Polémicas culturales

50 temas que tranversalizan al cine cubano

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Llevo algún tiempo bocetando un inventario de temas en el que convergen los derroteros y desafíos del cine cubano. Tan solo son aproximaciones de títulos, delgados apuntes y horizontales problemáticas, dibujadas desde la lógica de una aritmética interconectada.

Se incluyen en esta compilación, oraciones completas que visualizan dispares tópicos de nuestra cultura donde el cine nacional es parte sustantiva o cómplice de sus evoluciones.

Habitan —dispuestas como una suerte de “diagnósticos”— palabras, frases o citas, rayadas en un block que se avistan como un mapa de evoluciones o gráficas a modo de croquis. Son plurales asuntos presentes en la cinematografía cubana, destrabados en unos pocos pliegos, sin un orden estricto. Resulta en verdad un catálogo de asuntos, oportuno para la escritura de artículos de opinión.

Ante este collage de temas se impone desarrollar el necesario recuento, el tomar de las escrituras del otro. También el apropiarnos de las herencias históricas, políticas y culturales, resueltos como legados de la nación. Resulta un repertorio para el análisis que contribuya al fortalecimiento del cine nacional y de los más hidalgos valores que distinguen a la nación.

Palabras a los intelectuales del Comandante Fidel Castro Ruz, sobre el que se ha escrito mucho en los últimos tiempos, será parte de los pliegues y núcleos de estos textos. Medular documento de un agudo intelectual que sentenció en el VI Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba: “La cultura es lo primero que hay que salvar”.

No serán artículos que apunten a cimentar sentencias o edificar ideas definitivas. Las dinámicas de la sociedad global nos empujan hacia una estrepitosa velocidad que impactan también en los múltiples procesos de creación artística.

Cada país construye las soluciones de sus problemáticas culturales, atemperadas a las condiciones y voluntades de la nación —es un asunto de soberanía— que entronquen con los valores que le distinguen.

Se impone un paréntesis. El horizonte es nítido: transitamos en una era de encendidas velocidades que evoluciona como espejos de meridianas texturas. Los escenarios de los ceros y los unos catapultan esta geografía.

Los problemas actuales de la cultura cubana transitan por dos variables: el fortalecimiento de los pilares que la enaltecen —esencial para la existencia de la nación— y los desafíos que marcan la economía y la arquitectura de la sociedad contemporánea. No solo se trata del plural mapa que distingue a Cuba, también las singularidades de la región y de otras zonas que impactan en nuestros procesos culturales.

Para los negacionistas del criminal Bloqueo económico, comercial y financiero, que por más de 60 años nos ha impuesto el Gobierno de los Estados Unidos, la cultura es también, objetivo de sus brasas.

Los telares de un libro, la aritmética de un ensayo, los dispares artículos que emergen como escalonadas entregas en las publicaciones impresas y digitales o los núcleos de una entrevista, son algunas de las materias primas que tributarán a esta serie: 50 temas que tranversalizan al cine cubano.

¿Este inventario irá creciendo? Sin dudas. Son más de 50  temas listados, que habitan en las cordilleras del cine cubano. Los números redondos son “un buen pretexto” para desatar esta idea que tomará tiempo y lecturas. Y claro está, se impone escuchar, escuchar mucho, escuchar siempre.

Bienvenido los que aporten, edifiquen o polemicen con otras miradas sobre estas escrituras, desde los cimientos de la Constitución que refrendamos los cubanos el 24 de febrero de 2019.

No es casual que esta nota de presentación esté acompañada por el cartel del mítico filme cubano Por primera vez (Octavio Cortázar, 1967), diseñado por Eduardo Muñoz Bachs. La pieza documentó la fascinación de los campesinos cubanos al ver, por primera vez, a Charles Chaplin en Tiempos modernos. Son los poderes del cine que nos transforman en un instante de nada y nos deja huellas que son parte de nuestras vidas.

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El dolorido sentir: Apuntes para una conversación con mis nietos

Narrar la nación. Ambrosio Fornet. (Editorial Letras Cubanas, 2009)

Por Ambrosio Fornet

1

El otro día un joven escritor a quien aprecio por su discreta franqueza me preguntó si yo no sentía que, para nosotros, los viejos, este difícil momento de transición había empezado demasiado tarde. Le dije que sí, pero aclarándole que la mayoría de nosotros seguimos teniendo tareas y hasta planes –planes a corto plazo, se entiende–y que eso no iba a cambiar porque haya una sola moneda o el reconocimiento de las leyes del mercado o de ciertos rasgos de la naturaleza humana. Si vamos a seguir siendo escritores y artistas comprometidos de algún modo con un proyecto de desarrollo social y cultural, tendremos que seguir escribiendo, componiendo, pintando, actuando y, por supuesto, haciendo planes. Con la única diferencia de que ahora tendremos que ser más cautelosos –valga la paradoja–, porque ahora sabemos, dando por descontado el oficio, que con la buena fe y el entusiasmo no basta. Ahora es necesario dudar. Dudar de todo –diría yo, cartesianamente–, menos de la justicia de nuestra causa. Y por tanto es necesario estar abiertos a la crítica, para poder exigir el derecho a criticar.

Hemos tenido que renunciar a muchas ilusiones –que ahora muchos llaman utopías—pero no podemos renunciar a la idea de que un mundo mejor es posible sin negarnos a nosotros mismos. En el vocabulario insular se ha reinstalado con mucha fuerza el adjetivo “pragmático” –un anglicismo, ¿no?–, y me parece muy bien que empecemos a considerarlo una virtud; pero no –para predicar con el ejemplo– sin someterlo antes a prueba. Porque los pragmáticos se equivocan también, y más cuando pretenden asomarse a un medio como el nuestro, donde la simple fórmula de dos más dos no siempre da cuatro.

Creo que a los intelectuales y artistas, tanto viejos como nuevos, la crisis nos da una oportunidad de crecer y demostrar una vez más lo que somos. Después de todo, utopía es –según el diccionario de la RAE– un proyecto optimista “que aparece como irrealizable en el momento de su formulación”, así que lo que cometimos, al creer que ya aquello estaba a nuestro alcance, fue también un error semántico. Error costoso, sin duda –lo estamos viendo–, pero reparable, lo que nos abre la alternativa de reorientarnos sin sobresaltos hacia lo que Sánchez Vázquez se atrevió a llamar la utopía posible. El papel que en esa alternativa debe desempeñar la Economía es decisivo. Decisivo, sí, pero insuficiente. Porque falta ahí un ingrediente básico, que es la Cultura. Varona decía que la moral no se enseña, sino que se inocula. De la cultura que no sea simple instrucción o pedantería podría decirse algo semejante. Así que a nosotros nos toca, en gran medida, darle a esa acción profiláctica un carácter orgánico, lo que sólo se logrará completando la fórmula incompleta del pragmatismo. Que la Economía permita desarrollar al máximo las fuerzas productivas del país, pero que ese imprescindible y ansiado desarrollo no vaya a borrar la memoria del pasado ni a distorsionar la visión del futuro, porque ese marco es el único en el que puede insertarse orgánicamente nuestro rostro, el rostro colectivo.

He dicho “colectivo” y ya me parece estar oyendo los reparos. Desde hace un buen rato el rostro humano o, más exactamente, la condición humana viene siendo confundida en el ámbito académico con la condición postmoderna, y el postmodernismo, si lo entiendo bien, considera que nociones tales como Nación y Clase, por ejemplo, son sólo entelequias, parte de los llamados Grandes Relatos cuya vigencia ya caducó en este globalizado mundo nuestro de redes electrónicas y realidades virtuales. Perdón. Escribí “nuestro” por inercia y ahora me asalta la duda: ¿a quiénes pretendo designar con ese piadoso pronombre? Porque mi mundo no se parece a ese –a pesar de que tengo acceso a internet–, tal vez porque para mí, a estas alturas del partido, con nietos adolescentes de por medio, lo más importante no es la información, sino la formación (aunque reconozco que ésta no puede prescindir de aquélla). Soy de los que siguen preguntándose sobre qué bases se forman las conciencias, o como se dice ahora, se construyen los sujetos. Si el antiquísimo “conócete a ti mismo” aún tiene algún sentido, éste no puede ser ajeno a la formación de valores, a los patrones de conducta, a la aceptación de ciertas normas de convivencia. A menos que uno sea como Josefina Beauharnais, personaje singular y arquetípico a la vez, tan representativo de una cierta cosmovisión que vale la pena detenerse en él. Se trata de la protagonista del monólogo –omonodiálogo– Josefina la viajera, del dramaturgo Abilio Estévez. (1)

2

Si tuviera que definirla pronto y mal, diría que Josefina es una Vidente estrábica. Posee un Ego del tamaño del mundo y se siente desesperada porque su viaje –su peregrinaje– no parece tener fin. Al contrario de lo que haría suponer la resonancia imperial de su segundo nombre, es cubana –para su desgracia, dice–, nacida en un cafetal de Mayarí o Alto Songo en 1875. Su peregrinaje se inició cuando tenía diecisiete años, es decir, en 1902, así que lleva en eso más de un siglo. ¿Qué busca Josefina? Mantenerse lo más lejos posible de la maldición que pesa sobre la Isla y hacer su santa voluntad, por lo menos en el espacio de sus delirios o sus pesadillas:

…No quería tener que sufrir lo que yo sabía que sobrevendría: la intervención norteamericana, la Enmienda Platt, la Guerrita de Agosto, la otra guerrita de 1912, la Revolución del 30, los golpes de estado de Batista, la Sierra Maestra y todas sus interminables consecuencias.(2)

Hace entonces un exhaustivo inventario de gobernantes con sus ridículos o repulsivos atributos –desde Estrada Palma hasta Prío y Batista–, y añade una alusión a quien llama el “Señor” que, “con su aire de Mesías”, se dedicó a fundar “Paraísos mientras hacía hervir el aceite de las calderas infernales”. Para librarse de aquel viaje interminable “por la horrible historia de la desgraciada Isla Infamia” y poder proclamar su soberana voluntad, Josefina decide expatriarse y recorrer mundo. Ahora se siente libre. Por lo pronto, nadie puede contradecirla ni pedirle cuentas.

…Si digo que soy francesa, soy francesa. Y si digo que soy emperatriz, soy emperatriz. Y si digo que soy harapienta, soy harapienta. Soy lo que yo digo que sea. Y lo digo con las palabras que yo decida.(3)

Así, pasada por el filtro de un Ego tan hipertrofiado como desquiciado, la irritación histórica adquiere visos de perreta. Aunque aquí estamos no sólo ante un ego, sino también ante su alter ego, con el que Josefina polemiza, a menudo dando muestras de rabiosa lucidez. Porque se trata de una obrita intensa y compleja, de la que he ofrecido aquí una imagen esquemática porque sólo me interesaba subrayar el hecho de que en ella el autor, cuando se refiere a nuestra historia, tiende a esquematizar también.

Está claro que la mayoría de los lectores leerán la pieza como una dramática alegoría de la frustración en la República…, una frustración que se prolonga luego, en los años sesenta, entre aquellos que decidieron abandonar el país, y que reaparece inclusive treinta años después entre quienes vieron desplomarse de un día para otro la imponente Fortaleza soviética y acto seguido entrar a Cuba en un Período Especial tan especial que todavía se recuerda con crujidos de dientes. Pero todo eso, que para nosotros –los que piensan como yo– era Acontecimiento, pura sustancia de la historia, uno de sus sorpresivos avatares, para Josefina era fatum, Destino. Ella –entiéndase la Isla— estaba condenada a una frustración eterna. Y de ahí que termine su monólogo con la más arbitraria lectura de nuestra historia que cabe imaginar, juntando piezas incompatibles –regresiones y revoluciones– y dejando espacios vacíos donde deberían ir los contrafuertes que han sostenido toda la armazón del proyecto. Esos contrafuertes tienen nombres –Mella, Villena, Guiteras, Fidel…, y José Antonio y Frank…– y tantos otros, y multitudes más o menos anónimas detrás de cada uno de ellos. Josefina se abstiene de citar nombres o sucesos, quizás porque todos representan una dinámica, las ineludibles rupturas de ese destino infame que ella previó y que escapan a su mirada estrábica y autocomplaciente. Esas revoluciones a las que ella alude gruñendo no son variantes estruendosas de la infamia, sino actos de purificación y refundación. “Con una historia tan llena de ignominias como la suya –escribió Merchán al estallar la guerra del 95, aludiendo a la esclavitud y el coloniaje–, Cuba sería una gran mancha en América si no hubiera sido revolucionaria”.

3

Lo que dijo el poeta: “No me podrán quitar el dolorido sentir a menos que me quiten el sentido”, podríamos reformularlo en términos históricos diciendo “a menos que nos quiten la memoria”. Con lo que volveríamos al tema de la postmodernidad, porque dentro de esa condición, como decíamos, se ha decretado tajantemente que construcciones tales como la de Nación ya son obsoletas. Ahora bien, la Nación moderna, como categoría, se construyó hace poco más de doscientos años y es para nosotros algo sagrado –si se me permite decirlo así—, primero, porque es lo que los cubanos, como pueblo, hicimos juntos por primera vez, y después, por eso mismo, porque es lo que nos permite hablar de una Identidad nacional– es decir, de una experiencia y una memoria compartidas–, y dar un testimonio palpable de nuestro ser en el mundo. Esta experiencia comenzó en 1868 –hace menos de ciento cincuenta años— y, aunque mediatizada, pudo hacerse cotidiana de un extremo a otro del país en 1902, es decir, hace sólo ciento doce años, ayer, como quien dice. Pero nos consta que la idea de patria, el sentimiento de patria ligado al de nacionalidad precedió con mucho al de nación –y desde Heredia logró expresarse con todas sus letras–, de manera que en el plano cultural nuestra identidad viene de muy atrás. Entre una cosa y otra, el legado ético y espiritual que se fue acumulando desde entonces acabó siendo enorme. Solemos resumirlo en nombres de poetas, pensadores, patriotas venerables y combatientes mambises, y estos, a su vez, en el de Martí, que pasó a ser representativo de todos ellos.(4) Sin la asimilación y renovación permanentes de ese legado y esos nombres –nuestro capital simbólico, como se dice ahora con una agresiva metáfora empresarial–, la Nación cubana correría el riesgo de convertirse en algo que pudo ser y no fue. Porque lo que siempre hemos querido que fuera se resume en tres postulados martianos que hablan de la opción por los pobres, la consagración a todos para asegurar el bienestar de todos, y el culto a la dignidad plena del hombre, y sabemos muy bien que las bases de esa monumental estructura no se han terminado de echar todavía.

Tal vez sea ahí donde la impugnación de los Grandes Relatos –el de la Nación entre ellos— pudiera adquirir algún sentido, porque el discurso de la Nación arrastra componentes autoritarios y clasistas de los que raras veces logra desprenderse, de modo que tiende a ocultar con principios generales –todos los ciudadanos somos iguales ante la ley y disfrutamos de los mismos derechos– lo que la realidad tiene de específico, el hecho de que, en la práctica, todos somos diferentes y que eso se refleja en la vida social como desigualdades…, que tienden a perpetuarse sobre el humus de los hábitos y prejuicios. Como somos un universo –cada persona, única, pero parte de un conjunto diverso—, hay quienes, cuando hablan de ese sentido de pertenencia que llamamos Identidad –identidad nacional, sobre todo– se hacen los distraídos y simulan pensar en conjuntos homogéneos. No son bobos: esa construcción –la de los conceptos identitarios– es una fuerza aglutinante que contribuye a crear el espacio imprescindible para el normal ejercicio del poder. Y es eso, justamente, lo que la hace susceptible de manipulaciones, porque yo soy cubano, en efecto, como cualquiera de mis compatriotas, pero mi estatus social, mi género, mi procedencia regional, el color de mi piel, mi orientación sexual y mi ideología me diferencian de otros muchos cubanos. Así que convendría no hablar sólo de Identidad sino también de Identidades, si es que eso nos sirve para ir alcanzando, como cubanos –como seres humanos, en realidad– un grado de igualdad cada vez mayor ¿Acaso no es de eso también –de la igualdad asumida y ejercida desde la diversidad–, de lo que hablamos cuando hablamos de justicia social?

