Diálogos

“Empeño y espíritu de consagración”

ALEJANDRO GIL, CINEASTA CUBANO

Por Rubén Ricardo Infante @RRdoInfante

La pandemia generada por la Covid-19 ha afectado los procesos creativos en cada una de las manifestaciones artísticas. En el caso del audiovisual los efectos han sido considerables, debido a que es un arte colectivo, requiere de equipos de trabajo integrado por varios especialistas.

En medio de la actual circunstancia sanitaria, el cineasta cubano Alejandro Gil fue convocado por la Oficina Santiago Álvarez para la realización de un documental con los científicos que trabajan en el proceso de investigación y desarrollo de los cinco candidatos vacunales.

Los resultados han desbordado aquel proyecto inicial y cuando el director de Inocencia (2018) refiere su reencuentro con el documental lo califica como un hecho “muy interesante”. El proyecto, cuyo título de trabajo es Soberanía, deberá estar listo para el mes de agosto.

Para conocer detalles sobre el proceso de realización de este documental, Cubacine conversó con su director sobre las motivaciones, el equipo de trabajo que lo acompaña y el concepto artístico que maneja Soberanía.

¿Cómo surge la idea de realizar un documental dedicado a los científicos cubanos que trabajan en los candidatos vacunales?

En medio de la situación más compleja de la pandemia, donde no se suscitaba trabajo de ninguna naturaleza, incluido desde el punto de vista audiovisual, se comenzaron a abordar desde el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) trabajos que referían temáticas sobre la pandemia. A través de la Oficina Santiago Álvarez me convocaron para dirigir un proyecto que pretendía abordar el proceso de las vacunas, es decir, cómo se estaba ordenando el sistema de vacunación y la propia búsqueda de las vacunas.

Empezaban las primeras informaciones de las vacunas a nivel internacional y ya se empezaba a mover el terreno con respecto a la posibilidad de Cuba de hacer sus vacunas.

A partir de ese momento comenzamos a organizar un equipo de trabajo, el ICAIC inmediatamente se conecta con el propósito y empieza a conformar un proyecto con una mirada mucho más abarcadora. Cuando hacemos la exploración al tema o primeras investigaciones, esa zona antes de entrar de lleno a esa etapa de la prefilmación más consolidada, el presidente de BioCubaFarma, Eduardo Martínez nos dijo que no podía ser sobre una, sino sobre los cinco candidatos vacunales.

Nuestra idea inicial era concentrarnos solo en los protagonistas detrás de la vacuna Soberana, porque fue la que primero asomó su testa en el ámbito mediático, pero Eduardo nos comentó que debían ser los cinco porque son muchas instituciones trabajando en común, no solo para Soberana, sino también para Abdala, Mambisa, Soberana 01 y Soberana Plus.

Por ese entonces, la televisión bombardeaba, saturaba los espacios, por razones obvias, en crear esa imagen, esa visión de Cuba puesta para hacer sus candidatos vacunales. Y nosotros, en esa carrera que no podemos seguirle a la televisión hicimos una mirada cinematográfica de cómo abordar el asunto. Nos planteamos hablar con los protagónicos, pero haciendo la historia de otra manera, es decir, la historia de quiénes son las personas que están detrás de ese engranaje productivo, de ese empeño y espíritu de consagración en aras de tener las vacunas.

Nos dimos cuenta que las anécdotas eran maravillosas, en algunos momentos muy sensibles, emotivas en otras. Teníamos que tener un discurso completamente distinto, justamente subrayando el carácter humano de las personas que en un país como Cuba, con las fragilidades económicas y otras situaciones, esté emprendiendo una carrera de país de primer nivel.

¿Cómo tiene concebido la estructura del documental?

Esa construcción simbólica, entre la circunstancia con una dinámica muy particular, es la que nos empujó a idear un documental más centrado en la imagen y en la fortaleza de estas imágenes que en las mismas entrevistas. Porque las entrevistas se van a insertar en ese mundo de imaginación y de sublimación de las imágenes, que van a estar respaldando las palabras de los académicos y los investigadores.

Este es el concepto artístico, donde tenemos la inclusión de Lizt Alfonso, que se incluye como parte de la narrativa audiovisual de la obra. La música es del DJ Iván Lejardi y creo que esa propuesta musical más contemporánea permitirá conectar también con la propuesta estética.

Será un audiovisual donde pretendemos —ojalá que lo podamos lograr— que el espectador logre cierta empatía con el discurso y la narrativa del documental. Esta empatía se puede lograr sobre una base, fundamentalmente, de sugerencias, de simbolismos y de metáforas, con la concreción tácita y objetiva de las entrevistas que abordan esta temática de la vacunación.

Para la realización de estas producciones se han cumplido también los protocolos establecidos y ha sido necesario reducir al mínimo de personal para la filmación. ¿Cómo lograr la realización de un documental de este tipo con un equipo reducido?

Yo creo que esta experiencia de estos trabajos va a dar lugar a crear una especie de estructura de cómo se puede hacer, ojalá que nos convoquen para establecer a partir de las experiencias que hemos tenido cómo debería maniobrarse con respecto a los equipos pequeños, medianos y de gran formato para el audiovisual.

¿Quiénes conforman ese equipo?

Tenemos el equipo de Javier González producciones, con Milton Parado, y un equipo muy pequeño del ICAIC y de la Oficina Santiago Álvarez. Son personas que siempre han estado vinculadas al ICAIC, en la producción de ficción o de documental. Con este equipo reducido hemos logrado mucha movilidad, con el cual tenemos que concebir planes de rodajes muy cuidadosos, muy certeros, tener paliativos, tener plan A, B, C y D.

En el caso nuestro por la misma agenda de los protagonistas, que son la columna vertebral del proyecto, cómo maniobrar si uno de ellos nos comunica que no podrá estar y cómo buscar alternativas, porque si no sería un documental que estaría dos años para filmarse, porque buscando la idoneidad objetiva y subjetiva para hacer un trabajo de esa naturaleza podríamos estar un año y medio o dos años.

Es que nosotros estamos en el centro, con los protagonistas que ahora mismo son esencia y la luz del acontecer mediático de este país.

¿En qué momento de la producción se encuentra actualmente Soberanía?

Actualmente, tenemos pendiente terminar, porque tenemos que tener en cuenta las agendas y es un documental que, no solo se hace en medio de la pandemia, sino que se hace con el equipo que está justamente en el centro de la preocupación nacional, por el tema de que la pandemia está cuesta arriba.

Hacer este tipo de trabajo ha significado tener un alto grado de implicación —yo que hacía tiempo no me vinculaba al documental— este reencuentro con el documental ha sido muy interesante. Es la primera vez que lo comento, porque ese sentimiento de trabajar en una circunstancia psicológica muy distinta, con un nivel de fragilidad, de observación del carácter de las personas, de la manera de interpretar la vida, el día a día, minuto a minuto…, todo esto influye en la manera de asumir el trabajo audiovisual. Creo que, a cualquier creador, sea escritor, artista visual o realizador audiovisual, siempre la obra se va a ver marcada por el influjo de este momento, donde subyacen en las sensaciones y relaciones personales y humanas.

En medio de esta circunstancia el campo de la ciencia ha tenido un resurgir, porque me he dado cuenta que han estado trabajando mucho durante mucho tiempo, pero no con una presencia dentro de los medios que pudiera ser más habitual.

¿Para cuándo deberá estar concluido y listo para su presentación pública?

Queremos que sea para agosto, ahora viene todo el proceso de transcripción de las entrevistas, hacer el guion de montaje, de estructuración temática, tenemos alrededor de trece entrevistas. Los entrevistados han sido muy locuaces, establecen un diálogo espectacular, son gente maravillosa que se unen y dan el máximo, incluso fuera de las zonas de confort.

Me parece que trabajar con estas entrevistas nos permitirá desbordar los términos de metraje que nos habíamos trazado y va a traspasar esa primera idea del tiempo.

Tomado de: Cubacine

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“Se ha vuelto un objeto del comercio”: Arturo Ripstein desaprueba al cine actual

Arturo Ripstein, cineasta mexicano

Por Adolfo López

El mayor enemigo del cine en la actualidad es el feel good, dice Arturo Ripstein. En los 51 años que lleva como realizador de largometrajes, el director ha tenido que pelear con productores y distribuidoras para defender las más de 35 películas que ha filmado. “Los obstáculos sirven para encontrar caminaos alternos”, dice en entrevista con El Sol de México.

Esas limitantes son impuestas por la misma industria, donde el cine se ha tornado a lo complaciente para ganar en taquilla y no en los contenidos de fondo, asegura el director de Profundo carmesí y El lugar sin límites.

“El cine se ha vuelto concesivo, un objeto del comercio, no de la discusión, ni de la observación o la expresión. Es única y exclusivamente un producto vendible, igual que una motocicleta o un coche para que le guste a todo el mundo”.

“Mientras menos obstáculos y furia haya, mejor. Estamos en un período donde lo único que quieren es que les acaricien la pancita. Y eso no es de ninguna manera el arte. El arte es indiscutiblemente peligroso, y nada más alejado del peligro que el montonal de películas que ganan premios en festivales”, expresa.

Rispstein, que ha presentado películas como Así es la vida y El coronel no tiene quien le escriba en Cannes, se lamenta de la situación que vive el cine mexicano en estos momentos, donde la mayoría de las películas las define como “vergonzosas”.

“Todo lo que están haciendo es una especie de audición para ver si Columbia Pictures los contrata para hacer una película. Es lamentable la enorme cantidad del cine atroz que se está haciendo en este país”.

Ese cine al que se refiere, son las comedias románticas que se han convertido en las favoritas del público y que año con año dominan la taquilla de cine mexicano. “Ve uno las películas más taquilleras y terminan siendo perfectamente imbéciles. Eso habla muy mal de los cineastas y muchísimo peor del público.

“Sólo un puñadito de directores ha sacado la casta por el cine mexicano. Y esos son los que necesitan una oportunidad y esa se busca mediante sangre sudor y lágrimas”.

Para sobrevivir en la industria del cine, el director asegura que debe haber mucha “enjundia y conocimiento”. Además de, “una dosis de buena suerte, y el que no tenga el valor y la fuerza de meterse y buscar hasta las últimas consecuencias la posibilidad de realizar la obra que tiene metida en el alma, seguirá siendo igual de difícil”.

No precisamente del alma, pero sí de la mente de su esposa, la guionista Paz Alicia Garciadiego, fue de donde surgió su más reciente película: El diablo entre las piernas, que estrena este miércoles. Una historia protagonizada por Sylvia Pasquel y Héctor Suárez que indaga en los claroscuros y la sexualidad de una pareja de adultos mayores.

“Es la antípoda de las películas de amores de viejitos que suelen ser una pareja que ha vivido sus altas y bajas, pero donde al final hay cierta dulzura, empatía y un vejo de equilibrio que puede llamarse amor.

“En el caso de esta película es exactamente lo contrario: es un hombre enamorado de sus celos, su sentido de la vida es ese; y ella es una mujer determinada por el horror de la compañía, pero que termina siendo infinitamente mejor el infierno compartido que el cielo en soledad”.

La historia tiene un ligero paralelismo con la realidad de hoy en día. Ambos personajes pasan la mayor parte del tiempo encerrados en casa, más por opción que por necesidad. “La película detona cuando se dan cuenta que las salidas existen, pero son de alguna manera peligrosas”.

Arturo Risptein estrenó esta película hace casi dos años en el Festival de Toronto. En octubre de 2019 tuvo una función de gala en el Festival Internacional de cine de Morelia.

Para marzo del 2020 el plan era presentar la cinta en el Festival de Cine de Málaga, donde posteriormente fue reconocido como Mejor Director. Aunque el encuentro cinematográfico le realizaría un homenaje, Ripstein se negó a asistir cuando leyó sobre el brote de Covid-19 en España.

“Nos insistieron y yo dije que no. Y unos tres o cuatro días después llamaron para decir que se cancelaba el festival por la gravedad de la situación. Desde entonces hasta ahora he estado guardadito”.

Como a todo el mundo, la rutina le cambió a Arturo Risptein. Ahora pasa los días encontrando cómo distraer la mente, leyendo, viendo series de televisión o películas de su colección. También aprendió a cocinar “cosa que prácticamente no había hecho nunca”.

Por las tardes, luego de terminar sus horas laborales, pasa el tiempo junto a Paz Alicia. “En la noche o a la hora de la comida tomamos un trago y conversamos acerca de lo que nos cuentan en el periódico, o asuntos de los hijos o nietos. Tenerla es una gran ayuda, porque conversar es una forma de salir adelante, de eliminar hasta donde es posible la tristeza”.

El cambio de rutina no fue lo complicado, lo atroz ha sido la duración del encierro.

“A diferencia de la cárcel, a uno le dan su sentencia, lo meten a su jaula y sabe que va a estar tres años; cada día es uno menos. En cambio con la plaga, cada día que pasa es uno más”.

Ripstein asegura que desde que inició su confinamiento, todos los días son martes. “Es un día pensil, porque no es ni el principio, ni la mitad ni el final de nada. Entonces vivir en un martes permanente es una grave complicación”.

A pesar de que la industria cinematográfica ha comenzado a recobrar vida tanto en las salas de cine como en los sets de filmación, Ripstein no tiene planes de volver a dirigir mientras los más jóvenes no sean vacunados.

“A mi edad, de pronto decir ‘me lanzo’, pues no. Yo me tengo que ir con cautela y con pies de plomo. Hay que saber por dónde piso y a qué me arriesgo físicamente. Mental o emocionalmente estoy dispuesto a lo que sea, pero físicamente tengo que tener mucho cuidado. Soy de la cuarta edad”, bromea.

Fuente: El Sol de México

Tomado de: Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano

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Fernando Trueba: “Con la pandemia, hasta los egoístas tienen que ser solidarios en defensa propia” (+Video)

Fernando Trueba, cineasta español

Por Begoña Piña @begonapina

La muerte no acabó con Héctor Abad Gómez. Asesinado a tiros en Medellín, el 25 de agosto de 1987, a manos de los paramilitares, su bondad, su compromiso con los Derechos Humanos, su implicación con la sanidad e higiene de las zonas más desfavorecidas del país le mantienen siempre vivo. “Todo hombre necesita en la vida el agua, el aire, el alimento y el afecto”. Era la receta infalible del doctor Abad Gómez, a quien su hijo, el escritor Héctor Abad Faciolince dedicó su libro más celebrado, El olvido que seremos. En manos del cineasta Fernando Trueba, esta historia de un hombre bueno ha llegado al cine.

Aunque reacio a dirigir esta adaptación por la intimidad familiar contenida en el libro, Trueba finalmente claudicó ante la oportunidad de contagiar su excepcional humanidad y la obligación de mantener viva su memoria. Película de clausura del Festival de San Sebastián y ganadora del Goya a la Mejor Película Iberoamericana (es de producción colombiana), la película cuenta, además, con una portentosa interpretación de Javier Cámara, en el papel principal.

El actor estaba rodando en Colombia la serie Narcos cuando Trueba le envió el libro de Abad Faciolince. Se dio la coincidencia de que allí conoció a Miguel Salazar, codirector junto a Daniela Gómez, nieta del doctor, del documental Carta a una sombra sobre su figura. “Cuando volvió de Colombia, Cámara nos regaló el documental. Fue una gran coincidencia y él se imaginó que había en todo ello algo de predestinación”.

Predestinación o no, sí parece que hasta en los tiempos la película ha estado marcada por la buena estrella ¿no?

Acabé la película en realidad en Navidad, pero no tuvimos copia hasta más tarde, porque repetimos treinta veces los títulos del final yo estaba desesperado. Una pesadilla. Todo lo que en el equipo había sido eficacia… lo de los créditos no me había pasado en la vida. Cuando tuve la copia, lo mandaron a Cannes y empezó la pandemia.

Con lo que parece que esta historia estuviera esperando para ser contada de nuevo justo en medio de una pandemia. ¿Es especialmente necesaria ahora?

Y es muy oportuna. El hecho de que la pandemia nos haya hecho ver lo importante que son ciertas cosas, la medicina, la ciencia, la profesión del médico que nos cuida… Eso siempre ha sido importante, lo que pasa es que la desgracia nos lo viene a recordar aún más, porque no haría falta que nos lo recordaran, la vida humana es lo suficientemente frágil, estamos suficientemente expuestos y rodeados de gente con enfermedades, como para que no hiciera falta que nos lo recordaran, pero bueno… De todas formas, sí, eso le da una cierta actualidad, aunque yo creo que la película es también cine, el cine es contar una historia con imágenes…

¿Usted llegó a la película arrastrado por el libro y por el personaje?

Tengo una foto en mi despacho que está aquí desde hace ya mucho, una foto de este hombre. ¿Por qué? porque es un tipo que aunque no le hayas conocido, le quieres. Pasa a formar parte de tu mundo.

Abad Gómez decía: “Odio que no tengamos conciencia social y que no entendamos el país en el que vivimos”…

…Me identifico al 100% y me identifico mucho con él porque al margen de la política y de la ideología o de que uno se sienta más cercano a unos que a otros, que unos sean más de derechas o más de izquierdas, hay cosas que deberían estar por encima de todas esas peleítas. Y yo creo que la salud pública es una de ellas, como la educación y la cultura. Lo bonito de este hombre es que tenía claro, incluso cuando le ofrecieron entrar en política para la que no tenía la menor vocación, que él luchaba por cosas muy concretas, que el agua potable llegara a las poblaciones que no lo tenían… O hizo aquella vacunación masiva en el 61-62 que yo creo es la primera vacunación masiva de polio en el mundo y por la que le felicitó la OMS. Él estaba luchando por cosas muy concretas, que debían estar asumidas por cualquiera de cualquier ideología, como hoy la defensa del planeta. Hay cosas que no deberían estar en los programas, deberían ser el programa de todos, porque son cosas obvias.

Pero no son tan obvias para algunas personas, ¿cree que la película hará que reflexionen sobre ellas?

