Polémicas culturales

Apuntes sobre el Manifiesto del Cine Pobre. Por: Octavio Fraga Guerra*

HS

Humberto Solás. (La Habana, 1941-2008)

El Premio Nacional de Cine Humberto Solás nos dejó más de un legado, que no es solo su descomunal y sustantiva filmografía. Un cine de profundo valor estético y conceptual que el cineasta erigió por más de 40 años de exuberante labor creativa. El Festival de Cine Pobre y el Manifiesto que sustenta este singular evento, son esas otras trazas que perduran en la génesis de un arte, que ha de estar en el centro de la cultura cubana, en el multiplicado entramado institucional edificado por la Revolución, y en ese otro escenario, cada vez más mentado y teorizado, el de las nuevas tecnologías.

El texto titulado Manifiesto del Cine Pobre, escrito con sencilla patina y lenguaje directo, redunda en los principios de una cinematografía que su autor llevó a la praxis en las últimas entregas de su obra. Las maneras de encarar la producción cinematográfica, los presupuestos estéticos de los que se valió, los ejes temáticos que le merodearon, son parte de las muchas huellas construidas por el creador anclado en una arquitectura cinematográfica provocadora.

Este texto, devenido principios, se presenta con un retrato del escenario de nuestras cinematografías, con lo que lacera el desarrollo orgánico de toda creación artística. El autor de Cantata de Chile (1975) lo formula en estos presupuestos.

“Cine pobre no quiere decir cine carente de ideas o de calidad artística, sino que se refiere a un cine de restringida economía que se ejecuta tanto en los países de menos desarrollo o periféricos, así como también en el seno de las sociedades rectoras a nivel económico-cultural…”.

Esta perenne verdad es uno de los desafíos del arte cinematográfico en nuestros pueblos de América, que evoluciona no excepto de encontronazos. Se trata, por tanto, de hacer un cine comprometido con nuestra historia, cultura y tradiciones, materializado en filmes que no han de desentenderse de las problemáticas de la contemporaneidad.

Han de ser audiovisuales de claros valores sociales, culturales e ideoestéticos, renovados en medio de las limitaciones materiales que nos asechan, un reto poblado de obstáculos, también intelectuales, que persisten afincados en los diversos estratos de nuestras sociedades. Resulta, asimismo, un escenario complejizado por las arremetidas de los medios de comunicación reaccionarios y conservadores, al que se suman las pensadas campañas desestabilizadoras de la derecha global.

A todo este abanico, muchas veces de sofisticadas vestiduras, se añaden las estrategias geopolíticas y económicas que desbordan lo genuinamente político, impulsadas por los gobiernos de occidente, empeñados en aniquilar los valores e ideas de nuestros lucidos pensadores.

Al respecto, el Manifiesto del realizador de Lucía (1968) precisa:

“El intento de globalización acentúa el abismo entre el cine pobre y un cine rico. Ello comporta, definitivamente, el peligro de la implantación de un modelo único de pensamiento, sacrificando a su paso la diversidad y la legitimidad del resto de las identidades nacionales y culturales”.

Solás no solo se distinguió por el posicionamiento en torno a las problemáticas de la realización artística y cinematográfica o los saberes que le distinguen en este arte. Los peligros de una homogenización cultural y del pensamiento fueron temas recurrentes en sus prácticas intelectuales, trascendiendo la etiqueta del “promotor”. Ese lúdico accionar lo materializó en el Festival de Cine Pobre, erigido en su período fundacional como el fértil espacio de las ideas progresistas y revolucionarias que han de distinguir al cine.

Amerita tomar nota de una reflexión (otra) del realizador de Un hombre de éxito (1986) para delinear un ángulo de su pensamiento cuya génesis es el compromiso.

“El artista tiene el privilegio y el don ―siempre que la sociedad le otorgue un espacio― de poder revelar un punto de vista, un pensamiento que, si es fructífero y enriquecedor; puede coadyuvar de manera importante a la transformación de la sociedad… Un hombre puede confesarse como conformista y vivir de esa manera, pero yo creo que la mayoría de esas personas no admitimos vivir conformistamente en la sociedad, queremos hacer nuestro aporte, cada cual a su manera. El artista no puede perder su oportunidad de influir positivamente en una trayectoria colectiva, ni puede hacer compromisos con el conservadurismo, con la pasividad, ni con la mentira, y si hace esto es que ha firmado un pacto con el diablo”[i].

La arquitectura global con ropaje homogeneizador, esa que trunca el pensamiento progresista, genuinamente cultural y revolucionario de nuestra geografía sudamericana, así como sus implicaciones en el virtuoso escenario del cine, son parte de las huellas escritas por Solás en el Manifiesto que revive hoy como un texto aleccionador. El cineasta encauza sus preocupaciones hacia los derroteros de un peligro mayor.

“El intento de globalización acentúa el abismo entre el cine pobre y un cine rico. Ello comporta, definitivamente, el peligro de la implantación de un modelo único de pensamiento, sacrificando a su paso la diversidad y la legitimidad del resto de las identidades nacionales y culturales”.

Pero cabe significar otros peligros para nuestro cine, para nuestras culturas. Las dinámicas de las nuevas tecnologías, las estéticas, códigos o signos que traen consigo, son los otros desafíos que debemos encarar con lenguajes propios, con acentos renovados y estéticas de lúcidas envolturas.

No se trata solo de identificar y desmontar su basta arquitectura, sus signos homogeneizadores. Urge jerarquizar y socializar en América Latina con pensada estrategia cultural, nuestros cimientos de identidad que el pensamiento occidental se aferra en despreciar e ignorar. Las políticas de la geografía continental han de engarzar valores comunes, ponderando también los que nos distinguen como naciones. El cine ha de servir al bien común de nuestros pueblos materializado desde las estrategias locales, pero imbricados en una articulación regional.

El cambio tecnológico en esta era asociado al andamiaje digital y sus implicaciones en el cine, son parte de los apuntes que definen esta entrega de Humberto Solás. Su mirada se construye desde sus prácticas cinematográficas incorporando esencias y cauces artísticos contra el pensamiento colonizador de vestidura contemporánea. El creador de Manuela (1966), desliza un capítulo que entronca con las fases productivas de la realización audiovisual.

“Hoy día, es la revolución tecnológica en el cine, la portadora de eficaces medios de resistencia a este proyecto despersonalizador, al consolidarse progresivamente nuevas posibilidades técnicas, que como en el caso del video digital y su ulterior ampliación a 35mm reducen notablemente los procesos económicos de la producción cinematográfica”.

Dos ideas secundan este apartado que cierra un ciclo vital de sus esenciales palabras:

“Ello repercute en una gradual democratización de la profesión, al desequilibrar el carácter elitista que ha caracterizado a este arte vinculado inexorablemente a la industria”.

“Aprovechar y estimular esta reducción de costos de producción, significará en un futuro inmediato la inserción en la cinematografía de grupos sociales y de comunidades que nunca antes habían tenido acceso al ejercicio de la producción del cine, a la vez que dará perdurabilidad a las incipientes cinematografías nacionales”.

La experiencia más descollante en nuestra Isla que entronca con en esta relevante idea de Solás, es la obra ideoestética construida por el colectivo de la Televisión Serrana, una productora audiovisual de inéditos estamentos culturales, que fundó en la década de los 90 del siglo pasado el cineasta y realizador de televisión Daniel Diez.

Debemos de seguir estudiando algunos de los signos distintivos de esta experiencia, no para multiplicarla o clonarla en nuestro país, más bien para identificar las muchas otras esencias que le caracteriza y que responde a los preceptos que Humberto Solás delineó.

Erigido como proyecto humanista que ha trascendido nuestras fronteras, Televisión Serrana apuesta por la socialización del conocimiento y las experiencias audiovisuales, la creatividad que se impone al obstáculo material, el sentido de pertenencia local construido en la obra audiovisual y en las prácticas comunitarias, la puesta en pantalla de los valores sociales y culturales presentes en las localidades serranas fotografiadas con pluralidad de miradas y la construcción de un sello (de muchos).

No basta, sin embargo, desarrollar estos esfuerzos solo hacia los entramados comunitarios, periféricos o al margen de los centros culturales. Desde una perspectiva audiovisual, los grandes desafíos del pensamiento pasan también por la edificación de obras que exigen complejas producciones.

Las series de televisión o de corte cinematográfico son cada vez más aceptadas por los receptores jóvenes. De estas propuestas, reciben y codifican con particular atención los procesos dramatúrgicos, narrativos y de puestas en escena que caracterizan al género. Son lenguajes y signos que circulan entre dos fronteras (cine y televisión) reciclando los resortes que le son propios, convirtiendo esta cualidad en una de las cartas de presentación ante el cambiante escenario de códigos perceptivos (cada vez más digitales), donde las múltiples pantallas son el “nuevo y revelador” espacio de socialización. Obviamente, esta llamada de atención no discrimina a los tradicionales géneros del audiovisual.

Solas complementa el tema con un sustantivo apunte que cierra otro ciclo de su pensamiento, de fundamentales valores ideoestéticos. Lo desarrolla conjugándolo con un desafío mayor, el de romper las hegemonías predominantes en las prácticas de distribución que desconocen los valores y aciertos de las producciones nacionales. Estas experiencias están sustentadas  por normas leoninas que limitan el abanico de miradas culturales, poniendo en una falsa pantalla (otra) la alabada pluralidad.

“Ello será el baluarte fundamental para escapar de un sentimiento de indefensión ante el vandalismo globalizador y permitirá legitimar, de una vez y por todas, la polivalencia de estilos, legados y propósitos de un arte que no será patrimonio de un solo país ni de una sola e impositiva concepción del mundo”.

“Para que esto ocurra eficazmente, habrá que derribar el muro del control de la distribución cinematográfica por un solo grupo de mayores o transnacionales, que genera la alienación del público, al no tener este acceso a las obras de sus autores nacionales”.

“Ello nos permitirá luchar contra el espectáculo de la violencia gratuita cinematográfica, que envilece a las audiencias y especialmente a los espectadores más jóvenes”.

El cierre del Manifiesto es aleccionador. Pone en el cenit de nuestras miradas  un significativo apartado de la creación artística.

“Una gradual desalienación del público solo será fecunda si los diferentes gobiernos implantan acciones legales que apoyen la producción y la distribución de sus obras cinematográficas autóctonas”.

El necesario ejercicio de políticas públicas en favor del cine y del resto de los audiovisuales, ha de ser sustentado por estrategias que favorezcan el demandado abanico de dispares temas, de las acciones que jerarquicen diversas corrientes estéticas y modos de narrar, cuyos pilares artísticos y de realización sean fortalecedores de una identidad, de muchas identidades.

A los gestores de las políticas les asiste el deber de cristalizar acciones que contribuyan a la jerarquización de los principios fundacionales de la sociedad, con apego a las esencias que caracteriza a toda obra humana.

Todos estos preceptos, y muchos otros, han de estar al servicio de la responsabilidad social y los valores de una nación donde el creador es parte vital para su materialización. Unas políticas que no han de discriminar las otras culturas, las foráneas, praxis sostenida por el ICAIC durante décadas, cuya mejor expresión es el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.

[i] Cine y compromiso. Humberto Solás: por un arte inconforme. Lucía López Coll. La Gaceta de Cuba. No 3, 1993.

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu

*Licenciado en Comunicación Audiovisual (Instituto Superior de Arte). Editor del blog CineReverso. Productor y guionista de cine y televisión. Articulista de la revista cultural La Jiribilla. Colaborador de las publicaciones Cubadebate, Cubarte y Cubainformación, esta última de España.

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El seductor desafío de la iconografía en el audiovisual cubano. Por: Octavio Fraga Guerra*

El hombre de MaisinicúI

El ser humano, permanente lector, asimila e interactúa con entornos citadinos o rurales, interpreta y evalúa disímiles textos, entabla una mirada crítica sobre la evolución o los retrocesos de las individualidades y grupos sociales.

En otro nivel, se posiciona sobre las problemáticas que le competen, inquietan o afectan. La economía, la política, la cultura, los problemas medioambientales son parte de sus habituales tópicos, sus más declarados intereses. Son prácticas que se entrecruzan, transitan por los necesarios juicios, por el discriminar o desechar partes de un todo.

Esta experiencia suele desarrollarse desde un presente que incorpora otras perspectivas ancladas en los pilares de la historia, en los medulares ejes de la cultura o en las más descollantes evoluciones que son propios de la política, la sociedad o la economía. Todas ellas, y muchas otras, son vitales para construir individualidades apertrechadas de argumentos críticos y saberes, en una era en la que se afianza y materializa el concepto de ser ciudadanos globales.