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He dado este fatigoso rodeo porque quería decir dos cosas sobre el tema de la hegemonía de los discursos que hoy coexisten pacíficamente en el campo de la crítica literaria y artística cubana. Entre los jóvenes de menos de cuarenta años –sobre todo en los espacios académicos— parece prevalecer el discurso de la postmodernidad, que opera, como sabemos, sobre una plataforma desterritorializada, por lo que el diálogo con sus voceros se hace sumamente difícil para críticos como yo, acostumbrados a moverse por el territorio nacional, es decir, con los pies en nuestra tierra (está claro que aludo a los asuntos que trato –los relacionados con nuestra literatura– porque el territorio propio de la cultura es el mundo entero). Pero el tema me remite, por caprichosa asociación de ideas, al viejo y ya enmohecido debate sobre el criollismo y el costumbrismo, que sin embargo adquiere de pronto una dimensión imprevista al asociarse igualmente al tema de la ética y de la vigencia o no del pensamiento martiano. Porque ambos se entrelazan en el excelente estudio crítico de Susana Haug “Contigo en la distancia. Misreadings de Onelio en el siglo XXI” (5) y nos incitan a preguntarnos si esa distancia y esa lectura equívoca anunciadas en título y subtítulo no se habrán extendido hasta la obra de Martí. La autora da por descontado que la poética de Onelio Jorge Cardoso, en su visión de lo social, coincide con los principios de la Revolución porque ambos provienen de la misma fuente, “el proyecto ético-estético martiano” –lo que parece aludir a una actualización de este último–, pero en su argumentación dicho proyecto, de repente, adquiere un sorpresivo tinte arqueológico.

Martí cree, en aquellos tiempos del cólera tan distantes ahora de los nuestros, en “el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud” y en un “tú” que es el niño, el joven de mañana, el “pino nuevo” de la hornada futura, con un ideal ilustrado-romántico que suscribe la perfectibilidad del hombre a través del proyecto educativo, la elevación redentora de la cultura y la ejemplaridad ética…(6)

Vuelvo a leer atentamente y caigo en la cuenta de que, en lo esencial, eso es también lo que yo creo, probablemente por la influencia que el pensamiento martiano ejerció en mí a través de mis lecturas dispersas de adolescente. Ya no tengo cuarenta años, sino algo más del doble, pero mis nietos tampoco tienen cuarenta, sino la mitad, y aquí estoy preguntándome si para ellos lo de “la dignidad plena del hombre” –y de la mujer, debo añadir ahora— no va a ser más que el delirio ilustrado de los utopistas de otros tiempos. Creo que las aspiraciones y principios no tienen fecha de vencimiento, y que ese –que sirve incluso de preámbulo a la Constitución— podría hacerse realidad en un futuro no tan lejano…, o, en todo caso, que valdría la pena seguir luchando por él. Espero que esa convicción se haya filtrado de algún modo en lo concerniente a mi oficio de crítico: los temas que escogí, el enfoque que les daba, las valoraciones que se desprendían de todo ello. Porque me basta con leer El Quijote y Cecilia Valdés para saber que la literatura no sale (únicamente) de la literatura y que toda lectura crítica supone un vínculo con el lector –y por extensión con el resto de la sociedad– que no suele darse en los seminarios académicos. Como otros muchos colegas, pasé por una experiencia política y social –la del 59– que me marcó y cambió el rumbo de algunas de mis ideas, así que no me oculto para decir que para mí, en circunstancias como la nuestra, la función del intelectual no consiste sólo en desenmascarar el discurso del Poder –puesto que se trata de un Poder, el que me tocó y elegí, tercamente asediado por un Superpoder que amenaza con borrarlo del mapa–, sino también en apoyarlo mientras siga respondiendo a mis intereses…que espero sigan siendo los nuestros.(7)

La obsesión del intelectual cubano con Martí viene de la sospecha de que, sometida como está a tantas turbulencias, si la Isla pierde esa brújula queda al garete. Pero hay de todo. Desde la proclamación de la República el legado martiano estuvo expuesto a un constante saqueo. Los demagogos se hartaron de citarlo. Los pillos encontraban en él un refugio seguro en cada efemérides. Ya en 1926 un joven universitario, Julio Antonio Mella, no pudo contener su indignación: “Es necesario dar un alto –escribió—y si no quieren obedecer, un bofetón, a tanto canalla, tanto mercachifle, tanto patriota, tanto adulón, tanto hipócrita…que escribe o habla sobre José Martí”.(8) La Generación del 30 se propuso y la Generación del Centenario logró llevar a la práctica buena parte de ese legado, y desde entonces más de un artista ha sometido a crítica la inconfesada tendencia de los burócratas a convertir su memoria en rito y rutina.(9) Es posible que su omnipresencia haya significado un nivel de saturación y desgaste que, sumado al ahistoricismo propio de la ideología postmoderna, haya conducido a un amplio sector de la joven intelectualidad a un rechazo de símbolos y valores cuya importancia reconoce, pero cuya vigencia niega. Se alega que pertenecen a un código viejo y, peor aún, que, pese a la vejez y el desgaste, siguen tratando de imponerse. El resultado está a la vista en la propia Gaceta.

5

Tomemos el concepto de “héroe”, por ejemplo. Según el diccionario, héroe es aquel que se hace famoso por sus hazañas o virtudes, o bien, de manera más simple, el que realiza una acción heroica. En esta segunda definición, Martí introduce la noción extrema de sacrificio. No hay héroe sin voluntad de sacrificio; sólo quien está dispuesto a sacrificar hasta su propia vida por los demás merece ser llamado héroe. Imaginarán ustedes, entonces, el desconcierto que me causó ver la foto del artista Yuri Obregón que ilustra el novedoso artículo de Marialina García “Cátedra Arte de Conducta: discursos y herramientas antropológicas” (10). La foto, que pertenece a una serie de 2008 titulada “Héroes”, muestra a dos jóvenes apuestos y bien vestidos, sentados en un murito, mirando complacidos a cámara, y detrás, entre ambos, a la altura de sus hombros, sobre un pequeño pedestal de mármol…, el clásico busto de Martí. A ver, a ver…, Martí entre dos jóvenes…Entonces, ¿son tres los héroes? Y si es así, ¿en qué consiste el “heroísmo” de los dos?, ¿en que son negros y aparentemente gays? ¿En que tienen que salir a la calle todos los días a lidiar con esa desventajosa condición? (11) Sea como fuere, uno siente que también aquí –como en el caso de la producción de bustos en serie— el símbolo está siendo manipulado, ahora en una operación de “quítate tú para ponerme yo”. Sólo que aquí te margino poniéndote en el centro.

En otros casos –por ejemplo, la reseña de Gilberto Padilla sobre La lengua impregnada, de Garrandés–, el crítico se va al extremo opuesto subrayando la distancia que media entre el heroísmo en Martí y el hedonismo contemporáneo, aunque forzando el contraste al escoger como punto de comparación Ese sol del mundo moral, de Cintio Vitier. En opinión de Padilla, el de Garrandés, al situarse irónicamente como un discurso “díscolo” –entiéndase juvenil, transgresor— “frente al metarrelato monumental de la nacionalidad” de Vitier, se convierte de hecho en su parodia. Chistosa ocurrencia –como si dijera que el Decamerón es una sátira de los Evangelios, por ejemplo–, pero hecha a costa de ese, al parecer, imponente artefacto discursivo que es la “historia de la eticidad cubana” de Vitier, fascinante recuento que ahora ningún joven sensato se sentirá tentado a hojear siquiera. Una lástima, porque si no logramos establecer desde temprano el vínculo con esa, nuestra tradición más legítima, ¿a qué archivo o a qué memoria-flash irá a parar?

6

Me preocupa que la irrenunciable aspiración de nuestros intelectuales y artistas a un diálogo abierto con el mundo vaya a convertirse en una incapacidad orgánica para dialogar con nosotros mismos (los que somos y los que fuimos). En un revelador ensayo sobre un grupo de artistas plásticos que parecen suscribir sin reservas –vía Foucault y Lyotard—las bases del discurso postmoderno, Cristina Figueroa llama la atención sobre el hecho de que en el mundo de los llamados “artistas neomediales” –un mundo, por definición, desterritorializado—el diálogo entre las partes más diversas es posible porque “todo está signado por la voluntad integradora de la tecnología”.(12) Al oír esto, los viejos nos apresuramos a preguntar: “Y esa voluntad integradora, ¿desde dónde se ejerce? ¿Con qué voz? ¿Desde qué plataforma, desde qué códigos sociales y culturales?” Y la respuesta no se hace esperar: “¿Ve, abuelo? Usted no ha entendido nada”. Bien, lo acepto. Por eso he decidido tratar el asunto con mis nietos. Ellos podrán explicarme con calma. Además, ya están grandecitos y espero que sepan que el espacio es tiempo, que la geografía es historia, que lo que llamamos Nación no es más que la forma en que una cosa y la otra se entrelazan. Y entonces me tocará a mí explicarles a ellos qué significa el tejido resultante y por qué importa mucho que reconozcamos ahí una serie de paisajes y figuritas que son las que nos hacen iguales y distintos al resto del mundo y las que nos permiten, por tanto, encontrar temas de conversación y un lenguaje común para dialogar de verdad, más allá de los ciento ochenta caracteres.

Notas

Abilio Estévez: “Josefina la viajera. (Ceremonia para una actriz desesperada.)” Revista Unión, no. 82, 2014, pp. 56-71. (El texto está fechado en Barcelona, en marzo de 2006.)

Ibid., p. 70.

Ibid., p. 70.

No es casual que Martí haya sido el primer cubano calificado públicamente de “utopista” (y con una connotación positiva). Cf. Nicolás Heredia: “El utopista y la utopía”. Patria, 20 de noviembre de 1895.

Véase, en La Gaceta de Cuba, mayo-junio 2014, pp.35-42.

Ibid., p. 37.

Alguien se preguntaba alguna vez, irónicamente, cómo se puede ser intelectual –ejercer como intelectual– en una sociedad con la que se está de acuerdo. Pero para nosotros la pregunta esconde una trampa descomunal: primero, porque no aclara que se trata de una sociedad en construcción, de cuyo diseño no existen antecedentes legítimos, y segundo, porque pasa por alto el hecho de que se está de acuerdo, sí, pero con los fines, con el objetivo último, no necesariamente con los medios que se adopten en cada caso para alcanzarlo. Ante esta situación no nos queda otra alternativa que suscribir el clásico binomio postulado por Gramsci, en el que se concilian el pesimismo de la razón con el optimismo de la voluntad.

J.A. Mella: “Glosas al pensamiento de José Martí”, en Documentos y artículos. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975, p. 265.

Como ejemplo de esa tendencia está la producción en serie de los conocidos bustos de yeso de Martí, sobre la que han dejado imágenes satíricas o dramáticas, entre otros, el cineasta Tomás Gutiérrez Alea y el fotógrafo Alberto Figueroa. En su película Martí, el ojo del canario –pasajes de su infancia y juventud– Fernando Pérez contribuye a darnos una visión desacralizada del personaje.

Véase en La Gaceta de Cuba, mayo-junio 2014, pp. 14-19.

11, No estoy en condiciones de responderme esas preguntas, y tal vez lo único que el artista pretenda sea eso, justamente, que me vea obligado a hacérmelas. Se trata de “artistas etnógrafos”, y la autora del artículo afirma o insinúa que sus mensajes sólo pueden descodificarse “desde el ámbito de la antropología visual”. (Ibid., p. 15).

Cristina Figueroa: “Interrupted: nuevos medios en Cuba”, en La Gaceta de Cuba, julio-agosto 2014, p. 34.

Texto cortesía del autor.

Nota del editor de CineReverso: Este artículo se publicó en este blog el 12 de abril de 2015. Por la relevancia y vigencia de su contenido lo retomo para compulsar otras lecturas.

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Contradicciones de la “libre” opinión

Lied Lorain Guerra. Periodista de la Redacción Cultural del Noticiero Estelar de la Televisión Cubana. Foto tomada de su perfil de Facebook

Por Soledad Cruz Guerra

Las reacciones violentas frente al comentario de la periodista Lied Lorain Guerra sobre la telenovela El rostro de los días no es un fenómeno nuevo, aunque si amplificado en las redes sociales, donde también hubo muchas coincidencias con sus puntos de vista sobre ese producto televisivo que tuvo una notable repercusión social, la cual la convirtió en asunto de interés del Noticiero Nacional de Televisión.

Las valoraciones no complacientes sobre personas, sucesos, obras de pretensiones artísticas no son bendecidas en ninguna parte del mundo, ni lo han sido en ninguna época. Los artistas que suelen tener una mirada cuestionadora de la realidad no la tienen con sus obras, los humoristas, incluso, se ponen muy serios cuando se señala cualquier aspecto no convincente en su quehacer. Todas y todos claman por críticas para los otros, para sí no.

En ese contexto histórico universal el periodismo de opinión en Cuba siempre ha tenido que sortear no pocos escollos. El hecho de ser una sociedad acosada desde el exterior condicionó un fuerte espíritu de autodefensa, que ha signado a todos los intentos de hacer factible el socialismo, porque ciertamente esa aspiración ha sido atacada con particular saña desde su surgimiento y tuvo particular influjo en la prensa.

Sin embargo, en el terreno de las artes siempre hubo una mayor presencia de la opinión sobre las diversas ramas, con la consabida reacción poco receptiva de quienes se sentían afectados, que intentan generalmente negarle al que señala lo que no considera efectivo, los conocimientos para hacerlo, sin tomar en cuenta las diferencias de la crítica en revistas especializadas con los comentarios periódicos del devenir cultural, para los cuales está preparado cualquier profesional del periodismo con título universitario, mirada atenta y vocación por el tema.

Tengo una larga experiencia relativa  a las reacciones frente a cualquier opinión que “empañe” ciertos estados de gracia ocasionados en parte de los públicos por la simplicidad de realizaciones acomodadas a propiciar, a los posibles receptores, lo que ellos disfrutarán sin ningún esfuerzo, reforzando los ideales del bien, del mal, de la felicidad desde las primeras narraciones de príncipes y princesas y hadas, que luego se convirtieron en historias de ricos y pobres salvados por la varita mágica del dinero, según las novelas de Corín Tellado.

Aunque la radio novela y la telenovela tienen una larga historia en el consumo popular en Cuba, me pareció valioso que guionistas y realizadores nativos intentaran aprovechar las reglas dramatúrgicas de esos géneros y su popularidad para estimular el interés en los más variados asuntos desde los años 60 del anterior siglo. Y sentí traicionado ese propósito creativo cuando se decidió exhibir La esclava Isaura, al estilo de las telenovelas jaboneras del pasado.

Mi opinión contraria, en las páginas de Juventud Rebelde, a lo que consideraba un retorno injustificado provocó una repulsa de proporciones escandalosas, estimulada también por la televisión que acudió a muy connotados intelectuales para justificar su propuesta. Llegaron literalmente sacos de cartas al periódico y de pronto estaba convertida en el enemigo público número uno. Eran los años iniciales de la década del 80 del Siglo XX.

Ese episodio, que creó preocupaciones sobre mi seguridad física en no pocos de mis allegados, no limitó mi convicción sobre la importancia de dar opiniones sobre distintos aspectos de la realidad y las pretensiones en lenguaje de ficción, o cualquier otro recurso expresivo, de mostrarla, no por considerar que tuviera la razón o que era infalible, sino porque las opiniones propias, argumentadas, generan otros criterios a favor o en contra y hacen mover el pensamiento, condicionan que aparezcan  aristas no tenidas en cuenta sobre un tema, propician polémicas indicativas de cómo anda la receptividad sobre un suceso, siempre y cuando esas respuestas no se conviertan en escarceos vanos, ataque y ofensas como ocurre en las redes sociales, donde es casi imposible establecer un diálogo porque cada cual cree que su opinión es la certera.

