Textos prestados

Con Laidi, en nuestro tiempo

Por Zaida Capote Cruz

Una de las crónicas de este libro registra el interés, la simpatía o el rechazo que suelen provocarnos las fotos ajenas, fotos de gente desconocida que aparece en la solapa de un libro o en una página web y que, por esa magia extraña de la imagen, nos venden la ilusión de que solo por contemplarlas sabemos más de (o conocemos mejor a) quien porta ese rostro más allá del libro o la virtualidad. Y también comenta el afán de mucha gente, una vez vista la foto, por conocer a la persona de marras, sea un autor, un artista, o cualquier otro personaje notorio. Por supuesto que, tratándose de una crónica de Laidi, pronto aparece la burla, y la voz malévola que describe nuestros hábitos acusa cómo usamos fotos lejanas en el tiempo, negando el envejecimiento y el paso del implacable.

Debo decir que, aunque me dedico, vamos a decir, profesionalmente, a leer libros ajenos, no suelo sentir curiosidad por conocer a sus autores. Frente a aquellos cuyos libros admiro, seguramente me cohibiría. A quienes me hicieron detestar sus libros no me interesa conocerlos. Son contadas las veces que puede una admirar, disfrutar un libro y construir una relación grata con su autor.

Pero no era por esto que empecé a hablar de las fotos. Es que me hizo recordar una de nuestras fotos más recientes, hace algunos años, cuando Laidi ganó el premio El Dinosaurio de minicuento, y Helen Hernández Hormilla y yo fuimos a acompañarla y celebrarla durante la premiación en La Cabaña. Todavía estábamos las tres en la Isla. Todavía yo me teñía el pelo. Todavía ignorábamos cuánto iban a cambiar nuestras vidas (y nuestras apariencias). Pero ver esa foto me hace muy feliz. Casi tan feliz como estar aquí hoy, acompañando este nuevo libro de Laidi junto a ustedes.

La crónica es un género saludable. Algo hay de verse en el espejo, de revisarse cotidianamente, de compararse con los demás, en ese recorrer una y otra vez las esquinas de la vida, los paisajes, los hábitos, las marcas que nos ha ido dejando la brega cotidiana. Y todavía más saludable es reírnos de nosotros mismos, ahondar en nuestras incongruencias, aprender más de quiénes somos.

Este libro de Laidi me puso a pensar en cómo tantas veces hemos leído crónicas –o estampas, como le gusta a ella decir, siguiendo a sus maestros- que nos acercan momentos del pasado, vetusta chismografía de otro tiempo, o nos invitan a reflexionar sobre algún tema de actualidad escenificando una historia cualquiera. Pero pasa, bastante a menudo, que el cronista no se involucra, que se queda al margen de la historia, que sobrevuela la escena como aquel estudiante que gozaba del favor estrambótico del diablo cojuelo. Vista así, como sobrevolándola, como si estuviera una manejando un dron de esos que salvan a los malos directores de telenovelas, la vida es otra cosa. Una anécdota más, una vivencia ajena, algo de lo que podemos aprender sin conmovernos.

Laidi no puede escribir como un paseante cualquiera, mirando las vitrinas con interés pero sin pasión, hablando de sí misma y de nosotros como si fuéramos extraños. Ella no puede, y yo se lo agradezco. No puede, porque tiene sus virtudes (que son, como suele ocurrir, sus defectos). Es apasionada hasta la médula, leal hasta la ferocidad, y arriesga hasta la entraña en muchas de sus viñetas costumbristas, raspando la costra del pintoresquismo risueño para compartir la hondura de un sentimiento, de una pérdida, de un ataque de ira o de ese desgaste cotidiano en que también puede convertírsenos la vida.

Por eso, por esa pasión que traiciona, pudiera decirse, la buscada distancia e imparcialidad del cronista, puede de repente salirnos con que “no es sano esconderse tras un vocablo –“gente”-; sino dar la cara, el nombre, el pecho, y decir: ‘Fui yo’.” Leo ese tipo de aseveraciones y, aunque este libro no tiene foto de la autora, puedo decir que ahí la reconozco.

También la reconozco en su jocosa descripción, entre resignada y distante, de la doble jornada de trabajo que las mujeres asumimos casi sin notarlo, en la profunda y dolorosa reflexión sobre la emigración de los más jóvenes, en la claridad con que registra los inconvenientes para vivir una vejez con dignidad, en su defensa de la solidaridad femenina, en su necesidad de confiar en los otros, a pesar de los desengaños, en la claridad de su insobornable denuncia del silencio y la ignorancia que pretenden instalar la borradura de una tragedia descomunal, la de los feminicidios y otros abusos que deberían castigarse como lo que son, crímenes imperdonables, para lo cual no duda en pedir, una vez más, una ley contra la violencia de género.

Otra de las virtudes de este libro es el relato desenfadado de las vicisitudes que debemos sortear en nuestras vidas, esas de las que nos salva una sonrisa, la solidaridad, el apoyo de quienes enfrentan problemas similares o la simple compañía cordial.

No se los he dicho todavía, pero el libro tiene secciones, varias. De todos modos, por donde quiera que lo abran, tendrán la experiencia de leer, de escuchar una voz que es ella misma, siempre. Yo me río sola cuando tropiezo en las crónicas de Laidi con algún término médico, de esos que parecen ininteligibles. O cuando usa esa cercanía suya con la práctica médica para construir un símil muy gráfico, como el de un tacto rectal en pleno Coppelia. También me río cuando leo historias que pudieron ser mías, como las de los reportes en la beca y la persistencia de indicar que padecía “tibieza” severa (también me alegra saber que éramos muchos los contagiados de morosidad). Son las suyas las vivencias de una generación, y como testimonio de época, como registro de lengua, porque Laidi usa con gran desparpajo el habla popular y sabe compartir su disfrute, este libro ofrece un testimonio de la Cuba que fue y de la que está siendo ahora mismo, viva y proliferante.

Pero las historias suelen transcurrir en un escenario. Uno de los escenarios privilegiados del libro es la ciudad. La Habana de sus dolores, con sus aceras desniveladas, su gritería barriotera, su inhóspito aeropuerto, sus bancos ineficientes y sus tiendas torturadoras, sus colas sempiternas que solo logramos paliar a golpes de solidaridad. Para La Habana pide Laidi más amor, de manera que pueda brillar por sí misma y no por sus arroyos de aguas albañales. Y a quienes vivimos en ella, menos egoísmo y más altruismo, ser mejores, aunque sea un poquito.

Otros males y algunas gracias de nuestro estar en el mundo aparecen reseñados aquí con el gracejo de quien se burla de sí misma y de todos sin complejos; de quien se revisa de frente para ver qué puede corregirse, avivando la esperanza de ser mejores. La avalancha del inglés y otros usos que van atropellando el habla de otros tiempos, la enquistada burocracia contra la cual chocamos una y otra vez, el atropello cotidiano a los más viejos, la carencia de medicamentos, unos hanunzios (con h y con z) cuya ignorancia ortográfica y gramatical –y esto no lo dice Laidi, aprovecho para decirlo yo- se van filtrando y asentándose cada día con más frecuencia en la prensa escrita y televisiva sin que parezca preocuparle a nadie. Al mismo tiempo, ese dolor por el habla herida y la escritura magullada se consuela festejando la creatividad de los refranes y los consejos gratuitos que nos ofrece cualquier persona desconocida.

También nos convida a reflexionar sobre la extraña sociabilidad de las redes sociales, con sus episodios de acoso y ciberchancleteo, su utilidad para acortar distancias, su capacidad para ofrecer resguardo a quienes opinan sin dar la cara y la falta de moderación en la escalada de contrariedades que van sumándose para alimentar la llamada cultura de la cancelación, en que si no me gusta lo que dices, te hago callar o te ignoro.

Aquí hay espacio para mucho más y de seguro, cuando terminen de leer Tiempo de mujeres se quedarán ensayando cuáles temas se quedaron, qué sugerencias valdría la pena hacerle a Laidi para que siga, mientras escribe, conjurando la desilusión y la desesperanza, haciéndonos saber que compartimos un destino difícil, pero nuestro, y que estamos comprometidos en ensanchar nuestros espacios de humanidad, que no para otra cosa sirve, si es que debe juzgarse en términos de utilidad, la literatura. Y hacerlo con una sonrisa en los labios, siempre que podamos.

Yo encontré a Laidi en estas páginas y, aunque este libro no tenga foto de la autora, tiene una especie de declaración de fe, casi al final, en la cual nos propone que para enfrentar daños disímiles lo mejor que se puede hacer “es afianzarse uno mismo, anclarse en aquello en lo que definitivamente se cree”. Esa recomendación de autenticidad y transparencia nos la pinta de cuerpo entero.

(Presentación de Tiempo de mujeres en la Uneac, el 6 de enero de 2022)

Tomado de: Asamblea feminista

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Trump: enfermedad o síntoma

Osama Hajjaj (Jordania)

Por La Jornada @LaJornada

A un año de que una turba azuzada por el ex presidente Donald Trump asaltó el Capitolio estadunidense, el actual mandatario, Joe Biden, pronunció un discurso en el que acusó a su predecesor de haber intentado impedir un traspaso pacífico del poder. En la óptica de que dentro y fuera de Estados Unidos se vive una lucha entre la democracia y la autocracia; entre las aspiraciones de la mayoría y la avaricia de unos pocos, el demócrata denunció la red de mentiras sobre las elecciones de 2020 que el magnate ha creado porque valora el poder por encima de los principios y antepone su propio interés al de su país.

El desprecio de Trump hacia la legalidad, las formas democráticas y las mínimas normas del decoro institucional son un hecho patente desde su irrupción en la vida política; pero sería erróneo suponer que la crisis moral en la que se encuentra sumergida la sociedad estadunidense inició en 2015 –cuando el ex presentador de televisión anunció su intención de contender por la presidencia– o que fue gestada en su periodo al frente de la Casa Blanca. Por el contrario, el trumpismo es la consecuencia más dramática de la disfuncionalidad de larga data del sistema político estadunidense, y de la creciente incapacidad del mismo para responder a las demandas de la sociedad.

Dicho sistema se ha vaciado de contenidos verdaderamente democráticos hasta quedar reducido a un espectáculo, una simulación del gobierno del pueblo. Así lo reflejan la inamovilidad de su oligarquía bipartidista y de su clase política hermética, impermeable a la realidad, o la continuidad de un modelo de votación indirecta en el cual es factible (como fue el caso del mismo Trump, pero ya había ocurrido con su correligionario George W. Bush) ganar la elección, pese a perder la mayoría de los sufragios.

Más allá de esos problemas obvios, hay una palpable discordancia entre los principios políticos declarados y la realidad social e institucional. El enorme poder de los dueños de los grandes capitales y de los medios de información dominantes para influir sobre las decisiones políticas e imponer su agenda por encima de la voluntad popular anula en la práctica la pretendida igualdad de derechos de los ciudadanos y a ello se suma un racismo estructural que mantiene a millones de personas fuera del cuerpo político. Todo ello redunda en un divorcio de tal magnitud entre clase política y sociedad que desacredita por completo al sistema y abona al surgimiento de expresiones radicales como el propio trumpismo.

No es baladí recordar que la figura de Donald Trump es producto de la crisis económica crónica en amplios sectores de la población estadunidense y de instituciones que no han estado a la altura de las necesidades sociales: sólo reconociendo en el magnate al fruto de un descontento profundo y legítimo podrá desactivarse el riesgo de que él u otro personaje usen la ira de las mayorías empobrecidas para minar los fundamentos de la democracia. En este sentido, es preciso entender que las fuerzas sociales aglutinadas por el trumpismo no serán derrotadas en la arena política, sino únicamente a través de un cambio social y político profundo, en el cual se incluya tanto el rescate de las víctimas del neoliberalismo como la revisión de valores que larvan la urgente solidaridad social, entre los que se cuentan algunos tan preciados por los estadunidenses como el individualismo.

Tomado de: La Jornada

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Brasil: ¿Año nuevo?

Luc Descheemaeker (Bélgica)

Por Eric Nepomuceno

Llevamos nueve días de 2022, pero la verdad es que, al menos en este Brasil destrozado, seguimos como en los peores momentos de 2021, el año maldito que parece no terminar nunca.

La pandemia de covid enfrenta un nuevo brote, esta vez de la variante Omicron, pero nadie sabe de qué proporciones. Hospitales públicos y privados reciben legiones de pacientes, no conozco a nadie que no tenga algún caso en la familia o en gente cercana, pero el verdadero número de infectados es desconocido.

Además hay una nueva epidemia de influenza, un tipo muy severo de gripe, que también lleva a internaciones en hospitales.

Los más atentos y que pueden pagar por un test de covid buscan frenéticamente por farmacias y laboratorios clínicos. Los demás no tienen a quien o adónde acudir: no hay ninguna acción del gobierno para expandir el testeo, las personas que tienen recursos actúan por iniciativa propia, las demás quedan al sabor del viento.

