamiento blanco), llegó a las librerías francesas a finales del año pasado.

“En torno al racismo, no se puede aceptar la neutralidad. Uno no puede decirse que al no ser negro ni homosexual, no le interesan este tipo de discriminaciones”, asegura Thuram. En una conversación de más de una hora por videoconferencia, el campeón del mundo con Francia en 1998 reconoció que sigue con interés el fútbol español, sobre todo el Barça, y defendió que Ousmane “Dembélé es un jugador increíble”. Sin embargo, la entrevista se centró en el concepto de “pensamiento blanco” que analiza en su último ensayo, su militancia por la igualdad más allá del color de piel y el compromiso político de los futbolistas.

Su último libro se titula La pensée blanche. ¿En qué consiste este “pensamiento blanco”?

El pensamiento blanco es una ideología política que divide a los seres humanos según supuestas razas y establece jerarquías entre ellas. Esta identidad blanca se construyó bajo la idea de que era superior al resto. Y fue ella la que estableció que había una identidad blanca, una identidad negra y otras en función del color de piel. Hasta la década de 1950 se explicaba a los niños franceses en las escuelas que había una identidad superior, la blanca. Es decir, se les educaba para que se convirtieran en supremacistas blancos. Se les inculcaba el dogma de que “nosotros somos superiores”. Cuando uno se posiciona como superior, se posiciona como norma y esto hace que el resto sean anormales. Entonces, se pide, casi de manera inconsciente, a los otros que se parezcan a ti. Creo que es fundamental que entendamos que todo esto se trata de una construcción histórica.

¿Cómo empezó esta construcción histórica del “pensamiento blanco”?

La primera vez que en Francia se utilizó la categoría de “blanco” fue en 1773 en las colonias francesas en las Antillas, donde se prohibió a los blancos tener hijos con los negros. Es decir, hasta ese momento había blancos que tenían hijos con los negros. Desde un inicio, esta construcción identitaria tuvo como objetivo romper con los vínculos de solidaridad entre seres humanos para que una minoría pudiera establecer una política que violentara a algunas personas con un fin lucrativo.

No se puede disociar el racismo de la explotación económica de unos seres humanos sobre otros…

Sí, es fundamental entender esto. Para comprender el racismo, siempre se debe cuestionar el sistema económico. Primero, se estableció la esclavitud para que se beneficiara una minoría de personas, luego la colonización que no se terminó hasta los años 1960 y 1970. Ahora debemos preguntarnos sobre la manera en que el sistema económico actual se dedica a dividir a las personas en categorías para explotar mejor al conjunto de la humanidad.

Durante las últimas décadas, esta explotación y desigualdades económicas se han acentuado. ¿Qué piensa del modelo de capitalismo neoliberal que predomina en el presente?

La realidad es que siguen habiendo algunos países que explotan a otros. Cuando hablamos de la esclavitud en el siglo XVIII, no podemos entenderla sin la dependencia de las poblaciones europeas del azúcar cultivado en plantaciones en las Antillas. El azúcar del siglo XXI son los minerales fundamentales para fabricar ordenadores, teléfonos móviles, etc. No podemos olvidar que hay guerras por el control de estas materias primas. Actualmente, hay millones de hombres y mujeres encerrados en prisiones a cielo abierto, desde campos de cultivo, explotaciones mineras o en campos de refugiados. Es la violencia del presente y creo que dentro de cincuenta años muchos se preguntarán cómo pudimos dejar que se tratara a personas de esta manera. ¿Es justo? ¿Por qué lo aceptamos? Debemos hacer una verdadera reflexión para extraernos de nuestras identidades del color de piel y mirar el mundo como seres humanos y así cuestionar un sistema económico profundamente injusto.

En su libro asegura que “el pensamiento blanco ilumina la historia bajo la única perspectiva de los mitos que se construyen para darse un rol ventajoso”. ¿Qué quiere decir con eso?

¿Es usted español?

Sí.

Hace un tiempo leí en un importante diario francés una noticia en la que se hablaba de Cristóbal Colón como “el descubridor de América”. No tiene ningún sentido escribir esto más de 500 años después de la llegada de Colón al continente americano, ya que supone negar la humanidad de los pueblos autóctonos que fueron masacrados. Es decir, seguimos explicando la historia vista desde una perspectiva blanca y obviamos que las sociedades europeas se construyeron a partir de la violencia sobre las no europeas. Muy a menudo los relatos históricos quieren hacernos creer que estos actos fueron cometidos en nombre de una identidad blanca. Pero tenemos que responderles que no, que siempre ha habido hombres y mujeres que denunciaron a Colón, la masacre de los pueblos autóctonos, la esclavitud y la colonización.

Por ejemplo, usted cita el fraile dominico y pensador humanista del siglo XVI Bartolomé de las Casas.

Exacto. Durante los años que viví en Barcelona, siempre me sorprendió el monumento a Colón. Soy oriundo de las Antillas y tengo mis dudas sobre la conveniencia de glorificar su figura. Preferiría que hubiera una estatua en homenaje a Bartolomé de las Casas, que denunció las masacres que sufrieron los indios. Siempre he considerado que como francés, e independientemente de mi color de piel, fue injusto que Francia colonizara a otros pueblos y no considero el proceso de descolonización como una derrota de la nación francesa, sino una victoria para la humanidad.

¿Qué piensa sobre el derrumbe de estatuas de personajes históricos relacionados con la esclavitud y el colonialismo?

En aquellas personas que piden el derrumbe de estatuas, hay un trasfondo de gran sufrimiento existencial por el hecho de sentir que forman parte de una sociedad en que se reproducen los mismos esquemas de jerarquía de generación en generación. La finalidad de este derrumbe de estatuas es abrirle los ojos a la gente ante el racismo estructural. Si hay algo prohibido en todas las sociedades del mundo, es el hecho de matar a otra persona. Teniendo en cuenta esto, ¿cómo puede ser que estas mismas sociedades que rechazan el asesinato glorifiquen a personajes que favorecieron la masacre de pueblos autóctonos? Es la pregunta que debemos hacernos.

En anteriores entrevistas defendió que la violencia sufrida por personas racializadas no solo se trata de una violencia física, como los abusos policiales. ¿En qué consiste la violencia estructural del racismo?

¿Por qué habla de personas racializadas? En realidad, todos somos racializados y no es cierto que haya personas de color y otras que no tienen color. Dicho esto, es cierto que aquellos que sufren el racismo padecen sobre todo una violencia estructural. Es decir, la sociedad les da constantemente una imagen negativa de ellos mismos, es como si les dijera que no son legítimos. Lo que necesitan las personas, sobre todo durante la infancia, es desarrollar una buena autoestima y así afrontar la vida con confianza. Cuando niños negros ven un partido de fútbol y hay insultos racistas por parte de un jugador o del público, estos sienten una violencia emocional. Debemos tomar una mayor conciencia de esta violencia que sigue siendo invisible para algunos.

Tras la muerte de George Floyd en Estados Unidos, ha habido una mayor implicación del deporte profesional contra el racismo. ¿Qué piensa de este nuevo antirracismo entre deportistas de alto nivel?