Cada opinión se construye sobre los presupuestos estéticos de cada cual, los referentes artísticos que se tengan, los criterios de la función social de las producciones para el consumo cultural, y es lógico que alguien entrenado en esos factores tomará en cuenta aspectos, detalles, simbolismos que no serán percibidos para los que asumen el ver una obra audioivisual como puro entretenimiento, lo cual suele ser para no pocos la función exclusiva de las telenovelas.

Los gustos, por otra parte, no sólo tienen relación con esos elementos descritos, sino con valores sentimentales, con la concordancia de ciertas experiencias personales, con el disfrute ingenuo de ver representadas las ilusiones que en la existencia real no logran realizarse con la misma facilidad que en algunas obras destinadas a su cultivo para conquistar públicos mayoritarios.

El divorcio entre las apreciaciones de la crítica y los espectadores se produce justo a causa de los enfoques completamente diferentes. El espectador no quiere que le cuestionen su disfrute y la crítica se propone mostrar las costuras visibles de cualquier realización, sus puntos débiles, sin dejar de reconocer lo que bien funcionó.

Es muy difícil lograr armonía cuando el pasar de los años demuestra que, por distintas razones, el gusto de una buena parte de los públicos se ha mantenido fiel a ciertos códigos y muchas realizaciones también, no sólo en Cuba, sino en todo el mundo, realidad que no justifica la agresión como método de discrepancia, pero ello está de moda en las redes sociales, donde cualquiera puede opinar, y de la manera que lo hace, demuestra cuál es su condición humana, de qué presupuestos parte y hace evidentes sus características culturales, elementos que hacen respetable o no su opinión.

El fenómeno de las redes sociales, los ataques persistentes por muy diferentes causas a personalidades de cualquier ámbito de la sociedad, debe llevar a una estrategia inteligente. No se debe discutir con la ignorancia y la maledicencia, no vale la pena darle relevancia a quienes no lo merecen y sí tomar en cuenta las formulaciones que ayuden a un mejor entendimiento.

En estos tiempos de desbordamiento de la “libre” opinión, donde todos se sienten con derechos a expresarse, Lied Lorain Guerra ofreció sus puntos de vista sobre El rostro de los días, los argumentos, y eso es absolutamente legítimo en su condición de periodista. ¡Ojalá que el NTV continúe ofreciendo valoraciones, aunque no sean complacientes, en su sección cultural, aprovechando el interés manifiesto de sus seguidores!

Muy saludable que la televisión tenga la capacidad y dé la oportunidad de analizar las luces y sombras de sus producciones, distanciándose del criterio de que no se puede ir contra sí misma y contribuya a polemizar sobre nuevos temas y problemas.

Tomado de: https://www.cubaperiodistas.cu

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Cuba: los próximos desafíos comunicacionales frente a la COVID-19

Una calle de La Habana, en una tarde noche de confinamiento social frente a la COVID-19

Por Octavio Fraga Guerra @cinereverso 

I

La COVID-19 ha transitado en cinco ejes comunicacionales desde que se posicionó como titular arrollador en toda la geografía de nuestro planeta. En primer lugar, el destape del virus en la ciudad de Wuhan. Las noticias llegadas desde esta provincia de China desataron las alarmas en todo el planeta.

Como era de esperar, emergió una ofensiva mediática desde la Casa Blanca contra el gobierno de esa nación asiática. Donald Trump lanzó armas en envolturas de fake news, bulos y otras acciones propagandísticas pensadas para construir un amplio espectro de matrices de opinión, adversas al “régimen comunista chino”, trilogía de palabras habitual de los personeros de la sede del gobierno trumpista”.

El presidente de los Estados Unidos ha liderado esta ofensiva empeñado en desacreditar la gestión de Xi Jinping. No han faltado duras acusaciones venidas desde la cartera que atiende la política exterior en la nación norteña. El titular que confirma esta idea es bien contundente, Pompeo: “…hay ‘evidencias enormes’ de que el coronavirus se inició en laboratorio chino”, sentenció en Washington el Secretario de Estado de los EE.UU.

En una segunda fase comunicacional sobre el nuevo coronavirus, se posicionaron otros dos hechos bien relevantes, que tuvieron su tránsito. Primero, la declaración de la Organización Mundial de la Salud (Oms) al señalar a Europa como epicentro de la enfermedad. Las cifras en esta región se dispararon, se avistaron repuntes en varias naciones, en particular en España e Italia. Ese núcleo de convergencias del SARS-CoV-2, se desplazó, meses más tarde, al continente americano.

Varios países de estas dos regiones geográficas reportaron en las últimas semanas estadísticas escalofriantes. Estados Unidos sigue a la cabeza mundial de contagiados y fallecidos.

En Europa y en América se han evidenciado insuficiencias en la gestión de la COVID-19 y exacerbado las contradicciones internas y los enfoques para enfrentar este virus. Los resonados rebrotes que “saltan por estos días”, confirman las limitadas prácticas de los gobiernos de las naciones de estos dos continentes para enfrentar los retos de una enfermedad que aun avanza incontenible. La verticalidad de un sistema de salud predominantemente privado, es el signo que converge en buena parte de estos países euroamericanos. Estas asentadas políticas atentan contra una mayor eficacia para enfrentar los retos del virus.

Un titular demoledor, de este 16 de septiembre, emerge contundente como una verdad lapidaria. La fuente, la web de Radio y Televisión Española. “Radiografía del coronavirus en residencias de ancianos: más de 20.000 muertos con COVID-19 o síntomas compatibles”.

En un tercer momento ocupó titulares la declaración del virus como una pandemia letal. Este demoledor sustantivo fue desatado por la Oms, sentencia que compulsó en algunos gobiernos el desarrollo de otras estrategias, de acciones que trascendieron necesariamente el ámbito de los sistemas de salud, de enconadas respuestas diseñadas para truncar las rutas de la enfermedad.

Los anuncios escalonados por parte varios países empeñados en desarrollar candidatos vacunales, resultó el quinto eje mediático de la COVID-19. Naciones como Reino Unido, Estados Unidos, Francia, India, Alemania, China, Rusia y Cuba lideran este objetivo internacional, todos, empeñados en detener la pujanza del virus. Un titular redondea esta información: “…172 países y múltiples vacunas candidatas forman parte del Mecanismo de Acceso Mundial a las Vacunas contra la COVID 19”.

II

La condición insular de nuestro país no se traduce en una suerte de “urna de cristal” frente a los embates del virus. El regular flujo de turistas que tradicionalmente visitan a Cuba y el ascenso gradual de compatriotas que viajan a otras naciones, según datos de los últimos años, contribuyó, obviamente, a la entrada y despunte de la enfermedad. La respuesta del gobierno cubano frente a los desafíos de este virus fue contundente.

Fue activada toda la infraestructura epidemiológica del sistema de salud nacional. Se reforzaron los recursos materiales y financieros en las áreas de atención primaria, así como los protocolos diseñados para los policlínicos, institución que juega un rol protagónico en la comunidad.

En la red de hospitales e institutos se refinó la dinámica de las áreas de terapia intensiva e intermedia ancladas para enfrentar los casos críticos y graves. Y algo muy importante, también revolucionario, la apertura de nuevos centros para la atención y el aislamiento de personas contagiadas y sospechosos que requieren de una vigilancia especializada.

El inicio e incremento diario de las pesquisas para detectar la COVID-19 en la población, y especialmente la localización y aislamiento de contactos de quienes han resultado positivos al coronavirus, es también parte de los distingos que caracterizan la estrategia del sistema de salud cubano en el enfrentamiento a la pandemia.

La alternancia de la aplicación del PCR (reacción en cadena de la polimerasa) y de los test rápidos en determinados grupos poblacionales, como parte del plan de prevención y control del SARS-CoV-2, han sido, y son, esenciales prácticas de una eficaz respuesta.

El gobierno cubano no ha escatimado recursos para enfrentar los retos que el coronavirus impone. Esta voluntad política, de la que el pueblo es parte protagónica, es una de las esencias que transversalizan a la nación cubana. Los montos que reservó el estado para este 2020, para los apartados de salud pública y la seguridad social son de: 12 740 200 000 pesos.

Esta voluntad gubernamental tiene otra mirada cotidiana, sin dudas ejemplar. Cada día sesiona el Grupo Temporal de Trabajo del Gobierno para el control de la COVID-19, que encabeza el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez. Estas sesiones de alto nivel tienen su réplica en cada provincia y municipio del país, como escenarios de articulación que gestionan y materializan las acciones para enfrentar los retos que cataliza la COVID-19.

III

¿Qué acciones comunicacionales han caracterizado la labor de nuestros medios en estos meses de ardua contienda? ¿Qué otros desafíos se vislumbran en el horizonte cercano y que han de ser asumidos por esta esencial materia?

La transparencia de la información y el dialogo con la población son dos acciones vitales pensadas para articular comportamientos sociales.

Cada mañana se ha hecho cotidiana, también esperada, las conferencias de prensa que protagoniza el Dr. Francisco Duran García, director nacional de Epidemiología del Ministerio de Salud Pública (Minsap). En este espacio el galeno aporta datos sobre la evolución de la enfermedad por provincias y municipios, y los que engloban el país. También aporta el de otras zonas geográficas del mundo y las que se dibujan a nivel global. Sustantivas aristas del tema complementan su labor titánica como comunicador institucional, que forma parte de la lógica aritmética de este excepcional contexto.

Este es un privilegiado escenario. El Dr. Duran aporta información científica, evalúa públicamente los datos acopiados y sugiere, sistemáticamente, normas de comportamiento sociales ante la permanencia de la COVID-19 en el país.

El directivo del Minsap se ha ganado la empatía de la población y eso es muy importante de cara a las practicas sociales incívicas que persisten en algunas zonas de la geografía nacional. Cabe apuntar, en términos de emisor receptor, que este escenario vital evoluciona solo desde el enunciado.

¿Pero, toda la población cubana ve, cada día, este espacio televisivo? ¿Es suficiente, de cara a la sociedad, la labor comunicacional que realiza el directivo del Minsap? Volveré sobre esto en una cuarta parte.

Toda la ingeniería comunicacional del país, frente a esta avalancha epidémica, se ha volcado en “modelar” ciudadanos informados, responsables, colaboradores y solidarios. La unidad ha sido, y es, fundamental en esta contienda, que es responsabilidad de todos y a todos nos afecta por igual.

¿Cuáles son las líneas de mensajes que han despuntado en estos meses de labor contra la COVID-19? Las desarrollaré en un orden “horizontal”, sin jerarquías o relevancias. Todas son importantes, pues son parte de una articulación vital para enfrentar esta impostergable batalla por la salud humana:

El Partido (Pcc) y el gobierno están el centro del enfrentamiento a la COVID-19; la vida humana es la prioridad frente a los muchos otros desafíos económicos y sociales que implican esta pandemia; la solidaridad es una premisa fundamental para enfrentar la evolución de esta enfermedad; nuestros médicos, científicos, enfermeras y personal paramédico, han dado, y siguen dando, hermosas pruebas de altruismo y entrega; el sistema de salud cubano cuenta con el personal calificado para enfrentar este mortífero virus; la solidaridad internacional de nuestro personal de salud ha estado, y estará presente, en cada nación donde sean requerido.

Además, el estado dispone, y dispondrá, de todos los recursos materiales y financieros necesarios para solventar las demandas de esta emergencia de salud; el uso del nasobuco, la distancia física y el aislamiento social, son los tres comportamientos básicos para enfrentar este virus y la protección individual es la más eficaz de todas las prácticas cotidianas, mientras no exista una vacuna que nos proteja de esta enfermedad.

Estos nueve apartados comunicacionales, o líneas de mensajes, han sido sistematizados. Esto no se traduce en que hayan tenido una receptividad en toda la sociedad.

El elemento contrastante de la idea anterior es que han persistido, entre no pocos ciudadanos de la isla, comportamientos individuales y grupales sobre el uso incorrecto del nasobuco, el no cumplimiento responsable de la distancia física y la aglomeración en espacios cerrados.

Otra de las líneas de mensajes que se ha “catapultado” apunta a construir una “percepción de riesgo” de la enfermedad. Pero esta última merece un punto y aparte.

Estos capítulos comunicacionales han sido resueltos con toda una batería de herramientas propias del periodismo y la comunicación social. Reportajes, entrevistas, crónicas y artículos de corte científico popular han sido las cuartetas cotidianas de esta ofensiva. El uso de las estadísticas como material complementario cierra la idea de lo genuinamente informativo.

Las aportaciones del psicólogo y profesor Manuel Calviño en su semanal espacio Vale la pena, quién comunica con singular cercanía, es parte de los resortes protagónicos de este telar de muchas piezas.

Recuerdo sus palabras cuando azotó, en enero de 2019, el tornado en La Habana. Sus comentarios, en estas circunstancias, constituyen una aportación venida de la televisión cubana, protagónico medio de comunicación por su alcance e inmediatez.

La rigurosa labor de la periodista Diana Rosa Schlachter, en su Observatorio científico, “ventana” que forma parte del Sistema informativo de la Televisión Cubana, es otra de las piezas de todo un requerido engranaje, siempre insuficiente.

En otro apartado comunicacional se han materializado mensajes de bien público o series de unos pocos minutos que apuntan a la exposición de la experiencia individual frente a la pandemia. Pero no han resultado eficaces y creativas ante las urgencias de incidir en el cambio de comportamientos sociales. Rostros en la pandemia, del realizador Arturo Santana, son delgadas historias de vida montadas, para un escenario postcovid.

Subrayo entonces otros dos recursos materializados. Por una parte, se convocó a un grupo de artistas e intelectuales, sin dudas de arraigo popular en Cuba, para “dictar” maneras de comportarse frente a la COVID-19, pero desde la espontaneidad como premisa narrativa, sus parlamentos no calan en los múltiples destinatarios socioculturales que habitan en nuestra isla. La manera en han sido resueltas estas disertaciones denota simpleza creativa.

Un factor más atentó, atenta, contra dichas alocuciones. Fueron repetidos en bloques con muchas otras voces. Con este reciclado solo se ha conseguido el efecto contrario: la incomunicación.

La reiteración de un mensaje ya conocido, genera en el lector audiovisual un rechazo frente a lo visto. Esta idea es válida para todo tipo de recurso comunicacional. La clave es la renovación desde otras estéticas, de nuevas maneras de narrar buscando el mismo objetivo.

Otro bloque de animaciones de pobre factura de realización fueron también parte de lo aportado a esta contingencia en materia comunicacional. La urgencia por enfrentar la contienda no se puede traducir en la obviedad del mensaje. La sociedad, y los jóvenes en particular, están edificados con otros lenguajes, permeados de otros resortes. ¿No son acaso estas edades entre las que más debemos incidir para mostrar los vericuetos del coronavirus?

IV

Antes de entrar en el horizonte futuro de este esencial tema, hago un “paréntesis” para comentar sobre otro, que no es ajeno al que me ocupa.

Celebro, aplaudo, levanto mis dos manos, por la concreción de ejemplares multas para los que incumplen los más elementales modos de comportamiento cívico en estas circunstancias excepcionales.

Desde mi punto de vista, debieron aplicarse muchas semanas antes de su anuncio enfático. Agrego algo más. Esta herramienta coercitiva se ha de generalizar y sistematizar también, una vez que superemos los efectos de este virus, para otras contravenciones que son recurrentes en nuestro país:

Tirar papeles y muchos otros objetos en la vía pública; colocar desechos sólidos (materiales de construcción, madera, metales) al lado de los contenedores; protagonizar los cada vez más multiplicados ruidos en las urbanizaciones, que resultan un atentado a la tranquilidad familiar y social, más otro largo etcétera de otras indisciplinas sociales que trunco, pues harían bien abultado este párrafo.

¿Cuáles dos desafíos comunicacionales se avizoran entonces en el horizonte inmediato? ¿Qué nuevas ideas podemos instrumentar para reconducir este apartado estratégico?