Alineados a los principios comunes de la humanidad, no solo lo interpretamos nuestro entorno, también lo construimos en función de los valores comunes de cada país, de los de otras geografías. Ante este perenne desafío es imprescindible edificar un capital simbólico, un universo iconográfico desde los trazos de la retórica y la subjetividad, desde las fortalezas del discurso de la ficción y el documental, junto al amplio abanico de formas narrativas que distinguen al audiovisual contemporáneo.

Las imágenes configuran las perspectivas de nuestras ventanas sociales y tienen efectos reales en la conciencia y la praxis. Marcan pautas. Son protagónicas en la contemporaneidad las lecturas de textos fílmicos que conducen hacia una percepción sobre otros pueblos, culturas e identidades y, por supuesto, nos dibujan las realidades locales.

Sumadas todas estas tesis como un libro mayor, al audiovisual le distingue el ser resuelto multiplicador de valores comunes en una sociedad global cada vez más conectada. Son, en definitiva, juicios fortalecidos por el debate y la búsqueda incesante del conocimiento.

II

¿Es acaso la mirada una forma de medida de la verdad o es más bien una forma de concebir la existencia de una verdad que construye el sujeto con su discurso de veracidad?

Sobre el asunto, el semiólogo Umberto Eco define a la cultura como un conjunto de sistemas de representación o significación que la hacen más virtual que real. Nada parece ser más real que la cultura en la que vivimos inmersos. Esta condiciona formas de vida y pensamiento, el trazo de nuestro diario y modos de comportarnos en la sociedad. Sin embargo, vivimos permeados por entidades ficcionadas claramente virtuales. La pintura, los cuentos y leyendas, la literatura, el cine, la música son parte de ese andamiaje simbólico que nos nutre, nos fortalece.

El mundo subjetivo que ofrece el audiovisual se ha incrementado de manera exponencial a partir de la cambiante dinámica del escenario digital. El lenguaje y las imágenes a través de la prensa, la literatura, la televisión, el cine, el video clip o el internet han introducido en lo cotidiano otra realidad que se complementa continuamente con el mundo real de los amigos y la familia.

Sin embargo, amerita hacer una parada en la ruta de este texto. A muchos jóvenes se les inculcan hábitos perceptivos que les sesga el asombro. Su mirar y escuchar no han sido educados en la profundización, en aprender a leer del pasado en tono de presente, en tomar referencias culturales e históricas de textos pretéritos, en hacer juicios de rigor crítico.

Esos hábitos les dificultan la captación de arquitecturas más ricas y complejas frente a piezas más elaboradas de vastos resortes narrativos. Valorar a plenitud la riqueza de la obra de pintores cubanos como Lam, Portocarrero o Mendive, exige un conocimiento previo, un construir referencias, un ejercicio de lectura que se fortalece con la asidua dedicación.

En definitiva, estamos ante el demandado, y aún no resuelto, ejercicio para la construcción de lectores críticos en una era digital, que trae implícito otros códigos culturales, lenguajes o signos. Son, en definitiva, ese arsenal de códigos que hoy se construyen con interminables conjugaciones de ceros y unos.

Cualquier tema, por muy simple que parezca, requiere del necesario entrenamiento y predisposición para percibir el orden, la estructura y la significación presente en toda obra. Obviamente, dicha idea engarza con todas las artes y las vastas formas de hacer literatura, con las otras materias de las humanidades y las ciencias.

III

Asistimos a una era compulsiva, cuyo signo recurrente es el apoderarse de imágenes mediante cámaras fotográficas y móviles, o la avidez por acumular música y audiovisuales sin discriminar géneros, valores, aportes culturales. Un anaquel digital donde lo significante es “tener” la última película que todavía no se ha estrenado y que circula en el mercado, el otro. Todo ello se expresa como síntomas del exceso cinético en que se ha instalado la sociedad actual. Un mundo de usar y tirar, de acumular y reciclar.

Los símbolos son representaciones, formas culturales gestadas y consensuadas en las relaciones sociales que transitan por un proceso de selección, que ejercen efectos en la conducta. De esta manera, el pensamiento estructura y da forma a la experiencia, dinamiza el desarrollo de la sociedad y su cohesión hacia principios y valores que identifica grupos culturales, naciones. La mirada se educa desde el ámbito cultural; también desde las prácticas sociales, que son variadas y específicas.

En reiterados estudios sobre tan complejo tema se ha identificado que los adolescentes han ampliado sus formas de asimilar el conocimiento, marcadas por un uso intensivo de las nuevas tecnologías. Son protagonistas de un ciclo que algunos teóricos definen como de intertextualidad participativa. Por tanto, el lenguaje audiovisual es mucho más consonante para ellos que la tradicional lectura de libros impresos.

A nivel global, hemos pasado de la pantalla espectáculo (cine y televisión) a la pantalla omnipresente y multiforme, planetaria y multimediática. En el caso del cine, frente a quienes hablan de su muerte, Lipovestsky sentencia: “el verdadero cine no cesa de reinventarse. Incluso enfrentado a los nuevos desafíos de la producción, la difusión y el consumo, el cine sigue siendo un arte de un dinamismo pujante cuya creatividad no está de ningún modo de capa caída”.

Elpidio ValdésIV

¿Cómo poner en contexto este tema ante la aritmética de la sociedad cubana hoy? Se impone significar los antecedentes audiovisuales en nuestra isla. Una práctica que amerita no perdamos de vista con enfoques de aprendizajes para calibrar sus aciertos referenciales.

No pretendo hacer la historia de la televisión y el cine cubanos. Este último, ampliamente estudiado por varias generaciones de críticos, investigadores y cineastas, revisitado desde muchos ángulos pertinentes, cuyos principales centros promotores son la Cinemateca de Cuba y Ediciones ICAIC. Dos instituciones culturales que desarrollan una meritoria labor de acompañamiento al arte cinematográfico, fortalecido en los últimos años por el experimentado editor del libro cubano Pablo Pacheco (Madruga 1945-La Habana, 2014).

Si hablamos de íconos construidos por más de 50 años de revolución cultural, es de justicia desbrozar todo un gran andamiaje de signos fundacionales “presentes” en nuestro audiovisual, donde ocupa un lugar prominente el animado de Elpidio Valdés. Un singular y aglutinador personaje cubano creado por Juan Padrón, Premio Nacional de Cine.

En un agudo ensayo publicado por La Gaceta de Cuba: El reverso mítico de Elpidio Valdés[i], su autor Justo Planas, nos deja una primera idea de meridiana actualidad. “La saga de Elpidio Valdés ofrece a los cubanos un espejo donde asomar sus ideales, les entrega un héroe hecho con retazos de su sicología, y a la par, ratifica los principios del socialismo como ideología nacional”.

Sobre el mito, un eje que ha de estar en las construcciones de las políticas culturales cubanas, Planas expresa con rigurosa escritura: “Las civilizaciones modernas necesitan aún de ellos, ya no para desentrañar problemas climáticos, sino para sostener y reflexionar acerca de sus costumbres, su sistema moral y la postura de sus integrantes frente al mundo. Arropados ahora en el lenguaje audiovisual, como antaño abandonaron la narración oral para encontrar el alfabeto, los mitos aún mantienen en sintonía el presente y el pasado de una cultura y permiten que los pueblos existan como algo más que una sumatoria de seres humanos”.

El articulista vuelve sobre el legendario personaje animado: “Más que la victoria de la inteligencia contra la fuerza bruta, más que la derrota de la máquina por la naturaleza, simboliza la perseverancia de una cultura (la cubana) en tiempos de invasión tecnológica”.

¿Están presentes hoy en nuestro cine y televisión los impostergables atributos socioculturales que distinguen a nuestra nación? ¿No es acaso un necesario capítulo como para pensar en nuevas historias, en visibles estrategias o pensados personajes, ricos en matices socioculturales? Definitivamente sí. La cronología del audiovisual cubano nos ha dejado esas esenciales huellas.

En silencio ha tenido que ser (1979), es para muchos estudiosos (yo incluido) la mejor de las series televisivas producida en estas cinco décadas de cultura revolucionaria, protagonizada por el actor Sergio Corrieri con su personaje David, que fue leyenda. Narró excepcionales episodios inéditos basados en hechos reales, vinculados a la infiltración de miembros de los Órganos de la Seguridad del Estado Cubano (que desarticularon algunos de los planes terroristas ideados contra nuestra nación desde Washington) dentro de los grupos más reaccionarios de cubanoamericanos asentados en los Estados Unidos.

La serie logró eclipsar a los telespectadores con capítulos sobre el tema, desconocidos o poco tratados en nuestros medios. El equipo de realización de En silencio… puso en el núcleo de la sociedad cubana hechos verídicos bien imbricados con esenciales momentos de nuestra epopeya nacional. Las contradicciones intrafamiliares, las problemáticas generacionales, entre otras, fueron dibujadas con maestría y acierto por su realizador Jesús Cabrera, consciente de la responsabilidad y el encargo que tenía en sus manos.

También del género policíaco, Julito el pescador, trasmitida en 1980, fue otra gran entrega del experimentado director. Narra la historia de un pescador cubano que se infiltra en las filas de la CIA para alertar de planes terroristas contra nuestra nación. Pero este otro agente se mueve en las zonas más humildes de la sociedad cubana.

Interpretado por el excepcional y cubanísimo actor René de la Cruz, logró la empatía de los telespectadores. Su carisma, la manera tan campechana y desenfadada en que se desenvuelve, su natural sentido del humor, son atributos del personaje que dejaron huellas en los telespectadores de la década de los ochenta. Una trama no excepta de emociones, reconocidos acertijos socioculturales y sentimientos patrióticos, cuya identidad quedó bien delineada.

En esos años, el realizador Eduardo Moya aportó a la parrilla de programación de nuestra pequeña pantalla la serie Algo más que soñar, una rigurosa producción de la Fílmica de las FAR que entroncó muy bien con esa línea iconográfica, que urge edificar para conformar otro capital simbólico.

Historias de vida, tramas de grandes curvaturas escénicas y dramatúrgicas, renovados conflictos que atraparon la mirada de los jóvenes, claramente representados. Sus sueños, la muerte al fragor del combate, el sentido del compromiso, los variados retratos sociales, fueron algunas de las fortalezas de esta gran producción, bien depurada y sentidamente cubana.

Moya contó con la complicidad de los experimentados Eliseo Altunaga (guionista) y Ángel Alderete (director de fotografía), claves en la construcción narrativa y en la puesta en escena. La rigurosa selección de los actores fue medular en este audiovisual cubano. Isabel Santos, Beatriz Valdés, Luis Alberto García, Patricio Wood y Rolando Brito fueron las figuras principales de dicha entrega, que caló en varios estratos sociales de nuestra contemporaneidad, definida hoy como una obra de excelencia.

El cine cubano retrató a nuestros héroes en significativas producciones. No solo a patriotas de la guerra de independencia contra la colonia española y de la lucha por la dignidad que encabezó el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la Sierra Maestra. Pero filmes como El hombre de Maisinicú (1973), de Manuel Pérez Paredes, fue de esas grandes entregas del ICAIC que abordó otras zonas de nuestra historia. El guión, escrito por el realizador con la complicidad de Víctor Casaus, fotografió la lucha contra bandidos en la naciente Revolución cubana y al joven Alberto Delgado y Delgado.

El filme, épico y fecundo, caló en nuestro pueblo, que empezaba a ver el cine como parte consustancial de su cotidiana vida. La obra fue construida desde el necesario rigor histórico y encendidas escenas, apertrechadas por el suspenso y el valor dramatúrgico que toda narración ha de poseer en función del relato que cuenta.

Se impone sumar el filme de ficción Mella (1975), de Enrique Pineda Barnet, Premio Nacional de Cine 2006, escrito a cinco manos por el propio realizador junto a Julio García Espinosa, Eduardo Rodríguez, Manuel Octavio Gómez y José Massip. Esta entrega del ICAIC puso en los resortes de nuestro capital simbólico a uno de los más descollantes líderes de la nación cubana. Un texto cinematográfico que el escritor colombiano Gabriel García Márquez calificó como “el film más audaz del cine latinoamericano”.

Claramente experimental, con virtuosas composiciones narrativas que son propias del documental, Barnet biografía a nuestro Julio Antonio Mella, cofundador del Partido Comunista de Cuba. El cineasta dibujó con acierto su vida desde su protagonismo en las reformas estudiantiles universitarias hasta su asesinato en México, con tan solo 25 años. Las relaciones amorosas que vivió el joven comunista con la fotógrafa italiana Tina Modotti son parte de esa huella dramática que toda biografía fílmica ha de tener para legitimar el discurso audiovisual.