Creo que algunas de las acciones más destacadas, como la amenaza de boicot el verano pasado de los playoffs en la NBA, estuvieron relacionadas con la historia de Estados Unidos. Allí históricamente los atletas y deportistas de alto nivel siempre participaron en la lucha por la igualdad. Creo que es muy importante hablar de lucha por la igualdad y no de antirracismo. Lo que ha emergido en Estados Unidos es muy importante, ya que estamos en un periodo, como ya fue el de Martin Luther King, en que cada vez hay más gente que pide más igualdad y exige que uno se posicione. La neutralidad no exige en este tipo de casos.

¿Por qué considera que es mejor hablar de lucha por la igualdad en lugar de antirracismo?

Cuando se habla de Martin Luther King, a menudo se le presenta como alguien que luchó por los derechos civiles de los negros, pero en realidad militó para que la sociedad norteamericana y la humanidad fueran más igualitarias y dignas. Si se dice que defendió los derechos de los negros, algunos mal pensados entenderán que quitó alguna cosa a los blancos. Creo que es muy importante que se entienda que las mujeres, negros u homosexuales, no desean quitarles nada a los hombres, blancos  y heterosexuales. Siempre es más fácil criticar a los que dicen luchar contra el racismo que aquellos que lo hacen por la igualdad.

Volviendo a la denuncia del racismo por parte de deportistas profesionales, ¿considera suficientes los gestos realizados en los últimos meses por estrellas del fútbol?

Creo que es fundamental que se pronuncien contra el racismo aquellos jugadores que no sufren el racismo. Durante mi etapa como futbolista, siempre decía que no se me debía preguntar a mí, sino a los jugadores blancos. Y así saber qué piensan sobre el racismo, por qué siguen jugando cuando se producen insultos de este estilo en el campo. En torno al racismo, no se puede aceptar la neutralidad. Uno no puede decirse que al no ser negro ni homosexual, no le interesan este tipo de discriminaciones. Por encima de todo, somos seres humanos y a partir del momento en que alguien es discriminado, esto me afecta como persona.

A pesar de su influencia a través de las redes sociales, muchos futbolistas prefieren ponerse de perfil sobre estas cuestiones. ¿Cómo lo explica? ¿Por los intereses económicos de los clubs?

En parte, sí. A menudo hay equipos que dicen a sus jugadores que mejor que no se interesen por los problemas de la sociedad. Se les repite que deben dedicarse a practicar solo deporte y que no deben hablar de política. Así se insiste en la idea, completamente falsa, que no se debe mezclar fútbol y política. Si hay un deporte que es político, es el fútbol, por todo el impacto que tiene en la sociedad. Si se pide a los jugadores que hagan publicidad de marcas de ropa, esto significa que se los utiliza para vender el actual sistema económico. Ante esta lógica, los futbolistas deben ser libres y no caer en la trampa de encerrarse únicamente en la práctica del deporte. Como ciudadanos, tenemos que actuar para que nuestras sociedades mejoren.

Pero muchos periodistas deportivos suelen insistir en que no se debe mezclar fútbol y política. ¿A qué se debe esto?

Quizás para algunas personas no es demasiado conveniente que los futbolistas hablen de política. No solo disponen de una gran capacidad para influir entre sus seguidores, sino que muchos de ellos proceden de sectores modestos de la sociedad. A menudo aquellas personas que menos escuchamos en el debate público son las más desfavorecidas. Y los futbolistas tienen una capacidad enorme para explicar lo que sucede en los sectores menos favorecidos y así hablar de cosas que se suelen obviar en el debate público. Por este motivo, la clase política prefiere que los deportistas no hablen y les dice que deben dedicarse solo a jugar al fútbol.

En cambio, creo que hace falta que los deportistas de alto nivel participen en el debate público. Las instituciones no cambian por ellas mismas, sino porque se las obliga a cambiar desde la sociedad. Cuando el jugador de fútbol americano Colin Kaepernik puso la rodilla al suelo, esto hizo que se quedara sin equipo. Pero ahora hemos visto a muchos otros jugadores haciendo el mismo gesto. Los deportistas tienen un verdadero poder político, pero no se quiere que lo utilicen.

Al decirles a los futbolistas que se deben dedicar solo a jugar y hacer anuncios, ¿no se les está privando de su libertad como ciudadanos?

Sí, pero esto no solo afecta a los futbolistas, sino a toda la sociedad en su conjunto. Se pide a la gente que se encierre en sí misma y que solo piense en sus intereses y los de su entorno más cercano. Cada vez hay más gente pobre en el mundo, refugiados y migrantes que mueren en el Mediterráneo y nos enfrentamos a un cambio climático, pero nos dicen que las cosas son así y que no podemos hacer nada. Es una gran trampa. Ante ello, creo que hace falta una reflexión sobre el conjunto de la sociedad que ponga en el centro más solidaridad. Y así oponerse a un sistema económico que se ha construido en torno a las jerarquías del color de piel y que nos impide formar parte de la misma humanidad.

Tomado de: CTXT

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Todo cine es político, aunque no se proponga serlo (Parte II)

Tristán Bauer. Cineasta argentino

Por Marcelo Cafiso

De tus obras, la última de la que nos contabas, que se está filmando, Iluminados por el fuego. Contanos un poco de esta última producción.

Bueno, este ha sido un desafío muy grande, seguramente el más importante de todas las películas que hice. Es una película bélica, sobre la guerra de Malvinas que se produjo en 1982 en nuestro país, y que tiene como eje inspirador el libro que escribió un excombatiente de Malvinas, Edgardo Esteban. Es un libro donde él narra todo lo que le ocurrió cuando fue llevado como soldado conscripto a los 18 años a enfrentar al ejército británico en nuestras islas Malvinas, y donde aparece la tragedia de esa guerra, que tiene que ver con militares argentinos que llevan de una manera absolutamente improvisada y muchas veces sádica a nuestros soldados a combatir, sin ningún tipo de preparación. Esa guerra se produjo en el extremo sur del continente, en una isla, en pleno invierno, y se llevó a nuestros soldados sin ninguna preparación para enfrentar esa situación. Hubo problemas de hambre, problemas de maltrato, y enfrentar nada más y nada menos que al ejército inglés con el apoyo del ejército de los Estados Unidos y de la OTAN.

De manera que es una historia doblemente trágica, una historia de una doble derrota para nosotros los argentinos, al estar enfrentados a nuestros propios jefes de ese ejército, que eran miembros de la dictadura más despiadada que conoció nuestro país, y por otro lado enfrentar a este ejército tan poderoso.

La película se mete desde el presente, desde el hoy, contando una historia que muy pocos conocen, que es la cantidad de excombatientes suicidas que hay de Malvinas. Hoy día hay más soldados muertos en la posguerra por el suicidio que soldados muertos en el territorio de las islas (son ya más de trescientos excombatientes que se han suicidado). Y también narra, y fundamentalmente, todo lo que fue Malvinas 82: esa situación tan difícil, tan complicada.

¿Es una película que vas a presentar aquí en el Encuentro Mundial de Intelectuales?

Sí, aquí estamos trayendo un avance, un avance largo, de noventa minutos. Para mí era muy importante compartir esta película con Venezuela, porque fue sin duda Venezuela uno de los países que más apoyó al pueblo argentino durante esos tiempos tan difíciles, ese momento de Malvinas. Y me parece importante porque creo que la reivindicación de la soberanía del territorio de las Malvinas no es una causa exclusivamente nacional, sino que es una causa de toda América Latina. Es un territorio argentino, latinoamericano, que está tomado por las fuerzas británicas.