La mira de la vacuna preventiva que está en ensayo clínico en nuestro país se avizora para finales del segundo mes del 2021. Una nota del periódico Granma sobre la Soberana 01 lo desarrolla con estos datos: “La fase dos se ha previsto a partir del 30 de octubre, hasta completar la muestra con un total de 676 voluntarios en el rango etario de 19-80 años. Los ensayos clínicos deben concluir a principios de 2021 y en el segundo mes del año serán publicados sus resultados”.

Tengo plena confianza en el talento de nuestros científicos. Nos queda unos 5 meses de comportamientos excepcionales, incluso más, si la vacuna resulta protectora. Entonces, esta deberá pasar nuevamente por el escrutinio del Centro para el Control Estatal de Medicamentos, Equipos y Dispositivos Médicos (Cecmed) para su aplicación masiva. Toca después producirla y distribuirla en todo el país.

En los últimos doce días, la evolución de la COVID-19 en Cuba ha experimentado repuntes. La Habana protagoniza este indicador. ¿Cuándo volveremos a los números mínimos? Esa es la gran pregunta de estas semanas. Mi madre, que con 91 años aflora con vitales comportamientos de lucidez, no deja de preguntármelo.

Se impone, por tanto, adelantarse en materia de comunicación en tres líneas de mensajes: la cimentación social sobre el uso prologando del nasobuco en todos los escenarios ya bien explicados; mantener las prácticas domesticas en estas otras “nuevas circunstancias”. Y en otro peldaño bien importante, construir con acertada escritura comunicacional el enunciado “percepción de riesgo”, sobre todo, en las zonas donde aún no hay comprensión cabal del tema.

Es todavía indeterminado el tiempo de “batallar” contra la COVID-19. Mientras, el calor arrecia y la empeñada humedad de nuestro clima complejiza la relación con este “nuevo” artefacto llamado: nasobuco o mascarilla . Es importante subrayar, desde un amplio espectro comunicacional, el asumirlo como parte de nuestra cotidianeidad.

Ciertamente se ha notado que, cada vez menos, las personas andan sin el nasobuco, o lo llevan puestos inadecuadamente, pero se lo atribuyo a la aplicación rigurosa de multas a los que resultan incumplidores. Aunque retirarlo al entrar a sitios cerrados —incluso públicos—, o bajarlo al hablar, continúan siendo prácticas cotidianas.

Por otra parte, el comportamiento doméstico no ha sido eficazmente  jerarquizado en la comunicación de nuestros medios. No se trata solo de lavarse las manos o de aplicar el hipoclorito a las superficies, como parte de nuestras prácticas de vida. El lavar la ropa inmediatamente, el hacer una responsable ducha, el redoblar la limpieza del hogar, el tomar las medidas en cada familia para cortar los contagios, ha faltado en las líneas de mensajes.

Sin embargo, en las colas, obviamente inevitables, aún se percibe un no cumplimiento de la distancia física recomendada por las autoridades de salud, al menos en la capital. Y este es un indicador de lo ineficaz que ha sido, el concepto “percepción de riesgo”.

¿Cómo construir la llamada percepción de riesgo? ¿Qué debemos articular para resolver este desafío social donde la comunicación es protagónica?

En el capítulo III de este artículo apunté sobre los aciertos e insuficiencias de la comunicación institucional en nuestro país. Desde mi punto de vista, no se han usado todas las herramientas posibles.

Haciendo un corte en esta batalla que se avizora dilatada, afirmaría que no se ha articulado de manera eficiente el uso de mensajes de bien público, tanto audiovisuales como gráficos.

Existe, es bien conocido, una cultura del video clip en nuestro país impulsada por el proyecto Lucas. Los cultivadores de esta herramienta promocional tienen la práctica de construir mensajes que se distinguen por la síntesis. Seguramente harían piezas de pocos segundos que contribuirían a modular el comportamiento social de este asunto que resulta urgente. Los realizados, que han sido muy poco y reiterados, revelan una precaria solución en los estamentos de sus lenguajes y en la factura de su narrativa.

Los artistas gráficos de nuestra nación se han distinguido por estar en las más importantes contiendas de nuestro país. Son necesarios constructores de un capital simbólico oportunos para solventar los desafíos que le impone, por estos tiempos, a la sociedad.

He visto en algunas publicaciones digitales, puntuales aportes de Ares y Adán, pero no son suficientes. Otros como Laz, Alex Falco, Brady Morales Izquierdo o Moro, entre muchos otros, enriquecerían el espectro de miradas y mensajes para reconducir el comportamiento social.

El Ministerio de Cultura y sus instituciones tienen una probada tradición en la construcción de mensajes que secundan la promoción de artistas, eventos o fechas de relevancia cultural. También otros temas que trascienden la creación artística y literaria.

Las prácticas que distinguen el sistema de instituciones culturales, no solo están sustentadas por la aritmética que comprende el spot o los ya citados video clip. El tráiler o los making-off, son también rutinas de esta escudería de comunicación institucional. Los carteles, cada vez más digitales, engrosan las filas de otras respuestas culturales.

Un novedoso elemento gráfico, también eficaz, se ha sumado en los últimos años a la ofensiva cultural: el banner. Su economía de realización y su capacidad de llegar con eficacia al lector digital, lo ha convertido en una herramienta recurrente de nuestra instituciones artísticas y literarias. Un texto breve y una imagen asociada al tema a desarrollar son los elementos claves de esta herramienta comunicacional.

Publicaciones como La Jiribilla y Cubarte, acompañado por el Ministerio de Cultura, son de los más destacados en esta manera de socializar cultura. Nuestra Cancillería también explota esta herramienta contemporánea. No solo para servir de portada a las declaraciones del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, también para jerarquizar las ideas medulares de nuestros diplomáticos, sus más importantes líneas de mensajes. Su “simpleza comunicacional” facilita su rápida multiplicación en todos los escenarios digitales donde las redes sociales son estratégicas. Más de 3 millones de cubanos están conectados a internet a través de los móviles.

Desde mi perspectiva, la comunicación de bien público, no es exclusiva de la televisión y las publicaciones culturales. Otras de corte generalistas deberían de incorporarlas a su practicas comunicacionales y el banner resulta una herramienta que contribuye a formar públicos a través de mensajes de probada factura.

Quiero cerrar, por tanto, con el más importante de los temas que engrosan la batalla contra la COVID-19 desde la comunicación, el ya citado concepto: “percepción de riesgo”. Esta noción se ha articulado en todos estos meses desde el enunciado, solo desde el enunciado. La COVID-19 es un peligro para el ser humano. Esa es la premisa comunicacional jerarquizada.

Introduzco otra idea que podría ser polémica. La percepción de riesgo en nuestro país se achica por la propia seguridad que nos ofrece el sistema de salud cubano. El ciudadano piensa que si enferma o lo “agarra” la COVID-19, lo salvarán nuestros empeñados médicos. Y un elemento más, el Estado cuenta con todos los recursos necesarios para enfrentar este embate.

En nuestra psicología construimos el que no me “tocará” el coronavirus. Esta enfermedad no “es para mí” porque yo soy una persona saludable, no tengo un cuadro clínico que le permita la entrada al SARS-CoV-2.

Esta respuesta de “defensa” muestra el desconocimiento que aun predomina frente a la amenaza real del nuevo coronavirus. Y, a la vez, es el más complejo desafío frente a la decisoria encomienda de lograr lo que ya he reiterado en alguna parte de esta suma de palabras, la modulación social del público desde los medios frente a los derroteros de la COVID-19.

La periodista Diana Rosa Schlachter, en sus salidas en pantalla ha aportado algunos elementos sobre los efectos o secuelas del coronavirus, así como de sus mecanismos de acción, pero en verdad es insuficiente que prácticamente lo haga solo ella.

También en La Mesa Redonda la participación de científicos y médicos cubanos ha aportado información sobre algunas de las consecuencias del nuevo coronavirus en la salud, incluso en pacientes asintomáticos. Sin embargo, es preciso trascender el escenario del entrevistado y adentrarse en otros recursos comunicativos que pueden ser más efectivos.

¿Observatorio Científico es un espacio de gran audiencia entre los lectores televisivos? ¿El público medio ve, de manera regular, esta sección del Noticiero Nacional de Televisión?

Les aporto un compendio de notas que revelan las secuelas o efectos secundarios que deja la COVID-19 en pacientes recuperados, tras una larga estadía hospitalaria. Tan solo destaco fragmentos de algunos artículos que construyen un collage del escenario poscovid-19.

“… algunas de las tremendas secuelas que viven ciertos pacientes recuperados del coronavirus, entre ellos la falta de capacidad pulmonar…”

“… falta de aire al caminar más rápido de lo normal, e incluso han experimentado una caída de entre 20 y 30 por ciento en su función pulmonar…”

“…el SARS-CoV-2 puede afectar al corazón, los riñones, el intestino, el sistema vascular e incluso el cerebro”.

“… pueden afectar al sistema respiratorio, locomotor, a los conectores neurológicos, producir accidentes cardiovasculares y pericarditis, cuadros de encefalopatía, insuficiencia renal, alteraciones de la función hepática, al tubo digestivo, e incluso al sistema endocrino o los síntomas más frecuentes como la disnea y la pérdida de gusto y olfato”.

Psicosis, insomnio, complicaciones renales, infecciones de la columna vertebral, accidentes cerebrovasculares, cansancio crónico y problemas de movilidad se están identificando en pacientes recuperados de coronavirus en Lombardía, la región más afectada del país.

“… en el tratamiento de los pacientes con COVID-19 grave y crítica, como la ventilación mecánica, la sedación o el reposo prolongado en cama, puedan producir una serie de secuelas en la aptitud física, la respiración, la deglución, la cognición y la salud mental, entre otras. En su conjunto, estos síntomas se conocen como síndrome posterior a cuidados intensivos”.

“… hay estudios que revelan que personas que se han contagiado y no han presentado síntomas, pueden desarrollar consecuencias cardíacas o cerebrovasculares. Otra de las consecuencias es la llamada “niebla del COVID”, cuando los pacientes presentan confusión mental y les cuesta articular palabras o hacer operaciones matemáticas simples, refirió esta exasesora externa de la Organización Panamericana de la Salud (OPS)”.

Esta suma de saberes, de investigaciones urgentes, no han estado, con la jerarquía que merece, en nuestros escenarios informativos. No se trata de generar con estas contundentes informaciones una paranoia colectiva o desatar una sicología social que apunte al miedo. No es posible construir en la sociedad cubana una actitud responsable, sin el debido conocimiento del tema.

Todas las herramientas usadas por nuestros medios y las que he sugerido incorporar a esta batalla comunicacional contra la COVID-19, deben de articularse de manera orgánica en función de esa deseada “percepción de riesgo”. ¿La manera de construir cada “texto”, ha de ser calibrado? Si. Sin dejar de compartir estos y otros datos fruto de la investigación científica.

Los eventos y los comportamientos individuales irresponsables, que aún se producen en nuestro país, cuyo contrapeso son las multas frente a las contravenciones, y las colas protagonizadas por personas que no respetan la distancia física, son meridianos signos de la ausencia de una dimensión cabal del desafío que aún nos queda por enfrentar en los próximos meses de este año y en las postrimerías del 2021, con buen tiempo.

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Alexander, te digo “Cuba” (+Video)

Foto Prensa Latina

Por Ernesto Limia Díaz

Alexander Abreu en un cienfueguero de familia humilde que gracias a la obra de la Revolución alcanzó las estrellas; pero no llegó al firmamento como un regalo de la providencia: después de graduarse en la Escuela Nacional de Arte impartió clases entre su claustro y cuando creyó llegado el momento se echó a andar. Debió caminar más de veinte años —lo mismo en Cuba que en Europa—, y sudar…

Convertido en uno de los más grandes trompetistas del país, no se conformó y fundó la agrupación Habana D´Primera. Tenía mucho que expresar sobre sus propias vivencias y el instrumento con que alcanzó la fama se quedó pequeño. Entre 2012 y 2013 tocó y cantó —y fue acogido de una manera sorprendente para él mismo— en Japón, Australia, Gran Bretaña, Estados Unidos, Argentina. Solo en el último de estos dos años realizó 85 presentaciones con su orquesta en Cuba y el exterior. Recuerdo una tarde de complicidades y cervezas, en la que Sergio Vitier me dijo que Alexander era ya uno de los verdaderos grandes de la música cubana; unos días más tarde Juan Formel, a quien Alexander tiene como paradigma, me lo repitió. Y no había cumplido aún los 40 años.

Cuando en 2015 sacó La vuelta al mundo, casi todos opinaban que tras su tercer disco Habana D´Primera se había consolidado como una de las mejores orquestas de nuestra música popular, con una sonoridad propia —fusión entre la timba, la rumba, el songo, el jazz, la música negra norteamericana, entre otras. En este CD incluyó un número capaz de emocionar a coterráneos de aquí y acullá: “Me dicen Cuba”. La gente lo hizo suyo, es como una especie de canto a la entereza de un país que no ha podido ser doblegado por su ilustre vecino, al acecho desde hace más de 250 años. No se trataba de un tema sectario, alimenta la identidad de quienes comprenden —no importa el sitio geográfico donde estén— que los destinos de la nación se hallan ligados al régimen de justicia e igualdad social erigido sobre el sacrificio y la sangre derramada por muchas generaciones.

Algún que otro crítico catalogó a “Me dicen Cuba” de pieza bailable, y hasta deseó que pronto el tiempo la silenciara, porque es verdad que en una época se saturó a la gente de tanto ponerla en radio y televisión. Uno llegó más lejos: la comparó con lo peor de lo producido por Eduardo Saborit y Willy Chirino; las notas del himno en su trompeta eran algo cursi —según se desprende de lo que escribió. Paradójicamente, recuerdo haberme insultado, no pocas veces, con otros que lo consideraron una falta de respeto a nuestros símbolos patrios.

“Me dicen Cuba” pasó la prueba del tiempo y se confirmó como lo que es: un canto a una nación espartana —o para decirlo con orgullo: cubana. Y no, no era una pieza de baile, fue el tema central de un proyecto en el que participó la vanguardia musical cubana cuando el país luchaba por el regreso de sus cinco héroes presos en Estados Unidos por infiltrar a las organizaciones terroristas de Miami, que ponían bombas en los hoteles de la Isla y realizaban incursiones piratas en sus playas. Bajo la dirección técnica de Emilio Vega se congregaron varias generaciones con cinco Premios Nacional de la Música: Juan Formel, Sergio Vitier, Digna Guerra, Frank Fernández y Silvio Rodríguez. Siempre me viene a la mente el gesto solemne de los músicos de Habana D´Primera cuando Alexander grabó en el estudio de la EGREM, documentado por Pablo Massip en su fabuloso documental. Tampoco olvido la cara de Pablo al narrar que durante la filmación del video clip en el techo del hotel Habana Libre, a la hora de improvisar Alexander tocó las notas del himno en dirección a la entonces Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana. He ahí su delito mayor: un delito de patriotismo.

¿Llamaba Alexander a la intolerancia? ¿Se trataba del desafío de un aldeano? ¿Negaba el aporte musical de una nación de cultura rica y diversa como Estados Unidos? ¿No le interesaba presentarse allá? Ni es intolerante, ni aldeano que niega el aporte de la cultura universal a su obra, ni un suicida que desdeña presentarse en un país que por el influjo de su arte y poder económico se considera la meca de la música. Preguntado en 2014 por la cadena televisiva RT en español sobre su opinión respecto a las negociaciones en curso durante la Administración Obama, respondió: “Necesitamos esta apertura, para que la energía de este pueblo que tiene tanta cultura y tantas cosas lindas por mostrar pueda seguir expandiéndose. Sé que es un proceso lento, por los contratiempos que han existido a lo largo de la historia de Cuba; un proceso que lleva un esfuerzo sobrenatural de ambas partes, y realmente esperemos que sea positivo en un futuro, porque van a ganar los dos pueblos. Hay muchas cosas positivas que pueden salir de estas negociaciones”.

