Diálogos

“La importancia de la incitación a la duda…”

“…siempre habrá que acudir a El socialismo y el hombre en Cuba…” Aurelio Alonso

Por Estrella Díaz

Cuando el sociólogo y filósofo cubano Aurelio Alonso (considerado por muchos como un “tanque pensante”) aceptó responder el cuestionario formulado —y enviado previamente, vía correo electrónico— supe que por su densidad como pensador y por el espesor analítico y cultural que posee, esta “conversación digital” devendría clase magistral. No me equivoqué y así ha sido.

Aunque algo extensa esta entrevista debida, sobre todo, a las muchas interrogantes formuladas, les recomiendo detenerse ante las reflexiones de este hombre que, para suerte del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, nos ha acompañado a lo largo de los veinticinco años de creada la institución.

¿Por qué la sociología en usted?, ¿qué lo motivo a inclinarse, tempranamente, hacia esa especialidad?

Mi primer contacto con la sociología fue, en los cincuenta, con 18 o 19 años, en un curso para los créditos optativos cuando estudiaba administración de negocios en los Estados Unidos. Trataba de compensar las asignaturas básicas de una carrera para la cual carecía de vocación, con disciplinas que me interesaban, y la sociología, desde que tomé aquel curso general, me dejó más motivado que el resto de las materias de ese año.

A mi regreso a Cuba en 1959 matriculé la carrera de Derecho, pero, en rigor, solo iba a sintonizar mi vocación a través de los estudios filosóficos y del pensamiento marxista, en el Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana. Por eso, cuando el mismo fue disuelto en 1971 decidí completar mi formación básica en el campo de la sociología, antes de que dicha carrera recién creada fuese también suprimida poco después. Ya estaba convencido de que la recta comprensión del descubrimiento marxista parte de una integración creativa del instrumental económico y el sociológico más que de la densidad de un sistema de categorías filosóficas.

Usted, con solo 23 años, fundó el Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, ¿cuán importante y qué utilidad considera que puede tener esta ciencia en el contexto cubano actual?

El reto de iniciarme en la enseñanza de la Filosofía sin haber dejado de ser un alumno fue para mí —como para el grupo junto al cual lo asumía— una experiencia excepcional. Lo más importante es que era parte indisoluble del escenario que la Revolución victoriosa y el liderazgo de Fidel abrían ante mi generación. Fue el privilegio de emprender el arduo camino de buscar las conexiones profundas del legado de independencia efectiva y justicia total, al cual dedicó José Martí su genio, su fe revolucionaria y su vida, con el proyecto de un socialismo acorde a nuestra realidad, que se nutriera de las experiencias que le antecedieran sin renunciar a hacerlo con nuestra propia cabeza. Que no fuera calco ni copia, como reclamara el peruano José Carlos Mariátegui. Es algo que se dice fácil pero que solo se construye sorteando dificultades, con aciertos y con errores, con reveses que a veces trascienden la coyuntura en que se producen, con logros que con frecuencia das por perdidos, y de repente ves resurgir en nuevas voces, de distintas maneras, y te vuelves a llenar de esperanzas frente a los contratiempos, te percatas que no son insalvables, como en un primer instante los viste. Esto te parecerá muy vago pero creo que expreso mejor el saldo de mi experiencia de vida si refiero la importancia de la incitación a la duda, al estudio, la crítica y el debate, en lugar de intentar una descripción de aportes de la aventura de pensamiento en la cual me precio de haberme involucrado. Mi respuesta a esta pregunta es sí: claro que considero a la Sociología, la Economía, la Historia —a las disciplinas sustantivas del pensamiento social— indispensables en la conceptualización del contexto cubano, el latinoamericano y el mundial en que se vive. Cuánto y cómo es algo que prefiero dejar a otros más jóvenes discernir.

Al recibir en el año 2013 el  Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas usted afirmó: “uno no trabaja para ser premiado, sino porque cree en la utilidad de lo que hace”, ¿estima que lo hecho, desde la academia, por usted ha tenido la utilidad práctica necesaria?

Así lo pienso. Mi vida intelectual no ha sido lineal, y eso lo saben quiénes me conocen y algunos que no me conocen, pero que mi nombre les suena. Aunque no podía digerir el cambio al cual me vi obligado, poco tiempo después del comienzo de mi vida académica, no interioricé contratiempos e incomprensiones con amargura. Tampoco me cuento entre los que tuvieron más dificultades de reinserción tras la proscripción de Pensamiento crítico y el Departamento de Filosofía, pues pasé ocho años como investigador en el Centro de Estudios sobre Europa Occidental (CEEO) y cinco como diplomático en Francia. Y fueron experiencias valiosas, aunque no encajaban en el trazado que había escogido ya para mi vida. Tuvo que darse una catástrofe mundial: la inesperada y patética disolución del sistema soviético, para que las circunstancias me permitieran retomar aquel ímpetu intelectual desde el Centro de Estudios sobre América (CEA), Aunque los que allí estábamos tuviéramos que afrontar una nueva onda de choque, igualmente dura.

Perdona la introducción, pero sin ella no se comprendería lo accidentado de una vida intelectual cuya etapa de madurez creativa comienza prácticamente a los cincuenta años de edad, en un redespegue. Por fortuna el revés de los noventa no me dejó las marcas de la anterior proscripción. Esta vez no me quedaba la duda de la equivocación estratégica, la de pecar de inoportuno. Nos sentíamos en mejores condiciones de enfrentar la crítica y defender consecuentemente nuestros criterios. Por eso el Premio Nacional en 2013 lo percibí como el reconocimiento desde la comunidad académica de que el camino andado tenía un saldo de utilidad social. Ya había descubierto con satisfacción, una década atrás, que no pocos jóvenes formados inevitablemente en los esquemas soviéticos, sabían que existíamos, rescataban nuestros trabajos en Pensamiento crítico y otras publicaciones de la época. Y también nos buscaban, con mucha consideración. Después de aquel galardón me llegaron otros reconocimientos importantes, entre ellos el Premio Félix Varela que otorga la Sociedad Económica de Amigos del País, en 2018. Trato de mantenerme a mi edad reflexionando sobre todo aquello en que creo que es útil que lo haga.

¿Qué es para usted un pensamiento creador?, ¿cómo lo definiría?

Pienso que podemos hablar de un pensamiento creador en la medida que consigue transcender lo aprendido en las lecturas, en la empírea de la profesión, y en la investigación misma, y el intercambio, y pone de manifiesto la capacidad de elaborar propuestas novedosas, que ayuden a trascender la realidad conocida. Te añadiría que para mí la creatividad es una cualidad de la inteligencia humana, tal vez la más significativa. Preciso “de la inteligencia”, no de las emociones, del temperamento, del carácter o de la personalidad. Preciso también, “la más significativa” porque la valoro por encima de otras, como la memoria, tan relevante y a la vez tan visible, sobre la cual se remonta para abrir caminos en el mundo de lo irresuelto, lo desconocido y lo hipotético, donde lo reclaman los horizontes del saber y de la praxis.

Corresponde a las instituciones buscar creatividad en todas las direcciones del conocimiento sistemático. Se piensa y se promueve en el campo de la ciencia aplicada (“innovadores y racionalizadores” son un ejemplo), pero avanzar en las tecnologías requiere igualmente de las ciencias básicas. Del mismo modo el avance en las políticas sociales y económicas –que incluye el adecuado aprovechamiento social de los desarrollos en las ciencias naturales básicas y aplicadas– requiere del pensamiento creador en las áreas de las ciencias dedicadas al conocimiento de la sociedad.

Ernesto Guevara —según usted ha afirmado— es “el gran inspirador de la ciencia social y humanística en nuestro proceso revolucionario”. A la luz de los años ¿cuál considera que fueron los aportes esenciales del Che en cuanto a su pensamiento económico?

Mi valoración del pensamiento del Che se centra en la aprobación del rigor de sus críticas, sus advertencias y sus vaticinios en el paso de la historia. Su madurez creativa como pensador fue intensa, pero dolorosamente corta. No había complacencia en él con esquemas ni con superficialidades. Hasta las anécdotas lo revelan. Su consejo de leer a los clásicos con una mezcla de veneración e irreverencia, se volvió para mí una premisa lógica. Creo que, de un modo u otro, siempre habrá que acudir a El socialismo y el hombre en Cuba para confirmar, de manera explícita, el desacuerdo a que llegó con el modelo socialista en que había desembocado la historia soviética, y vaticinar incluso su eventual fracaso. Creo que la actualidad del aporte del Che hay que buscarlo en sus análisis críticos más que en el diseño de una alternativa de construcción socialista, porque tras medio siglo el cambio de los escenarios ha sido extraordinario. Sería él, tal vez, el primero en modificar el cuadro de sus propuestas. Su pensamiento era muy realista. Hace poco se publicó un volumen de su correspondencia que contiene algunos inéditos. Llamo la atención sobre su extensa carta a Fidel del 26 de marzo de 1965, en la cual le presenta su balance crítico de los resultados de los primeros cinco años de la economía socialista cubana, marcados por la inexperiencia y la improvisación. Es un documento indispensable para una adecuada apreciación de la historia y hasta de algunos de los problemas que todavía arrastramos. Destaco en él esa capacidad de moverse siempre desde la duda, el cuestionamiento, como puntales del pensamiento, junto a la exigencia y el ejemplo en la conducción. Entre nuestros dirigentes, fue el mejor identificado, como pensador, con el líder que el mundo vio brillar en la “crisis de octubre”, por encima de los estadistas de las grandes potencias. Como así lo dejó expresado para la posteridad el propio Che en su carta de despedida a Fidel, cuando les anunció a los cubanos su retorno a la lucha revolucionaria en “otros pueblos del mundo”.

Estima que lo escrito por usted, ¿ha sido suficientemente escuchado y leído?

Sentirse poco leído es un pecadillo de vanidad del cual no estoy curado del todo. Pero los reconocimientos recibidos en estos últimos años me han servido de psicoterapia. A veces extraño la ausencia de crítica, la cual me sugiere que ni caso me hacen. De modo que evito que esas preocupaciones me ronden cuando siento que debo decir algo. Mi compañera, quien es mi primera lectora y mi más severa crítica, me asegura que escribo bien, a pesar de que siempre me hace corregir pasajes, buscando claridad y precisión. Se atiene a ese recurso de Eduardo Galeano cuando afirmaba que las únicas palabas que merecen ser tomadas en cuenta son aquellas que valen más que el silencio. A veces la letra me sale con densidad, a pesar de los años. Wichy Nogueras criticaba en una ocasión un ensayo diciendo que era oscuro como una noche en una trinchera o un prólogo escrito por mí. No obstante, pienso que el trabajo en Casa de las Américas y la cercanía a Roberto Fernández Retamar me han hecho más legible. Seguiré escribiendo, conforme con los lectores que he logrado interesar.

En lo personal, ¿qué ha significó o significa la revista Pensamiento crítico?

En lo personal, como has dicho, Pensamiento crítico fue para mí la vía de socialización de un caudal de que descubríamos en una izquierda que se renovaba —y en el que de cierta forma también nos descubríamos— y que sentíamos la necesidad de compartir más allá de los muros del aula. Cada número cargaba la impronta y el trabajo del equipo, escribiéramos o no en él. No la hicimos para publicarnos nuestros trabajos. De hecho, al principio publicábamos muy poco de nosotros, pero poco a poco se fue abriendo un abanico de colaboradores cubanos, no solo del Departamento de Filosofía. Salvo las presentaciones de los números que me tocó preparar, no publiqué artículo alguno en nuestra revista, pero no hay número del cual pueda sentirme ajeno. De 1967 a 1970 estuve fuera del Departamento y mi vínculo orgánico con el grupo fue la revista, en cuyo Consejo me mantuve colaborando activamente. Fue, como el Departamento mismo, un proyecto cortado en pleno desarrollo, una revista cuya madurez, que debía avanzar en sintonía con un proyecto de pensamiento, se cortó como se tala un árbol precipitadamente.

Trabajó unos seis años en el Centro de Estudios de América, ¿cuál fue la mayor lección aprendida y aprehendida entre 1989 y 1995?

Al terminar mi misión en Francia el CEEO había necesitado ocupar mi plaza de investigador, pero Luis Suárez, que en una escala en París me había propuesto incorporarme al CEA cuando regresara, me ratificó su oferta, y Manuel Piñeiro, que dirigía el Departamento de América en el Comité Central, lo aprobó. Allí se habían congregado algunos de mis viejos colegas de la Universidad y un grupo de jóvenes brillantes, y se trabajaba con mucho rigor.

Ingresé por la sección que estudiaba El Caribe, pues llamó mi atención que el movimiento popular que derrocó a Baby Doc en Haití en 1986, mantuvo una presión política frente los militares que acabó llevando a la presidencia al carismático sacerdote de Petionville, Jean Betrand Aristide. Así que me inicié allí estudiando la realidad haitiana, tema en el cual he seguido interesándome aunque posteriormente me haya movido a otras prioridades. El contexto mundial lo marcaba el declive del bipolarismo: la “guerra fría” la ganó el imperio y para los cubanos resistir los efectos del bloqueo estadunidense, desconectada de alternativa de inserción económica segura, dominó los noventa. Era la cuestión prioritaria en la práctica y en los estudios sociales, y el CEA se volcó también en el estudio de la inserción cubana en su entorno continental, en todos los aspectos. Valoro mucho el despliegue que logró el CEA con su revista Cuadernos de nuestra América, y para mí significó el retorno más feliz al ejercicio de pensar, visto de manera sistemática. Importante en tal medida, que los ocho años que le siguieron al CEA en el Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS), y los 15 que tengo en la Casa de las Américas llevan el signo inequívoco de la continuidad de la aventura iniciada. Y la asimilación de “los palos que me dio la vida”, como diría el poeta Fayad Jamis.

En los últimos 17 meses Cuba ha vivido, vive, la pandemia, ¿se ha inmerso en alguna nueva investigación?, ¿qué ha estado haciendo en este período de confinamiento?

La pandemia me encontró más preparado para el confinamiento que a la mayoría de la población porque mi salud me lo había impuesto desde hacía algunos años. De hecho la última de mis hospitalizaciones tuvo lugar en agosto pasado, y no estoy seguro de que no me espere otra próximamente. Por fortuna puedo trabajar bien en mi casa. Doy prioridad a mis compromisos para cumplir lo que me corresponde en la división del trabajo de nuestro equipo de la revista, en tanto me mantengo “inmerso”, como tú dices, en todo cuanto acontece en el escenario americano y mundial. Mayormente con la mirada puesta en la producción de reflexiones a corto plazo, pues quiero ser realista con el tiempo. Pero no cabe duda de que el tiempo de pandemia, que no sabemos cuándo terminará, desembocará en una “normalidad” con rasgos y retos inesperados, para los cuales debiéramos tratar de prepararnos desde ahora.

Después de lo acontecido el pasado 11 de julio en toda la Isla y analizando en perspectiva, ¿cómo sueña a Cuba?, ¿cómo la ve?

Este es un punto que no admite rodeos. Trataré de responderlo con brevedad. Creo tener conciencia de la distancia de la Cuba que vivo y la que la revolución me hizo soñar, de cuanto de lo soñado se logró realizar y cuanto no, de la naturaleza de los obstáculos, de la incidencia de nuestros errores, del peso de los lastres que cargamos, de los objetivos y los límites del cambio, de lo complicado del desafío y de lo crítico de la coyuntura. Es —y siempre va a ser, con mayor o menor intensidad— la tragedia de defender soberanía a las puertas del imperio, por lo que no queda otro remedio que asumirla. Nuestra libertad como pueblo, y nuestra ejemplaridad para una América soberana, depende, de nuestra resistencia. La mentira neoliberal, que encumbró a Margaret Thatcher en los ochenta, puede servir para expresar hoy nuestra verdad: “¡No hay alternativa!”. Paradojas del lenguaje.

Cuba vive otra vez su momento más crítico. La coincidencia del estrangulamiento imperial más intenso y la pandemia del SARS‑CoV‑2 generaron de nuevo una dramática caída de la economía del país, que en la práctica tiene que centrar los menguados recursos en la subsistencia pura y dura de la población.

Los disturbios del 11 de julio se producen como un reflejo de la contracción de las condiciones de vida en los sectores más vulnerables de la sociedad. Pero sin duda es una situación que aprovecha el enemigo (siempre más activo en tanto más difícil la situación) para traducir la protesta legítima en subversión, bajo la falacia importada del “Estado fallido”. En resumen, que lo sucedido no admite una lectura simplista, y que hay que buscar medidas de amparo más efectivas para los sectores vulnerables, medios más eficaces de facilitar las manifestaciones de descontento y recoger las críticas propuestas, y revitalizar el apoyo a las políticas trazadas y los cambios que corresponda llevar a cabo. Propósitos que de ningún modo se excluyen entre sí.

Tomado de: Cubarte

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Hugo Covarrubias: “Encontré interesante hablar de la maldad como si fuese una especie de ensayo”

Hugo Covarrubias. Cineasta chileno. Foto La Tercera

Por Héctor Oyarzún @HectorOyarzunG

Héctor Oyarzún: Para partir por lo básico antes de ir a preguntas más específicas, ¿en qué momento se gesta Bestia? ¿Desde cuándo está más o menos el proyecto, desde la idea hasta ya empezar el proceso de animación?

Hugo Covarrubias: Bueno, la génesis parte primero con la idea de hacer una serie junto a Martín Erazo de La Patogallina, Tevo Díaz, documentalista y productor, y Constanza Wette, que venía trabajando conmigo en arte hace mucho tiempo como constructora, y esta vez le propuse ser directora de arte de este proyecto, si es que funcionaba.

Entonces, fue un proyecto que comenzamos a desarrollar con Martín, que tenía ganas de hacer una serie, aunque no sabía cómo, y como yo tengo la experiencia de hacerlas en animación, mandamos un CORFO para realizarla. Esta serie coincidía con una idea que yo tenía hace tiempo atrás de hacer con la historia de Chile, la historia B. Empezamos a leer Historia secreta de Chile, leíamos Los malos, empezamos a sacar ideas y mandamos un proyecto de serie, y uno de los capítulos era sobre Íngrid Olderöck.

Después hicimos un teaser para postular a un CNTV eventualmente, salieron los fondos de cultura, y a mí siempre me pasaba que resultaba complejo el financiamiento de una serie política, sobre todo en el CNTV. Así que empezamos a avanzar y ver si alguno funcionaba como cortometraje; y en lo personal, me interesó mucho la idea de hacer un corto de Íngrid Olderöck. Se lo planteo a los chicos y estuvieron de acuerdo con que fuera ese, aunque cada uno tenía su preferencia, y lo mandamos al Fondo Audiovisual.

Hicimos una primera versión del guion con Martín Erazo. Después ganamos y los empezamos a producir, lo terminé dirigiendo yo, y después escribimos una segunda versión del guion y nos metimos un poco más en el imaginario y la estética de todo con Constanza. Empezamos a darle forma de thriller psicológico. En el fondo no es una biografía, yo quise darle ese vuelco y trabajar con la premisa de la víctima dentro del victimario, me parecía interesante trabajarlo desde ahí, en un inicio. Empezamos el rodaje en 2018.

Oyarzún: A propósito del tono de thriller psicológico, me parece que el resultado tiene que ver con la posición de la victimaria y la selección del punto de vista. Te quería preguntar por esa posición, pensando en los poemas de Bruno Vidal o películas como El mocito (Jean de Certeau y Marcela Said, 2011), es una posición menos convencional para retratar las atrocidades de la dictadura, pero que igual parece suscitar interés. ¿Cómo fue ese proceso de retratarlo desde ese lado?

Covarrubias: Esto también tiene que ver con inquietudes previas. Yo soy cocreador de una compañía que se llama Maleza. El año 2006 hicimos una obra llamada Maleza, de ahí viene el nombre de la compañía, se mezclaba teatro con animación, y desde ese momento, en codirección con Muriel Miranda, decidimos entrar en la psicología de los personajes y hablar desde ahí, desde adentro. Pasó también en trabajos posteriores, yo tengo dos cortometrajes de animación aparte, basados en literatura latinoamericana, que son El almohadón de plumas (2007) y La noche boca arriba (2013), y ahí se indaga en la psicología de los personajes, sobre todo en La noche boca arriba.

Todos los trabajos más personales que he hecho han tratado de indagar en la psicología. Al inicio en Bestia, en la primera versión de guion, tenía un tono algo más biográfico, pero no me siento muy atraído por las biografías, entonces quería darle algo más de mi mano, y ahí estaba lo psicológico dando vuelta. Por eso me interesaba también el personaje, no sé si es primero el huevo o la gallina, creo que se dio esa simbiosis de ideas con este personaje.

Entonces, encontré interesante hablar de la maldad como si fuese una especie de ensayo, ocupando el dispositivo del personaje, pero también algo muy ficcionado, porque vemos imágenes mentales que uno no supo si ella tuvo, era un ejercicio de ponerse en ese lugar y pensar qué soñaría alguien que comete esos crímenes. Poner la cámara dentro de ella, de su mente y de sus sueños, creo que venía de ahí, de esa búsqueda de un estilo narrativo y de una decisión estética, de abordar los temas desde la psicología.

Todo esto fue apareciendo de forma orgánica. Creo que todas mis películas tienen algo de directores oscuros, algo de Lynch, de Leos Carax, creo que no tenía que alejarme tanto de eso. Finalmente, terminó teniendo bastante que ver con eso, una especie de inspiración de un cine muy psicológico. Por más que se estuviese viendo la realidad, era una realidad desdibujada. Las películas de Antonioni también, que te muestran situaciones que ocurren en una mente, pero son registradas en la realidad. Me interesa trabajar en eso y en esas ambigüedades visuales.

Oyarzún: Pensando en esos referentes live action, te quería preguntar por esa relación, que podría parecer improbable, entre la oscuridad de la dictadura y la animación. Por supuesto, no es el único caso ni en Chile ni en Latinoamérica, pienso desde algo bien conocido como Historia de un oso (Gabriel Osorio, 2014) o Como alitas de chincol (Vivienne Barry, 2002) o Así nace un desaparecido (Angelina Vásquez, 1977). Tampoco es que haya tantos casos, pero particularmente tu corto tiene que ver directamente con la tortura. Me parece que es algo especialmente abyecto o difícil de pensar para el lenguaje animado, especialmente desde su estereotipo de medio infantil. Lo digo también porque tu corto está jugando con el límite de lo que se puede mostrar. En las dos sesiones de tortura nos acercamos un poco, pero siempre hay un límite. Pensando en que la animación podría mostrar “todo”, ¿cómo ves esa relación?