Sabemos de la importancia de esta película. Ha ganado premios ya en sus presentaciones en el exterior.

Sí, curiosamente es una película que ha ganado ya varios premios antes de estar terminada. Ha nacido con una buena estrella.

Viene con el pan bajo el brazo.

Ha ganado un importante premio en uno de los festivales que yo más quiero, que es el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, para el guion. Ha ganado en Argentina dos premios muy importantes, que son los que permitieron la producción. Y recientemente en el Festival de San Sebastián obtuvo el premio Cine en Construcción y el Premio de la Oficina Católica de Cine, que nos posibilita terminarla con los mejores niveles de calidad.

Antes de preguntarte sobre el Encuentro Mundial (del que me gustaría que nos cuentes un poco), quisiera preguntarte cuál sería el mensaje como para que el televidente, el oyente, quiera acercarse al cine latinoamericano, al documental… ¿Con qué vos enamorarías a través de la palabra y luego de las imágenes, cuando lo vean, a quien nos escucha?

Creo que los latinoamericanos tenemos una deuda que tiene que ver con la valoración de nuestra propia cultura. Es un hecho lamentable que los argentinos no conozcan el cine venezolano, que los venezolanos no conozcan el cine argentino, que los chilenos no conozcan el cine cubano, que los brasileños no conozcan el cine boliviano, y que nuestro cine, sí, tal vez pueda ser mostrado en Europa, pero que entre nosotros, así como hay tratados del Mercosur y tratados económicos, no haya tratados culturales fuertes, sólidos, que nos ayuden a conocernos y a reconocernos más. Me parece que esto es algo pendiente, es algo a resolver. Cuba es el único país que de verdad difunde —y lo hace a nivel masivo, tanto en las salas de cine como en la televisión— el cine latinoamericano. Vas a Cuba y puedes hablar con cualquiera y conoce las últimas películas argentinas, brasileñas…

A veces han visto más películas argentinas que nosotros.

Y esto no ocurre en nuestro continente. Y me parece gravísimo en esta coyuntura en que se está haciendo un cine de gran calidad. En nuestro país, la Argentina, se ha dado un fenómeno muy fuerte también en los últimos años, que es una gran cantidad de jóvenes, pero una gran cantidad —hay más de 15 mil estudiantes de cine—, que se han puesto a producir, que se han puesto a generar imágenes, imágenes que surgen de sus propias experiencias, de su memoria, de su historia, de la historia de su país. Un cine nuevo, joven, muy vital y muy rico. Creo que este espacio los latinoamericanos tenemos que hacerlo crecer y que nuestra comunicación, nuestro diálogo, tiene que ser mucho más grande que el que existe hoy día.

Que nuestro cine tiene valores está demostrado en los festivales internacionales. En los últimos siempre está el cine latinoamericano muy presente y muchas veces obtiene grandes premios. El papel de los estados es fundamental, y es fundamental lo que pueda hacer la televisión: estas reglamentaciones, como las cuotas de pantalla, para que cada vez nos conozcamos mejor. Esto me parece importantísimo como barrera a ese cine de Hollywood arrollador que ocupa todos los espacios y todas las pantallas, y que finalmente nos quiere transformar en consumidores de imágenes imposibilitándonos ser productores de imágenes.

Primer Encuentro Mundial de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad. Sos uno de los invitados especiales, uno de los 328 participantes, y nos gustaría saber tu opinión de este evento único que se está dando en el mundo.

Muy positivo, muy interesante siempre encontrarse y reflexionar sobre este momento de guerra que le toca vivir a la humanidad. Estoy muy feliz de estar aquí en Venezuela. He venido siguiendo este proceso desde la Argentina y me resulta muy emocionante estar aquí. Y rescato del discurso de apertura del presidente Chávez aquello de «pasar a la ofensiva». Muchas veces pasar a la ofensiva en defensa de la humanidad, pasar a la ofensiva en defensa de la cultura, pasar a la ofensiva —en nuestro caso— en defensa de nuestro cine; muchas veces nosotros, sumergidos en nuestra memoria, en los tremendos dramas que han vivido nuestros países todos estos años y desde la colonia, quedamos como sujetos a esa reflexión muchas veces nostálgica y que muchas veces nos detiene la acción.

Creo, por supuesto, que tiene que existir una valoración de la memoria —yo estoy lleno de esas historias y de esa memoria—, pero creo que tenemos que ser capaces de dar un paso adelante. La Revolución Cubana, después de más de cuarenta y cinco años, demuestra que se puede. Chávez, en estos últimos tiempos y en estos dos episodios, tanto el intento de golpe de estado como el último referéndum, nos muestra que se puede. El triunfo del Frente Amplio en el Uruguay nos muestra que se puede. Y los acontecimientos del 20 de diciembre en la Argentina cuando un conjunto de diversidades —pues si bien hubo unidad, era una unidad sumada de distintos sectores de la sociedad argentina— pusieron el freno y dijeron: «¡basta!», de una manera así clara y dramática, al neoliberalismo. Y comienza ahí una nueva historia. Por supuesto que difícil, llena de pasos para adelante y pasos para atrás, pero sí un momento nuevo.

Creo que esta responsabilidad de pasar a la ofensiva es de todos; creo que tenemos que hacerla con gran creatividad. Son problemas nuevos los que aparecen en este mundo y tenemos que dar respuestas nuevas. En el cine creo que lo estamos haciendo. Si uno ve las últimas películas de Argentina y algunas de América Latina encontrará propuestas nuevas. Y creo que en todos los campos tenemos que hacer así: ir para adelante y crear, crear. Creo que ese es el gran debate. No quedarnos en discursos intelectuales —y digo esto en un congreso de intelectuales—, sino quedarnos en propuestas que tengan que ver con la creación de productos nuevos, de ideas nuevas. Es fundamental en este mundo y desde América Latina creo que podemos hacer propuestas permanentemente.

Para terminar. En esta ofensiva de la que vos hablás, ¿cuál es tu visión como creador y si creés que hubo una ofensiva después de lo que contás de diciembre del 2001 en la Argentina? ¿Cuál es tu visión de la Argentina hoy?

Mi visión de la Argentina es la de un país que, como te decía antes, dijo «basta», donde se están reorganizando fuerzas, las fuerzas del bien —y las del mal también—, y tengo una visión positiva en medio de una crisis profundísima. La Argentina era un país que en la historia reciente, en los años 50, producía aviones a reacción; era un país que tenía treinta y cinco mil kilómetros de vías férreas; era un país que tenía una empresa de petróleo ejemplar, como era YPF: empresa que fue ejemplo para América Latina: para el petróleo mexicano, para el venezolano, para el brasilero, y que de pronto se quedó sin pozos de petróleo, sin vías férreas (de treinta y cinco mil kilómetros bajamos a ocho mil), y aquellos aviones que producíamos veinte años después terminamos comprándoselos a los franceses y no somos capaces de producir ni siquiera un tornillo. Y además de eso tenemos el treinta por ciento de la población sumergida en niveles de miseria impensables para un país agrícola y ganadero como es el nuestro y con una deuda externa de más de 150 mil millones de dólares.