En 2015 mereció el Gran Premio Cubadisco por La vuelta al mundo y un año después recibió la réplica del machete del Generalísimo Máximo Gómez junto a otras diez personalidades de la cultura, muestra de que su virtuosismo se daba la mano con su acendrada cubanía. Como a todo lo largo de la historia de la Isla desde que sus hijos e hijas encararon la dominación extranjera, primero de España y luego de Estados Unidos, la mayor parte de nuestros más grandes artistas prefirió correr la suerte de su pueblo.

Y claro que disfrutó del cambio de política promovido por Obama; tanto, que en 2017 realizó una gira por Estados Unidos con conciertos en Nueva York, San Francisco y Los Ángeles, y al año siguiente su disco Cantor de pueblo era nominado al Granmy Latino en la categoría de Mejor Álbum de Salsa; mas no por ello hizo concesiones de principios: “Fidel no se fue, permanece en nosotros”, declaró durante sus exequias en 2016. “Sabiduría, inteligencia, energía positiva y humanidad, esas son las palabras que definen su legado. Estamos tristes porque le debemos habernos convertido en hombres de bien, pero nos queda el cometido de mantener la patria; por eso cuando vuelva a cantar “Me dicen Cuba” lo haré como siempre, con la misma pasión”, significó, y no tardó en armarse una gran alharaca entre los sectores ultrareaccionarios y los libelos de Miami.

Trump dio un vuelco a las relaciones bilaterales y puso la gestión de la política hacia Cuba en manos de una nueva generación dentro de la órbita batistiana que impera en la Florida desde hace sesenta años. El reverdecer del discurso irracional de una progenie terrorista, alimentó a un pequeño segmento dentro de la emigración que llegó después de los noventa y por más que lo ha buscado no halla el “sueño americano”. Para no culparse, como sería lo lógico, desahogan su furia en la Revolución y en Fidel. Cuando florecen el fascismo y la xenofobia con el presidente de Estados Unidos como portaestandarte, la guerra psicológica ha adquirido una dimensión rayana en el terror. El corro está de plácemes y gritan alto, sin duda, por eso les pagan. El desarrollo de las comunicaciones les facilita su labor y han adaptado sus mensajes a una audiencia que encontró en las redes sociales de Internet el canal para proyectar sus propios reveses y rabias.

¿Escondió entonces sus sentimientos Alexander? ¿Pasó al silencio cómplice o a la amenaza de ruptura? No. Por el contrario, en julio pasado se sumó a la iniciativa online que en apoyo a la nominación de la brigada médica cubana Henry Reeve para el Premio Nobel de la Paz y en condena al bloqueo económico impuesto contra la Isla promovió el proyecto Hot House de Chicago, en coordinación con el Instituto de la Música y el Ministerio de Cultura.  Transmitido desde las plataformas de Hot House Global, el evento contó con la flautista y saxofonista canadiense Jane Bunnet, junto a la pianista cubana Danae Olano; la leyenda del folk y el blues, Barbara Dane, y su hijo Pablo Menéndez al frente de Mezcla; el jazzista Omar Sosa; el multinstrumentista angloamericano Jon Cleary; la cantante peruana Susana Baca; los changüiseros de El Patio de Adela; el guitarrista Ben Lapidus; el pianista cubanoamericano Nachito Herrera; el jazzista Dayramir González; el sonero Eliades Ochoa; el saxofonista puertorriqueño Miguel Zenón; y Alexander con Havana D’Primera, que cerró con “Me dicen Cuba”.

¿Cómo perdonarlo? Hace unas horas Alexander denunció que ha recibido en su teléfono celular mil mensajes con ofensas y vituperios de carácter político y racista; hasta “gorila” le han llamado. “Lo único que quiero decir es que a todos los que escriben con tanto odio les tengo un corazón lleno de amor y música”, escribió en su muro de Facebook. Resulta obvio que se trata de una operación montada por alguna de esas empresas de comunicación estadounidenses convertidas en destinatarias de los fondos para la subversión contra Cuba y Venezuela, de esas que contribuyeron al golpe de Estado en Bolivia. Mientras escribo estas líneas he meditado que haría Fidel de estar entre nosotros en un momento como este. Se me antoja que, mirándolo a los ojos con la ternura de un padre, le pondría la mano sobre sus hombros y con tono bajo y reposado le diría: “Alexander, te digo Cuba”.

Tomado de: http://www.cubadebate.cu

Alexander Abreu y Havana D’Primera. Me dicen Cuba. Un video clip realizado por el cineasta cubano Pablo Massip.

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¿Qué hacer con(tra) los videoclips tóxicos en Cuba? (II)

Por J. A. Téllez Villalón

Basta repasar la obra de Karl Marx para descubrir la importancia que le concedía en la transición socialista a la construcción de otra sensibilidad y otra apropiación de la realidad, a una nueva y superior cultura. En sus Manuscritos de 1844, destacó que el comunismo era “la superación de la propiedad privada como autoenajenación humana, y por consiguiente como auténtica apropiación de la esencia humana”. En los Fundamentos a la crítica de la economía política, Marx define a la sociedad anhelada como aquella signada por la “producción de la libre individualidad” que abriera paso a una “universalidad no enajenada de las relaciones” de los hombres, momento superior de lo que él denotará como “apropiación de las condiciones objetivas de existencia y de la actividad reproductiva y objetiva”. Por ello, como resume Jorge Luis Acanda, “desarrollar una teoría de la transición en Cuba es desarrollar una teoría para la desenajenación del hombre en Cuba”, “progresiva y ascendente”.

Y nótese que es la “producción de la libre individualidad”. La relación entre lo individual y lo colectivo debe entenderse como lo hacía Alexander Bogdánov, uno de los más profundos pensadores bolcheviques. “Es absurdo pensar —sostenía— que el colectivismo no tiene necesidad de la independencia personal. En la colectividad cada uno completa a los demás, este es su papel. Pero uno solo puede completar a otros en la medida en que se diferencia de los otros, en la medida en que es original, independiente, lleno de iniciativa. Está claro que el significado de esta independencia no es la defensa de los intereses personales, sino el desarrollo general de los talentos individuales, la capacidad de mostrar iniciativa, de ser crítico, de ser original”.

El individuo —como señaló el Che en El socialismo y el hombre en Cuba— “es el actor de ese extraño y apasionado drama que es la construcción del socialismo, en su doble existencia como ser único y como miembro de la comunidad”. Individuo que debe ser educado por la sociedad, “con una educación directa e indirecta” y por un proceso consciente de “autoeducación”. Este proceso de concientización, primer paso de la emancipación, se traduce según el Che en la reapropiación de su naturaleza a través del trabajo liberado y la expresión de su propia condición humana, a través de la cultura y el arte.

Esta reapropiación de su naturaleza humana comprende, al decir de Herbert Marcuse, la recuperación de las fuerzas vivificantes de la naturaleza, “de las cualidades estéticas sensuales que son ajenas a una vida desperdiciada en actos competitivos sin fin”; fuerzas y cualidades que sugieren, al decir del filósofo, “los nuevos rasgos de la libertad”. Para el autor de Un ensayo para la liberación, la revolución socialista debía ser planteada como liberación de la sensibilidad, dado que la contrarrevolución se encuentra “anclada en la estructura intuitiva”. La naturaleza humana debe ser liberada, en primer término, a partir de los niveles primarios e instintivos de la sensibilidad. Por eso, “es justamente esta constitución cualitativa, elemental, inconsciente, o más bien, preconsciente del mundo de la experiencia (…), la que debe cambiar radicalmente, si es que el cambio social ha de ser un cambio cualitativo radical”.

Un cambio que ha de ser ordenado por una nueva “constitución cultural”. La Constitución, entendida como Peter Häberle, como “expresión de un proceso cultural en desarrollo, medio para la expresión cultural de un pueblo, espejo de su herencia cultural y fundamento de sus esperanzas”. Por ello, la convocatoria martiana a que la ley primera de la República sea “el culto a la dignidad plena del hombre”, debiera ser reinterpretada como “cultivo” de la dignidad, y esta no como meta sino como horizonte. Una constitución viva y abierta, instrumento para la consecución progresiva del “bien de todos”, una sociedad con todos los hombres dignos, solamente posible en el comunismo.

VI

Con el triunfo de la Revolución de Octubre emergieron nuevas preguntas, ¿qué hacer y por dónde empezar para construir y desarrollar otra cultura política? Surgió el problema de definir una cultura “nueva”, socialista; y, con esto, el duro trabajo de reconocer y consensuar conceptos tan subjetivos como “superfluo”, “nocivo” y “reaccionario”, sobre todo tomando en cuenta la ausencia de una tradición previa.

Vladimir Ilich Lenin, un apasionado lector, que se lamentó en una gran biblioteca por falta de tiempo para estudiar a los pintores contemporáneos, o que conseguía emocionarse hasta la ternura con la Appassionata de Beethoven, se mostró en contra del Proletkult, “arte y literatura del proletariado”. Era consciente de que los hitos más altos de la cultura burguesa no podrían ser superados con una fórmula mecánica. “La cultura proletaria no surge de fuente desconocida, no brota del cerebro de los que se llaman especialistas en la materia. Sería absurdo creerlo así. La cultura proletaria tiene que ser el desarrollo lógico del acervo de conocimientos conquistados por la humanidad bajo el yugo de la sociedad capitalista, de la sociedad de los terratenientes y los burócratas”.

Urge profundizar los contrapunteos que se dieron entre Lenin y Anatoli Lunacharsky, el comisario del Narkompros, el Comisariado Popular para la Instrucción Pública, hasta la muerte del líder de la Revolución rusa. Así como entre el músico Arthur Lourié, al frente de la sección de música del Narkompro y de la Asociación para la Música Contemporánea (ASM), y el también músico, pero más radical, Nikolay Roslavets. Este último, bajo la teoría de la transformación cultural de Leon Trotsky, defendía la música vanguardista, independientemente de que el pueblo no la entendiese. Se manifestó, incluso, una contradicción entre el Futurismo y la Revolución.

Para Trotsky, “El futurismo nació como meandro del arte burgués (…). Su carácter de oposición violenta no contradice en absoluto este hecho (…) El primitivo futurismo ruso fue (…) la rebelión de la bohemia, es decir, del ala izquierda de la inteligencia contra la estética cerrada, de casta, de la intelectualidad burguesa”. Sin embargo, Vladimir Maiakovsky reconoce no haber dudado ante la convocatoria de la Revolución: “¿Aceptar o no aceptar? Para mí (como para los otros futuristas moscovitas) esta cuestión nunca se planteó. Es mi revolución. (…) Hice todo lo que se me presentó”.

En realidad, en lo referente a la política cultural, poco o muy poco tienen que ver los primeros años de la Revolución con todo lo que vendría después, con Stalin en el poder. Se anuló el debate y se impuso el “realismo socialista”. Con presiones ideológicas y patrones artificiosos que, como planteaba el Che Guevara, congelaron toda investigación artística y suprimieron, en consecuencia, el papel que puede tener el arte en la construcción del “hombre nuevo”. Hasta el erotismo terminó siendo “burgués” y “nocivo”; se catalogó como “contrarrevolucionaria” toda crítica capaz de desnudar la diletancia y esquematismo instaurado. Se obvió, como apuntaba el venezolano Ludovido Silva, que las formas artísticas, “por el hecho mismo de ser bellas, son revolucionarias”, en tanto “amplían la sensibilidad del hombre y, por ende, su conciencia”.

En todo caso , como ha señalado Adolfo Colombres, “si el proletariado es una clase transitoria, una etapa en el camino de la sociedad sin clases que constituye la verdadera meta del materialismo histórico, y si su cultura se halla de hecho profundamente penetrada (y no solo en los países del bloque occidental) por valores burgueses, lo que cabría en todo caso plantearse es la creación de un cultura socialista, la que no puede edificarse más que sobre la cultura popular, operando desde ella, activando los mecanismos que permitirían su autodepuración y desarrollo. Y en esto resulta de fundamental importancia una educación para la libertad, lo que hoy implica una auténtica democratización de la cultura”.

En Cuba, la concepción de electividad y el vigor híbrido de nuestra cultura nos libraron de tales mimetismos. Para Abel Prieto, fue Martí “una referencia esencial que nos ayudó muchísimo para no dogmatizarnos”. Para el intelectual y ministro de Cultura en dos ocasiones: “¡El arte no puede dar respuesta! ¡El arte no puede tener moralejas!”; y más: “El arte es incertidumbre, es búsqueda, es preguntas sin respuesta también”.

VII

El proyecto socialista de Nikolái Gavrílovich Chernishevsky, proyectado en ¿Qué hacer?, comprende dos facetas complementarias: la transformación de las condiciones laborales y la transformación de los vínculos personales; nuevas relaciones de producción y nuevas relaciones entre hombres radicalmente distintos. “Hombres nuevos” que se expresan y completan con relaciones plenamente humanas, en las horas de trabajo y en las de ocio, en la esfera pública y en la intimidad. En la novela, se insiste una y otra vez en el estribillo: Dime cómo vives en tu casa, y te diré qué socialista eres. Para el autor, la igualdad y la libertad no se reducen a igualdad o libertad frente a la ley o el Estado, sino el completo desarrollo de las peculiaridades de cada individuo y el respeto a la intimidad del otro. El avance del socialismo no es completo sin la realización del programa feminista, y viceversa. Para el pensador ruso la posición política es una forma de eticidad desarrollada. No muy distinto a Lenin, quien confesaba: “Chernishevsky ha arado sobre mí una y otra vez”.

Al final del capítulo XVI de su novela, en su triple condición de crítico de arte, fustigador del zarismo y teórico del socialismo, parece reflexionar sobre el idilio, pero es más que eso. Lo hace más bien sobre la diversidad de los temperamentos y sobre la necesidad de que cada una de las individualidades encuentre los medios adecuados para su desarrollo. El idilio no le agrada, como no le agradan las fiestas, pero aboga por respetar esos gustos de la mayoría, “ojalá haya en el mundo la mayor cantidad de fiestas posible” y “ojalá domine en la vida sobre todos los demás caracteres de la vida el idilio”—aclama. El “gran sabio y crítico” —al decir de Marx— defiende el derecho a satisfacer las necesidades individuales y el deber de garantizar lo que hoy llamamos derechos culturales, mutilados a la mayoría en las sociedades despóticas. “Les parece que el idilio es inaccesible, por eso se inventaron: ‘Que no está de moda’”.

Para el narrador, “el idilio no es solamente una buena cosa para todo el mundo, sino también posible y nada difícil de proporcionar”, pero “no solamente para una persona o para diez personas, sino para todos”. Y para argumentarlo escoge una manifestación extranjera y un escritor burgués, “la ópera italiana” y las “Obras completas de N. V. Gogol”. Su difusión al “público entero” no era imposible ni cara. “Pero mientras no haya ópera italiana para toda la ciudad, solamente algunos, los melómanos especialmente obstinados, se pueden contentar con algunos conciertos, y mientras la segunda parte de Las almas muertas no estaba editada para todo el público, solo algunos, los amantes más obstinados de Gogol, confeccionaban, sin quejarse del esfuerzo, para sí mismos, unos ejemplares manuscritos: Un manuscrito no se puede comparar con el libro peor impreso, un concierto es muy malo en comparación con la ópera italiana, pero de todas formas las dos cosas son buenas”.

La música y el piano son símbolos recurrentes en la novela del ruso, como lo es también en la única novela escrita por José Martí, Amistad funesta (Lucía Jerez). En la del cubano hay un pasaje muy similar al anterior: “¿Ni quién se niega, si los quiere bien, a que sus hijos brillantes e inteligentes, aprendan esas cosas de arte, el dibujar, el pintar, el tocar el piano, que alegran tanto la casa y elevan, si son bien comprendidas y caen en buena tierra, el carácter de quien las posee, esas cosas de arte que apenas hace un siglo eran todavía propiedad casi exclusiva de reina y princesas?”.