Covarrubias: Sí, bueno, todas esas relaciones responden también a lo que es necesario. ¿Es necesario ver la tortura in situ? Pensando en que hemos tenido eso replicado en algunas series o algunas películas live action, pero en la animación no. En algún momento pensé: ¿será necesario hacerlo en animación solo porque no se ha hecho? Entonces, creo que la labor de la animación es otra, imaginarse otro tipo de cosas relacionadas a la tortura.

Ahí es donde entran las imágenes mentales, estos delirios de mezcla entre realidad y ficción que tiene, estos seres que no tienen cara. Creo que hay una decisión concreta ahí, porque está la posibilidad de mostrar la tortura en animación, pero en el caso mío, me llamaba más la atención mostrar otras cosas relacionadas a su mente, o a esta radio que se esfuma de sus manos y ya no puede ocupar porque la cambiaron de trabajo, creo que esas imágenes eran mucho más necesarias de hacer en animación.

A diferencia de Historia de un oso, que tiene una estética narrativa algo más infantil, lo que también es interesante, hay una coherencia estética en ese corto en sintonía con un público más familiar. El caso de Bestia es distinto, el público no es el mismo, hay una decisión en torno al público. En ese sentido, las licencias que uno se puede dar son más, pero también hay una decisión estética, que es la decisión de mostrar las cosas hasta cierto punto, como dices.

En el fondo es a través del montaje, aunque en stop motion es difícil hablar del montaje, porque uno lo hace antes de empezar a rodar, hay que tratar imaginarse toda la historia ya montada, es donde entra el Animatic y el Storyboard. Ahí es donde entra la decisión mía de cortar en el momento justo donde aparece lo que la gente, quizás, quiere ver. Ese posible morbo de querer ver una escena de tortura, que tampoco tiene todo el mundo, más que agradar o no agradar, es un límite de lo necesario en esta historia particular. No encontré que fuese necesario mostrar lo crudo de una escena de violación, sino mostrar lo que lo rodea. Lo que rodea a este mundo y las capas de lectura mentales que están mostradas a través de Íngrid.

Oyarzún: Vinculado esa representación a un nivel más técnico, te quería preguntar por la materialidad, por el uso de la cabeza de porcelana con una grieta, que tiene que ver con la trama, pero también implica algunas cosas para el trabajo, algunas dificultades, imagino. También el perro, los objetos pequeños, pensando que ya en Puerto Papel (2015-2016) o en tus cortos anteriores había un trabajo con materiales menos convencionales para el stop motion, y acá la porcelana tiene un rol clave. ¿Cómo fue el proceso de escoger esos elementos y materiales?

Covarrubias: Igual eso es parte orgánica de la creación. Viene un poco de la idea original de la serie, donde cada capítulo iba a tener una estética distinta. Junto a Constanza Wette empezamos a definir algunas estéticas, y yo también soy director de arte de varios proyectos, entonces, con Constanza definimos la estética de estos espacios, y también definimos que la estética del capítulo sobre Íngrid podía ser de juguete.

La idea inicial era usar muchos juguetes reciclados, y cuando empezamos a pensarlo como cortometraje, decidimos quedarnos solamente con las caras de muñeca, que los personajes sean como muñecas de porcelana con cuerpo de tela, uno puede ver eso cuando está desnuda y se ve que es una muñeca de porcelana. Como ella tenía este pasado alemán, nos parecía muy coherente trabajar con la estética de las muñecas europeas. En ese sentido, decidimos quedarnos con eso y mantener esa materialidad brillante, que no habíamos visto en animación.

Yo quería separarme de cosas como los hermanos Quay, que son lo primero que se viene a la mente al decir que uno quiere trabajar con muñecas. Yo siempre he sido hambriento respecto a hacer cosas nuevas. Recién lo mencionabas, en Puerto Papel también nos preocupamos de que no hubiese otra serie en el mundo que utilizara eso. Siempre he tratado de buscar cosas que no se hayan visto, no como pie forzado, sino como una búsqueda creativa. Si bien todo es un remix, creo que se pueden ocupar cosas que uno vio en una obra de teatro, una forma narrativa que se vio en un live action y mezclarla con la animación.

En ese sentido, nos gustaba esa estética extraña que provocaba la materialidad de las caras. Los problemas que podía suscitar esta materialidad, para mí, era algo entretenido. Cuando algo propone un problema a solucionar, me parece entretenido. Antes habíamos hecho unas pruebas con las caras, y la gente nos decía: “¿Por qué brillante? Van a tener problemas de iluminación y de cámara”. En lo personal, yo pensaba que íbamos bien si lo encontraban raro. Creo que es similar a lo que trabajaban en Diluvio con La casa lobo (Joaquín Cociña y Cristóbal León, 2018). En el fondo, parece raro, pero es lo que deciden trabajar.

En un momento sentí que tenía que despojarme de los trabajos anteriores, en cuanto a materialidad, mi trabajo con Constanza fue ese, encontrar algo particular. Lo de los juguetes ya se ha hecho, entonces podíamos quedarnos con una cosa de los juguetes para mezclarlo con otras cosas. De ahí salió la idea de que todos los sets y props sean opacos, decidimos trabajar con materiales como cartón piedra y cartón madera por el lado más peludo, por el lado más texturado, donde recibe menos brillos. Hay una decisión estética para generar ese contraste, hacer más evidente eso que parecía incomodar en las pruebas.

Después esto derivó a una cosa expresiva, nos pareció coherente ponerle una cara de loza a Íngrid, hablaba mucho de su psicología. Me di cuenta que había que exagerar esa expresión neutra en el personaje para extremar ese efecto Kuleshov, dependiendo de la posición de la cámara, con el mismo rostro se podían generar distintas sensaciones, de enojo, pena, tranquilidad o lascivia, como en el primer acercamiento del perro a la mujer, siendo que es la misma cara con que la vimos tomando desayuno o fumando un cigarro.

Oyarzún: Me parece que en el corto existe un tiempo peculiar, hay un uso del deadpan curioso, bastantes tiempos muertos. Hay distintos niveles de movimiento, que es algo que uno se fija al ver un stop motion, hay momentos con bastante movimiento y otros que se corresponden a ese tono distanciado. Te quería hacer dos preguntas sobre eso, en primer lugar, sobre el tono general de la película y los distintos tipos de movimiento. Y en segundo, porque es algo que siempre da curiosidad con el stop motion, sobre el tiempo de trabajo y rodaje, ¿cuánto se demoraban en ese tipo de cosas?

Covarrubias: La decisión actoral de los personajes, y en qué escenas había más o menos movimiento, también tenía que ver esta curva de las emociones de Íngrid en el corto, que fueron parte de su vida. Leyendo las entrevistas que le hacía Nancy Guzmán, y también los textos de Alejandra Matus, se deja entrever que había muchos altibajos emocionales. Se sentía perseguida, a veces frustrada, entonces, esos delirios de persecución, las frustraciones que tenía, me llamaba la atención trabajarlas.

Por otro lado, y esto viene un poco del guion inicial, queríamos mostrar un poco su cotidianidad. Cuando tomé el guion de nuevo decidí dejar la cotidianidad, pero mezclándola con estos delirios. La actuación responde a eso, a estos movimientos más cotidianos y más tranquilos, contra los movimientos más climáticos que corresponden a sus desilusiones y delirios que van narrando esta radiografía mental. Cuando vemos el rompimiento de la casa, que es dónde la vemos moverse más, es algo que responde a la curva de su movimiento mental.

Todo el cortometraje fue un trabajo orgánico. Trabajé con Matías Delgado, un gran animador muy joven que conocí en Puerto Papel, donde también era director de animación, entonces era el encargado de seleccionar a la gente. Matías es alguien muy mateo, hizo el Animatic, parte del Storyboard y también animó. Para que entiendas un poco la orgánica, estuve bastante omnipresente. En stop motion, sobre todo acá en Chile, terminas haciendo de todo como director, entonces cumplí varias funciones. Soy director de fotografía del corto, director de animación, animador. Con Matías animamos a medias todo el corto.

Como obviamente necesitaba que Matías entendiera lo que yo quería plasmar en la actuación, yo me grababa actuando la mayoría de los movimientos que Mati animó después. Todas las persecuciones, cuando ella va escapando, lo tengo todo grabado en video, y después se ocupaban para saber cuánto duraba el plano, y también para saber cómo el personaje iba a actuar, cuánto daba vuelta la cabeza, o cómo era el movimiento al romper la mesa, ese tipo de cosas.

Respecto al tiempo, el corto empezó la animación a fines de 2018. Por lo general, uno consigue, en términos concretos, en un cortometraje con este nivel de animación, unos seis segundos diarios por animador. Ese es más o menos el promedio, a veces puedes animar dos segundos, a veces pueden ser cinco, a veces 10, pero en promedio son unos seis segundos. Un cortometraje de 15 minutos lo puedes animar en 5 meses o en 4, pero nosotros terminamos animando en mucho más tiempo porque en medio vino el estallido, un proyecto en el que varios del equipo estábamos metidos, y después la pandemia.

El corto lo terminé yo en pandemia con ayuda de Constanza en ambientación y asistencia de animación. Ya se había acabado la plata, terminamos de animar un mes antes de quedar seleccionados en Annecy. Terminamos el corto, se lo mostré a Cecilia Toro, que trabajó en el corto como vestuarista y productora de arte, es la directora de arte de Cantar con sentido, una biografía de Violeta Parra (Leonardo Beltrán, 2016), y me dijo que lo mandemos a Annecy como estaba. Lo mandamos con fierros, con soportes, con croma, sin postproducción de nada, con audios de referencia. Después quedamos seleccionados y nos dieron un plazo de dos meses para mandar el corto finalizado. Ese es más o menos el tiempo, poco más de tres años en el proyecto.

Oyarzún: Para cerrar, pensando también en el estreno en Annecy, la película tiene una pata histórica y un proceso de investigación amplio, pero tampoco es necesariamente enfática en mostrar que se trata de un caso específico. Está la casa y otras marcas muy específicas, pero también hay otras que no. Te quería preguntar por ese lugar del respeto histórico, pero también eso que entra en un terreno más difuso respecto al caso que está tratando.

Covarrubias: En ese sentido, en Bestia se corrieron varios riesgos. Estaba la materialidad, abordar este tema en esta forma, había muchos factores que podían hacer que la película fuese mala. Y este tema de lo local también me tenía un poco inquieto, no quería que fuese tan local. Ya el hecho de hacer un corto sin diálogo es riesgoso, puede no funcionar, puede que nadie lo entienda, pero también abre la puerta a algo más universal.

En Annecy la entendió gente sin necesitar de un texto de explicación al final, porque podría haber ocurrido en otros lados. Después podían leer la sinopsis y ver que eran hechos reales y sorprenderse de que esto pasó aquí y ver qué pasa en todo el mundo. Esa universalidad se logra desde una decisión estética, de quitar los diálogos y no poner un narrador. Al principio, estaba la idea de ponerle un narrador a los cortos que iban a ser parte de esta serie. Ahí Martín Erazo fue importante, con La Patogallina habían adaptado El húsar de la muerte, cine mudo llevado al teatro.

Sí, hay temas locales, obviamente, hay una repisa donde se ve el puño de la DINA, pero también aparece el símbolo nazi, aunque un poco oculto. También lo veíamos como una especie de realidad paralela, como en algunas distopías donde aparecen símbolos con otro color, también apelamos a eso. Creo que eso también es valioso en Bestia, hay símbolos ocultos que se pueden percibir fácilmente.

Tomado de: El Agente. Críticas de cine

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Entrevista a Fabián Escalante en Radio Habana Cuba*

Fabián Escalante. General (R) Escritor e investigador histórico

Por Roberto Bastidas

Roberto Bastidas (RB): Nuevamente en este espacio, desde Cuba, donde usted escuchará las verdades de este archipiélago, en las ondas internacionales de Radio Habana Cuba. Con el General Fabián Escalante, Gral. (R) de los servicios de inteligencia cubanos, y quien les habla, Roberto Bastidas. Bienvenido a esta nueva edición Gral.

Fabián Escalante: Muchas gracias Bastidas, un saludo a todos nuestros radioyentes.

RB: El tema que nos convoca hoy sería la parte II de los artículos que usted ha venido escribiendo: “El camino correcto”.

Fabián Escalante: EE.UU, los servicios especiales norteamericanos, me refiero a la Agencia Central de Inteligencia, NSA, FBI, USAID, NED y a un sinfín de organizaciones no gubernamentales que están vinculadas con el accionar subversivo norteamericano, vienen trabajando esforzadamente por desestabilizar los gobiernos revolucionarios de la región; me refiero al gobierno de la Venezuela Bolivariana, de la Nicaragua Sandinista y, por supuesto, el de Cuba, el que encabeza la revolución Cubana. Cuba ha sido siempre el diamante de la corona. Desde hace 62 años EEUU, y las sucesivas administraciones o gobiernos que ha tenido, se ha propuesto derrocar la Revolución Cubana. Para ello han empleado todo el arsenal de medios y medidas a su alcance: desde las invasiones armadas, las guerras biológicas, y todo lo q le ha sido posible, en el marco de un bloqueo multilateral, económico, financiero y comercial brutal, que se ha ido fortaleciendo.

El pasado gobierno de Donald Trump, como todos conocen, decretó 243 nuevas medidas agresivas contra el gobierno cubano y la administración de Joe Biden, de este anciano presidente norteamericano —digo anciano, no de manera despectiva, es por su manera de pensar, es por  su forma poco novedosa de enfrentar los problemas, lo de anciano es por no cumplir con las promesas RB: de campaña— porque parece que es olvidadizo también; es decir, la senectud es una propiedad de los años, se adquiere con el decursar de los años.

Este señor, lejos de cumplir con las promesas de campaña, lo que ha hecho es incrementar la agresión. Mareado quizás por la mafia cubana de Miami, y yo creo que por los votos de los senadores cubano-americanos. Como todos sabemos, él tiene un precarisimo equilibrio en el senado y necesita del voto de Bob Menéndez, Marco Rubio y compañía; y eso es lo que ha traído como consecuencia que le venda el alma al diablo. Porque hacer lo que ha hecho con Cuba, incumplir las promesas de campaña, es venderle el alma al diablo, es algo parecido a lo  que está haciendo ahora en Afganistán, con esta desastrosa retirada  militar. Había suscrito el acuerdo de retirada militar acordado por Trump  y no fue capaz de ver, de analizar, por esa senectud de la cual te hablaba, la corrupción imperante y el inexistente compromiso de los soldados del gobierno para combatir al talibán,  el tiempo necesario para sacar del país a su personal: por lo menos sacar a la gente que había colaborado con ellos durante casi 20 años.

Pero volviendo al tema que nos ocupa, la agresión contra Cuba: La agresión contra Cuba se ha incrementado a niveles jamás alcanzados, y tenemos hechos recientes sobre eso; utilizan todo el arsenal a disposición de EEUU, particularmente las RR.SS y el internet. Ellos han venido calentando la situación interna. Por supuesto hay un terreno propicio. En Cuba hay una pandemia terrible, la variante Delta, que nos está azotando de manera criminal, y además el desabastecimiento provocado por el bloqueo, por las medidas coercitivas del gobierno norteamericano, están surtiendo efecto. Es decir, los principales bancos financiadores  etc., se niegan a comerciar con Cuba y prácticamente la compra de alimentos es imposible.

Cuando te hablo de alimentos, no es solo de alimentos, te hablo de insumos; porque muchos preguntan, ¿y el campo? Q sucede con el abastecimiento agropecuario, olvidando que para ello  hace faltan insumos, no se produce por arte de magia; en el campo no ocurren milagros. Para que se pueda cultivar es necesario  tener fertilizantes, pesticidas, todo lo que lleva. Y todo eso nos ha sido negado. Esta situación pandémico-económica ha comenzado a influir en la situación política del país. Además, yo le sumaría a esto que en Cuba coexisten siete generaciones de cubanos de las cuales seis han nacido después del triunfo de la Revolución. En otras palabras, ya hay generaciones de cubanos que tienen una perspectiva nueva, diferente y no en contraposición a la Revolución; sino simplemente más moderna–  que tienen también sus aspiraciones que hay que atenderlas y debatirlas con ellos. Entonces el Imperio, aprovechando todas estas circunstancias, ha desatado una campaña subversiva de dimensiones descomunales; además han manipulado, por supuesto, los errores que hemos cometido, que se han dilatado en el tiempo y el espacio. Por ejemplo, medidas que estaban aprobadas desde el VI y VII Congreso del Partido, se han dilatado en su instrumentación  ¿Por qué? Porque junto con ese enemigo feroz que tenemos, el imperialismo, la contrarrevolución interna, yo calificaría también de enemiga la burocracia. Esa que está dentro de  muchos organismos del Estado, la burocracia es el padrino y la madrina de la corrupción, y esa burocracia probablemente ha tenido una intervención decisiva en la lentitud de la instrumentación de un grupo de medidas que estaban aprobadas y que ahora se comienzan a ejecutar para dinamizar la economía. Dinamizar la economía en estas condiciones, en un complejo escenario político social en el cual tenemos que buscar fórmulas nuevas, como Fidel nos indicó en su concepto de Revolución, cuando nos indicó: analizar el sentido del momento histórico y cambiar todo lo que deba ser cambiado. Y eso es lo que, a mi juicio, el Partido, las autoridades del gobierno, deben y han comenzado a realizar.

Creo que tenemos que buscar fórmulas de enfrentamiento al enemigo en la base de la sociedad, yo no diría más novedosas, pero sí más contundentes; creo que hay que repensar de alguna manera el enfrentamiento en la base de la sociedad. Pienso que no debemos dejar eso a las organizaciones partidistas denominadas zonales, que están integradas en su mayoría por veteranos combatientes. Yo creo que esas organizaciones de base necesitan sangre nueva, por muchas razones. La primera, porque hay una decisión correcta de municipalizar los gobiernos. Es decir, darle potestad y autonomía a los gobiernos municipales, y esos gobiernos municipales tienen que estar apoyados en las organizaciones del partido —no solamente apoyados, dirigidos por ellas—. Yo creo que estas organizaciones hay que fortalecerlas, y hay que fortalecer su base, porque en esa base, en esa circunscripción, en ese Consejo, es donde se producen los fenómenos y conflictos sociales, donde la gente puede estar descontenta por determinadas medidas; donde hay que escuchar, donde hay que explicar, donde hay que debatir las opiniones; y donde hay que recoger todo aquello que sea correcto, todas las demandas populares para desmenuzarlas y trasladarlas a los organismos encargadas de resolverlas. Ese es mi punto de vista y ese es el centro de este artículo que tú citas. Yo pienso que hemos iniciado el camino correcto. Así se llama, “Por el camino correcto”, porque eso es lo que están haciendo las autoridades del Partido y del Gobierno; están bajando a la base, están escuchando, están analizando, están comenzando a cambiar  los métodos y estilos de trabajo. Eso que se ha discutido en varias ocasiones y que a veces no se ha cambiado. Hoy están sujetas a un cambio.

RB: … Y seguimos en este espacio desde Cuba donde usted escuchará las verdades de este archipiélago en las ondas internacionales de Radio Habana Cuba con Fabián Escalante, general retirado de la inteligencia y quien les habla Roberto Bastidas.

General, usted hacía una acotación muy importante, estamos atacados por la pandemia, estamos atacados por la otra pandemia que es el bloqueo y usted está llamando a los jóvenes de hoy a seguir adelante con esta Revolución.

Fabián Escalante: Yo creo que lo que se está haciendo es fundamental para luchar contra la burocracia, que es obviarla en esta primera etapa, dejarla en sus escritorios y bajar a ver lo que está sucediendo y resolverlo sobre el terreno.

RB: Que es lo que está pidiendo el presidente Díaz-Canel

Fabián Escalante: y es exactamente lo que él sintetizó con una frase: “Pensar en Cuba”. Es decir, en la misma medida que pensemos en Cuba, como nos ha convocado el presidente Miguel Díaz Canel, yo creo que vamos a empezar a luchar, a enfrentar y a disolver  esa burocracia. Después esa burocracia tiene que sufrir otros golpes, en la misma medida que se vaya simplificando. Porque, mira: hay cosas que no se resuelven en el campo teórico sino en el campo práctico; este fenómeno es un problema práctico. En la misma medida que esas medidas económicas, valga la redundancia de medidas, se vayan instrumentando, la burocracia se va quedando sin trabajo, se va quedando sin poder de decisión.  Es igual que el fenómeno del trabajo político e ideológico. Se habla del trabajo político e ideológico, como si para ello fuera necesario un curso universitario o un bautismo; el trabajo político e ideológico se hace en una conversación; el trabajo político e ideológico no es otra cosa que análisis y confrontación de ideas; ese es el trabajo político e ideológico. Para eso no hay que pasar un curso especializado ni mucho menos; porque cuando uno es un patriota, cuando uno tiene sentimientos patrióticos y revolucionarios, de ellos nacen los argumentos para poder desarrollar y defender nuestros puntos de vistas, la obra revolucionaria. Yo creo que eso no es un problema complicado y creo que eso es lo que hay que explicar, no generalizar las cosas, sino llevarlas a la realidad, llevarlas a la base.

Yo quisiera decirte algo más. Nunca antes en la historia de nuestro país ha existido un peligro tan grande como el que existe hoy. Nunca antes en el transcurso de estos 62 años, que han sido muy duros, que ha habido invasiones, que hemos estado al borde del holocausto nuclear,  agresiones de toda naturaleza; pero hoy, este momento de hoy, es un momento muy importante, yo creo que fundamental para unirnos en la defender la Revolución. Hoy tenemos que agruparnos  alrededor sobre todo de la figura del presidente Miguel Díaz-Canel, ayudarlo, fortalecerlo, apoyarlo sin límites porque él es el capitán de esta vanguardia revolucionaria; él es el que nos dirige, y hay que ayudarlo en la contraofensiva que ya está en marcha: económica, política y social, para defender las conquistas logradas y seguir avanzando. Eso es lo que pienso.

RB: El bloqueo está llegando a lo que precisamente fue creado, a causar la desesperación, a causar intranquilidad en nuestro pueblo.