Esto que parece imposible de revertir, yo creo que se puede revertir. Creo que el presidente Kirschner en muchísimos aspectos está haciendo cosas muy positivas. Creo que también está encaramado ahí todo un sistema de partidocracia política, de partidos, de burocracias que frenan este proceso. Pero creo, como te decía recién, que la responsabilidad es nuestra, el espacio está ahí, y somos nosotros, los creadores, los trabajadores, los que tenemos estudiantes, los que tenemos la responsabilidad de, con propuestas y con una producción concreta, revertir esto. En ese sentido soy profundamente optimista, tengo una gran esperanza, y estar aquí y ver al presidente Chávez y ver lo que está ocurriendo me da una esperanza aún mayor.

Lo último. Me quedé con algo que habías dicho antes. Hablabas de la necesidad de intercambiar el cine entre los distintos países latinoamericanos, que teníamos que ver más cine brasilero, cine peruano, cine cubano; esa integración que falta en América Latina en cuanto al cine. ¿Ves alguna necesidad en lo político y en lo económico de una integración de nuestros países?

Los productores de cine, los directores de cine pueden hacer mucho. Pero muchísimo más se puede hacer desde los estados. Creo que los roles de los estados son vitales, y en ese sentido espero, es mi deseo y creo de verdad que va a ser así, que tanto los gobiernos de Cuba —que lo ha hecho siempre— como los de Venezuela, Brasil, Uruguay, Argentina van a desarrollar esto. Pero te vuelvo a decir que pongo la responsabilidad primera en nosotros mismos, los que estamos presentes en estos congresos y en tantos otros, y que no nos quedemos en las ideas o encerrados en nosotros mismos, sino que salgamos como volcanes hacia afuera.

Muchas gracias por tus palabras y muchas gracias por tu cine que realmente es más que una bocanada de aire para América Latina.

Gracias a ustedes.

(Del libro Por la izquierda. Dieciséis testimonios a Contrarriente. Tomo III. Selección y prólogo: Julio César Guanche y Ailynn Torres Santana. Ediciones ICAIC, 2013)

Tomado de: Cubacine

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Todo cine es político, aunque no se proponga serlo (Parte I)

Tristán Bauer. Cineasta argentino

Por Marcelo Cafiso

Estamos en el Encuentro Internacional de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad en Caracas, Venezuela, y tenemos la grata sorpresa de la visita de Tristán Bauer, conocido director de cine y documental argentino. Nos gustaría mucho conocer de tu historia, del cine, de la filmación, de cómo empezaste en el arte del cine.

Empecé cuando a los once o doce años fui a una biblioteca popular y vi una película en blanco y negro del neorrealismo italiano, Milagro en Milán. El cine para mí hasta ese momento era el lugar en que iba con mis amigos a pasar el tiempo, a divertirnos. Y recuerdo que esa película me produjo una profunda conmoción; porque descubrí que algo parecido a eso era lo que yo quería hacer. Descubrí que el cine era mucho más que un mero entretenimiento y que era algo que nos podía mostrar la vida. Y creo que, de alguna manera, quedé marcado por esa película y por el neorrealismo italiano. Fue un descubrimiento, descorrer un velo. Y así, cuando terminé el colegio comencé a estudiar cine. Y así como fue un descubrimiento el cine a través del neorrealismo, fue también un descubrimiento el cine latinoamericano: descubrir que nuestros países producían y habían producido un cine, y un cine que nos daba una identidad muy particular, muy fuerte.

¿Cuáles fueron las películas o los documentales que te impactaron o que te marcaron del cine latinoamericano, así como esa primera película te impactó?

Me acuerdo que en el año 73 (yo tenía entonces catorce años) llegó a la Argentina una muestra (creo que era la primera) de cine cubano; y complementada con lo que se llamaba el cine del Tercer Mundo, la Cinemateca del Tercer Mundo. Ahí pude ver las películas de Sanjinés, pude ver Memorias del subdesarrollo, La hora de los hornos, de Solanas; todas películas que hablaban de nuestra realidad y que lo hacían de una manera muy particular, de una manera muy distinta a aquel cine de Hollywood que era el que recibía yo en las salas habitualmente.

Una época muy marcada por los conflictos, por una realidad latinoamericana muy golpeada. ¿Cómo denominarías ese tipo de cine: el de Memorias del subdesarrollo, el de Sanjinés, el de Pino Solanas?

Creo que justamente como «cine latinoamericano». Ahora hay discusión sobre qué es cine latinoamericano y qué no. Creo que en ese momento de nuestra historia como continente se dio ese fenómeno, que en distintos países, en simultaneidad y muchas veces sin mediar un conocimiento mutuo, aparece esta cinematografía: el nuevo cine brasilero, etcétera. Es un momento muy particular. Pertenezco a una generación, soy tal vez el último eslabón de esa generación que pudo vivir en presente lo que fueron todos los movimientos: de Salvador Allende en Chile, la venida de Cámpora a la Argentina, y como punto de inflexión dramático y trágico el golpe de 1976.

La dictadura militar en la Argentina. ¿Cuál fue tu primera realización, documental o película?

Yo estudié en la Escuela Nacional de Cinematografía en esos años trágicos de la dictadura, donde mi formación estaba marcada por una gran censura. Había películas prohibidas como El acorazado Potemkin, un clásico del cine universal. Pero al mismo tiempo debo reconocer que tuvimos una muy buena formación técnica, una buena escuela desde el punto de vista técnico. Y allí la palabra «documental» estaba prácticamente prohibida porque estaba prohibido hablar de la realidad. A mí me interesó siempre mucho abordarla, y mis dos primeros trabajos fueron documentales: uno sobre un tejedor de ponchos en la provincia de Salta y otro sobre la destrucción de nuestra ciudad cuando se hicieron las primeras autopistas, y ver esto a partir de la destrucción de nuestra cultura. Ese documental se llamaba Fuelle.

De manera que si mi formación estuvo orientada a un cine de ficción, mi comienzo tuvo que ver con el cine documental. Tuve la suerte por esos años de trabajar como camarógrafo con cineastas de América Latina como Estela Bravo, como Miguel Littín, como Jorge Denti. Una escuela que me dio una riqueza muy fuerte en esto de ver el mundo a partir de un cuadradito que es la cámara, y tratar de transformar esa realidad que se te presenta delante en un hecho cinematográfico, en un hecho dramático.

Sabemos que hay anécdotas muy lindas de tu historia, de esta historia que estás haciendo con los documentales. Por ejemplo, en Chile. Contanos algo de Chile, que seguramente tiene mucho de sabroso con Estela Bravo.

En Chile tengo dos historias muy lindas. Una es con Estela Bravo cuando fue el Papa, de una intensa dramaticidad toda aquella visita, porque se daba todavía bajo el gobierno de Pinochet, y cuando se empieza a producir ese quiebre que lleva a Chile hacia el proceso democrático. Y asimismo recibimos a Miguel Littín cuando vuelve de estar clandestino en Chile y de hacer su película Acta general de Chile. De manera que sin duda fueron ambas unas experiencias muy fuertes.

Que te marcaron para los próximos documentales y para toda tu vida.

Definitivamente.

¿Cómo siguió después el trabajo de filmar, ese esfuerzo tuyo y de todos los cineastas en medio de situaciones en los países latinoamericanos con los problemas económicos que tenemos? ¿Cuál es la dificultad para filmar y las trabas que uno va encontrando en el camino en el mundo de la filmación?