El ablandamiento de medidas mínimas de restricción en el fin del año que no acabó causó efecto: en la ciudad de Río de Janeiro, por ejemplo, la proporción de diagnósticos confirmados en el testeo aumentó de 0,7% de principios del pasado diciembre para 46% en esta primera semana de enero.

Todo eso ocurre mientras dos otros factores aumentan la preocupación general, pero muy especialmente de médicos y funcionarios de salud.

El primer factor es la falta de datos actualizados de la pandemia y que servirían para la elaboración de análisis concretos sobre los casos de internaciones, contagio y óbitos, además de saber cuáles son las localidades más afectadas y la edad con mayor incidencia de Covid.

A raíz de esa falta los médicos y científicos responsables no tienen cómo elaborar informes que servirían de base para establecer acciones.

La causa de esa confusión está en la acción de hackers en el sistema de información del ministerio de Salud. Ocurre que esa acción se dio el 10 de diciembre, y pasado un mes nadie en el ministerio o en el gobierno logró sanar el problema. Parece increíble semejante ineptitud, pero así es.

Hay fuertes sospechas de que el hacker en cuestión sea alguien del mismo ministerio. Es que la salida de los datos hacia el espacio coincidió con otra ofensiva del presidente Jair Bolsonaro y de su ministro de Salud contra la exigencia del llamado “pasaporte de vacuna”, o sea, que para ingresar o frecuentar determinados lugares sea obligatoria la presentación del certificado de vacunación.

Al hacer desaparecer el registro de vacunados, el hacker llevó todo el resto para el espacio. El ministerio asegura que los datos fueron preservados, pero nadie logra acceder a ellos y menos aún actualizarlos.

Tanto el ultraderechista mandatario como su ministro son radicalmente contrarios a la exigencia del “pasaporte”, pero nada pueden hacer: por determinación de la corte suprema de Justicia, la palabra final las tienen alcaldes y gobernadores. Y la inmensa mayoría aprueba la medida.

El otro factor determinante para que el cuadro preocupante se fortalezca está en la acción de Bolsonaro.

Pese a la nueva crisis, él sigue en campaña permanente contra la vacuna y toda y cualquier medida de prevención. Junto a su ministro de Salud, pone especial énfasis en dar combate a la vacunación de niños entre 5 y 11 años.

A mediados de diciembre la agencia reguladora de Salud aprobó la medida, pero el ministerio de Salud recién la autorizó el pasado día 5, a raíz de la determinación del Supremo Tribunal Federal.

Con eso se retrasó la compra del inmunizante y, como consecuencia, de su aplicación, que recién empezará a fin de mes y en escala muy por debajo de lo que podría y debería ser.

Bolsonaro seguirá promoviendo aglomeraciones, poniendo en ridículo medidas básicas de protección, como el uso de barbijos, descalificando la vacuna, retrasando su compra, tratando por todos los medios de sabotear su aplicación. Su conducta será seguida por su fidelísimo ministro de Salud.

Pese a tal actitud criminal, 67% de la población brasileña adulta ya se vacunó. Y eso significa, entre otras cosas, que cada vez más Bolsonaro se dirige especialmente al núcleo más duro de sus seguidores más radicales, y es cada vez menos oído por la inmensa mayoría de la población.

El problema, entonces, no se resume a lo que él dice o deja de decir, pero sí a lo que él hace –promover aglomeraciones, incentivar la ignorancia– y lo que deja de hacer: comprar inmunizantes para todos.

Sí, sí: vamos por el noveno día de 2022, y surgen claras señales de que el año solo será nuevo a partir del domingo 2 de octubre, cuando ocurrirán elecciones presidenciales.

Será un largo tiempo de tensiones y peligros, tal como estaba previsto.

Lo que nadie puede prever es su dimensión. Al fin y al cabo, Jair Bolsonaro no es un caso para analistas y científicos políticos: es para psiquiatras.

Tomado de: Página/12

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Todo va de maravilla

Julian Assange, periodista y editor del sitio web WikiLeak Foto Agencia Envolverde

Por Edward Joseph Snowden

Edward Snwoden explica por qué la decisión del Tribunal Supremo británico de extraditar a Assange podría sentar un precedente extremadamente peligroso para la profesión del periodismo. Y el denunciante no perdona a todos los “periodistas” que han optado por condenar a Assange, cavando la tumba de su propia profesión.

Evangelio, una palabra del inglés antiguo, es un concepto que significa “buenas noticias”. Y es el evangelio lo que ha escaseado al adentrarnos en la temporada navideña. Cada vez que este hecho me deprime, recuerdo que encontrar el mal, la fechoría e incluso el sufrimiento en los titulares, es sólo una señal de que la prensa está haciendo su trabajo. No creo que ninguno de nosotros quiera despertarse por la mañana y leer “¡Todo va de maravilla!” sobre nuestro cóctel de ponche de huevo, aunque incluso si lo hacemos, sabemos que un titular así es sólo una indicación de todo lo que no se informa.

Al entrar en esta época navideña, me siento acosado por extraños sentimientos religiosos; digo extraños porque no soy muy creyente, ni en Dios, ni en los gobiernos, ni en las instituciones en general. Trato de reservar mi fe para las personas y los principios, pero eso puede llevar a algunos años de escasez en el apaciguamiento de la sed espiritual. Puedo encontrar una forma de atribuir mis impulsos al ritualismo del Covid-19 –las abluciones de desinfección y enmascaramiento, el aislamiento penitente, el ¿qué significa todo esto? que surge de la confrontación con la impotencia y el capricho de la enfermedad–, pero una fuente más convincente podría ser la novedad de la paternidad: siendo la religión un sustituto de la tradición en general, me pregunto: ¿qué voy a dejar a mi hijo? ¿Qué herencia intelectual y emocional?

Junto con las “buenas noticias”, he estado pensando en la “mala fe”, una frase que siempre me recuerda el chiste de Thomas Pynchon, en el que todo lo malo se convierte en un balneario alemán: Bad Kissingen, Bad Kreuznach, Baden-Baden… Bad Karma.

Conocía la frase sobre todo por su cosecha jurídica, pero empecé a notar que se aplicaba cada vez más a la política durante los ciclos de la historia de Bush-Obama: los republicanos siempre estaban “negociando de mala fe”, u “operando de mala fe”, y sólo empeoró después de eso: la frase se hizo más frecuente una vez que Trump asumió el cargo. Así que me sorprendió descubrir que “mala fe” tiene raíces mucho más profundas que nuestro derecho consuetudinario: male fides, del latín. Su uso, que es fascinante explorar, era originalmente literal: se utilizaba para caracterizar a alguien que practicaba la religión equivocada. De ahí pasó a la contradicción Whitmaniana, pero muy anterior a ella. Alguien que estaba “en mala fe” estaba en contradicción consigo mismo; tenía dos corazones, o dos mentes, o más. En este sentido, incluso Jesús podría decirse que estaba en mala fe, siendo en parte humano y en parte divino.

Me impresiona profundamente la generosidad de esta definición primitiva: hay una simpatía –una simpatía con “una casa dividida contra sí misma”– que falta por completo en el sentido contemporáneo, en el que la “mala fe” es una fechoría intencionada. Esto sigue siendo, al menos para mí, una historia cautivadora que hay que descifrar: cómo una frase que significaba, a grandes rasgos, “mentirse a uno mismo sin saberlo” llegó a significar, a grandes rasgos, “mentir a otros a sabiendas”.

Estoy seguro de que todos tenemos nuestros ejemplos favoritos (o menos favoritos) de esta práctica doble (o múltiple) –esta condición que sólo luego se convirtió en práctica–, pero para mí, la categoría de mala fe que se lleva el premio siempre ha sido el legalismo burocrático que me resulta más familiar. Tal vez una mejor manera de decirlo sería: aquellas situaciones en las que el derecho se opone a la justicia.

Estoy seguro de que conocemos bien este fenómeno: el representante del seguro médico o el empleado del instituto de transporte que dice “tengo las manos atadas”; el oficial de policía o el soldado que invoca sin ironía ciertas de las fuerzas del orden más malvadas del siglo pasado cuando se encogen de hombros y dicen: “Sólo estoy cumpliendo órdenes, amigo”; o incluso aquellos que salen en la televisión para sugerir que los denunciantes (whistleblowers) podrían estar protegidos, si sólo se sometieran a los “canales adecuados”, que es el código para estar en una parte muy particular del suelo suspendido por encima de un tanque con la etiqueta: ¡PELIGRO! PIRAÑAS.

Fue Jesús el que pidió perdón a sus crucificadores diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, pero estos insoportables practicantes de la mala fe invierten la fórmula: saben exactamente lo que hacen, y sin embargo lo hacen. Me pregunto si pueden incluso perdonarse a sí mismos.

Esta Navidad puede ser la última que el fundador de WikiLeaks, Julian Assange, pase fuera de la custodia de Estados Unidos. El 10 de diciembre, el Tribunal Superior británico falló a favor de la extradición de Assange a Estados Unidos, donde será procesado en virtud de la Ley de Espionaje (de 1917) por publicar información veraz. Para mí está claro que los cargos contra Assange son infundados y peligrosos, en desigual medida: infundados en el caso personal de Assange, y peligrosos para todos.

Al tratar de procesar a Assange, el gobierno de EE.UU. pretende extender su soberanía a la escena mundial y hacer que los editores extranjeros sean responsables de las leyes de secreto de EE.UU. Al hacerlo, el gobierno de EE.UU. establecerá un precedente para procesar a todas las organizaciones de noticias en todas partes –todos los periodistas en todos los países– que se basan en documentos clasificados para informar sobre, por ejemplo, los crímenes de guerra de EE.UU., o el programa de aviones no tripulados de EE.UU., o cualquier otra actividad gubernamental o militar o de inteligencia que el Departamento de Estado, o la CIA, o la NSA, preferiría mantener encerrado en la oscuridad clasificada, lejos de la vista del público, e incluso de la supervisión del Congreso.

Estoy de acuerdo con mis amigos (y abogados) de la ACLU: la acusación del gobierno estadounidense contra Assange equivale a la criminalización del periodismo de investigación. Y estoy de acuerdo con innumerables amigos (y abogados) de todo el mundo en que en el centro de esta criminalización se encuentra una paradoja cruel e insólita: a saber, el hecho de que muchas de las actividades que el gobierno de Estados Unidos preferiría silenciar se perpetran en países extranjeros, cuyo periodismo será ahora responsable ante el sistema judicial estadounidense. Y el precedente establecido aquí será explotado por todo tipo de líderes autoritarios en todo el mundo. ¿Cuál será la respuesta del Departamento de Estado cuando la República de Irán exija la extradición de los reporteros del New York Times por violar las leyes de confidencialidad iraníes? ¿Cómo responderá el Reino Unido cuando Viktor Orban o Recep Erdogan pidan la extradición de los reporteros de The Guardian? No se trata de que Estados Unidos o el Reino Unido vayan a acceder a esas demandas –por supuesto que no lo harían–, sino de que carecerían de cualquier base de principios para su negativa.

Estados Unidos intenta distinguir la conducta de Assange de la del periodismo más convencional calificándola de “conspiración”. ¿Pero qué significa eso en este contexto? ¿Significa animar a alguien a descubrir información (algo que hacen a diario los redactores que trabajan para los antiguos socios de WikiLeaks, The New York Times y The Guardian)? ¿O significa dar a alguien las herramientas y técnicas para descubrir esa información (lo que, dependiendo de las herramientas y técnicas implicadas, también puede interpretarse como una parte típica del trabajo de un editor)? La verdad es que todo el periodismo de investigación sobre seguridad nacional puede ser tachado de conspiración: el objetivo de la empresa es que los periodistas persuadan a las fuentes para que violen la ley en interés del público. E insistir en que Assange de alguna manera “no es un periodista” no hace nada para quitarle fuerza a este precedente cuando las actividades por las que ha sido acusado son indistinguibles de las actividades que nuestros periodistas de investigación más condecorados realizan rutinariamente.

Cualquiera que haya visto las malas noticias esta última semana, seguro se ha encontrado con una versión precisamente de esta pregunta, ¿es Assange un X o un periodista? En esta fórmula absurda, X puede ser cualquier cosa: hacktivista, terrorista, reptiliano. No importa qué pieza se coloque para completar el rompecabezas, porque el ejercicio no tiene sentido.

Este tipo de indagación sincera, crédula, petulante y complaciente, es sólo el ejemplo más reciente –justo a tiempo para Navidad–, de la mala fe en la carne y en la palabra, presentada por profesionales de los medios de comunicación que nunca tienen peor fe que cuando informan –o juzgan– a otros medios.