Fabián Escalante: Claro, ese es el objetivo, desde el primer documento, desde aquel famoso documento del subsecretario de estado Mallory de 1960, luego desclasificado, que decía que el objetivo de las medidas económicas era causar el disgusto interno y provocar una sublevación popular contra el gobierno revolucionario. Ese ha sido el fundamento de la estrategia de Estados Unidos en Cuba, ha sido la estrategia en Venezuela y en Nicaragua, y lo fue en Bolivia.  Ha sido, su estrategia sistemática, permanente, porque se valen de los poderosos medios a su alcance, es decir todos los medios de comunicación, las redes sociales, la Internet, para intoxicar a las personas y venderle imágenes que nunca podrán ser materializadas porque, yo me pregunto cuando veo los anuncios y veo todo lo que transita por Internet, como tratan de vendernos el (modo de vida) american way of life. Digo: pero si esto es inalcanzable, ni ellos mismos lo han alcanzado. ¿Cuántos millones de norteamericanos están pasando hambre? La clase media en Estados Unidos ha sido prácticamente arruinada. Entonces ¿de qué american way o Life estamos hablando? ¿Cuáles son los logros? Estados Unidos hoy mantiene su poderío esencialmente por las armas, por ser el principal país con armamento nuclear en el mundo y por tener una economía supuestamente desarrollada, la más desarrollada, pero con una deuda externa superior a su presupuesto nacional. Es decir, ¿de qué superioridad estamos hablando, cuál es la cultura, de qué cultura estamos hablando? ¿Cuál es la cultura que Estados Unidos produce?: La de los seriales, la de las películas, la de los héroes de pacotilla, las telenovelas, la de los muñequitos, la cultura de la destrucción,  la de guerra. ¿Esa es la cultura que nosotros queremos para nuestros hijos, para nuestros nietos? No, no es esa.

RB: así es, bueno general, se nos acaba el tiempo, como siempre el tiempo se nos agota, pero quedará pendiente para nuestro próximo programa continuar debatiendo sobre esto, lo acaba de mencionar, esa cultura falsa que nos quieren imponer

Fabián Escalante: Además de eso, nos quieren imponer una cultura que es ajena a nuestra idiosincrasia; porque la idiosincrasia cubana y americana es indígena, de los habitantes originarios: es española y es negra, africana. Entonces, ¿de qué cultura estamos hablando si la nuestra es más rica que la de ellos?

*Enviada por el General (r) Escalante.

Tomado de: Segunda Cita

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Fernando Buen Abad: “El tema de la comunicación debería ser de agenda urgente en toda lucha emancipatoria”

Fernando Buen Abad Domínguez

Por Ruth A. Dávila

Ruth A. Dávila Figueroa, doctora en ciencias políticas y sociales por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, maestra en estudios en relaciones internacionales y licenciada en comunicación y periodismo. Becaria posdoctoral por el Conacyt en el IIF de la UMSNH y becaria posdoctoral por la UNAM en el CISAN. Entre 2004 y 2014 fui docente en la FES Aragón y he impartido clases en otras instituciones como la UPIBI del IPN y el Instituto Michoacano de Ciencias de la Educación (IMCED). Tengo diversas publicaciones en revistas arbitradas, capítulos de libros y divulgación: “Prensa y poder en México, apuntes para una reflexión en la 4T”, Revista Memoria (2021); “La doble función ideológica de la narrativa alterna de La forma del agua” en Cultura y Representaciones Sociales (2020) y en prensa el capítulo del libro “Pos-verdad y Fake News y la construcción del discurso hegemónico en los mass media”, por mencionar algunos. Actualmente soy investigadora del Tlatelolco Lab, laboratorio digital por la democracia del Programa Universitario de Estudios sobre Democracia, Justicia y Sociedad (PUEDJS) de la UNAM.

Fernando Buen Abad Domínguez, (Ciudad de México, 1956) especialista en Filosofía de la Imagen, Filosofía de la Comunicación, Crítica de la Cultura, Estética y Semiótica. Es Director de Cine egresado de New York University, Licenciado en Ciencias de la Comunicación, Master en Filosofía Política y Doctor en Filosofía.

Es una tarde fría en la Ciudad de México, seguimos en tiempos de pandemia por Covid-19, pero gracias a la tecnología y a las plataformas digitales es posible platicar a distancia con una de las mentes más lúcidas y críticas en el campo de la comunicación y la semiótica, Fernando de Buen Abad.

La cuestión de la verdad, la ideología y la comunicación en la lucha de clases

En un contexto de guerra de clases, qué sentido tiene la frase “cuando hay una guerra lo primero que muere es la verdad”, ¿ha muerto la Verdad y de qué verdad hablamos?

Estos temas tienen una amplitud enorme en tanto la polisemia de los términos. La verdad es una construcción social muy dinámica y por tanto necesita de la participación de los distintos enfoques que los grupos sociales tienen ante los hechos cotidianos y los sucesos que se desarrollan diariamente y como cada quien los vive, los sufre y dimensiona. Lo que para unos sectores resultan ser verdades evidentes, tangibles, para otros no lo son. Algunos se empeñan en esconder las verdades y algunos incluso se profesionalizan en ello.

Por tanto, la verdad es una entidad social malherida por la lucha de clases, porque mientras para unos el concepto de verdad se agota en las pruebas que tiene a la mano, hay sectores muy amplios de la población que, sin tener evidencias, resienten las consecuencias de algunas verdades, esto todavía es muy abstracto. Entonces habría que ver casos concretos para observar cómo se expresa esa verdad y quizá la verdad de todas las verdades, hoy por hoy, es la desigualdad y que el capitalismo ha destruido a la humanidad y al planeta de manera incluso irreversible.

Otra verdad es que los dueños de los grandes movimientos financieros y capitales son tres grandes industrias: la de la guerra, la financiera y la mediática. Estas son las entidades monopólicas más poderosas del planeta, y una gran verdad es que esas concentraciones monopólicas, que sostienen la fase imperial del capitalismo, asfixian a la humanidad. Otra gran verdad es que este sistema, como lo constata la inmensa mayoría, es de insuficiencias para todos: son insuficientes las vacunas, los médicos, medicamentos, hospitales, escuelas, salarios, empleos. Somos víctimas de una situación en la que para unos hay abundancia, derroche, gasto obsceno y para la inmensa mayoría hay despojo, desesperanza, tristeza, humillación. Estas son las verdades que se construyen socialmente y que no tienen escapatoria en abstracciones como lo quieren algunos filósofos de moda, como los filósofos del subjetivismo o del individualismo. La verdad es un objeto de estudio crítico permanente, cuyo requisito indispensable es la participación de todas las miradas.

Me gustó mucho esa definición de verdad, vista como un problema concreto y no sólo filosófico, como una construcción social. En esta guerra de clases, ¿cuál es el papel de la comunicación?

Una parte de ello, aunque todo está interrelacionado, tiene que ver con la disputa por la comunidad, entonces, la comunicación es central en la lucha de clases. La palabra comunicación, entre muchas de sus acepciones, significa construir comunidad, poner en común, ¿qué hay que poner en común?, hasta hoy, lo que hemos visto que se pone en común es el interés de unos cuantos por encima del interés de las mayorías. Cuando hablo de “interés” me refiero a un amplio espectro de intereses ideológicos, económicos, bancarios, capitalistas.

Históricamente entendemos la relación entre clases como una de dominantes y dominados, y en esa relación se ha puesto en común, incluso por la fuerza, el conjunto de valores de la clase dominante. Marx señala que la ideología de la clase dominante es la que domina sobre una época y sobre la clase dominada. Entonces, ese conjunto de valores, ideas y principios como por ejemplo “la propiedad privada de los medios de producción es nuestra, a ustedes sólo les corresponde trabajar para que nuestra riqueza crezca para siempre, sin límites” se acepta y se agradece. Esta matriz ideológica se ha puesto en común y muchas personas, aun siendo de la clase oprimida, aceptan y asumen los valores de la clase opresora. Esto no se consigue a través del convencimiento, sino a través de coerciones, coacciones, represiones e incluso con las armas de la argumentación hegemónica, pero también a punta de patadas, balazos y golpes.

Entonces hay una disputa, lo que en semiótica llamamos “disputa por el sentido”: ¿qué sentido común es el hegemónico?, por ejemplo, el de la permisividad absoluta para que un sector de una clase social se adueñe de la riqueza que produce la inmensa mayoría de las personas, ese es el sentido común aceptado, legitimado y legalizado. Todavía no llegamos a ese momento del que habló Marx en el que ese modelo opresor-oprimido desaparezca y entonces tengamos otras realidades, otras verdades, otros valores para poner en común y otras formas de relacionarnos y de producir. Todo eso está por construirse. Pero hay otro modo de poner en común, la posibilidad de que todos vivamos en condiciones de igualdad, y no solamente igualdad de oportunidades, sino en igualdad de condiciones.

La palabra comunicación es un soporte fundamental del tejido social, entre otras cosas, porque es un derecho humano fundamental que, como hoy sabemos, el ejercicio de este derecho habilita otros muchos derechos. Si no tuviéramos la capacidad de la comunicación, aún con todos sus vicios y con todos los problemas que tiene esa puesta en común, el estado de cosas sería aún más grave en muchos sentidos, por eso el de la comunicación es el tema de temas y es, quizá, la mayor de las debilidades en los frentes de lucha emancipadores. El tema de la comunicación es, probablemente, el mayor dolor de cabeza, pues todavía no logramos enfrentar de manera coordinada, ni unida, ni hemos convertido la voz de la protesta, la voz de la fatiga, del desconcierto y el descontento, del malestar social, en un clamor, porque nos ha faltado organización y unidad y poner en común un plan conjunto. De modo que esa es la importancia de la comunicación en este momento histórico, complejizado por el problema tecnológico, la pandemia y porque se nos presentan nuevas urgencias y necesidades de reorganizarlo todo ante la agudización de las contradicciones. Los más ricos se han enriquecido de manera brutal durante la pandemia, mientras lo más pobres padecen de forma más aguda y profunda todas las calamidades que conocemos. En este contexto, el tema de la comunicación debería ser, en mi opinión, agenda urgente en todo frente de lucha emancipatoria y en realidad vemos que no es así.

Con frecuencia escucho a comentaristas, incluso personas de la academia, decir que estamos en un mundo pos-ideológico. ¿Qué puede decirnos al respecto, qué decir de esta afirmación y de la ideología?

También es parte de la disputa. Algunos piensan que se puede convencer a la gente de que hay quienes viven encerrados en una cápsula y no se les toca ni con el pétalo de una idea, pero es una falacia. La noción de ideología tiene muchas definiciones. Me gusta recordar siempre que, en un sentido, ideología significa un sistema de ideas; entonces, quien diga que no tiene ideología, lo que está diciendo es que tiene esa ideología: la de la no ideología, porque para explicar por qué no tiene ideología desarrolla un sistema de ideas, inevitablemente.

También existe una acepción que conduce a definir la ideología como ‘falsa conciencia’ en un sentido peyorativo y con frecuencia la usamos cuando vemos el pensamiento chatarra de autores encumbrados del tipo Paulo Coelho y sus concomitantes, que crean frases célebres para cada momento y tratan de resolver la experiencia humana con frases de tarjeta postal, con ese tipo de pensamiento prefabricado que parece que ya “masticó” el análisis y que nos ofrece un eslogan. Entonces a eso y a otras producciones de pensamiento cuyo propósito es obturar al pensamiento mismo, es decir, sustituir el proceso de análisis y de síntesis para producir expresión dinámica y crítica, lo que tenemos son frases hechas que son ideología chatarra o falsa conciencia porque no pertenecen a un proceso de desarrollo de análisis y conclusiones que puedan ascender en el proceso de pensar a un nivel más alto que es el de la crítica.

Crítica aquí significa, fundamentalmente, organizar, es decir, saber qué es importante y qué no lo es, qué va primero, qué después. Entonces, en términos del desarrollo del pensar, todo aquello que sustituye sus fases, su dinámica y dialéctica, inmediatamente desbarranca a esto que llamamos pensamiento chatarra o falsa conciencia. Esta es otra guerra abierta, hay algunos frentes cuyos dispositivos son mecanismos más simplones, como los que acabo de mencionar, y otros más elaborados y complejos que trafican con esto que Marx llama ‘ideología de la clase dominante’ que asumo como una categoría indispensable. Entonces, es ese conjunto de pensamiento chatarra que una clase social quiere imponer a otra para que se comporte según los intereses de la clase dominante. Creo que todos deberíamos estar activamente involucrados en un proceso permanente de crítica a esa ideología. Simón Bolívar decía “por el engaño nos han derrotado más que por la fuerza” y el engaño está fuertemente apuntalado por estas figuras de la ideología de la falsa conciencia. Deberíamos estar trabajando en un proceso de conciencia legítima, en un proceso de conciencia que se enriquezca, se amplifique y se cultive, como decía Martí “ser culto para ser libre” y apuntalar la fuerza del pensamiento crítico y, sobre todo, de la ciencia descolonizada y desmercantilizada y se logre avanzar y construir comunidad y se vuelva sentido común ese pensar.

El debate sobre la ideología es central en el análisis del sistema de ideas, orígenes, causas, procedimientos e intereses preguntándose ¿a quién le sirven?, ¿cómo actúan?, ¿qué resultados producen? Al mismo tiempo que la “falsa conciencia” donde tenemos un territorio de lucha muy dura, muy agudizada que puede caracterizarse de mil formas y que sigue siendo una de nuestras tareas pendientes. No tenemos hoy una semiótica para la emancipación, no tenemos laboratorios de semiótica que nos permitan entrar profundamente al análisis de cómo, quiénes y dónde están construyendo este pensamiento chatarra y que, sin embargo, cuentan con medios de todo tipo y con dos cualidades complejísimas: la ubicuidad, es decir, que están por todos lados y la velocidad. Esto es un problema en términos de guerra comunicacional, por tanto, el tema de la ideología hay que tomarlo muy en serio.

La historia del pensamiento, por lo menos en el siglo XX, ha tenido este espacio de lucha muy presente. Lenin ya advertía cómo hay malversación de pensamiento, usurpación conceptual y simbólica y algunos incluso usan las herramientas teórico-emancipadoras y han sacrificado los frentes de lucha populares con base en el engaño, palabrería confusa, haciendo pasar por revolucionario algo que conduce a cosas muy retrógradas, falsificando ideas, incluso las más revolucionarias y presentándolas como pensamiento chatarra. En México lo hemos padecido bajo la batuta de Octavio Paz y luego (Enrique) Krauze, que se entregaron al neoliberalismo, se plegaron a los poderes trasnacionales de la economía de mercado y divulgaron el pensamiento chatarra para convencernos de que habíamos llegado al paraíso terrenal con la economía de mercado, hasta la fecha siguen haciéndolo, en realidad están defendiendo sus negocios personales y sus intereses de clase. Entonces, frente a esto, declaremos una guerra semiótica o un conjunto de modelos guerrilleros semióticos, como lo planteaba Umberto Eco, porque necesitamos confrontar directamente no sólo el modelo ideológico en abstracto, sino el conjunto de los intereses a los que sirve. Este es el meollo del asunto y como mencionaba, no están separados los intereses económicos de los intereses ideológicos.

Los intelectuales

Mencionó a Octavio Paz y a Krauze, que son intelectuales orgánicos por definición, ¿qué papel debería jugar un intelectual en el quehacer de la crítica, cuál debería ser su compromiso o su tarea en los procesos de transformación?

Servir a los procesos emancipatorios de las clases en lucha, servir a los compañeros que están dando las batallas más avanzadas e incluso a quienes están comenzando a presentar guerras en el campo de las ciencias, de las artes y en las aulas universitarias. El deber del intelectual es acompañar a los que luchan por transformar este mundo, ahí debe estar un intelectual, no arrodillado a los intereses de una burocracia gobernante, ni de un sector empresarial como Vargas Llosa que pasó de ser un republicano y un aparente demócrata a entregarse a una monarquía. Pienso en las fábricas donde hay movimientos obreros importantísimos que marcan hoy el camino de la transformación del mundo, en su escala, con sus fuerzas, con sus problemas, pero ahí es el lugar al que hay que acudir. En los barrios, en los frentes de lucha campesina, indígena, pero en los frentes de lucha emancipatoria, en los frentes que son realmente de lucha revolucionaria que reivindican sacudirnos de encima este modelo de organización social de clases subordinadas, para esto deben servir los intelectuales. A la clase dominante han servido para fabricar la teoría que justificó el neoliberalismo; por ejemplo, Octavio Paz en México con el TLCAN o todo el conservadurismo durante el período neoliberal, inventaron teorías, tesis, ensayos, para convencernos de que tenemos que resignarnos y aplaudirles que nos expropien las riquezas naturales, que todo está muy bonito y muy bien y que además eso se llama progreso y hay que agradecerlo.

Lo que necesitamos son nuevas generaciones de intelectuales jóvenes, que ya están en el campo de la danza, la dramaturgia, por ejemplo, proponiéndose una lucha importantísima sobre la redacción de nuevos proyectos escenográficos para llevar a los teatros las problemáticas que hoy están en boca de los pueblos, así, el teatro no sólo es un espacio de recreación, sino un espacio de reflexión y ¿por qué no?, de movilización y organización con un carácter de encuentro, de sincronía y sintonía de sensibilidades. En los laboratorios de investigación científica se da también esta discusión, guardadas las proporciones, se plantea ¿para qué tantos años de formación científica para tener que ser empleado de un laboratorio y acabar siendo esclavo de la lógica mercantil? Ahí deben estar los intelectuales, donde arda una pequeña llamita revolucionaria, ahí hay que estar.

La concentración mediática

En el mundo hay cinco corporaciones que concentran la producción de noticias y de industrias culturales, también vemos esta concentración a nivel local y regional. En México, 15 familias son propietarias de los medios de comunicación. ¿Qué hacer ante esto, cómo dar la batalla?

¿Qué hacer?, una pregunta añeja que se renueva con las generaciones. Primero hay que entender el escenario de lucha, hacer diagnósticos correctos, revisar las fuerzas, organizándose, revisar teoría y metodología, no hay práctica correcta sin teoría correcta y esto necesita mucho trabajo y participación abierta de todos, democratizar el conocimiento porque nuestro cometido no solamente es luchar contra esas 15 familias, o contra esa mafia que domina el mundo. Lo advertía el Informe McBride en 1980, el proceso acelerado de concentración monopólica es una amenaza para las democracias, este informe fue el primero que diagnosticó los problemas de la comunicación y nos adelantó un montón de problemas que ahora son peores que en aquella época, han empeorado dramáticamente porque la concentración monopólica es también de tecnología, de metodología, del discurso, de ideologías. Es decir, hay un proceso acelerado de apropiación de los recursos para la comunicación.

Pero si bien es cierto que eso representa un frente de lucha muy importante, no es el único, y no es suficiente para poder caracterizar la respuesta a esa pregunta de ¿qué hacer?; entonces, sí hay que luchar contra los monopolios y contra su discurso e incluso jugar a la provocación de la imaginación, de la creatividad teórica, a esos antivalores que representan, por ejemplo, los concursos de belleza, y todas las formas de manipulación de las mujeres a partir de la idea de la belleza que se vende en las pantallas y en la prensa burguesa. Ese conjunto de antivalores hoy es un frente de lucha cultural, semiótica y de muchos géneros en simultáneo. Pero, ¿de qué nos serviría dar una batalla permanente contra, por ejemplo, eso que refería o contra el modelo de noticias y falacias que se disfrazan en estas máquinas de guerra ideológica que son los llamados medios de comunicación? No nos alcanzaría el tiempo, sería hasta desperdicio de energía dedicarnos sólo a esa batalla, aunque este es un frente.

Tenemos que desarrollar la democratización de las herramientas de comunicación, porque ahí hay una pauta que no hemos acabado de cumplir, ya que hablamos de libertad de expresión, pues que no sólo sea para los gerentes y que la clase trabajadora también libere sus caudales expresivos en igualdad de condiciones. Quiero ver qué pasa cuando eso se verifique en la práctica real, cómo vamos a redistribuir el espectro radioeléctrico para que todos tengan un canal de televisión. Todas las fuerzas organizadas de la clase trabajadora, del campesinado, de los pueblos originarios, de los estudiantes, etc., participen directa, libre y dinámicamente de la comunicación con tecnología y metodología. Me detengo unos minutos en la metodología porque también es cierto que hoy pareciera, como dice Álvaro García Linera, que estamos dando respuestas artesanales ante una maquinaria altamente industrializada de manipulación de conciencias. Damos respuestas que parecen sólo discernir más o menos el problema y organizamos alguna práctica, pero no alcanza, no sólo para confrontar, sino para construir el nuevo proyecto comunicacional que necesitamos.

Es urgente una semántica del proceso de transformación, nos urge cambiarle los nombres a las cosas, cambiarle las categorías a la sociedad, dar esa batalla profunda donde los significados juegan a cosas turbias y a emboscadas. Nos dicen que, por ejemplo, en Chile hubo un “enfrentamiento” entre policías y manifestantes y nos imaginamos que, cuando dicen enfrentamiento, hay condiciones de igualdad de diez y diez peleando por algún interés, pero nos equivocamos. La realidad es que es un grupo de profesionales altamente equipados y entrenados para reprimir al pueblo que va sin armas a defender un derecho, en esas condiciones no se puede hablar de enfrentamiento, eso se llama represión.

Detrás de las palabras hay emboscadas muy complejas y hay gente que se queda diciendo “¡ah!, entonces hubo un enfrentamiento, está bien que se ponga orden porque provocaron un caos” y acaba uno diciéndole “terrorista” a quien es víctima de represión. Tenemos que discutir estos temas que tienen que ser parte de la gran batalla comunicacional y no sólo para cuestionar, sino para construir las nuevas formas que necesitamos de comunicación y distribución, por ello necesitamos métodos actualizados. Nuestras metodologías están muy demoradas, todavía no estamos generando una producción teórico-metodológica suficientemente actualizada para poder ir en tiempo real trabajando contra el modelo hegemónico de comunicación y de máquinas de guerra ideológica que todos los días, a todas horas, en todos los canales y en todo el planeta lanzan andanadas permanentes de manipulación y de ofensivas, de engaño y de calumnias, etc. Nosotros apenas alcanzamos un caso, un ejemplo, y ahí nos tardamos cinco años haciendo una investigación para ver si publicamos después un libro. No digo que no lo hagamos, pero hay que encontrar la manera de producir una metodología que nos permita producir investigación a fondo, divulgar a la mayor velocidad posible, con la mayor cantidad de compañeros posible, en un proyecto de unidad, de lucha y de organización conjunta para de ahí sacar un método que nos ponga no solamente al ritmo de la ofensiva, sino que nos permita ir adelante también. Ese es uno de los pendientes en este momento, ver por dónde caminamos en los laboratorios de investigación científico-semiótica y cómo vamos a producir esos cuerpos teórico-metodológicos que hoy necesitamos.

América Latina y la lucha por la emancipación

Finalmente, ¿cómo ve, desde su campo de estudio, la situación que se vive en América Latina?