El trascendente 25 de marzo de 1895, desde Montecristi, Martí le escribe la que podría ser la última carta a María Mantilla. Colmada está de afectos, mas no pierde oportunidad para educarla: “Y ¿en qué pienso ahora, cuando las tengo así abrazadas? En que este verano tengan muchas flores: en que en el invierno pongan, las dos juntas, una escuela: una escuela para diez niñas, a seis pesos, con piano y español, de nueve a una: y me las respetarán, y tendrá pan la casa”. En la propuesta, yacen las claves para la educación de la “mujer nueva”. Martí les sugiere rodearse de belleza natural y ganarse el pan, trabajar precisamente cultivando el lenguaje y la música, la que consideraba “la más bella forma de lo bello”. Cultivando el entendimiento y la sensibilidad. Antes le había escrito, “a mi vuelta sabré si me has querido, por la música útil y fina que hayas aprendido para entonces: música que exprese y sienta, no hueca y aparatosa: música en que se vea a un pueblo, o todo un hombre, y hombre nuevo y superior”. En el Manifiesto firmado ese mismo día, declaró la suya “una guerra culta que ha de ordenar la revolución del decoro, el sacrificio y la cultura”, por “el bien mayor del hombre”.

VIII

La concepción de “electividad” es una cualidad no solo del pensamiento cubano, sino de la cultura nacional toda, de sus “brotaciones” e intensidades. Y como aclara Torres-Cuevas en su trascendente ensayo “Cuba: el sueño de lo posible”, la cubana es una filosofía electiva y no ecléctica, que tiene como concepto rector la libertad de pensamiento. “Y esa libertad solo es posible en el constante correlato entre la realidad autóctona, el discurso expresivo descargando y recargando los conceptos a partir de las necesidades cognoscitivas del lenguaje con su referente (relación significado-significante) y del estrecho intercambio y entrecruzamiento entre las propuestas universales con esa realidad autóctona. Lo otro es estar preso de los esquemas y conceptos…, de los esquemas y conceptos foráneos”.

He ahí, además, un camino descolonizador, elegir (o crear) los conceptos o categorías que más se avienen a nuestra realidad. En tal sentido, nos parece capital esta distinción que hace Martí: “en Europa la libertad es una rebelión de espíritu; en América, la libertad es una vigorosa brotación”. La razón gélida, la asume como actos sin límites, y se rebela contra ellos, acaparando fuerzas, poderes, dinero; “teniendo”, a fin de cuentas. Nuestra “razón caliente”, en contraste, la visualiza como una expresión virtuosa, un crecimiento de todos y para el bien de todos, “siendo”.

Una cosmovisión —independientemente de su localización geográfica— se enfoca en lo externo y sale a conquistar; la otra enarbola su esperanza en lo propio y siembra. Una se arma de apropiaciones, la otra se construye de metabolizar. La fría, en nombre de La Modernidad, terminó siendo excluyente, cristianizó el robo en nombre de la civilización y hoy “naturaliza” la desigualdad y el “sálvese quien pueda”; ha dividido al mundo entre adorados (fetiches) y adoradores exóticos, vencedores y perdedores. Su alternativa, orgánica y natural, se siente germinar del bien común y forja creadores, mestizos autóctonos cultivadores de la dignidad, que entienden como Bogdánov que, “La creatividad es una variedad más complicada y superior del trabajo”. “Yo conquisto” frente al “Nosotros co-creamos”. Para una, todo es mercantilizable, también la cultura y las producciones artísticas, para la otra, la cultura es cemento y retroalimentación, condición de libertad.

Se adora lo que se considera superior o extraordinario, los dioses, el rey, “los que saben”. Los que adoran “creen” en los superiores, se resignan a su condición o a “su destino”, al orden establecido por Dios, por la ley, o “naturalizado” por el Hegemón. Son los miméticos y copiadores de lo que dicta Europa o los Estados Unidos; así “superan” el complejo de inferioridad que les inoculan desde arriba, desde la metrópoli, o desde los países “civilizados”, “modernos”, “desarrollados”. La conciencia artificiosa, intoxicada, del adorador produjo autonomistas, reformistas y anexionistas en el siglo XIX cubano, hoy produce y reproduce seguidores de influencers, de millonarios y “famosos” de “la Yunai”.

“A la libertad segura solo se va por el trabajo de las manos, puro y creador, por los trabajos reales de la mente, no por los de alquiler y ornamiento”, escribió José Martí en 1890. Poco después, en su ensayo “Nuestra América”, afirmó: “se imita demasiado” y “la salvación está en crear”. “Quien quiera pueblo, ha de habituar a los hombres a crear. Y quien crea, se respeta y se ve como una fuerza de la Naturaleza” —añadió. Imitar da lugar a una cultura falsa, inauténtica, de “libros importados”, “pluma fácil” y “letrados artificiosos”. Crear, ser originales y críticos, partiendo del re-conocimiento de lo propio, es la condición para ser libres.

Los adoradores, sean productores o consumidores de mercancías culturales, no valoran la dignidad más que lo que valoran el ser y parecer rico, como aquellos que consideran superiores, adorados por ser elegidos por otro ente superior, o por ganarse los méritos que los superiores eligieron como distinción. Reciclan las fórmulas exitosas, los esquemas que venden, la serie de acordes que se pegan. Hacer apología a las drogas, denigrar a las mujeres en un videoclip no es tan infame si se lava con la espuma de la fama. Hablar mal o no saber escribir no es tan incorrecto si así se puede “ser gente”, “alguien en la vida”, “exitoso” como Pitbull. Porque “eres” si “tienes” billetes en el bolsillo, reproducciones en YouTube, y likes en Instagram.

Escogidos por los magnates de las industrias culturales por adorar el dinero y no por crear, los “famosos” coadyuvan a atrofiar la sensibilidad de sus seguidores, sus adoradores. Por ello destierran las metáforas de sus producciones, sustituyen lo sensual por lo pornográfico, los tropos por trapos sucios. En sus mercancías, no hay alusiones, el lenguaje es directo, vulgar. Por/Con ellos, el Capital coloniza la preconciencia, conquista la mente e impedimenta la “superior conciencia” de los subyugados. Ellos, y los demás asalariados de la industria de la conciencia, son parte de la maquinaria de enajenación del capitalismo avanzado. Sus productos, incluidos los videoclips, devienen instrumentos para la producción y reproducción de “plusvalía ideológica”, para la sedimentación de “sentidos compartidos” que ordenan, de una forma beneficiosa a sus intereses, las percepciones y valoraciones de los dóciles consumidores. Para moldear a su gusto la sensibilidad y el entendimiento del homo videns, promueven esta tipología de mercancías audiovisuales, que han devenido dominantes. No espontáneamente, ni, como dicen, por el gusto de los consumidores.

Al servicio de este objetivo se pone todo su poder, sus mecanismos de producción de significados y sentidos. Con estas “merconarrativas” fragmentan y dislocan al “yo interior”. Producen y reproducen “discursos caracterizados por su fragmentación, la multiplicación de puntos de vista, una estructura mosaica y un desarrollo a intervalos”. Conforman así un subordinado que se adapta a la no-narratividad y a la no-historia, a las discontinuidades y la incertidumbre, que siente hasta placer en no buscar, ni encontrar, relaciones causales. “El alud de informaciones minuciosas y de diversiones domesticadas corrompe y estupidiza al mismo tiempo”, como advertían Max Horkheimer y Theodor W. Adorno en el prólogo de su Dialéctica del Iluminismo. “Los productos de la industria cultural pueden ser consumidos rápidamente incluso en estado de distracción. Pero cada uno de ellos es un modelo del gigantesco mecanismo económico que mantiene a todos bajo presión desde el comienzo, en el trabajo y en el descanso que se le asemeja”. Los hechos sociales no son problematizados y se extravían o banalizan sus significados políticos.

Desconectan a sus consumidores de cualquier señal de identidad, orientadoras y aglutinadoras. Oscurecen cualquier pista de Luz (de Luz y Caballero), como esta de la utopía cubana: “todo es en mi fue, en mi patria será”. La “personalidad propia” y el orgullo patrio los subvaloran, los subyugan en la inferioridad del “ser” con máscaras. Los difuminan en una multiculturalidad de laboratorio, como la latinidad de JLo, ahistórica y con capital falsa, Miami. En tanto, la dignidad del ser humano se identifica con su propia humanidad, y esta es conformada culturalmente, indeterminan la identidad, serializan el ser, para indeterminar la dignidad como valor, o derecho humano. Tener principios deja de tener significado, ser virtuoso pierde sus martianos sentidos. Así enajenan y así colonizan los cuerpos y las mentes de nuestros jóvenes.

Contra tales operaciones tenemos mucho que hacer.

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu

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¿Que hacer con(tra) los videoclips tóxicos de Cuba? (I)

¿Que hacer? Vladimir I. Lenin

Por J. A. Téllez Villalón

I

En el afilado y vibrante libro ¿Qué hacer?, Vladímir I. Lenin presentó un plan para crear, simultáneamente y en distintas partes de Rusia, una organización combativa; una vanguardia revolucionaria para la socialización de una nueva conciencia. Fue publicado en Iskra y tuvo como base artículos en los que el líder ruso resumió las tácticas del periódico durante sus primeros 14 meses y fundamentó la necesidad de trascender el carácter “espontáneo” de las huelgas obreras.

Iskra fue el Patria de la Rusia prerrevolucionaria. Un periódico político revolucionario, creado para arrojar “luz sobre todos los aspectos de la vida” y dirigir a las más grandes masas, para unificar al conjunto del movimiento obrero y elevar el nivel teórico de su vanguardia. “De la chispa nacerá la llama” fue su lema, inspirado en un viejo escrito de Vladímir Odóyevski en el que defendía a los intelectuales antizaristas (los “poetas decembristas”) que habían sido condenados al exilio en Siberia por el Zar censurador, Nicolás I.

¿Qué hacer? creció en medio de la polémica, desde un imperativo de los iskristas, al que el “propagandista” (que no un “agitador”) no pudo circunscribirse. El ¿qué hacer? devino un ramillete de preguntas (y respuestas). Previamente, Lenin tuvo que abordar dos cuestiones bien candentes: ¿por qué una consigna tan “inocente” y “natural” como la de “libertad de crítica” se erguía como una verdadera señal de batalla?, y ¿por qué no se podía llegar a un acuerdo ni siquiera en la cuestión fundamental del papel de la socialdemocracia en relación al movimiento espontáneo de masas?

El folleto, subtitulado Preguntas candentes de nuestro movimiento, exhibe el récord de ser una de las obras de Lenin más tergiversadas por los revisionistas e ideólogos burgueses, quienes se enfocan en tres palabras, sacadas de contexto, como las fuentes de todas las faltas del leninismo, el socialismo y todo lo que se le parezca. Con “espontaneidad”, “desvío” y “desde fuera” construyen sus falacias, el relato de que el líder de la Revolución de Octubre temía desarrollar la espontaneidad de los trabajadores, quería desviarlos de su curso natural por la intervención arrogante de una no democrática y centralizada vanguardia, con la que operaría conspirativamente.

Se niega o minimiza que la lucha por la “luz y el aire” de la democracia es la idea motivadora de ¿Qué hacer? Y sin una comprensión de su importancia no hay un entendimiento de Lenin, como fundamentó Lars Lih en su esclarecedor Lenin redescubierto ¿Qué hacer? En contexto. Su cometido era impulsar la expansión de la conciencia, mediante una cadena de hegemonías progresivas, desde los más altamente educados y políticamente organizados a los menos, para conquistar la libertad política. Organizar saltos y anudamientos culturales por “la luz y el aire” del proletariado, que era “la luz y el aire” de todas las clases subordinadas.

II

El ¿Qué hacer? de Lenin se inspiró en la novela homónima escrita en 1862 por Nikolái Chernyshevski, mientras se encontraba arrestado y confinado en la fortaleza de San Pedro y San Pablo. La novela relata la huida de Vera Pávlovna Rozálskaya, hija de un mediocre administrador y de su ambiciosa mujer, una prestamista decidida a utilizarla para ascender en la escala social. Vera se casa con un estudiante de medicina, Lopujov, quien cultiva su inteligencia y la libera de vivir sometida a la tiranía familiar. Luego se enamora y se casa con un personaje “superior”, Rajmétov, apodado el “rigorista”, que la conduce a un superior estado de libertad.

El ¿Qué hacer? de Leninse inspiró en la novela homónima escrita en 1862 por Chernyshevski.

La de Chernyshevski es una respuesta, a su vez, a la novela Padres e hijos (1862), de Iván Turguénev que, a opinión de sus críticos de entonces, no sabía qué quería mostrar, solo describía, en lugar de transmitir un mensaje. Trata sobre lo que ahora llamamos choque generacional, el desfase de opiniones, ideologías y posiciones políticas entre la generación débil e inútil de los años 40, representada por Pável, y la juventud nihilista, simbolizada por Bazárov. Para esta última, no hay religión, ni valores estéticos o morales relevantes, lo importante es el avance científico, el aferro a todo lo que es comprobable. En uno de los diálogos, Bazárov le asegura a Pável que “un buen químico es mucho mejor que veinte poetas”.

En cambio, Chernyshevski perfila en su obra tres momentos históricos: el de la generación de los padres, el orden viejo y malo; el de los hijos, el presente bueno, inicio del orden nuevo, y el futuro, la plena realización del orden nuevo, donde solo habrá gente decente. El hoy se desarrolla en la novela con la creación de pequeñas cooperativas socialistas. El porvenir, Vera lo sueña: un palacio de acero y cristal, con electricidad, en medio de jardines y huertas, con ventanas, espejos y muebles de aluminio, como un invernadero que conserva la frescura y la juventud. Allí la vida es sana y tranquila, con todas las necesidades satisfechas. Se divierten cantando y bailando, hasta gozan de mejores voces y de una sensibilidad cada vez más refinada.

¿Qué hacer? es una novela didáctica, de un teórico del arte para quien el deber del artista es profetizar o predicar, servir a la sociedad diciéndole qué debe hacer, poniendo la escritura al servicio de un programa específico. Por todo ello, tuvo enorme influencia en los revolucionarios de la época. Se dice que marcó el pensamiento del joven Uliánov, mucho antes que los textos de Marx. En su ¿Qué hacer?, Lenin mencionó a Chernyshevski entre los “precursores de la socialdemocracia rusa” e hizo notar la “importancia universal” que estaba alcanzando la literatura rusa.

En contraste, despertó críticas virulentas en escritores como Turgenev, Vladimir Nabokov, Fiódor Dostoievski y León Tolstói. Particularmente, el pesimista Dostoievski se burló de su utopía, en su obra Memorias del subsuelo (1864) y en Los endemoniados (1872). En varios pasajes de la primera se parodian episodios de ¿Qué hacer? Su ataque al “utilitarismo racionalista y determinista” desarrollado por Chernyshevski, es bien explícito en algunos:

¿Quién fue el primero en decir que el hombre comete vilezas por no conocer sus verdaderos intereses, se pregunta el “hombre del subsuelo”, que, si se le ilustra, si se le abren los ojos a sus verdaderos y normales intereses, el hombre dejará inmediatamente de cometer infamias, se hará en el acto bondadoso y noble, ya que al ser ilustrado y al comprender su verdadero interés, verá que en el bien radica precisamente su propio beneficio? Y es bien sabido que ningún hombre puede actuar en contra de sus propios intereses. Así pues, haría el bien por necesidad.

“El pesimista Dostoievski se burló de su utopía, en su obra Memorias del subsuelo (1864) y en Los endemoniados (1872)”.

Según el personaje de Dostoievski, peca de ingenuidad la tesis de Chernyshevski según la cual “el hombre actúa según la necesidad” y sus actos están determinados por las influencias, las más fuertes. Para el “hombre del subsuelo”, “el hombre, siempre y en todas partes, quienquiera que sea ha querido actuar como le da la gana, y no con arreglo a su razón y a su beneficio”. “El hombre puede desearse intencionadamente, conscientemente incluso, algo perjudicial, insensato, incluso absurdo (…)”. “Lo único que el hombre necesita es desear las cosas por sí mismo, cueste lo que le cueste esa autonomía y sean las que sean sus consecuencias”. “Los deseos —agrega—, con gran frecuencia y en su mayor parte, andan por completo y obstinadamente a la greña con la razón”.