Hacer cine es difícil en cualquier parte del mundo, porque es una actividad bellísima —creo que es una de las actividades humanas más hermosas que existen—, pero sin duda llena de trabas, de miedos, de dificultades financieras y artísticas para producir una obra. Y si bien me fue muy bien con los documentales que íbamos haciendo, me acuerdo de la tremenda angustia que me generaba filmar en aquellos años. Esto de trabajar con la realidad, el saber que el cine era un hecho artístico y que esa realidad se tenía que transformar en un drama.

Y así decidí hacer una rotación: cambiar y hacer una película de ficción. Mi primera película de ficción fue Después de la tormenta, una película que abordaba un tema durísimo, que en aquel momento era incipiente en Argentina, como es el tema de la desocupación, que hoy nos marca como país y nos destruye socialmente. Fue también un gran desafío, un gran esfuerzo de producción, pero te confieso que me resultó más fácil desde el punto de vista de la construcción de la obra. Si bien en mi obra es mucho mayor la cantidad de documentales que de ficción, es en la ficción donde encuentro más reposo, más tranquilidad, aquello de poder determinar uno en qué momento nace el personaje y en qué momento se muere, cuándo hay un abrazo, cómo va vestido ese personaje; marcar con precisión, elegir los fondos, las músicas, dónde se desarrollan los acontecimientos, los actores con los cuales trabajar. Es decir, poder manipular el lenguaje casi como un mago me resulta mucho más fácil (y cuando digo «fácil» no quiero decir atractivo: más fácil que en el género documental, que significa una reinvención, pero con un respeto a esa realidad que tenés ahí delante).

Ese respeto a la realidad que tenés ahí delante hizo que esa primera obra de ficción que vos hicieras fuera también una denuncia de la realidad argentina y quizá en los comienzos del duro embate del neoliberalismo en Argentina.

Sí, sin duda, tanto en ficción como en documental la realidad está ahí presente y de una manera muy fuerte. Tal vez por esta génesis, por ser hijo del neorrealismo italiano. Pero, sin duda, todos mis trabajos tienen que ver con esa realidad. Después vino Cortázar, el documental sobre la tumba de Evita, un trabajo sobre Borges, y ahora esta película que acabamos de terminar sobre la guerra de las Malvinas. De manera que mi historia, la historia de mi país, está siempre ahí, latente y presente.

¿Qué diferencia ves entre lo que has hecho, entre lo que conocés del cine y el documental latinoamericano y el cine o el documental norteamericano?

Bueno, entre el cine latinoamericano y el norteamericano de ficción la diferencia es abismal. Es la diferencia que existe entre una potencia imperial y países pobres que somos productores de cultura pero con unas diferencias tremendas. Vos fijate en una cosa: una sola superproducción de Hollywood significa la producción de tres o cinco años, en términos económicos, de todo el subcontinente latinoamericano. Es decir, con los 150 o 200 millones de dólares que los norteamericanos invierten en una película, nosotros financiamos tres o cinco años de toda la producción continental. Esta diferencia económica, esta diferencia abismal también después en lo que significa la distribución (el cine norteamericano ocupa en algunos casos el 85 % y en otros el 90 % de las pantallas del planeta) nos pone en un plano de desigualdad total. Sin embargo, debemos decir (y en eso creo que el cine de Latinoamérica es un prodigio: porque exista, porque sobreviva y porque tenga esas maravillas que salen año a año) que la calidad de nuestras películas es de un gran nivel.

Aparte de esta lucha contra las inclemencias económicas que vivimos en nuestros países, ¿qué otras posibilidades se abrieron en Argentina (sabemos de una ley de cine que ha sido beneficiosa)? Me gustaría que nos cuentes sobre eso.

En los últimos años vos podés encontrar una importante producción de cine argentino. En este año que está transcurriendo hemos batido un record nacional de estrenos: se van a estrenar unas 63 o 64 películas. Esto no ocurría ni siquiera en la época del cine de oro de la Argentina. Y esto es fundamentalmente, por supuesto, gracias al talento y la capacidad de producción de tantos jóvenes que se han arrimado a este lenguaje; al esfuerzo de los directores, de los actores, de los técnicos, pero fundamentalmente gracias a una ley de cine, a una ley de protección de la cinematografía.

En la Argentina se creó hace muchos años un Instituto Nacional, que tiene fondos que provienen del cine. Es decir, cada vez que un espectador va a ver una película norteamericana, francesa, cubana, boliviana o argentina, un diez por ciento de esa entrada va para este fondo que lo administra el estado, el Fondo del Instituto Nacional de Cinematografía. Así se puede subsidiar y proteger la industria del cine argentina.

¿Con ese porcentaje se subsidia?

Sí, es un fondo de aproximadamente unos veinte millones de dólares anuales, y así podemos trabajar y crecer.

¿Se está viendo más cine argentino y más cine latinoamericano en nuestros países?

Se está viendo más cine argentino, pero también hubo que hacer una reglamentación, poner una cuota de pantalla para protegerse de la invasión despiadada del cine de los Estados Unidos, una reglamentación del Estado argentino que le da un espacio a nuestro cine, y esto hace que se vea un poco más. De todas maneras la batalla es absolutamente desigual.

¿Qué opinás? ¿Hay un cine político y un cine no político?

Creo que todo cine es político, tenga la intención originaria de serlo o no. Todo cine es político. Creo que el cine es un discurso y de allí se puede desprender, hacer, el análisis político. Alguno es más claramente político y otro lo es menos, pero sin duda todo cine es político.

(Del libro Por la izquierda. Dieciséis testimonios a Contrarriente. Tomo III. Selección y prólogo: Julio César Guanche y Ailynn Torres Santana. Ediciones ICAIC, 2013.)

Tomado de: Cubacine

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Eric Barbier: “La violencia de los hombres es de una potencia infinita” (+Video)

Eric Barbier. Cineasta francés

Por Begoña Piña @begonapina

“Ruanda es un país de gente traumatizada. Todo el mundo está traumatizado en Ruanda. Podemos decir que las calles están limpias, que el país avanza, pero apenas llega la conmemoración del genocidio nos damos cuenta de que todos están locos”. El rapero Gäel Faye, burundés, hijo de madre ruandesa y padre francés, publicó hace unos años el libro Petit Pays, donde contaba su propia infancia en la antigua capital Bujumbura y su viaje a Francia con 13 años, huyendo de la guerra civil. Ahora el veterano cineasta Eric Barbier lleva esta historia al cine, Pequeño país, y rememora el horror de aquel genocidio.

“¡Eres como esos franceses sucios que nos dejan morir allí!”, dijo a Gäel Faye su madre, completamente desequilibrada, ausente, ensimismada en un insondable dolor, en las imágenes de la barbarie y la atrocidad, en los cadáveres de los miembros de su familia… Hasta ese trágico momento, Gäel había vivido una infancia feliz que empezó a desmoronarse con la separación de sus padres y se derrumbó definitivamente con el golpe de estado, la guerra civil y el genocidio.

Eric Barbier recupera la historia de aquella familia, narrada desde los ojos de Faye cuando era niño, y el relato histórico de lo que ocurrió en Burundi. Pasaron cinco meses entre el golpe de Estado en Burundi que incendió el país y el inicio del genocidio de los tutsis en Ruanda. Pequeño país fue la película vencedora en el BCN Film Fest, donde Público habló con el cineasta.