Creo que la película puede llegar a personas con cualquier tipo de ideas, creo que sí porque está contando una parte de la vida de un padre y un hijo, de una familia tocada dos veces por la tragedia. Todos tenemos la ración que nos toca, pero con algunas familias se ensaña la tragedia y es especialmente dolorosa.

La medicina, la bondad, el compromiso, la lucha social, la lealtad, la familia… ¿de todo ello, hay algo en la película más especial para usted?

Yo creo que la película trata de un tema que a mí me gusta que es el choque de la inteligencia y la barbarie, de la belleza y la humanidad con la violencia y con la brutalidad. Es un choque que vemos a diario en la vida, no hay más que abrir el periódico para ver que eso está ocurriendo todo el rato en todas partes y de maneras muy diversas. Pues esa es una historia que tenemos que contar, seguir contando y no dejar de contar de mil maneras hasta que seamos mejores, más civilizados, más humanos.

Abad Faciolince dijo que su padre confiaba en el activismo y en la política, pero que él ya no confía, ¿usted con que Abad se queda en este tema?

En ese tema me quedo con el padre, siempre he dicho que quizá hay una gente que es muy inteligente, y tengo amigos, y el ser muy inteligentes les lleva a un escepticismo cercano al nihilismo, al no se puede hacer nada, no tenemos arreglo ni los hombres ni la sociedad. Yo prefiero ser un poco menos inteligente para tener el optimismo, tal vez idiota, de pensar que algo se puede hacer y debemos hacer. Creo que, mientras nosotros hablamos, hay gente que está currando para nosotros, unos en un laboratorio científico intentando descubrir una vacuna, pero otros que no salen en los periódicos están en un ministerio elaborando la Ley de la Eutanasia, la del Matrimonio Homosexual… o sea que el mundo es mejorable y si todos pensáramos que no se puede mejorar, ahí estábamos perdidos.

Después del tiempo dedicado a la película ¿hay algo que haya afectado su forma de pensar o de vivir?

Estoy seguro que sí, que te cambia de alguna manera, todo va sumando, nos estamos continuamente haciendo y yo creo que esta película nunca la vamos a olvidar, ha sido una experiencia muy buena. Cuando acepté hacer la película pensé vamos a intentarlo porque hay que contribuir a que no se olviden personajes así, en vez de contar historias de canallas y psicópatas, vamos a contar historias también de gente grande, cojonuda. Pero sobre todo, si el libro ya está ahí, yo lo que tengo que hacer es cine. Cuando haces una película tienes que tener una justificación cinematográfica, aparte de la humana, por supuesto. Pero el cine se hace sobre todo para el cine.

Abad Gómez es una figura perfecta para que nos preocupemos mucho más por la sanidad pública. ¿Lo cree así?

Creo que hay que pelearse mucho más, defenderla y mejorarla, porque aunque, por comparación con otros países, en este aspecto salimos bien colocados, creo que se han hecho algunos desastres, se han detectado mucho torpedear la sanidad pública porque hay muchas fuerzas interesadas en que la sanidad sea un negocio privado. No hay más que ir a la hemeroteca para ver todas las cosas que se han hecho terribles, en Madrid especialmente, pero también en Cataluña. Han sido las zonas que peor se han portado con su sanidad pública y espero que este toque de atención lo entendamos y lo aprovechemos, si lo sobrevivimos, para mejorar las cosas, recuperar lo que se haya ido hacia atrás y seguir avanzando, nunca a quedarnos como estamos.

¿Es el lado bueno de la pandemia?

La pandemia obliga a ser generoso, porque, por ejemplo, si no hay inmunidad de rebaño, si no conseguimos la inmunidad global, no nos habremos librado de esto, entonces tenemos que ser solidarios por obligación. Hasta uno que sea egoísta tiene que ser solidario en defensa propia, es una lección muy grande. A la vez estamos viendo a los que intentan hacer el negocio hasta el último momento, los que se cierran y dice no, American First, o lo que sea, como que unos seres humanos tienen prioridad sobre otros, que unas zonas ricas del planeta tienen prioridad sobre las pobres… Todos los egoísmos, las desigualdades y las injusticias salen a la superficie en una situación así y ahí es el momento en que nos planteemos las cosas. Héctor Abad dice: ningún problema es solo de los demás, todos los problemas de los otros son nuestros. Eso es una gran verdad, no hay problemas de los otros, son todos nuestros.

Como dijo, es muy difícil llevar al cine cierta intimidad que tiene la novela, pero, al revés, ¿ha encontrado elementos que no estén en el libro para su película?

Sí, hay detalles que fueron surgiendo. Estábamos localizando para la película y Héctor vino con nosotros para enseñarnos la facultad de Medicina y el Hospital de San Vicente en el que trabajaba su padre, que están pegados. Rodamos en las auténticas localizaciones. Cruzando de un edificio a otro, de repente, un médico con su bata blanca se acerca a Héctor y le dice que fue alumno de su padre. El encuentro duró dos minutos y el hombre conto que él siempre recordaba una cosa que decía Héctor Abad Gómez y es que todo hombre necesita en la vida el agua, el aire, el alimento y el afecto. Me quedé tan impresionado de esa especie de fórmula tan sencilla, tan directa y tan perfecta que pensé que esto tenía que estar en la película. Y está, no viene en el libro. También viendo las fotos de la familia me encontré con unas fotos hechas en la casa cuando la hermana Marta estaba enferma y me obsesionaba esa chica y me di cuenta de que tenía que meterla de alguna forma en la película y la secuencia en que canta por segunda vez salió de ahí, del mismo sitio que sale el libro que es de la historia de esa familia.

Aquí no se conocía la figura de Héctor Abad Gómez

No creo que en Colombia supieran antes de la novela quién es, bueno en Medellín, sí. Porque fue una figura pública. Creo que el libro, que ha sido en Colombia un fenómeno increíble, le ha colocado ya en el corazón de los colombianos, pero antes era una figura más local, aunque le conociera gente de la OMS… Dentro de su profesión habría gente que le conocía, pero tampoco los médicos son famosos.

¿Y ahora qué significa Héctor Abad Gómez en Colombia?

Se le recuerda como un hombre bueno y necesario. Es ese tipo de personas que habría que clonar, debemos mimar y cuidar a esas personas. A veces nos ocurría que venía gente cuando rodábamos en la calle y se acercaban a Javier como si fuera el doctor Abad o nos daban las gracias por estar haciendo la película. Me pasó una cosa tremenda. Haciendo el casting una mujer, a la que elegí para hacer un papelito de una de las chicas de servicio en la casa, me cuenta que el doctor Abad le salvó la vida a su marido, que gracias a eso vivió diez o quince años más y que para ella ese hombre es sagrado. Cogí a un actor para hacer el vecino judío al que los niños tiran piedras a la ventana y este hombre, cuando estábamos haciendo pruebas de vestuario, llega con un traje y me dice que estuvo dos veces con el profesor y que la segunda vez estaba con ese traje, por eso lo había guardado toda la vida.

Con la novela y la película cada vez es más conocido. ¿A pesar de todo, la muerte no ha podido con él?

Pues no, y eso es bonito. Que ese libro que Héctor hace para que sus hijos conozcan a su abuelo y que él piensa que va a ser de un interés muy reducido… Cuando algo está hecho con el corazón, al final encuentra a la gente y la gente lo detecta, esas cosas las sentimos.

La idea de la película es de Héctor Abad Faciolince ¿cuánto condicionó eso su trabajo?

Ha sido todo tan bonito que ya, cuando estábamos todavía en la etapa de guion, hice un viaje para ir a una casa en el campo de la familia, con la madre y con varias de las hermanas, por supuesto, con Héctor. Fue una cosa deliciosa que la recordaré toda mi vida y cómo nos enamoramos de esa mujer, de la madre, una señora espectacular. Y luego, cuando ya la película iba a empezar, Héctor es tan sumamente respetuoso que decidió que para no darme el coñazo ni molestarme se fue de Colombia. Fíjate qué delicadeza y que elegancia la de este señor. Ocurrió que su compañera enfermó a las tres semanas de empezar el rodaje y él tuvo que volver. Y yo ya le dije: “Tío no te vuelvas a ir, quédate, y lo llevaremos tú y yo lo mejor que podamos”.

Tomado de: Público

Tráiler del filme El olvido que seremos (Colombia, 2020) de Fernando Trueba

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Polémicas del cine y la Revolución en Cuba (Parte IV)

Manuel Pérez Paredes. Premio Nacional de Cine 2013

Por Ambrosio Fornet

De hecho, vivimos un momento muy intenso de eso que describes como unidad, cuando Alicia en el pueblo de Maravillas. Hubo un momento anterior, relacionado más bien con lo que decías del ajuste a los presupuestos, y fue el momento de Cecilia. Ahí Alfredo apuesta todas las cartas por un hecho artístico pocas veces visto en el cine cubano: la superproducción Cecilia, de Humberto Solás, película extraordinaria, de un despliegue visual y escenográfico tremendo, pero muy costosa, al punto que, de cierta forma, paraliza al ICAIC. Pero el fenómeno Alicia… no tiene nada que ver con esto del presupuesto… La reflexión con que se encara el fenómeno, no hacia el interior, sino hacia el exterior del ICAIC, es: no es posible, bajo estas condiciones económicas, tener varios centros de producción cinematográfica. Y la respuesta lógica era: si tiene que haber uno solo (lo más sensato desde un punto de vista económico), pues que sea el ICAIC. Pero el problema no iba exactamente por ahí, y ese es el momento en que creamos lo que yo llamo “el soviet del ICAIC”, en el que participamos tú, yo y otros compañeros, incluyendo a Titón, a Santiago, a Humberto, etcétera. Lo llamo “el soviet del ICAIC” porque por primera vez, en mi escasa vida de revolucionario, vi funcionar un soviet. ¿Qué quiere decir esto? Que frente a un objetivo determinado, que era salvar al ICAIC y a su producción cinematográfica, se unieron todas las fuerzas internas del ICAIC: creadores, directores, asesores, técnicos, trabajadores de todos los departamentos. Éramos dieciocho personas, si mal no recuerdo, que nos reuníamos diariamente a discutir, y todo lo que se discutía y se decidía, iba inmediatamente a informarse a las distintas secciones, lo mismo a la Distribuidora que a la Cinemateca. Todos estaban, diariamente, al tanto de por dónde iba el proceso.

Tú estabas muy directamente relacionado con la cuestión de Alicia… porque recientemente se habían establecido los Grupos de Creación, dirigidos por Titón, Solás y tú, y esa película había salido de tu grupo, a través de Daniel Díaz Torres. ¿Cómo fue el proceso de producción de la película y cómo lo encararon ustedes después? ¿Qué hubo por parte de ustedes? ¿Una autocrítica…?

Yo creo que la Comisión de los 18 no se puede explicar si no se habla de los Grupos de Creación como atmósfera, como clima previo dentro del ICAIC. No es el único factor, es un antecedente inmediato, pero es bien importante. La creación de los Grupos fortaleció durante tres años (de 1988 a 1991) el sentido de pertenencia porque se formaron por afinidad con quien dirigía cada uno, pero también era determinante la identificación entre aquellos que los integraban. De pronto, en el grupo del que yo era responsable podía no estar alguien que aunque se comunicaba muy bien en términos personales y creativos conmigo, no se sentía cómodo con algunos de sus integrantes y prefería estar, por lo tanto, en el de Titón o en el de Humberto. Y también sucedía a la inversa. Era una unidad compleja, no exenta de riesgos y tensiones, pero yo la recuerdo como enriquecedora.

El trabajo consistía en analizar y aprobar un proyecto en todas sus fases: desde la idea hasta el guion ya listo para entrar en prefilmación (la sinopsis argumental, o sea, el despegue industrial y artístico del proyecto, debía ser aprobada, o no, por la Presidencia del ICAIC). Luego seguía el mismo proceso de asesoría del Grupo en la etapa de edición, hasta llegar a la mezcla final. Esto es algo complejo en la creación cinematográfica y tenía sus variantes y matices de acuerdo con las características del autor y de la obra en proceso: cómo ayudar respetando la autonomía del autor; cómo ser oportuno; cómo decir o cómo escuchar, desde la persuasión del intercambio de criterios y del debate, que un guion no funciona así como está, que necesita más trabajo o un replanteo más radical; o cómo se puede mejorar la edición quitando o cambiando algo, incluso incidiendo en propuestas de modificar la estructura.

La Presidencia del ICAIC descentralizó en esos años la toma de decisiones en sus etapas intermedias, pasándolas a los Grupos. Desempeñábamos un papel de colaboración en el proceso creativo sin limitar la responsabilidad del director como máximo responsable de la obra. Así, hasta el momento en que se concluía la mezcla final de la película y pasaba a ser aprobada o no por la Presidencia del ICAIC.

Vale aclarar que formar parte de los Grupos no era obligatorio. Cada uno de ellos estaba integrado por unos diez realizadores, pero hubo varios compañeros que se mantuvieron independientes y eran atendidos directamente por Julio.

Daniel [Díaz Torres] pertenecía a tu grupo.

Sí. El proyecto de Alicia… se presenta al Grupo en el momento que se está desarrollando en Cuba el llamado Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas (1986-1989). Cuando yo leo la primera versión del guion (finales de 1988), escrito por Daniel y Eduardo del Llano, con la colaboración del grupo Nos y otros, me interesó mucho como propuesta, pero saltaba a la vista que era muy extenso todavía. Había que ajustarlo en cuanto al tiempo y mejorarlo en ese proceso. Consideré, junto con ellos y después con los otros integrantes del Grupo, que estaba bien encaminado y muy a tono con el clima que se estaba llevando adelante frente a las causas subjetivas de nuestros problemas internos. Una sátira de nuestra realidad desde una mirada revolucionaria. De esto último no había la menor duda, si bien tenía conciencia de que podía provocar discusiones dentro del país.

Estamos hablando de un momento en el que se estaba llevando adelante la Perestroika en la URSS, su repercusión en el entonces campo socialista europeo y, en general, en el mundo. Esto iba incidiendo progresivamente, de diversas maneras, sobre nosotros. Pero el clima dominante lo daba nuestra Rectificación.

Finalmente, se filma y se edita la imagen en el primer semestre de 1990. Estas etapas no modificaron lo que yo había leído a finales de 1988. Era lo mismo, en esencia, convertido en obra concluida al terminar 1990. Pero en ese momento el mundo ya era, definitivamente, otro: la crisis galopante la expresaba, como hecho simbólico, el derribo del Muro de Berlín. Se había ido desmoronando, en cuestión de meses, el campo socialista europeo, y a la URSS le quedaba un año corto de vida…

Y de pronto, cae sobre la película todo un aguacero. Parecía desproporcionada esa reacción respecto a la película misma. Le pasó un poco como a P.M., por eso es que me pregunto qué fue exactamente lo que pasó ahí.

Julio vio la película y la aprobó en los últimos días de 1990. Se cortó el negativo y las primeras copias estuvieron listas a finales de enero del año siguiente. Tanto Julio como nosotros (Daniel, el Grupo, yo como responsable de este), teníamos conciencia de que la coyuntura se había ido haciendo más difícil para abrirse a planteamientos críticos, más aún en el estilo en que los expresa el filme. Creíamos en su validez e íbamos a defenderlo sin ignorar la situación existente. Estábamos totalmente dispuestos a escuchar y que se nos escuchase ante la disyuntiva de exhibirlo o no en ese momento.

Pero las cosas fueron más allá…

Alicia… se proyectó en niveles internos de dirección del país y supimos que Julio había participado en reuniones relacionadas con ella y con el ICAIC como organismo. Por su responsabilidad estatal, no nos tuvo al tanto de esas interioridades. Nos íbamos enterando de que empezaban a circular reproducciones del filme en video doméstico. Por aquí y por allá llegaban rumores y comentarios de opiniones que se daban en proyecciones que se realizaban en viviendas o instituciones… Se empezó a crear una atmósfera soterrada, políticamente desfavorable a la película. Aquí y allá se la calificaba como hipercrítica o negativa, e incluso contrarrevolucionaria. Las circunstancias objetivas y este proceder, previo a cualquier discusión-decisión con los realizadores del filme, se mezclaban para incrementar y deformar la carga crítica real de la película y la convertían en algo explosivo, lo que favoreció, desde temprano, los brotes de desmesura contra ella. Se empezaba a desnaturalizar cualquier discusión o debate riguroso sobre el filme.

Estamos en enero de 1991.

Sí, los primeros meses de 1991. La dirección de la Revolución se estaba planteando cómo enfrentar lo que se avecinaba. Empezaba lo que terminamos llamando Período Especial y todo se anunciaba como bien incierto y difícil. Aquí estamos ante un problema, creo que algo similar pero, también, me parece, algo diferente a las polémicas de las que hemos hablado. Una película cubana que, entre enero y abril de 1991, se va considerando por sectores de la dirección de la Revolución como dañina, ni siquiera apta para un debate abierto entre revolucionarios.

Nuevamente el problema de lo que es o no es oportuno en determinadas circunstancias o, más radicalmente, de algo que se rechaza de plano por cuestiones de principios, algo con lo que no se dialoga… Lo cual nos conduce a un problema de procedimiento: ¿qué debe hacer la Dirección del país ante una película realizada por revolucionarios y que se considera, por un sector importante de esa Dirección, en un rango que va de irresponsable a negativa? (eso, para no hablar de calificativos más graves, que para nosotros resultaban inaceptables). Todo esto en los meses en que se especulaba, en una parte del mundo, sobre “la hora final de Fidel Castro” y muchos iban haciendo las maletas para regresar a La Habana desde la Florida.

En el mes de marzo, Daniel, después de una reunión que tuvimos él y yo con Armando Hart, entonces Ministro de Cultura, le entregó una carta, que firmamos los dos, en la que exponía las razones que lo llevaron a realizar el filme y su plena identificación con la película, ya como obra terminada, defendiéndola y al mismo tiempo abierto a una discusión constructiva. El día 30 de abril, Daniel volvió a escribirle a Hart. Esta vez la razón fue el incremento desmedido de la sorda campaña crítica contra la película a partir de las proyecciones informales de las que nos seguían llegando versiones y rumores. Ya en aquellos momentos, los calificativos agresivos y las interpretaciones delirantes que se manejaban contra el filme, iban haciendo imposible el que todo esto concluyera con un debate positivo.