Octavio Cortázar, tras ubicarse en el mapa del cine cubano con su memorable documental Por primera vez, un filme onírico, revelador, revolucionario en cuanto a formas y abordajes estéticos, puso en todos los estratos de la sociedad su más popular obra, El brigadista, realizada en el año 1977.

Narra la campaña de alfabetización en Cuba, retratando las confrontaciones generacionales, culturales y educativas vividas en esa epopeya histórica, en clave de presente. Los valores de la solidaridad y el patriotismo, el sentido del deber con la sociedad y la nación cubana, son parte de los ejes temáticos de esta puesta fílmica que la historia nos exige repetir con renovadas narrativas en tiempos de ideas y requeridas reflexiones.

V

Muchos otros audiovisuales de valor iconográfico han sido producidos en nuestra nación por más de 50 años, una significativa suma de textos que podrían ser enunciados en este artículo y que cerrarían el circulo de lo que constituye el capital simbólico cubano de estas cinco décadas. Son entregas que encierran tradiciones, enfoques historicistas, valores culturales y humanistas, de probados compromisos sociales o de valor patrio, por citar unos pocos apartados recurrentes en los análisis de los teóricos que abordan estos temas. Puestas creíbles, escritas con cuidado rigor escénico y dramatúrgico en las cuales la identidad está signada desde las narrativas construidas por sus creadores.

El panorama actual de nuestro audiovisual dista mucho de acercarse a dicha experiencia. La denotada problemática exige de un sopesado análisis de las prioridades en función de las políticas de la Revolución y de una estrategia integradora de las instituciones que construyen contenidos. Este esencial capítulo ha de partir del requerido equilibrio temático, de las improntas que dinamizan la sociedad cubana y, claro está, de aquilatar en términos de jerarquías los recursos para su materialización.

A este escenario se han de sumar muchas otros especialistas que hoy desbordan los que son propios del medio. Sociólogos, historiadores, directores de arte, investigadores sociales han de ser parte activa y protagónica junto a los hacedores del cine, la televisión y los generadores de contenidos digitales. Todo ello desde la permanente praxis que no ha de discriminar generaciones, miradas y probadas experiencias. A este gran desafío se han de incorporar los aportes de nuestros pensadores contemporáneos.

Frente a las ideas sobre la nación y sus derroteros construidas nocivamente desde el exterior e inoculadas en los diferentes estratos sociales y culturales en nuestra isla, se impone la edificación de una iconografía que tome en cuenta los citados referentes del audiovisual cubano. Una estrategia que ha de estar dirigida, con énfasis multiplicador, hacia los escenarios digitales recurrentes en los jóvenes.

Estas urgencias, claramente ideológicas, han de tener un sustento económico, un respaldo financiero que contribuya a materializarlas. Las estructuras de producción vigentes y las prácticas para concretarlas han de ser redimensionadas y actualizadas acorde con los estándares internacionales del audiovisual, caracterizados por el dinamismo y la flexibilización de los esquemas de articulación productiva y económica, entronizada con la impronta de sumar renovados contenidos.

Dicha tesis no desconoce las actuales políticas económicas del país que se distingue por la centralización, pero hemos de tener en cuenta que las dinámicas en las que se mueven las ideas a nivel global y las que tienen una clara incidencia en la sociedad cubana han de tener un contrapeso multiplicador con mirada previsora, para ajustar la relojería del audiovisual nacional. Unas trazas que han de entroncar con acierto en los ejes de las políticas culturales de la Revolución. Este tema, bien complejo, amerita un punto y aparte, pues constituye uno de los asuntos neurálgicos que incide no solo en estas manifestaciones del arte, también en las instituciones constructoras y generadoras de contenidos ideoestéticos.

La historia de nuestros héroes, incluidos los más contemporáneos; las fortalezas de nuestra cultura (toda) dibujadas con textos audiovisuales de gran factura; las epopeyas que ha vivido y sigue viviendo nuestra nación en los últimos lustros; los medulares relatos presentes en nuestra literatura; las más agudas reflexiones de nuestros investigadores sociales son parte ese arsenal que debemos redimensionar para la edificación de ese demandado capital simbólico. El desafío es enorme y, a la vez, seductor.

[i] La Gaceta de Cuba, no. 1, 2010, pp. 48-51.

Tomado de Notas del Reverso de: http://www.lajiribilla.cu

*Licenciado en Comunicación Audiovisual (Instituto Superior de Arte). Editor del blog CineReverso. Productor y guionista de cine y televisión. Articulista de la revista cultural La Jiribilla. Colaborador de las publicaciones Cubadebate, Cubarte y Cubainformación, esta última de España.

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La pupila: una lúcida apuesta televisiva. Por: Octavio Fraga Guerra*

Karen Brito, la conductora de La pupila asombrada en la nueva escenografía del programa.

Karen Brito, la conductora de La pupila asombrada en la nueva escenografía del programa.

Toda obra audiovisual ha de estar marcada por la intencionalidad, por la materialización de una suma de pretendidos objetivos. Son esas brújulas las que no se han de perder para construir una identidad, un cuerpo distintivo que emerge desde la topografía del discurso, desde la confluencia de todos los recursos narrativos propios del medio.

Son las lumbres de las que se apropia el equipo de realización para hilar una buena concepción fotográfica, una puesta en escena bien pensada. Acciones que confluyen en torno al tema medular. Sin despreciar lo que a veces se subvalora, el predominio de escenarios televisivos pomposos o exageradamente austeros, que denotan ante los lectores audiovisuales vacíos creativos.

A la larga estos demeritan el esfuerzo de hacer arte desde las esencias que caracterizan a la televisión, ante los atractivos retos de las nuevas tecnologías. Un oficio colectivo en el que confluyen muchas especialidades protagónicas como partes de la construcción de un todo estético desde dos premisas inviolables: entretener y hacer pensar.

Tras un año de andares por la parrilla de programación de la televisión cubana renace con otros ropajes y renovadas historias La pupila asombrada. Una puesta que dirige el intelectual Iroel Sánchez, empeñado en hacer una televisión culta, inteligente, lúcida, despojada de la palabra fácil, del acento insulso, ese que la memoria y el tiempo afincan en los anaqueles del olvido.

Este sábado 26 de diciembre emergió el programa con otros anclajes, cartografiado desde los preceptos del minimalismo, pues lo esencial es la narrativa, lo que comparten a manera de tónicos sus interlocutores. Justificado por un guión en el que la metáfora, el momento anecdótico, el análisis construido con rigor o la palabra llana confluyen, definitivamente necesarios, claramente enriquecedores.

En esta nueva entrega sus habituales protagonistas se presentaron ante un estudio que exhibía a fondo ventanas, una parte esencial del discurso. Piezas dispares construidas para complementar, para ver más allá del dialogo que conduce la periodista Karen Brito. Son esos telones propios de los entramados de las nuevas tecnologías de la que no se escaquea esta apuesta televisiva, pues se entiende muy bien su papel como el medio y no el fin.

El estreno de este otro ropaje fue a lo grande. La estatura de nuestro Alejo Carpentier estuvo presente en cada uno de esos marcos escenográficos desde la fotografía del retrato de tejido histórico. Justificada por una exquisita labor de curaduría, reflejada en esta novedosa estela multiforme cuyo cometido es dialogar desde esos predios con un imprescindible de nuestra nación. Un escritor y periodista que ha trascendido por su obra y su ejemplar estatura de intelectual revolucionario más allá de nuestras fronteras. Reconocido en los más recónditos parajes de la geografía global.

Pero no es solo destacable la composición de fotos montadas con acierto. Más de una portada de los libros de Alejo fue parte de la pátina escenográfica que invitaba a redescubrirlo luego de una antaña lectura.

Son estelas donde caben también el cartel con sabor a historia y arte, dibujos teñidos con plumillas de carboncillo leños. Pinturas de ejemplares dimensiones que al delinearse nos engrandecen, nos revelan la fortaleza de sus íconos o la trascendencia de sus frescos. A fin de cuentas, el buen arte no está reñido con lo televisivo si se le invita a estar desde las sopesadas curvas que caracterizan a la dramaturgia del medio.

Como ya es característico en La pupila asombrada, sus creadores se apropian de todos los recursos para hilvanar ideas, para referenciar los preceptos que le asiste como propuesta audiovisual.

Un fragmento de una entrevista tomada de otra fuente, la escena memorable de una película precedida de una velada invitación para encontrarnos con ella más allá de los dominios de la pequeña pantalla. Sin menospreciar el agudo documental que pensábamos olvidado en los anaqueles de las videotecas de los archivos fílmicos y, cuando nos lo presentan con sus manchas, sus ralladuras ganadas por la callosidad del tiempo, emerge como la primera vez: sublime, esbelto, dimensionado.

Esto no es fruto de la providencia, de la divina voluntad de algún ser inmaterial que la leyenda recrea recurrente. No está sustentado el programa por carcomidos ensayos dichos ante la cámara para cautivar los ciclos del pensamiento y la memoria. Esos que aburren, que distancian al lector televisivo hacia otras ofertas de engranaje pueril.

Le anteceden calculadas palabras de esquilar, de entonación iconográfica. Textos expresados con apego a la verdad, a la historia pretérita que desde este presente televisivo se visten renovados. Insertos en un espacio de dimensiones variables donde la sorpresa y el derruir de los esquemas narrativos, funcionan para tener al espectador cautivo ante los derroteros de la pantalla. Siempre cuestionada, criticada hasta la saciedad.

Un espacio al que muchos volvemos por esa magia que le fecunda, le engrandece, le define, como un punto de encuentro social para el dialogo familiar o el debate enriquecedor entre amigos, presente en buena parte de la sociedad cubana.

Esta Pupila… fue diferente. Como ya es habitual, anticipó los temas, los más sustantivos resortes de sus paradas televisivas. Tras su evolución apeló a la sorpresa, al sobrio texto en el que la austeridad de las palabras no está reñida con lo sustantivo de su naturaleza ante el excepcional escenario donde discurre.

Una emisión donde nos hicieron cómplices de un fragmento de entrevista hecha a Silvio Rodríguez, presentada en la primera entrega de este programa para completar otro ciclo. Un testimonio del autor de Oleo de una mujer con sombrero, construida como un hipertexto. Un sumario que dialoga con el documental Cuba va, del cineasta británico Félix Greene, realizado en el año 1971. Tema para el cual compusieron Noel, Silvio y Pablo ese clásico de la música cubana que corresponde al período fecundo del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC.

Lo hicieron perfilando un nuevo leguaje, experimentado una escritura que se empeña en atrapar al lector inmerso en el zapping, en el transitar por la gama de propuestas de la televisión cubana, que urge recomponer en cuanto a contenidos, lenguajes, estéticas o facturas de realización. Un medio esencial para el fortalecimiento del intelecto, de la memoria y la necesaria historia, que algunos pintan como replegada en los habituales gustos y consumos de nuestra población, en particular de los jóvenes.

La clave de este giro es la recomposición del guión que no desecha la herencia de anteriores ediciones. En este nuevo período La pupila asombrada afina los textos hilvanando espontaneidad con precisas ideas. Confluyen géneros audiovisuales que fortalecen los anclajes fundacionales de una puesta declaramente poética, enriquecida por el uso de bastos vocabularios en la que dialogan los tres protagonistas.

Omar Valiño, se ocupa de lo cinematográfico. Crítico teatral, editor y profesor. Director de la revista Tablas y su sello Ediciones Alarcos. Autor de esenciales títulos del teatro cubano. Entre ellos: La aventura del Escambray, notas sobre teatro y sociedad; Trazados en el agua. Un mapa del archipiélago teatral cubano de los noventa.

Fidel Díaz, periodista y trovador que aborda el tema de la música. Director de la revista cultural El Caimán Barbudo. Editor del blog El diablo ilustrado. Es también autor de los libros, El Diablo Ilustrado; Cualquier flor… de la trova tradicional cubana; Confesiones; Una guitarra, un buen amor y Trovadores de la herejía, este último escrito junto al Bladimir Zamora.

Iroel Sánchez toma nota del eje central de cada entrega. Ingeniero, periodista y analista de política internacional. Trabaja en el Ministerio de Comuniaciones, es coordinador de Ecured. Editor del blog La pupila insomne. Autor del libro Sospechas y disidencias. Colaborador de varias publicaciones generalistas de Cuba y de otras geografías.