La ocultación, la retención, la manipulación del significado, la negación del significado, estas son sólo algunas de las formas en que algunos periodistas, –y no sólo los periodistas estadounidenses–, han conspirado, sí, conspirado para condenar a Assange en ausencia, y, por extensión, para condenar a su propia profesión, para condenarse a sí mismos. O tal vez no debería llamar “periodistas” a los autómatas de Fox, o a Bill Maher, porque ¿cuántas veces han hecho el duro trabajo de cultivar una fuente, o de proteger la identidad de una fuente, o de comunicarse de forma segura con una fuente, o de almacenar el material sensible de una fuente de forma segura? Todas esas actividades constituyen el alma del buen periodismo y, sin embargo, son precisamente las actividades que el gobierno estadounidense acaba de intentar redefinir como actos de conspiración criminal atroz.

Criaturas de dos corazones y dos mentes: los medios de comunicación están llenos de ellos. Y demasiados se han contentado con aceptar la determinación del gobierno de Estados Unidos de que lo que debería ser el propósito más elevado de los medios de comunicación –la revelación de la verdad, frente a los intentos de ocultarla– está súbitamente en duda y muy posiblemente sea ilegal.

¿Ese escalofrío en el aire en esta temporada navideña? Si se permite que la persecución de Assange continúe, se convertirá en una helada.

A abrigarse.

Tomado de: Investig’ Action

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Celebración de la fantasía

Por Eduardo Galeano

Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca de Cuzco. Yo me había despedido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, porque la estaba usando en no sé qué aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.

Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quien una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaban los que pedían un fantasma o un dragón.

Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba más de un metro del suelo me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:

-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima- dijo.

-Y ¿anda bien?- le pregunté.

-Atrasa un poco- reconoció.

Microrrelato escrito por Eduardo Galeano que aparece en su obra El libro de los abrazos.

Tomado de: El Viejo Topo

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¿Es esta la nueva normalidad?

Por Marc Vandepitte 

2021 fue un año agitado, lleno de imprevistos. Los partidarios de Trump asaltaron el Capitolio, no se resolvió la crisis del COVID-19 y la degeneración del clima provocó inundaciones sin precedentes. ¿Es esta la nueva normalidad? Una mirada contradictoria a algunos de los acontecimientos llamativos del pasado año.

La democracia amenazada en Estados Unidos

El 6 de enero varios miles de partidarios de Trump irrumpieron en el Capitolio para impedir que Biden fuera declarado presidente. Vimos imágenes que nadie esperaba en un país «democrático» de Occidente. Este «golpe» fallido no fue en absoluto el fin de la era Trump, sino todo lo contrario.

El asalto al Capitolio radicalizó aún más al Partido Republicano. El 70% de su base y una abrumadora mayoría de los funcionarios electos siguieron apoyando firmemente a Trump a pesar de este flagrante ataque al Estado de derecho. El 56% de los republicanos incluso cree justificada la violencia para «proteger el modo de vida tradicional estadounidense». Muchos de ellos opinan que los asaltantes son buenos patriotas.

Mientras tanto, el Partido Republicano se ha embarcado en una operación para asegurarse la victoria en las próximas elecciones presidenciales. En los 19 estados en los que son mayoría se han aprobado leyes que dificulta votar a las personas de color. Los funcionarios que se opusieron al intento de Trump de socavar los resultados están siendo purgados y sustituidos por partidarios leales. En más de diez estados se han promulgado leyes que dan a los republicanos un fuerte control sobre el recuento y el control de las papeletas.

¿Puede Biden provocar un cambio? Hay pocas posibilidades. Hasta ahora no ha podido realizar ninguno de sus grandes planes y promesas. En primer lugar, porque es prisionero de los poderosos grupos de presión que le apoyaron durante su campaña electoral. Los planes de reducción de impuestos beneficiarán principalmente a la clase alta rica. Mientras tanto, la vida se encarece y la crisis del COVID-19 se prolonga. Mejor ni hablar de su torpeza durante la retirada de Afganistán.

Tiene una mayoría muy justa en el Senado y hay muchas luchas internas en el Partido Demócrata. La popularidad de Biden ha caído al 43%. Es el segundo porcentaje más bajo de un presidente en funciones al cabo de un año. En 2022 se arriesga a perder las elecciones parlamentarias de mitad de mandato, lo que le hará aún más débil frente a Trump en 2024. Las próximas elecciones presidenciales podrían convertirse en una crisis constitucional o algo peor.

La interminable crisis del COVID-19

En 2020 la gestión de la crisis del COVID-19 en la mayoría de los países occidentales fue desastrosa. Los gobiernos no estaban preparados, reaccionaron demasiado tarde, y carecieron de valor político y de decisión para cortar la pandemia de raíz. Además, cuarenta años de políticas neoliberales han afectado gravemente a la asistencia sanitaria. Como resultado, cientos de miles de personas perdieron la vida innecesariamente.

Pero no hay que preocuparse, a principios de 2021 llegaron las vacunas como una especie de deus ex máquina, que nos iban a llevarían rápidamente de vuelta al «reino de la libertad». Una vez alcanzado un porcentaje suficientemente alto de vacunados en la población, las medidas de seguridad se suprimieron inmediatamente. Libertad para ser feliz.

Esa decisión fue muy miope, porque Occidente piensa principalmente en sí mismo cuando se trata de la vacunación y olvida que el virus no conoce fronteras. La inmunidad de grupo en un país o región es una ilusión, el nacionalismo de las vacunas una idiotez. En un mundo altamente conectado no se derrotará a la pandemia en ninguna parte hasta que lo sea en todas partes. Los expertos nos han advertido desde el principio sobre las variantes, especialmente las procedentes de zonas donde es baja la cobertura de vacunación.

Una vez más, nadie le hizo caso a la ciencia y se dejó de lado a los países del Sur. El acaparamiento por parte de Occidente es escandaloso. Hoy en día casi el 70% de los habitantes de los países más ricos están totalmente vacunados. En los países más pobres apenas se llega al 3,5%.

Además del nacionalismo «de las vacunas», el afán de lucro de los gigantes farmacéuticos también desempeña un papel fatal. Apoyados por los gobiernos occidentales, se niegan a liberar las patentes y se aferran desesperadamente a su monopolio de producción de las vacunas. Esta situación hace que se produzcan menos vacunas de las que el mundo necesita, aunque se generan unos beneficios exhorbitantes. Los dos productores de vacunas más importantes, Pfizer/BioNTech y Moderna, obtienen en conjunto un beneficio de 65.000 dólares por minuto. A los accionistas les importa un pepino que esa situación monopolística haga que mueran millones de personas innecesariamente.

A consecuencia de ello pronto tuvimos que lidiar con las variantes, contra las que no solo no sirven las vacunas, sino que también pueden reinfectar a alguien. La variante ómicron probablemente sea menos mortal y tenga síntomas menos graves, pero, al ser mucho más contagiosa, está sometiendo al sistema sanitario (tanto a los médicos de cabecera como a los hospitales) a una fuerte presión, una vez más. También sigue siendo peligroso y mortal para ciertos grupos de riesgo. Y no parece que la variante ómicron vaya a ser la última.

Oficialmente, hasta ahora han muerto 5,4 millones de personas a causa del COVID-19. En realidad es probable que la cifra ronde los 12 millones. Y quienes pensaban que la pandemia había terminado, se equivocan. Hoy en día todavía se muere una persona de COVID-19 cada 12 segundos.

Si seguimos metiendo la pata así, corremos el riesgo de que esta crisis interminable se convierta en nuestra nueva forma de vida. «Si queremos volver a tener una Navidad normal, tenemos que vacunar a todo el mundo», dijo Nick Dearden, director de Global Justice Now.

Aún no se ha evitado que degenere el clima

El pasado verano Bélgica y Alemania se vieron afectadas por unas inundaciones sin precedentes. Fue una dolorosa llamada de atención sobre lo que nos espera si dejamos que el clima siga degenerando. Para evitar esta degeneración, el calentamiento del planeta debe mantenerse por debajo de 1,5°C.

Un grado y medio, ese fue el objetivo de la cumbre del clima celebrada en Glasgow en noviembre. Pero aparte de alcanzar un consenso entre todos los países y acordar reunirse de nuevo anualmente, no hubo ningún plan de acción a largo plazo ni compromisos concretos por parte de los participantes. No se decidió ninguna obligación. Con los actuales planes nacionales de todos los países juntos, nos dirigimos a un calentamiento catastrófico de 2,4°C.

El gran ganador de esta cumbre es el sector de los combustibles fósiles. A corto plazo los gigantes de la energía pueden continuar con sus actividades sin molestias e incluso expandirlas. Los grandes perdedores son los países del Sur. Son los menos responsables del calentamiento global, pero sufrirán la peor parte de sus consecuencias. Además, no disponen de los recursos necesarios para llevar a cabo la necesaria transición energética.

Los países del Norte no están dispuestos a asumir los costes de su histórica deuda climática. Sin una transferencia seria de fondos -varios múltiplos de lo que prometen ahora- nos dirigimos a un desastre climático.

Es muy urgente, no nos queda mucho tiempo. Para tener la posibilidad de limitar el calentamiento global a 1,5ºC, tenemos «ocho años para reducir casi a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero», según Inger Andersen, del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma): “ocho años para elaborar planes, adoptar políticas, aplicarlas y, en definitiva, reducir las emisiones. El tiempo corre».

La cumbre de Glasgow demostró que los jefes de gobierno son incapaces de cambiar el rumbo. Será necesario otro equilibrio de poder para obligar a los jefes de gobierno y a la élite económica a cambiar de rumbo. Un rumbo que no asegure los beneficios de los grandes grupos de capital, sino los del planeta. Un rumbo que no pase la factura a la gente común o a los países del Sur. Este es quizás el reto más importante al que nos enfrentamos hoy en día.

Tomado de: Investig´ Action

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Los desechos en la ecología-mundo capitalista. Una breve historia de la basura plástica

Basura plástica

Por Frank Molano Camargo

El gobierno chino promulgó en 2018 una política de protección ambiental denominada “Espada Nacional” o también “Espada Verde” que consiste en la prohibición de importar diversos tipos de plásticos reciclables del resto del mundo. Si la potencia asiática, para entonces, no se hubiera convertido en el importador de más del 50% del plástico desechado que ha sido generado por el norte global, esta medida posiblemente hubiera pasado sin advertencia. Pero no es así, y ahora los gobiernos y corporaciones globales ven cómo los discursos de economía circular con que en las últimas décadas alentaron a sus ciudadanos a consumir infatigablemente y separar residuos, están colapsando.

Millones de toneladas de plástico descartado ya no fluyen hacia China. Y, en este capítulo del tóxico romance entre el capitalismo y sus desechos plásticos, por una parte, se incrementan las alarmas en los círculos de poder que buscan desesperadamente un lugar dónde redirigir el flujo de desechos, no importa que ese dónde se transforme en nuevas zonas de sacrificio[1]. Por otra parte, como también ocurre en otros momentos de la historia del exceso de desperdicio capitalista, la basura se convierte en el espejo que refleja las inconsistencias, cada vez más evidentes, de los repertorios de sustentabilidad ambiental y economía circular que han vendido los promotores del capitalismo verde.

¿Cómo China decidió dejar de ser el principal vertedero del plástico de la ecología-mundo capitalista y qué impactos tiene esto? ¿Cómo está respondiendo el norte global ante este desafío y qué ocurre en la periferia de la ecología-mundo capitalista? Son las preguntas que se responden a continuación.

El “tóxico idilio plástico” de la ecología-mundo capitalista

En sentido estricto, el plástico no es una materialidad sino una cualidad. Etimológicamente proviene del griego plassein (“moldear”, “dar forma”). Hasta antes del auge de la industria petroquímica en el siglo XX la cualidad de lo plástico tenía diferentes usos (las artes, por ejemplo). Sin embargo, el descubrimiento en las primeras décadas del siglo XX de la versatilidad de los polímeros (resinas sintéticas derivadas del petróleo que, sometidas a altas temperaturas, mostraban una gran capacidad de plasticidad para producir infinidad de mercancías) fue lo que produjo que, a mediados del siglo XX, el plástico se transformara de adjetivo en sustantivo.

Como ningún otro material, el plástico le ha dado a la ecología-mundo capitalista un toque distintivo. La ecología-mundo capitalista es una forma de producir-organizar el espacio, el poder, la naturaleza, la riqueza, mediante flujos de energía y capital que conectan ecosistemas y sistemas de trabajo humano y natural[2]. En esta ecología-mundo, el plástico posibilita la aceleración de procesos de extracción, producción, distribución, consumo y descarte de infinidad de mercancías a lo largo y ancho del planeta, en un envoltorio ideológico de fluidez y ductilidad de la vida moderna, pero, con profundas consecuencias ambientales, también de alcance global.