Es un momento fascinante. Soy muy optimista, sin dejar de verlo como un momento duro que la humanidad está atravesando en términos económicos, sociales y anímicos. Pero si hiciéramos un recorrido desde México hasta la Patagonia encontraríamos un continente inflamado de malestares, organizándose y buscando la manera de sacudirse lastres. Está más vivo que nunca, hay que ver lo que está pasando en Colombia, por ejemplo, que es un escenario muy difícil y hay un pueblo que sale a protestar contra la confusión enorme que representa esa manipulación de medios, la engañifa permanente que hay hoy con las manos del imperio metidas hasta el “cogote”. Sin embargo, ese pueblo ya no se traga las mentiras y protesta en las calles, es extraordinario el espíritu del pueblo colombiano. En Honduras no cesa la necesidad de encontrar un modelo de vida democrático y sacudirse, ojalá más temprano que tarde, a toda esa mafia que históricamente ha hecho las calamidades que ha hecho, y así en toda Centroamérica. Hay que ver a Argentina, cómo logró derrotar al grupo macrista y cómo se están recomponiendo ahora después del desastre, del daño que produjo este ensayo criminal del neoliberalismo, endeudando al pueblo. Increíblemente, siendo Argentina productor de granos, semillas y carne para millones de personas en el mundo tuvo que declarar que está en emergencia alimentaria, es obsceno. Ahora, este pueblo padece las condiciones de miseria y pobreza con una injusticia brutal, mientras se exportan millonadas de granos y carne, pero próximamente va a protagonizar un proceso electoral en defensa de lo que se ha recuperado, realmente inspirador e importante. Chile ahora construyendo, por primera vez en su historia, una constituyente para cambiar la Constitución de Pinochet, y es la juventud la que está en las calles, a pesar de los carabineros y de la represión. Ahí está Perú y el pueblo defendiéndose, una vez más, contra la mafia neoliberal fujimorista. Qué podemos decir de Uruguay, donde a pesar de este golpe de la derecha, ahí está ahora con los movimientos de izquierda y progresistas, activándose en un proceso de autocrítica muy importante y lo mismo pasa en Paraguay. En fin, en distintos tamaños y proporciones, con tiempos diferentes y con características propias, lo que tenemos en todo el continente es un hervidero de esperanzas revolucionarias y rebeldes.

Están ahí, lo que pasa es que nadie informa de eso y para poder enterarnos tenemos que hacer un recorrido extenuante con nuestras propias fuerzas y no hemos logrado armar grandes medios, más allá de la experiencia de Telesur, que es valiosísima, no hemos logrado multiplicarla y sea primera plana todos los días, para saber que están los pueblos en lucha. Porque a pesar de que hoy, más que nunca, hay millones y millones de voluntades comunicacionales emancipadoras, un archipiélago inmenso de voluntades que buscan la verdad, pero que está inconexo, no hemos logrado la unidad que nos permita levantar clamores fuertes. Pero creo que va a surgir de esta dinámica que no ha parado, a pesar de los altibajos, retrocesos y tropiezos. Pero hoy la constante es que ahí están los compañeros en pie de lucha en los frentes más diversos, incluso donde no nos imaginamos, hay voces rebeldes.

Dadas las condiciones, como decía Adolfo Sánchez Vázquez, entre lo deseable, lo posible y lo realizable, en eso se está moviendo hoy por hoy la acción revolucionaria de América Latina. A mí eso me estimula todos los días, porque ahí es donde hay que poner nuestras mejores ideas y esfuerzos y las tenemos al servicio de eso que es justamente lo único nuevo que hay, hoy por hoy, de vivir la etapa emancipadora de la humanidad. Todo lo demás ya lo hemos visto.

Tomado de: Revista Tlatelolco

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Esteban Cadoche y el documental sobre Néstor Kirchner: “La intención es llegar al corazón” (+Video)

Esteban Cadoche. Cineasta argentino

Por Oscar Ranzani

“Formo parte de una generación diezmada, castigada con dolorosas ausencias, me sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones a las que no pienso dejar en la puerta de entrada de la Casa Rosada”. Esas palabras profundas y coherentes que pronunció Néstor Kirchner en su discurso de asunción como presidente de la Nación el 25 de mayo de 2003, también fueron sinceras. Porque si hay algo que cumplió con firmeza fue con no dejar de lado sus ideales ni siquiera cuando estuvo en las más altas esferas de la gestión política. No cumplió con lo que suelen señalar algunos sociólogos: que cuanto más arriba uno está en la escala de poder, más dispuesto debe estar, entonces, a negociar su grado de impureza. Néstor Kirchner no negoció sus ideas, fue auténtico, con sus virtudes y con sus defectos, pero con un amor a su pueblo que dejó en cada huella de su camino por la gestión política. Por eso no resulta extraño que el nuevo documental del abogado y docente santafesino Esteban Cadoche, se titule justamente Néstor, su huella. El film refleja lo más destacado del ex presidente argentino desde el momento en que asumió como primer mandatario hasta el día de su muerte, el 27 de octubre de 2010, cuando gobernaba el país su compañera de vida y de militancia política Cristina Fernández.

Tras los documentales de Paula de Luque y de Israel Adrián Caetano, Cadoche aborda ahora todo lo referente a un genuino animal político. El film, que contó como productor asociado a Víctor Santa María-Grupo Octubre. Néstor, su huella combina material de archivo –en buena parte inédita- con testimonios. Entre los entrevistados, sobresalen el actual presidente Alberto Fernández (jefe de gabinete de ministros de Néstor Kirchner 2003-2007) y el ex presidente de Brasil entre 2003 y 2010, Lula Da Silva. No hay testimonios de Cristina Fernández, pero el director explica que fue por respeto a su dolor. De todos modos, Cadoche señala: “Cristina igualmente está en el documental, pero no solamente en imágenes sino porque está presente en el recorrido de lo que nosotros mostramos”. También hablan el legislador porteño Juan Valdés, Victoria Montenegro (nieta recuperada, militante por los DDHH y legisladora porteña), las periodistas Julia Mengolini y Mariana Carbajal, entre otras figuras públicas, como Alejandro Vannelli y Ernesto Larresse, representante de actores y actor, respectivamente, quienes fueron una de las primeras parejas en acceder al matrimonio igualitario en el año 2010.

Pero la identidad de Néstor su huella –y en eso radica una de sus virtudes- es que combina esos testimonios y otros de figuras públicas con los de personas comunes, como los de una estudiante de Ciencia Política, una ama de casa de Longchamps, una peluquera vecina de Berazategui y una docente universitaria, entre otras. El documental cuenta con música de José Luis Castiñeira de Dios.

Según expresa el propio director, esta película nació de sus ganas de que las nuevas generaciones sepan quién fue y qué hizo Néstor Kirchner. “Hay más de cinco millones de chicas y chicos de 16 a 30 años que por la edad no lo saben o saben muy poco”, confiesa Cadoche. Por eso, el contenido tiene las líneas troncales de la política desplegada por Néstor Kirchner no sólo en la presidencia sino hasta su muerte “porque hasta ese momento siguió siendo una de las dos figuras centrales de la política argentina junto con Cristina Fernández”, subraya el propio realizador. “De manera que es una misma política desplegada. Por eso, se ve el tema de los derechos humanos como política de Estado, la recuperación del trabajo y del salario, las jubilaciones, la ampliación de derechos, no solamente del matrimonio igualitario sino que hay un segmento muy grande de lo que cambió Néstor Kirchner para las mujeres en la Argentina: entre otras cosas, la llamada jubilación para las amas de casa, que incluyó a casi dos millones de mujeres que no hubieran podido tener ese derecho. También se destaca el impulso fenomenal a la ciencia y la tecnología como herramientas estratégicas. Es estratégico porque eso no es para las próximas legislativas. Eso es para veinte o treinta años”, considera Cadoche.

Algo muy destacable del documental es que no sólo hablan figuras públicas sino también gente común. ¿Por qué lo pensó de esta manera?

Son muchos los que me dijeron lo mismo, porque esa fue una decisión del minuto cero. Así como hay más mujeres que hombres, hay más figuras desconocidas que públicas, porque yo quería que contaran en primera persona cómo les había cambiado la vida Néstor Kirchner. Y no hablan de casos individuales: la persona que cuenta que le remataron la casa por el atraso en el crédito hipotecario no era una sino miles y miles. Y Néstor Kirchner suspendió las ejecuciones hipotecarias. Lo mismo el Hospital Francés y las fábricas recuperadas.

¿Cree que fue fundamental apoyarlas tras la hecatombe del 2001?

Claro, el que da su testimonio, Francisco “Manteca” Martínez (socio fundador de la empresa recuperada Textiles Pigüé, actual coordinador de la Comisión Técnica Asesora de Empresas Recuperadas del Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social) es de un lugar pequeño de la Provincia de Buenos Aires, donde un grupo dejó 8 mil desocupados, el grupo que fabricaba para la empresa más conocida de indumentaria deportiva. Después, en todas las provincias como, por ejemplo, Córdoba y Santa Fe, hay un montón de fábricas recuperadas, también en el Chaco. O sea que estamos hablando de testimonios en primera persona pero que están referidos a miles de argentinos y argentinas. Y eso es muy impactante.

¿Fue difícil reconstruir todo el proceso político?

Fácil no fue porque tuvimos que hacer muchas elecciones en el momento. No podíamos hacer una película de tres horas. Entonces, fue complicado ir eligiendo. Había cien discursos de Néstor Kirchner que hubieran durado 45 horas. Traté de rescatar las perlas, porque son momentos breves, pero son los mejores momentos de la expresión pública de Néstor Kirchner a través de discursos. Eso fue muy difícil también porque hay que trabajar mucho tiempo para seleccionarlo. La primera selección te da una hora de discursos, la segunda te da media y la tercera deben haber sido cinco minutos. Eso es complicado. La prueba de fuego fue la del preestreno del 4 de agosto. Yo no podía imaginar lo que iba a pasar con la gente. Y fue muy impresionante porque la abrumadora mayoría de la gente que estuvo en el Centro Cultural Kirchner lloró de manera intensa. Y eso es muy difícil de lograr con un documental histórico. Una película de ficción tiene una trama, un guión construido, actores formidables que realmente llegan a transmitir una alta emoción. Un documental -y encima un documental sobre la historia política- no es normal que consiga eso.

En Néstor, su huella habla el expresidente de Brasil, Lula Da Silva. ¿Cree que fue un hombre determinante para la política del Mercosur que pretendía Néstor Kirchner?

Sí, absolutamente, junto con Hugo Chávez. El mismo lo expresa en un tramo muy largo, y muy hermoso -además, por cómo lo dice-, que dedica a la unidad de América latina, a la UNASUR y puntualmente al Mercosur. Fue el mejor momento, el momento más brillante de encuentro de los 500 años de incorporación a la historia universal de América latina. Fue el momento más intenso, de mayor acercamiento a la unidad.

Otro aspecto de la película habla del tema de darles voz a los movimientos campesinos. ¿Cómo fue charlar con representantes de los pueblos originarios?

La verdad es que Deolinda Carrizo tiene una fuerza, una garra muy impresionante (es referente del Movimiento Campesino de Santiago del Estero y actual directora de Género e Igualdad de la Dirección Nacional de Fortalecimiento y Apoyo a las Organizaciones de la Agricultura Familiar, Campesina e Indígena). Es una mujer joven, pero hace más de veinticinco años que está en la militancia política, desde la adolescencia. Y a mí me parecía muy importante que estuvieran esas voces, como las de las fábricas recuperadas. Esas voces de personas y colectivos que realmente estaban en la peor situación en 2003. De hecho, todavía persisten los desmontes y los atropellos a punta de pistola violentos de los sojeros en determinadas provincias del norte argentino. Pero ella dice allí: “Pasamos a ser visibilizados porque veníamos de la criminalización. Pasamos a tener un lugar”. Eso es política pública.

¿Qué parte de la película cree que va a movilizar más a los jóvenes? ¿Tal vez la de los nietos recuperados?

Yo creo que eso es personal de cada uno, como cada uno de los que estuvo puso el acento en algún punto particular de la película. Me cuesta no verla como un conjunto, como lo que es. Pero creo que tanto para los jóvenes como para los adultos, el secreto es la emoción, es llegar, porque contar se puede contar con un ensayo, con una nota periodística extensa. Pero nosotros teníamos la intención deliberada y muy marcada de llegar al corazón. Si no, tampoco llega a la inteligencia de manera intensa. Y eso creo que se logró por lo que vi de la reacción de la gente en el preestreno.

Hay que tener en cuenta que se trata de un documental que tendrá carácter histórico. ¿Lo toma como un desafío como cineasta?

Sí, efectivamente es un desafío. En un momento, uno está sumergido en el trabajo y hay muchas cosas de las que no toma dimensión. Y alguien, creo que Eduardo Valdés, me dijo: “Esto va a ser un documento histórico”. Después de eso, ahora incluso, que está terminada, yo digo que sí. ¿Por qué puede ser un documento histórico? Porque no es un panfleto. Jamás lo hubiera sido porque yo no hago esas cosas, porque no hace falta, porque es mucho lo que se hizo y bueno como para traducirlo en una película para los convencidos. Y creo que se consiguió. Es una película en la que, más allá de algunas opiniones y sentimientos personales, están exhibidos los hechos centrales de toda una voluntad y una gestión política. De manera que sí puede ser utilizado en las escuelas, como me dijo una chica joven a la salida del preestreno. Está hecho con el cuidado suficiente para que pueda ser visto como para aprender historia.

¿Cómo cree que puede ver el documental alguien que no comulga con las ideas de Néstor Kirchner?

Lo puede ver -vinculado con lo que decía recién- desde una óptica que por lo menos va a ver que los hechos registrados no son invento de nadie. Hay poca opinión. Por supuesto que hay sentimientos, pero yo ni siquiera aparezco con una voz en off diciendo: “La presidencia de Néstor Kirchner fue la mejor”. Yo no quise hacer eso. Entonces, están expuestos los hechos históricos más importantes y eso permite que quien la vea y no esté de acuerdo con las políticas de Néstor Kirchner, en general, pueda encontrarse con hechos ciertos. Objetivos es una manera de decirlo, pero quizás es confusa, pero sí con cosas que son verdades históricas, más allá de las opiniones: la jubilación de amas de casa, Atucha, Satélite Argentino y los derechos humanos no son un invento. Fueron parte de una política de Estado.

Los grandes medios se dedican a atacar y a denostar a los artistas que coinciden ideológicamente con los gobiernos kirchneristas, como si eso fuera inmoral. Si bien usted tiene una postura independiente, ¿le pasó algo similar en este tiempo? ¿Es algo que le preocupa?

No, no me pasó todavía. No me preocupa. Es muy difícil pegarle al documental, incluso pegarme a mí porque, insisto, no es propaganda publicitaria, no tiene un tinte panfletario, para nada. Entonces, acusarme de tener ideas, además de ser muy bajo, sería deshonesto. Suponemos que todo el mundo quiere que los demás tengan ideas e ideales.

¿Y cuál cree que fue la principal medida, la más destacada de las que impulsó Néstor Kirchner?

Es muy difícil. Hay una que, como todas las cuestiones que tienen que ver con la economía, aparecen números fríos, pero es el presupuesto para todo lo demás: fue la renegociación de la deuda externa. Como dice Alberto Fernández en el documental: fue la mayor quita de la historia del Fondo, y la renegociación más importante. Como pasa ahora que tenemos la deuda externa más alta del mundo proporcionalmente, y si eso no se resuelve, como se pudo resolver en aquel momento, es muy difícil todo lo demás, casi imposible: el desarrollo, la redistribución del ingreso, el apoyo a los sectores más vulnerables; incluso, el impulso a la industria, la construcción de viviendas, la gran obra pública. Sin ese presupuesto, que es contar con los recursos necesarios es imposible lo demás. Reitero que son todas importantes, pero la renegociación de la deuda externa sería la madre de todas las políticas a partir de la cual Néstor Kirchner desplegó lo demás.

Cineastas militantes

Esteban Cadoche señala que la participación del productor asociado Víctor Santa María, “fue muy importante”. El Grupo Octubre puso “las tres cuartas partes de los técnicos -maravillosos como seres humanos y como profesionales- y del equipamiento para las filmaciones en Ciudad de Buenos Aires y provincia”, comenta el director. “Por eso digo que el otro 25, 30 por ciento lo hicimos nosotros con un enorme esfuerzo y con alguna ayuda, como las filmaciones en Bariloche, Santiago del Estero, provincia de Santa Fe. Y vinculado con eso, tengo que decir que nosotros no somos empresarios de cine. Nosotros somos militantes que hacemos cine y somos pobres, tenemos recursos muy limitados. Hemos puesto todo lo que pudimos y más de lo que pudimos. Y necesitamos que la gente nos acompañe de manera horizontal y solidaria adquiriendo su entrada”, dice Cadoche. Y se lo nota entusiasmado y convencido de que así será.

Tomado de: Página/12

Tráiler del filme Néstor, su huella (Argentina, 2021) de Esteban Cadoche

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Eva Dans: “Vivimos en un mundo tan patriarcal que es transgresor ver a una mujer en mal estado” (+Video)

Eva Dans, cineasta uruguaya

Por Daniel Cholakian @d_cholakian

Carmen Vidal mujer detective, la primera película de Eva Dans, es una muy buena combinación de comedia bizarra con trama policial negra. En esta comedia policial la directora se anima a algo que muchos no hicieron: lejos de reproducir lo tradicional del género negro en nuestras propias urbes, como si fueran Los Ángeles o Nueva York, propone una adaptación extrema del género noir a la ciudad de Montevideo.

“Es cierto que la película ha tomado otro camino al que muchos esperan de una policial”, explicó a Nodal Eva Dans. “Eso fue muy a conciencia. Hay gente que dice que la película “tiene lindos toques noir” y a mí me causa gracia porque para mí es noir en sí, con todo su universo, los personajes y las situaciones que ocurren. Pero creo que eso pasa justamente porque no es una copia, digamos burda, de algunas situaciones noir. El género tiene un montón de planos nocturnos con humedad, niebla y muchas escenas filmadas con una Dolly, y en Carmen Vidal no fuimos por ese lado. Nos propusimos sostener estéticamente una ficción, tan ficción, como puede ser que haya detectives privados en 2018 en Montevideo”.

La realizadora uruguaya, desde hace un año residente en Buenos Aires, comprende el género y lejos de hacer un “homenaje” que reproduzca las claves visuales, construye un mundo con lo propio y en él hace funcionar el policial. Y allí aparecen muchas de las claves de las narrativas uruguayas: el humor casi surrealista; la normalización de ciertas situaciones extrañas; las actuaciones despojadas, que trabajan una máscara aparentemente inexpresiva; y una particular forma de construir la ruta del misterio, que remite al maestro Mario Levrero. Comedia noir, como la definió su propia directora, Carmen Vidal mujer detective es menos inocente de lo que parece. Aunque los tiros suenen ridículos y dejen agujeros que son a todos luces irreales, las balas que disparar el poder matan lo mismo

¿Por qué en una ciudad como Montevideo el cine negro debería parecerse al que se puede hacer una ciudad como Los Ángeles? ¿Por qué con los habitantes de Montevideo, que van a comprar al almacén caminando, debería hacerse una película como con los habitantes de Los Ángeles, donde nunca se bajan del auto?

Acá tomás una cerveza de litro del pico; esas son cosas que se hacen acá, pero en el resto del mundo me parece que no. En Uruguay la cerveza de litro como casi que la única opción. La película tiene esa idiosincracia súper uruguaya: la pizza cuadrada, el bar Hispano. Incluso Raúl, el dueño del minimarket donde trabaja Carmen, como toda la gente, es lo más uruguayo que hay. La película es totalmente uruguaya para mí.

Hay una presencia importante de Montevideo como parte del relato, sin que la ciudad aparezca por delante de las cosas. Desaparece la Montevideo turística y se rescata la ciudad portuaria, más propia de los relatos negros; está presente el centro, pero se oculta cierta modernidad arquitectónica tanto con los espacios emblemáticos. Todo esto muestra que hubo decisiones precisas sobre como incorporar la ciudad al relato.

Fue una decisión estética qué Montevideo mostrar. Algo de esto surgió mirando una película de Kaurismäki, Yo contraté un asesino a sueldo, que tiene una secuencia inicial portuaria en Helsinki, y era igual a Montevideo. Es increíble la vida y dije “Bo, pero esto es Montevideo“. Montevideo en un día de invierno, tiene un montón de niebla y se siente así como medio industrial, con un paisaje portuario / industrial.

En parte tiene que ver con la elección de locaciones, pero también con el lente que usamos. Yo quería escapar a esa imagen digital que se ve mucho hoy en día y como no teníamos presupuesto al momento de filmar, conseguimos prestado un lente antiguo de los años 50, que hubo que adaptar a la cámara moderna con la que filmamos, y un zoom muy grande. Esos lentes nos dieron un tipo de imagen muy especial y una libertad de experimentación enorme que a mí me encanta.

Entonces en la película mostramos lugares icónicos de Montevideo, aunque de otra manera a la que se ven cotidianamente. El tanque del Gasómetro, donde aparece colgado el compañero de la detective, es un emblema de Montevideo pero como algo abandonado y nadie va a hacer una película con eso. De alguna manera se enaltecen cosas que son símbolo, pero desde un lugar de cine policial y visto con ese lente y esos encuadres.

Necesitábamos generar un universo que fuera reconocible y bien montevideano, pero que a su vez mantuviera la ficción. En algunos planos generales casi no hay personas que no sean personajes de la película, porque eso mataría lo ficticio. Si ves a un tipo en jogging tomando el mate en la rambla, seguramente no ayuda a lo que buscamos en la película.

Definiste a la película como una comedia noir. A diferencia del resto de América Latina, podríamos decir que en Uruguay se hace un humor que tiene mucho que ver con el surrealismo. Eso está presente en la película. Como también se advierte una relación con ciertas novelas policiales de Levrero.

Si, a mí me encanta Levrero. A fines de mi adolescencia, al inicio de mi vida adulta, leí casi todos sus libros, sino todos. En un momento de la película, Carmen Vidal lleva una evidencia a un depósito llamado “Dejen todo en mis manos”, que es el título de sus novelas, sobre detectives en un pueblo del interior de Uruguay.

Es verdad que el uruguayo tiene como un humor bastante particular, como entre depresivo y humor negro. Y también es verdad que está la cuota de surrealismo. A la uruguaya, eso sí.