Karen Brito quién conduce esta confluencia de intelectos y disímiles personalidades se nos revela mesurada en los ritmos y tempos de sus palabras, en un dialogo donde su mirada se enrola hacia los recurrentes participantes de esta apuesta televisiva y, claro está, hacia nosotros. Por esa máxima que distingue al medio de invitarnos a entrar en el hábitat de esta nueva casa que parece otra y que nos insinúa que ha crecido. Y claro que lo aplaudo. Ella lo hace sin renunciar a lo agudo de la palabra, a lo esencial de la letra esbelta. Sigue tomando del espíritu y el verso de la poesía que nos aporta el buen periodismo literario.

En La pupila asombrada han estado presente desde sus inicios las nuevas Tecnologías de la Informática y las Comunicaciones. Esta otra temporada anticipa su continuidad. Responde a la lógica de un incremento de estos otros lenguajes en la sociedad contemporánea. En especial en los jóvenes que marcan los ritmos, las aspiraciones y los gustos en torno a ella. Un entramado interactivo nada despreciable ante los retos de nuestro país, donde los contenidos, los géneros y los modos en que es construido lo audiovisual se bifurcan, se trasgreden, se explosionan. Estamos viviendo una era de fusiones, de mestizajes, de interactividad social.

Es de agradecer en cada entrega de estas últimas emisiones algunas partes del filme documental De la servidumbre moderna. Una apuesta audiovisual donde el texto es tono, narración omnipresente que incentiva la autorreflexión de otras lecturas que complementan. Se construye a partir de la retórica del lenguaje, del discurso encendido y cuestionador del otro, del nosotros. Una sólida pieza de obligada consulta para desgranar los parajes del futuro presente.

El anticipar el eje temático de la próxima entrega es otro acierto de esta puesta. La pupila asombrada nos invita a descubrir los sinuosos entramados de “los padrinos…”. Esa inmoral la mafia venida de los Estados Unidos que el escritor Enrique Cirules dibujó en su ensayo El imperio de La Habana.

Aflora un nuevo aliento estético, otra manera de hacer televisión con esta Pupila… El responsable de este giro es Mixael Porto y el equipo de los Estudios de Animación del ICAIC, que han trazado otra oratoria televisiva, otros criterios en cuanto al guión y al uso de los recursos narrativos en torno a una puesta en escena que nos conduce hacia lo medular.

Volveré en otra ocasión sobre este espacio afincado en el Canal Educativo 2. Todo un reto, tomando en consideración que se tramite los sábados a las 8 y 30 de la noche, justo después del Noticiero de la Televisión Cubana.

OFG*Licenciado en Comunicación Audiovisual (Instituto Superior de Arte). Productor y guionista de cine y televisión. Articulista de la revista cultural La Jiribilla. Colaborador de las publicaciones Cubadebate, Cubarte y Cubainformación, esta última de España.

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Cartografía del cine cubano actual. Por: Octavio Fraga Guerra*

Cine CubaLa ley 169 del 24 de marzo de 1959 es el signo legal que fundó el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográfica (ICAIC). Un gran acto de la política cultural del naciente gobierno revolucionario cubano que ha trascendido por décadas ―hasta hoy― como paradigma entre las instituciones culturales nacidas en una obra humanista. Nación que asume el antimperialismo y el marxismo como principios medulares de su praxis ante una sociedad culturalmente heterogénea, donde los valores son los resortes que la afianzan. Pueblo en permanente cambio, en constante evolución, en el que el mayor de sus empeños es la dignidad del ser humano.

El ICAIC construyó una industria inexistente en el periodo prerrevolucionario y una red de exhibición que llegó a lo más apartado de la geografía cubana con los cines móviles, coherente con esa gran epopeya que hizo posible alfabetizar a miles de obreros y campesinos sumidos en el abandono, en el desprecio de los politiqueros de la Neocolonia, entregados a las apetencias del imperio, a la multinacionales afincadas en nuestra geografía y a las inmorales prácticas de la mafia norteamericana que hacía y deshacía en Cuba con absoluta impunidad, bajo la estrecha complicidad de los gobiernos de turno.

En esta gran gesta cultural se involucró el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT). Espacios como Historia del Cine o 24 x segundo, fueron algunos de los pioneros de ese empeño ante un lector que disfrutaba de una excepcional programación cinematográfica. Un dibujo animado, un noticiero ICAIC, un documental, más una ficción internacional o de casa, constituyó el abanico de la gran pantalla. Se construyó un lector crítico, exigente, culto, permanente empeño de la obra de la Revolución.

Una potente cultura del cine multiplicada en nuestra sociedad que se fortaleció con la creación de la revista Cine Cubano y el sello Ediciones ICAIC, para el fomento de la lectura y el conocimiento de un arte que exige la presencia cómplice de muchas otras artes.

La primera edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana fue inaugurada el 3 de diciembre de 1979. Se incorporó para contribuir a impulsar esa gran estrategia integradora, anti hegemónica, frontal ante los preceptos elitistas de la sociedad occidental, donde la mediocridad cultural y lo claramente banal vienen ganando protagonismo. Fundado por el ICAIC para jerarquizar y promover los valores, las fortalezas de la identidad cultural latinoamericana y caribeña, sin excluir en su programación a lo más representativo del cine contemporáneo de otras latitudes o clásicos del cine universal de obligada relectura, por ese empeño de fomentar una plural y enriquecedora cultura en nuestra sociedad, desde las pautas del eclecticismo que nos aporta el arte cinematográfico.

Bajo el abrigo de la Universidad de las Artes, pretéritamente conocida como Instituto Superior de Arte, se funda la Facultad de Comunicación Audiovisual. En ella han sido graduadas varias generaciones de creadores que hoy aportan obras y talento, no solo desde las instituciones del estado, también desde las llamadas producciones independientes que emergen con fuerza, con nuevos modos de producción, estéticas o estructuras narrativas, contribuyendo a pintar la cartografía del cine cubano actual.

Al amparo de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, creada por el periodista y escritor colombiano Gabriel García Márquez, la complicidad del líder histórico de la Revolución Cubana Fidel Castro Ruz y un grupo de prestigioso cineastas e intelectuales de Nuestra América, nace la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, una institución que ha formado a miles de creadores de toda la geografía planetaria. Junto a la Facultad de Comunicación Audiovisual de nuestra Universidad de las Artes, ha sido uno de los principales espacios de formación académica del audiovisual, como parte de esa lógica y esa política integradora en la que las artes constituyen un engranaje cultural cuyos resultados son las producciones que cada año se materializan en Cuba.

Durante varias décadas nuestro cine fue tomando identidad, fuerza, prestigio internacional. El lector cubano respondía con su presencia a los estrenos del ICAIC siendo el más agudo e incisivo de todos los críticos, por esa lógica de formación social cimentada mediante la estrategia humanista de la Revolución. Porque la cultura sigue estando en el eje de la política del estado socialista, que puso acertadamente el ideario martiano en la brújula de nuestras gestas patrióticas, sociales y culturales.

Más del 60 por ciento de nuestra industria quedó trunca por la ruptura del esquema de colaboración engranado con los países socialistas de Europa Oriental tras la caída de ese bloque. La cultura y el cine no quedaron al margen de ese panorama. Esa realidad conocida como Período Especial, ralentizó los niveles de producción alcanzados en nuestra Isla.

El cine cubano tuvo su mayor esplendor de obras estrenadas en la década de los ochenta del siglo pasado. La dinámica que Cuba había heredado del cine occidental, caracterizada por el tipo increcento, se vio resquebrajada a inicios de la década de los 90, erosionando los predios y ritmos de producción cinematográfica. Esa tesis responde al supuesto de que mientras más películas se materialicen,  mayores son las probabilidades de incorporar obras notables en arte final.

A este inédito escenario se suma el reforzamiento del bloqueo económico, comercial y financiero, construido y afinado por sucesivas administraciones de la Casa Blanca ―aún vigente―, violando la soberanía de las naciones que no aceptan esas políticas de intromisión.

Es un hecho que se sigue produciendo cine cubano. Un arte que resulta muy costoso a pesar de las nuevas tecnologías asociadas a lo digital, que aceleró procesos de producción con el deseado abaratamiento tras la materialización de las diversas etapas que le caracterizan y su posterior puesta en pantalla.

Ciertas críticas con acento lapidario sobre lo producido por el ICAIC en estos últimos cinco años, denotan una pérdida de perspectiva sobre el escenario real de nuestro séptimo arte. Toda obra de creación humana está sujeta a la crítica que ha de ser fomentada, jerarquizada por los medios de comunicación desde el ejercicio del rigor y por las instituciones culturales que no deben menospreciar cada línea, cada minuto de pantalla, o cada emisión radial que aborde los rumbos de nuestro cine desde los derroteros de la cultura.

Si hacemos un corte de estos últimos cinco años veremos un dibujo alentador, renovado, plural en cuanto a temáticas y estéticas, en el que la fotografía, el diseño escenográfico, el trabajo de dirección de actores (significando la participación de niños y niñas), las puestas en escenas o la dirección de arte, una especialidad cada vez más necesaria en el desarrollo de toda obra audiovisual, son parte de los aciertos de una generación de creadores. O más de una, que conviven y cimentan obras para aquilatar y reconducir los rumbos de lo que será en los próximos años la escenografía audiovisual cubana.

Habanastation, de Ian Padrón; Sumbe, de Eduardo Moya; Verde verde, de Enrique Pineda Barnet; Esther en alguna parte, de Gerardo Chijona; José Martí: El ojo del canario, de Fernando Pérez; La película de Ana, de Daniel Díaz Torres; Boccaccerías Habaneras, de Arturo Sotto; Conducta, de Ernesto Daranas; Casa vieja, de Lester Hamlet; Páginas del diario de Mauricio,de Manuel Pérez; Vestido de novia, de Marilyn Soraya; Fátima o el parque de la Fraternidad, de Jorge Perugorría; o La emboscada, de Alejandro Gil, son algunas de las más significativas obras producidas en este lustro.

En este 2015 se han materializado otras piezas fílmicas que suman y enriquecen lo ya producido en este período. Bailando con Margot, de Arturo Santana, La cosa humana, de Gerardo Chijona; Cuba libre, de Jorge Luis Sánchez; Vuelos prohibidos, de Rigoberto López. Todas ellas se integran a este diapasón audiovisual en el que han convivido estéticas diversas, disímiles estructuras narrativas, y lo más significativo, temáticas dispares que fortalecen el espectro cinematográfico del cine nacional.

Temas históricos tan necesarios en nuestra filmografía comparten protagónicos como la diversidad sexual, los problemas de género, los asuntos más pedestres de sociedad contemporánea o el resquebrajamiento de valores, ante la impronta de una realidad social cambiante, retratados con voz propia por nuestros creadores al amparo de una institución cultural del estado.

Esta ha de seguir siendo la práctica de una institución cuyo legado fue la obra de sus fundadores, que supieron encarar la responsabilidad de hacer arte a tono con su tiempo, con los retos de la historia pretérita, presente y futura de una Revolución que evoluciona, que se transforma a tono con los tiempos históricos.

Esta medular idea implica involucrar a nuevos creadores, a todos los talentos, que son parte de este gran arte. A los críticos, los medios de comunicación, los gestores de las instituciones culturales y de gobierno que sienten el cine como la vida, pues han de ser parte y cómplice de estos tiempos marcados por los cambios estructurales de la economía que se renueva con nuevas formas.

Se impone materializar las temáticas venidas de los creadores que contengan valores culturales, aciertos estéticos y renovadas estructuras. Y las de interés de la Revolución ante un escenario de signos, de metáforas, de puestas en escenas, de sutiles campañas que pretenden resquebrajar la unidad de la nación. Lo ha de hacer un ICAIC con una estructura de producción renovada, autosuficiente, gestora de proyectos sociales y culturales, sin desprenderse de sus responsabilidades con el ejercicio de la política y la defensa de los intereses de los creadores que han de hacer causa común por los principios de la nación cubana.

Un encendido y apasionado debate se viene produciendo en los últimos dos años entre los cineastas en torno a la creación de una ley de cine. Con la aspiración de materializar una legislación que proteja sus derechos, establezca nuevas fórmulas de producción, nuevos esquemas de trabajo o renovadas acciones de comercialización y distribución que oxigenen la economía de las producciones cinematográficas de casa.

Si bien estas legítimas demandas han tomado de otras legislaciones foráneas para la construcción de un corpus legal que cierre un cúmulo de expectativas, construidas al calor de los debates, se ha de tener en cuenta las fisuras de reglamentaciones que dan espacio a lo banal, a lo que marca el mercado occidental liderado por las grandes productoras de los Estados Unidos. Esas que le imponen ―incluso― a sus “socios” europeos, paquetes de consumo a manera de convoyados para condicionar la compra de lo escogido y lo mediocre en términos culturales, para multiplicar la presencia del cine norteamericano en la geografía global. Una torpe imposición de hegemonía cultural e ideológica inaceptable para la política cultural cubana.