Las compañías petroquímicas generalizaron las mercancías de plástico tras el boom económico que siguió a la Segunda Guerra Mundial, y lo hicieron con una retórica de modernidad, higiene, ecología e incluso feminismo. Ya no habría que cazar elefantes para obtener marfil, los bosques maderables serían protegidos, la salud de las personas estaría aún más a salvo y el tiempo dedicado a las tareas domésticas, mayoritariamente realizado las mujeres, se reduciría[3]. Durante las últimas décadas, la tasa de producción de plástico ha crecido exponencialmente a nivel global. La producción acumulada de plásticos es superior a los 8 mil millones de toneladas desde 1950 (cuando empezó su masificación), y la mitad ha sido generada solo en la última década. Se han producido más de 300 millones de toneladas anuales de plásticos en los últimos años, con la expectativa que a 2050 la tasa se eleve a 600 millones de toneladas diarias.

Actualmente, más del 99% del plástico es fabricado con combustibles fósiles. Durante todo el ciclo de vida del plástico se generan gases de efecto invernadero: al extraer petróleo y refinarlo, al producir polímeros, al enterrarlo en rellenos sanitarios o incinerarlo, y también al reciclarlo. Sin embargo, la tasa de reciclaje de plástico varía ampliamente entre países y no alcanza el 10% a nivel mundial. Así que la mayor parte del plástico producido termina en vertederos, plantas de incineración, dispersa sin ningún tipo de gestión, en los mares –donde se han formado gigantescas islas de basura plástica– o en otros cuerpos de agua continentales. También partículas nanoplásticas se encuentran en los organismos vivientes, incluidos los humanos.

Los grandes monopolios de la cadena global de plástico tratan de invisibilizar su responsabilidad socioambiental transfiriéndola a los consumidores con el sofisma de que todo depende de los hábitos responsables de consumo. Se trata de una argucia, pues está establecido que en el norte global capitalista los principales productores de plástico son los gigantes petroquímicos. Para 2019, según la asociación australiana Plastic Waste Markers Index, el primer puesto lo ocupaba ExxonMobil con 5,9 millones de toneladas de desechos plásticos, seguida de la compañía química estadounidense Dow con 5,5 millones de toneladas, y de la empresa de gas y petróleo china Sinopec con 5,3 millones de toneladas. Además, otros mega oligopolio corresponde al de los principales distribuidores de plástico. Por último, debemos añadir que, acorde a Break Free From Plastic, una red global ambientalista, los responsables de generar más desechos plásticos contaminantes son Coca-Cola, PepsiCo y Nestlé.

En la década de 1990 se conformó el actual flujo de residuos plásticos de la ecología-mundo capitalista. En esa década florecieron economías capitalistas emergentes que requerían, además de capitales, un alto consumo de materias primas que no tenían a disposición. Una fuente potencial de estos recursos fueron los desechos del norte global. Grandes cantidades de papel, cartón, plástico, chatarra fueron desviados hacia estas economías como ayuda para el desarrollo. No se trató solo de una imposición externa, ya que las clases dominantes y los gobiernos de estas economías jugaron un activo papel en esta vía.

El principal receptor de estos flujos de basura plástica global fue China. A finales de la década de 1990, con una economía capitalista en auge, China se convirtió en el principal destino del mercado mundial de desechos reciclables. Comenzó a importar una amplia gama de chatarra, desde plástico hasta acero, para satisfacer la demanda de insumos en su sector manufacturero y así surtir el mercado interno y convertirse luego en el principal exportador de mercaderías del planeta. Los altos precios de petróleo encarecieron el plástico virgen, así que el reciclaje de desechos resultó mejor negocio para la expansión económica del gigante asiático. A comienzos del nuevo milenio, cada año China importaba 4 millones de toneladas de residuos plásticos, 12 millones de toneladas de papel usado y 11 millones de toneladas de chatarra metálica. Para 2016, China importaba cerca del 30% de desechos plásticos y chatarra metálica de todo el mundo, principalmente del norte global, y esto incluía el 55% de la chatarra de cobre del mundo, el 24% de aluminio, el 55% de papel desechado y el 51% de plástico desechado mundial. Ese año, según Will Flower, Estados Unidos enviaba cada día con destino a China 1.500 contenedores en buques cargados con residuos de todo tipo. Estos buques habían llegado a Estados Unidos con mercaderías baratas y retornaban a China con residuos para seguir produciendo más mercancías[4]. Claro está, no solo Estados Unidos participó de este flujo global de materialidades descartadas, también Europa, Japón y Australia encontraron en China un insaciable devorador de sus basuras.

De esta manera se constituyó un circuito global de gran parte de desperdicios, una ecología-mundo capitalista que parecía resolver los problemas del exceso de producción y consumo. En el norte global los ciudadanos podían consumir sin pausa y su conciencia ambiental quedaba en paz, incentivada por las autoridades ambientales y la publicidad sobre la importancia de separar y organizar los residuos domésticos. Las grandes corporaciones de la industria petroquímica adoptaron el lenguaje de la economía circular global, una estrategia orientada a asegurar su legitimidad pública al tiempo que ampliaban sus mercados y, por supuesto, aparecieron empresas globales de comercio de desechos que se lucraron al máximo[5].

Pero, si todo era tan exitoso… ¿Por qué China puso fin a este modelo de flujo de desechos? ¿Qué está pasando en la ecología-mundo capitalista?

En la primera década del siglo XXI, China se vio inundada de desechos globales. Lo que en un principio fue visto como un impulso al desarrollo económico se transformó en su contrario. Muchos de estos desechos no solo eran de mala calidad, sino que estaban contaminados. Además, los contenedores llevaban también basuras peligrosas y no reciclables. Los fabricantes chinos debían realizar grandes inversiones en la reclasificación de materiales y en la eliminación de las materialidades peligrosas, lo que implicó crear zonas de sacrificio ambiental en varias regiones chinas.

Por esta razón, en 2013 el gobierno chino diseñó la «Operación Green Fence», la cual buscó establecer controles sobre la calidad de los materiales de desecho importados y reprimir el comercio ilegal y el contrabando de desechos globales. Estas medidas pusieron en evidencia que las grandes potencias capitalistas estaban obviando el Convenio de Basilea que establece sobre el control de los movimientos transfronterizos de los desechos peligrosos[6]. Los exportadores de basura global hacia China argumentaron que el Convenio de Basilea no esclarece qué se considera residuos peligrosos y, por eso, los principales exportadores de residuos se negaron a firmarlo. Las potencias capitalistas del norte global no juegan limpio cuando de basura se trata. Utilizaron la exportación de plástico a China para deshacerse de otras basuras, incluso residuos tóxicos y peligrosos.

También hubo cambios significativos en la sociedad China que explican el cambio de prioridades ambientales en relación con la importación de desechos. En las últimas décadas apareció una clase media y un movimiento sindical hartos de la contaminación causada por los desechos importados, lo que trajo olas de protesta e inconformidad pese a la censura y las políticas de cooptación gubernamentales. En 2015 y en 2016 la opinión pública china fue estremecida con los documentales Under the Dome y Plastic China, respectivamente, que señalaron los duros efectos del reciclaje informal y la contaminación del aire, el agua y el suelo del país asiático[7]. A la presión ciudadana se le debe agregar el incremento del gasto público por razones de descontaminación ambiental, así que estas condiciones empujaron a la República Popular China a endurecer la política de importación de desechos. En 2017 el gobierno proclamó la agenda denominada “Espada Nacional” para hacer frente a la basura del norte global, que detalla las regulaciones para la calidad de la basura importada y prohíbe la importación de 24 tipos de desechos, incluido el plástico no industrial.

En marzo de 2018 China dejó de importar plástico, papel y otros tipos de chatarra de baja calidad. Así que, miles de toneladas de plástico desechado empezaron a acumularse en puertos e instalaciones de reciclaje de todo el mundo, principalmente del norte global que, considerando a China como su principal vertedero, no desarrolló tecnologías de reciclaje en su propio patio.

China es hoy una superpotencia económica en la ecología-mundo capitalista y su gobierno busca dejar de ser consumidora de tecnología, basura e ideas de sus rivales capitalistas. Ahora se proyecta como el epicentro de nuevos patrones globales. Y, en lo que respecta a la gestión de desechos, su política es reemplazar el sector de reciclaje informal por “parques eco-industriales” de alta tecnología más limpios. El propósito es, como sugiere Kate O’Neill, liderar un nuevo enfoque en la disputa por definir los criterios de la economía circular en el marco del capitalismo.

China pretende transitar a una nueva lógica, sea o no un error querer compatibilizar el exceso de producción y consumo, por un lado, con la gestión de desechos, por el otro. Pero mientras eso ocurre, sus competidores en el norte global no están dispuestos a hacer cambios sustantivos en la dinámica establecida, por lo que, previendo el cierre del gran vertedero chino, se están creando nuevas zonas de sacrifico a las que reorientar los flujos de desechos en la ecología-mundo capitalista. El norte global está reorganizando la geografía mundial de flujos de basura plástica, mediante métodos legales e ilegales, que acorten las cadenas mundiales y abaraten costos de transporte. De hecho, un informe de Interpol establece que en los dos últimos años, a partir de la entrada en vigor de la política Espada Nacional de China, se ha incrementado el comercio ilegal de residuos[8].

Según Interpol, dos son los espacios que constituyen la periferia tóxica de las potencias europeas: en primer lugar, los países de Europa del Este (especialmente la República Checa, Polonia y Rumania), y, en segundo lugar, la denominada región MENA (Medio Oriente y los países del Magreb). En el tránsito de estos flujos, cuyo destino final son los vertederos ilegales, los desechos peligrosos se camuflan o son legalizados sin mayor control ambiental. El impacto es nefasto, tanto en lo social como en lo ambiental. Por citar un ejemplo: desde 2018, en Polonia, se han producido incendios en vertederos ilegales en los que se depositan basuras domésticas y de grandes supermercados, que salen del Reino Unido etiquetadas como plástico de la “lista verde” de la Unión Europea. En Zgierz, en el centro de Polonia, los propietarios del vertedero quisieron borrar las pruebas del delito que supone la importación ilegal prendiendo fuego a los casi tres mil metros cúbicos de basuras, con severos impactos para la salud humana y el resto de la naturaleza en este territorio.

Las pujantes economías asiáticas (Japón, Corea del Sur, Taiwán… entre otras) y Australia encuentran un mercado legal e ilegal de residuos plásticos en Malasia, Tailandia y Vietnam, países en que se reproduce el viejo discurso que glorifica la basura importada como materia prima para el desarrollo, pese a que, según señala Interpol, son países que carecen de la infraestructura adecuada para el reciclaje de plásticos.

En el caso de Estados Unidos y Canadá, si bien no renuncian a exportar desechos a los países asiáticos, están diversificando sus zonas de envío. Estados Unidos incluso está llevando su basura plástica a ecosistemas inhabitados por humanos. Un reportaje periodístico de 2016 sobre la inundación global de plástico estadounidense informa que en ese país se han constituido empresas que compran todo tipo de plástico, contaminado o no, y lo exportan a 78 destinos, también a ecosistemas vírgenes (es el caso de la Reserva Marina de las Islas Heard y McDonald (HIMI) en el océano Índico australiano, hasta 2016 protegido celosamente). Según el mencionado reportaje, estas “islas deshabitadas” han recibido 57 toneladas métricas de desechos plásticos no clasificados procedentes de Estados Unidos[9]. Sin embargo, la nota periodística oculta que esta decisión pone en riesgo estos ecosistemas frágiles. Las autoridades ambientales buscaron restringir y controlar la presencia de especies exóticas causantes de la devastación de poblaciones reproductoras de aves marinas, la modificación de las comunidades de plantas e invertebrados, la reducción general de la biodiversidad y las extinciones locales[10]. Ahora, las consecuencias de la presencia de esta nueva materialidad desechada ofrecen un sombrío panorama.

Por razones de cercanía geográfica, pero también por factores geopolíticos, el destino de la basura plástica de Estados Unidos y Canadá tiende a ser América Latina y el Caribe. Según Interpol, en 2020 se notó un notable crecimiento del sector de reciclaje en la región, impulsado por inversionistas de China y Estados Unidos que esperan sacar provecho del exceso de plástico norteamericano. Así, los agentes privados se benefician de las institucionalidades débiles, con escasa capacidad para realizar controles ambientales a las importaciones provenientes de Norteamérica. Para ese año México, El Salvador y Ecuador se habían convertido en los principales importadores de desechos plásticos, con 32.650 toneladas, 4.054 toneladas y 3.665 toneladas respectivamente[11]. Recordemos que Estados Unidos no es firmante del Convenio de Basilea, y está utilizando los tratados de libre comercio y las fisuras del Convenio para firmar acuerdos bilaterales con otros países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) con los cuales, según la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos, “intercambió” el 55% de sus basuras plásticas. Actualmente, en América Latina, forman parte de la OCDE los siguientes países: Chile, Colombia, México y Costa Rica, cuyos gobiernos pueden estar tentados a convertirse en receptores de la basura norteamericana en nombre de las medidas de recuperación económica postpandemia.