Se dirigían a Hart como Ministro de Cultura…

Exactamente. Y dos semanas después de aquella reunión, el 13 de mayo de 1991, nos llega la noticia de que el ICAIC va a ser disuelto, por acuerdo tomado en el Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros, para fusionarlo con los Estudios de Cine y Televisión de las FAR y con el ICRT. El compañero Enrique Román, que presidía el ICRT, pasaría a dirigir la Comisión encargada de la fusión de las tres instituciones. Julio García-Espinosa cesaba en su cargo de presidente del ICAIC y pasaba a asesor del Ministro de Cultura.

Esta información la dieron Hart en el ICAIC y Carlos Aldana en el ICRT. Ya cuando Hart estuvo allí, algunos compañeros le plantearon preocupaciones y dudas en torno al hecho y al procedimiento. Yo me encontraba fuera de la ciudad esa mañana… El argumento que se manejaba para explicar la fusión era atendible: viene el Período Especial y es necesario reducir gastos, centralizar equipos, recursos de toda índole, personal calificado… Los razonamientos se podían discutir, pero eran comprensibles. Nosotros teníamos la impresión de que eso podía ser verdad, pero que no era toda la verdad, e incluso, tal vez, muy poca verdad. Pensábamos que por la forma desjerarquizada en que quedaba el ICAIC en aquel proyecto de fusión, había una pérdida de confianza en nosotros.

Entre los centros productores de cine, el ICAIC pasaba a ser uno más…

Empezamos a reunirnos aquella misma noche algunos integrantes de los tres Grupos y otros compañeros. Creo recordar que estabas tú, estaban Titón, Daniel, Fernando Pérez, Juan Carlos Tabío, Rebeca Chávez y Senel Paz, Pastor Vega… No puedo precisar más, por el tiempo. Humberto estaba filmando El siglo de las luces…

Santiago Álvarez estaba en México. Se incorporó después.

Éramos unos ocho en un primer momento y llegamos a la siguiente conclusión: no permitir que aquello sucediera sin manifestar nuestro desacuerdo y discutir la decisión tomada. Claro que nos enfrentábamos a un hecho consumado, era un acuerdo tomado por el Consejo de Ministros que había sido publicado en la prensa y en los demás medios, por lo tanto, las perspectivas de modificarlo eran remotas o ninguna.

Así fue naciendo aquella Comisión que en uno o dos días, no recuerdo con precisión, llegó a estar formada por dieciocho personas, Santiago entre ellas, efectivamente. Ahí acordamos detenerla, porque para ser productivos en las discusiones y llegar a pasos concretos, en poco tiempo, no debíamos ser más. En la Comisión estaban representadas todas las tendencias, todas las corrientes dentro del ICAIC, integrantes de los tres Grupos, realizadores de dibujo animado, asesores artísticos… Más allá de nuestras simpatías o antipatías, personales o artísticas, lo que predominaba era un sentido de pertenencia para sostener una concepción de los procedimientos y la ética, y una manera de defender una posición en la cultura artística en un momento tan difícil como el que vivía Cuba.

Y hasta la existencia misma de un organismo que había demostrado que era capaz de trabajar con rigor.

Así mismo. Por eso, en lo inmediato nos dirigimos por carta al Ministro de Cultura, pidiéndole una reunión como primer paso. A partir de ahí, comenzamos a diseñar nuestra consideración fundamental: se ha tomado una decisión que pensamos es muy discutible y en la cual el ICAIC queda injustamente devaluado.

Lo increíble, es cómo gente tan diferente logró ponerse de acuerdo. En medio de complejas discusiones redactábamos cartas y documentos firmes y unificadores y decidíamos pasos concretos por consenso. Ahora, eso no se hubiese alcanzado si no hubiera una historia llena de debates anteriores, digamos, de entrenamiento… No se puede comprender si no miras la historia de esta institución llena de virtudes y defectos, pero que si una virtud preservaba en aquel momento, era su capacidad de polemizar dentro de una unidad básica de principios.

Llegamos a un punto, varios días después del 13 de mayo, en que frontalmente, un dirigente de la Revolución de aquel momento, me dijo que lo que de manera particular le preocupaba a él no era Alicia… sino la tendencia dominante que existía en el ICAIC…

Pero esa era una tendencia que venía de atrás.

Claro, y él fue sincero, frontal y bastante claro dentro del marco de una conversación. A los argumentos iniciales de la fusión se añadía, con más fuerza, la carga de la actitud contra Alicia… y hacia lo que se calificaba como “tendencia”.

Aquí estábamos tocando ya el pollo del arroz con pollo. La tendencia no era Alicia… solamente; la tendencia podía ser también Plaff, podía ser Papeles secundarios u otras películas anteriores. Lo que hizo Alicia… fue ponerle la tapa al pomo porque, además, se había terminado cuando estaba comenzando un período dificilísimo para el país, de incertidumbre y sobrevivencia.

Yo también, como hicieron otros, trataba de meterme en la piel de los que pensaban distinto a mí. La única manera de lograr un diálogo constructivo y defender nuestra posición era tratar de comprender la lógica de los que habían tomado aquella decisión. No estábamos en las nubes, no éramos ajenos por sensibilidad y onciencia a lo que se nos venía encima. Esto sucedió en mayo-junio, y en agosto fue el golpe de Estado a Gorbachov en la URSS, se acaba el PCUS, Yeltsin toma el poder, en fin, el desastre escalonado… De hecho, una de las reuniones de la Comisión de los 18, en el Comité Central (tú te acordarás), se suspendió porque fue el momento del intento de derrocar a Gorbachov, un fracaso que recuerdo como algo ridículo. Yeltsin y sus seguidores manipularon la situación y él se convirtió en el líder de lo que iba a desembocar en la desaparición de la URSS.

O sea, que se estaba discutiendo una película al mismo tiempo que se estaba acabando un mundo. Recuerdo que yo iba, todos los días, de mi casa en el municipio Playa, al ICAIC, y al entrar en el municipio Plaza había una valla, en el puente de la Calle 23, que decía: “2El futuro pertenece por entero al socialismo”. Yo me formé políticamente en una etapa en que 81 partidos comunistas de varios países, reunidos en Moscú, en 1960, proclamaron lo que esa valla sintetizaba: vivimos en la época de transición del capitalismo al socialismo. Pero dolorosamente no era cierto. Lo verdadero era que estábamos viviendo una situación que nos obligaba a un replanteo radical, sin abandonar las posiciones de principio. Sigo creyendo que el socialismo será el futuro, pero hay que replantearse y repensar muchas cosas para hacerlo realidad. Esa época de transición va a demorar más de lo que yo, y muchos como yo, nos imaginábamos.

Existe en la actualidad el proyecto de un socialismo del siglo XXI que no existía en nuestra época y al que tenemos que darle un voto de confianza… Manolo, esa Comisión de los 18 que se creó para responder a esta situación, fue un grupo, como ya decías, muy dinámico, muy activo, y vivimos una experiencia muy gratificante que fue la que reencauzó nuestra discusión y nuestra propia actitud. Estábamos de acuerdo con los motivos de la posible fusión de los organismos (un país en Período Especial no se podía dar el lujo de mantener tres instituciones productoras de cine), pero no estábamos de acuerdo con que no fuera el ICAIC quien dirigiera el nuevo organismo fusionado. Debía ser el ICAIC por su trayectoria y experiencia. Y el otro aspecto que tocamos, si mal no recuerdo, fue que, para dirigir este nuevo organismo creado por aquellos tres afluentes y dirigido por el ICAIC, debía venir una persona que gozara de nuestra confianza. En qué sentido esto último: en el sentido de que tenía que ser una persona de la cultura, que tuviera conocimiento de la trayectoria del ICAIC y del cine cubano y que fuera capaz de proyectarse hacia el futuro con la seguridad que nosotros esperábamos. Y un día en que estábamos reunidos los dieciocho —el soviet en pleno—, tocaron a la puerta. Y cuando abrimos, vimos que quien estaba tocando y pidiendo que se le permitiera entrar, era Alfredo Guevara. ¿Qué fue exactamente lo que sucedió?

Yo lo recuerdo de la siguiente manera. Mientras se desarrollaba nuestra protesta, desacuerdos y diálogos con Armando Hart, se toma la decisión de estrenar Alicia… en los cines del país. La información de la disolución se había dado el 13 de mayo y el estreno fue el 13 de junio. Pero nos enteramos informalmente que se exhibiría la película acompañada de una movilización, hacia los cines, de los militantes del Partido. Algo excepcional, que desnaturalizaba aún más la relación del público con el filme; un dato más para complicar los argumentos iniciales de disolución y fusión, y un hecho adicional para enrarecer aún más el diálogo. Todo se iba poniendo cada vez más difícil.

Por la manera en que se desarrollaban los acontecimientos, era evidente que existían, frente a nosotros, por lo menos, dos actitudes diferentes. Los que estaban por dialogar y los que consideraban que con nosotros no había nada que hablar.

La movilización de militantes para cuidar el estreno —de jueves a domingo en los cines de La Habana y el fin de semana en las capitales de provincia— puso al rojo vivo la situación. Nosotros habíamos planteado en más de una reunión que considerábamos que Alicia… debía estrenarse normalmente, ser criticada o celebrada como cualquier película, por críticos y por el público, no convertirla en un “caso”. Pero la desmesura se había entronizado en todo el asunto y estaba en plena espiral. La movilización de militantes coincidió con una reunión del Consejo Nacional de la UNEAC que se pronunció críticamente contra la movilización, considerando que no procedía de ninguna manera esa actitud hacia la película.

Yo fui con mi esposa por algunos de los cines de La Habana donde se exhibía, porque quería ver lo que estaba pasando. Llegamos al cine Ambassador y nos encontramos con una cola esencialmente de hombres, muy pocas mujeres, esperando para entrar a la siguiente función, porque la sala estaba llena. Había una situación especial en los cines; en cada uno se había instalado como un puesto de mando. Fui hacia la puerta de entrada, ya que tenía un pase histórico, y me encuentro con una portera, que no era la habitual, que me informa: “No, ese pase no vale hoy”. Le respondo que no pretendía sentarme a ver la película, que solo quería pasar a la sala y observar un rato la reacción del público. Ella me repite que el pase no valía ese día y agrega: “En relación con el público, yo le puedo decir lo que ellos piensan: la película no le gusta a nadie”. Mi esposa no se pudo controlar y le dice que eso no es verdad. La mujer se levanta y le responde: “¿Usted me está llamando mentirosa?”. Aquello amenazaba complicarse en demasía, en pocos segundos, en la puerta de un cine, y ese no era mi objetivo, y decidí irme de allí… con la presión un poco más alta, como es natural.

En medio de la tensión de ese peculiar estreno, es que los dieciocho decidimos escribirle directamente a Fidel, poner en su conocimiento de manera directa nuestro punto de vista y pedirle su intervención. Santiago Álvarez llevó la carta al Consejo de Estado. Al día siguiente nos contesta Fidel diciéndonos que inmediatamente después de concluidos los días de exhibición, se crearía una Comisión, al más alto nivel del Estado, que dialogaría con los dieciocho firmantes de la carta, sobre las incidencias ocurridas (esta fue la Comisión presidida por Carlos Rafael Rodríguez e integrada por Carlos Aldana y Alfredo Guevara).

También por aquellos días nos enteramos de que la dirección de la Revolución había mandado a buscar a Alfredo Guevara, que estaba de Embajador de Cuba en la UNESCO, en París. Él llegó a La Habana después que Alicia… ya había terminado el ciclo de proyecciones planificadas. Como bien recuerdas, un lunes por la tarde se presentó en el salón donde nos reuníamos los dieciocho. Antes ya había conversado con Fidel, e imagino que también con otros dirigentes, y estaba informado de lo medular que había sucedido y el punto en que se encontraba la situación. Nos dijo que había venido con la misión de tratar de ayudar a superar las dificultades que se estaban produciendo en el diálogo. Todos estábamos de acuerdo en que no había mejor interlocutor para que el debate fuera fructífero. Pero, históricamente, como parte de la vida interna del ICAIC, se habían dado muchos diferendos entre Titón y Alfredo, y las relaciones habían quedado lastimadas en el período en que este último pasó a ser Embajador en la UNESCO.

Alfredo planteó que aquel proceso no se podía llevar a feliz término si él y Titón, que estaba presente, no resolvían sus discrepancias. Y, de una manera ejemplar, tanto Alfredo como Titón dejaron a un lado los asuntos y enfoques que los distanciaban y sellaron una unidad, como compañeros, ante la situación que se enfrentaba. Fue un momento de grandeza por parte de ambos. Estaremos de acuerdo, tú y yo, que en aquella experiencia salió lo mejor de nosotros mismos. En sus pocos meses de vida, se mostró cómo las pequeñeces se fueron al diablo y primó entre nosotros la idea de la unidad para defender aquel proyecto, que era cinematográfico, que era cultural y que, a la larga (y esta es una conclusión a la que yo he llegado con los años), era un proyecto de vida, una manera de ver las cosas y de actuar sobre ellas. Después de todo un proceso fructífero, de discusiones y análisis, no hubo tal fusión y el ICAIC siguió existiendo. Claro, la vida ha dado también otros golpes, pero esa es ya otra historia.

A eso era a lo que le llamabas la unidad en la diversidad, que es en este caso una unidad no estática, sino dinámica. ¿Por qué? Porque es una unidad que se proyecta hacia el futuro, hacia tareas, hacia metas que uno mismo se impone y por las que vale la pena luchar.

Y estamos hablando de una forma de la unidad que es altamente riesgosa y que es, al mismo tiempo, imprescindible.

(Del libro Por la izquierda. Dieciséis testimonios a Contrarriente. Tomo III. Selección y prólogo: Julio César Guanche y Ailynn Torres Santana. Ediciones ICAIC, 2013)

Tomado de: Cubacine

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A cada generación hay que contarle la historia (+Video)

Parte del colectivo de realización de Marcas en la filmación de un programa

Por Ana María Domínguez Cruz

¿Cómo transmitir conocimiento y cultura humanista a partir del análisis del pensamiento de la historia? ¿Cómo convertir la historia no en un hecho arqueológico sino en una plataforma de futuro? En busca de las respuestas a estas y otras interrogantes, el historiador Ernesto Limia Díaz concibió hace tres años un proyecto devenido ya programa televisivo, que iniciará sus transmisiones este domingo 9 de mayo, a las seis de la tarde.

«En Marcas tendremos el espacio ideal, no solo para exhibir documentales de corte histórico sino también para ver la historia desde su dimensión cultural; muy asociada al arte, a la literatura, al pensamiento», explica el también vicepresidente primero de la Asociación de Escritores de la Uneac.

«Será entonces igualmente el espacio para escuchar a críticos de arte sobre obras pictóricas o escultóricas valiosas relacionadas con determinados acontecimientos, a escritores que nos comenten libros cuya lectura es necesaria para comprenderlos… No dedicaremos tanto a la historia política o económica como del arte, del deporte, de la ciencia, a través de filmografías cubanas y extranjeras.

«Con la asesoría de Octavio Fraga, Marcas es un programa dirigido a una audiencia general, pero nos interesa especialmente tener como público meta a los jóvenes, porque a cada generación hay que contarle la historia, y para hacerlo, debemos conocer sus códigos».

Limia Díaz adelanta que el equipo de trabajo es muy valioso, en tanto reúne a profesionales de distintas edades en sus roles de ilustradores, caricaturistas, animadores visuales, camarógrafos, asistente de dirección, sonidista y productores, quienes comprenden la importancia de contribuir a forjar una narrativa contemporánea que ayude a las nuevas generaciones a sentir profundamente la historia.

«Diseñamos varias secciones en el programa, a través de las cuales conoceremos anécdotas, libros, obras de arte, poemas, canciones… vinculadas a algún suceso histórico en específico, y que aportan también a su comprensión e interpretación. El apoyo visual es esencial y por ello los reconocidos caricaturistas Lázaro Miranda (LAZ) y Michel Moro aportan su talento.

«Es básicamente un intercambio, basado en las coincidencias, así como en las contradicciones que podemos detectar en la obra documental que exhibiremos, desde el punto de vista historiográfico, para generar inquietudes en los espectadores.

«Recuerdo que una de las obsesiones de Fernando Martínez Heredia, intelectual ya fallecido, era hacer algo para evitar que algunos jóvenes perdieran el orgullo de ser cubanos, por eso nos interesa contribuir a entender Cuba, verla en el universo y comprender lo valioso que es este país en el que vivimos.

«Justamente, considero que la obsesión de cada pensador social debe ser la de intercambiar con su gente y sobre todo, con los jóvenes. No hacemos nada con desarrollar las ciencias humanísticas si no llegan a ellos, si no podemos «atrapar» a los ciudadanos de a pie, que sientan que cada desafío de la vida tiene raíces en nuestra historia».

Complicidades

El realizador audiovisual Pablo Massip, también graduado de Historia y Ciencias Sociales, asume el rol de codirector, «porque a Limia me une la amistad y el interés común de proponer polémicas en torno a hechos reales sucedidos en diferentes épocas».

Le interesa además, como artista, la documentalística, y pondera el hecho de que Marcas exhiba productos de este género con carácter histórico, precisamente porque las diversas maneras en que se cuenta la historia contribuyen a ampliar nuestra mirada sobre nosotros mismos.

«Introdujimos en la realización de un clásico programa televisivo los códigos propios de la actualidad, signada por el auge de los medios digitales. Ello acompañará la intención de Limia, como guionista y conductor, y como historiador, que guiará a los espectadores en el sendero de las interrogantes suscitadas a partir del documental seleccionado para las diferentes emisiones».