Esta necesaria ley no ha de ser usada como punta de lanza, como catapulta contra los pilares de la Revolución, donde el ICAIC constituye un escenario vital, referencial ante una obra mayor gestada desde los inicios de la rebeldía nacional: la cultura cubana. Los tonos, adjetivaciones catárticas, acentos y palabras agresivas que pretenden fragmentar la sociedad, son ajenos al ejercicio del debate cultural. Las provocaciones venidas de elementos serviles son inaceptables para las nobles pretensiones de los cineastas cubanos que no admiten mercenarios construidos a la medida del pensamiento reaccionario anticubano.

El reto es grandioso. Se trata de hacer una obra propia, de acento nacional, despojada de injerencias foráneas, de intromisiones ajenas a nuestra cultura, a nuestra rica historia; y a la vez, que sea sostenible, autosuficiente, culta.

Tomado de la columna Pensar el cine de: http://www.cubarte.cu

OFG*Licenciado en Comunicación Audiovisual (Instituto Superior de Arte). Productor y guionista de cine y televisión. Articulista de la revista cultural La Jiribilla. Colaborador de las publicaciones Cubadebate, El Caimán Barbudo y Cubainformación, esta última de España.

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¿Por qué no un cine por encargo? Por: Octavio Fraga Guerra*

Julio Antonio Mella. Cofundador del Partido Comunista de Cuba y de la Federación Estudiantil Universitaria

Julio Antonio Mella. Cofundador del Partido Comunista de Cuba y de la Federación Estudiantil Universitaria

Me apetece iniciar este artículo con una cita tomada del libro, Cine de historia, cine de memoria. La representación y sus límites, de Vicente Sánchez-Biosca. Un texto de espesura intelectual, que en la introducción anticipa los mares de sus rutas y los puertos por donde se arrima. El ensayista construye una tesis, siempre discutida, sobre la relación entre la historia y el cine. “La Historia no son los hechos acontecidos en el pasado; es un discurso (en realidad, un conjunto casi infinito de discursos) que trata(n) de explicarlos, conectados inscribiéndolos en cadenas causales que les otorgan sentido”.[i]

Sobre los personajes y los hechos Karl Marx significa otra idea a manera de contraposición, o más bien de cierre, sintetizando el amplio abanico de aristas y conceptos que proliferan en torno a este dueto de nominales palabras. “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa”.[ii]  Obviamente el gran filósofo alemán interpreta el término farsa como ficción, como historia construida desde el imaginario, término recurrente en el andamiaje teórico del teatro que el autor de El capital jerarquiza cuando se trata de apostillar sobre la historia y sus derroteros, llevados creativamente al presente.

La labor del periodismo, definitivamente ligado al cine documental, nos exige tenerlo en cuenta. Sobre sus dones, sus acusadas técnicas y sus inviolables principios, Kapuscinsky trazó una meridiana esencia que entronca con la naturaleza de la no ficción. “Nuestra profesión nos lleva por un día por cinco horas, a un lugar que después de trabajar dejamos. Seguramente nosotros nunca regresaremos allí, pero la gente que nos ayudó se quedará, y sus vecinos leerán lo que hemos escrito sobre ellos”[iii]. El también autor de Los cínicos no sirven para este oficio, suscribe en esta sentencia concepciones sobre el presente, sobre la inmediatez de un suceso narrado desde las herramientas del periodismo, que el tiempo, inexorablemente, lo ubica en las baldas de la memoria.

Siguiendo esta estela de notas, necesarias para armar un discreto mapa sobre la historia, los personajes y los hechos, cabe subrayar lo escrito por el historiador inglés Edward H. Carr. “… los hechos de la historia nunca nos llegan en estado «puro», ya que ni existen ni pueden existir en una forma pura: siempre hay una refracción al pasar por la mente de quién lo recoge. De ahí que cuando llega a nuestras manos un libro de historia, nuestro primer interés debe ir al historiador que lo escribió, y no a los datos que contiene”.[iv] Desde la perspectiva del cine, Carr nos estaría hablando del punto de vista, de la personalísima mirada del autor cinematográfico que escribe letra fílmica con la imagen y el sonido.

De todas las tesis aquí reunidas, la más provocadora y cuestionable es la que  rubricó el también historiador Carl Becker. “… los hechos de la historia no existen para ningún historiador hasta que él los crea”.[v] Este juicio resulta un tanto reduccionista, obsoleto desde la mirada del presente. La evolución del pensamiento y los modos de contar se han diversificado, el gran salto ante esta inobjetable verdad lo han dado las “nuevas” tecnologías. Con ellas se ha socializado a escala global la información, el análisis de los temas o los hechos que los medios reproducen sin desconocer lo obvio: los enfoques editoriales o la manera en la que se ha construido lo noticioso.

Ante este tejido de ideas y su relación con el cine se impone rallar unas cuantas preguntas. ¿De qué vale esa excepcional biblioteca vestida de memoria si no la reconstruimos con renovado oficio? ¿Qué prácticas materializar para jerarquizar los significantes hechos pretéritos aún no abordados o los que amerita retomar, así como los personajes que hicieron historia? ¿Ante los nuevos receptores inmersos en las bondades de plurales escenarios comunicativos, qué le asiste hacer al cine ante la descollante historia que nos define?

El cine que aborda la historia ha de convivir en permanente diálogo, en dibujado equilibrio con el otro cine: el que escribe la realidad, subraya el presente, lo construye desde una crítica culta (medular en nuestras pantallas), cuyas producciones requieren presencias en cuanto a balances temáticos y corrientes estéticas de diversos acentos. Un arte cinematográfico enriquecedor, en declarada responsabilidad, sentido de la ética y compromiso con su tiempo, con el ahora y el futuro. Que se nos anticipa arropado de pronósticos, de variables, de rutas por tomar. Hablo de narraciones que se deben de apropiar de la cultura nacional, sin menospreciar las otras, las foráneas. La de casa está cimentada también desde la apropiación, el mestizaje, el aprender de sus lumbres o el significar lo que resulta válido del escenario global sin perder nuestras raíces, nuestras vigorosas raíces.

Las artes plásticas, la literatura, las variadas formas escénicas, el periodismo, las ciencias sociales ―por citar unas pocas―, son parte de esa biblioteca construida por la obra de la Revolución. Una sociedad humanista que no desconoce los valores educativos y culturales heredados de etapas anteriores. Ponderando las que resultan esenciales para un proyecto social siempre inconcluso, declaradamente imperfecto, referencial en toda la geografía planetaria cuando se trata de jerarquizar la educación, la cultura, el conocimiento.

El audiovisual, y el cine en particular, han de seguir tomando de esas fuentes, de esos bienes culturales construidos con sabia, haciendo arte desde una acusada renovación de los lenguajes, jerarquizando signos y estéticas, o aquellos valores más apegados a los principios fundacionales de la sociedad cubana. Fortaleciendo los que resultan paradigmáticos o los que aún no han calado en esos lectores de las “nuevas” tecnologías. Ávidos de textos fílmicos inteligentes, de desenmohecidas texturas, de símbolos, imágenes o dramaturgias que engarcen con las líneas y carrileras del discurso contemporáneo, construidos con las fortalezas de la verdad.

El tema exige un detenerse con la historia. La televisión y el cine cubano han producido memorables obras que son parte de la gran biblioteca de la Revolución. Centenares de pasajes, hechos y personajes están recogidos en esa memoria audiovisual donde no han faltado los más trascendentales acontecimientos del mundo. La copiosa obra de cine documental tras la gesta revolucionaria del 59 y el Noticiero ICAIC Latinoamericano, dirigido por el genio de Santiago Álvarez, son referenciales de lo hecho hasta hoy.

Esos valores atesorados durante más de cinco décadas no pueden ser olvidados. Se impone reciclarlos, socializar sus esencias con mirada historicista a la par de las nuevas producciones que escriben del presente. Personajes y hechos han de ser narrados con palabras fílmicas, con acento documental y escritura ficcionada. Ejemplares personajes ―algunos ya tratados en el cine― ameritan ser retomados en las pantallas.

«El Mayor», General del Ejercito Libertador Ignacio Agramonte; el cofundador del Partido Comunista de Cuba y de la Federación Estudiantil Universitaria, Julio Antonio Mella; el poeta y luchador revolucionario Rubén Martínez Villena; el líder estudiantil camagüeyano Rafael Guerra Vives, asesinado por los esbirros del criminal Esteban Ventura Novo o el joven revolucionario santiaguero Frank País, quién acompañó las acciones del Ejército Rebelde en los llanos de Cuba desde el Movimiento 26 de julio fundado por Fidel.

Estos son algunos de los tantos jóvenes paradigmas de la nación que amerita escribirse o reescribirse con letra audiovisual. Sus vidas son referenciales, genuinas, de singulares estaturas. Toca hacerlo con las herramientas del arte y el talento, con la experiencia y el ingenio de los creadores, vitales para el deseado resultado de un conjunto de piezas de obligada presencia en la vida de los cubanos.

Los jóvenes necesitan de brújulas, de signos, de referencias vitales. Los lectores de la era digital, ante el abanico comunicacional, carecen de un pensado cine de la historia, cine de hoy, para copar los espacios que dejamos y que otros intentarán ocupar. No es solo pensar la obra fílmica, es también trazar una estrategia, un balance de géneros y temas, sin menospreciar la voluntad del creador de hacer su relato, su acabado guión. Asumamos entonces el cine por encargo como parte de nuestra práctica.

Si de literatura se trata, en tiempos en los que Cuba vive un necesario proceso de laboratorio social, económico, educativo y cultural, urge apuntar en tono de ensayo documental sobre el magistral texto del Comandante Che Guevara, El socialismo y el hombre en Cuba. Para entender las bases de la radicalización del pensamiento anticolonialista de José Martí, sería coherente darle vida a El presidio político en Cuba, un texto desgarrador, de fuerza literaria, que el Héroe Nacional escribió casi adolescente.

La obra de ilustres pensadores cubanos como Félix Varela, Alejo Carpentier, Fernando Ortiz, Cintio Vitier, Ambrosio Fornet, Roberto Fernández Retamar, Graciela Pogolotti, por citar unos pocos, son parte de esa deuda salvable que debemos socializar, si se trata de hacerlo con las herramientas y los preceptos estéticos del arte.

El presente pone en aprietos al audiovisual cubano. La literatura reflexiva, crítica, sosegada y profunda que aborda medulares temas de la contemporaneidad no deja de aflorar. La lúcida obra de la Revolución se desborda ante lo sembrado, por las respuestas culturales del presente. Elogio de la altea o las paradojas de la racialidad, de Zuleica Romay, o Las ideas y la batalla del Che, de Fernando Martínez Heredia, son tan solo dos propuestas en las que el arte cinematográfico debe desgranar, desde la memoria y el conocimiento tomando de sus propias fortalezas.

Estos y muchos otros sueños han de tener una expresión material desde el arte, un hacerlo realidad con patina de cine, de renovada televisión. No tengo dudas de que la voluntad política prima entre los decidores. En el país, las limitaciones de recursos materiales y financieros son parte de nuestra cotidiana realidad. Las decisiones perentorias de la economía, el destinar los limitados recursos al desarrollo, los cambios inusitados de la economía global, son algunas de las variables que pesan en la aritmética de la contabilidad nacional.

Sin embargo, el pensamiento economicista (pragmático para otros), tendrá que tener un lugar en el desarrollo del cine cubano y en la necesidad de favorecer la historia, los hechos y los personajes cuya presencia resulta improrrogable en la televisión, en las salas de cine, decididamente públicas. O en todo espacio social y cultural que lo permita, entendida esta afirmación desde la óptica de las condiciones materiales y humanas para su acertada puesta en pantalla.

Para potenciar estas ideas, le asiste también al cine cubano diseñar esquemas de coproducción que superen las ya tradicionales. Necesarios para fortalecer identidades, valores, principios y la rica historia de Cuba. El esquema de coproducción entre entidades audiovisuales, que comparten estas miradas y objetivos, se ha de dimensionar en otras esferas sociales como la científica y la económica, y en el propio escenario de la cultura, para hacer valer el arte audiovisual cubano más allá de sus propios predios. Reconociendo también, que la primera región hacia donde debemos llevar la cinematografía de la Isla es a Nuestra América. Y es que, como nunca, están dadas las condiciones políticas para reconducir ese sueño hacia esos escenarios de obligada presencia. Materializarlo nos exige fórmulas de comercialización y distribución más allá de los habituales festivales y espacios académicos.