Ese humor se sostiene entre otras cosas con el registro de la actuación muy marcado, que me recordaba mucho a Leo Maslíah mientras veía la película…

Claro que sí, un ídolo. Ese es otro grande, crecí leyendo todos sus cuentos.

¿Hubo una decisión concreta de mantener esa parquedad de las actuaciones?

Se manejaron dos cosas. Por un lado, si bien hay cierta naturalidad en las actuaciones, que no son muy impuestas, no son actuaciones naturalistas. Están como en un código de ficción bien ficción.

Trabajamos con un montón de actores. Incluyendo a los personajes chicos son 42 personas. Con tanta gente no es fácil manejar homogeneidad actoral. A veces tenés un personaje menor que no funciona y mata todo.

Pero como a mí no me gustan nada los castings, escribí los personajes para pensando en ciertos actores. A algunos lo conocía, con algunos somos amigos o hicimos talleres de actuación juntos; incluso con unos en una época teníamos un colectivo teatral y hacíamos teatro en espacios no convencionales. Jorge Hernández, el gran villano de la película, es un director teatro uruguayo y fue profesor mío durante dos años y medio.

Creo que todo eso acortó distancias en cuanto a entendernos en cuál iba a ser el tono en el que íbamos a trabajar.

Ensayamos hasta con personajes que tenían una escena. A mí como actriz me ha pasado que llegas al rodaje y en el momento te dicen todo. Y pensás “ta, pará, dame un segundo para procesar por lo menos que tengo que hacer”. En ese sentido hubo preparación previa y complicidad actoral.

¿Cómo fue que en tu primera película decidiste guionar, dirigir y actuar al mismo tiempo?

Es que me gusta actuar; actué antes de hacer cine, cuando era adolescente, pero siempre lo dejé un poco de costado. Fue como un salto de fe, por así decirlo. En un momento creo que me engañaba, y pensaba que si lo hacía yo era más fácil. ¿Cómo iba a conseguir una actriz para que esté filmando todo el tiempo? Filmamos donde era mi casa. La casa de Carmen Vidal era donde yo vivía, un apartamento de 40 metros cuadrados. Había algo de “a quién le voy a pedir que venga acá, a actuar esto”.

Pero pensándolo, creo que era simplemente porque quería hacer a esa detective.

Crecí en una familia lectora, mis padres se dedican al trabajo social. Mi padre, siempre lector de novela negra, me introdujo en ese universo. Cuando era chica leía a Simenon, las historias de Maigret, el detective. Así que era algo que estaba ahí en la familia, medio icónico. También a mi generación, por lo menos, hubo personajes que pegaron como el de Dana Scully, de los Expedientes X. Yo tenía 13 años y la amaba. Tuve una época en la que iba al liceo con un tapado negro y me había teñido el pelo y lo usaba igual que ella.  La gente me decía “sos igual a Dana Scully”, y yo estaba recontenta. Así que esto me viene de toda la vida. Supongo que en una primera película son cosas que se notan, algo de lo arraigado de toda la vida lo plasmás en tu primera película.

Esos elementos de tu propia adolescencia y juventud, no necesariamente tenían que combinarse bien en la película. Podría haberse convertido en un patchwork que no funcione. Sin embargo en Carmen Vidal funciona bien ¿cómo los usaste para hacer una comedia noir, que tiene una trama clásica pero una puesta en escena y personajes divergentes con esa tradición?

Fue mucho instinto. Lo que me sale naturalmente es escribir desde la comedia, más allá que se trate un tema serio o un tema que tiene un trasfondo social. Da igual eso.

La construcción de personajes de Carmen Vidal viene desde ese lugar de comedia. No son personajes que se toman muy en serio a sí mismos, no están construidos desde el lugar trascendental o dramático que tiene el noir tradicional.

Algo que me dio confianza fue que cuando mostraba el guion, le gustaba a todo el mundo. Eso ocurrió mientras decidíamos si lo filmábamos con muy poco dinero o no. Teníamos un gran entusiasmo en filmar algo que fuera bien ficticio en Uruguay. Eso me dio confianza, pero hay también una cuota de inconsciencia, me tiré a hacer lo que sentía que quería hacer y esperar lo mejor. De verdad no sabía cómo iba a quedar la película. Y después estuve ocho meses editándola para llegar a este punto. No salió de la noche a la mañana. Es muy difícil hacer cine. Eso es lo que me di cuenta haciendo la película, lleva mucho trabajo, mucha atención y mucho cuidado.

Creo que el cine uruguayo agarró para un lado muy costumbrista, sobre todo después de la creación del ICAÚ, que fue en 2008. En ese sentido, Carmen Vidal llamaba la atención por ser algo nuevo, algo divertido.

En lo personal quería hacer algo distinto. En donde uno puede tomar una decisión más obvia, tratar de ir por otro camino. De toda esa conjunción de elementos, terminó saliendo de esta Carmen Vidal tan peculiar.

La película podría pensarse como lo que llamaría la comedia pesimista, que también parece bastante propia de los uruguayos.

Sí, ese pesimismo es sorprendente, y un poco agobiante por momentos. A veces esa atmósfera es opresiva. Creo que de ahí sale también ese humor, como que necesita surgir, necesita romper. Creo que todos los uruguayos nos preguntamos a qué se debe ese pesimismo uruguayo, y por qué hay tanta depresión en la población. Es un hecho.

En medio de un diálogo intrascendente, que cuenta la burocracia policial en el mismo tono de comedia, incluiste una frase sobre la cantidad de suicidios en Uruguay ¿Por qué pusiste esa frase en boca del comisario?

Eso es parte de la experiencia personal de muchos de nosotros. Un montón de gente joven que conocí en estos años, alguien con quien estudié cine, alguien que era periodista, no sé, gente que conocía por la vuelta, se suicidaron. De un día para el otro. Pasa mucho en Uruguay, y es algo que tampoco se habla.

Yo trabajé en una ONG que se ocupa de los derechos del niño, en particular el derecho a vivir en familia, en comunidad, trabajando el acogimiento familiar y cuestiones similares.

Era una red latinoamericana. Uruguay, analizando los datos, era el peor país en cuanto a encierro. Le llamaban “el país del encierro”. Si es un niño tiene no sé qué, se encierra; los presos, todos encerrado; los locos, también. Como si hubiera una cultura del encierro. Todo es muy tapado en Uruguay.

Cuando Carmen y e Iván salen de los tribunales quien habla con los periodistas es Carmen, e Iván se queda detrás de ella parado, escuchando en silencio. Ahí cuestionan el modo en que se suelen ocupar los lugares relativos entre el hombre y la mujer en el cine.

Desde el lenguaje hubo un trabajo para posicionar justamente a Carmen Vidal y su mirada, lo que ella ve. A conciencia Carmen Vidal es un personaje en cierta forma asexuado. No hay ninguna historia amor, que podría haber, porque el cine negro siempre tiene un componente de pasión. Siempre está la femme fatale. Podría haber habido un homme fatale, pero no lo hay. Todo eso fue a conciencia, para despegarse un poco de los temas que podemos hablar o no podemos hablar las mujeres.

Parece que las mujeres tienen que hablar de temas de género…

Eso pasa bastante en el cine y me pasó a mí con Carmen Vidal. El cine le da espacio a las mujeres, pero muchas veces para hablar de temas exclusivamente que incumben a ellas. El despertar sexual de una adolescente mujer, o la maternidad, o menstruación, o sobre todos esos temas.

Carmen Vidal es una película no necesariamente femenina en ese sentido, incluso hay un esfuerzo para que no lo sea. Por eso esta detective tan desaliñada. Vivimos en un mundo tan patriarcal que es transgresor ver a una mujer en mal estado. Es trasgresor ver a una mujer sucia. ¿Cuántos hombres sucios vimos la historia del cine? Creo que esa es la situación. Me parece que se abren espacios para la mujer, pero que muchas veces se quedan como en eso. “Si hagan cine, pero hablen de lo que ustedes saben”.

¿Cómo ves actualmente el lugar de la mujer en el cine uruguayo?

Creo que se está mejorando. Se formó la AMAU, Asociación de Mujeres Audiovisuales del Uruguay, que está haciendo un trabajo de visibilización de los datos. En los últimos años, de cada diez películas, tres fueron dirigidas por mujeres. Y eso también pasa con los roles de importancia.

Siempre hubo mujeres en el cine, y creo que es un poco la historia de la humanidad. Las mujeres estaban en lugares de los que después, cuando descubren como lugares de poder, son desplazadas. En la historia del cine, al principio, había muchas directoras mujeres, montajista mujeres, un montón, eso se fue perdiendo. Ahora se está avanzando, sí, pero a mucha fuerza humana.

Para mí fue un poco difícil, te diré. A veces me dicen cualquier cosa. No sé si molesta un poco que haya escrito, dirigido, actuado. Es como se agarran de eso para decir “bueno, con todos los roles que hizo no está tan mal”. Es cierto, los hice, pero no es para que me den un premio consuelo. Te gusta la película o no te gusta. Siento un poquito de carga extra de agresividad en la recepción de la película, que no sé si es porque soy mujer, o por la película que hice o por las dos cosas juntas.

En la posproducción que fue hecha con hombres, porque durante el rodaje fuimos casi todas mujeres, la verdad que tuve varios momentos en que me resultaba un poco cansador tener que justificar cada cambio que quería hacer. Eso lo viví bien en carne propia. Creo que el director hombre, por más que sea primera película, no tiene que estar explicando todo. Son cosas que no puedo demostrar, pero en mi experiencia sentí que tenía que ultra justificar todo.

Algo está cambiando y por suerte, porque las mujeres no necesariamente tenemos que hacer películas explícitamente feministas. Creo que las mujeres tenemos otra visión del mundo y es necesario que esté ahí plasmada. Sino estamos viendo todo el tiempo lo mismo. Creo que es esperanzador, pero difícil.

Tomado de: Nodal

Tráiler del filme Carmen Vidal, mujer detective (Uruguay, 2020) de Eva Dans

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Roberto Chile: “Sería grandioso que las generaciones futuras pudieran conocer al Fidel que retratamos”

Foto: Omara García Mederos (Cuba)

Por Flor de Paz

Para encarnar su vínculo con Fidel Castro, Roberto Chile apunta hacia arriba con su dedo índice. Pero no es este un gesto fútil: consagró más de 25 años de su vida a captar la imagen del estadista y líder revolucionario, y a acompañarlo a donde fuera.

“Una suerte, una posibilidad que me dio la vida, que cumplí sin esperar nada a cambio: ni aplausos, ni nada que se le parezca”, dice sentado en un banco del patio de su casa, con la mirada directa y audaz que le identifica en las fotos de toda la vida. Usa la gorra que no abandona, es blanco el pelo que escapa por sus bordes.

—Lo filmé por primera vez en 1981, en el Palacio de la Revolución. Yo formaba parte de un equipo que realizaba audiovisuales de contenido histórico. Estaba mirando a través de la cámara cuando Fidel se me apareció en el visor; me palpitó el pulso y a duras penas conseguí acertar en el foco, al mismo tiempo que el Comandante se acercaba al grupo. Luego, cada vez fueron más frecuentes las veces que estuve en trabajos vinculados con su presencia.

Un día le pidieron que fuera a filmar en los pedraplenes de la cayería norte de Ciego de Ávila, que se estaban construyendo por idea de Fidel. “Aunque esa misma noche, en una actividad en el Consejo de Estado, él se detuvo delante de nosotros y preguntó a dos de sus colaboradores que si ya tenían al camarógrafo que iría al día siguiente a los cayos. “Sí, Comandante, ya todo está listo”.

—Entonces, puso su mano en mi hombro y dijo: “Pero a este no me lo manden que este anda conmigo”.

Desde ese instante supo que seguiría a Fidel a todas partes sin reparos y sin miedos. Y así fue durante más de dos décadas. Viajaba junto a él a cuanto sitio iba y a cuanto sitio, por supuesto, le pedía que fuera.

¿Después de fotografiarlo durante tantos años, ¿qué recuerda de Fidel con más frecuencia?

Esa convergencia suya entre grandeza y espiritualidad. En la tribuna, el líder de talla mundial. Cuando hablaba con las personas del pueblo y las tocaba, un hombre sencillo. Además, siempre me llamó la atención su mirada y su dedo índice, que marcaba pautas cuando apuntaba hacia arriba, hacia delante o hacia uno de los dos lados, nunca hacia abajo. Son gestos que pude perpetuar en muchas imágenes que le tomé durante años, y también en algunas fotografías relativamente recientes.

¿Cómo era trabajar con él?

Un ajetreo constante. Eran días, años, en que costaba trabajo encontrar tiempo libre para estar en mi casa, para compartir con mi familia, aunque no dejaba de atenderla. Sin embargo, luego de cumplir con mi deber, el de reportar o perpetuar los momentos más importantes del quehacer revolucionario de Fidel,  pude incursionar en la realización de documentales.

Y ese vínculo con Fidel, ¿qué huellas le dejó?

—Fidel fue un ser humano capaz de sobreponerse a las adversidades, no temía a la derrota, siempre tenía la esperanza de que se podía más. Lo recuerdo como a un familiar. Una vez, hablando del Che, dijo: “A veces sueño con él”. Pues yo a veces he soñado con Fidel, que estoy trabajando con él, que estamos conversando, porque tuve la suerte de conversar con él, de verlo en diferentes estados de ánimo, de compartir con él momentos de frustración, de dolor y de alegría.

—Como camarógrafo, una de las situaciones más difíciles que enfrenté fue cuando me llamaron para documentar el momento en que Fidel firmaba su Proclama al pueblo de Cuba. Él estaba convaleciente, en su cama. Cuando llegamos nos notó sorprendidos, y dijo: “No se desanimen, la Revolución hay que defenderla hasta la última gota de sangre si fuera agredida”.

—Era evidente que no estaba pensando en su vida, en su salud, sino en los peligros que corría la patria, y quería que quedara constancia de aquel momento, porque si fallecía los enemigos no podrían decir que era invento de sus seguidores. Cuando él pronunció aquellas palabras, yo levanté la mano y le dije: “Viva Fidel”. Él levantó la suya, y con los ojos empañados —nunca una lágrima— hizo el mismo gesto.

Chile cuenta como uno de los momentos más emocionantes de su vida el de haber estado en la caravana que trasladó los restos mortales de Fidel desde La Habana hasta Santiago de Cuba. Fue junto a un grupo de profesionales que admira mucho, y también de su esposa Vivian, quien lo asistió en su labor durante la travesía.

—A veces cierro los ojos y todavía siento aquel tronar popular que decía: “Yo soy Fidel, yo soy Fidel”. Recuerdo que parecían velas los celulares de la gente encendidos en la noche durante los recorridos por las distintas ciudades. El pueblo le daba una despedida a Fidel que yo estoy seguro que todavía él agradece. Fueron momentos que me estremecieron de dolor, pero también de orgullo revolucionario.

El trabajo de Chile sobre Fidel, y además sobre temáticas culturales, históricas…, ha trascendido el reporte y se ha asentado en la realización de documentales, ¿Cómo llegó a este género?

—Un poco por inspiración natural. Un documental no es como una película de ficción, que requiere un guion de hierro, donde todos deben saber qué decir o hacer. En el documental, lo que hace falta es inspiración, que nazca una idea, que el realizador la conozca y profundice en ella. Así fueron apareciendo los documentales y me lanzaba a ellos, a veces, sin saber adónde iba a llegar, pero ahí están decenas de ellos sobre diferentes temas, creo que con un estilo propio, con una sensibilidad natural.

¿Sensibilidad humana?

—Como periodista, como documentalista, siempre me preocupé por emocionar o estremecer, más que por informar. Eso se logra cuando el mensaje que uno transmite sale del corazón. No puede llegarse al alma de los demás de otra manera. Generalmente, no tuve que abordar la noticia. Casi siempre me tocó recrear el hecho con un tiempo de meditación. Entonces, mi propósito ha sido estremecer, despertar en la gente, con imágenes y sonidos, las mismas emociones que avivaron los acontecimientos llevados a la pantalla.

—Recuerdo algunos de estos hechos con tremenda emoción, como la llegada del niño Elián a Cuba, y los momentos que estuve con Fidel y el pueblo cubano en aquella batalla. Creo que esas son imágenes inolvidables que marcarán siempre mi realización, lo que pude hacer por este país.

—Todas las que filmamos durante tantos años cumplieron un rol inmediato en la vida del cubano, y lo mejor que podría pasar es que llegaran al futuro. Sería grandioso que las generaciones sucesoras pudieran conocer al Fidel que conocimos los que lo retratamos, los que lo filmamos.

Fidel en la Tribuna antimperialista. Foto inédita: Roberto Chile.

Usted se ha movido entre la fotografía fija y el arte de la fotografía audiovisual, ¿qué le aporta una a la otra?

—Vengo de la foto fija, pero cuando comenzaba realmente a tomar como propio ese oficio, tuve que dedicarme a la imagen en movimiento, a filmar videos, al documental.  Por esa suerte, pude hacer mía la imagen. En cada trabajo que realicé, traté siempre de filmar yo mismo. La fotografía era como mi estandarte, mi amuleto, lo que llevaba siempre delante. Fui editor, dirigí documentales, hice guiones, producciones, aunque lo más importante para mí siempre ha sido la cámara.

—Pienso que la fotografía fija da un espacio limitado para expresar una idea. El documental o la imagen en movimiento ofrecen mucho más, porque intervienen otros recursos y otros factores. Pero cada una tiene su encanto, y si me preguntaran qué hubiera preferido ser, si fotógrafo o cineasta, volvería a elegir ambas. No podría cambiar una por la otra.

¿En el proceso creativo de sus audiovisuales, tiene alguna manía que le resulta inviolable?

—Sí, tengo una manía que no voy a abandonar nunca: procuro siempre la perfección, aunque sé que no se consigue. Hay quien dice que lo perfecto es enemigo de lo bueno, pero los que somos perfeccionistas siempre luchamos por acercarnos a lo perfecto. Sin embargo, sobre todo he tratado de ser un poeta de la imagen, de la escena. Pienso que sin poesía no hay arte, y que la poesía es la dueña de los sentimientos más conmovedores. Por eso voy detrás de esa inalcanzable poética, como decía Wichy Nogueras.

Y a la música, ¿qué rol le concede en sus audiovisuales? ¿Por qué recurre con frecuencia a la de Frank Fernández?

—La música es esencial en la obra cinematográfica. Después del cine mudo, algunas otras vertientes han echado la música a un lado. Pero la diferencia es apreciable porque la música contribuye a exacerbar las motivaciones del espectador, genera emociones, conmueve, es capaz de sacudir el alma. Para mí fue una suerte encontrarme con el maestro Frank Fernández, su música pone alas a mis imágenes. Pienso, incluso, que si en algunos momentos mis imágenes volaron también fue gracias a las alas que le puso la música de él. Utilicé igualmente música de Silvio Rodríguez y de muchos otros creadores.

—Eso sí, le di una importancia vital a la música. Y no solamente de forma intuitiva, sino a partir de conversaciones con Santiago Álvarez, de lecturas, de intercambios con colegas. El arte cinematográfico hace posible aunar fuerzas, unir arsenales, para que la imagen y el montaje cumplan el objetivo de estremecer y de emocionar.

¿Cuánto aprendió de Santiago Álvarez? ¿qué otras influencias recibió en esa época de aprendizaje?

—Santiago Álvarez es mi paradigma como realizador cinematográfico, como documentalista. Pienso que es lo más grande que ha dado la documentalística cubana y latinoamericana, y posiblemente de los grandes de la universal. Plasmó con maestría la realidad de nuestro país. Reunió talentos que, junto a él, hicieron posible aquello que hoy es patrimonio universal. Pude compartir con él en viajes de Fidel a distintos lugares, donde coincidimos. Lo vi trabajar con su gente y ser parte de su propio equipo, colaboré con sus documentales, y después fui su amigo.

—Creo que haber tenido amigos como él, como Alberto Korda, Raúl Corrales, Roberto Salas, Frank Fernández, Roberto Fabelo, Choco, Fuster y muchos más, también están entre las grandes suertes que he tenido en la vida, porque han sido estímulos para tratar de ser mejor como artista y como ser humano.

Entonces, ¿quién es Roberto Chile?

—Un ciudadano cubano, un ciudadano del mundo, un impenitente fabricador de imágenes, un constante soñador que trata de poetizar o plasmar la realidad tal y como la ven sus ojos y sale de su corazón.

Hijo de una cubana de Sagua la Grande —trabajadora doméstica— y de un cubano de Cárdenas —carnicero—, de Adolfina y Juan Ramón, ambos fallecidos, nació el 29 de septiembre de 1954, en La Habana, en el entonces Sagrado Corazón (hoy Hospital Materno Ramón González Coro). Su hermano Ramón, el mayor, y él son los dos hijos de ese matrimonio feliz.

Recién la familia se había mudado a un edificio del municipio Centro Habana, que está en la calle Lagunas 379 entre Gervasio y Belascoaín, cuando el pequeño Roberto sintió una algarabía tremenda, un estruendo popular. Es uno de los recuerdos que guarda de su infancia temprana, y que cuando lo evoca se ve parado en el balcón mirando a la gente gritando, rompiendo parquímetros, diciendo consignas revolucionarias. A unos pocos metros de su casa estaba pasando la caravana triunfante de Fidel con el Ejército Rebelde después de haber derrocado a la dictadura de Fulgencio Batista.

—Alguien me tomó de la mano, dice. No creo haber visto a los rebeldes, pero sí sé que ese 8 de enero yo empezaba a compartir el nacimiento de una Revolución triunfante que después me provocó a participar en ella de una u otra manera.

Roberto Chile fue un muchacho travieso, con muchas inquietudes, que encontró amigos más traviesos e inquietos que él. Su adolescencia y juventud transcurrieron en un país efervescente, épico, con los milicianos en las calles y amenazas imperialistas.

—Así llegó la primera novia, el primer amor, los días inolvidables en que empiezas a sentirte un ser humano, a saber que ya eres un joven, un hombre. También, la primera escuela al campo, la cultura: cubana y universal, la música de Los Beatles, Los Zafiros, Los Van Van, Joan Manuel, de Silvio y Pablo, y de la Nueva Trova.

Comandante en Jefe, 2005, de la serie Fidel es Fidel. Foto: Roberto Chile.

En marzo de 2019 recibió el Premio Nacional de Periodismo José Martí por la obra de la vida, que otorga la Unión de Periodistas de Cuba. ¿Qué percepción tiene al respecto?