¿Con esta película intentaba recuperar la historia de Burundi para el público europeo?

Sí. La película se desarrolla en Burundi y mi tarea era hablar de ese país, que es otra historia diferente a la de Ruanda. Mucha gente no conoce la historia de Burundi, que es un eco de lo que sucedió en Ruanda, de este horror que han experimentado los ruandeses. Por otro lado, la madre del personaje principal es ruandesa y, además, tuve que trabajar allí, rodamos en Ruanda porque en Burundi no se podía. Pero es importante saber que lo de Burundi fue una guerra civil y lo de Ruanda, un genocidio organizado por el Estado. Al rodar en Ruanda esta historia, despertamos muchas cosas muy dolorosas en muchas personas. Recuerdos tristes y trágicos. Hoy allí está prohibido hablar o escribir las palabras tutsi y hutu, y si las escribes vas a la cárcel.

Trabajó con personas de allí, ¿la experiencia fue muy dura para ellos? ¿cómo viven hoy aquel horror?

No me quedó más remedio que despertar en ellos cosas, es verdad. Algunos actores no se atrevían a decir ciertas palabras. La mayoría de los actores que aparecen en la película no son profesionales y aportaron su propia historia. Por ejemplo, los hombres que interpretan a los matones de las bandas de Bujumbura son jóvenes que fueron encontrados en el campo de refugiados burundeses de Mahama. Son burundeses que se metieron en problemas con el gobierno de su país antes de huir. Estos jóvenes conocieron la violencia de la calle, la violencia de las manifestaciones y esta verdad que liberan se percibe en la película.

Y para usted ¿qué ha significado personalmente este viaje al horror?

En el 94 yo seguía el conflicto desde Francia en las noticias, mirando atrás me parecía un conflicto muy lejano. En ese momento coincidió el Mundial de fútbol con el final del genocidio y en Europa estábamos mucho más pendientes del fútbol que del genocidio. La información era muy compleja, decían que era un conflicto étnico, la noción de genocidio no se manejaba, vino después y en muy contadas noticias. Lo explicaban muy pocos periódicos, la información era que unos negros se estaban matando.

Tras la investigación y la película ¿ha cambiado su mirada?

Claro, el camino que he hecho lo he hecho con ellos, con las personas que lo vivieron. Y la mirada que tengo hoy no es la misma que la que tuve entonces. Ahora tengo la impresión de que entonces no sabía nada de nada. Lo que sí sé ahora es que Francia dio apoyo a los genocidios. ¡Una barbaridad!

¿Apostar por la mirada de un niño acercaría más la historia?

Creo que sí, es algo muy interesante, porque un niño no sabe nada de nada, es como un espectador, aprendes con él y eso es justo lo que buscaba y es lo que estaba en la novela. Me parecía una muy buena forma de explicar la historia, la historia de su familia y de cómo todos los dramas y las tragedias repercuten en ella. Lo que le ocurrió al cocinero, la madre que se volvió loca, las matanzas, la violencia… la historia entró en la familia.

Todo es la historia real de la familia de Gäel Faye, que él contó en una novela.

Es la historia de la novela, sí, y de un modo más metafórico es el paso de la inocencia a la violencia de los adultos. La violencia de los hombres es de una potencia infinita. El niño al principio no entiende nada del racismo y le parece una ridiculez, pero la propia situación le obliga a ser violento. La presión del entorno, de la sociedad, es la que le empuja a la violencia.

La crisis continúa en Burundi ¿se puede desde Europa ayudar a encontrar una solución?

No creo mucho en los políticos y no creo que ellos vayan a cambiar las cosas, la prueba es Burundi, en guerra desde 1993. Desde entonces es el mismo conflicto, el mismo racismo… Y no es solo Burundi. Es complicado porque estamos hablando de un continente entero y cada país es diferente. Ruanda, Argelia… no se parecen en nada. Son geopolíticas diferentes, historias de colonización distintas, de ingleses, alemanes, belgas… Esta historia es algo muy específico. En África solo hay hutus y tutsis allí y algunos en el Congo, por eso es complicado.

¿Cree usted en el cine como herramienta para cambiar el mundo?

Soy pesimista respecto a eso, pero sí creo que había que contar esta historia porque hay muy pocas películas sobre la región de los grandes lagos. Hay una película de 1992, Gito, l’ingrat, que dirigió Léonce Ngabo… y desde entonces, nada. El cine es una forma de contar cosas de estos países que no conocemos. Pero lo que sería realmente importante es que fueran los cineastas de esos países los que hagan películas. Esta película está basada en una novela de un franco-ruandés, está escrita por una cultura que yo conozco, pero que sean ellos los que expliquen sus historias, que se adueñen de ellas. La historia de Pequeño país es anacrónica porque parte de Francia.

Tomado de: Público

Tráiler del filme Pequeño país (Francia, 2020) de Eric Barbier

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Patricia Ramos: “En el cine cubano hay muchas cosas maravillosas que no se han historiado”

Patricia Ramos. Cineasta cubana

Por Adalys Pérez Suárez

Una serie documental acerca del cine cubano se encuentra entre los tres proyectos que actualmente reaniman la producción cinematográfica en la Mayor de las Antillas, a partir de la hasta ahora inédita colaboración entre el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos y colectivos de creación independientes.

Mar y Cielo Producciones, pequeño equipo que dirige la cineasta Patricia Ramos e integran su esposo, Humberto Jiménez, productor ejecutivo; Kenia Velázquez y Evelio León, es el encargado de la realización de este material, acerca del cual la autora de El Techo, accedió a conversar con el Periódico Cubarte:

¿Cómo llega Mar y Cielo Producciones a esta serie documental?

“Cuando de la presidencia del ICAIC nos llamaron para ofrecernos esta posibilidad, Humberto y yo teníamos, desde hacía tiempo, la idea de hacer algo sobre el cine cubano. En un principio se habló de una película documental, nosotros propusimos hacer una serie documental. La idea del ICAIC era activar un poco las producciones luego del desastre que ha provocado esta pandemia, proporcionar trabajo a los cineastas. En medio de las actuales y difíciles condiciones, qué mejor que hablar sobre cine cubano y sus memorias. En ese momento, nos pareció el mejor tema posible. Fue, la verdad, una coincidencia feliz y era un reto, no solo para nosotros, sino para todos los cineastas que implicamos en esta aventura. Estábamos conscientes de que se han hecho documentales sobre cine y algunas de sus personalidades, pero nunca es suficiente.