Ninguna plaza por pequeña que parezca puede ser subestimada a la hora de presentar un filme cubano, una pieza documental o el más reciente animado producido en el país. Las premieres o debates han de tener un diseño, un guión que responda a las fortalezas y objetivos de cada obra cinematográfica.

Los receptores de las “nuevas” tecnologías son también lectores naturales del cine histórico, como lo son del que aborda la contemporaneidad. Un espectador permeado por los ritmos trepidantes del videoclip cubano y foráneo donde predomina la mimesis, el uso de la modelo sensual, muchas veces con apariciones sin ninguna justificación dramatúrgica. O peor aún, construidas con puestas en escenas insulsas y falta de sentido narrativo, algo tan elemental en cualquier obra audiovisual.

En Cuba, como en buena parte de la geografía mundial, los escenarios de lecturas asociados a las “nuevas” tecnologías han revolucionado los consumos, los tiempos, las maneras de relacionarse o comportarse en la sociedad. Desconocer esos hechos de cara al consumo cultural es quebrar cualquier estrategia para hacer llegar lo producido en casa. La legitimación de cualquier oferta de contenido cultural pasa por la vía de los portátiles, los teléfonos móviles, las tabletas.

Los diseños de estas invitaciones audiovisuales han de estar atemperadas a los códigos estéticos y los signos en los escenarios de ceros y unos, cada vez más habituales entre los jóvenes de casa. Ante las limitaciones de acceso a internet para un gran porciento de la población cubana, los soportes móviles constituyen la primera ventana de dialogo con lectores siempre cautivos. Obviamente no se trata de menospreciar las tradicionales y probadas rutas de la comunicación, se traduce en actualizar los modos de hacer comunicación y prensa.

Discrepo de los que defienden que para contrarrestar el famoso paquete, acerca del cual muchos coinciden (incluso los habituales consumidores) en su pésima calidad y mediocres contenidos, la fórmula es diseñar, proponer, socializar otro paquete. Esta pobre estrategia tan solo legitima la “importancia” de esa cosa banal, frívola, de escaso criterio editorial, de pedestre envoltura.

El reto es mucho más grande y largoplacista. Si bien la diversidad de espacios y herramientas de consumo se han diversificado, la televisión sigue siendo el primer escenario que debemos abordar, fortalecer, rediseñar. Una televisión que en materia de cine también programa esa misma frivolidad de envoltura pedestre que convive, paradójicamente, con una variada y culta propuesta cinematográfica.

Vale significar, sin embargo, la calidad y el rigor del Noticiero Cultural de la Televisión Cubana, que combina frescura, creatividad y ritmo televisivo con la necesaria combinación entre lo informativo y lo analítico, la inmediatez con la pausa discursiva. ¿Podemos hacer buena televisión en favor de nuestra cultura? Este programa es la respuesta de que es posible.

[i] Vicente Sánchez-Biosca. Cine de historia, cine de memoria. La representación y sus límites. Ediciones Cátedra, 2006, p. 13

[ii] Ibídem, p. 9

[iii] Ryszard Kapuscinsky, Los cinco sentidos del periodista (estar, ver, oír, compartir, pensar), Col. Nuevo Periodismo, Serie Libros del Taller, Fondo de Cultura Económica, Fundación Nuevo Periodismo Latinoamericano, México, 2003, p.17

[iv] Edward H. Carr, ¿Qué es la historia? Editorial Planeta-De Agostini, S.A.(1993), p. 30

[v] Atlantic Monthly, octubre 1910, p. 528

Texto tomado de la columna Notas del Reverso de http://lajiribilla.cu

OFG*Licenciado en Comunicación Audiovisual (Instituto Superior de Arte). Productor y guionista de cine y televisión. Articulista de la revista cultural La Jiribilla. Colaborador de las publicaciones Cubadebate, El Caimán Barbudo y Cubainformación, esta última de España.

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Cultura y cine cubano: un derecho siempre izquierdo. Por: Octavio Fraga Guerra*

Cartel dedicado al Cine Móvil

Cartel dedicado al Cine Móvil

“El arte tiene un mismo elemento; y sin saberlo, va siempre a un mismo objeto. ―Parte siempre de los hombres; ― va siempre a mejorar a los hombres por la emoción, sin sentir que mejora”.

José Martí

 

No concibo la vida sin la cultura. Aquella que ennoblece. Expresamente instructiva, estimuladora de la reflexión y el conocimiento de los problemas de la sociedad contemporánea o las remotas rutas de la historia. Crítica sobre sus propias bondades, aciertos o insuficiencias; una cultura que asienta y enaltece los valores de una nación, la nuestra, apegada a los principios del ideario de José Martí y Karl Marx. Un inmenso legado que el pueblo cubano acompaña.

Ante los complejos desafíos de la globalidad se impone releer sus obras, tomar de sus bastos entronques teóricos de acento humanista. Dos grandes pensadores revolucionarios curtidos en la praxis de una vigencia incuestionable, que en Nuestra América toman nuevas formas, nuevos derroteros ante la necesaria unidad.

Hablo de una cultura cuya esencia y sentido se expresa en la síntesis rubricada por José Martí: “Ser culto es el único modo de ser libres”. Y es que no hay libertad plena para el ser humano si sus valores y conductas sociales no están afincados en los saberes que ella nos aporta. En el derecho a una plena igualdad del conocimiento, de un acceso ejemplar a la educación para el desarrollo, donde la lectura como experiencia intelectual es vital para el fortalecimiento renovado de una sociedad pretendidamente ilustrada.

En Cuba conviven de manera orgánica todas las manifestaciones de la cultura. Son las más integradoras aquellas que transitan por las disimiles estelas del audiovisual. De naturaleza apropiadora se define como arte de renovadas estructuras, con plenas capacidades para acoger en sus cimientos, en sus esqueletos, o en sus brazas, lo mejor del pensamiento cubano y universal. De tomar para sí a las otras manifestaciones artísticas, redimensionarlas, socializarlas, hacérnosla cercanas.

Tras los albores de la Revolución cubana liderada por Fidel, la fundación del ICAIC fue un desafío en un país donde todo estaba por hacer. El Noticiero ICAIC Latinoamericano dirigido por el genio de Santiago Álvarez, la creciente producción de documentales y obras de ficción, la creación de los Estudios de Animación, de una revista especializada en cine y, en paralelo, una sostenida y cualificada publicación de libros sobre el séptimo arte. Sin dejar de mentar a la Facultad de Comunicación Audiovisual del Instituto Superior de Arte, un espacio académico para la formación de los cineastas, que existe bajos los mismos principios de la educación universitaria cubana. Estos son parte de los signos vitales de una epopeya cultural, presentes en el fragor por el conocimiento.

No menos importante resulta la producción de carteles cinematográficos de vanguardias, con texturas y estéticas propias, aliados de lo producido por una institución fundada por el intelectual y revolucionario cubano Alfredo Guevara. O el Cine Móvil, que llevó ese arte a los más recónditos parajes de la nación sin distingos sociales o visiones excluyentes. Una idea socializadora cuyo antecedente fue la inmensa labor del pueblo, que alfabetizó a buena parte de hombres y mujeres abandonados de los saberes, hasta en el más recóndito lugar de la Isla.

Un abanico de programas dedicados al cine cubano y de otras geografías ha caracterizado en más de 55 años la programación televisiva del país. Sentido de alianzas en favor de las políticas culturales donde el cine es parte medular de todas las artes. Por esa virtud de construir y mostrar la realidad, que todavía resulta insuficiente. También es impostergable el abordaje de la historia, esa que nos enorgullece, nos reafirma como nación, nos sirve de brújula, de punto de partida. Una historia de ejemplares gestas, de irrepetibles hechos.

Un cine que ha de ser siempre asunto de estado, quien tiene la encomienda de garantizar la calidad de las propuestas cinematográficas, de dotarla con los recursos suficientes para continuar haciendo obras desligadas de las intervenciones foráneas en nuestros guiones, en nuestros sueños. Un arte crítico, revolucionario, que aglutine todas las maneras de hacer, donde confluyan generaciones, estéticas renovadoras, siempre apegadas al dialogo enriquecedor.

A pesar de las complejas condiciones materiales y técnicas de las salas de cine y video del país, la voluntad de promover buen cine en esos socializadores espacios es un hecho. Una renovada programación de obras cinematográficas, cuyo mayor pilar es la oferta de la Cinemateca de Cuba, se complementa con las propuestas, pensadas, particularizadas, eclécticas, de los festivales de cine organizados por el ICAIC y los del gremio.

El prestigioso Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, el Festival de Cine Pobre (creado por el Premio Nacional de Cine Humberto Solás), el Festival Internacional de Documentales Santiago Álvarez In Memorian, la Muestra de Jóvenes Realizadores, son parte de una amplia red de certámenes cinematográficos empeñados en promover lo mejor de la producción de cada año. Un amplio espectro de propuestas audiovisuales en la que participan también la UNEAC y la AHS.

Todas estas conquistas forjadas en la Revolución persisten por la legitimación de la cultura, por un acceso al cine despojado del elitismo y del impertinente consumo del mercado que ve en cada espacio un valor traducido en dinero, en comprar y vender como modelo de éxito.

Nuestra gran obra tiene sus propios retos. Seguir siendo un arte revolucionario, agudo, crítico. Cimentado en los principios de la política cultural de la nación, y a la vez ―que no es poco― ser un vital escenario aportador a la economía, al bienestar social, sin renunciar a los orígenes fundacionales que le dieron un nombre en la geografía latinoamericana y de otras regiones. Un desafío que solo es posible con la complicidad y el protagonismo de los cineastas de todos los tiempos.

Texto tomado de la columna Pensar el cine de http://www.cubarte.cu

OFG*Licenciado en Comunicación Audiovisual (Instituto Superior de Arte). Productor y guionista de cine y televisión. Articulista de la revista cultural La Jiribilla. Colaborador de las publicaciones Cubadebate, El Caimán Barbudo y Cubainformación, esta última de España

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Educación audiovisual: agenda para actuar. Por: Pedro de la Hoz*

A cuarenta años de Por un cine imperfecto. Texto que recoge medulares ensayos escritos por el cineasta cubano Julio García Espinosa. Obra editada por la Cinemateca de Cuba y Ediciones ICAIC.

A cuarenta años de Por un cine imperfecto. Texto que recoge medulares ensayos escritos por el cineasta cubano Julio García Espinosa. Obra editada por la Cinemateca de Cuba y Ediciones ICAIC.

Como en la economía, las cuentas por cobrar en materia cultural no pueden eternizarse, pues el saldo en contra puede llevar a la bancarrota. El proceso hacia el VIII Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y sus sesiones finales en La Habana pusieron en evidencia un viejo reclamo, la necesidad de incidir en la elevación cualitativa del consumo de la producción audiovisual.

Aún antes de atravesar la frontera del actual siglo, la vanguardia artística e intelectual se había planteado el asunto, compelida por la convivencia con una industria cultural que en su ejercicio hegemónico inundaba prácticamente todos los resquicios del entretenimiento. En el VI Congreso de la organización, Fidel Castro contribuyó a la reflexión al estimular un pensamiento que ofreciera argumentos válidos ante la globalización de la banalidad, la desmemoria y la desmovilización de las conciencias. Uno de nuestros más destacados cineastas, Julio García Espinosa, en esa oportunidad discurrió acerca de la confusión existente entre fama y talento y llamó la atención en torno a cómo la noción del éxito se había desvirtuado por la industria cultural.

Si en los años subsiguientes la problemática se centró fundamentalmente en aspectos relacionados con la programación y la promoción, en tiempos recientes la ecuación se ha acercado mucho más a la recepción del universo audiovisual al alcance de los diversos estratos de nuestra sociedad.

De ahí que al adoptarse en el VIII Congreso de la UNEAC, y en correspondencia también con los resultados de los debates en el último Congreso de la Asociación Hermanos Saíz, la necesidad de dar seguimiento al tema, se haya concebido convocar a un foro sobre el consumo cultural que asumiera de manera integral sus perspectivas, pero con la intención manifiesta en cómo transformar la mirada del receptor.

Ese desplazamiento del punto de partida de la discusión no dejó a un lado la responsabilidad de quienes programan las salas de cine y video y las opciones que ofrecen los canales de la televisión. Incluso de quienes, a tono con la revolución de las tecnologías que almacenan y reproducen las imágenes, las hacen circular como parte de estrategias institucionales o al margen de estas, como viene sucediendo en la actualidad.