Vocifera que “de vez en cuando da gusto romper algo”; “soy partidario ―declara― de… mi capricho, y de que nada me impida satisfacerlo”. Por eso, grita que está enfermo del hígado, tiene la superstición de respetar la medicina, pero no se cuida, siente rabia y por eso prefiere que aumente el dolor. “Es una forma de rebelión e insumisión, de disfrutar masoquistamente con el dolor: todo es, pues, ambiguo y polisémico en lo que narra, una contradicción viva”, resume Joan B. Lunares en su ensayo La crítica de F. Dostoievski a la antropología de N. Chernishevski. Memorias del subsuelo como réplica a ¿Qué hacer?

III

La contemporánea ¿Qué hacer con(tra) los videoclips tóxicos en Cuba? comparte tensiones equivalentes a aquellas interrogantes de Lenin. Pese a su menor alcance, y ser una de las tantas que comprende la política cultural; a su vez, uno de los subconjuntos del gran ramillete de imperativos de la transición cubana hacia el “Reino de la justicia”. Transición socialista que ha de entenderse, sobre todo, como un proyecto cultural.

Pero la cultura interpretada en el sentido gramsciano. No concebida como “saber enciclopédico”, sino como “organización, disciplina del yo interior, apoderamiento de la personalidad propia, conquista desuperior conciencia para la cual se llega a comprender el valor histórico que uno tiene, su función en la vida, sus derechos y deberes”.

Se trata de concertar “qué pasos prácticos debemos dar” y “cómo debemos darlos”, en pos de reducir la labor de zapa de los videoclips tóxicos, como parte del “plan de actividad práctica” para la consecución de esa “superior conciencia”, de una nueva apropiación de la realidad. Ya no solo para coordinar “nuestra influencia sobre el pueblo (y sobre el gobierno) por medio de la palabra impresa”, sino “otras formas de influencia, más complejas, más difíciles, pero, en cambio, más decisivas”.

Los videoclips son el producto de las “industrias de la conciencia” más consumido por nuestros jóvenes, vehículo principal para la importación de las necesidades capitalistas, instrumento para la colonización cultural y, con tendencia creciente, de la subversión ideológica. Consideraremos como videoclips “tóxicos” aquellos videos musicales, facturados como mercancías, que degradan la condición humana, y que reproducen la subjetividad “capitalística”, maximizan “la plusvalía de poder a través de la ‘cultura-valor’”, al decir de Félix Guattari.

El término “tóxico” es otro aporte teórico de Jon E. Illescas Martínez, autor del más profundo estudio sobre el videoclip hegemónico en el sistema-mundo, compilado en su libro La dictadura del videoclip. Industria musical y sueños prefabricados (El Viejo Topo, 2015 y Nuevo Milenio, 2019). Lo empleó en su más reciente volumen Educación tóxica.El imperio de las pantallas y la música dominante en niños y adolescentes (El Viejo Topo, 2019), para referirse a la “educación impartida por las pantallas parlantes (móviles, tabletas, ordenadores, TV, etc.) y sus contenidos dominantes en formatos tales como la música ‘de moda’, videoclips, videojuegos, películas, series, youtubers, redes sociales, etc.”

Tóxicos, como señala Illescas, por:

los (anti)valores que promueve, valores nocivos para el desarrollo del menor como individuo social que fomentan la anomia (apatía, insensibilización, narcisismo, elitismo, hiperindividualismo, cosificación de las personas, etc); así como la apología constante al consumo de drogas (legales eilegales).

las secuelas biológicas y comportamentales: consumo estéril de tiempo y de recursos cognitivos, falta de concentración y rendimiento en los estudios, insomnio, sueño insuficiente o de mala calidad. Por la sexualización prematura de niños y adolescentes e hipersexualización de sus relaciones sociales.

También, en nuestro caso, por reproducir la subjetividad “capitalística”, especialmente por el culto al “tener” sobre el “ser”, el ser rico como único modo de ser libres y felices.

Ahora, como en los tiempos de Lenin, la “autoemancipación” de los subordinados es impedida por contaminaciones “desde fuera”. El tóxico deseo de ser (y parecer) ricos; como los “famosos”, premiados por su gran servicio de reproducir esos deseos insaciables de tener una mansión, un carro lujoso y una modelo de esposa. O, al menos, de “clase media”, aspirantes a millonarios que publican libros de autoayuda, que salen en la TV o en un canal de Youtube, para enseñarnos cómo ser exitosos o cómo emprender un negocio en la música.

Emancipar significa elevar al “hombre natural”, desintoxicándolo. Transferirle, como por ósmosis, una conciencia crítica. Porque la conciencia falsa, la “conciencia explotada” ―al decir del venezolano Ludovico Silva―, deviene en “productora de trabajo psíquico excedente que deja de pertenecer al individuo para convertirse en sustento ideológico o plusvalía política”. En beneficio del capital y contra el suyo propio.

Y decimos que comparte tensiones con aquella de Lenin, por estas razones, esencialmente:

Se enarbola desde una pequeña isla de socialismo, bañada por un mar de capitalismo colonizador y patriarcal. Donde el ¿quién gana a quién?, proyecta interrogantes más viejas que las que emprendieron su viaje a las esencias el 1ro. de enero de 1959. Tales como ¿puede David vencer a Goliat?,¿es posible una Cuba independiente?, ¿hoy gana Próspero o Calibán?

La cultura hegemónica, ese océano postmoderno, suplanta el oleaje de la razón por los oleajes del deseo y niega al arte toda función formadora. Coloca en la cabeza de la moda el nihilismo de Bazárov y la rebeldía sin causa (racional) del “hombre del subsuelo”.

A nuestro ¿Qué hacer? lo atraviesa, como núcleo de disputa, la manipulada “libertad de expresión”. Tema predilecto, históricamente y en ciertos casos por reales motivos, para la desacreditación de los proyectos socialistas. Tampoco, ni dentro de la propia izquierda cubana, se ha podido llegar a un acuerdo en cómo gestionarla, y cómo relacionarla con las otras libertades y con el bien común.

Los sujetos llamados a autoliberarse, a “reconquistar el hombre” ―como convoca Martí―, no son del todo conscientes de su “esclavitud cultural”. Así de profunda es la alienación, la entronización de la “conciencia títere” en muchos de nuestros jóvenes, en los llamados a convertirse en agentes creadores de una nueva apropiación de la realidad, y más que eso, en constructores de otro mundo, “con todos y para el bien de todos”.

La preceden incógnitas igual de candentes, más abarcadoras y holísticas. A saber: ¿Qué hacer con las artes y con la cultura? ¿Cómo democratizarlas para “reconquistar al hombre”? ¿Qué hacer para hacer sostenible y próspero al socialismo? ¿Cómo cultivar al hombre nuevo? ¿Qué hacer para crear una nueva conciencia emancipadora? ¿Cómo transformar las relaciones de producción, incluidas las de las producciones artísticas e intelectuales? ¿Qué hacer para generar relaciones socialistas entre humano y humano, los humanos y las cosas, entre los humanos y la naturaleza? ¿Cómo hacer hegemónicas las relaciones socialistas entre las instituciones y los artistas y entre estos y su público?

La batalla no solo es contra poderosísimos contaminadores, mercaderes dispuestos a maximizar ganancias a toda costa, en nombre de la libertad de expresión y de consumo; sino que comprende la identificación y dilución progresiva de su extensión reproductora, carnal y subjetiva, en muchos de nuestros cuerpos y mentes, en muchos de nuestros intoxicados hijos, alumnos y vecinos.

IV

Hay un pasaje en el libro de Lenin, especialmente ilustrativo; cuando para desmontar un texto de la revista para obreros Svoboda (núm. 1), se centra en una de sus frases: “Es más fácil cazar a una docena de inteligentes que a un centenar de bobos”. Para el líder ruso, por el contrario, “es mucho más difícil cazar a una docena de inteligentes que a un centenar de bobos”. ¿Y qué entiende por “inteligentes” en materia de organización? Pues los que se forjen como revolucionarios profesionales, “sin que importe si son estudiantes u obreros”. Para Lenin lo que hace indestructible a una vanguardia, es su calidad, son sus “raíces profundas”, sus “centenares y centenares de miles de raíces profundas”. Lo que valida, en todo caso, la inteligencia de una vanguardia, es su capacidad de hacerse escuchar y seguir, por razones y compromisos permanentes, no por “boberías”, demagogias o sofismas. Porque la vanguardia “no pensará por todos” y la multitud tomará parte activa en el movimiento, promoverá, de su seno, a un número cada vez mayor para el pelotón de avanzada.

Como aclara Lars Lih, revoliutstioneripo professii no quiere decir “revolucionario intelectual” o “revolucionario profesional”. En Rusia, el sustantivo professi ya se aplica a casi cualquier tipo de trabajo que requiere habilidades y formación. El sentido del término empleado por Lenin es más bien “capacitado y con experiencia revolucionaria”. No tiene el más mínimo olor de elitismo; tal persona está totalmente de acuerdo con los trabajadores que él o ella se esfuerza por influir. Un significado muy diferente al que habitualmente se supone y que lo equipara al de “intelectual orgánico” de Gramsci.

Hoy, entonces, liderarán este “asalto al cielo, los capaces de inteligir (elegir entre) la verdad (alétheia) y lo aparente (doxa); lo permanente y lo transitorio, “lo natural” (martiano) y lo “naturalizado” por el capitalismo; organizados por el compromiso de persuadir, enriquecer el espíritu y contribuir al pan con la belleza. Con la habilidad y disposición de “atacar frontalmente y destruir todos los mitos y fetiches” que el sistema capitalista produce y las industrias del entretenimiento difunden; de “elevar a la percepción lúcida de las gentes el significado de todo ese cúmulo de imágenes-fetiches y representaciones-ídolos que el sistema ha instalado en su preconciencia” ―como sabiamente señalaba Ludovico Silva―.

Una vanguardia preparada, estable y dedicada profesionalmente a dar estímulos, grandes estímulos. Una vanguardia cultural integrada por intelectuales orgánicos (que no con “letrados artificiosos”). Por agentes creadores de todas las profesiones, educadores, periodistas, críticos, músicos, realizadores audiovisuales…

Es un reto que la conciencia crítica no les choque como ajena a nuestros intoxicados. De ahí que las observaciones, conocimientos y experiencias revolucionarias se deban co-crear y compartir democráticamente y socializar atractivamente. Si los estímulos desde las pantallas no se perciben “desde afuera”, las luces y llamados de atención de la vanguardia tampoco se han de percibir como extraños.

Pero, como fundamentó Lenin en el capítulo IV, la obligación “primordial y más imperiosa” de esta vanguardia revolucionaria, será ayudar a formar a los subordinados, ponerlos en el nivel de los intelectuales orgánicos, y no al contrario. No se trata, en nuestro caso, de hacer un reguetón didáctico, ni disparar un panfleto visual sobre un dembow, para conectarnos con sus consumidores; sino propiciarles novedosas experiencias artísticas, con un abanico de géneros no domesticados. Como primer paso que los eleve a una nueva racionalidad, desde los niveles primarios e instintivos de la sensibilidad, como recomendaba Herbert Marcuse. Confiados, como el filósofo alemán, en “el potencial subversivo de la sensibilidad”.

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu

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Lo que deliberadamente omite la cancioncita de Orisha

Orisha

Por Johana Tablada

Sobre la cancioncita de Orishas. No me gusta. No me gusta y no solo por lo que dice, sino por todo lo que deliberadamente omite.

La única parte bonita y con vuelo es la que le robaron a Silvio, título incluido.

A la letra envenenada de Orishas le falta el bello equilibrio y el brillo de lo auténtico que hizo que muchos, fuera y dentro de Cuba, se reconocieran en sus canciones y voces.

La que utilizaron de Silvio sin permiso (pedir permiso no es lo mismo que recibir permiso) sirve para atraer publicidad y prestarse a la operación bien montada de confundir la Cuba real y compleja con la Cuba de la caricatura (hay mucho dinero corriendo para eso). Atacar a Cuba agredida cuando más duro nos dan es un acto sucio.

Olvidar a todos los médicos y personal de la salud cubanos que a diario trabajan con amor, gratuitamente cuidando y ofreciendo servicios a niños, mujeres, hombres y ancianos, incluyendo a los familiares en Cuba de nuestros emigrados, es una bajeza.

Quienes hemos vivido fuera de Cuba sabemos lo que costaría y cuesta ese médico de familia, esos medicamentos que hoy están en falta por el Bloqueo que hasta el combustible nos arrebata con piratería y maldad, y esas cirugías, análisis, tratamientos para el cáncer, y acceso a ultrasonidos, rayos X, resonancias y otros servicios especializados. ¿Cuánto nos costó formarnos en las universidades y escuelas de arte donde todos los que vivimos dentro o fuera nos educamos con nivel del primer mundo sin pagar un centavo?

Ponerse del lado del abusador, pensando y calculando que esta vez nos va a ganar, para poder recibir aplausos y ofertas de quienes más golpean a este pueblo y sus guardianes poderosos, minoritarios y extremistas, es un acto feo.

Hay medias verdades y problemas reales en su texto, hay valores lastimados y errores costosos, pero todos ellos parecen mentiras fuera del contexto y la proporción, lejos de la belleza desgarradora de las verdades y bajo el mensaje simple que queda luego de todo lo que vulgarmente omiten.

No me gusta la trampa, la bajeza, la ingratitud, la manipulación y el oportunismo.

Me gusta mucho y respeto la obra y el trabajo de Orishas. Los cubanos aquí somos más tolerantes que lo que nos pintan. Juntos y por separados los Orishas son y serán parte de la banda sonora de Cuba. Me duele que se prestaran, ya sea por convicción, manipulación o por conveniencia, para cerrar los ojos y el corazón y alzar la mano contra todo lo que amamos.

“Hoy yo te invito a caminar por mis solares

Pa’ demostrarte de que sirven tus ideales”.

¿En serio? Si hay algo en este mundo que sirve al ser humano son los ideales, los ejemplos sobran y gracias a ellos todo el que viene a Cuba sigue diciendo que lo mejor del viaje fue este pueblo único. Somos pobres, pero tampoco hay hambre ni miseria en Cuba, lo que tenemos poco o mucho lo compartimos. A pesar de que el Bloqueo nos roba a la fuerza casi 5 000 millones de dólares al año, este país imperfecto y agredido sigue siendo un paradigma de justicia social y desarrollo humano donde la gente ríe.

“60 años trancado el dominó

Bombo y platillo a los 500 de La Habana

Mientras en casa en las cazuelas ya no tienen jama”.

Se les olvidó el detallito de que Cuba es el país sometido al sistema de medidas coercitivas abusivas unilaterales más duro del planeta. ¿Qué seríamos sin ese freno brutal a nuestra capacidad de desarrollo?

Sin luz, agua potable y en carretera de fango… ¿Quién les habrá obligado a insertar esta estampa de otras tierras del tercer mundo que a Cuba no nos distingue ni empaña? Cuba es un país electrificado al 100%, tiene casi un 100% de escolaridad, incluyendo escuelas en los lugares más remotos e intrincados, y posee el programa materno infantil y las enfermeras que le caen detrás a los viejitos en su barrio para tomarles la presión y a las mujeres para recordarles que no se han hecho la prueba citología.

“Vuelva mi isla bella la de tabaco y ron

Flores y ofrendas a médicos en hospitales

Para que te libren y te curen de todos los males”.

¿Y este es un verso engañoso de nostalgia para quienes? ¿Regalito a los perseguidores reaccionarios de la Revolución temerosos y de sus más sagrados logros?

Este país puede y quiere ser mejor, mejor para poder resolver entre todos sus problemas internos, mejor para derrotar el bloqueo que Orishas ignora, para seguir adelante en su obra de justicia social y no para volver atrás a una sociedad donde solo unos pocos tienen derechos.

¿Vuelva cuál Cuba, la que tenía un 70 por ciento de sus mejores tierras en manos de Estados Unidos? ¿La de La Habana de los casinos en la que venían los americanos a hacer todo lo que no podían hacer en casa, la de la tiranía de Batista y los niños trabajando sin escuela, sin tierra y sin hogar y con la salud privada?