La reconfiguración del flujo de plástico desechado en la ecología-mundo capitalista amenaza seriamente la vida humana y no humana en la periferia global. La inundación de estos desechos crea nuevas zonas de sacrifico, afecta a la salud humana, así como al bienestar de otras especies. Y, de manera particular, impacta negativamente sobre la economía popular de millares de recolectores de materiales descartados que recorren las calles de las ciudades del sur global y que ahora se enfrentan a la competencia de la basura importada. Es en estas condiciones que debe exigirse la defensa del trabajo de los recicladores populares y de sus organizaciones, algo fundamental en el sur global. Además, en el escenario de profundos desafíos en que nos encontramos, la ciudadanía debe presionar para que las políticas gubernamentales garanticen la soberanía ambiental y social de sus respectivos países.

[1] El concepto de ‘zonas de sacrifico’ hace referencia a espacios sometidos recurrentemente a daño socioambiental debido a la saturación de efectos contaminantes. Usualmente estas zonas están habitadas por poblaciones racializadas o de bajos ingresos, así que padecen procesos de injusticia ambiental. También, en una perspectiva antropocéntrica, pueden ser regiones sin habitantes humanos, pero con vida no humana considerada ‘no valiosa’ o ‘de menor impacto ambiental’ por parte de quienes toman las decisiones de contaminar.

[2] Jason W. Moore. (2020). El capitalismo en la trama de la vida. Ecología y Acumulación de Capital. Madrid: Traficantes de Sueños.

[3] Susan Freinkel. (2012). Plástico: Un idilio tóxico. Tusquets Editores.

[4] Will Flower. “What Operation Green Fence Has Meant for Recycling.” Waste360. 11/02/2016.

[5] Kate O´Neill. (2019). Waste. Polity Press.

[6] Su nombre completo es Convenio de Basilea sobre el Control de los Movimientos Transfronterizos de Desechos Peligrosos y su Eliminación. Se adoptó el 22 de marzo de 1989, y entró en vigor el 5 de mayo de 1992, con la intención de poner fin a graves situaciones, relacionadas con el tráfico de residuos peligrosos, presentadas a finales de 1980. Pese a que está suscrito por 187 países, Estados Unidos se ha negado a suscribirlo y otros países han logrado modificar apartados claves del convenio para continuar exportando materiales de desecho peligrosos para toda la vida en el planeta.

[7] Michael Standaert. “It Looks to Go Green, China Keeps a Tight Lid on Dissent”. Yale Environment 360. 2/11/2017.

[8] “Strategic Analysis Report – Emerging criminal trends in the global plastic waste market since January 2018”. Véase: www.interpol.int/es/Noticias-y-acontecimientos/Noticias/2020/Un-informe-de-INTERPOL-alerta-del-drastico-aumento-de-los-delitos-relacionados-con-los-residuos-plasticos

[9] Xavier A. Cronin. “America’s plastic scrap draft”. Recycling Today. 30/09/2016.

[10] Ver el informe del Departamento de Agricultura, Agua y Ambiente australiano en: http://heardisland.antarctica.gov.au/protection-and-management/history-of-protection/pressures

[11] Alianza Global para Alternativas a la Incineración (GAIA). La basura plástica llegó a América Latina: tendencias y retos en la región. Resumen ejecutivo, julio 2021.

Tomado de: El Viejo Topo

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Paradojas del negacionismo

Por Michel E. Torres Corona @metorres93

El negacionismo, como postura ideológica, tiene muchas vertientes. Existen, por ejemplo, los que niegan la evolución, ya sea por motivos religiosos o porque no pueden entender que todos los seres humanos tengamos como antepasados a los simios. Están también los que niegan el cambio climático y tildan de «apocalípticos» a los científicos y especialistas que alertan, una y otra vez, sobre la paulatina depauperación (cada vez más acelerada) de nuestra «única y contaminada nave espacial»: la Tierra.

No hace mucho, una plataforma de streaming estadounidense estrenó una película titulada  No mires arriba (Don´t look up), donde dos científicos trataban de salvar al planeta de un inminente cataclismo proveniente del espacio sideral, pero solo hallaban oídos sordos por parte de las autoridades y público en general. Era más fácil y simple decir que aquello no era verdad.

El terraplanismo, a su vez, es una curiosa forma de negacionismo: ante la evidencia apabullante de que nuestro globo terráqueo es… bueno, un globo, con forma esférica (achatada por los polos y abultada por el Ecuador, como se rezaba en la primaria), los terraplanistas se refugian en teorías de conspiración. Las fotos tomadas desde estaciones en órbita son falsas, burdos montajes; todos los astronautas y cosmonautas, desde Yuri Gagarin y Neil Armstrong, son títeres de una elaborada puesta en escena; esos barcos que se hunden en el horizonte solo están bajando una pendiente.

La evolución, la forma del planeta, el calentamiento global, son todos tópicos sobre los que existe un consenso científico y una abrumadora cantidad de pruebas a favor; respaldadas con argumentos racionales, no con prejuicios o conspiranoia. Pero las ciencias naturales tienen un grado de certeza que es poco probable (si no imposible) alcanzar en la política, donde, como toda construcción cultural, los referentes son siempre cambiantes y condicionados por infinidad de variables. Es más fácil convencer a una persona de que la contaminación está destruyendo al planeta que persuadirla de que es la forma en la que nos organizamos como sociedad, en la que jerarquizamos relaciones de producción y distribución de recursos y productos, la conditio sine qua non de esa destrucción planetaria.

Sin embargo, hay cuestiones políticas en las que parece haber un consenso mucho mayor, casi unánime. Todos los años, en la Asamblea General de las Naciones Unidas, se aprueba una resolución llamada Necesidad de poner fin al bloqueo estadounidense contra Cuba, que cuenta con el voto afirmativo de toda la comunidad internacional, con la excepción de Estados Unidos, Israel y algún que otro testaferro de turno. Pareciera que, como con la evolución o la forma del planeta, es propio de seres irracionales negar esa «necesidad». Y, no obstante, existen negacionistas del bloqueo.

Le llaman «embargo», quizá para suavizar el término, y hasta se molestan cuando alguien habla de «bloqueo», llegando a dar lecciones cual diletantes juristas. Niegan que es la onu la que ratifica, cada año, el término «bloqueo»… ¿Qué mayor respaldo formal necesitan? Hablan de un supuesto «bloqueo interno», como si se pudieran equiparar nuestras deficiencias administrativas (que sería igual de irracional negarlas) con un acto deliberado y sistemático que lleva más de medio siglo y no tiene comparación alguna en la historia universal. Si de verdad fueran equivalentes, el Gobierno cubano tendría que ser el más ineficiente jamás visto sobre la faz de la Tierra… ¿y cómo un gobierno tan negligente sobrevive a un bloqueo tan férreo? Paradojas del negacionismo.

Los peores, los más irracionales, son los que, simple y llanamente, dicen que el bloqueo es una excusa más de la «dictadura». ¡Con lo fácil que resultaría quitarnos la excusa…! Y están, por supuesto, los que niegan que el bloqueo afecte al pueblo cubano, que únicamente atenta contra los intereses de «militares y burócratas». A ellos sería bueno recomendarles que se informaran sobre la reciente multa que tuvo que pagar Airbnb, una plataforma digital utilizada por propietarios privados para promover y concretar contratos de arrendamiento para sus viviendas. ¡Curiosa manera de auxiliar al pueblo!

Y es que hay negacionismos que se sustentan en la ignorancia, y negacionismos que son el último reducto de algunas personas para disimular su carácter indigno. Que cada quien concluya, según su parecer, a qué grupo pertenecen los que repiten, una y otra vez, que «el bloqueo no existe».

Tomado de: Granma

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El adjetivo y sus arrugas

Por Alejo Carpentier

Los adjetivos son las arrugas del estilo. Cuando se inscriben en la poesía, en la prosa, de modo natural, sin acudir al llamado de una costumbre, regresan a su universal depósito sin haber dejado mayores huellas en una página. Pero cuando se les hace volver a menudo, cuando se les confiere una importancia particular, cuando se les otorga dignidades y categorías, se hacen arrugas, arrugas que se ahondan cada vez más, hasta hacerse surcos anunciadores de decrepitud, para el estilo que los carga. Porque las ideas nunca envejecen, cuando son ideas verdaderas. Tampoco los sustantivos. Cuando el Dios del Génesis luego de poner luminarias en la haz del abismo, procede a la división de las aguas, este acto de dividir las aguas se hace imagen grandiosa mediante palabras concretas, que conservan todo su potencial poético desde que fueran pronunciadas por vez primera. Cuando Jeremías dice que ni puede el etíope mudar de piel, ni perder sus manchas el leopardo, acuña una de esas expresiones poético-proverbiales destinadas a viajar a través del tiempo, conservando la elocuencia de una idea concreta, servida por palabras concretas. Así el refrán, frase que expone una esencia de sabiduría popular de experiencia colectiva, elimina casi siempre el adjetivo de sus cláusulas: “Dime con quién andas…”,” Tanto va el cántaro a la fuente…”,” El muerto al hoyo…”, etc. Y es que, por instinto, quienes elaboran una materia verbal destinada a perdurar, desconfían del adjetivo, porque cada época tiene sus adjetivos perecederos, como tiene sus modas, sus faldas largas o cortas, sus chistes o leontinas.

El romanticismo, cuyos poetas amaban la desesperación —sincera o fingida— tuvo un riquísimo arsenal de adjetivos sugerentes, de cuanto fuera lúgubre, melancólico, sollozante, tormentoso, ululante, desolado, sombrío, medieval, crepuscular y funerario. Los simbolistas reunieron adjetivos evanescentes, grisáceos, aneblados, difusos, remotos, opalescentes, en tanto que los modernistas latinoamericanos los tuvieron helénicos, marmóreos, versallescos, ebúrneos, panidas, faunescos, samaritanos, pausados en sus giros, sollozantes en sus violonchelos, áureos en sus albas: de color absintio cuando de nepentes se trataba, mientras leve y aleve se mostraba el ala del leve abanico. Al principio de este siglo, cuando el ocultismo se puso de moda en París, Sar Paladán llenaba sus novelas de adjetivos que sugirieran lo mágico, lo caldeo, lo estelar y astral. Anatole France, en sus vidas de santos, usaba muy hábilmente la adjetivación de Jacobo de la Vorágine para darse “un tono de época”. Los surrealistas fueron geniales en hallar y remozar cuanto adjetivo pudiera prestarse a especulaciones poéticas sobre lo fantasmal, alucinante, misterioso, delirante, fortuito, convulsivo y onírico. En cuanto a los existencialistas de segunda mano, prefieren los purulentos e irritantes.

Así, los adjetivos se transforman, al cabo de muy poco tiempo, en el academismo de una tendencia literaria, de una generación. Tras de los inventores reales de una expresión, aparecen los que sólo captaron de ella las técnicas de matizar, colorear y sugerir: la tintorería del oficio. Y cuando hoy decimos que el estilo de tal autor de ayer nos resulta insoportable, no nos referimos al fondo, sino a los oropeles, lutos, amaneramientos y orfebrerías, de la adjetivación.

Y la verdad es que todos los grandes estilos se caracterizan por una suma parquedad en el uso del adjetivo. Y cuando se valen de él, usan los adjetivos más concretos, simples, directos, definidores de calidad, consistencia, estado, materia y ánimo, tan preferidos por quienes redactaron la Biblia, como por quien escribió el Quijote.

Tomado de: Ciudad seva

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Socialismo

Por Fernando Martínez Heredia

El autor escribió una versión primitiva de este texto en 2005, a solicitud de Pablo González Casanova, que fue publicada en Fernando Martínez Heredia y otros, Autocríticas, un diálogo al interior de la tradición socialista (Editorial de Ciencias Sociales / Ruth Casa editorial — Cuadernos de Pensamiento Crítico N° 1, La Habana, 2009). La presente versión fue revisada y ampliada para promover la discusión en el Seminario de Posgrado del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM, México DF, 19 de septiembre de 2012; y para su reedición en 2014.

Tomado de Magdiel Sánchez Quiróz (selección e introducción), Fernando Martínez Heredia. Pensar en tiempo de revolución. Antología esencial, Buenos Aires, CLACSO, 2018.