Cada proyecto supone un reto, un aprendizaje, un deseo de crecer. «Siempre se genera una búsqueda, y si no concuerdo con el punto de vista de Limia, me corresponde conectarme con él para lograr la obra, que es lo que nos une en definitiva».

El actor Jorge Enrique Caballero está feliz de pertenecer al proyecto. «Considero que es necesario en la televisión un programa como este, y para mí ha sido un reto porque debo asumir varios roles y ello me ofrece la posibilidad de explorarme desde la narración oral, la locución, la investigación, el periodismo, la actuación…».

Canal Caribe, RTV Comercial, la Universidad de Ciencias Informáticas y los Estudios Trimagen apoyan esta iniciativa para que, con una frecuencia semanal, y durante dos horas, Marcas nos acerque a la historia de una manera diferente.

El primer programa presentará el documental Markak, del vasco Hannot Mintegia, que aborda el genocidio cometido por los fascistas en la ciudad de Guernica y nos invita a una reflexión filosófica sobre la memoria histórica, revela Limia Díaz.

«Cuando nosotros logramos conversar y enamorar al que nos escucha, todos crecemos y se construye mejor el futuro. El arte legitima la política, me dijo Eusebio Leal alguna vez, y me atrevo a decir que el arte legitima los sueños, y no es posible construir una nación sin sueños».

El documental Markak, del vasco Hannot Mintegia, será la primera propuesta de Marcas.

Tomado de: Juventud Rebelde

Tráiler del filme Markak, del cineasta vasco Hannot Mintegia

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Polémicas del cine y la Revolución en Cuba (Parte II)

Manuel Pérez Paredes. Premio Nacional de Cine 2013

Por Ambrosio Fornet

Y nacionalmente estaban ocurriendo cosas importantes también, como el ciclón Flora.

Sí, ese es un dato adicional que se puede incorporar al análisis de aquel contexto y que no ha sido valorado. Pero regreso por un instante a 1961 para hacerte una asociación con este momento del huracán Flora. Cuando los realizadores y promotores de P.M. le presentaron a Alfredo la película, para exhibirla en una sala de cine, luego de haberla transmitido por la televisión, habían transcurrido treinta días de la invasión de Playa Girón. Yo puedo pensar, desde la lógica que los movió a actuar, que fueron inoportunos, que aquella no era la circunstancia adecuada para su plan, pues aquel era un momento nacional que podemos calificar de marchas y de himnos. Después de Girón podía ocurrir la invasión directa norteamericana, y la Base Naval de Guantánamo era una zona de altísimo voltaje para la provocación en aquellas semanas.

Pero lo que sucedió con el Flora sí que no estaba previsto. La dulce vida se estrena el 23 de septiembre de 1963, cuando nadie podía imaginar el cruce del huracán por nuestro territorio.

El filme de Fellini era una de las diecinueve películas que ese año se estrenaron procedentes de países capitalistas, hecho que respondía a una política de amplitud y diversidad del ICAIC en su programación. Esa diversidad y amplitud no era la que sostenía Blas como dirigente político, ni otras corrientes de pensamiento que consideraban que el país tenía que estar acerado en su condición de fortaleza sitiada y no debía darle espacio a un debate con ideas y ejemplos como los que transmitían Buñuel en El ángel exterminador, Lautaro Morúa con Alias Gardelito, Pasolini con Accatone o Fellini con La dulce vida. Hoy puede parecer ridículo todo esto que estamos hablando, pero en aquellas circunstancias no lo era.

Ahora, el 3 o 4 de octubre, entra el Flora al país, hace aquel lazo dentro del territorio entre Oriente y Camagüey, y mueren mil y tantas personas en pocos días. Añádele las decenas de miles de viviendas que desaparecieron y la destrucción generalizada en todos los órdenes, en fin: un desastre natural como nunca hemos tenido. El gobierno trasladó su sede para Bayamo (Fidel estuvo allí y en buena parte de las zonas afectadas). Las imágenes registradas eran terribles, espantosas, son las imágenes que hicieron posible que Santiago Álvarez realizara Ciclón, su primer gran documental.

Hubo tres días de luto nacional. Terminado el luto, la vida volvió a la normalidad, y junto con esta, regresó La dulce vida a los cines. Y aquellos que estaban en contra de la política de amplitud y diversidad descolonizadora del ICAIC, porque la consideraban contraproducente con sus ideas acerca de las necesidades e intereses de la Revolución, se percataron de la presencia de ese factor adicional, que les cayó del cielo, y les favorecía para el debate. La exhibición de la película resultaba accidentalmente oportuna para sus puntos de vista. Estamos hablando del mes de octubre y la polémica comienza el 12 de diciembre.

No tengo duda en darle al Flora su cuota de contribución al momento en que se inició la polémica sobre la política de exhibición del ICAIC. Blas, en uno de sus artículos de respuesta a Alfredo, recordó los efectos del huracán y puso en boca de Fidel comentarios sobre el heroísmo de los hombres que se enfrentaron al huracán sin la presencia de escritores que narraran artísticamente el suceso. Era algo que venía gestándose, preparándose, y el momento y el lugar lo decidiría la coyuntura política. La carta a la sección “Aclaraciones”, de Severino Puentes, fue la chispa. Él era un actor de la televisión de la época, que terminó marchándose del país, pero que en aquel momento estaba muy preocupado porque consideraba dañinas aquellas películas, no educativas, en particular para los jóvenes a los cuales, según su opinión, podían desviar.

Hay otro aspecto que uno se pregunta: ¿por qué esa polémica no tuvo lugar en el interior de la dirección de la Revolución y estalló públicamente, en la prensa, y durante un par de semanas? Incluso tú y yo recordamos, y los que la hayan leído recordarán también, que fue creciendo en aspereza, y progresivamente se decían cosas durísimas.

Es evidente que ese debate no se reducía, o terminó no reduciéndose, a qué películas debe ver nuestro público y en especial nuestros jóvenes. Lo que terminó revelándose como esencial fue: ¿Qué sociedad socialista queremos crear? ¿Cómo se contribuye a formar, espiritualmente, a personas que aspiramos más completas, cultas y revolucionarias para edificar una sociedad más justa? ¿Creemos sinceramente que no debe haber espacio en las pantallas de los cines para La dulce vida, Accatone o películas de ese tipo, porque dañan, deforman, desvían a la juventud de los objetivos que el socialismo, y en particular el cubano, en sus condiciones peculiares, exige, necesita? ¿O, por el contrario, es preciso evitar que el futuro hombre socialista se convierta en alguien que se forma con los parámetros de una infancia permanente, vacunado contra las dudas y la complejidad de la vida, apoyado en la seguridad que dan las verdades cerradas de los manuales que, como escuché recientemente decir a un amigo, es una seguridad superficial y, por tanto, falsamente formadora de un hombre más pleno?

Hoy, Ambrosio, hablando de este tema en 2010, no hay que extenderse mucho más, sabemos a quién la vida le dio la razón.

Tú en algún momento me hablaste, y quiero a propósito recordártelo, de una experiencia que tuviste en un viaje al mundo socialista europeo. En ese viaje se te acercó alguien, creo que un soviético, y te preguntó: “¿Ustedes piensan seguir haciendo películas como Memorias del subdesarrollo?”

Sí, como no. Y aquí retrocedo hasta 1968 porque, en el fondo, estos debates no han terminado, no terminan, pasan a un segundo plano, se repliegan, pero se mantienen como cuentas pendientes y se retoman en el momento en que cada una de las partes considera más oportuno traerlo nuevamente al ruedo, a veces por algo que sucede inesperadamente y lo reactiva. Las raíces de estas divergencias están en la realidad del mundo en que vivimos y en la actitud que se tiene ante ella. Tenemos para rato mientras no se modifiquen sustancialmente, entre nosotros, muchas cosas, desde el punto de vista objetivo y subjetivo.

En 1968 (cinco años después de los sucesos a los cuales me refería hace unos instantes), un año que también se las trae por la complejidad y alcance de sus acontecimientos nacionales e internacionales, Memorias… se presentó en competencia en el Festival de Karlovy Vary, Checoslovaquia; creo que fue en julio. Este fue, si no me equivoco, el primer evento internacional al que asistió el filme.

Ahora, y haciendo un paréntesis que considero necesario, Memorias… no fue, desde el momento de su estreno, el suceso cinematográfico en que se convirtió después, con el paso del tiempo y las circunstancias. Cuando ocurrió el “Mayo del 68” en Europa, según recuerdo, Pineda Barnet, Titón y Julio, estuvieron ese verano en el Festival de Pesaro (Italia); ellos vivieron y nos contaron, la atmósfera europea, post mortem, del Che, las protestas por la guerra de Vietnam, la repercusión de la guerrilla en nuestro continente, la lucha de los negros norteamericanos por sus derechos, y las protestas específicas de la juventud europea. Todo mezclado. O sea, la atmósfera de un mundo que parecía iba a cambiar en más o menos corto tiempo. En ese contexto, una película como Memorias… no fue adecuadamente valorada. Incluso, en algunos lugares, encontró críticas adversas, fuertes. Ese personaje pequeñoburgués, que está juzgándolo todo pero no participa en nada, no era atractivo para un sector del público involucrado emocionalmente en aquel clima político.

Pero fue en Checoslovaquia, en aquel festival, donde la película se evaluó, por primera vez, con una luz más larga. Pienso que el público checo, más los asistentes al evento en aquel momento, julio de 1968, estaban en mejores condiciones de juzgar el alcance de una película que venía de una realidad como la nuestra. Allí fue bien reconocida por la crítica y por el público que la vio.

Hay que tener presente que es el conflicto de un hombre que duda y marca distancia, porque ellos estaban en un proceso similar al del personaje de Memorias…

Y estaban viviendo una conmoción interna que se conoció como “La Primavera de Praga”, que los hacía más sensibles a lo que estaba expresando Titón en esa película. De ahí que el filme haya sido tan importante en el evento. Creo, incluso, que fue la más premiada, compartiendo con otra película que no recuerdo. Eso ocurrió en julio, pero en agosto entra el pacto de Varsovia en Checoslovaquia.

En el mes de octubre tuve que viajar a la URSS como parte de una delegación del CNC, delegación compuesta mayormente por músicos, pero en la que iba una muestra de cine cubano, específicamente Las aventuras de Juan Quin Quín, de la cual yo había sido director asistente. Julio no podía ir. Yo era el único representante del ICAIC en esa delegación que recorrería distintas repúblicas de la URSS. Y estando en Moscú, un día se me acerca un señor mayor para hablar conmigo. No recuerdo cómo entró en el tema, pero en un momento dado, me dispara a boca de jarro: “¿Y en el ICAIC van a seguir haciendo películas como Memorias del subdesarrollo? ¿Van a seguir exhibiendo películas como El caso Morgan?”. Esta última es una película inglesa, dirigida por Karel Reisz, escrita por David Mercer y protagonizada por Vanessa Redgrave. La peculiaridad está en que Mercer es trotskista, y seguramente con una lupa bien deformada desde un punto de vista ideológico, él estaba en una lista negra. Y este señor que se me acercó, que evidentemente debe haber visto Memorias… en el festival, no solo me estaba preguntando por la película, sino también por la política de exhibición en Cuba, que era monitoreada. El caso Morgan es un filme que fue bien recibido por la crítica, pero no exactamente muy bien recibido por el público.

Entonces, Manolo, el hecho de que ese señor se haya acercado a preguntarte sobre las películas, nos da la medida de la forma de actuar de los funcionarios del cine soviético.

Y que el ICAIC era un organismo visto con una cierta cuota de desconfianza, de sospecha, ya que, supuestamente, no era del todo consecuente con las maneras en que se debía encarar la lucha ideológica en esos años. Pero yo tengo otros ejemplos además de este.

En ese mismo viaje en que converso con este funcionario del aparato del PCUS, asistí a la proyección de Las aventuras de Juan Quin Quín. Como asistente de dirección de la película, me la conozco perfectamente, y mientras la estoy viendo, me doy cuenta de que, en un momento dado, hay un salto de rollo, o sea, que han cambiado equivocadamente las bobinas. Le pido a la traductora que me lleve a la cabina y una vez allí, me aclara el proyeccionista que todo está correcto y que no ha habido ningún error. ¿Y qué descubro? Que al comprar la película, los soviéticos decidieron reeditarla. Entonces, una película en la que Julio juega con el tiempo de diversas maneras, lo mismo hacia atrás que hacia adelante, ellos consideraron que era más correcto hacerla cronológica para proyectársela al público soviético: se adjudicaron el derecho de hacer esa reedición por encima de Julio. Yo, lógicamente, me quedé estupefacto, sin nada que decir hasta llegar a La Habana y contárselo a Julio y a Alfredo, para que se procediera de la manera que entendieran.

El hábito de la censura: “Esta película tiene que ser como yo quiero que sea y no como tú la hiciste”.

Claro, y esta experiencia se convirtió en el colofón de la conversación con el funcionario.

Manolo, estamos hablando de 1968, más o menos. Pero demos un pequeño salto y caigamos nuevamente en la Isla, porque tres años después se desarrolló el Congreso de Educación y Cultura, que en un primer momento había sido Congreso de Educación y sobre la marcha se le agregó lo de la cultura, y tú desempeñaste un papel ahí, tú estuviste involucrado en él.

Te cuento la manera en que fui involucrado. El Congreso, como bien dices, fue en un primer momento de educación, pero pidieron la participación del ICAIC con ponencias en las cuales se abordara el papel del cine como medio que complementa y enriquece la labor del Ministerio de Educación, por lo que alguien del ICAIC debía estar en la comisión que, dentro del Congreso, abordaría el papel de los medios masivos de comunicación. Alfredo me encargó esa tarea y redacté la primera versión de la ponencia oficial. Escribí toda la parte que tenía que ver con la política de exhibición y Julio lo referente a la producción nacional. Finalmente, Alfredo le hizo una revisión de ajuste para presentarla en el Congreso.

Ahora, ese evento es un hecho de nuestra historia cultural del período revolucionario sobre el que se ha escrito y se seguirá escribiendo, principalmente por sus consecuencias negativas para la Revolución, en el campo de la cultura artística. En aquel momento, estuvo asociado al llamado Caso Padilla y lo que lo rodeó, autocrítica en la UNEAC incluida, pues los dos acontecimientos se hicieron coincidir en el tiempo. Posteriormente, en algunos organismos culturales, se produjo la interpretación y aplicación funesta de sus acuerdos, contenidos en la declaración final. Al respecto, se ha escrito bastante en los últimos tiempos al hacer el balance crítico de lo que tú bautizaste como “el Quinquenio Gris”.

Yo empecé a trabajar en la organización del Congreso el 20 de marzo, en la comisión que abordaría el papel de la influencia del medio social en la educación, en particular, los llamados medios masivos de comunicación. Ese día, o por aquellos días, me enteré que Padilla había sido detenido. En algún momento del mes de abril, nos informaron que iba a ser también un congreso de cultura, extensión que alcanzaría el ámbito de las manifestaciones artísticas. La comisión en la que yo estaba, creció en importancia y volumen de trabajo, y se dividió en dos, que finalmente fueron la 6A y la 6B. Yo quedé en esta última, en la cual el papel del cine sería objeto de análisis.

Pero la composición de los que iban a participar, y participaron en el Congreso, no se modificó porque se le añadiera la palabra “cultural”. Siguió siendo, predominantemente, un evento del mundo educacional. Un alto por ciento de delegados e invitados eran profesores, pedagogos, cuadros especializados, y dirigentes del Ministerio de Educación y de las organizaciones políticas y de masas que atendían ese frente. No tengo datos en este momento, pero era menos que mínima la presencia de delegados del sector artístico. Hubo algunos invitados del mundo de las artes o la literatura, principalmente cuando eran creadores que también tenían algunas responsabilidades en organismos culturales.

Este Congreso es otro acontecimiento que hay que estudiar con profundidad en su relación con las circunstancias que estaba viviendo la Revolución, tanto a nivel nacional como internacional. Había terminado el año setenta con un revés emblemático: el de la Zafra de los Diez Millones que se había quedado en ocho millones y medio. Pero no era el millón y medio de toneladas que había faltado por producir, el que nos hacía perdedores. Dada la manera en que se había convertido en un objetivo de la nación, de todos los revolucionarios, ese incumplimiento era de fuerte repercusión psicológica y simbólica. Ahí está el discurso de Fidel, ese 26 de julio de 1970, encarando el problema.

Pero lo que se nos había puesto en crisis, evidente y total, era un modelo autónomo de construcción económica socialista, que no había dado pie con bola, que había fracasado. No puedo ir más lejos por carecer de conocimientos serios de economía de lo que fue todo el quinquenio 1965-1970, pero creo que he expresado sintéticamente cómo sucedió todo. Al entrar en 1971, se impone la necesidad de ir por caminos que podemos llamar trillados, sobre los que se tenían numerosas dudas o reservas por algunos dirigentes revolucionarios; sin embargo, para otros, eran los que garantizaban un margen de seguridad y de estabilidad para recuperarnos y seguir adelante. Íbamos a entrar de lleno en el camino del CAME socialista, como se fue produciendo a lo largo del primer lustro de la década del setenta. En medio de esta situación, no podría ser de otro modo, nos encontramos, una vez más, con la política norteamericana de aprovechar cualquier fracaso, torpeza, o lo que sea, de nuestra parte, para ganar el terreno en su objetivo irrenunciable. La Guerra Fría se manifestaba, en aquellos momentos, con particular intensidad en el campo de la ideología y su expresión en las ciencias sociales y en la cultura artística. Nuestra situación interna les creaba condiciones para su accionar.