—Los premios siempre regocijan el alma, dan una gran alegría, incluso cuando uno no se crea merecedor de ellos. Pero el Premio Nacional de Periodismo José Martí fue uno de los que con más satisfacción y emoción recibí. También con una mezcla de humildad y gratitud; humildad porque uno sabe que hay otros que igualmente lo merecen y que todavía hay mucho por hacer para merecerlo, y con gratitud porque amor con amor se paga, y ese premio fue un gesto de amor de la UPEC y un gesto de amor del pueblo cubano, gracias a mi trabajo y al de quienes compartieron conmigo aquellos años gloriosos, aquellos años virtuosos, aquellos años inolvidables de estar en el acontecimiento importante y plasmarlo para hoy y para mañana.

—Por eso, quiero recordar a todos los que me acompañaron en ese avatar, a mis compañeros de forja, a Salvador, a Matos, a Diago, a los escoltas de Fidel que en todo momento me ayudaron para que pudiera lograr la mejor imagen; a su familia; a los compañeros del Consejo de Estado, y especialmente a Chomy y a Álvarez Tabío, que me guiaron en este trabajo. Quiero agradecerle también al pueblo cubano las muestras de afecto que me han dado en las calles en diferentes momentos y, por supuesto, a mi familia, especialmente a mi esposa, que me acompañó siempre venciendo en la retaguardia; a mis hijos Yanelys y Daniel, que eran la inspiración, a mi madre y a mi padre.

Puedo decir como dice Silvio Rodríguez en una de sus canciones. “Yo soy un grano de arena, una hoja más en un árbol”. Y pienso que todos hemos contribuido con nuestro pedacito de virtud, con nuestro pedazo de corazón, a lo que hoy guarda la Revolución o la nación cubana como patrimonio audiovisual, como patrimonio histórico, como patrimonio periodístico.

Cada uno de nosotros solo no hubiera hecho nada, juntos hemos podido dejar capítulos de la historia que hemos vivido, la historia gloriosa de este pueblo, donde solamente no son protagonistas los dirigentes y los líderes, también la gente más humilde, la gente común y la gente del pueblo, que hizo suya la historia, y que gracias a ellos estamos aquí.

Tomado de: Cubaperiodistas

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Gracias, Verónica, por existir

Por Magaly Cabrales

En la exitosa carrera artística de Verónica Lynn, doña Teresa Guzmán, de la telenovela cubana Sol de Batey, ha sido uno de sus personajes más diabólicos. “Me gustó grandemente asumir ese protagónico por el reto que constituía representar a una terrateniente dueña de esclavos”, dijo en entrevista exclusiva esta prestigiosa actriz que a sus noventa años de edad continúa dando ejemplos de maestría escénica.

¿Cómo llega al tan soñado, por muchos, mundo de la actuación?

Creo que cuando nací ya venía con el signo de artista. Y tantas veces me repetí que quería ser actriz que a los cinco años de edad lo tenía fuertemente grabado en la mente y en el corazón, a pesar de que nadie en mi familia sentía la menor inclinación por el arte. Mi madre adoraba a los artistas porque escuchaba mucho la radio cuando lavaba y planchaba para la calle, como se decía entonces. Mientras yo, con dieciséis años, trabajaba como manicura en una peluquería.

Mi debut como actriz fue en la televisión; a mi juicio, tardíamente porque tendría entre veintiuno o veintidós años. Debuté en un programa de corta duración que salía al aire a través de distintos episodios. En él a veces asumía personajes humorísticos y otras, dramáticos. Recuerdo que en ese programa el actor Severino Puentes era el Señor Gallo y yo era su secretaria. Participaba en aquellos programas de manera gratuita, pero me sentía inmensamente feliz porque, por fin, comenzaba a ser actriz. Por aquellos años conocí al también actor Alfonso Silvestre, que estaba preparando una obra de teatro en la que participaban siete hombres y una mujer. Él me propuso que interpretara ese personaje femenino. Yo nunca ni siquiera había ido a un teatro, pero, por supuesto, acepté enseguida porque a mí solo me interesaba actuar y si me decían que aunque fuera en el circo podía hacerlo, para allá me iba gustosamente. Durante los ensayos de esa obra de teatro me di cuenta de que allí eran mayores las posibilidades de convertirme en una verdadera actriz y, por otro lado, que podía llevar a la vez el trabajo y la actuación. Todos los integrantes de esta agrupación realizaban diferentes labores y yo, para esa época, había dejado de ser manicura y me dedicaba a vender al por mayor distintos productos como champú, tintes para cabellos y pinturas de uña, a varias peluquerías en Marianao. De esa gestión salía mi sueldo. Al igual que a la televisión, al teatro asistía sin ganar un centavo. Como todos los integrantes trabajábamos, nuestras reuniones comenzaban a partir de las cinco de la tarde y en no pocas ocasiones no podíamos comenzar a ensayar hasta las siete o nueve de la noche, porque el escenario estaba ocupado por alguna puesta en escena de otra agrupación. Fueron tiempos verdaderamente difíciles durante los cuales apenas me alcazaba el dinero para comer. Pero a pesar de todas esas dificultades sentía que estaba dando pasos seguros para alcanzar mi gran sueño.

En aquella época eran las personas pudientes las que patrocinaban los grupos de teatro y por ello existan varias agrupaciones dedicadas a esta manifestación del arte. Estas personas, incluso, entregaban premios a los mejores desempeños artísticos. Con ello pretendían mantener vivo el teatro y comenzaron a proliferar en La Habana pequeños teatros como Prometeo, Arlequín, Prado 260, por solo citar algunos.

Después de varios años haciendo teatro con obras de gran aceptación como Lluvia o La gata en el techo, volví a la televisión. Eran los años cincuenta y cuatro o cincuenta y cinco, es decir, que todavía no se había producido el triunfo de la Revolución. Para ese tiempo ya era actriz. Había ganado lo que yo siempre consideré el mayor premio en mi vida. Lo obtuve ciertamente de manera empírica, autodidacta, aunque sí y sobre todo con mucho sacrificio, prescindiendo de cosas tan elementales como comer o dormir porque en esa época estudiaba incansablemente para que todo saliera bien, cómo tenía que mirar, hablar, caminar. Desde entonces hasta hoy han nacido tantos y tantos personajes que lamentablemente la memoria no ha podido retener.

Siempre de manera brillante e imprimiéndole un sello muy peculiar, usted ha incursionado en la televisión, el teatro, la radio y el cine. En todos los casos asumiendo mayoritariamente personajes negativos. ¿Acaso es porque le gusta, porque disfruta haciendo el papel de mala?

Casi todas las veces he hecho el papel de mala. Ahí están, por ejemplo, personajes tan terriblemente malos como Teresa Guzmán o Doña Perfecta en el teatro. Esos personajes me encantaron. Disfruté mucho representándolos porque los malos son los que provocan los problemas, los conflictos en una obra. Sería muy aburrido si en una novela, una obra de teatro o en una película no hubieran malos. ¿A quiénes se enfrentarían y vencerían los buenos? Los buenos se hacen grandes, se hacen héroes solo cuando son capaces de enfrentar y vencer a los malos.

Considero que cuando se vaya a analizar la actitud de un personaje negativo hay que situarlo en su contexto político y social, en su época. Es decir, donde está ubicado ese ser humano en el tiempo y espacio. Doña Perfecta y doña Teresa pertenecen a clases sociales muy altas, son terratenientes. Poseen grandes riquezas, entonces tienen que defender sus intereses y eso yo lo interiorizo, me identifico con ellas hasta apropiarme de su personalidad y poderlas representar de manera convincente.

Ciertamente casi todas mis interpretaciones han estado dirigidas a asumir personajes negativos. Pero puedes creer que esos mismos personajes me han llevado a la popularidad. Teresa Guzmán era malísima, inhumana, despiadada, sin embargo, es tan alentador que cuando he recorrido la Isla desde el Cabo de San Antonio hasta la punta de Maisí, incluso en el Escambray, rodeada de montañas, he oído decir a muchas personas: ”Mira, mira, esa es la mujer de los pajaritos”. Obviamente se están refiriendo a Teresa Guzmán y, a través de ella, a mí. Eso realmente te llena de regocijo. Te hace sentir que aunque haya sido malo, malísimo, tu personaje quedó en la memoria popular y eso es verdaderamente gratificante. Es lo mejor que puede pasarte después de tanto tiempo de estudios y sacrificios, aunque no niego que en nuestra profesión nos divertimos muchísimo.

Otras muchas telenovelas, a pesar del paso del tiempo, perduran también entre sus admiradores que suman miles a lo largo y ancho del país. Entre ellas Pasión y prejuicio, Las huérfanas de la Obrapía, Fortunata y Jacinta. Igualmente sucede en el cine, y a propósito de este, ¿cuál es la película que recuerda con más cariño?

Sin lugar a dudas La Bella del Alhambra. El personaje de esa señora, consumida por los fracasos en su vida y el vicio, caló muy hondo en mí. También me gustó mucho Larga distancia, y más recientemente, filmada en 2018, Candelaria, una película muy tierna, porque trata de un matrimonio que tiene cincuenta años de casados. Muy lindo ese personaje. Y ya ves, ahora resulta que me he convertido en buena.

A partir de su vasta experiencia en la actuación, ¿qué importancia le concede al talento?

Con el talento se nace, no te lo da ningún profesor. Eso sí, a lo largo de tu carrera, cualquiera que sea la manifestación artística, tienes que ser capaz de irte apropiando de herramientas que te permitan desarrollarlo. Por ejemplo, hay actores que no tienen mucho talento, sin embargo, poseen habilidades y a esas habilidades les añaden mucho estudio, perseverancia, disciplina y rigor y sobre todo mucho, mucho amor a su profesión, a lo que hace. Siempre hay que buscar más, aprender más de todo y de todos.

¿Qué diría usted de Verónica Lynn?

A decir verdad, he tenido que vencer muchos obstáculos para poder llegar hasta aquí. Hay que tener en cuenta que vengo de la época del capitalismo, no obstante siempre he sido una actriz muy amante de su profesión. Una mujer que, a partir del momento en que se convirtió en actriz, jamás concibió su vida sin la actuación. Siempre me he caracterizado por ser estricta conmigo misma, por exigirme disciplina y por mostrar absoluto respeto a mi pueblo, al público que sigue mis presentaciones, ya sea en el cine, la televisión o la radio. El arte es mi razón de ser, de existir. Precisamente por ese respeto a mi trabajo he tenido que sacrificar muchas cosas, pero en todo momento con un placer enorme. Los artistas sufrimos, lloramos, padecemos, pero al propio tiempo amamos, gozamos. Trabajar para servirle al público ha sido siempre mi mayor placer.

En cada interpretación asumida desaparece por completo Verónica Lyn, me desdibujo, para dar paso a ese personaje que convenza, que el público vea en él de principio a fin lo que es realmente.

¿Qué le resulta más provechoso las críticas o las alabanzas?

En todo momento y cualesquiera que sean las circunstancias, he preferido las críticas. Pero me refiero a esa crítica que parte de la admiración y el respeto. Una crítica bien dirigida te permite ver tus faltas, tus errores. Te permite rectificar, enmendar lo mal hecho y encaminar tu proceder, tus pasos de manera más acertada. La crítica te hace crecer. Admiro y estimo mucho a quienes me han criticado y aun me critican, pero siempre, siempre con deseos de ayudarme, con deseos de que yo haga mejor cualquier personaje, cualquier interpretación.

Me duele ver cómo hemos ido perdiendo el oficio de esa crítica necesaria, reconfortante. Años atrás eran muy habituales las sesiones, tanto en la prensa escrita, como en la radio y la televisión, espacios dedicados a la crítica. Creo que sería muy beneficioso retomar esa práctica.

A pesar de sus nueve décadas de vida, usted continúa entregada a la actuación con la misma pasión de sus años mozos.

Sí, efectivamente continúo trabajando. Me siento muy bien físicamente y con enormes deseos de seguir haciendo arte. A pesar de las restricciones sanitarias que nos impone esta insoportable pandemia, trabajé en una película titulada AM/PM. Es una producción del realizador Alejandro Gil. En ella asumo el personaje de una mujer que vive sola porque los hijos y los nietos abandonaron el país. Reside en un apartamento muy lindo, muy cómodo gracias a la ayuda económica que recibe de su familia radicada en el extranjero. Es un personaje muy bonito, que tiene como principal complejidad mostrar lo que es la simpleza, la cotidianidad.

En estos momentos estoy enfrascada en el aprendizaje de un libreto para otro filme que se comenzará a grabar dentro de unos días y que lleva por nombre La novicia jardinera, del realizador Arturo Soto. En esta soy una monja, la directora del convento, su madre superiora.

Asimismo grabé recientemente con el realizador Rudy Mora un serial de once capítulos, de los cuales participo en cuatro. Es una serie para la televisión y asumo un personaje que sí es bastante, muy complejo, pues se trata de una diva que fue muy admirada, muy querida, pero que al pasar el tiempo las nuevas generaciones, al principio, no la reconocen.

Y también, desde hace ya algún tiempo, dirijo el grupo de teatro Trotamundo. Respetando, por supuesto, las medidas higiénicas sanitarias, hemos trabajado últimamente en el montaje de la obra Frijoles Colorados. Esta puesta en escena estaba casi lista para ser estrenada. De hecho su estreno estaba previsto a propósito de mis noventa años. Pero otra vez es la pandemia el gran obstáculo. De cualquier manera y por diversas vías, continuamos trabajando con los actores, perfilando detalles, perfeccionando cada personaje.

Usted, en sí misma, su magistral desempeño artístico, es indudablemente una gran escuela. Pero también ha contribuido a la formación de jóvenes actores, como profesora de la Escuela Nacional de Arte. ¿Cuál es su mensaje para las nuevas generaciones de actores y actrices?

Que nunca piensen que aunque tengan el reconocimiento del público están en la cúspide, que ya llegaron. Por el contrario, todavía les falta mucho por andar porque precisamente ese reconocimiento implica un compromiso, implica hacer más cada día. Soy actriz desde hace más sesenta años, sin embargo considero que aún no he llegado a la cúspide. Pienso que todavía me faltan muchas más cosas por hacer, por lograr.

Que nunca se conviertan en actores engreídos. Que agradezcan al público con más preparación académica, con más esfuerzo, con más rigor y disciplina. Que cualquier muestra de amor, de admiración que reciban del público, sea compensada con más estudio, con más superación. Que nunca se sientan merecedores. La labor nuestra es un trabajo de equipo, de grupo donde jamás tendrá cabida el individualismo, ni el egocentrismo. Ningún actor puede llegar a brillar por sí solo, porque su desempeño artístico estará siempre apuntalado por aquel o aquellos intérpretes, por muy insignificantes que parezcan. Una modalidad de la actuación es, por ejemplo, el monólogo. Pero detrás de ese actor, aun cuando él aparezca solo ante el público, hay todo un equipo.

Y por último, y quizás el mensaje más importante, que hagan de la humildad, de la modestia, el principal sostén de su carrera artística.

Es muy probable que sumen más de una treintena los reconocimientos y premios nacionales y foráneos otorgados a Verónica Lyn durante su más de medio siglo de quehacer artístico. Y aunque a todos y a cada uno de ellos le concede el valor que poseen, esta consagrada actriz asegura que el mayor galardón que ha recibido es una frase dicha por algunos admiradores en varias ocasiones: “Gracias por existir”.

Tomado de: La Jiribilla

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En tiempos de contrainsurgencia «soft» (+PDF)

Néxtor Kohan. escritor y ensayista argentino

Por Rodolfo Romero Reyes

Néstor Kohan nació en Argentina en 1967, el mismo año en que era asesinado el Che Guevara en Bolivia. Creció en una América Latina donde aún se respiraba la genuina aspiración de la revolución continental; la misma América que sufría sangrientas dictaduras.

Filósofo estudioso de la obra de Simón Bolívar, Karl Marx, Antonio Gramsci, Ernesto Guevara y Fidel Castro, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, donde además ejerce la docencia.

Cuba podría ser para él un segundo hogar. No solo lo atan a la nación caribeña vínculos formales, como haber sido jurado del Premio Casa de las Américas; aquí tiene amigos muy queridos, entrañables, algunos que ya no están entre nosotros, como el maestro de tantos marxistas cubanos: Fernando Martínez Heredia.

En su hoja de ruta destaca haber sido fundador de la Escuela Nacional Florestan Fernandes de Movimiento Sin Tierra de Brasil, la coordinación de espacios como el Grupo de Investigación de CLACSO «Marxismos y Resistencias del Sur Global» y la Cátedra Che Guevara, su rol de investigador del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe y del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, o su militancia en la Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad.

Coherente representante del marxismo latinoamericano, en varias ocasiones se le ha visto inmerso en polémicas con seguidores, lo mismo del eurocentrismo, el posmodernismo, el liberalismo o el marxismo ortodoxo. Sus investigaciones han sido traducidas al inglés, francés, alemán, portugués, italiano, árabe, idish, euskera, gallego y catalán. De su más reciente título, publicado por la editorial Ocean Sur, estuvimos conversando.

¿Por qué escoge textos de los argentinos Haroldo Conti y Daniel Hopen como antesala del libro Hegemonía y cultura en tiempos de contrainsurgencia «soft»?

Haroldo Conti, de orígenes cristianos (estudió el seminario para sacerdotes) es uno de los grandes escritores de ficción de Argentina. Fue jurado en Casa de las Américas (Cuba), primero, y luego obtuvo dicho premio por una de sus novelas más famosas. Daniel Hopen, más joven y de sólida formación marxista, provenía de la sociología. Fue profesor de la Universidad de Buenos Aires y también periodista. Ambos estuvieron estrechamente vinculados política, ideológica y emocionalmente con la Revolución Cubana, al punto que uno de los seudónimos de Hopen era «el cubano».

Los dos fueron militantes revolucionarios y ambos denunciaron en reiteradas oportunidades los intentos de cooptación de la intelectualidad latinoamericana por parte de instituciones aparentemente «inocentes», pero en el fondo íntimamente ligadas a los aparatos de inteligencia del Estado norteamericano. Por su militancia antimperialista y por sus tareas como intelectuales críticos, los dos fueron secuestrados y desaparecidos.

Encabezo mi libro sobre los debates en torno a la hegemonía y la contrainsurgencia del siglo XXI con fragmentos de ambos por dos razones. Primero, a modo de homenaje a nuestros 30 000 compañeras y compañeros desaparecidos. Y, en segundo lugar, por la abrumadora actualidad de sus espíritus rebeldes, reacios a «acomodarse» con el poder imperial, negándose a recibir dinero «altruista» de esas fundaciones estadounidenses con fachada de «sociedad civil», pero que todo el mundo sabía en aquella época, y continúa sabiéndose hoy en día, que respondían a una política de estrategia contrainsurgente. Siguiendo sus enseñanzas, no podemos naturalizar la injerencia y el accionar de la contrainsurgencia en el ámbito de las artes, la cultura, las ciencias sociales, las letras ni tampoco en los movimientos sociales.

El pensamiento de Antonio Gramsci es medular en sus reflexiones. ¿Cuáles son las principales ideas gramscianas que sustentan las tesis del presente libro?

Gramsci ha sido manipulado al infinito. Desde la socialdemocracia y el liberalismo hasta el autodenominado «posmarxismo» (en realidad, exmarxismo) y los llamados «estudios poscoloniales». Lo han intentado convertir en un tímido partidario de los acuerdos parlamentarios y en un inofensivo posmoderno que especula en forma diletante sobre «asuntos culturales», desvinculándolo de todo proyecto revolucionario y estrategia de confrontación. ¡Como si su encarcelamiento y lento asesinato, ejercido con crueldad y a cuentagotas, a manos del fascismo italiano, hubieran sucedido «de casualidad»!

Tratando de rescatar su pensamiento revolucionario nos hemos opuesto a los intentos de pasteurizarlo, descafeinarlo y volverlo un ícono light, fácilmente domesticable y adaptable para los fines más diversos. Como pensador revolucionario, ardiente admirador de Lenin y la revolución bolchevique, pensador de las periferias y las clases subalternas, militante clandestino durante años de la Internacional Comunista, Gramsci reflexionó a partir de una derrota, la del movimiento de los consejos de fábrica de Turín.

Y en esa reflexión que parte de la interrogante: «¿Por qué perdimos?», llega a indagaciones que poseen una actualidad escandalosa. Adoptando la teoría leninista de la hegemonía, Gramsci la perfecciona, la pule, la desarrolla y la convierte en clave de bóveda del marxismo revolucionario. Rompiendo el dualismo entre «la alta cultura» y el sentido común popular, sus principales conclusiones apuntan a que la hegemonía debe recrearse cotidianamente. El sistema capitalista, el imperialismo, los diferentes fascismos y la contrainsurgencia no solo asesinan, torturan, hacen desaparecer gente, vigilan, persiguen, censuran y encarcelan a la militancia revolucionaria. Al mismo tiempo construyen hegemonía. No solo en el plano más fácilmente observable de «las grandes ideologías» sino en los ámbitos minimalistas, pero no menos efectivos, de la vida cotidiana.

El concepto de «ideología» es polisémico. El marxista británico Terry Eagleton ha identificado y sistematizado no menos de 26 nociones y significados diferentes de esta categoría. Pero en términos convencionales «ideología» suele remitir a sistemas formales de ideas, hipótesis y teorías. En cambio, la teoría de la hegemonía incorpora ese contenido, posee un plus sumamente atractivo. La influencia y la dominación de las clases dominantes y las potencias imperialistas no solo se ejerce sobre «las ideas», sino también sobre los sentimientos, emociones, valores y vivencias de la cotidianeidad, aparentemente «no políticas» y presuntamente ajenas a los discursos políticos. La hegemonía no solo constituye una dirección política y moral sobre los sectores populares subalternos y los pueblos oprimidos, sino también una estructura de sentimientos que se recrea cotidianamente en los ámbitos más íntimos de la subjetividad popular.

Por eso la reflexión de Antonio Gramsci se torna tan eficaz a la hora de pensar los mecanismos predominantes a los que apela el capitalismo tardío, imperialista y neocolonial, en pleno siglo XXI.

La generalización para todo el orbe, y en particular para Nuestra América, del tristemente célebre american way of life no se logra solo con grandes hipótesis y teorías, ni con sistemas formales de ideas. Tampoco con una editorial de un periódico oficial, sea The Washington Post o The Miami Herald. Se logra a través de películas románticas y de acción, a través de la música, la vestimenta y los gustos personales, inducidos mediante el marketing y toda una ingeniería de propaganda que opera en el campo del inconsciente colectivo, prostituyendo, incluso, los mejores descubrimientos de Freud. ¡Todo está sometido a la disputa y a la confrontación! Hasta las fantasías y los sueños más íntimos. El capitalismo no respeta nada, ni siquiera los ámbitos más privados de la intimidad que, para el sentido común, quedarían al margen de cualquier disputa geopolítica, cuando en la vida real eso no sucede.