Sin embargo, uno de los rasgos más importantes de lo acontecido el 31 de octubre y el 1 de noviembre últimos en el Pabellón Cuba fue el relanzamiento del Programa para el Fomento de la Cultura Audiovisual, al que están en la obligación de tributar empeños el ICAIC, el ICRT y los Ministerios de Cultura, Educación y Educación Superior, con la colaboración de la UNEAC y la AHS.

Se trata de propiciar una cadena de acciones que va desde la iniciación de los más pequeños hasta la aportación de elementos de juicio para que el espectador adulto pueda orientarse y adoptar una actitud crítica ante la diversidad de opciones del universo audiovisual.

No se aspira a una idílica e inviable transformación radical y masiva del gusto a base de imposiciones e interdicciones, sino de formar y cultivar sensibilidades y capacidades de intelección, tomando en cuenta como base de la pirámide la educación preescolar.

La respuesta institucional, que implica por sí misma una voluntad política, tendrá que articularse con la vocación participativa e inclusiva de la vanguardia artística e intelectual, de manera que trascienda la fase propositiva y se traduzca en acciones medibles y concretas.

Habrá, por supuesto, quienes no entiendan o no quieran entender esto. Hablo de quienes, ya sean ingenuos o malintencionados, tratan de erosionar el papel de las instituciones y tratan de entronizar el pesimismo, el fatalismo y la anarquía como estadios inevitables.

Sin embargo, no hay otro modo de avanzar y conjurar el fantasma de la bancarrota, como no sea concertando esfuerzos y voluntades y fortaleciendo la colaboración interinstitucional imprescindible. El foro, en cuya organización desempeñó un papel aglutinador la Comisión de Cultura y Medios de la UNEAC, demostró que son muchos más los que creen y trabajan por consensuar y actuar que por dividir y retroceder.

Texto tomado de la publicación: http://www.lajiribilla.cu

Pedro de la Hoz*Periodista. Jefe de la página cultural del diario Granma.

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¿Es posible negar la acumulación histórica de la cultura? Por: Melvin Sánchez Roca

Los cine móvil fue una revolucionaria experiencia de llevar el cine a los más recónditos lugares de la geografía cubana. El cineasta cubano Octavio Cortázar la retrató con su clásico filme “Por primera vez”.

Los cine móvil fue una revolucionaria experiencia de llevar el cine a los más recónditos lugares de la geografía cubana. El cineasta cubano Octavio Cortázar la retrató con su clásico filme “Por primera vez”.

En medio de una agenda cargada de temas que de individualizarse darían pie a la realización de varios eventos, en el Foro sobre el Consumo Cultural me llamó la atención la vindicación de algunos espacios que merecen ser potenciados como parte de la estrategia para la formación de públicos y la educación del gusto audiovisual.

Entre esos espacios se hallan la Cinemateca y los cineclubes de apreciación.

Luciano Castillo, actual director de la Cinemateca de Cuba, resaltó la pertinencia de una política comprometida con el patrimonio cultural del cual forma parte el patrimonio fílmico. Una institución como la que dirige es un lujo en cualquier parte del mundo y recordó cómo sus compañeros de generación se formaron asistiendo a los programas de la sala del Vedado, que tuvo extensiones en casi todas las capitales de provincia.

Fue interesante conocer, además, que el movimiento de cineclubistas, contra viento y marea existe. Lázaro Alderete, presidente de la Federación Nacional de Cine Clubes, informó acerca de la existencia de agrupaciones de este tipo en varios territorios del país. La experiencia de Las Tunas, con su evento anual denominado Cinema Azul, es una prueba del alcance que pueden tener los debates sobre películas en el entorno comunitario, lo cual no debe menospreciarse.

Estas formas de socializar valores estéticos y culturales cuentan todavía como opciones para la formación de públicos y el disfrute inteligente de las producciones audiovisuales.

En consonancia con la irrupción de la computación, también vale considerar el proyecto que la Asociación Hermanos Saíz, con el apoyo del ICAIC y la colaboración solidaria de la organización italiana ARCI, ha implementado en su sede nacional y en las Casas del Joven Creador, al disponer de un banco de 200 filmes de diversas nacionalidades y épocas que pueden ser descargados en dispositivos extraíbles de manera gratuita.

No caben dudas, sin embargo, que los patrones de consumo han sufrido un proceso de cambios. Aunque ver películas en salas y pantalla grande resultará siempre una irrepetible aproximación al cine, se va imponiendo el consumo individualizado a partir de circuitos donde las jerarquías culturales se difuminan.

El gran reto asumido por la mayoría —no todos, como veremos más adelante— de los participantes apuntó a la necesidad de que esas jerarquías se atemperen a la dinámica de la circulación y recepción de la producción audiovisual que se derivan de las nuevas tecnologías de la información.

No comparto por tanto la sensación del profesor de la Facultad de Medios del Instituto Superior de Arte, Gustavo Arcos, de que en las exposiciones sobre la Cinemateca, el cineclubismo y los programas de promoción se estaba aludiendo a un pasado. En su comentario al panel que trató esos temas, Arcos dijo que esas instituciones y programas no tenían en cuenta las referencias y prácticas culturales de jóvenes para los cuales El acorazado Potemkin nada significaba y se sentían más atraídos por The Matrix. Manifestó que la juventud no tiene interés por los clásicos, pues consideran que no les aporta nada a su conocimiento ver determinadas películas, pues las aprecian como algo anacrónico y ajeno a su gusto y percepción.

Esos planteamientos fueron refutados por varios participantes, entre ellos el profesor y crítico holguinero José Rojas Bez, quien argumentó cómo no podía ignorarse la acumulación histórica cultural, en tanto suponía la negación de la memoria. Al respecto se preguntó si era posible, en literatura, prescindir de Cervantes o de Shakespeare. La misión del pedagogo, afirmó, es motivar a los educandos para que la experiencia histórico-cultural les sea atractiva. Hay que visibilizar lo representativo de cada época

Entre otras ideas defendió la idea del cine como arte sin negar en lo absoluto la función de entretenimiento, y descartó como improductiva la separación generacional entre un gusto joven y un gusto viejo, porque lo que valen son los conceptos.

El joven crítico y promotor Reinaldo Lastre explicó cómo el patrimonio fílmico, comenzando por las películas de la era silente, debe ser transmitido con inteligencia y tener impacto en los jóvenes: “Estamos en la obligación de alentar este interés educativo”, expresó, y para ello deben dinamizarse los procesos de promoción y difusión cultural entre todos los que deben incidir en la formación del gusto y la programación audiovisual. Manifestó que sería provechoso hallar vías para reformular la promoción y circulación del llamado cine de arte. “No es posible renunciar a la lucha por formar mejores personas”.

Texto tomado de la publicación: http://www.lajiribilla.cu

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La ideología existe. Por: Rolando Pérez Betancourt*

Imagen tomada del blog El Viejo Topo

Imagen tomada del blog El Viejo Topo

Hay una película de Gian Maria Volonté de los años 70 en que él es un director de periódico, y ante la imbecilidad de alguien, da un puñetazo en la mesa y le recuerda que la ideología no la inventaron, no fue inventada ni por Marx ni por Engels, es decir, que la ideología existe, existe en la política y existe en el arte.

A veces, actualmente, no se menciona la palabra ideología, quizá por no parecer un jacobino dentro del discurso que estamos haciendo. Hay quienes piensan que el concepto de ideología se ha prostituido y nos da pena hablar de ideología en el arte, porque es como si estuviéramos montados en los viejos discursos. Pero la ideología sigue existiendo, está presente, lo que pasa que para abordar el asunto se requiere un baño de modernidad y eso solamente podemos hacerlo mediante el debate que está propugnando el amigo Juan Antonio (García Borrero). Con quien comparto varios criterios y otros no.

El periódico Granma desde hace un tiempo, de acuerdo a las posibilidades de la era digital, publica comentarios a sus trabajos en la página web. Los lectores tienen la oportunidad de contestar. Allí se encuentran comentarios ante los cuales yo, que soy fundador del periódico, me erizo: “Dios mío, cómo este periódico está publicando esto”. Y no es más que un ejercicio de democracia, que la gente exprese lo que piense. Lo cual me parece estupendo.

Ahora hay algo que me preocupa, una suerte de categoría estética, y lo he visto en algunos artículos. Algo que se repite constantemente y es la opinión de esos lectores que dicen que para gustos se han hecho colores. Ese lector está defendiendo una especie de libertad ficticia que él mismo se ha fabricado en su mente: yo soy libre y yo consumo lo que quiera. No hay nada más lindo que sentirse libre. Ahora, ¿qué cosa es el concepto de libertad relacionado con la cultura? ¿Dejar que la gente haga lo que quiera? Perfectamente, que lo haga. Pero, ¿cuál es la misión de nosotros, hombres de la cultura, si no decirles a esas mismas personas que existe algo más allá de su predilección, del gusto y que nosotros estamos dispuestos  a decirlo?

En tal sentido es necesario que la televisión se acabe de abrir de una vez  por todas, que la  gente lúcida que haga programas de televisión piense en cómo abordar y debatir lo que piensan otros sobre ese relativismo —para gusto se han hecho los colores— que se abre paso en la sociedad cubana y no solamente está relacionado al campo de la estética y lo artístico, sino que trata de aplicarse a problemas de la economía y la política.

Es muy contradictorio el rejuego con esa supuesta libertad, pues sus defensores son los que a menudo se resisten al debate, bajo el argumento de que quienes no están de acuerdo con ellos hablan desde el poder y eso, dicen, no lo van a aceptar.

Se puede ser todo lo democrático que se quiera pero no se puede ser medianamente bobo en algunas cosas. O sea, se puede asimilar todo pero a partir de una discusión seria, que tome en cuenta las características del espectador cubano de hoy, ese que se siente abrumado por las guaguas, por el trabajo,  por la alimentación, y en su conciencia dice: “voy para mi casa, a desconectar”. Y termina asumiendo un falso concepto de individualidad: yo soy dueño de lo que consumo. Estamos abocados a desmontar ese tipo de razonamiento, a revelar lo que hay detrás de ese conformismo, a develar las claves de un comportamiento que tiene que ver con la ideología. Porque la desideologización, quiérase o no, es también una actitud ideológica.

Texto tomado de la publicación: http://www.lajiribilla.cu

Rolando Pérez Betancourt*Reconocido periodista, narrador y uno de los más agudos críticos de Cine de Cuba. Nace en La Habana en el año 1945. A los l5 años comienza su vida laboral como aprendiz de cajista en el periódico Noticias de “Hoy”. Se hizo tipógrafo y en 1963 pasa a la redacción como diseñador y cronista deportivo. Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana, el 1973 y graduado de francés en los Institutos de Comercio Exterior y de Relaciones Exteriores en los años setenta.

Fundador en 1965 del Periódico Granma, Ocupando las jefaturas de redacción, de información y de la página cultural, y ha escrito las secciones “Minuto y medio”, “Luz roja”, “La historia detrás de la foto”, “Sucedió hace 20 años” y “Crónica de un espectador”, esta última dedicada al cine, que se mantiene desde 1973. En los años ochenta del siglo XX condujo los espacios televisivos de cine “Tanda del domingo”, “Cine vivo” y “Noche de cine”. Desde el año 2003 atiende el programa semanal “La séptima puerta” del Canal Cubavisión.

Obras publicadas

Ha publicado las novelas “Mujer que regresa” (Editorial Letras Cubanas, 1986 y 1990 y “La última mascarada de la cumbancha” (Editorial Letras Cubanas, 1999 / Editorial Océano, México, 2004). Las críticas de cine se incluyen en “Rollo crítico (Editorial Pablo de la Torriente Brau, 1991 y es autor del estudio “La crónica, ese jíbaro”, (Editorial Pablo de la Torriente, 1982 / S.A.G, Madrid, 1987. Los textos periodísticos se reúnen en Crónicas al pasar (Editorial Orbe, 1971); Cuatro historias de pueblo (Editorial Universitaria, 1974); “16 imágenes” (Editorial Universitaria, 1975) y “Sucedió hace 20 años” (Editorial de Ciencias Sociales, 1978), en dos tomos.

Notas biográficas tomadas de la web: www.ecured.cu

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Situación estética, creación, comunicación, desarrollo social. Por: José Rojas Bez*

Frente a la pantallaEn la actividad artística y, de modo más general, en toda situación estética vivenciada a plenitud, los seres humanos se ven compelidos, “tensados” a desplegar sus habilidades sensoriomotoras en compañía de la reflexión y las emociones, de la libre investigación y el ensayo. De modo superlativo en ciertos movimientos contemporáneos que solicitan la participación o colaboración creadora.