Antes, habíamos recordado 1968. Ese año, en octubre, los premios UNEAC de poesía (Fuera del juego, de Heberto Padilla) y teatro (Los siete contra Tebas, de Antón Arrufat), abrieron un debate que desbordó las obras mencionadas y sembró distancia y desconfianza. Un poco antes, nuestra posición apoyando, con objeciones y preguntas críticas, pero apoyando, la entrada del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia, es otro acontecimiento cuya resonancia no se puede ignorar, como antecedente, si queremos ser serios en las raíces del Congreso de 1971. Repercutió de variadas formas en nuestras relaciones con el exterior y también en el plano interno. La dirección de la Revolución se vio en la necesidad de tensarse frente al desacuerdo, la incomprensión o la ruptura de aliados o compañeros que ya no lo serían tanto; también hubo farsantes que se desenmascararon en aquellos momentos. En todo aquello se combinaba honestidad y confusión, pero también deshonestidad, y claudicación.

Descubrir a Humberto Carrillo Colón, agregado de prensa y cultura de la embajada de México en Cuba, trabajando directamente para la CIA, en 1969, en nuestros medios intelectuales, fue otro de los tantos aportes de la época al endurecimiento defensivo de la Revolución.

Al decidir defenderse de campañas externas y de expresiones internas que consideraba inconsecuentes con la etapa difícil que atravesaba, la Revolución ejercía su derecho incuestionable; pero los que tuvieron la responsabilidad de hacerlo efectivo dentro del Congreso, en el específico debate de la cultura artística, lo hicieron de una manera lamentable y, a la larga, perjudicial para el proceso revolucionario.

No hay duda de que la situación que hemos vivido en Cuba, hasta el momento, ha exigido un permanente sentido de responsabilidad entre los que se consideran revolucionarios en el sector de la cultura artística. Poco o ningún espacio parece existir para lo que sea, se aproxime o se interprete como frivolidad o ligereza, cuando de política se trata. Incluso algo tan serio como el humor o la sátira pasan a ser expresiones delicadísimas, tanto como necesarias, a la hora de abordar la realidad.

Pero hay que extremar la atención y la lucha contra la ignorancia con poder, vestida de intransigencia militante, que hemos tenido, con relevo y todo, a lo largo de estos años. Si estamos de acuerdo con que el diversionismo existe y es un arma sutil de los enemigos de la Revolución, cada vez más afinada y refinada, por el desarrollo de la tecnología y la experiencia que han acumulado, tenemos que reconocer también que es peligrosísimo que revolucionarios incompetentes, y a veces simuladores de revolucionarios, asuman responsabilidades o alcancen posiciones desde las cuales sean los encargados de enfrentar dicho diversionismo. No basta una proclamada, real o amplificada fidelidad y amor a la Revolución, para elaborar o interpretar políticas en el frente de la ideología y en el campo de la cultura. El daño que pueden hacer, y a veces han hecho, es enorme. Errores en la selección de cuadros en este frente se pagan caros y por largo tiempo.

Me he alejado bastante de tu pregunta específica del Congreso porque me ha motivado una reflexión que me disgregó hasta el presente. Regreso de nuevo a 1971, a la Comisión 6B, que es de la que puedo hablar, y, en particular, a lo que en ella tuvo que ver con el ICAIC.

Aquí se discutió nuevamente la política de exhibición de cine extranjero, por el ICAIC, en los cines del país, porque las críticas a la producción nacional no se produjeron. Lo que se pedía era más películas patrióticas, más películas educativas. O sea, que se pedía más, pero no se censuraba lo que se había hecho. Sin embargo, existía un conjunto de ponencias, enviadas por profesores de secundaria básica y preuniversitario de diferentes provincias, en las que se preocupaban del daño que estaban haciendo las películas que se exhibían en Cuba y que venían del área capitalista occidental. O sea, que se estaba disparando contra el cine que el ICAIC compraba, fundamentalmente en Europa, aunque ya se estaban consiguiendo algunas películas norteamericanas, burlando el bloqueo, y también cine latinoamericano.

Pero, de manera general, había entre los pedagogos una preocupación sobre un tipo de cine que, en su opinión, estaba echando a perder el trabajo que ellos llevaban adelante en los centros de enseñanza. Debo decirte que yo leí ponencias que consideré honestas; era la ignorancia honesta, pero también estaban otras en las que se advertía el ataque político que se estaba aprovechando de la coyuntura.

Aquí me desvío otro momento para decirte que antes de la discusión sobre el ICAIC, en otras sesiones, se arremetió con vehemencia, de forma francamente repudiable, contra algunos compañeros o áreas del trabajo cultural. Recuerdo un pase de cuentas realizado por cuadros culturales de la UJC de aquel momento, que la emprendieron duramente contra el equipo de trabajo que había llevado adelante El Caimán Barbudo, en su primera etapa (1966- 1967). Estos ataques eran escuchados por delegados e invitados del mundo de la educación, que no se encontraban en condiciones de formarse un criterio sobre lo que se les decía. Era darle un voto de confianza a aquellos que, desde la tribuna, representaban a la Revolución, sin la presencia allí, para defenderse, polemizar o lo que fuese, de los criticados, que en algunos casos llegaron a ser acusados casi de contrarrevolucionarios.

Que se extendían a otras zonas, porque no era solo con el cine. También recuerdo las serias críticas que se le hizo a la labor editorial en las ediciones de teatro del Instituto Cubano del Libro (ICL). Eso se extendía…

Sí, sí. Ahí iba desde la música que se pasaba por las emisoras de radio y televisión, hasta el cine. Hay que tener presente que el ICAIC tenía bajo su protección al Grupo de Experimentación Sonora, en el que estaban Silvio Rodríguez, Noel Nicola, Pablo Milanés y otros, con Leo al frente desde 1968. Eso es algo que debe recordarse bien. Esta fue una estrategia impulsada por el ICAIC para proteger una corriente importante del desarrollo de la música cubana. Incluso, antes del Congreso, hubo un congresillo (reuniones previas de los organizadores del Congreso), donde se discutieron fuertemente estos temas, y entre los dirigentes de la Revolución hallamos nuevamente criterios encontrados en torno a cómo enfrentar la lucha ideológica en el campo de las manifestaciones de la cultura artística. Yo no participé en el congresillo, pero supe que Alfredo tuvo una intervención muy exhaustiva abordando con profundidad la diversidad de las raíces históricas de la cultura nacional. Sus palabras eran escuchadas por un grupo de compañeros con responsabilidades intermedias como cuadros del Partido, el gobierno y las organizaciones de masas. Pero parece que la complejidad de su exposición desbordaba el conocimiento de una parte de los oyentes, y, en un momento, el compañero Belarmino Castilla, que formaba parte de la mesa de dirección, lo interrumpió para discrepar de su intervención.

Las palabras de Belarmino provocaron una reacción de aplausos por una parte de los asistentes, identificados con su punto de vista. Fidel participaba en el congresillo, en ese momento, y dicen que reaccionó deteniendo los aplausos con un: “Belarmino no ha comprendido a Alfredo”.

Eso te da la medida del conflicto interno del debate que se estaba produciendo en 1971, momento en que se iba a realizar un cambio importante en el país, tanto en el campo económico como en el ideológico. Por eso, la noche en que se discutió la ponencia del ICAIC (Raúl Roa era el que presidía la reunión), la temperatura estaba altísima. Aquella discusión arrancó muy mal porque, inmediatamente que se terminó de leer la ponencia, se levantó un compañero del Comité Nacional de la UJC, que la impugnó haciendo preguntas; ese tipo de preguntas que traen consigo una crítica velada, porque lo que estábamos defendiendo era la diversificación: descolonizar en el mundo de hoy, a través del cine, es hacer que las personas vean el mejor cine posible con los recursos que tiene el Estado cubano. Eso es lo que permite que los espectadores vean cine japonés (el cine de samuráis se atacaba en las ponencias, aun cuando fuese de Kurosawa), y cine de todas las nacionalidades.

Pero a partir de la intervención de este compañero, comenzó un debate con un Alfredo muy acalorado. Yo, desde mi lugar de secretario, veía con preocupación el desarrollo de los acontecimientos. Entonces, se levantó una maestra de Holguín y planteó sus inquietudes respecto a algunas películas que ella consideraba dañinas; Alfredo le respondió como si le hubiese contestado al dirigente de la juventud, o sea, que le estaba tirando un cañonazo a quien debía tirarle un tiro. Continuaba en ascenso el calor de la discusión; ya estaba Alfredo diciendo que el ICAIC no se hacía autocríticas, porque asumía la responsabilidad con su política de diversidad descolonizadora en las salas de cine, y si la dirección de la Revolución consideraba que era incorrecto lo que había hecho, pues cesaba como dirigente, pero no aceptaba tutelaje de comisiones de organizaciones u organismos. O sea, que estaba todo colocado en términos muy radicales. Discutía como cuando sientes que te están tendiendo una trampa y no como un académico en busca de la verdad, en abstracto: todo era como a muerte y en este caso no a muerte física, sino a muerte en términos políticos.

Cuando la temperatura del debate estaba a punto de alcanzar su clímax, y, sobre todo, con un público que no sabía muy bien hasta dónde se iba a llegar, entró Fidel con un grupo de dirigentes de aquel momento. Pasó al frente, se reacomodó la mesa (yo pasé a la segunda fila), y Fidel, sentado donde antes estaba Roa, comenzó a dirigir la reunión. La aparición de Fidel fue muy oportuna. Y ahí comenzó un debate con las pasiones más atemperadas; se argumentó con más serenidad de ambos lados, y después hubo una intervención de Fidel que está filmada, aunque no se publicó en la prensa de la época, pero existe en los archivos del ICAIC, en la que apoya la política global de la institución, refiriéndose al hecho de que no vivimos en una urna de cristal, que el mundo es muy complejo y hay que aprender a vivir y a luchar en él. Además, expresa su plena confianza en Alfredo Guevara. De esa manera, el ICAIC salió ileso de tan compleja polémica y de un Congreso no menos complejo, también por sus consecuencias, que tú conoces.

(Del libro Por la izquierda. Dieciséis testimonios a Contrarriente. Tomo III. Selección y prólogo: Julio César Guanche y Ailynn Torres Santana. Ediciones ICAIC, 2013)

Tomado de: Cubacine

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Isabel Santos entre tambores batá, gritos de justicia y girasoles (+Video)

El director de fotografía Rafael Solís junto a la realizadora y actriz Isabel Santos

Por Alain Amador Pardo

Poco dada a las entrevistas, pero aprovechando su arraigo —y el de su esposo Rafael Solís— por el espacio que conduzco en la TV (Pantalla Documental), me acerqué a Isabel Santos en lo que seguramente será el fortalecimiento de una amistad que trasciende a amigos comunes y aplausos merecidos.

Los fieles lectores de la Agencia Cubana de Noticias tienen de primera mano los razonamientos de una actriz que aprendió a ver también por el visor de una cámara por el simple hecho de responder a los llamados de su alma, frente a otros seres humanos que precisan de un lugar en la cinematografía documental.

Rumbatá, tu más reciente documental, está nominado en la presente edición de Cubadisco en la categoría de documental musical. ¿Otro pretexto para volver a Camagüey?

“Yo llegué a Camagüey soñando con otro proyecto. Este documental lo hice por el Icaic, gracias a la ayuda de la Oficina del Historiador (OH) de ese territorio, con José Rodríguez, su Director General. Siempre me ha apoyado muchísimo. Él fue quien me buscó a Wilmer Ferrán, director de Rumbatá. Anteriormente ya había hecho Gloria City.

“Mira, no es que yo haga documentales por decir “uno más”, lo que sé que soy es actriz y con muchos años de experiencia. Algo se te tiene que pegar. No es que yo haya pasado una escuela de dirección ni nada de eso. Odio el intrusismo, pero como no sé hacer cosas por encargo, me tengo que enamorar mucho. No puedo hacer algo que no me mueva.

“Había visto a Wilmer varias veces en la televisión y me dije “esto no es por gusto”. Cuando llegué a Camagüey le dije a Joseíto: “Búscame a Wilmer Ferrán”.

Estuvimos toda una tarde hablando. Él me hizo un cuéntame tu vida; por supuesto los dos estábamos muy cortados, porque imagínate empezar a contarle toda tu historia a una desconocida. Me había visto en pantalla, pero quiero decir, no éramos amigos.

“A partir de ahí hubo como un clic, y empecé todo el trabajo de investigación. Pero lo que más me interesaba era el ser humano. De la rumba, Julio García Espinosa hizo un excelente documental. Y mucha gente ha hecho otras cosas. A mí me interesaba cómo llegó la rumba a una ciudad como el Camagüey. Siempre se ha dicho, aunque algunos lo desmienten, que los camagüeyanos son muy racistas. Entonces yo me dije, ¿tendrá o no tendrá público? Este grupo llegó a la televisión nacional, con disco publicado incluso”.

¿Cómo son esos planteamientos o, digamos, la tesis, desde una mirada antropológica, o meramente discursiva?

“Cada uno cumplió un rol dentro del documental. Por ejemplo, Reinaldo Echemendía Estrada, el director del Ballet Folklórico de la ciudad, es otra persona a la que tengo mucho que agradecer y que también está dentro del documental. Me interesé, más que todo, por esos hombres que se han sacrificado, muchas veces sin salario, procurándose el vestuario o una guagua que casi es como su casa —a propósito, la guagua se llama “Caramelo”—. La parte donde se cuenta eso es la más simpática. Pero, en la vida real, en provincia se pasa mucho trabajo para llegar, para ser mediático. Y todo eso, en un grupo de rumba.

‘Empecé a meterme en los conciertos de Rumbatá, en los bembés, los toques, y a escuchar mucho a cada uno. Ahora somos grandes amigos, y no me arrepentiré nunca de ese documental. Es muy difícil hacer un material de este tipo, y más, musical. Pero descubriéndolos me di cuenta de que había un grito de “¡Mírenme, por favor! ¡Volteen la cabeza hacia acá!”.

“El artista tiene que tener un lugar donde ensayar, donde estar, no puede ser un paria. Yo creo que Rumbatá se merece muchas cosas. Y el documental es un llamado para muchos grupos de este tipo del país que lo pasan igual. Pienso que, si la Unesco declara a la rumba Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, tú tienes que también favorecer a esa gente.

“La tesis, si se quiere llamar así, pudiera ser el llamado de atención a un fenómeno que sucede en todas las agrupaciones de este tipo en todo el país. También quise darles el lugar que se merecen visualmente, que se conozca su música. El mundo necesita saber que no sólo existen las grandes orquestas cubanas. La pandemia vino a tronchar muchas presentaciones que tenía el documental, por ejemplo, en el Festival de Nueva York”.

Cinematográficamente hablando, ¿cómo construiste el documental, lo condicionaste en función de la idea o guión?

“Sí, la investigación me llevó al guion. Yo sabía lo que quería registrar, los planos que me interesaban, a quién se entrevistaba, quién no tenía temor frente a las cámaras. Fui antes a conocerlos a todos. Participé en un Festival que tienen en Camagüey, que se llama Rumbatéate, y allí grabé lo que sería una parte de la producción.

“También quise presentar una ciudad que ha sido rescatada por la OH; una urbe que me sirvió de escenario. Yo tenía claro que no quería aquello de que la rumba tiene que ser de solar. Por eso filmé en lugares que forman parte de su entorno, además de ser una localidad hermosísima. Nos fuimos a las cárceles donde dan talleres y clases sobre rumba. A su vez filmamos en Florida, ya que mucha gente es de allí. Fíjate, cada uno de ellos da para un documental. Wilmer, solo, da un documental. Así que opté por algo coral”.

¿Tienes algún apego por el mundo espiritual y mágico-religioso?

“Dice mi madre que yo soy de las mujeres que cree cuando truena. Tengo un desconocimiento muy grande. Ahora, si yo quiero pedirle a la Caridad del Cobre, pongo cinco girasoles y una vela, o voy a la iglesia y me arrodillo, o no voy, en fin. Me interesaban las personas no su creencia. Te digo, no todos ellos son santeros. Que estés en la rumba no significa que practiques la religión. Fíjate, la mayoría de ellos no tienen ni santo hecho.

“Pero sí quería los cantos. Grabamos un bembé, luego de los permisos religiosos que ello lleva. Lo hicimos con todo el respeto, con el tiempo que lleva el cine. Es un mundo apasionante, y visualmente muy interesante. A mí el sonido de los tambores batá me apasiona.

“Allí había gente que no pertenece a Rumbatá. Nos fijamos, visitando las presentaciones, que muchos eran asiduos. Y los filmamos también. Era una manera de darles las gracias, porque ellos de alguna manera son protagonistas como público. Ningún plano está por gusto. Fue muy divertido, aunque para mí no tanto, porque estuve todo ese tiempo con un yeso en un pie cojeando por todo Camagüey”.

¿Qué siente Isabel Santos en la premier de sus documentales? En este caso, la acontecida en La Habana en el Cine 23 y 12, en octubre de 2019; y luego en la Plaza de los Trabajadores, de los dominios agramontinos.

“Me sucede como con mis películas como actriz. Es un momento de felicidad, pero donde yo quisiera salir corriendo. Me empiezo como a resbalar en el asiento. Cuando voy casi llegando al piso mi marido es el que me hala. Yo creo que es por el miedo a lo que va a pasar. Desde que me gradué yo no hago teatro. Quiere decir que ese es mi aplauso. Yo trabajo para ese día. Y ese aplauso me tiene que durar hasta la próxima película. Es lo que me llena para volver a empezar.

“¿Pero tú sabes qué es lo que me llena, ya en el caso de la Isabel directora? Verles las caras a los protagonistas. Cuando se están viendo en pantalla, cuando se ríen o lloran con lo que ellos mismos dijeron. Son como niños. Entonces los veo como me veo yo cuando estoy actuando. Es una cosa tremenda”.

Compites en Cubadisco frente a la entrañable Liuba María Hevia, además de otros realizadores. ¿Es verdad que tú no eres una mujer apegada a los premios?

“Yo he ido perdiendo cosas en mi vida. Recuerdo que mi hijo cuando era pequeño jugaba con mis premios. Algunos los he regalado. Te cuento una anécdota.