En Cuba no tenemos esa costumbre, como otras grandes cinematografías, de historiarnos a nosotros mismos, que no es más que darnos valor a nosotros mismos. La industria francesa, Hollywood, los ingleses, por ejemplo, aprovechan su propia historia para hacer recuentos de ella, con diferentes puntos de vistas, inspirados en autores y actores, dedicados a diferentes períodos de tiempo, tendencias, ciclos. Son cinematografías celosísimas con su legado, que tienen todos sus archivos a buen resguardo, listos para hablar de ellos una y otra vez. En Cuba, aunque se han hecho algunos esfuerzos por la conservación, se han perdido muchos archivos, si a eso le sumas el hecho de que muchos de los cineastas que hicieron historia no viven aquí, más las pérdidas humanas, se convierte en algo muy grave. La gente hoy está, pero mañana se puede morir. Del año pasado a este, dos años fatídicos, han fallecido mucha gente importante del cine cubano: Nelson Rodríguez, Raúl Pérez Ureta, Paco Prats, Juan CarlosTabío, Enrique Pineda Barnet, Enrique Colina, Rigoberto López, Roberto Viñas, Diana Montero, una muchacha talentosísima que recién empezaba su vida profesional. Con la muerte de ella sentí como si se hubiera muerto otra vez Sara Gómez. En fin. Son personas de las que se tiene algún testimonio, por supuesto, pero nunca es suficiente. Ahora mismo, a raíz de esta serie, muchos de ellos son citados, pero no pudieron ser entrevistados. Es algo que duele mucho.

Es por ello que cuando llega esta propuesta maravillosa de la presidencia, nosotros sugerimos hacer una serie documental sobre cine, y, como conllevaba un límite de capítulos, solo seis, pensamos que el tema debía ser la relación del cine con las artes, algo que no se había hecho antes”.

¿Cómo fue la selección de los temas y de los respectivos realizadores?

“El proceso ha sido muy bonito. Lo primero que hicimos fue enlazar personas a temas. Crear esas uniones desde el comienzo fue estimulante. Entonces, conectamos directores con guionistas y luego el equipo técnico, algunos de los cuales nunca habían trabajado juntos y ahora ya son amigos. Por la formación que tengo, sé la importancia que tienen los guionistas a la hora de pensar un proyecto y por eso decidimos que cada capítulo tuviera un guionista a cargo. Tuvimos la alegría de poder trabajar entonces con Nuri Duarte, Laura Conyedo, Natalí Cardet, Eduardo Eimil, Lisandra López, Lil Romero y Fabián Suárez. De los siete, cinco son graduados de la Cátedra de Guion de la Escuela Internacional de Cine y TV (EICTV). Ellos fueron vitales y ayudaron mucho, sobre todo en el trabajo previo de investigación y de conformación de los guiones.

En cuanto a los directores, procuramos que hubiera un equilibrio -son tres hombres y tres mujeres, unos tienen larga historia en el cine como Granados o Manuel Jorge, otros comienzan a hacerse camino.

De este modo, tenemos a Ernesto Granados, dirigiendo el capítulo dedicado a las artes visuales; Deymi DˈAtri, el de los carteles; Manuel Jorge Pérez, el de danza; Rigoberto Jiménez, el de música, Marta María Borrás, el de Arquitectura; mientras que en el documental acerca de la relación de la literatura con el cine, la dirección es mía.

En el proceso de rodaje también logramos unir diferentes generaciones. Junto a directores noveles, trabajaron personas que llevan toda su vida dedicada al cine. Gente que merecerían su propio documental también. Para nosotros fue una felicidad poder contar con Magaly Pompa, maquillista gloria del cine cubano, y poder compartir, por ejemplo, la experiencia de Tessa Hernández y Rafael Rosales, asistentes de dirección con más de 30 años de experiencia, solo por citar algunos nombres.

Lograr esa mezcla de gente que son la historia misma, con otros que son la historia que comienza, nos dio ilusión porque pienso que son generaciones que, si no hubiera sido por este proyecto, no se hubieran agrupado”.

Filóloga, guionista, profesora de esta especialidad y gran amante de la escritura, ¿cómo le fue al tratar de resumir en 27 minutos los vínculos de la literatura con el cine?

“Ha sido muy difícil porque hay muchas obras cinematográficas cubanas que se han inspirado en la literatura. Con Fabián Suárez, también guionista del capítulo, nos rompíamos la cabeza tratando que la lista no fuera excesivamente extensa porque el tiempo no alcanzaría. Un documental no solo lleva fragmentos de las obras, sino también intervenciones sobre ellas, opiniones de los escritores acerca de cómo enfrentan el tránsito de la literatura al guion, comentarios sobre las adaptaciones. O sea, que no es solo citar obras, sino hablar un poquito de todo y el tiempo es una gran limitante. Al final hemos tenido que sintetizar mucho y ha sido doloroso, aunque espero que quede bien y guste para que las personas se queden con las ganas de ver un poco más. Siempre es mejor quedarse con ganas de ver más”.

¿Como directora general de la serie qué propósitos se ha trazado con la misma?

“En realidad, nosotros teníamos una idea muchísimo más amplia. En el cine cubano hay muchas cosas maravillosas que no se han historiado, no se han tocado. Pequeñas historias, técnicos, géneros, tendencias, apropiaciones. Pero, como todo tiene un límite, en este primer intento nos concentramos en la relación del cine y las artes. Seis temas, seis capítulos.

Es una primera exploración que ojalá pueda continuar. Esta serie sigue ciertas pautas estéticas, pautas temporales que restringen y aportan un determinado ritmo; la pauta de los temas. Son varios elementos que, de algún modo, construyen una unidad. Hay mucho más material, muchas historias por hacer que no caben en 27 minutos, pero al menos es un intento para tratar de ofrecer alguna luz y agrupar testimonios que son vitales para nuestra historia y, de este modo, darnos la importancia que merece nuestra cinematografía.

¿Cómo ha visto desarrollarse esta colaboración del ICAIC con los colectivos de creación y de estos entre sí?

“Creo que la colaboración entre el ICAIC y las productoras independientes ha sido algo muy bueno, muy positivo y es finalmente aceptar una realidad que ya existía desde hace mucho tiempo. Fue algo por lo que los cineastas lucharon mucho y, de hecho, tiene relación con lo que estamos viviendo ahora respecto al Fondo (de Fomento del Cine Cubano) y a todas las estructuras nuevas que se han creado en el ICAIC, las cuales apuntan en el futuro a una revitalización de la industria; pero de la industria del cine cubano, no solo de la industria ICAIC, sino de la cinematografía nacional. Esperamos que eso suceda.

Quisiera pensar que todos estos procesos van a marcar un antes y un después, no sólo por esta serie; la película coral de ficción que está dirigiendo Fernando Pérez o la serie de cápsulas con clases magistrales sobre cine que produce Wajiros Films, sino también por las películas ganadoras del Fondo. Todas estas producciones forman parte de un mismo espíritu, así que creo que lo que está sucediendo ahora -y que es completamente nuevo- es algo que da esperanzas”.

Tomado de: Cubarte

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Noam Chomsky: “Nos encontramos en un período de extinciones masivas”

Noam Chomsky. Lingüista estadounidense

Por Silvina Friera

La inminencia de la extinción es uno de los ejes centrales que aglutina al activismo del siglo XXI. Los niveles de carbono en la atmósfera, más elevados que en cualquier punto anterior de la historia humana, aumentaron con celeridad hasta más de cuatrocientas partes por millón, muy por encima de las trescientas cincuenta partes por millón hasta las que se considera que el nivel es seguro. La destrucción de la vida en la Tierra no es un relato apocalíptico, producto de la desmesurada imaginación medioambientalista o de un grupúsculo perturbado de la comunidad científica. “Cada año, cerca de treinta millones y medio de personas se ven obligadas a desplazarse por causas de desastres naturales como inundaciones y tormentas; se trata de una de las consecuencias vaticinadas del calentamiento global y significa casi una persona por segundo, es decir muchísimas más de las que huyen por causa de la guerra y el terrorismo. A medida que los glaciares se derritan y el nivel del mar aumente, algo que hará peligrar los suministros de agua de un vasto número de personas, estas cifras seguirán aumentando”, advierte Noam Chomsky, lingüista, filósofo y politólogo estadounidense, uno de los activistas más influyentes del mundo, en Cooperación o extinción (Ediciones B).