I. Socialismo, socialistas

El concepto socialismo ha sido cargado de sentido desde una amplia gama de orientaciones ideológicas y políticas diferentes, durante más de un siglo y medio. Sin duda, esto dificulta el trabajo con él desde una perspectiva de ciencia social, pero es preferible, en vez de lamentarlo, partir de esa realidad, que es casi imposible separar del concepto. Lo más importante es que desde el siglo XIX y en el curso del siglo XX la noción de socialismo auspició a un amplísimo campo de demandas, ideas y anhelos de mejoramiento social y personal, y que después de 1917 llegó a asociarse a las empresas de transformación social y humana más ambiciosas y profundas que ha vivido la Humanidad. Ellas han constituido el reto más grave que ha sufrido la existencia del capitalismo, en todas sus variantes, a escala mundial.

También ha estado vinculado el socialismo a una interrogante que es crucial para toda la época que vivimos. Se produce una multiplicación acelerada de logros técnicos y científicos en multitud de campos, y de las necesidades y los consumos asociados a ellos, un crecimiento incesante del conocimiento cada vez más profundo de los seres humanos, y cambios sensibles en el desarrollo de las subjetividades y las relaciones interpersonales. Es decir, se produce un raudo crecimiento de las potencialidades y las expectativas de la Humanidad. Esta situación, ¿desembocará en una agudización de la dominación más completa y despiadada de una minoría muy poderosa sobre las personas y la mayoría de los países, y la pauperización de gran parte de su población, al que se sumará un deterioro irremediable del medio en que vivimos? ¿O este será el prólogo de movimientos e ideas que logren transformar el mundo y la vida para poner aquellos logros inmensos al servicio de las mayorías y de la creación de un orden social y humano en que primen la justicia, la libertad, la satisfacción de necesidades y deseos, la convivencia solidaria y la armonía con la naturaleza?

Socialismo y socialista han sido denominaciones utilizadas por muy disímiles partidos y movimientos políticos, Estados, corrientes ideológicas y cuerpos de pensamiento, para definirse a sí mismos o para calificar a otros.

Las posiciones que se autocalifican socialistas pueden considerar al capitalismo su antinomia y trabajar por su eliminación, o limitarse a ser un adversario legal suyo e intentar cambiar el sistema de manera evolutiva, o ser apenas una conciencia crítica del orden social vigente. Por otra parte, la tónica predominante al tratar el concepto en los medios masivos de comunicación y en la literatura divulgativa –incluidas enciclopedias–, y en gran parte de las obras especializadas, ha consistido en una sistemática devaluación intelectual del socialismo y en simplificaciones, distorsiones y acusaciones morales y políticas de todo tipo. Pocos conceptos han confrontado tanta hostilidad y falta de rigor al ser criticados, lo que registro aquí solamente como un dato a tener en cuenta.

Las relaciones entre los conceptos socialismo y comunismo –a las que me referiré más adelante– no solo pertenecen al campo teórico y a las experiencias prácticas socialistas; el cuadro de hostilidad mencionado ha llevado muchas veces a preferir el uso exclusivo de la palabra socialismo, para evitar las consecuencias de incomunicación o malos entendidos que suelen levantarse cuando se utiliza la palabra comunismo. Durante una gran parte del siglo XX, esa desventaja fue agravada por la connotación que le daba a «comunismo» ser identificado con la tendencia más fuerte que ha habido dentro de las experiencias, organizaciones e ideas socialistas, la integrada por la Unión Soviética, el llamado movimiento comunista internacional y la corriente marxista que llamaron marxismo leninismo.

No pretendo criticar, o siquiera comentar, las muy diversas definiciones y aproximaciones que registra el concepto de socialismo, ni el océano de bibliografía con que cuenta este tema. Asomarme apenas a esa valiosa tarea erudita ocuparía todo el espacio de este ensayo, y me alejaría de lo que pretendo. Solo por excepción colocaré algunas notas al pie, para que ellas no estorben al aire del texto y su intención.

A mi juicio debo exponer aquí de manera positiva lo que entiendo básico en el concepto de socialismo, los problemas que confronta y la utilidad que puede ofrecer para el trabajo intelectual, desde mi perspectiva y desde nuestro tiempo y el mundo en que vivimos.

Dos precisiones previas, que son cuestiones de método. Una, todo concepto social debe ser definido también en relación con su historia como concepto. En unos casos puede parecer más obvio o provechoso hacerlo, y en otros más dispensable, pero entiendo que en todos los casos es necesario. La otra, en los conceptos que se refieren a movimientos que existen y pugnan en ámbitos públicos de la actividad humana, es necesario distinguir entre los enunciados teóricos y las experiencias prácticas. Tendré en cuenta ambos requerimientos en este texto.

Federico Engels y Karl Marx

II. Historia y concepto, prácticas y concepto

El socialismo está ligado al establecimiento de sociedades modernas capitalistas en Europa y en el mundo, si prescindimos de una dilatada historia que podría remontar la noción a las más antiguas sociedades con sistemas de dominación.

Esa historia incluye rebeliones de los de abajo contra las opresiones, por la justicia social, la igualdad personal o la vida en comunidad, actividades de reformadores que tuvieron más o menos poder o influencia, y también creencias e ideas que fueron formuladas como destinos o parusías, y construcciones intelectuales de pensadores, basadas en la igualdad de las personas y en un orden social colectivista, que usualmente eran atribuidas a una edad pasada o a una era futura sine dia.

En la Europa de la primera mitad del siglo XIX le llamaban socialismo a diferentes teorías y movimientos que postulaban o buscaban sobre todo la igualdad, una justicia social y un gobierno del pueblo, e iban contra el individualismo, la competencia y el afán de lucro nacidos de la propiedad privada capitalista, y contra los regímenes políticos vigentes. Estos socialistas prefiguraban sociedades más o menos perfectas o favorecían la idea de sociedades en las que predominaran los productores libres.

En general, esos socialismos debían mucho de su lenguaje y su mundo ideal a los radicalismos desplegados durante y a consecuencia de las revoluciones burguesas, especialmente de la francesa, pero encontraron base social entre los contingentes crecientes de trabajadores industriales y sus constelaciones sociales. Una parte de esos trabajadores se reconocían como tales a partir de su actividad mancomunada en las manufacturas y fábricas, potenciaban sus identidades a través de movimientos sociales y solían luchar por algunas reformas que los favorecieran; en ciertas coyunturas, encontraban lugar o recibían apoyo de organismos y líderes políticos. Pero surgieron también otros activistas y pensadores que aspiraban a mucho más: cambios radicales que implantaran la justicia social, o que llevaran la libertad personal mucho más lejos que sus horizontes burgueses.

Socialistas, comunistas y anarquistas pensaron y actuaron en alguna medida durante las grandes convulsiones europeas que son conocidas genéricamente como la Revolución del 48.

En la Europa del medio siglo siguiente se desplegó la mayor parte de las ideas centrales del socialismo, y sucedieron algunas experiencias revolucionarias y radicales, pero sobre todo sobrevino la adecuación de la mayoría de los movimientos socialistas a la hegemonía de la burguesía. El triunfo del nuevo tipo de desarrollo económico capitalista, ligado a la generalización del mercado, el dinero, la gran industria y la banca, las nuevas relaciones de producción, distribución y consumo, el mercado mundial y el colonialismo, unido a la caída del antiguo régimen y a las nuevas instituciones e ideas políticas e ideológicas creadas a partir de las revoluciones burguesas y las reformas del siglo XIX, formaron un conjunto que transformó a fondo a las sociedades en una gran parte del continente. Esa victoria en toda la línea, sin embargo, abrió la posibilidad de comprenderla desde una posición contraria al capitalismo, como el gigantesco proceso de creación de condiciones imprescindibles para que la humanidad entera contara con medios materiales y capacidades suficientes para abolir con éxito la explotación del trabajo y la propiedad privada burguesa, las opresiones sociales y políticas, el propio poder del Estado y la enajenación de los individuos.

Esa concepción nació ligada a la convicción o la confianza en la actuación decisiva que tendría un nuevo sujeto histórico. El mismo proceso de auge del capitalismo en Europa estaba creando una nueva clase –el proletariado–, capaz de llevar a cabo una nueva labor revolucionaria y destinada a ello por su propia naturaleza; la tarea suya, igual que la de la burguesía, tendría alcance mundial, pero con un contenido opuesto, liberador de todas las opresiones y de todos los oprimidos. El nacionalismo, política e ideal triunfante o exigido en una gran parte del continente, y que parecía próximo a generalizarse, sería superado por la acción del proletariado paneuropeo, que conduciría finalmente al resto del mundo a un nuevo orden en el cual no habría fronteras. Las ideologías burguesas del progreso y de la civilización podían ser aceptadas por los proletarios, porque ellos las volverían contra el dominio burgués: el socialismo sería la realización de la racionalidad moderna. Aún más, el auge y el imperio de la ciencia, con su positivismo y su evolucionismo victoriosos, podían brindar la clave de la evolución social, si se hacía ciencia desde la clase proletaria.

Una concepción se abrió paso entre las ideas anticapitalistas, en franca polémica con el anarquismo en torno a los problemas de la acción política y del Estado futuro, aunque coincidiendo con él en cuanto a la oposición radical al sistema capitalista, la abolición de la propiedad privada y el desarrollo humano. Esta fue la concepción de Carlos Marx (1818–1883), que en vida suya comenzaron otros a llamar marxismo.

Como cuerpo teórico y como ideología, ella ha sido el principal adversario del capitalismo desde entonces hasta hoy. Además, innumerables movimientos políticos y sociales anticapitalistas y de liberación en todo el mundo se han proclamado marxistas, y prácticamente todas las experiencias socialistas lo han hecho también. La producción intelectual, su historia de más de siglo y medio y las diferentes tendencias del marxismo están profundamente vinculadas a todo abordaje que se haga del concepto de socialismo. No me es posible sintetizar ese conjunto, por lo que me limito a presentar un sucinto repertorio del marxismo originario, tan abreviado que no tiene en cuenta la evolución de las ideas del propio Marx. Más adelante añadiré algunos comentarios muy parciales.

Carlos Marx intentó desarrollar su posición teórica a través de un plan sumamente ambicioso, que solo en parte pudo realizar; pero, además, es erróneo creer que estuvo elaborando un sistema filosófico acabado, como había sido usual en el medio intelectual en que se formó inicialmente. Marx fue un pensador social, lo que sucede es que puso las bases y construyó en buena medida un nuevo paradigma de ciencia social, en mi opinión el más idóneo, útil y de mayores potencialidades de los existentes hasta hoy. También entiendo que existe ambigüedad en ciertos puntos importantes de su obra teórica, y además ella adolece de ausencias y contiene algunos errores, exageraciones y tópicos que hoy son insostenibles.

Por otra parte, a pesar de su radical novedad, la concepción de Marx no podía ser ajena a las influencias del ambiente intelectual de su época, aunque fue capaz de mantener su identidad, y de contradecir la corriente principal de aquel ambiente intelectual. No puede decirse lo mismo de la mayor parte de sus seguidores, y esa debilidad ha tenido consecuencias muy negativas.

En general, la posición tan revolucionaria de Marx resultaba demasiado chocante, y el conjunto formado por la calidad del contenido y el carácter subversivo de su teoría, su intransigencia política y su ideal comunista concitó simplificaciones, rechazos, distorsiones y exclusiones.

Apunto nueve rasgos de su pensamiento que considero básicos:

1) El tipo capitalista de sociedad fue su objeto de estudio principal y de sus tesis, y a su luz es que hizo postulaciones sobre otras realidades o planteó preguntas acerca de ellas.

Tanto por su método como a través de la investigación de la especificidad del capitalismo, Marx produjo un pensamiento no evolucionista, cuando esa corriente estaba triunfando en toda la línea. Para él, lo social no es un corolario de lo natural;

2) Se enfrentó resueltamente al positivismo, que en su tiempo se convertía en la dirección principal del pensamiento social, y propuso una concepción alternativa;

3) Superó críticamente los puntos de partida de los sistemas filosóficos, tanto de los llamados materialistas como de los idealistas, abandonó la especulación filosófica en general y se colocó en un terreno teórico nuevo;

4) Produjo una teoría del modo de producción capitalista, capaz de servir como modelo para estudiar las sociedades «modernas» como sistemas de relaciones sociales de explotación y de dominación establecidas entre grandes grupos humanos. Esa teoría permite investigar las características y los instrumentos de la reproducción del sistema de dominación, las contradicciones internas principales de esas sociedades, su proceso histórico de origen, desarrollo y apogeo, y sus tendencias previsibles;

5) Su teoría social privilegia los conflictos, y considera que la dinámica social fundamental proviene de la lucha de clases moderna.

Mediante ella es que se constituyen del todo las clases sociales, se despliegan sus conflictos y tienden a resolverse mediante cambios revolucionarios. Las luchas de clases no «emanan» de una «estructura de clase» determinada a la cual las clases «pertenecen».

El desarrollo mismo del capitalismo genera un antagonismo de clases sintetizador entre burgueses y proletarios, y en esas condiciones puede emprenderse un proceso político que lleva a la revolución proletaria.