Cuando hice Barrio Cuba, el protagonista era Felito Lahera. Él estaba muy entusiasmado por ganar un Coral. Yo he obtenido dos, uno por Clandestinos y otro por una serie que se llamó La Botija. Al final, lo vi tan deprimido, que muy tarde en la noche agarré el Coral de La Botija y me aparecí en su casa. Cogí un plumón negro y le puse “Este es tu coral. No llores más, yo te regalo un Coral, toma”. Y le di mi premio.

“Mi hijo otros los descabezó. Otros se fueron rompiendo en mis mudanzas. Un día dije, esto hay que ponerlo bien alto, y en el baño de visita de mi casa hay un tablón, y allí arriba están todos. Los premios… no es que no crea en los jurados. A veces te encuentras algunos que son serios, pero otras no lo son tanto. Yo también he sido jurado. Lo lindo y lo ideal es que gane la mejor obra.

“Imagínate, competir contra Liuba. Ella es una familia para mí. Y, además, Teresita Fernández se merece un monumento en esta ciudad. Nos dejó un legado muy grande y Liuba le hizo un homenaje. Yo no lo veo como una competencia, porque fíjate, si el documental ganara algún premio, ese premio es para ellos. Solamente el hecho de participar y que un jurado lo vea, y que los músicos lo puedan ver, para mí, es un camino”.

¿Y si fueras parte de este jurado Cubadisco, te gustaría que ganara el de Liuba?

“Sí. Porque por Liuba María Hevia y Ada Elba Pérez yo conocí a Teresita. Hay planos que Liuba guardó y que fueron grabados por Rafael Solís, mi marido. Recuerdo que fuimos una tarde hasta el Cristo a filmarla. Son cosas entrañables. Ada, que era mi amiga, en el momento en que tuvo ese accidente que truncó su vida, le estaba escribiendo un libro. Yo creo que falta por hacerle muchas cosas a Teresita”.

Tomado de: Agencia Cubana de Noticias

Documental Rumbatá, de Isabel Santos

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Entrevista a Roque Baños, autor de “Posesión infernal” (+Video)

Roque Baños. Compositor español

Por Luis Tormo

El 5 de abril de 2013 es la fecha del estreno de Evil dead, el remake de la película del mismo título que dirigió en 1981 Sam Raimi (que ahora figura como productor). Dirigida por Fede Álvarez, que también escribe el guión con Diablo Cody, la banda sonora corre a cargo del compositor español Roque Baños.

El prestigio de Roque Baños se asienta en una cuidada y exitosa trayectoria como compositor de música de cine, con trabajos para directores como Daniel Monzón, Santiago Segura, Álex de la Iglesia, Carlos Saura o Emilio Martínez Lázaro. Trabajos que le han permitido ganar numerosos premios, entre los que hay que incluir tres Goya por Sevillana (Salome) de Carlos Saura, Los crímenes de Oxford de Alex de la Iglesia y Las trece rosas de Emilio Martínez Lázaro. Su participación en una producción de las características de Evil dead supone un paso más para afianzar su carrera a nivel internacional.

En la actualidad, Roque Baños se encuentra en Estados Unidos para la promoción del filme y, coincidiendo con su estreno, el compositor de Celda 211 nos ha concedido una entrevista en la que explica la estrategia con la que afronta su trabajo como compositor, la relación con la figura del director y la experiencia que le ha supuesto trabajar en Evil dead. Agradecemos a Roque Baños y al departamento de prensa de Sony Pictures Publicity Releasing de España por la estupenda disposición para conseguir esta entrevista.

Los directores controlan su oficio (dirigir) y se desenvuelven con normalidad con otros aspectos de la técnica del cine (guión, fotografía), pero pocos conocen el lenguaje musical. ¿Cómo planteas esa colaboración entre compositor y director? ¿Qué tipo de recursos tienes para hacer entender cuál va a ser la idea de tus composiciones?

Muchos directores saben bien lo que quieren con respecto a la música, y otros se dejan llevar más por lo que les propongo. Sin embargo hay una cosa muy general, todos coinciden en que es uno de los grandes pasos a la hora de realizar un film. El momento del encuentro con la música les produce un shock muy grande, porque llevan ya mucho tiempo viendo sus películas sin música, y de repente ven introducido un nuevo lenguaje que cuenta muchas cosas que no se ven.

Yo suelo preferir que el director esté sentado a mi lado mientras voy componiendo la música para cada escena en tiempo real. Esto es muy apasionante para ellos y lo disfrutan mucho. Realmente están siendo testigos de la creación de ese lenguaje en tiempo real y pueden incluso controlarlo, ya que es mucho más fácil hacerlo así, durante el proceso, que cuando la música ya está compuesta.

De esta forma, es más ágil y directo argumentar el porqué de la selección de cada melodía y estilo y frente a cualquier discrepancia o sugerencia, lo gestionamos en el acto, sin más dilación.

¿Cuándo comienza el trabajo del compositor?

Mi modo habitual de trabajo, va desde la lectura del guión que me sirve de inspiración para tener una idea clara a la hora de reunirme con el director y consensuar el estilo musical de la banda sonora.

Y aunque no suelo empezar a componer hasta que no me dan el montaje definitivo de imagen, a veces ya me surgen temas desde esa lectura del guión, o esa charla con el director.

Cuando entrevistamos a Daniel Monzón a propósito de Celda 211, comentamos tu trabajo musical basado en el uso de la percusión para este filme.  ¿Cuándo surge ese momento en que decides el tipo de estilo que acompaña a las imágenes? Te preguntamos esto porque eres un compositor que se desenvuelve perfectamente en diferentes estilos (clasicismo, música contemporánea,  jazz, musical, canciones).

Como te comentaba antes, empiezo a imaginar melodías y estilos desde que leo el guión, pero luego la decisión que tome siempre es consensuada con el director. En el caso de Celda 211, tras leer el guión, lo primero que dije a Daniel fue, “¡Percusión!” y a él le pareció fantástico. Siempre relacionamos una música con una situación o lugar, así por ejemplo en Celda 211 quería representar la cárcel como una jungla, totalmente anárquica, donde cada uno lucha por su supervivencia. Así lo primero en lo que pensamos al escuchar esa percusión es en esa jungla.

Me encanta la versatilidad, me renueva, me hace vivir experiencias distintas y eso es algo que me apasiona. Tal vez se deba a que a lo largo de mi educación musical me he nutrido de muchas y variadas influencias musicales, no sé, pero espero seguir tocando diferentes palos a la hora de componer.

Analizando tu filmografía, tienes una continuidad en tu trabajo con determinados directores (Álex de la Iglesia, Daniel Monzón, Santiago Segura, Emilio Martínez Lázaro). Es un fenómeno que se repite a lo largo de la historia del cine (Herrmann-Hitchcock, Williams-Spielberg, Iglesias-Almódovar). ¿Qué te aporta conocer al director: confianza, una comunicación fluida, una mejor elección del estilo, mayor libertad creativa?

El hecho de conocer a un director y de que él te conozca a ti, es que existe una gran empatía, complicidad. Y con pocas palabras nos entendamos como para que sepamos traducir en música la idea que queremos transmitir.

Aporta también seguridad, porque él confía plenamente en que, nos cueste más o menos encontrar y desarrollar un tema, quedaremos satisfechos con el resultado final, y por supuesto hay total libertad creativa a la hora de elegir un estilo o un camino para realizar la música. Al menos, existe la confianza de una comunicación sin los prejuicios ni temores de alguien a quien no conoces realmente.

La introducción de una música en una determinada escena puede acrecentar el valor estético de la misma o arruinarla. ¿Hasta qué punto participas de la decisión del uso de la música en una película?

La decisión de que una determinada escena lleve música o no, como decía antes, es algo consensuado entre el director y el compositor, al menos en España. Incluso cómo está hecha esa música o cómo funcione dramáticamente también.

Lo que sí es cierto es que el director, como padre de la criatura, es siempre quien tiene la última palabra.

La internacionalización de los compositores españoles es un fenómeno que se afianza día a día. ¿Es difícil acceder a ese tipo de producciones desde nuestro cine? ¿Cuál es tu experiencia con Evil Dead? Supone un hecho aislado o piensas continuar trabajando en el mercado americano.

Realmente no es fácil acceder a este tipo de películas desde nuestro mercado. En Hollywood hay muchos y muy buenos profesionales en todos los campos del cine, especialmente en el de la música, en mi opinión. Sin embargo es cierto que los compositores españoles gozamos de buena fama por aquí. Quizá por el éxito de nuestro cine fuera de nuestras fronteras y por supuesto por la calidad de la música de compositores como Alberto Iglesias, Fernando Velázquez o Javier Navarrete.

Mi experiencia en Evil Dead ha supuesto lo que espero sea una puerta de entrada en el mercado americano. Realmente nunca he tenido una oportunidad como ésta, además donde se me ha permitido hacer una extensa banda sonora con muchas y diversas sonoridades. Creo que todo lo aprendido en todos estos años, con casi 60 películas a mis espaldas, lo he plasmado en Evil Dead.

En relación con la composición de la banda sonora del remake de Posesión infernal (Evil Dead), el director Fede Alvarez se declaró admirador de tu trabajo ¿qué significa  poder trabajar en el remake de un clásico de los 80? ¿Te influyó el trabajo de Joseph LoDuca para el filme original?

Trabajar en un remake siempre supone un reto y más aún cuando la película en cuestión ha sido tan mítica y aclamada por el público amante de este género, sobre todo porque no decepcione.

Para mí ha sido como una peli totalmente nueva, y aunque conocía muy bien la banda sonora de LoDuca en la versión antigua, que me parece fabulosa, aquí todos los temas son nuevos, como lo es la película, a pesar de ser un remake.

La verdad es que siempre trato de empezar de cero a la hora de componer una nueva partitura para una película y no basarme siquiera en otras bandas sonoras que yo haya hecho con anterioridad del mismo género. Intento, incluso, alejarme de mis propias influencias, en la medida de lo posible.

Sabemos por declaraciones pasadas tu admiración por John Williams. La adscripción al género de terror, el uso de la percusión y los efectos y las voces en Evil Dead ¿suponen un homenaje o una mirada hacia el Goldsmith de esa época (La profecía, Poltergeist)?

Evil Dead es una película que no sólo es de terror. Tiene una historia muy fuerte, dramática también, con un trasfondo del amor fraternal, y eso también se aprecia en la música.

En esta partitura he respetado la “estructura” de las coordenadas de la música contemporánea jugando con las sonoridades de la orquesta y el coro, aunque además he añadido un sentido gótico que nos transmite la sensación de magnitud más allá de la realidad.

Incluso, introduje elementos sonoros poco o nada frecuentes en el cine como son la sirena acústica como elemento de alerta, de algo peligroso que acecha y que se ve venir, o el uso de choques de ramas de árbol, para reflejar el ataque del bosque.

Admiro profundamente el trabajo de Jerry Goldsmith y, efectivamente, esta banda sonora está más cerca de las clásicas películas de género como La profecía o Poltergeist, pero con un enfoque más moderno quizá.

Eres uno de los autores cinematográficos que muestra al público las composiciones para las bandas sonoras en directo a través de diferentes conciertos en eventos y festivales. ¿Qué supone poder enfrentar al público una composición pensada para la imagen y que toma vida de manera independiente interpretada en directo?

Creo firmemente que la música de cine es la música clásica del siglo XXI, y que por ello el espectador o el oyente puede sentirse cada vez más identificado con ella, por la inmediatez emocional que provoca, o lo evocadora que puede ser. Yo siempre intento que la música nunca pierda su “sentido musical” es decir, que aunque no esté sujeta a las imágenes pueda ser escuchada, entendida y disfrutada de manera independiente.

En concierto el público lo recibe muy bien y lo disfruta, y para mí es fantástico poder tener un feedback en directo, que siempre acaba emocionándome.

El expresidente de Fox Music, Robert Kraft, estuvo en la sede de la Berklee College de Valencia y realizó unas pesimistas declaraciones sobre la música de cine: “El negocio existente de venta de discos de música de cine ha desaparecido, porque si quieres una banda sonora te la descargas o la pirateas y, aunque la música de cine sigue siendo crucial para el éxito de una película, la industria de la música del cine ya no existe”. ¿Qué opinión tienes sobre el futuro del cine español, y la música en particular, desde el punto de vista de industria frente a las amenazas de la piratería, los recortes, el aumento del IVA para la cultura, etc.

Creo que el cine español está viviendo uno de sus mejores momentos en cuanto a taquilla, y en cuanto al respeto y admiración que se le tiene fuera de nuestras fronteras, pese a ese terrible incremento del IVA que tanto daño está haciendo a la cultura.

El incremento del IVA me duele en particular, porque creo firmemente en que la cultura debe estar al alcance de todos y no sólo de quien se lo pueda costear. Es un bien intangible que nos corresponde y que nadie nos lo debe arrebatar.

Lamentablemente, la escasez de subvenciones está cambiando el modelo de negocio hacia la financiación privada, pero quizá que nos hayan abocado a esto pueda suponer que ahora estemos dando los pasos en la dirección adecuada.

En lo referente a la venta de discos, es verdad que el formato físico hace mucho tiempo que empezó a decrecer por la mera accesibilidad y rapidez que nos ha aportado internet. Sin embargo, a los amantes de la música de cine les fascina tener la edición auténtica, física, en sus manos, y por eso creo que ese cierto romanticismo aún no se ha perdido del todo.

El otro día leí un reciente estudio acerca de la piratería, en el que se decía que a pesar de ella, no se minoraban las ventas de los fonogramas, pues los verdaderos clientes potenciales siguen adquiriendo las obras por la vía legal, y estos lugares online donde “permiten” descargarlas gratuitamente, servían a modo de promoción y publicidad.

No estoy del todo de acuerdo con el resultado de ese estudio, porque lo verdaderamente lamentable de todo esto es que la piratería es producto de una educación deficiente y del poco respeto por el trabajo del autor y del productor de las obras.

Tomado de: Encadenados

Suite de Evil Dead, dirigida por el propio Roque Baños, en el Festival Internacional de Música de Cine de Córdoba, en 2013.

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Polémicas del cine y la Revolución en Cuba (Parte I)

Manuel Pérez Paredes. Premio Nacional de Cine 2013

Por Ambrosio Fornet

Manolo, quienes te conocemos desde hace muchos años, y especialmente quienes hemos trabajado contigo en el ICAIC, solemos distinguirte por dos rasgos de personalidad que considero muy reveladores. Uno es tu locuacidad: eres un amigo que puede estar conversando con otro durante horas y perder hasta la noción del tiempo y hacérsela perder a tus interlocutores. Y dos, por una memoria prodigiosa. La gente en el ICAIC suele decir: “Eso que me preguntas no lo sé; pregúntaselo a Manolo, que él seguramente sabe”. ¿Nunca se te ha ocurrido hacer una especie de Memoria del ICAIC, o la Memoria personal de un cineasta?

En realidad no me he atrevido, sobre todo porque tengo un gran respeto hacia la escritura. O sea, me siento mejor conversando y que me graben, que dándome a la tarea de redactar correctamente. Y esa puede ser una de las explicaciones por las cuales nunca me he sentado a organizar mis recuerdos. Hace poco impartí una conferencia en el ICAIC, la improvisé y parece que quedó bien, pero después, cuando la leí, me aterroricé. Por eso nunca me he sentado a escribir.

Eso suele ocurrir, no te preocupes. Pero eso que dices hace de esta una situación excepcional, porque te oiremos hablar, y así otros se beneficiarían de esa memoria prodigiosa a la que me referí. Ahora, de todos modos, tus recuerdos de cineasta no comenzarían precisamente con el ICAIC porque, de hecho, tú empezaste antes, tanto a hacer cine como a ocuparte de las cosas del cine. ¿Cómo fue ese comienzo?

Yo formo parte de lo que fue la generación cineclubista, que se forma, teóricamente, en los últimos años de la dictadura de Batista. Provengo de un cineclub, la Sociedad Cultural Cineclub Visión, al cual llegué, sobre todo, por un problema geográfico: como ese cineclub estaba en Santos Suárez y yo vivía en Luyanó, podía ir hasta allí a pie. En esa época, yo era católico, y me podía sentir más inclinado a asistir al cineclub católico, que estaba en la Habana Vieja.

Al llegar al Cineclub Visión, donde había un grupo de compañeros casi todos mayores que yo, encontré un ambiente de formación cinematográfica. Ya desde antes me sentía atraído por el cine: seguía la crítica que sobre esta temática se publicaba en los periódicos de la época; leía a Valdés-Rodríguez, a Walfrido Piñera, a Guillermo Cabrera Infante en la revista Carteles. Era yo una persona que comenzaba a ser exigente con el cine que veía a nivel de barrio, pero estaba en solitario. Mis amigos no compartían ese interés, por lo que, cuando me entero de la existencia del Cineclub Visión, me dirijo allí en busca de personas con inquietudes culturales y específicamente cinematográficas. Pero el Cineclub Visión, además, era una organización dirigida por la juventud socialista, lo cual yo desconocía. O sea, que al llegar allí, no tenía la menor idea de que se desarrollaba también una actividad clandestina como parte de la lucha contra la dictadura de Batista. Visión era, a los efectos de la generación veinteañera, lo que Nuestro Tiempo era para los intelectuales ya formados.

En el cineclub se incentivaron mis inquietudes culturales, y con la apreciación y debate de las películas, comenzó también para mí una visión política de la realidad. O sea, que mi conciencia política se inicia a través del cine. Cuando triunfa la Revolución en enero de 1959, ya tenía una formación embrionaria, tanto cinematográfica como política: era un aprendiz de revolucionario, alguien que no tenía aún la práctica del cine, pero sí una determinada formación gracias a los libros sobre el tema y a la discusión de películas, a través de las cuales conocí el neorrealismo italiano, el cine francés y el buen cine norteamericano. Al cineclub acudió Julio García-Espinosa para impartir un curso de asistente de dirección, también Tomás Gutiérrez Alea, por mencionarte a dos de los fundadores del ICAIC.

¿Y en qué zona de la producción cinematográfica entras a trabajar en ese momento? Porque en marzo de 1959, cuando se crea el ICAIC, tú no estás todavía ahí.