¿Qué hay de la Cuba de todos, la de más de 300 centros científicos y de biotecnología que salvan vidas e ingresan mil millones a la economía, cuyo sector público es dominante y favorece a los 11 millones y a quien nos visita? ¿Qué pasa con la Cuba que utiliza los dineros e ingresos del turismo para el bienestar de todos? ¿Dónde dejan a los artistas y peloteros castigados por querer vivir en Cuba? ¿Qué ocurre con el sector privado cubano que ha sido duramente afectado por las medidas leoninas contra los viajes? ¿Las familias sin visado? ¿Los viejitos sin vuelos a las provincias?

Me quedo con la Cuba de hoy y sobre todo con la Cuba de mañana que entre todos construimos. En fin, se puede decir mucho más y cada quien tiene derecho a decir lo que quiera, a ocultar lo que quiera y hasta a venderse. Yo les respeto ese derecho, pero también, con respeto se los critico. Creo que esa canción deshonesta no compite además con la obra genuina de Orishas, pues deja fuera esta vez a una gran mayoría de cubanos.

“Los santos no resuelven el deber de los humanos”.

En eso estamos de acuerdo.

Tomado de: http://www.granma.cu

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Los fecundos caminos de los libros en Cuba

Por Octavio Fraga Guerra

En estos tiempos de imparable globalización es todo un desafío, también una deliciosa provocación, “posicionar” un libro en las manos de los lectores contemporáneos. Son esos leedores a quienes los estudiosos han particularizado como analógicos y digitales. Hormiguean en el ciberespacio infinitos datos y su horizontal codificación se traduce en contrastar fuentes, desgranar políticas editoriales, y discernir perfiles ideo-estéticos.

En ese bregar de lecturas es vital identificar posturas ideológicas, calidades estilísticas, periodísticas y literarias que las robustecen a la hora de sopesar compartirlos, legitimarlos en nuestros actos sociales o tomarlos como citas que sirvan para apuntalar un texto…, otro.

Sobre este esencial panorama se impone subrayar un alarmante dato: en la contemporaneidad se lee cada vez menos. Me refiero a las tradicionales lecturas de libros y publicaciones periódicas.

El ser humano, en un permanente ejercicio de identificar y confrontar su entorno, transita con otras plurales lecturas. Resignifica diálogos, simbologías, narraciones y discursos que se materializan desde una “esplendorosa inmaterialidad”.

Tanto en los escenarios rurales como en los urbanos se avistan clonaciones de simbologías matrices, que responden a una estética, a un discurso. Se trata de una mundialización de los signos que anulan o desprecian los valores de las naciones: las legítimas tradiciones o lo que resulta genuino, único de un país, una región, una lengua, una cultura.

Frente a este descomunal escenario de muchas vueltas, es esencial desarrollar acciones que remuevan al lector tradicional, y a ese otro leyente cautivo, hiperconectado, pro-consumidor de las tecnologías digitales.

Frente a esta cartografía se deben diseñar pensadas estrategias que tomen en cuenta el hecho de que cohabitan en nuestra sociedad una pluralidad de lectores con motivaciones e intereses dispares.

En este texto emergen reflexiones, bocetos o aproximaciones que engarzan con las características insulares de nuestra nación y sus históricas acciones culturales, empeñadas en promover valores, simbologías, discursos; también códigos y herramientas que contribuyan a una eficaz lectura de los más cautivos.

Apuntaré –sería un clamoroso error no enumerarlas– las prácticas internacionales de este esencial oficio, pues contribuyen a la articulación autor–mediador–lector.

II

Son dos las herramientas más usadas en los campos de la comunicación que apuestan por la socialización de los libros: la tradicional reseña y las entrevistas a los autores.

La primera, en Cuba, suelen ser textos de pocos caracteres que apuntan a “revelarnos” la arquitectura del libro. Prima la reseña tipo, que se empeña en “fotografiar” las partes de un texto y, a manera de coloreado, se incluyen algunos apuntes sobre la biografía del reseñado.

Desde mi perspectiva, resultan textos que denotan la poca implicación de ese lector mediador. Se delatan las delgadas pasiones de un autor (otro), signado para materializar la adquisición del texto y no la comprensión lectora del libro.

¿Acaso no existen en nuestra nación y en otras geografías, quienes llenan anaqueles con libros mutados en objetos decorativos? ¿No responde este comportamiento a legitimar una suerte de estatus social o actitud seudocultural?

Siguiendo la estela de las reseñas en Cuba, resulta una pieza comunicacional escasa en los medios generalistas de alcance nacional. Publicaciones como Juventud Rebelde, Granma, Cubahora o Cubadebate, deberían regularizar este medular recurso con reseñas que construyan un lector verdaderamente motivado por un libro, compulsado a leer páginas enteras. Resulta insuficiente las que publica, eventualmente, el diario Juventud Rebelde con la autoría del Premio Nacional de Periodismo José Martí, Luis Sexto.

Las revistas La Gaceta de Cuba, que dirige el escritor y ensayista, también editor, Norberto Codina; Revolución y Cultura, que lidera la escritora y ensayista Luiza Campuzano o Casa de las Américas, bajo el manto de Jorge Fornet, —estas tres— son punteras en el uso de las reseñas. Pero no debemos olvidar que dichas publicaciones están construidas para un público interesado, como escala de prioridades, en los temas del arte y la literatura. Por tanto, su espectro de público es estrecho, gremial, obviamente insuficiente.

Asistimos a una contradicción insular. Cada año las editoriales cubanas hacen un notable esfuerzo por publicar ejemplares libros. Frente a las delgadas reseñas que le “acompañan”, no pocos textos terminan habitando en estanterías pintadas de polvo, custodiados por el hastío de algunos vendedores de libros. Y, aunque visitar las librerías se traduce también en un perenne dialogo entre el lector y librero, compartir volúmenes e identificar intereses, esta no es la praxis de nuestros promotores de libros.

Por otra parte, asumo como ideal de reseña, esa que nos provoca a “tomar” cada parte de un libro, la que significa con sustantivas palabras al autor, al diseñador de la portada y sus interiores. Eso sí, desnuda de adjetivaciones insulsas, contextualizada como objeto de pensamiento, de esperado goce y exigida reflexión. El enfoque sobre el empaque estético del libro también resulta insuficiente: urge enamorar, polemizar, establecer puentes temáticos. Las reseñas han de ser aliadas de los que anónimamente edifican un libro, muchos libros.

El libro implica su condición de objeto-arte, de creación colectiva, proceso en el que participan editores, correctores, diseñadores gráficos, más otros hacedores de los colectivos editoriales, que son parte del brillo o la grisura de los volúmenes. Los impresores son también esa obligada ruta a la que debemos dar su cuota de éxito o responsabilidad, cuando se percibe falta de rigor, de legítimo acabado.

III

La entrevista al autor, otra de las herramientas que, apuesta por la socialización de los libros, es también de las más usadas por los medios generalistas para “hacernos llegar” un texto a la lista de nuestras prioridades, pero estas resultan insuficientes, puntuales, de escasa envoltura literaria y periodística. La buena entrevista exige un arduo esfuerzo de investigación y debe estar desprovista de escuálidas palabras, para evitar repetirnos en manidas interrogaciones o en trillados caminos de la indagación biográfica. Se trata de revelar al creador de un texto que ha puesto su talento al escrutinio de la sociedad lectora.

Se impone significar sobre las prácticas creativas del autor, sus fuentes, y los antecedentes de su labor escritural. También cabe desentrañar los procesos organizativos que le dieron vida al texto, así como desempolvar las influencias del autor, los destinos del libro y las herramientas narrativas, estéticas y de orden simbólico que lo hicieron posible. Los tonos de los libros, los tempos de su desarrollo son también temas para un dialogo enriquecedor, sin despreciar los escenarios por donde navega, pues todo ello contribuye a su unidad gestora.

IV

Es una tradición en nuestro país las presentaciones de libros previas a su comercialización, también conocidas como “lanzamientos”. Los Sábados del Libro, que se desarrollan cada semana en la Calle Madera, felizmente enclavada en el Casco Histórico de La Habana Vieja, resultan un referente de dicha práctica promocional.

Esta es una oportunidad excepcional para “conocer” al autor, descubrir sus puntos de vista y los horizontes de su obra, donde también se revelan las palabras del presentador, que suele leer un texto breve en el que habitualmente se listan las esencias de un texto asumido por encargo.

Las presentaciones de libros, en Cuba, se desarrollan con imperfecciones, sin el mejor de los acabados. Las notas informativas que compulsan a estas citas no son del todo logradas, especialmente cuando no se trata de un autor mediático. Falta en estas acciones datos referenciales sobre el libro a presentar, una suerte de sinopsis sobre el volumen y el autor, que contribuyan a mover a ese otro lector cautivo a salirse de su cotidianeidad.

Para promover estas acciones culturales son usadas también las tarjetas digitales, que circulan oportunamente en las redes sociales. Suelen ser potencialmente atractivas y de un digno acabado estético, pero adolecen de otras carencias informativas. Contienen la portada del libro y los datos básicos que apuntan hacia la presencia de los lectores: día, hora y lugar de la presentación. Se complementan con logos de las instituciones organizadoras, y poco más.

¿No es acaso oportuno incluir las notas de la contraportada del libro en este recurso contemporáneo? ¿Cabe la posibilidad de incorporar algunos apuntes motivadores sobre el autor? ¿No es pertinente incluir la foto del autor en este soporte digital? Hablo, por tanto, de una serie de acciones, que contribuyan a potenciar dicho recurso de la contemporaneidad.

Este recurso comunicacional, no es explotado del todo, se impone realizar, por ejemplo, una serie de postales que “naveguen”, también, después de la cita de presentación. Fragmentos del libro, partes del prólogo o las notas de la contraportada, una juiciosa selección de frases que revelen las esencias del autor, o los descartes que no han sido usados en los interiores del volumen por razones de espacio son algunos de los textos tomables para esta moderna herramienta, que potencia la lectura del libro.

Habitan en las redes sociales frases antológicas de José Martí, Eduardo Galeano, Mario Benedetti, Gabriel García Márquez y otros importantes escritores y pensadores latinoamericanos. Este recurso sirve de fijador, de ancla, también de primer acercamiento, a todo tipo de lector. ¿Por qué no hacerlo también para los jóvenes escritores, para los que tienen una sustantiva obra, pero aún no cuentan el beneficio de ser conocidos por la sociedad toda?

Cierro el tema de las presentaciones de libros con una praxis que se impone relanzar. Nuestras editoriales suelen hacer este acto comunicacional, por lo general, en los predios donde está ubicada la editorial. Buena parte de ellas, están enclavadas en la capital; por tanto, hablo de presentaciones habano-centristas. Esta práctica limita las posibilidades de conocer a muchos de los buenos autores cubanos en otras provincias del país.

Para ilustrar este asunto, tomo como referencia lo publicado por las editoriales especializadas en cine, así como las que engrosan los predios del arte y la literatura.

En un primer grupo estarían los volúmenes La biblia del cinéfilo, de Luciano Castillo, Editorial Arte y Literatura, 2015; Cartelera cinematográfica cubana, de Sara Vega Miche y Mario Naito López, Editorial Oriente, 2018, y 50 años de cine cubano 1959-2008, de Luciano Castillo y Mario Naito López, Editorial Letras Cubanas, 2018. Estos tres volúmenes son muy útiles para los Instructores de arte, los programadores de los Centros Provinciales de Cine, los gestores de las Casas de Cultura, los gestores de los cines clubes, así como para los especialistas de las áreas de extensión cultural de las universidades. Obviamente, los especialistas y estudiosos de cine se servirán de ellos para su trabajo profesional.

En un segundo grupo de libros incluyo a los llamados textos especializados. De este apartado se han publicado muchos y muy buenos títulos: Por citar tan solo tres: Literatura y cine. Lecturas cruzadas sobre las Memorias del subdesarrollo (Editorial UH/ICAIC, 2010), de Astrid Santana Fernández de Castro, Sexo de cine. Visitaciones y goces de un peregrino (Ediciones ICAIC, 2012), de Alberto Garrandés y Los cien caminos del cine cubano (Ediciones ICAIC, 2010), de Marta Díaz y Joel del Río.

Las presentaciones de libros llevan consigo, además, un esfuerzo para que las editoriales cubanas socialicen sus propuestas no solo en los habituales espacios culturales de cada región, sino también en las universidades, en las plazas públicas, en los centros industriales y agrícolas de gran concentración de obreros y campesinos, en las bibliotecas distantes de las cabeceras provinciales, y claro está, en los centros penitenciarios.

¿No es acaso un acontecimiento cultural, también social, que la obra de los cineastas Julio García Espinosa, Tomás Gutiérrez Alea, Fernando Pérez o de Rogelio Paris sea socializada a partir de los libros y sus autores junto a los protagonistas de sus filmes en cada uno de estos escenarios? El cine y sus gestores, pueden contribuir al mejoramiento humano de los cumplen una condena, y esta es una manera posible, realista, necesaria.

V

El tema de la identidad de los autores es un asunto de vital importancia que nuestras instituciones culturales deben revolucionar. Tres ejemplos positivos responden a tres estéticas, de dispares contextos, épocas; también de disímiles escenarios artísticos y culturales.

Gracias a Chinolope, podemos conocer reveladoras fotos de importantes escritores que dejaron huellas en Cuba y en Nuestra América. José Lezama Lima, Virgilio Piñera o Julio Cortázar fueron algunos de los retratados.

Otro fotógrafo no menos relevante es Iván Soca. Su obra se ha centrado en los músicos; sobre todo, de las agrupaciones de la música popular bailable y en los trovadores. Todos ellos fotografiados con arte, empeño en la búsqueda de un ángulo diferente, dialogante, renovador, discursivo, inquietante.

Un tercero, joven y talentoso hacedor de la lente es Alejandro Azcuy, quién desarrolla una importante labor en el retrato de personalidades y en fotografías por encargo para piezas discográficas. Azcuy posee también una descomunal obra de foto publicitaria y patrimonial. El libro Noble Habana, presentado recientemente, es otra huella concreta de su trascendental trabajo.

Urge que nuestras instituciones culturales tengan en sus estructuras de trabajo a fotógrafos encargados de construir la memoria gráfica de los escritores. También la huella de las otras expresiones del arte y la cultura.

Se producen cada semana, importantes acontecimientos culturales que no quedan congelados por la lente de los fotógrafos profesionales. La fotografía de retrato, las de corte social, las que secundan eventos, conciertos y otras actividades socioculturales son parte de las ausencias en nuestra labor comunicacional erigida desde la fotografía, pensada para construir identidades e imágenes de artistas e intelectuales, de escritores.

VI

En este sentido, las páginas web de las instituciones culturales —aunque están diseñadas en correspondencia con su función social y algunas son de probada factura, con desprendimientos sistemáticos hacia las redes sociales— muchas veces adolecen de acabados estéticos que se exigen para estos tiempos.

Hago esta mirada crítica pues faltan, en todas, videos que contribuyan a secundar el deber de la fotografía: sellar una imagen del artista. Para hacer una entrevista audiovisual de autor, pensada para una web, no se requiere disponer de una ostentosa cámara 4K. Videocámaras semiprofesionales o domésticas, más un trípode y un micrófono de corbata, bastan para cumplir este encargo de cara a una web de la cultura. Obviamente, estas tomas llevan un posterior trabajo de edición y acabado estético.

Han de ser entrevistas donde sean protagonistas escritores que merecen un espacio esencial en nuestra labor institucional. El que cada semana podamos conocer los mundos interiores de un libro narrado por sus autores, es impostergable para la labor que ha de acometer cada institución cuyo encargo social sea el libro y sus autores.

No podemos olvidar que los lectores digitales, que cada vez son más, tienen una predominante lectura desde lo audiovisual. Muchas de las ideas aquí bocetadas, engarzan con las otras expresiones del arte y la cultura.

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