La teoría de las luchas de clases es el núcleo central de su concepción;

6) La historia es una dimensión necesaria en la teoría social de Marx, dados su método y sus preguntas fundamentales. ¿Cómo funcionan, por qué y cómo cambian las sociedades?, se pregunta. Su concepción de la historicidad y del movimiento histórico de las sociedades trata de conjugar los modos de producción y las luchas de clases. Sus estudios del capitalismo son la base de sus afirmaciones, hipótesis y sugerencias acerca de otras sociedades no europeas o anteriores al desarrollo del capitalismo, de las preguntas que se hace acerca de ellas y de las prevenciones que formula respecto a la ampliación de su teoría a otros ámbitos históricos;

7) Su concepción unitaria de la ciencia social, y su manera de relacionar la ciencia con la conciencia social, la dominación de clase y la dinámica histórica entre ellas, inauguraron una posición teórica que es radicalmente diferente a la especialización, las perspectivas y el canon de «objetividad» de las disciplinas y profesiones que se estaban constituyendo entonces en Europa, como la Economía, la Historia y la Sociología. Ese es uno de los sentidos principales de la palabra «crítica», tan usual en los títulos de obras suyas.

Marx puso las bases de la sociología del conocimiento social;

8) Marx es ajeno a la creencia en que la consecuencia feliz de la evolución progresiva de la Humanidad sea el paso ineluctable del capitalismo al socialismo. Esta aclaración es muy necesaria, por dos tipos de razones: a) como ideología de la liberación humana y social, la propuesta de Marx era más bien una profecía lanzada frente al inmenso poder burgués y la incipiencia de su movimiento. Para reafirmarse y avanzar, los marxistas comenzaron a atribuirse el respaldo de la Historia, de la ciencia y de la propia ideología burguesa del progreso: trataron de convertirlos en la promesa de que el futuro pertenecería al socialismo; b) en la época de Marx, la actividad científica estaba muy ligada al determinismo.

Numerosos pasajes suyos sugieren que el modo de producción capitalista contiene rasgos y tendencias que lo llevarán hacia su destrucción, pero eso se debe a cuestiones de método en su investigación y a que hace exposiciones parciales de su concepción. La expresión misma de «socialismo científico» reúne ideología y ciencia, que se refuerzan mutuamente. Pero Marx siempre postuló muy claramente que la caída del capitalismo no consistiría en un derrumbe a partir de sus crisis, sino en su derrocamiento mediante la revolución proletaria, o revoluciones proletarias, que conquistaran el poder político a escala mundial y establecieran la dictadura revolucionaria de la clase proletaria;[1]

9) Según Marx, solo a través de un prolongado período histórico de muy profundas transformaciones revolucionarias –del que apenas bosquejó algunos rasgos– se avanzará desde la abolición de la explotación del trabajo y la apropiación burguesas hacia la abolición del tiempo de trabajo como medida de la economía, desde la toma del poder político hacia la extinción de los sistemas de dominación de clases y los Estados, la desaparición progresiva de toda dominación y la formación de una sociedad comunista de productores libres asociados, nuevas formas de apropiación, nuevas personas y una nueva cultura. En ese proceso, el poder público perderá su carácter político, y junto con el antagonismo y la dominación de clase se extinguirán las clases: «[…] surgirá una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos».[2]

Aunque efímera y aplastada a sangre y fuego, la Comuna dejó un legado sumamente valioso: sus hechos mismos y las enseñanzas que aportaron; una identidad rebelde que al fin tuvo encarnaciones propias; una insurrección heroica y un gobierno con democracia participativa; y la Internacional, una canción que ha alcanzado significado de símbolo a escala mundial. Hasta pocos años antes, las represiones y la negación de ciudadanía plena al pueblo habían sido armas comunes tanto de los príncipes como de los políticos liberales europeos, mientras la autonomía local, la democracia, la soberanía popular y las reivindicaciones de género eran banderas de los socialistas. Pero en 1871 ya estaban en marcha las reformas que llevaron a la construcción de un nuevo sistema en los Estados nacionales, con derecho general al voto de los varones, constituciones, estado de derecho, parlamentos y predominio de la instancia nacional, un nuevo orden que concedió o reconoció derechos en materia de ciudadanía y representación, y de organización social y política. Al mismo tiempo, las potencias de Europa renovaban el colonialismo y estrenaban el imperialismo.

Los movimientos socialistas encontraron un lugar en ese sistema: el socialismo colaboró así en la elaboración de la hegemonía burguesa, reduciéndose progresivamente de antinomia a diversidad dentro del capitalismo. Partidos de trabajadores y federaciones sindicales que se declaraban socialistas y marxistas alcanzaron éxitos notables dentro de la legalidad abierta desde los años setenta, dieron más impulso a sus intereses corporativos y a las luchas por democracia en sus países, ganaron representación en los parlamentos y se asociaron en una Segunda Internacional. Pero, al mismo tiempo, se alejaron definitivamente de los ideales y la estrategia revolucionaria y asumieron el reformismo político como guía general de su actuación. Vivían escindidos entre los ritos de su origen y su adecuación al dominio burgués, que llegó a hacerlos cómplices del colonialismo en nombre de la civilización y de la misión mundial del hombre blanco. Su pensamiento también se escindió, entre una «ortodoxia» y un «revisionismo» marxistas, que a pesar de sostener controversias constituían las dos caras de una misma moneda.

La gente común que se sentía socialista practicaba el activismo sindical, la participación política o la representación proletaria como formas de obtener «demandas inmediatas» y mejoras en la calidad de la vida –el urbanismo de la época aportó en Europa el barrio obrero–, superación personal y satisfacciones en su pertenencia a un ideal organizado. O admiraba al socialismo como ideal de los trabajadores y los pobres, acicate para adquirir educación y ascender en la sociedad, y creencia que aseguraba que el progreso llevaría a un mundo futuro sin capitalismo.

III. Socialismo y revoluciones anticapitalistas de liberación

La «bella época» del imperialismo desembocó en la horrorosa guerra mundial de 1914–1918. Pero en 1917 cayó el régimen zarista en la quebrantada Rusia, y el país entró en revolución.

El Partido Obrero Socialdemócrata ruso (bolchevique) –dirigido por Vladimir I. Lenin y opuesto a la posición de la II Internacional–, pasó a llamarse Partido Comunista, asumió una estrategia revolucionaria ante la crisis y en noviembre logró tomar el poder y convertir aquel proceso en una revolución anticapitalista.

El bolchevismo desplegó una gigantesca labor práctica y teórica que transformó o creó un gran número de instituciones y relaciones sociales a favor de los pueblos de la Rusia Soviética –URSS desde 1922–, y multiplicó las capacidades humanas y políticas de millones de personas.

Ese evento histórico afectó profundamente al concepto de socialismo. Las ideas sobre el cambio social y el socialismo fueron puestas a prueba, tanto las previas como las nuevas que surgieron en aquella experiencia. En vez de la creencia en la evolución natural que llevaría del capitalismo al socialismo y de los debates anteriores acerca del «derrumbe» forzoso del capitalismo a consecuencia de sus propias contradicciones, el bolchevismo se vio en el trance histórico de actuar en innumerables terrenos, y de poner a discusión la naturaleza del poder obrero, la actualidad de la revolución, los problemas de la organización estatal y partidaria, la política económica, la promoción y los fundamentos de una educación, una cultura, una democracia y unos valores que llevaran al socialismo, la creación de formas socialistas de vida cotidiana, los rasgos y los problemas fundamentales de la transición socialista, las perspectivas del socialismo.

El objeto de la teoría marxista se modificó y se amplió. A escala internacional, el campo conceptual y político del socialismo fue sometido a alternativas entre la revolución comunista y el reformismo socialdemócrata. La separación entre ambas posiciones fue tajante y cada una tendió a negar a la otra.

El impacto y la influencia de la revolución bolchevique en Europa y en muchos medios en el mundo fueron inmensos. La existencia y los logros de la URSS daban crédito a la posibilidad de alcanzar el socialismo en otros países, elevaron mucho el prestigio y la divulgación de las ideas socialistas y permitieron que las ideas internacionalistas se pusieran en práctica.

Después de 1919, la creación y el desarrollo de la Internacional Comunista y su red de organizaciones sociales fue el vehículo para formar un movimiento comunista que actuó en numerosos lugares del mundo. Pero se cometió el grave error de pretender que una sola forma organizativa y un mismo cuerpo ideológico teórico fueran compartidos por los revolucionarios anticapitalistas de todo el orbe, y que la línea de la Internacional se tornara determinante en las políticas y los proyectos de cambio en todas partes. Los partidos comunistas que se fueron creando en docenas de países debían ser los agentes principales de esa labor.

En escala muy diversa y adecuada a las más disímiles situaciones, la influencia del socialismo soviético estuvo presente en las ideas y las experiencias revolucionarias a lo largo del mundo del siglo XX.

El concepto de socialismo del marxismo originario sufrió adaptaciones a prácticas que fueron más o menos lejanas a sus postulados teóricos, por dos razones principales:

  1. a) Para Marx, la revolución anticapitalista y el nuevo régimen previsto debían ser victoriosos a escala mundial, es decir, a la misma escala alcanzada por el capitalismo. Al no suceder así, ambos tipos de sociedad quedaron como poderes enfrentados en una enemistad mortal. Pero en el interior de los regímenes de transición socialista estuvieron presente cada vez más instrumentos, relaciones, ideas, formas de reproducción de la vida social y de dominación que eran propios del capitalismo;
  2. b) El predominio en esas sociedades en transición de intereses parciales, y la apropiación del poder por parte de grupos, con la consiguiente expropiación de los medios revolucionarios, la participación democrática y la libertad que eran necesarios para la formación de personas y relaciones socialistas.

El proceso de la transición socialista debía ser diferente y opuesto al capitalismo –y no solo opuesto a él–, y sobre todo debía ser un conjunto y una sucesión de creaciones culturales superiores, obra de contingentes cada vez más numerosos, más conscientes y más capaces de dirigir los procesos sociales. En vez de esto, sucedió una historia de deformaciones, detenciones, retrocesos, e incluso represiones y crímenes. Durante ese proceso, el socialismo fue referido a las necesidades de la URSS y los intereses y políticas de sus gobernantes –«el socialismo en un solo país»–, fue convertido en sinónimo de metas civilizadoras o demagógicas –la «construcción del socialismo», «régimen social superior»–, su triunfo mundial fue referido a una competencia entre superpotencias –«alcanzar y superar»–, e incluso se llegó a inventar un apelativo de consuelo para la resultante soviética: el «socialismo realmente existente», o «socialismo real». La colosal experiencia bolchevique fue liquidada y la URSS se convirtió en un poderoso Estado. Todavía protagonizó la epopeya de 1941–1945 contra el nazismo, que brindó al socialismo un formidable prestigio mundial –dilapidado en la posguerra–, pero en los cuarenta años siguientes la URSS y el bloque que formó en Europa constituyeron poderes que asfixiaban a sus propias sociedades y participaban en la geopolítica bipolar. Al final de sus procesos de estancamiento y de corrosión, aquel socialismo de las fuerzas productivas y la dominación de grupos fue vencido por las fuerzas productivas y por la cultura del capitalismo.

La caída de esos regímenes, tan súbita como indecorosa, le infligió un daño inmenso al prestigio del socialismo en todo el mundo.

Desde los años treinta el marxismo había sido víctima de la liquidación de la Revolución.

Se impuso el llamado marxismo-leninismo, autoritario, dogmático, distribuidor de premios y castigos, una ideología teorizada de obedecer, legitimar, clasificar y juzgar. Unía una profusión de citas de «los clásicos» con una mezcla de filosofía especulativa y positivismo. En 1965, Ernesto Che Guevara escribió en un texto clásico acerca del socialismo: «[…] el escolasticismo que ha frenado el desarrollo de la filosofía marxista e impedido el tratamiento sistemático del período».[3]

Sería un grave error, sin embargo, reducir la historia del concepto y las experiencias del socialismo al ámbito de aquellos poderes europeos.

En la propia Europa, numerosos revolucionarios hicieron aportes al socialismo.

La obra intelectual de algunos de ellos –como Antonio Gramsci– es muy trascendente. En Asia y África, esa historia ha estado ligada al desarrollo de las revoluciones de liberación nacional y social, y a la emergencia y afirmación de Estados independientes. Han sido muy valiosos los aportes de China y Vietnam –presididos por Mao Tse Tung y Hồ Chí Minh–, y también los de Corea, los luchadores de las colonias portuguesas y Argelia, y otros africanos y asiáticos. En África, cierto número de Estados se calificaron de socialistas en las primeras décadas de su existencia como tales, y también movimientos políticos que deseaban unir la justicia social a la búsqueda de la liberación nacional.