El libro –que se puede leer junto a En llamas de Naomi Klein—despliega una recopilación de textos que surgieron a partir del “Encuentro con Chomsky”, celebrado en Boston a mediados de octubre de 2016, en el exterior de la histórica iglesia de Old South, donde se congregó una multitud de jóvenes que se extendió a lo largo de dos manzanas. La charla de aquella tarde tenía el título de “Internacionalismo o extinción”. El cuerpo principal del libro lo constituye el discurso original del autor de Hegemonía o supervivencia, Estados fallidos y ¿Quién domina al mundo? Entre los materiales se incluye la transcripción de una conversación en el mismo encuentro con Wallace Shawn, un activista comprometido, más conocido como dramaturgo y actor; y las preguntas que formularon los que asistieron al encuentro con las respuestas de Chomsky. Además de la emergencia climática, los otros dos temas fundamentales fueron la amenaza nuclear y el peligro que entraña el debilitamiento del sistema democrático en todo el mundo.

Chomsky, que nació en Filadelfia el 7 de diciembre de 1928, adquirió su primera conciencia política estimulado por las lecturas en las librerías de los anarquistas españoles exiliados en Nueva York. Tenía once años cuando publicó su primer artículo sobre la caída de Barcelona y la expansión del fascismo en Europa. Su activismo político arrancó con la movilización contra la guerra de Vietnam. Si entonces llamó la atención, fue porque como profesor de lingüística en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), él pertenecía a una universidad que investigó bombas inteligentes y técnicas de contrainsurgencia para la guerra de Vietnam.

Para Chomsky extinción e internacionalismo están asociados en “un funesto abrazo” desde una fecha precisa: 6 de agosto de 1945, cuando el presidente de Estados Unidos ordenó los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. A partir de aquel fatídico día la humanidad entró en una nueva era: la era atómica. “Lo que no se percibió entonces es que surgía una nueva época geológica que hoy conocemos con el nombre de Antropoceno, la cual viene definida por un nivel extremo de impacto humano sobre el entorno”, explica el lingüista estadounidense y agrega que la era atómica y el Antropoceno constituyen una amenaza dual para la perpetuación de la vida humana organizada. “Está ampliamente reconocido que nos encontramos en un sexto período de extinciones masivas; el quinto, hace sesenta y seis millones de años, se atribuye por lo general al impacto de un gigantesco asteroide contra la superficie de la Tierra, lo que supuso el final del 75 por ciento de las especies del planeta. Este acontecimiento puso fin a la era de los dinosaurios y allanó el camino al apogeo de los pequeños mamíferos y, en última instancia, de los humanos, hace unos doscientos mil años”.

Hace tiempo que la capacidad de los seres humanos para destruirse unos a otros a escala masiva está fuera de duda. El Anthropocene Working Group confirma que las emisiones a la atmósfera de CO2 (dióxido de carbono, el principal gas de efecto invernadero de origen humano) están aumentando a la tasa más elevada existente en sesenta y seis millones de años. Aunque Chomsky no se detiene a analizar cada uno de los datos disponibles, pone el foco en algunos aspectos alarmantes. “El deshielo de los glaciares del Himalaya podría acabar con las reservas de agua de toda Asia Meridional, es decir, de varios millones de personas. Solo en Bangladesh se espera que en las próximas décadas emigren decenas de millones por la única razón del aumento del nivel del mar, debido a que se trata de una planicie litoral costera. Será una crisis de refugiados que hará insignificantes las cotas actuales, y se trata nada más que del comienzo”, aclara el lingüista estadounidense y recuerda que los Acuerdos de París, alcanzados en la COP 21, en 2015, supusieron un desarrollo a los esfuerzos internacionales por evitar la catástrofe. Debería haber entrado en vigencia en octubre de 2016, pero la mayoría republicana en el congreso, conocida por su sistemático negacionismo, no estuvo dispuesta a aceptar ningún compromiso vinculante.

Entonces acabó saliendo un acuerdo voluntario que Chomsky califica como “mucho más flojo” por el cual se llegó a una resolución para reducir de forma gradual el uso de hidrofluorocarburos (HFC), gases de efecto invernadero supercontaminantes. El Partido Republicano es la organización “más peligrosa en toda la historia de la humanidad” para el lingüista estadounidense. La envergadura de la ceguera es tan preocupante que Chomsky elige un fragmento para estimular el debate y a la vez sorprender: “No puedo imaginar límites a la osada depravación de los tiempos que corren, en tanto los agentes del mercado se erigen en guardia pretoriana del Gobierno, en su herramienta y en su tirano a la misma vez, sobornándolo con liberalidad e intimándolo con sus estrategias de opciones y exigencias”. Esta cita la pronunció James Madison en 1791, varios años antes de convertirse en el cuarto presidente de Estados Unidos (1809-1817).

No se puede esperar que las soluciones lleguen de los sistemas de poder organizados, estatales o privados. Para Chomsky la clave reside en la movilización popular y un activismo constante. “El activismo popular puede llegar a ser muy influyente, lo hemos visto una y otra vez; el compromiso de los activistas desde hace cuarenta años ha puesto los problemas medioambientales en la agenda política, quizá no lo suficiente pero, con todo, de forma crucial y significativa”, reconoce Chomsky en una parte de Cooperación o extinción. Claro que del dicho al hecho hay un largo trecho. El propio autor revela cómo a pesar del cambio drástico en el mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial una gran parte de la población se mantuvo como antes: tradicional en lo cultural y premoderna en muchos sentidos. “Para el 40 por ciento de los ciudadanos estadounidenses, el trascendental problema de la supervivencia de la especie no es demasiado relevante, ya que Cristo va a regresar entre nosotros en un par de décadas, de manera que todo quedará resuelto. Insisto; hablamos de un 40 por ciento”, resalta Chomsky para no perder de vista la importancia que tiene la religión en una porción significativa de la ciudadanía estadounidense.

Chomsky comenta un libro de Arlie Hobschild (Strangers in Their Own Land), una socióloga que se fue a vivir a un área pauperizada de Luisiana durante seis años para estudiar a los habitantes desde dentro. Se trata de la zona profunda pro-Trump del país. “Los productos químicos y otros elementos contaminantes derivados de la industria petroquímica están causándoles graves daños, pero se oponen por completo a la Agencia de Protección Medioambiental (…) Ven a la Agencia como un grupo de gente de ciudad con un doctorado, que va hasta allí y les dice cosas como que no pueden pescar, pero que a la industria petroquímica ni le chistan. Así que, ¿qué utilidad tiene? No les gusta que les quiten el trabajo y les digan con su acento culto lo que pueden y no pueden hacer, mientras que ellos se ven asediados por toda la situación”, plantea Chomsky como ejemplo para que los activistas conozcan las profundas razones y reticencias que tendrán que vencer. En el reto sin precedentes por la supervivencia de la civilización no hay tiempo que perder.

Tomado de: Página/12

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