No, porque cuando se crea el ICAIC, había una lucha interna de las fuerzas que pugnaban en aquel momento dentro del gobierno revolucionario, y eso afectaba, en cierta medida, la aprobación de su presupuesto. Por mi procedencia cinematográfico-política del Cineclub Visión, fui una de las personas a las que se les llamó en el mes de marzo para crear la Sección de Cine de la Dirección de Cultura del Ejército Rebelde. Esta Sección inició la producción de documentales de urgencia (Esta tierra nuestra, La vivienda, dirigidos por Tomás Gutiérrez Alea y Julio García-Espinosa, respectivamente) y también se incorporó, a su manera, a la campaña de alfabetización y superación escolar y cultural de los combatientes, una gran parte de ellos de origen campesino y obreros agrícolas. Por supuesto, hacía falta educar también el gusto cinematográfico de esos combatientes; y yo llego al ejército, concretamente, para atender la programación de los cines de los campamentos militares, función que hasta el momento estaba en manos de los sargentos del ejército anterior, quienes habían permanecido en sus puestos burocrático-administrativos. A mí me hicieron sargento y junto a otro compañero llamado Antonio Miguel, ya fallecido, asumí la tarea de seleccionar las películas que se exhibían en los cines de los regimientos militares del país. Yo iba a las oficinas de las distribuidoras extranjeras aquí en La Habana (la mayoría, por supuesto, norteamericanas), y marcaba las que consideraba mejores dentro de la oferta que tenían en sus bóvedas para alquilar. A partir de esta programación, escogía las más motivadoras para hacer cine-debates, los cuales, con frecuencia, estaban muy cerca de la charla o de una clase; al final me hacían preguntas. Durante unos meses estuve haciendo este trabajo; fue una experiencia muy importante para mí, habanero que hasta el triunfo de la Revolución (tenía 19 años) solamente había ido una vez a Santa Clara y otra a Cienfuegos. Aprendí mucho por la relación que tuve con los combatientes.

¿Camilo Cienfuegos fue el organizador de todo ese trabajo?

Exactamente. Osmani Cienfuegos, el hermano de Camilo, era su capitán ayudante, y estaba al frente de esta Dirección de Cultura de las Fuerzas Armadas. Claro está, todo esto perseguía un objetivo político, que consistía en contribuir a la formación cultural de los combatientes a través del cine, pero era necesaria una considerable labor didáctica. Llevé adelante esta actividad en toda la Isla, menos en Camagüey. Allí, Hubert Matos controló la programación cinematográfica del Regimiento Agramonte, pues consideró que detrás de ella había una educación política antimperialista. De hecho, yo nunca pude ir a Camagüey a desempeñar ese trabajo.

En aquel momento, llegar a Camagüey era como cruzar la Trocha; no se podía llevar la Revolución más allá.

Y mis superiores en el ejército me orientaron no insistir ni hacer nada frente a la posición adoptada por el departamento de Cultura del regimiento camagüeyano. Esta situación se mantuvo hasta la crisis de octubre de 1959, cuando Hubert llevó adelante su plan contrarrevolucionario. Por aquella fecha, yo empezaba a trasladarme para el ICAIC.

De todos modos, hay un momento en el que tú, al pasar al ICAIC, sales de la fase puramente didáctica y comienzas a hacerte determinado tipo de preguntas: “¿Qué significa este proceso?”. “¿A dónde vamos?”. “¿Qué papel voy a desempeñar en él?”. “¿Qué tipo de películas debo hacer o no hacer?”. Ese proceso de maduración fue para ti muy acelerado, como para la mayoría de los que participamos desde cada una de nuestras actividades, por el hecho de que la realidad te iba llevando cada vez más allá. ¿Cómo viviste tú aquella etapa? ¿Encontraste algunas de las respuestas en esa época?

En la Sección de Cine del Ejército Rebelde estuve un semestre o poco más; allí observé y viví intensamente lo que sucedía en el país; leía bastante, escuchaba relatos, sin maquillaje, de combatientes revolucionarios de la sierra o el llano, y estaba presente, como oyente, en discusiones políticas sobre el futuro posible de la Revolución y los obstáculos que tenía por delante. De modo muy claro, fui percibiendo en su seno la existencia de una derecha y una izquierda. Yo, por supuesto, me sentía en la izquierda. Me adhería a la convicción de que en Cuba el revolucionario, para serlo de verdad, tenía que ser antimperialista o encaminarse en esa dirección. Quien no tuviese esa perspectiva en la lucha política, iba a ser compañero solo a corto o mediano plazo, dada la polarización que se vivía y en la que estaba inmerso.

Ya en el ICAIC, que desde su nacimiento estaba fichado como izquierda radical, por la historia personal de Alfredo Guevara, se añadió mucho más la amplitud de miras que yo tenía en el ámbito de la cultura y el arte. Como aprendiz de cineasta, estuve muy abierto a todo lo que allí se veía y discutía. No me recuerdo atrincherado en un solo camino estético para el cine que había que hacer. Los énfasis y matices en las controversias que a veces se producían, me desbordaban parcialmente. Al mismo tiempo, me exigían mayor preparación cultural y más dominio de interioridades políticas y aspectos de las personalidades que discrepaban.

El cine revolucionario, el que había que hacer, el que uno quería hacer, se podía nutrir de movimientos tan diversos como el neorrealismo, la nueva ola, el free cinema inglés, el Primary de Leacock y Maysles, o el cine polaco de aquellos años, en particular el de Cenizas y diamantes, de Wajda. Todo esto tenía que ver con las diversas afinidades personales de los creadores y con no ser excluyentes, más allá de las pasiones individuales propias de las búsquedas creativas. Ese era un momento en que podía haberse considerado que la gente joven como yo, y vale la pena decirlo, debía haber ido a estudiar a Praga, a Moscú, a París, a las escuelas de cine consagradas para adquirir la formación cinematográfica que no teníamos. Pero ahí surgió el criterio de que era mucho más importante quedarse en Cuba para vivir lo que estaba ocurriendo y aprender cine sobre la marcha. Si nos hubiésemos ido a cualquiera de esas escuelas, habríamos regresado en 1964 con un título, pero nos hubiéramos perdido unos años irrepetibles e imposibles de contar. Vivir la intensidad de esos primeros años fue un factor de enriquecimiento extraordinario. Y la política que siguió el ICAIC, Alfredo en este caso, consistió en traer gente importante que, al trabajar en Cuba, nos servían de maestros haciendo sus documentales, impartiendo charlas. Nosotros nos nutrimos de esas visitas que estuvieron aquí por tiempo más o menos prolongado, y aprendimos como asistentes de dirección de ellos, participando en sus conferencias, viviendo los acontecimientos del país y formándonos de manera autodidacta. Estoy hablando de la generación que, en esa época, tenía entre dieciocho y veintitrés años. Yo, en ese período, estaba abierto a todas las influencias, de hecho, me podían impactar cosas diversas.

¿Y no hubo, al principio, contradicción entre tu formación católica y el proceso revolucionario, que avanzaba en otra dirección?

No, porque el proceso del catolicismo fue entrando en crisis poco a poco, y yo dejé de ser religioso entre los años 1956 y 1958. Pero dejé de ser católico de una manera muy particular. No dejé de creer estableciendo un antagonismo con la religión, ni siendo antirreligioso. Sencillamente llegué a la conclusión de que por ahí no van las cosas, aunque siento un gran respeto por los creyentes y por la religión. Cuando triunfó la Revolución, hacía más o menos un año que había dejado de ser un practicante.

Ahora, una cosa que me interesa. Tú no vienes a consagrarte como cineasta hasta muchos años después: en 1973, probablemente con El hombre de Maisinicú, o sea, que hay todo un proceso por delante que está a la espera. Pero entre estos primeros momentos y la película, han ocurrido una serie de hechos que tienen que ver con el fenómeno de la ideología, de la estética, de la orientación futura del ICAIC y, en buena parte, del terreno de la cultura. Y como decía Martí, “en política, lo real es lo que no se ve”, o sea, que siempre se mueven intereses que no necesariamente salen a la luz pública. Y esas contradicciones, las distintas posturas, se manifiestan a través de las polémicas. Quizás habría tres polémicas dignas de ser mencionadas de las cuales tú fuiste testigo o participante directo. Una de ellas fue la del documental P.M., la segunda fue la de Blas Roca con Alfredo Guevara en relación con la exhibición de películas extranjeras, y la otra polémica, en la cual estuviste directamente involucrado y sobre la que me gustaría que hablaras, fue la polémica de Alicia en el pueblo de Maravillas. Todas eran polémicas internas, entre revolucionarios que tenían distintas posiciones. ¿Cómo ves tú ese proceso? ¿Cómo viviste tú esos momentos de las polémicas?

Primero que todo, P.M., como polémica, fue para mí una experiencia de formación, de maduración. Yo era un participante con los ojos y los oídos abiertos. O sea, era un joven de veintiún años y tenía criterios sobre lo que estaba pasando, pero no fui un participante activo de dicha polémica. Ahora bien, P.M. me reveló, primero, la heterogeneidad del ICAIC. Esta es una institución que se crea en 1959 y terminamos trabajando allí un grupo de compañeros identificados en aquel momento con la Revolución. Pero la idea de hasta dónde iba a llegar el proceso revolucionario y por qué caminos transitaría, era muy diversa, por eso me incomodo tanto cuando se mira hacia atrás de forma maniquea. Y, por tanto, eran también muy diversas las opiniones del reflejo directo que toda esta vorágine tenía en el cine. Todos alzábamos la mano por la Revolución, pero en la cabeza de cada uno, la Revolución era algo diferente. Aquello fue como una gran ola que te arrastraba y en la que quedaban incluidas personas que no habían participado, y en algunos casos ni siquiera habían pensado en el triunfo revolucionario, y comienzas a darte cuenta de que todo es mucho más complejo de lo que en un primer momento se esperaba. Provenía de una organización política en la cual me había dado cuenta de que las cosas no serían simples, aunque tampoco me imaginaba que serían tan complejas. Claro, me fue más fácil, o menos difícil el proceso porque, a diferencia de los militantes de la juventud o el Partido Socialista Popular (PSP), de la década del cincuenta o de antes, me inicié políticamente en un momento en que ya se había celebrado el XX Congreso del PCUS, en 1956, de manera que no tuve que hacer una revisión o enfrentar una crisis con mis creencias políticas e ideológicas de la misma envergadura de ellos. Por lo tanto, cuando comenzaron a aparecer los conflictos, como es el caso de P.M., estaba claro que no era un conflicto esencialmente de tipo estético, sino político, que se estaba produciendo en el interior de la Revolución, entre el ICAIC y los compañeros de Lunes de Revolución. Francamente, eso lo vi con bastante claridad, aunque no ocurrió lo mismo con otras cosas sino hasta mucho después, cuando releí algunos textos que en su momento no comprendí del todo.

Pero el propio Alfredo ha escrito ya sus opiniones y su valoración de la actitud del ICAIC y de los oponentes del momento. Y, efectivamente, como acabas de decir, había varias fuerzas. En el caso de la cultura, estaban García Buchaca en el Consejo Nacional de Cultura (CNC), Carlos Franqui con Cabrera Infante, en Lunes de Revolución, y el ICAIC. O sea, eran tres fuerzas que, de pronto, tenían que marchar en la misma dirección con criterios totalmente diferentes respecto a lo que debía ser el proceso revolucionario y lo que debía ser su propia tarea cultural, de manera que era lógico que aquellas diferencias se pusieran de manifiesto. ¿Tú ves P.M. como un reflejo de ese mundo de contradicciones?

Exactamente. Y tú lo acabas de decir. Eran tres fuerzas que representaban corrientes diferentes dentro de la Revolución. Aquello no era un debate Revolución-Contrarrevolución, sino un debate interno de la primera. ¿Qué es, cómo será, cuál es mi papel dentro de la Revolución y qué lugar tiene mi proyecto personal dentro de ella? Fue un debate entre el ICAIC y Lunes de Revolución, en el cual el Consejo Nacional de Cultura apoyó la posición del ICAIC. Y en aquel momento, era difícil prever hasta qué punto las alianzas que se establecían serían duraderas. Tanto es así, que los caminos que han tomado las personas de esas tres posiciones han sido muy variados a lo largo del tiempo. Pero bueno, P.M. fue para mí un aprendizaje sobre la complejidad, porque no traía solo debates con las otras fuerzas, sino también debates dentro del ICAIC en cuanto a procedimientos: “Yo estoy de acuerdo en que hay que hacer esto y, sin embargo, considero que la manera en que lo estás haciendo no es la más adecuada”. O sea, que comenzaron a aparecer una cantidad de matices dentro del propio ICAIC. El acto de prohibir la exhibición de P.M. en los cines (ya se había transmitido por la televisión) era un modo de marcar quién mandaba en el cine. Resulta sumamente difícil meterse en la piel de la época, porque difícil es también introducirse en la correlación de fuerzas que existía en el país en ese momento, las maneras en que se estaban dando las alianzas; a todo ello se deben añadir los factores de personalidad. Además, no se puede olvidar que en abril había ocurrido Girón, en mayo se estaba proyectando P.M. y en junio se pronunciaron por Fidel las “Palabras a los intelectuales”.

Y esa complejidad explica el asombro de las nuevas generaciones cuando ven P.M., el desconocimiento de esta complejidad no les permite comprender nada. Y se preguntan por qué la tomaron con esa película, ¿por los bares nocturnos? O sea, que si te falta el contexto y los propósitos de cada una de las fuerzas en conflicto, uno se queda sin entender nada.

Claro, y cuando nos situamos correctamente, comenzamos incluso a entender esa frase de Martí que tú citabas: “en política, lo real es lo que no se ve”. Por eso creo que presentársela a la dirección del ICAIC para exhibirla en los cines, era un pulso de fuerza.

Sí, pero perdona, ¿un pulso en qué sentido? ¿En el sentido de “a ver si te atreves”? Porque la película no tenía ningún problema.

No, era la posibilidad de que, desde el periódico Revolución se estuviera gestando un área de producción de cine, de música. Era como si pudieran ir naciendo islas.

Un pequeño ministerio de cultura desde el periódico.

Exactamente, y paralelo al CNC y al ICAIC, y en tiempos de fundación (los años sesenta son años de fundadores), de creación y consolidación de las áreas de trabajo, y poder de dirección de los fundadores. Estoy hablando de un país con una Revolución que alcanzó el poder, con las características de la nuestra. Tengo la impresión de que en las reuniones formales de la dirección del país, se podían acordar u orientar, a veces, determinadas cosas, pero en el ejercicio del quehacer cotidiano podía ser un problema, o en ocasiones un verdadero reto, el llevarlas a la práctica, el delimitar las fronteras de atribuciones o quién pone carácter y dice: hasta aquí; la película pasa por la TV porque no es área de competencia del ICAIC, pero no se proyecta en las salas de exhibición.

De todas maneras, ese ciclo se cierra con las “Palabras a los intelectuales”, en las que Fidel afirma que aquí puede trabajar todo aquel que esté dispuesto a hacerlo a favor de la Revolución, aun cuando no sea revolucionario, y puede ser considerado uno de los nuestros.

Es así como dices. Se cerró un ciclo, se concluyó una crisis y se fijó una gran amplitud y también límites en defensa de la Revolución. La interpretación de esos límites es lo que me parece que ese discurso no agotaba (ningún discurso lo hace) como respuesta anticipada para todo conflicto que viniese después. “Palabras a los intelectuales” fue una guía para la acción en aquellas circunstancias. Después vimos que en ocasiones sirvió como dogma tergiversado, y se interpretó arbitrariamente en manos de compañeros, o de corrientes de pensamiento, en momentos y sectores de nuestra política cultural. Cuando llegó, dos años y medio después, la polémica de Alfredo-Blas, a la que se sumó García Buchaca, por el CNC, nos encontramos con que las tres partes invocaban el discurso de Fidel en defensa de sus puntos de vista.

Para nosotros, las “Palabras a los intelectuales” no fueron, ni remotamente, una limitación, sino todo lo contrario, porque incluso al que no era revolucionario (aunque no contra) se le daba un espacio. Y para nosotros el famoso “dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada” era una definición perfecta del máximo de libertad posible, porque nosotros estábamos dentro del proyecto de la Revolución. La gente decía que la palabra “contra” expresaba censura y limitación, sin embargo, para nosotros no. Para nosotros era: “a partir de aquí todo es posible”, siempre dentro, que era donde estábamos y donde queríamos estar. De manera que tienes toda la razón en lo que estás diciendo. Sin embargo, no se entiende ya el porqué de la polémica sobre la exhibición de películas. ¿Estaban esas películas fuera o contra la Revolución? Y estoy hablando de las que suscitaron el debate. ¿No vendrían de la URSS esos criterios? Quizás puedas, después, hacer alguna anécdota referida a eso, ya que tú, en algún momento, me has contado anécdotas de relaciones con funcionarios soviéticos que preguntaban sobre cine y sobre la exhibición de cine extranjero en Cuba. Pero, por el momento, limitémonos a este aspecto, ¿qué tenían que ver aquellas películas con el mundo que se nos abría en aquellos momentos en cuanto a cultura, en cuanto a la producción y la exhibición cinematográfica?

Mira, yo creo que cuando terminó el discurso de Fidel en la Biblioteca Nacional, cada cual, a partir de su grado de credibilidad en la Revolución, interpretó las palabras de una manera específica. Pienso que las propias experiencias ocurridas en el campo socialista, denunciadas en el XX Congreso del PCUS, podían inquietar de manera honesta a un sector de la intelectualidad. Fue por aquellos días cuando comenzaron a darse los primeros pasos prácticos para la fusión de las tres organizaciones (Movimiento 26 de Julio, Directorio Revolucionario y PSP), y el nacimiento de las ORI (Organizaciones Revolucionarias Integradas) como partido único. O sea, es comprensible que algunos compañeros hayan salido preocupados porque el trasfondo de lucha interna, que era lo medular, no se les hizo muy evidente y se quedaron a nivel del detonante que fue el acto de prohibir el documental.