Para el caso específico de Cuba, la inmensa red de telaraña contrainsurgente que se emplea cotidianamente desde instituciones oficiales o paraestatales de Estados Unidos, con una masa gigantesca de dinero que se le roba a la ciudadanía estadounidense y se emplea para aplastar toda disidencia, ha perseguido y continúa intentando ganar las emociones, los sentimientos y las fantasías del pueblo cubano. Ese accionar ha empleado todas las formas de lucha, apelando a diversos estilos y combinando distintos modos operativos. Desde los más violentos y terroristas como poner una bomba en un hotel turístico o hacer explotar en el aire un avión civil hasta los más «inocentes» que recurren a masificar símbolos nacionales norteamericanos en camisetas y pañuelos o promocionando música comercial de muy baja calidad, colonial, misógina y machista.

El objetivo apunta a deslegitimar la Revolución Cubana mientras se trata de vender la peregrina ilusión de que la Florida es «La Nueva Tierra Prometida». Un lugar relativamente cercano (90 millas) donde se puede llegar a ser fácilmente «norteamericano» sin saber hablar inglés, jugando al dominó con los pies descalzos y en camiseta. Una pretendida «utopía» de mesa de saldos, que reaparece en mil películas aparentemente «apolíticas».

El antiguo «sueño americano», de grandes pretensiones y descomunales promesas, hoy está hecho añicos. El imperialismo estadounidense hace agua por todos los flancos. Vive una crisis humanitaria de envergadura, con cientos de miles de personas abandonadas y fallecidas. Ya nadie se cree el cuento del presunto «reino de la Libertad», en una sociedad donde, sin Malcolm X ni las Panteras Negras, a un simple ciudadano estadounidense de piel oscura se le pone una rodilla en el cuello y se le asesina lentamente y a la vista de todo el mundo, para que el mundo afrodescendiente y latino aprenda la lección.

Como aquel viejo «sueño americano» ha perdido su antigua credibilidad ante la opinión pública mundial, ha sido reemplazado por el premio consuelo de… la Florida y Miami, donde la cultura no brilla precisamente por su originalidad. Si al pueblo argentino pretendían venderle desde hace un siglo París como imaginaria ensoñación de «capital cultural» de la modernidad eurocéntrica (haciendo abstracción del imperialismo francés, genocida y torturador en Indochina y Argelia); al pueblo cubano hoy pretenden venderle la Florida y Miami como «el mejor de los mundos posibles». Una mercancía degradada y de cuarta categoría, difícil de comprar hasta en una feria de baratijas.

Las reflexiones de Gramsci nos permiten desmontar semejantes operaciones de guerra psicológica (como las denominarían los teóricos Karl von Clausewitz y Liddell Hart), de fabricación industrial del consenso (como la llamarían Noam Chomsky) y de recreación cotidiana de la hegemonía, para emplear la terminología del marxista italiano.

Las pretensiones imperiales que pretenden minar la hegemonía socialista de la Revolución Cubana, usando sus propias palabras, han tratado de «crear artificialmente una jabonosa y falsa «izquierda» —todas las comillas incluidas—, no revolucionaria, ajena y reacia al legado inasimilable de Fidel Castro y el Che Guevara». ¿Cuán peligrosa es esta falsa izquierda? ¿De qué manera ha pretendido legitimarse?

Debemos reconocer en nuestros enemigos cierta cuota de flexibilidad. Utilizando una metáfora derivada del fútbol, el imperialismo ha tenido cierta «cintura política» (alusión a los históricos jugadores de fútbol, como Messi, Maradona, Pelé o Garrincha, que amagan ir por izquierda y luego mueven con habilidad y mucha flexibilidad la cintura y pasan a su adversario por derecha).

La investigadora Frances Stonors Saunders ha demostrado que la CIA, la más famosa de las instituciones de contrainsurgencia a nivel mundial, aunque no la única ni la primera, con tal de derrotar a sus enemigos estratégicos (la Revolución Cubana en primer lugar) se ha permitido en no pocas ocasiones apelar a otras «izquierdas» para deslegitimar el paradigma revolucionario.

Haciendo un paralelismo pedagógico, sucede lo siguiente. Si quisiéramos horadar la prédica de la Iglesia Católica Apostólica Romana, un enemigo del catolicismo podría poner dinero, hacer entrevistas, promocionar en la televisión y los grandes medios a otras religiones que disputan con la Iglesia Vaticana. ¿Por qué se cree en otro Dios? No. Sino porque resulta muy sencillo destruir al enemigo, oponiéndole discursos y corrientes aparentemente similares, que a primera vista parecen pertenecer a la misma familia, cuando en realidad trabajan en sentido radicalmente opuesto y antagónico.

Con el socialismo y el comunismo sucede algo parecido. Para destruir el prestigio y el atractivo de procesos sociales emancipadores y destruir el carisma de sus principales liderazgos, qué mejor que emplear ciertos discursos aparentemente «progresistas», pero que en el fondo apuntan todos sus cañones a deslegitimar y a destruir el atractivo popular de la tradición anticapitalista y antimperialista.

No es casual que la CIA haya empleado a Daniel Bell, exmarxista, para promover la falsa tesis del «ocaso de las ideologías». No es tampoco aleatorio que en sus proyectos de penetración imperialista y cooptación de intelectuales, la Agencia haya financiado —a través de instituciones paragubernamentales, que se presentan como si fueran «la sociedad civil» aunque reciben sus abultados millones siempre del Estado norteamericano— a antiguos sociólogos exmarxistas en proyectos contrainsurgentes. Nadie más útil para el imperialismo que una persona renegada y conversa. Porque los conversos necesitan rendir examen cada día para demostrar que ya no son lo que alguna vez fueron. Y por eso se convierten en los más entusiastas militantes de las causas contrarrevolucionarias.

En Nuestra América hemos asistido en las últimas décadas a la proliferación de ataques y campañas sistemáticas contra todos los procesos con pretensiones emancipatorias (incluso sin ser marxistas, comunistas o socialistas, sino tan solo con aspiraciones de cambios graduales) llevados a cabo en nombre de…. ¡el ecologismo!… ¡las teorías poscoloniales!… ¡el republicanismo «socialista»!… ¡el «feminismo» liberal! y varios otros discursos y constelaciones que a primera vista semejan pertenecer a la misma familia revolucionaria, pero cuando se produce un golpe de Estado como el que Estados Unidos organizó en Bolivia en noviembre de 2019 (con armamento represivo proporcionado por gobiernos de extrema derecha como el de Mauricio Macri en Argentina), varios exponentes de estos discursos «progres» salieron rápidamente a apoyar y justificar el golpe.

¿No resulta curioso? ¿Qué izquierda genuina se sumaría tan livianamente a un golpe de Estado contra el movimiento indígena que vejaba mujeres quechuas y aymaras, y quemaba en público la bandera de los pueblos originarios? Cuando uno se pone a indagar sobre los y las personajes en cuestión, presuntamente «ecologistas-ambientalistas», supuestamente «feministas poscoloniales», «autonomistas situacionistas», que apoyaron abierta y automáticamente el golpe contra Evo Morales y Álvaro García Linera, ¿qué encuentra? Que todos ellos y ellas, de modo invariable, habían recibido previamente becas Guggenheim, «ayudas desinteresadas» de la Fundación Ford, «pasantías académicas» en Gringolandia y otras escorias de la misma calaña.

En el caso de los «progres» devenidos abruptamente en antichavistas y antibolivarianos, sucedió exactamente lo mismo. Siempre aparece el mismo dinerillo asomando la punta de sus billetes en los bolsillos de esta exótica «izquierda», que no es izquierda, y que ha funcionado y opera como el Caballo de Troya del imperialismo. El supuesto «progresismo» cubano, con dinero de la Fundación de Soros y la Fundación Ebert en sus cuentas bancarias o debajo del colchón no es la excepción. Todo lo contrario. ¡Confirma la regla!

Eso sí, cuando se les pone al descubierto chillan, se victimizan, se ubican en el rol de «incomprendidos» o «perseguidos». Pretenden no pagar un costo político por ponerse al servicio del imperio y terminar viviendo de ese dinero sucio. ¡Pobre gente! No saben que el imperialismo los utiliza un tiempo y los descarta. Roma (y Washington) no respetan a los desertores ni a las personas conversas. Los usan y los tiran al poco tiempo al tacho de basura. Viven sus cinco minutos de fama. Se compran un departamento y algunos objetos suntuarios, hacen tres o cuatro viajes lujosos, visitan un par de universidades prestigiosas (creyendo que los convocan porque son «brillantes» y van para el Premio Nobel). Pero cuando ya no son útiles, quedan automáticamente fuera de escena y terminan sus vidas de manera triste y mediocre, porque renegaron de su propia identidad y su propia historia.

El caso emblemático del intelectual cubano Jesús Díaz es arquetípico. Fue brillante y acabó triste y solitario. Hoy proliferan otros de menor valía que ni siquiera llegan al nivel de Jesús Díaz, quien coronó su periplo renegando de su propia obra y como un peón servil del PSOE español, la socialdemocracia de la OTAN.

Usted habla de una disidencia cubana que posa de «socialdemócrata» y «republicana». ¿Por qué escoger esos términos para autodefinirse? ¿Qué trampas pueden existir detrás de esas adjetivaciones?

La nación cubana, que se forja en lucha contra el colonialismo español y el naciente imperialismo norteamericano, ha vivido muchas revoluciones. La que triunfa en 1959 es la más famosa, pero no es la primera ni la única. Cuando Fidel Castro y el Che Guevara todavía no habían logrado ir a la escuela primaria, ya habían sucedido otras revoluciones previas en la Isla. Por lo tanto, la Revolución Cubana que derroca a la dictadura a comienzos de 1959 se nutre de esa riquísima historia política y cultural previa. Nunca fue uniforme. Ha sido heterogénea desde su origen hasta el día de hoy.

El liderazgo de Fidel —siguiendo las enseñanzas de José Martí— logró aglutinar esa diversidad de afluentes y tradiciones que en pleno proceso de ofensiva imperialista —incluyendo una invasión militar derrotada, donde el imperio de Monroe y Adams cayó humillado ante una pequeña Isla irreverente— se terminaron conformando como una organización comunista.

Ese nuevo comunismo cubano de los años sesenta, reivindicando con orgullo la herencia insurgente de Lenin, nunca fue una copia especular de las experiencias del Este europeo. Las palmeras cubanas jamás tuvieron nieve. En ese comunismo confluyeron, se amalgamaron e incluso llegaron a fusionarse desde corrientes nacionalistas revolucionarias, pasando por vertientes cristianas revolucionarias hasta las antiguas organizaciones comunistas más tradicionales, con una historia previa al liderazgo de Fidel (recibiendo el apoyo de las religiones de origen afrodescendiente, ninguneadas y despreciadas por la Iglesia oficial de aquel momento). De ahí la enorme riqueza y el poderoso atractivo de una revolución que convoca a todo el universo revolucionario sin dogmas preconcebidos ni anteojeras sectarias.

Los pequeñísimos núcleos que hoy intentan venderse como una «izquierda novedosa» a través de un formato «socialdemócrata» y «republicano» en la feria de las ideologías, se esfuerzan por desmontar esa prolongada acumulación político-cultural de masas pacientemente construida por Fidel. Y los caracterizamos como «pequeñísimos núcleos» porque son realmente microscópicos, y ni siquiera han logrado formar una organización sólida, con un programa unificado, una ideología coherente, un liderazgo de masas. Hablemos con claridad. Tres blogs y dos páginas de internet son tan volátiles y efímeras como una nube en medio de una tormenta caribeña, aunque cuenten con mucho dinero proveniente de Estados Unidos, Alemania, y propaganda de la Florida.

No se animan a atacar con nombre y apellido a Fidel simplemente porque —si se me permite una expresión argentina— no les da el cuero. Es decir, no les alcanza la gasolina. No tienen espalda. Pero está claro que su objetivo es tumbar todo lo que Fidel enseñó (no solo en sus infinitos y kilométricos discursos, sino en su práctica política).

Como Fidel, a diferencia de Stalin o de otros líderes lejanos, no dejó monumentos grandilocuentes ni ciudades con su nombre ni nada similar… ¡difícil atacarlo! ¿Qué estatua de Fidel van a intentar demoler si Fidel no dejó estatuas y así lo hizo saber en sus últimos días de vida? Entonces la operación les resulta más complicada y difícil. Pero su intento solapado, apenas disimulado y con bastante torpeza, consiste básicamente en: (a) desmembrar la unidad de la diversidad lograda bajo el liderazgo de Fidel; (b) dentro de ese arcoíris revolucionario que en Cuba asumió el nombre de «comunismo», pero que encierra muchos universos culturales diferentes, pretenden, con un macartismo muy difícil de esconder, apelar al cuchillo y el escalpelo para diseccionar, extirpando de raíz todo lo que tenga perfume comunista y tirarlo a la letrina; (c) al interior de esa galaxia polifacética que Fidel logró agrupar, eligen destacar las vertientes políticamente más moderadas y timoratas, aquellas que en los años sesenta fueron hegemonizadas por las posiciones más radicales de Fidel, Raúl y el Che Guevara; (d) llegado este punto, se esfuerzan por pegar un saltito un poco más audaz todavía: pretenden reflotar todo lo que existía antes del triunfo revolucionario de 1959, idealizando la república (se niegan a reconocer el carácter neocolonial de esa república, la disfrazan y encubren, afirmando tramposamente que sueñan con una «república» social al estilo de los países nórdicos, pero debajo de la vestimenta se nota la hilacha); (e) al idealizar el mundo previo a 1959, no vuelven a Mella y Guiteras, antimperialistas radicales (¡que jamás hubieran recibido un billete yanqui!), partidarios de la revolución socialista y la lucha armada, sino que se detienen en la Constitución de 1940 como presunta «panacea» jurídica que resolvería mágicamente todos los males, deficiencias, falta de comida, petróleo y jeringuillas, producto del bloqueo ya sexagenario; (f) en todo ese intento de disección y desarticulación del proyecto aglutinador, antimperialista y anticapitalista, condensado bajo el símbolo de Fidel (aunque en realidad siempre ha sido y es un proceso colectivo, pues «Fidel» es el nombre con el que se conoció a nivel mundial un proceso colectivo y de masas), niegan el papel del imperialismo en las dificultades cotidianas del sistema político y social cubano.

¿Por qué hacen caso omiso del bloqueo, intentando trivializarlo y banalizarlo? Porque estos pequeñísimos núcleos «republicanos» y liberales, aunque posan de eruditos y muy formados, niegan la teoría del imperialismo y la teoría marxista de la dependencia. Como sus elaboraciones suelen ser bastante débiles y deshilachadas, con no poco plagio del eurocomunismo español y el social-liberalismo italiano, no han formulado un rechazo explícito de la teoría del imperialismo y la teoría marxista de la dependencia. No lo han formulado sencillamente porque carecen de sistematicidad. Van armando y desarmando discursos según la ocasión y según sus patrocinadores (o «mecenas», como se prefiera). Pero en la práctica, al desconocer el papel predominante, condicionante y determinante, del bloqueo norteamericano, han abandonado (y renegado de) la teoría del imperialismo.

Si fueran más coherentes, más formados a nivel teórico y más sistemáticos, estos exóticos exponentes del «republicanismo socialdemócrata» cubano deberían hacer una crítica detallada y fundamentada contra la teoría del imperialismo (que a Lenin le llevó construir desde 1893 hasta 1916 y que hoy en día han actualizado desde John Smith hasta Andy Higginbottom, por no hacer una lista demasiado extensa de teóricas y teóricos contemporáneos). ¡Ni siquiera se han tomado el trabajo! Porque para hacer esa crítica, deberían invertir años de estudio y lo que ellos necesitan, como sus patrocinadores y mecenas, son resultados rápidos e inmediatos. ¡Aquí y ahora! Por eso ni siquiera llegan a ese nivel de elaboración.

De allí que esta exótica «socialdemocracia republicana» tiene mucho más de marketing y de contrainsurgencia mediática que de teoría elaborada y programa político realista y serio. Es una chapucería ecléctica que toma de aquí y de allá, haciendo una ensalada sin mayor rigor teórico-político y con la mente puesta en el impacto que cada declaración pueda llegar a tener en Miami y Madrid. Es un discurso de ocasión.

Hoy se venden en ese formato «republicano» pero mañana pueden presentar otro. ¡Sin ningún problema! Según coticen las acciones de quienes patrocinan, protegen, promocionan y difunden a estos personajes que, lamentablemente, se dejan usar. Sospecho que en un tiempo los descartarán sin mayores miramientos. Sinceramente, una auténtica lástima. Porque en ese momento, cuando el imperio los descarte, no podrán dar marcha atrás. Ya han perdido el respeto revolucionario y dudo que lo vuelvan a conquistar.

Menciona con evidente dolor que personas amigas, valiosas y queribles ahora aparecen vinculados a esta contrainsurgencia «soft». ¿A qué podrá deberse ese cambio en la manera de actuar, de pensar, de militar? ¿Acaso es un nivel de pensamiento crítico honesto que somos incapaces de asimilar?

¡Esa es la pregunta del millón! No tengo la bola de cristal. Tampoco creo en el tarot. Sospecho que se han sumado diversas circunstancias. Una cuota enorme de egocentrismo y narcisismo, afán de figuración, un sentimiento difuso de que «ahora es mi hora y nadie me la va a quitar».

Quienes desde muy jovencitos hemos elegido un camino de vida, siempre supimos y seguimos sabiendo que tan solo somos militantes de base. Que nadie es insustituible. Que en las grandes confrontaciones populares y prolongadas, los militantes y las militantes aportamos nuestro granito de arena y ya. Eso te proporciona una serenidad espiritual ya que no aspiras a ser «la estrella». Pero bueno, hemos tenido suerte, porque en nuestro caso, hemos aprendido de padres que ya eran militantes y, habiendo logrado escapar de las amenazas de asesinato y desaparición del general Videla, siempre nos enseñaron eso. Somos pequeñas hojitas en el gran tornado de la revolución como alguna vez dijo, palabras más, palabras menos, un Libertador de principios del siglo XIX.

En cambio, si creemos que «llegó nuestra hora», «ahora viene el recambio y yo quiero un lugar destacado», estamos mal. El enemigo conoce las debilidades de cada persona. Nos estudia con lupa y microscopio. Alguno tiene debilidad por el dinero o los objetos de consumo suntuario. Aquella otra persona se deja seducir por alguien con mucha belleza y sensualidad. La de más allá muere por el protagonismo y «la fama». ¡Muchos talones de Aquiles! El enemigo estudia con paciencia y clasifica en forma singular. Y opera sobre esas debilidades personales de cada quien. Y comienza a operar en el momento oportuno. Quien se desespera por estar en el centro de la escena, le ofrecerán un lugar destacado. Lo invitarán, lo pasearán y lo harán «sentir importante». No le darán el dinero en el primer encuentro, no son tontos. Son pacientes. Dejan que la comida se cocine lentamente. Trabajan a largo plazo.

El enemigo mezclará la seducción intelectual y una remuneración acorde (¡justo en una época de grandes necesidades económicas para los sectores populares!), el ofrecimiento «altruista y sin pedir nada a cambio» de un sitio pago de internet «para decir lo que venga en gana» (pero sabiendo que hay que decir ciertas cosas… y no hay que decir otras… porque, sino, se acaba el financiamiento del sitio web).

Además de todo eso, probablemente haya existido alguna torpeza en algunas autoridades circunstanciales, algún funcionario que no lo trató con suficiente respeto y eso generó rencores (el enemigo lo sabe, lo estudia y lo aprovecha).

Y envolviendo esas múltiples circunstancias, estos giros políticos se producen en un momento histórico donde las ideas revolucionarias y los proyectos socialistas y comunistas no son hegemónicos. Creo que no hay entonces una explicación unívoca sino una acumulación de múltiples condicionantes.

Pero, si una persona es revolucionaria y está completamente segura de sí misma, por más discusiones que haya con un funcionario, por más necesidades materiales que se atraviesen, jamás aceptaría la manzana envenenada del enemigo. Apelo a un nombre que lo explica todo para el caso cubano. Fernando Martínez Heredia. Murió como vivió: de pie. Sin ceder jamás medio milímetro. Tuvo muchas discusiones. Tuvo necesidades materiales en su vida cotidiana (recuerdo su baño, su cocina, su vestimenta). Pero si alguna vez le acercaron una manzana envenenada, estoy segurísimo que la debe haber escupido. ¡Un maestro!

En Argentina he conocido mucha gente similar, incluyendo a mi padre, quien murió trabajando en tres empleos al mismo tiempo. Sin humillarse jamás y rechazando cargos de suma importancia para no traicionar las enseñanzas del Che y de Fidel, a quienes juntos admiramos y quisimos.

Cada uno elige el camino de su vida. Que se haga cargo. Y que no se queje luego, si decide morder la manzana envenenada, de que le hacen «asesinato de reputación», es decir, de que lo critiquen por trabajar codo a codo con el enemigo. La expresión «asesinato de reputación» me suena a una bufonada. Una falta de respeto a nuestros y nuestras miles y miles de asesinados en la vida real.

Uno de los subtítulos del texto de su libro «La pluma y el dólar» es «La CIA y las ciencias sociales». En Cuba ocurre un fenómeno interesante: periodistas, intelectuales, cientistas sociales, artistas, niegan recibir el apoyo de la Agencia —que tiene un pasado sanguinario como para que alguien admita con orgullo que recibe sus fondos—; en cambio, reconocen ser asalariados de determinadas ONGs, cuyos vínculos con la CIA han quedado en evidencia en disímiles ocasiones.

No soy quién para dar lecciones al pueblo cubano. Pero si sucede eso, evidentemente hay una crisis ideológica. Y yo agregaría: un desarme moral (como lo denominaría Karl von Clausewitz). Se puede trabajar en muchos lugares. La historia de la clase trabajadora es la historia del trabajo en lugares incómodos. ¿O a los obreros y obreras les encanta fabricar automóviles para un empresario millonario, dejando parte de su vida en esa faena? Pero hay límites, ¿no es cierto? Quien pierda esos límites, ha perdido la brújula de su vida. Le puede pasar a cualquiera. Pero eso sí. Que no pretenda hacerlo livianamente y con cara de feliz cumpleaños. Quien toma la decisión de trabajar para las fachadas culturales de la CIA que se haga cargo. El enemigo le palmeará la espalda. Y le brindará sonrisas. Pero el campo revolucionario, como mínimo, lo criticará. ¿Puede sorprenderse de esa crítica? ¿Eso implica que estamos ante un «régimen totalitario» porque se critica a quien colabora con el imperialismo a cambio de dinero? ¡Tremenda desfachatez! Quien cruce el charco, quien muerda la manzana envenenada, pagará un costo político. Naturalizar la traición como si fuera algo normal y cotidiano no es sinónimo de «libertad» y «pluralismo». Todo lo contrario. Es perversión pura. No debemos acostumbrarnos a la perversión. Lo más saludable es rechazarla y combatirla.