Tampoco se pueden ignorar los nuevos retos planteados por la interactividad de ciertos programas informáticos y de diversas modalidades del actual intercambio massmediático.

La función comunicativa del arte, inseparable a la creatividad conlleva el enriquecimiento de la personalidad y el desarrollo social, al implicar el perfeccionamiento de las habilidades y capacidades generales de comunicación, entendiendo siempre como tal el establecimiento de vínculos dialógicos con el vasto universo de temas, problemas y formas expresivas de los distintos seres humanos. De manera específica incumple, claro está, al desarrollo del lenguaje propiamente dicho o de los múltiples lenguajes, en sentido amplio, de las artes; todo lo cual se produce aún en los casos de disfrute o realización solitaria de la obra.

Todo ello no ha impedido para que las funciones comunicativa y cognoscitiva del arte hayan sido controvertidas (para ensalzarlo o rechazarlo) desde la Antigüedad; y  ha ocurrido frecuentemente, sobre todo en dictaduras y diversas instituciones totalitarias como algunas religiosas o iniciáticas, su degradación a simple medio de propaganda y agitación pública, y en algunas malas didácticas una escuálida reducción a medio o material didáctico.

Bien conceptuado y realizado, el arte nos brinda una experiencia y un saber inalcanzables por otras vías. A veces emula y siempre complementa al saber y la experiencia religiosa, filosófica, espiritual de toda índole. Nos proporciona conocimientos sobre nuestros más hondos procesos espirituales, sobre aspectos concretos del saber y sobre los propios lenguajes, creaciones y posibilidades expresivas de los hombres; sobre velados secretos del universo y sobre los fenómenos más cercanos y cotidianos.

Y gracias a su función lúcida, el hombre, que es homno ludens, hombre que juega (como los mamíferos y otros animales), encuentra, expresa y desarrolla múltiples impulsos, tendencias y disfrutes.

En gran medida toda obra de arte lleva implícito el juego, el libre juego de fantasías, reglas, habilidades,  procedimientos, la libertad, desenvolvimiento  de habilidades e ingenio dentro de la reglamentación y la meta, y la libertad creadora también para transgredir las reglas y cánones estrechos, obsoletos e inoperantes, lo mismo en su proceso creativo que en su apreciación y participación consumidora. Indisolublemente unida, como todas, a esta función lúdica, se halla la función hedonística, la del placer necesario al hombre, la del placer enaltecedor asociado a los libres (y a los no tan libres) rejuegos de la actividad artística.

Una simple ojeada panorámica sobre estas propiedades y funciones del arte (creativa, comunicativa, cognoscitiva, lúdica, placentera) nos vislumbra su importancia en nuestra era de continua espectaculización de la vida, con directrices empobrecedoras por exageradas, totalizadoras y niveladoras de espiritualidades, pues nadie niega la conveniencia del buen espectáculo y de una buena dosis de espectáculo en la vida. En verdad, no todo espectáculo es arte ni cuenta con las riquezas estéticas y espirituales del arte, más todo arte si es espectáculo, realizado para la expectación y el disfrute estético, espiritual.

Ha de subrayarse similar correlación entre el arte y los medios de comunicación. No se trata de que los medios se conviertan ni realicen continuamente  obras de arte. Inconveniente e imposible sería, dadas sus funciones y propósitos sociales. Pero si convendría mayor atención a la esteticidad general (lo genuinamente dramático, bello, cómico, sublime) en los medios y, en particular, una mejor participación y selección de lo genuinamente artístico (fílmico, teatral, musical, literario) en ellos.

En el nuevo milenio se puede optar por el Apocalipsis o  la Integración, pero se puede participar de ambas tendencias a la vez o no adscribirse cabalmente a ninguna de ellas y, al menos hoy, el dilema parece no ser tan obligado ya, si en verdad lo fue alguna vez.

¡Pobre de la cultura oral que aspire a la destrucción del libro impreso; y pobre de la cultura impresa que añore la destrucción de la electrónica y la digital! La galaxia de Homero y los rapsodas, la de Cicerón y los grandes oradores, y escritores estilistas, la de Guterberg, Marconi, Von Neuman y otras más, pueden convivir y colaborar enriquecedoramente entre sí.

¿Quién impide que se pueda buscar una nueva integración cualitativamente distinta con los avances informáticos y tecnológicos rompiendo sus ataduras socioculturales dominantes; o, lo que creemos más factible de inmediato, conjurar la supuesta inevitabilidad del dilema gracias a vías alternativas que no ignoren ni rechacen las nuevas tecnologías y medios, sin someterse de lleno a los derroteros ya dominantes?

Las corrientes humanistas para el uso de Internet, el cine independiente, o el arte pobre o el underground, por ejemplo, pudieran andar por ahí. Mas, hagamos un paréntesis.

En su negación del poder detentador e inhumano, las corrientes alternativas hallarían mal remedio ufanándose y autolimitándose a sí mismas mediante la negación de las virtudes de los medios, las artes y las técnicas “de punta”. Las innegables razones de ser y de  comportarse alternativamente no pueden conducir al soterramiento de cabezas y miradas. Entre otras penas, se entronizaría, mucho más temprano que tarde, el conformismo estéril o una exagerada autoconciencia de pobreza y vulnerabilidad.

Se puede poner como ejemplo los medios o el arte pobre en recursos, como cierta plástica o el cine de bajo presupuesto. Puede ser tan rico en valores como el de mayores recursos, pero ni puede aspirar a que todo arte sea pobre, ni consagrarse como el único que se corresponde con determinada sociedad. Su enorme validez no tiene que asentarse en la invalidez de otras corrientes y modalidades. Se puede empezar con la pobreza y el bajo recurso, sacar el mayor partido a lo poco, pero no hay por qué renunciar a la esperanza ni las posibilidades de lo mucho.

Ante todo, hay que prevenirse contra ensueños vanos e ignorancias histórico-culturales sabiendo que, sin estar necesariamente de acuerdo con que “el medio es el mensaje”, la tecnología impone siempre ciertas reglas o condiciones y todos los progresos han tenido lazos espinosos que las generaciones posteriores se encargan de desbrozar.

Si solo una escasa minoría de egipcios y mesopotámicos dominaron la escritura y la ciencia de sus templos, ello no significa que la escritura no fuese un avance; como también lo fue el alfabeto sumerio seguido por el fenicio y, mucho más tarde, la imprenta, aunque ni la lectura ni la adquisición de libros fue privilegio de todos los seres vivos en el Renacimiento.

El verdadero problema, uno de los verdaderos grandes problemas, consiste en cómo llegar a poner la tecnología, incluyendo los actuales medios de comunicación y de desarrollo cultural, en función de la humanidad entendida como mayoría y, mejor aún, como totalidad de los seres humanos. Un pueblo y un estado que lucha por el bien de todos no es el que se debate entre el Apocalipsis o la Integración sino el que busca una integración democrática y humanista de sus factores positivos a la vez que provoca un Apocalipsis, sí, pero de las instituciones y fuerzas manipuladoras y alienantes, lo mismo en las estructuras sociopolíticas que en las tradiciones y supuestos socioculturales y en el desarrollo personal.

El complejo ámbito de problemas bosquejados demanda complejas y multidireccionales vías reflexivas, críticas y educativas; entre ellas, asumir la necesidad o, al menos, la conveniencia de una preparación integral para la audiovisualidad, una formación audiovisual amplia y rica que atienda las diversas manifestaciones, desde las más antiguas  (bardos, teatro) hasta los más modernos medios (cine, televisión, video): un saber y una actuación que reflexionen y enseñen, que entrenen y formen disposiciones y hábitos de conducta capaces de discernir las satisfacciones (y las limitaciones) de los medios y las artes.

Al unísono establecer una urgente y compensatoria atención a la naturaleza, una reflexión que contribuya a que el hombre valore positivamente su entorno natural (incluyendo al propio cuerpo) y comparta su tiempo y su vida entre lo natural y lo massmediático.

Para alcanzar tan deseable fruto, concierne (no obstante los tan mal manejados discursos postmodernos antisistémicos y antirrelatos-históricos) arrancar desde un sistema conceptual naturaleza-artes-medios-audiovisualidad hondo y riguroso, nunca rígido ni normativo, favorecedor del conocimiento, el disfrute y el trabajo creativo en cada medio específico considerando sus vínculos con los demás medios y toda la cultura. Se desee o no, llegamos a la era de Internet, esa red capaz de enlazar los más diversos puntos geográficos con los más disímiles medios y expresiones; la red capaz de transmitir la televisión que a su vez es capaz de transmitir filmes, conciertos o recitales de poetas.

Se aprecia un sistema o, mejor para evitar los prejuicios y ser más exactos y realistas, una mirada generalizadora sobre los modernos mass media, en sus interacciones con los más tradicionales y los diversos contextos vitales de los espectadores o públicos.

Se impone extender e intensificar nuestra mirada y desarrollar un pensamiento sobre y una praxis (creativa, crítica, pedagógica) de lo audiovisual y, en lo posible, de todas las artes y los medios; teoría y práctica capaces de transcender, sin eliminarlas sino respectándolas y hasta potenciándolas, las parcelas escénicas, cinematográficas, del video, la televisión; avizorando lo massmediático, lo general junto a lo singular y particular, siempre en un enlace dialéctico con la naturaleza y la sociedad y sus proyectos vitales.

Dicho de otro modo, no  se puede entender y actuar en nuestra sociedad y cultura al margen de las artes, los espectáculos y otros usos del tiempo  libre (y no libre); ni concebir a la audiovisualidad ni a los modernos mass media, al margen de ninguna de las manifestaciones con que se vincula: desde la primitiva oralidad-gestualidad (bardos, declamadores, cuenteros), pasando por el teatro más clásico y sus congéneres escénicos, hasta los más modernos  medios electrónicos, incluyendo Internet.

Tampoco es válido soslayar las posibilidades de su relación con la naturaleza, medular y compensatoria, en un mundo que no puede vivir al margen ni de los avances tecnológicos ni de la naturaleza, en una rica dialéctica de asunción de lo uno en lo diverso y de la diversidad en la unidad, necesaria para la formación de un hombre íntegro y lleno de valores, con una espiritualidad superior.

Texto tomado de la publicación: http://www.lajiribilla.cu

*Doctor en Ciencias de la Educación. Profesor Titular de la Facultad de Comunicación Audiovisual del Instituto Superior de Arte de Cuba. Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas (Univ. de La Habana), con estudios posteriores en Madrid sobre cultura española.

Ha dictado cursos y conferencias en universidades de América Latina y España. Comparte su labor docente, investigativa y ensayística, hace más de 25 años, entre la cultura iberoamericana y la teoría y crítica de los mass media y el cine.

Asociado a la Federación Internacional de Prensa Cinematográfica (FIPRESCI). Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Colaborador de la Oficina Católica Internacional del Cine y el Audiovisual (SIGNIS). Ha participado en más de 60 eventos regionales e internacionales sobre Arte, Comunicación y Educación.

Ha publicado artículos y ensayos en revistas importantes como: Educación, Universidad de La Habana, Islas, Santiago, Letras Cubanas,… (de Cuba); Oralidad (UNESCO), Chasqui (CIESPAL), Cuadernos Americanos (UNAM), Oficio (Monterrey), Aisthesis (Pontificia Univ. Católica de Chile), Comunicaciones (Inst. Tec. Costa Rica), Comunicaçôes Filosóficas (Univ. Federal de Juiz de Fora), Torre de Papel (University of IOWA), Cuadernos Cinematográficos (Universidad de Valladolid).

Entre sus libros, figuran:

Un estudio sobre “La vida es sueño”, Santiago de Cuba, Editorial Oriente, 1981. Apreciación de la cultura cubana (Coautor). La Habana, Ministerio de Educación. Superior, 2 Vols., 1986 y 1987. Artes, cine, videotape: límites y confluencias. Holguín, Dirección Municipal de Cultura, 1987. Indagaciones para un Medio Milenio. Holguín, Dirección Municipal de Cultura, 1989. Temas y conceptos de cine. La Habana, Pueblo y Educación, 1992. Filmes en la memoria, Holguín, Ediciones “Holguín”, 1995. Visiones en el tiempo de América. Toluca, Universidad Autónoma de México, 1995. El cine entre las artes. La Habana, Pueblo y Educación, 2006.

Ostenta la “Distinción por la Educación Cubana”, “Distinción por la Cultura Nacional”

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