Alguien situado desde una perspectiva angelical, en busca de la paz y la armonía en abstracto, al margen de la lucha concreta que se estaba librando, podría soñar que si se hubiese dado una conversación amistosa entre las partes, quizás los autores y promotores de P.M. se habrían convencido de que el momento no era el más apropiado para pasar la película en el cine Rex, y que se debía esperar un tiempo hasta que bajase la tensión de guerra existente en el país; o quizás era el ICAIC el convencido de que la exhibición del documental no sería una contribución desmovilizadora del clima existente en la población. Pero esa no era la realidad. Una parte pulsaba por penetrar un área que no era de su competencia y la otra por dejar claras las fronteras establecidas por la Revolución. Las partes no conversaban ni discutían chupando chambelonas.

Creo que, desde junio de 1961 hasta diciembre de 1963, cuando tuvo lugar la otra polémica en la que estaba implicado el ICAIC, transcurrieron dos años fundamentales, que es necesario resumir, porque no se puede comprender la polémica sin tener en cuenta lo que ha sucedido en Cuba durante ese espacio de tiempo. En ese período, ya ha tenido lugar el citado proceso de fusión de las organizaciones políticas en una sola, que empieza a fijar las reglas del juego de cómo se organizaría la sociedad cubana y su dirección. También habíamos vivido la crisis del sectarismo en la creación de esas ORI.

Te refieres a todo el proceso de Aníbal Escalante…

Sí, claro, en esa fusión, un sector del PSP desempeña un papel hegemónico y sectario. Esa fue una experiencia muy dura, muy fuerte, que repercutió dentro del ICAIC. De hecho, hay un trabajo de Julio García-Espinosa (“Vivir bajo la lluvia”, recogido en esa excelente selección de Graziella Pogolotti, Polémicas culturales de los 60) que expresa ese sentimiento de manera sugerida. La Revolución había comenzado a llevar adelante su proyecto socialista y con él a enfrentarse a complejidades y retos esperados e inesperados. No olvidemos que, después de las palabras de Fidel en junio de 1961, en octubre del mismo año, se desarrolla el XXII Congreso del PCUS, que fue una avanzada más en la denuncia de las violaciones, atropellos y crímenes de Stalin (es cuando lo sacan del mausoleo), o sea, que Nikita llevó a cabo una ofensiva mayor contra los stalinistas.

Que le costó cara, por cierto.

Sí, a la larga le costó cara. En ese momento, quienes representaron a las ORI en ese Congreso fueron Blas y una compañera cuyo nombre no recuerdo. Luego viene la Crisis de Octubre (1962), donde Cuba tiene la posición que ya sabemos, frontal en relación con Estados Unidos, pero también discrepa con la URSS por el hecho de que concluyeran negociando la base de Turquía e ignorándonos. Estos hechos dejaron una huella en todo el proceso. Yo recuerdo los debates en el ICAIC, que era un hervidero. Allí hubo siempre una intensa lucha ideológica interna. Creo que una de las grandes virtudes de esta institución es que se mantuvo siempre muy viva internamente. Y aquel debate lo recuerdo con distintas maneras de reaccionar frente a lo ocurrido y frente a lo que significaba el hecho de haber tenido armas atómicas en Cuba.

Y descubrir, retrospectivamente, que la colocación de aquellas armas atómicas no tenía otro objetivo que negociar la base de Turquía. No era para negociar Guantánamo, era para negociar Turquía: los rusos, en el fondo, lo que querían decir era: “Te quito los cohetes de Cuba si me quitas la base que tienes en la frontera turca con la URSS”. O sea, que tanto desde el punto de vista ideológico como político, fue muy duro. Y se creó la discrepancia e incluso la famosa frase de “Nikita, Nikita, lo que se da no se quita”. Era como una especie de conga popular, porque lo bueno de todo esto es que determinadas cosas, el pueblo las asimila desde un punto de vista humorístico o del famoso choteo, que es también un antídoto contra los grandes shocks psicológicos. Pero tú hablabas de que ese contexto explicaba, en parte, la polémica.

Claro. Pero luego llega el año 1963, que fue de particular complejidad y que requiere de más estudio para explicarnos, en profundidad, algunos fenómenos que incidieron en el campo socialista de entonces, en particular en la URSS y acá, entre nosotros.

Pienso que la Crisis de Octubre debilitó, aún más, el poder de Nikita Jruschov en la correlación de fuerzas en el interior de la dirección de la URSS. Si, como decías, el XXII Congreso le costó caro porque lo enemistaba radicalmente con la corriente en la dirección del PCUS que estaba por sepultar en el olvido las barbaridades de Stalin, la Crisis fue otro golpe que contribuyó, más los problemas internos, agrícolas y económicos, a su destitución en octubre de 1964.

Pero en marzo de 1963, él inició lo que se puede llamar una ofensiva de endurecimiento en la lucha ideológica en ese país, específicamente en el terreno de las manifestaciones artísticas de la cultura. La encabezó con un discurso donde hizo gala de torpeza, brusquedad e ignorancia contra expresiones artísticas en las artes plásticas, la poesía y el cine. No te recuerdo ahora los detalles, pero sí el clima que creó en aquel país, su repercusión internacional y también aquí. Quien tenga oportunidad de revisar los periódicos Hoy y Revolución de aquella época, encontrará que reflejaron el discurso y su secuela de reacciones con matices diferentes.

Lo que ocurría allí, repercutía en la vida cultural de nuestro país. Recuerdo que en el ICAIC se reprodujo o circuló, mimeografiado, un texto de Carlos Fuentes valorando críticamente el discurso de Jruschov. Se comentó bastante en nuestros medios creativos, porque el peso de la URSS y el cómo tratar los debates en este sector, volvían a reactivar la pregunta: ¿Cuál es la manera adecuada que tiene un Estado socialista para trabajar política e ideológicamente con las especificidades de la cultura artística? Con el vocablo “adecuada” quiero decir inteligente, quiero decir revolucionaria, quiero decir que las coyunturas no se pueden ignorar, pero tampoco pueden ser pretexto para ejercer la imbecilidad desde el poder y cometer errores que dañan el socialismo desde adentro, bien sea en nuestras condiciones de fortaleza sitiada o viviendo en la coexistencia aceptable que podía ofrecer el mundo en que vivíamos.

Añadamos que en abril de 1963, Fidel viajó por primera vez a la URSS y se reunió con Jruschov para asuntos estratégicos de las relaciones entre ambos países. Este encuentro, posterior a las discrepancias de la Crisis de Octubre, subrayaba la unidad entre Cuba y la URSS, sin abandonar los principios que habíamos sustentado en aquel conflicto. Vivíamos el esplendor de la Guerra Fría, y el apoyo económico, material y militar de la URSS era vital para nuestra existencia.

No se puede olvidar, tampoco, el debate que a mediados de ese año se produjo en la Facultad de Letras de la Universidad de La Habana, y que tuvo a Mirtha Aguirre y sus alumnos de entonces, discutiendo con los creadores del ICAIC. Jorge Fraga, Titón, Julio y Massip, fundamentalmente, representaron nuestras posiciones como cineastas, en una confrontación ideológica sobre el papel del arte. Este fue otro antecedente de lo que ocurrió a finales de año, cuando se desencadenó la polémica Alfredo-Blas.

También recuerdo, como componente de la atmósfera ideológica del año, el discurso de Fidel el 13 de marzo. Allí atacó frontalmente la actividad contrarrevolucionaria de algunas sectas religiosas y censuró problemas ideológicos específicos de un sector de jóvenes en la capital, a los que llamó “elvispreslianos”.

Entonces, la revista Mella, órgano de la UJC, se hizo eco, de manera extremista y manipuladora, a la hora de encarar este fenómeno. Fue bastante desafortunada. Te cuento que Norberto Fuentes (hoy sabemos dónde está) era, en aquel momento, periodista de la publicación. Tiempo después nos unió el interés temático por la lucha contra los grupos de alzados contrarrevolucionarios en el Escambray y otros lugares del país. Él me contó entonces, que en sus reportajes y cuando entrevistaba a los llamados “elvispreslianos” o “enfermitos” (jóvenes que usaban sandalias y el pelo en lloviznita), los inducía a que manifestaran su simpatía por el ICAIC como futuro centro de trabajo. Te estoy hablando de un Norberto joven, situado en posiciones, en aquel momento, de “línea dura” como revolucionario.

Con todo esto que te cuento y asocio, es que considero que cuando llega diciembre, la mesa está servida para la polémica de “qué películas debemos ver”. Esa es mi opinión.

(Del libro Por la izquierda. Dieciséis testimonios a Contrarriente. Tomo III. Selección y prólogo: Julio César Guanche y Ailynn Torres Santana. Ediciones ICAIC, 2013)

Tomado de: Cubacine

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Catherine Murphy: El bloqueo es injusto, es antiético y es ilegal

Catherine Murphy. Socióloga y cineasta estadounidense

Por Giusette León García

La norteamericana Catherine Murphy es socióloga y cineasta. Con la mirada de género en vena y un amor por Cuba largo y profundo, nos mira y habla sobre las mujeres de esta isla.

«Me corriges si cometo muchos errores con el idioma», me dice al final de la entrevista, y no puedo menos que sonreír desde este lado del mar y del teléfono, porque Catherine nació en Estados Unidos, pero habla un «cubano» casi perfecto.

Lo aprendió a pie y en bicicleta durante los días duros del período especial, en los noventa, y lo entrena constantemente. Por ejemplo, cuando la conocí, en 2008, poco después del paso devastador de tres huracanes, estaba esta «gringa» en Cuba, acompañando a La Colmenita y el grupo de clown liderado por su paisano Patch Adams, en el campamento que emplazó Kcho y la Brigada Martha Machado en Santa Cruz del Sur.

Catherine Murphy es socióloga y cineasta. Con la mirada de género en vena y un amor por Cuba largo y profundo, nos mira y habla sobre las mujeres de esta isla:

«Me siento muy bendecida por haber pasado varios años en Cuba, trabajando y estudiando en los 90. Conocí a muchas mujeres cubanas en diversas ramas, de diferentes generaciones, identidades raciales, religiones, geografías y sectores de la sociedad: artistas músicos, poetas, científicas, médicos, amas de casa, trabajadoras y obreras, educadoras comunitarias, educadoras como tal, y siento que, si fuera a tratar de llevar una historia, en esa infinidad de particularidades hay una colectividad como cubanas que es un apasionado compromiso con la familia, con  sus comunidades, con su nación y con la independencia, con el legado hermoso y fuerte de la independencia cubana; de construir, de soñar ese país con todos y para todos, con todas y para todas, y para el bien de todos y todas y de construirlo cada día».

¿Cuáles ves como nuestros principales logros?

Yo veo que los logros fundamentales son haber encontrado respuestas robustas a muchos de los principales desafíos del mundo, construir un sistema de educación para todos, un sistema de salud para todos, erradicar problemas sociales como el desalojo, que es un problema en el mundo enorme. Este compromiso de tratar, con los medios existentes, de cuidar a la población lo más posible es, no solo un enorme logro, sino una lección para el mundo de que es posible.

«La mayoría de las mujeres en Cuba tienen un hijo y, como promedio familiar, menos de dos, y entonces un estudio muy interesante dio como cinco factores que eran: reducción de pobreza en general, acceso a la salud en particular y a la planificación familiar y a los anticonceptivos, más específicamente. Además, el acceso a oportunidades laborales y de estudios, y también la ausencia de políticas que limiten el tamaño de la familia: es por decisión propia, no porque lo impone el gobierno o salud pública, o porque lo multan, como ha pasado en otros lugares; es decir, tener una alternativa colindante con lo central, hermoso e importante que puede ser la maternidad y la familia. Las mujeres cubanas también tienen real acceso a oportunidades educativas y laborales que habían sido hasta la Revolución prácticamente prohibidas para la mujer o para la gran mayoría de las mujeres. Eso distingue, diferencia a Cuba de la gran mayoría del mundo.

«Además, el camino en el cual ya Cuba está para celebrar la diversidad en todas sus manifestaciones en la sociedad, ha habido muchos avances, pero claro, es un largo camino para recorrer, para incrementar la tolerancia social a celebrar las diversidades… tanto de orientación sexual como identidad de género, la diversidad racial que existe en Cuba, por supuesto, diversidades regionales, y también tener un compromiso permanente con la equidad de la mujer, que Cuba ha avanzado tanto en eso, hace décadas ya, y es un tema permanente, porque hay que desarraigar patrones tan antiguos para que podamos todos ser más sanos y tener una sociedad más equitativa».

¿Cuánto crees que el bloqueo obstaculiza el avance de Cuba en esos y otros ámbitos?

Para mí el bloqueo toca cada aspecto de la economía cubana y de la vida en Cuba, porque hay muchos aspectos de la vida que deben ser más simples y son más complejos, más complicados, toman más tiempo a las mujeres y a las familias cubanas, los hombres también, pero a nivel de la familia, la mujer carga mucho con estas cosas, y no veo que haya aspecto de la vida en Cuba que no esté profundamente tocado y afectado por el bloqueo.

«El bloqueo es injusto, es antiético y es ilegal, según las leyes internacionales, y tiene que terminarse. Cuba ha podido avanzar mucho, a pesar del bloqueo, pero los avances serían muchos más: hay medicamentos que no se consiguen ahora en pandemia, alimentos importantísimos, materiales de construcción, piezas de repuesto… También libros, tecnología… toca cada aspecto de la vida en Cuba, y es un milagro que Cuba haya podido resistir, sobrevivir y lograr tanto en presencia del bloqueo».

Y tú, que has vivido como una cubana más, ¿cuánto crees que afecta en especial la vida de las mujeres?

El bloqueo tiene daños concretos que incluyen falta de medicamentos para temas de la salud de la mujer; el problema del transporte: como la mujer sigue siendo la principal responsable para la esfera doméstica, no en cada familia, pero sí en la mayoría de las familias, la mujer sigue ejerciendo ese papel de la principal responsable para preparar los alimentos, cuidar a los niños, a los ancianos, a las personas en la familia cuando hay una situación de salud, es decir, ese papel de cuidadoras que es por una parte muy hermoso, es muy importante poderlo dar y recibir, pero muchas veces se convierte para las mujeres en una sobrecarga, entonces todo este trabajo es multiplicado, es más complicado con las limitaciones del bloqueo: si hay que moverse para trabajar en el día, pues las mujeres siguen teniendo una doble jornada, entonces se encuentran con las limitaciones del transporte y tienen que venir después a ponerse a cocinar, a lavar, etc., a repasar las tareas con sus hijos, y eso hace mucho más largo el horario cotidiano para la mujer.

¿Te ha impresionado especialmente la historia de alguna de nosotras?

A mí me han impresionado tantas historias de mujeres cubanas en todos los años que llevo en contacto con la isla, que no tendré nunca tiempo para mencionarlas a todas. En mi primera etapa allá, en que estaba investigando un poco los temas ambientales, la agricultura ecológica y la soberanía alimentaria, conocí a mujeres campesinas, mujeres productoras, activistas comunitarias, en fin, son muchas, muchas…

«Pero luego comencé a grabar entrevistas que me impactaron tanto, me conmovieron tanto los testimonios de las mujeres cubanas que participaron en la Campaña de Alfabetización del año 61… Entonces coleccioné, grabé decenas de entrevistas durante casi diez años, testimonios de las más jóvenes mujeres brigadistas, y eso para mí fue como una lupa, es decir, para mí era muy importante que esa historia tenía una repercusión en Cuba o que los cubanos y las cubanas también la sentían suya y les hablaba, les era relevante, les llegaba, pero para mí también era muy central llevar estas historias a los Estados Unidos, donde ha habido una incomprensión, una falta de información, pero también falsa información, información negativa sobre Cuba, y creo que la Campaña de Alfabetización va un poco al corazón de todo el proceso de desarrollo social que lleva ya 60 años evolucionando en Cuba, construyéndose en Cuba, haciendo contra viento, marea y bloqueo, pero también va muy profundo a la vida de las mujeres, a la transformación de la vida, de las realidades de las mujeres, de su propia autoconcepción, de su autoestima, de su visión del mundo, de su país y de sí mismas, y plantea ese íntimo vínculo entre la liberación de la nación y la liberación de la mujer. Esa historia para mí es infinitamente inspiradora.

«También me complace mucho que en este año de “quédate en casa” he logrado sacar algunos testimonios nuevos, y próximamente espero poder sacar a la luz y compartir un testimonio de dos de las primeras maestras voluntarias, de los llamados iniciales de esa red que en el 60 sentó los cimientos sobre los cuales se pudo hacer la masiva campaña del año siguiente».

¿Cuánto crees que podría aportarnos un mayor vínculo entre las mujeres cubanas y norteamericanas?

Eso es una necesidad que tenemos ambas, porque tenemos mucho que aprender unas de las otras. Tenemos nosotras en Estados Unidos mucho que aprender de las mujeres cubanas y sus estrategias, sus avances, sus asignaturas pendientes… Me siento muy orgullosa de formar parte de una organización que se llama US Women and Cuba Colaboration o Colaboración de Mujeres entre Cuba y Estados Unidos, que se formó en los años 90. Tenemos una red nacional en Estados Unidos de mujeres académicas, activistas y artistas y en otras ramas también, que hemos sido impactadas por poder viajar a Cuba y conocer a las mujeres cubanas, y estamos comprometidas a seguir construyendo puentes recíprocos y mostrando solidaridad con nuestras hermanas cubanas, y también reclamando por el fin del bloqueo en nombre de las mujeres de ambos pueblos.

«También en la Universidad de La Habana, la profesora Norma Vasallo lleva años organizando un encuentro de mujeres entre Cuba y Estados Unidos que ayudó mucho a construir estos lazos, es otro granito de arena que también he experimentado. Hay más cosas que nos unen que las que nos separan, y tenemos que trabajar juntas para no permitir esa enemistad, ni permitir las agresiones de Estados Unidos contra Cuba».

Tomado de: Cuba Sí

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