No hace falta recurrir a Lenin y los bolcheviques. No hace falta recordar a Fidel y al Che. Simplemente desde Sigmund Freud, que no era socialista ni comunista, me animo a contestar: ¡No nos acostumbremos ni naturalicemos la perversión!

En su libro aparecen citados con bastante frecuencia medios privados que desde Cuba o fuera de ella, sostienen un discurso de confrontación con el gobierno cubano; algunos se autodenominan «medios independientes». Como lector foráneo y a la vez conocedor de la realidad cubana, ¿qué opinión tiene de la manera en que estos medios construyen el tema Cuba?

He trabajado toda mi vida, desde jovencito; la mayor parte de ese trabajo estuvo vinculado a la educación pública. Sin embargo, durante ocho años he trabajado en el diario argentino Clarín, en su suplemento cultural, comentando libros. Este diario es el principal diario de la derecha argentina. He tenido el honor de participar de huelgas sindicales y asambleas masivas de trabajadores y trabajadoras contra los empresarios de Clarín. Algunos antiguos compañeros de trabajo utilizaban la expresión «nosotros, Clarín». Yo siempre me referí a «ellos». He aprendido mucho de esos años de «periodista». Toda la vida Clarín se presentó, hasta el día de hoy, como «periodismo independiente». Escribo esto y se me escapa una carcajada. ¿Independiente? ¡Por favor! No existe el periodismo independiente. Es el ABC de la profesión. Recuerdo haber estudiado de muy joven un libro formidable de un compañero chileno, Camilo Taufic: Periodismo y lucha de clases. «Informar es dirigir», explicaba este teórico que no solo conocía el mundo de la prensa sino que además era un experto en comunicaciones y en cibernética. Recomiendo la lectura de ese libro que se consigue gratis en internet.

Como parte de las tareas de contrainsurgencia, diversas agencias estatales norteamericanas (siempre presentadas como integrantes de «la sociedad civil» [risas del coro]) vienen tratando desde hace años de demonizar al gobierno de la Revolución Cubana. Todo lo que aparezca es un medio vinculado a las instituciones revolucionarias automáticamente —diga lo que diga, aunque explique cómo cocinar una sopa— es equiparable con la materia fecal. En cambio, todo lo que digan estos medios no pertenecientes al Estado cubano, aunque sí a otros Estados que los financian, en su gran mayoría (no todos, pero en su gran mayoría) aparece como «creíble».

Haber construido esa matriz llevó décadas. La vieja radio Martí llama a la risa y la ironía. Burda, macartista, colonialista. Sin embargo, en esta nueva etapa de la contrainsurgencia, el imperio de Monroe y Adams ha logrado avanzar un pequeño paso, satanizando la prensa vinculada a la Revolución, utilizando para ello la dictadura del algoritmo y las redes de comunicación de las que son propietarios y administradores.

Quizás, no lo sé, pero sospecho que un error importante puede haber consistido en mantener dentro de la prensa y la televisión vinculadas al gobierno cubano cierto anquilosamiento, lo que de manera indirecta contribuyó al descreimiento de la población. ¡Algo que se puede revertir con inteligencia y lucidez! Recuerdo haber visto noticieros del ICAIC sobre la vida cotidiana cubana realizados por Santiago Álvarez que eran lo opuesto a la inercia y a un discurso centrado en consignas formales.

Creo que uno de los enormes desafíos que tiene por delante la nueva generación de la Revolución Cubana es recrear ese espíritu crítico de Santiago Álvarez en la prensa gubernamental. Que se discutan allí los problemas reales de la población. Que no se esconda nada. Si se retoma el camino revolucionario, original y creativo de los noticieros de Santiago Álvarez, esos medios mal llamados «independientes» (blogs, páginas webs, etc.), financiados directamente por la contrarrevolución y la contrainsurgencia del imperialismo, seguramente perderán su atractivo y terminarán como terminó radio Martí, en la risa popular y el desprecio frente a un anticomunismo galopante y enfermizo.

¿Cuán sintonizados están los discursos de estos medios «independientes» con los de los intelectuales vinculados a la contrainsurgencia «soft»?

No vivo en Cuba. No tengo ni el tiempo ni la forma de seguir al detalle cada uno de estos medios, seudo «independientes», que de por sí me resultan a veces demasiado naive, exageradamente brutos, y aunque quieren aparentar profundidad e incluso sarcasmo (contra la Revolución) me aburren por su escasa formación política.

Hablan de «dictadura», «totalitarismo» y «represión» con tanta liviandad, que cualquier persona mínimamente informada de un país capitalista no puede menos que reírse. No lo digo para ofender ni para lastimar. Pero me dan lástima. Se los nota de acá hasta el planeta Neptuno que jamás han vivido una represión en serio y menos que menos una dictadura de verdad. Parecen escritos por niños malcriados. Son medios que magnifican y deforman las noticias como la peor prensa amarillista del mundo capitalista.

Ejemplo concreto. Las personas fallecidas por la COVID-19. Muchos de esos medios sugieren que las autoridades hoy al frente de la Revolución Cubana han perdido el control y todo es un caos. Hace poco tiempo le escribí a un amigo cubano comparando cifras de personas fallecidas en Argentina y en Cuba por la pandemia. Dado que la Argentina tiene cuatro veces más población que Cuba, habría que multiplicar por cuatro las personas fallecidas en la Isla, para poder comparar. Los datos que comparé pertenecen al día 26 de julio de 2021, Argentina tenía 104 000 personas fallecidas; en cambio, Cuba tenía ese mismo día 2 417 personas fallecidas. Dado que la población cubana es cuatro veces menor que la población de Argentina, habría que multiplicar por cuatro las personas fallecidas en Cuba.

Entonces, en aquella carta a mi amigo cubano le escribí:

Si multiplicamos 2 417 por cuatro, sería igual a 9 668 personas cubanas fallecidas. Aunque resulte doloroso, porque cada vida singular vale todo, podríamos estadísticamente redondear que Cuba tendría que tener 10 000 personas fallecidas para esa fecha, y aun así Argentina tuvo diez veces esa cantidad. Una simple comparación en términos no absolutos sino relativos. Los llamados «medios independientes» jamás hicieron ese tipo de ejercicio informativo. La presunta «falta de control» en la Isla, comparada con un país capitalista (dependiente) de desarrollo medio, como Argentina, no resistía dos segundos. Era una falacia absoluta. Manipulación pura y dura.

En cuanto al campo intelectual cubano, no creo que hoy sea homogéneo, porque nunca lo fue. Lo sé porque en 1993 entrevisté a Fernando Martínez Heredia (casualmente en medio de un apagón del «período especial») y de su mano aprendí muy rápidamente que jamás existió esa falsa unanimidad «totalitaria» que hoy se le atribuye a la sociedad cubana («el régimen», como gustan escribir en Miami, mientras denominan «democracia republicana» a un país como Estados Unidos que abolió la esclavitud 60 años después que Haití, 50 años después que Simón Bolívar, y que aún hoy tolera la tortura como algo «normal» —basta ver el cine de Hollywood, donde la tortura es algo corriente— y que admite desfiles neonazis y supremacistas en el Capitolio norteamericano sin mayor rubor).

Como no es homogéneo, creo que los segmentos intelectuales cooptados por el imperio son una ínfima minoría. Ruidosa, porque siempre tuvo privilegios de viajar al exterior y gracias a esos privilegios (y relaciones internacionales) se hace notar. Pero ni en términos cuantitativos ni en términos cualitativos, creo que represente algo sustantivo. De allí que hoy se torna urgente dejar atrás todo complejo de inferioridad y salir a contestarle a esta gente que perdió el rumbo, que dejó caer la brújula y hoy no sabe cómo reacomodarse en este mundo capitalista en crisis aguda.

Repiten slogans de la guerra fría, fuera de época. Pretenden reflotar la ideología del «antitotalitarismo» nacida bajo el macartismo, en la pluma de Hannah Arendt, quien en 600 páginas pretende homologar comunismo y nazismo y le dedica tan solo dos renglones —¡dos renglones!— en una perdida nota al pie al macartismo que persiguió a artistas, promovió la delación, hizo listas de «gente prohibida», cultivó el antisemitismo y la misoginia. Una capitulación lastimosa. El «peaje» que tuvo que pagar Hannah Arendt para que la dejaran sobrevivir en la Academia estadounidense, que de pluralista no tiene nada.

Basta leer la correspondencia privada de Charles Wright Mills con su familia y el modo en que vivió en zozobras, vigilado todo el tiempo por el FBI por su apoyo a la Revolución Cubana. Y eso que Wright Mills era toda una «autoridad» en el terreno sociológico. Sin embargo, tenía que dormir con una pistola en la mesa de luz por miedo a que lo asesinaran. ¿De qué «pluralismo» nos hablan? Pero reflotar hoy aquellas viejas doctrinas «antitotalitarias» pergeñadas hace setenta años, en pleno furor macartista, resulta patético.

Estos escasos intelectuales cubanos que apelan a esos guiños anticomunistas tienen altísimas probabilidades de terminar como François Furet y Ernst Nolte, quienes relativizaron los crímenes nazis, dejándose llevar por su anticomunismo visceral. Pero en el caso cubano, cualquiera de estas conductas invariablemente vendrán acompañadas por el carácter neocolonial, porque nadie en su sano juicio puede hacer abstracción de la omnipresencia norteamericana en cada uno de estos debates.

Si se logra constituir una «socialdemocracia» cubana —de lo cual tengo mis serias dudas— no se parecerá a la de Suecia o a la de Noruega. Tendrá el sello inconfundible de Puerto Rico (no el del heroico Puerto Rico que lucha desde hace largo tiempo por su independencia, sino el del Puerto Rico oficial, arrastrado, servil y sumiso ante el amo imperial).

De la mano del imperialismo y su sucio financiamiento, no hay posibilidades de «terceras vías», promovidas hace un par de décadas en Europa por Anthony Giddens y otros sociólogos de dudosa estirpe. Al lado de la cerca del amo imperial y bajo la sombra de sus árboles, quienes renieguen de la lucha nacional antimperialista y de los proyectos que con mayor o menor fortuna han intentado iniciar la transición al socialismo, terminarán humillándose sin pena ni gloria.

¿Por qué este libro? ¿Por qué ahora?

Por método, yo no escribo libros de manera «espontánea». Los planifico. Me planteo problemas, formulo una serie de interrogaciones, busco toda la bibliografía posible, la estudio al detalle, una y otra vez, escribo bosquejos, los dejo «descansar», vuelvo a reescribir, retorno a la bibliografía, encuentro nuevas fuentes y recién después de un largo proceso, publico un libro. Pero así ocurre cuando uno se plantea abordar un problema teórico de largo aliento. Algunos libros me llevaron años.

En el caso de este libro ocurrió algo distinto. Yo venía investigando hace tiempo la historia de la contrainsurgencia. Remontándome a los campos de concentración que implementaron los colonialistas españoles en la isla cubana a fines del siglo XIX y pasando inmediatamente a las doctrinas nazis. Allí me detuve no solo estudiando «clásicos» nazis como Hitler y Alfred Rosenberg, sino también estudios psicoanalíticos (Wilhelm Reich, Erich Fromm) que intentaban explicar las razones por las cuales el pueblo humilde e incluso segmentos de la clase obrera se adhirieron a los nazis.

Estudié luego la contrainsurgencia francesa en alguno de sus principales ideólogos terroristas. Pasé más tarde a la contrainsurgencia norteamericana, heredera de los nazis y los terroristas franceses (a los teóricos de la contrainsurgencia argentina, genocida, ya los tengo estudiados desde hace décadas). Y mientras estaba estudiando esa dilatada y nauseabunda historia, «me choqué» con el affaire San Isidro, el texto «Articulación Plebeya» y demás.

Eso me obligó a postergar (provisoriamente) mi libro planificado. Pegué saltos en el tiempo y me puse a leer a los teóricos actuales de las «revoluciones de colores», los «golpes blandos» y el soft power. Esos estudios me permitieron dimensionar lo que estaba pasando en Cuba. Algo que ya había sucedido en la Venezuela bolivariana y también en el golpe de Estado de noviembre de 2019 contra el gobierno indígena de Bolivia (donde estuve semanas antes del golpe). Cuba no era ni es una excepción. Aunque así lo presenten en Miami.

Discutir de modo aislado el tema Cuba tiene connotaciones clarísimas. Presupone hacer completa abstracción de: (a) todos los golpes («duros» y «blandos») que se han sucedido en los últimos años en el continente; (b) las diversas estrategias de contrainsurgencia en danza con el complejo militar-industrial de Estados Unidos, más allá de quién dirija la Casa Blanca; (c) la crisis general del sistema capitalista a escala mundial.

Ubicar metodológicamente los problemas sociales internos de Cuba dentro de ese contexto otorga sentido a sucesos aparentemente «inexplicables». Esa es la metodología dialéctica que nos enseñó Marx (desde los primeros borradores de El Capital de 1857 en adelante). A esta altura, pretender aislar una formación social del sistema mundial imperialista es un despropósito típico de ignorantes o de mercenarios.

En cambio, responsabilizar exclusivamente y ensañarse malintencionadamente contra el gobierno de la Revolución Cubana, sin mencionar la eclosión de una crisis multidimensional que ya es planetaria, no solo es una falacia, sino que carece completamente de seriedad política e intelectual. Excepto que las fuentes de «información» sean tres o cuatro pasquines indigeribles de Miami…

Pretender desconocer el resurgir de las «nuevas» derechas filo-nazis en el Estado español, en Francia, en Alemania, e incluso en el corazón de los Estados Unidos, y pensar que el mundo se circunscribe a La Habana, Matanzas y San Antonio de los Baños, ¿cómo decirlo sin ofender? Digamos que genera una leve sonrisa apenas piadosa (para ser elegantes). Taparse ojos y oídos frente a los manotazos de ahogado —recrudecimiento del bloqueo mediante— que en su declive están pegando el conjunto de instituciones estatales norteamericanas ante la evidente pérdida de su rol privilegiado como hegemón y gendarme mundial, difícilmente ayude a explicar nuestro tiempo presente.

Por eso me decidí a publicar este libro sobre la Hegemonía y cultura en tiempos de contrainsurgencia «soft». Para intentar contextualizar los debates, desmontando la red de falacias y manipulaciones que hoy se presentan en un formato aparentemente «republicano» y «socialdemócrata» pero que en el fondo intentan desmembrar los hilos tejidos pacientemente por Fidel en función de la hegemonía socialista y la defensa irrenunciable de la soberanía cubana (y nuestro-americana) frente al imperialismo norteamericano.

Tomado de: Contexto Latinoamericano

Hegemonía y cultura en tiempos de contrainsurgencia «soft» integro en PDF

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Tilda Swinto: Continuaré desarrollando proyectos que me mantengan viva y en la memoria del espectador (+Video)

Tilda Swinton, actriz

Por Daniela Creamer

Parecía una visión: multiforme, imprevisible y etérea. La célebre actriz británica Tilda Swinton, ganadora del Óscar y musa de artistas como Pedro Almodóvar, Sally Potter, Wes Anderson, David Fincher o Luca Guadagnino, sorprendió sin cesar en el pasado Festival de Cannes con sus múltiples transformaciones en la gran pantalla, y también con sus ecléticos looks en la alfombra roja del Palacio del Cine. Su pasada película, Memoria, en orden cronológico de los títulos que presentó en la Croisette, cerró su larga y notable presencia profesional en el acto francés más prestigioso del mundo. Ésta incluyó la première mundial de The French Dispatch y una apasionada charla sobre la importancia del género femenino en el séptimo arte, para Women in Motion.

En Memoria, ambientado en un pequeño poblado de Medellín, Colombia, encarna a una viuda inglesa (Jessica) que maneja su negocio de flores. Durante una breve visita a su hermana hospitalizada en Bogotá, algo comienza a perturbarla al punto de cambiar radicalmente su vida. La trama, escrita y dirigida por el tailandés Apichatpong Weerasethakul, –apodado Joe por la propia actriz– presume de un impacto increíble tanto visual como emotivo. Swinton, quien también es su productora ejecutiva, converso muy complacida, en exclusiva para La Jornada, en un salón del exclusivo Hotel Majestic.

Limbo sicológico

Memoria tiene un ritmo muy disipado, casi como el efecto de una meditación. ¿Cómo se conceptualizó?

Hemos hablado de esta película con Joe durante 17 años, aunque sabíamos desde el principio que este ritmo le daría ese sentido de desubicación y ambiente de limbo sicológico que buscábamos. Queríamos que la protagonista fuera una extranjera en un lugar ajeno a ambos. Hicimos una lista con los países que habíamos visitado y decidimos que ninguno de estos sería el indicado. Joe fue al festival de cine de Cartagena y, de improviso, se iluminó. Estuve muy de acuerdo con la decisión de ambientarlo en Colombia. Creo que el hecho de buscar el sitio adecuado fue lo que contribuyó a darle el ritmo a la película: una especie de baile entre este compás y su estilo tradicional de dirección, en medio de un paisaje que logra mantener esta energía artística. El movimiento para mí es igual de interesante o más que el diálogo. Joe es un colaborador perfecto en ese sentido, porque construye una cornisa y luego analiza como los personajes se mueven dentro de ella. Es ahí cuando comienza la magia, y yo, como si no tuviera forma propia, me dejo plasmar.

¿Cómo trabajó con su español para la película? Lo habla muy bien.

Cuando estuve el año pasado en España con Pedro Almodóvar, todos se reían de mí porque hablaba español con acento colombiano tras haber rodado Memoria. Estaba feliz, ya que logre que mi personaje hablara en un idioma que no conocía bien, a pesar de vivir allí por muchos años manejando su propia finca. Estos momentos de silencio y mis intentos de comunicarme en español se conjugan con el afán de crear mi propio personaje.

Ya que ahora maneja bien el español, ¿le gustaría producir y protagonizar otra película en Latinoamérica?

Me encantaría. Nuestro rodaje en Colombia ha sido una experiencia muy profunda, vibrante e intensa. Me gustaría regresar al pueblo donde filmamos. Admiro a nuestro equipo de rodaje local porque es una comunidad que ama el cine, como yo. Son jóvenes tan devotos al arte que parecen kamikazes.

¿Cuál fue su reacción cuando vio la película por primera vez?

Había visto varios cortes, pero nunca completa y menos aún en una gran pantalla, hasta el estreno en Cannes. Nunca había gozado de un sistema de sonido así, lo cual es fundamental para esta historia. Jessica se obsesiona con encontrar el sonido que la perturba. Ha creado una dependencia de éste y su inspiración depende de él. Fue un acto de fe, crear una película alrededor de un eco. Para mí la escena más tierna es cuando Jessica intenta explicar el sonido a Hernán (productor musical), ya que es como una situación paralela: Joe explicándome como solía retumbar este sonido en su cabeza, y yo teniendo que aceptar esta idea ciegamente para implementarla en la construcción de mi personaje.

En alguna forma se podría relacionar Memoria con una experiencia espiritual, chamanística. ¿Ha tenido alguna vivencia personal de trascendencia espiritual?

Planificar la conjugación entre ritmo y sonido fue un proceso de años. Joe padeció por mucho tiempo de una especie de Exploding Head Syndrom (síndrome de la cabeza explosiva: cuando una persona sufre por sonidos perturbadores e irreales en su mente por pocos lapsos de tiempo). Es algo inexplicable. Ocurre así, sin más, y a la par provoca insomnio por largo tiempo. En mi caso, el fallecimiento de familiares y amigos me ha provocado mucho insomnio y me ha creado un fuerte sentido de desapego a la gente. En la película podemos ver estados similares de desubicación vinculados con la muerte, casos de perturbación que se manifiestan así.

Entonces, ¿trabajar en este filme le ha ayudado a procesar el duelo de sus allegados?

Sí, en lo personal me ha ayudado mucho. También a Joe, que ha vuelto a dormir con normalidad desde que empezamos el rodaje. Se vive en la incertidumbre que conlleva el proceso del dolor. Pero para mí el conocimiento lo es todo. Uno se acostumbra y comienza a convivir con la experiencia del sufrimiento. Esto no significa estancamiento o falta de esperanza. Hay una línea entre ser creativo y ser reactivo. Desde que comenzamos a trabajar en Memoria me he vuelto menos creativa y más reactiva, de lo cual estoy contenta. Es lo mismo que le sucede a Jessica en la película, puesto que es una persona muy receptiva. Y ahora en esta pandemia, esta experiencia se vuelve incluso más relevante. Nunca esperamos que esto sucediera y que la vida nos cambiara de esta forma. Pero ahora la gente puede estar más predispuesta a este ritmo tan lento que se experimenta en Memoria y al desapego que allí se ve por las vivencias propias.

Ha trabajado con directores tan reconocidos, ¿cómo los elige? ¿O son ellos que la eligen a usted?

Es una mezcla. He sido muy afortunada porque he tenido la oportunidad de establecer una buena relación con cineastas cuyo trabajo conozco muy bien. Ocasionalmente los he contactado yo directamente. En el caso de la película, Joe y yo nos conectamos mutuamente y desde allí comenzó nuestra amistad. La química personal que siento hacia un director es lo que me inspira a trabajar con él. Siempre trato de desarrollar un vínculo cercano con el director antes del proyecto. Esta relación viene primero, luego la evolución de la cinta, y al final mi personaje. Estoy mucho más inmersa en el cine en sí que en la actuación. Incluso, me siento un poco avergonzada cuando la gente se refiere a mí como actriz, porque suena como si pretendiese ser alguien que no soy.

¿Tiene algo más en su horizonte de deseos de cine?

En realidad no creo en las listas de objetivos, porque ninguna lista sería lo suficientemente larga para mí. Pero sí tengo fe en que seguiré conociendo a gente muy interesante, y continuaré desarrollando proyectos que me mantengan viva, y en la “memoria” del espectador.

Tomado de: La Jornada

Tráiler del filme Memoria (Tailandia, 2021) de Apichatpong Weerasethakul

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