En América Latina y el Caribe, las necesidades y las ideas llevaron a pensadores y políticos a relacionar la libertad y el anticolonialismo con la justicia social, durante la época de las revoluciones de independencia (1791–1824).

En las nuevas repúblicas, el socialismo fue valorado sobre todo en relación con los objetivos y las posiciones que se defendían o promovían.

José Martí (1853–1895) fue, a mi juicio, el pensador más profundo, original y subversivo de la época en América. Llegó a una comprensión completa del colonialismo viejo y nuevo, en sus relaciones con la explotación de los trabajadores, campesinos y pueblos sometidos en general, y con el naciente imperialismo norteamericano, y estudió los rasgos y las tendencias de este último, lo esencial de los sistemas de dominación vigentes en América Latina y la política revolucionaria necesaria para transformar la región. Político excepcional, su lucha y su proyecto eran de liberación nacional, una guerra revolucionaria para conseguir la formación de nuevas capacidades en un pueblo colonizado y la creación de una república democrática en Cuba, la detención del expansionismo norteamericano en el Caribe y el inicio de la «Segunda Independencia» del continente.

Martí conoció ideas marxianas y anarquistas, y admiró a Marx y los luchadores obreros de Estados Unidos, pero fijó su diferencia política e ideológica respecto a ellos.

Hace más de un siglo que existen las ideas socialistas en América, y organizaciones que las han proclamado o tratado efectivamente de realizarlas. Una gran corriente ha sido la que se inscribió en la Internacional Comunista o fue influida por ella y por los partidos comunistas a lo largo del siglo. Pensadores y movimientos políticos de otras corrientes, diversas entre sí, han asumido el comunismo marxista u otras ideas socialistas y han hecho un enorme número de aportes valiosos. Unos y otros se han visto ante los problemas, las identidades, los conflictos, las culturas y las situaciones latinoamericanas, y han acertado los que supieron utilizar sus instrumentos intelectuales de alcance general para conocer aquellas especificidades, como enseñó en fecha temprana José Carlos Mariátegui (1894–1930).[4] Si se estudia e investiga sin prejuicios, puede establecerse un rico inventario de ideas de pensadores y movimientos,[5] y descubrir las posiciones reales de revolucionarios descollantes, como Augusto César Sandino y Antonio Guiteras. El socialismo sigue vivo en el pensamiento latinoamericano actual –que es tan vigoroso–, y en movimientos sociales y políticos cuya capacidad de proyecto acompaña a su actividad cotidiana.

José Martí

IV. Experiencias y deber ser, poder y proyecto, concepto de transición socialista

La historia de las experiencias de socialismo en el siglo XX ha sido satanizada en los últimos veinte años y tiende a ser olvidada. Es vital impedir esto, si se quiere comprender y utilizar el concepto, pero sobre todo para examinar mejor las opciones que tiene la humanidad ante los graves peligros, miserias y dificultades que la agobian en la actualidad, y enrumbar los nuevos movimientos e ideas que retan al capitalismo.

El balance crítico de las experiencias socialistas que ha habido y existen es un ejercicio indispensable para manejar el concepto de socialismo. Contribuyo a ese examen con algunas proposiciones.

Poderes que aspiraban al socialismo organizaron y desarrollaron economías diferentes a las del capitalismo, basadas en su origen en satisfacer las necesidades humanas y la justicia social; los Estados las articularon con muy amplias políticas sociales y con cierto grado de planeamiento. Pueblos enteros se movilizaron en la defensa y el despliegue de esas sociedades, en las cuales desplegaron su condición humana y aumentaron sus capacidades y la calidad de sus vidas. Esas sociedades, y las luchas de liberación y anticapitalistas de otros pueblos, involucraron a cientos de millones de personas; ellas, y la acumulación cultural que han producido, constituyen el evento social más trascendente del siglo XX. Pero a pesar de sus logros tan grandes, los poderes socialistas padecieron graves faltas y descalabros en cuanto a elaborar un tipo propio de democracia y enfrentar los problemas de su propio tipo de dominación, impidieron la ampliación de los espacios y el poder de sus sociedades, y en síntesis resultaron incapaces de echar las bases de una nueva cultura de liberación humana y social. La victoria del capitalismo frente a este socialismo estuvo en reabsorberlo a mediano o largo plazo, lo cual forma parte de su extraordinaria cualidad de recuperar los movimientos y las ideas de rebeldía dentro de su corriente principal. Frente a esa la línea general, Cuba ha logrado mantener hasta hoy su sociedad de transición socialista.

En cuanto se habla de socialismo aparece la necesidad de distinguir entre las propuestas y el deber ser del socialismo, por una parte, y las formas concretas en que este ha existido y existe en países, a partir de las luchas de liberación y los cambios profundos en esas sociedades.

Las ideas, la prefiguración, los ideales, la profecía, el proyecto, constituyen el fundamento, el alma y la razón de ser del socialismo, y brindan las metas que inspiran a sus seguidores.

Las prácticas son, sin embargo, la materia misma de la lucha y la esperanza: mediante ellas avanza o no el socialismo, y por ellas suele ser medido.

Esa distinción es básica, pero no es la única importante cuando se reflexiona acerca del socialismo.

En cuanto se aborda una experiencia socialista, se encuentran dos problemas. Uno es interno al país en cuestión: cómo son allí las relaciones entre el poder que existe y el proyecto enunciado; y el otro es externo: se refiere a las relaciones entre aquel país en transición socialista y el resto del mundo. En la realidad ambos problemas están muy relacionados, porque las prácticas que se tengan en cuanto a cada uno de ellos afectan al otro, y en alguna medida lo condicionan.

Las cuestiones planteadas por los experimentos socialistas no existen separadas, ni en estado «puro». Hay que enfrentarlas todas a la vez, están mezcladas o combinadas, ayudándose, estorbándose o confrontándose, exigiendo esfuerzos o sugiriendo olvidos y posposiciones que pueden ser o no fatales. Sus realidades, y cierto número de situaciones y sucesos ajenos, condicionan cada proceso. Enumero algunas cuestiones centrales.

Cada transición socialista debe conseguir cambios «civilizatorios» a escala de su población, no de una parte de ella, y debatirse entre ese deber y el complejo formado por los recursos con que cuenta y las carencias que padece; pero tiene que enfrentar, al mismo tiempo, la exigencia de cambios de liberación, porque o va conquistándolos, o todo el proceso se desnaturalizaría. Las correlaciones entre los grados de libertad que posee y las necesidades que la obligan son cruciales, porque la creación del socialismo depende básicamente del desarrollo de actividades calificadas que sean superiores a las necesidades y constricciones.

Hay muchos más dilemas y problemas.

Cómo combinar cambios y permanencias, relaciones sociales e ideologías que vienen del capitalismo –y que son muy capaces de rehacer capitalismo o generarlo– con transformaciones que están destinadas a formar personas diferentes, nuevas, y a producir una sociedad y una cultura nuevas. Cómo aprovechar, estimular o modificar las motivaciones y actitudes de los individuos –sin lo cual no habrá socialismo–, cuando el poder socialista resulta tan abarcador en la economía, la política, la formación y reproducción ideológica y la vida cotidiana de las personas, y tiende a desalentar o impedir las iniciativas de las personas en la medida en que se burocratiza.

Cómo lograr que prevalezca el proyecto sobre el poder –el mayor desafío interno a los regímenes de transición socialista–, cuando, además de los ámbitos que he referido, el poder es responsable de la defensa del país frente al imperialismo y los enemigos internos, y de las relaciones con los países, las empresas y las instituciones internacionales del capitalismo.

Cómo lograr que prevalezca el internacionalismo sobre la razón de Estado.

Es necesario que el pensamiento se ocupe de los problemas centrales, como los citados y otros, porque él debe cumplir una función crucial en la realización práctica del socialismo.

No hay retórica en esta afirmación: para toda la época de la transición socialista el factor subjetivo está obligado a ser determinante, y eso exige un pensamiento que sea muy superior a sus circunstancias, crítico y creador.

Algunas cuestiones teóricas más generales, ligadas a los problemas que cité arriba, resultan de utilidad permanente en el trabajo con el concepto de socialismo.

También poseen ese valor proposiciones estratégicas del marxismo originario, como la de la necesidad de la revolución a escala mundial –frente al ámbito nacional de cada experiencia socialista y frente a un capitalismo que ha sido cada vez más profundamente mundializado.

Y problemas desarrollados en momentos o a lo largo de la historia de la teoría, como el relativo a las decisiones en cuanto a qué es lo fundamental a desarrollar en las sociedades que emprenden el camino de creación del socialismo.

Paso a exponer mi concepto de transición socialista, que intenta precisar y hacer más útil para el trabajo intelectual el concepto de socialismo.[6]

La transición socialista es la época consistente en cambios profundos y sucesivos de las relaciones e instituciones sociales, y de los seres humanos que se van cambiando a sí mismos mientras van haciéndose dueños de las relaciones sociales. Es muy prolongada en el tiempo, y sucede a escala de formaciones sociales nacionales. Consiste ante todo en un poder político e ideológico dedicado a realizar el proyecto revolucionario de elevar a la sociedad toda y a cada uno de sus miembros por encima de las condiciones de reproducción social existentes, no para adecuarse a ellas. El socialismo no surge de la evolución progresiva del capitalismo. Este ha sido creador de premisas económicas, de individualización, ideales, sistemas políticos e ideológicos democráticos, que han permitido postular el comunismo y el socialismo. Pero de su evolución solo surge más capitalismo.

El socialismo es una opción, y solo existirá a partir de la voluntad y de la acción que sean capaces de crear nuevas realidades.

Es el ejercicio de comportamientos públicos y no públicos de masas organizadas y conscientes que toman el camino de su liberación total.

La práctica revolucionaria de los individuos de las clases explotadas y dominadas, ahora en el poder, y de sus organizaciones, debe ser idónea para trastornar profundamente las funciones y resultados sociales que hasta aquí ha tenido la actividad humana en la historia. En este proceso debe predominar la tendencia a que cada vez más personas conozcan y dirijan efectivamente los procesos sociales, y sea real y eficaz la participación política de la población.

Sin esas condiciones, el proceso perdería su naturaleza, y sería imposible que culmine en socialismo y comunismo.

La transición socialista es un proceso de violentaciones sucesivas de las condiciones de la economía, la política, la ideología, lo más radical que le sea posible a la acción consciente y organizada, si ella es capaz de volverse cada vez más masiva y profunda. No se trata de una utopía para mañana mismo, sino de una larguísima transición. Su objetivo final debe servir de guía y de juez de la procedencia de cada táctica y cada política, dado que estas son las que especifican, concretan, sujetan a normas, modos y etapas las situaciones que afectan y mueven a los individuos, las instituciones y sus relaciones.

Por tanto, no basta con tener eficiencia o utilidad para ser procedente: es obligatorio sujetarse a principios y a una ética nueva, socialista.

Las etapas de la transición socialista se identifican por el grado y profundidad en que se enfrentan las contradicciones centrales del nuevo régimen, que son las existentes entre los vínculos de solidaridad y el nuevo modo de producción y de vida, por un lado, y por otro las relaciones de enfrentamiento, de mercado y de dominio.

La transición socialista debe partir hacia el comunismo desde el primer día, aunque sus actores consuman sus vidas apenas en sus primeras etapas. Se beneficia de un gran avance internacional: la conciencia y las acciones que sus protagonistas consideran posibles son superiores a las que podría generar la reproducción de la vida social a escala del desarrollo existente en sus países. Es un grave error esperar que el supuesto «desarrollo de una base técnico-material», a un grado inciertamente cuantificable, permita «construir» el socialismo, y por tanto creer que el socialismo pueda ser una locomotora económica que arrastre tras de sí a los vagones de la sociedad. El socialismo es un cambio cultural.

Nacida de una parte de la población que es más consciente, y ejercitada a través de un poder muy fuerte y centralizador en lo material y lo ideal, la transición socialista comienza sustituyendo la lucha viva de las clases por un poder que se ejerce sobre innumerables aspectos de la sociedad y de la vida, en nombre del pueblo.

Por tanto, su factibilidad y su éxito exigen la creación y desarrollo de sistemas de control sobre los que ejercen funciones, pero sobre todo complejas multiplicaciones de la participación política y el poder del pueblo, que deben ser muy diferentes y superiores a los logros previos en materia de democracia.

Desatar una y otra vez las fuerzas reales y potenciales de las mayorías es la función más alta de las vanguardias sociales, que van preparando así su desaparición como tales. El predominio del proyecto sobre el poder es la brújula de ese proceso de creaciones, que debe ser capaz de revolucionar sucesivamente sus propias invenciones, relaciones e instituciones, a la vez que hace permanentes los cambios y los va convirtiendo en hábitos. Todo el proceso depende de hacer masivos la conciencia, la organización, el poder y la generación de cambios: el socialismo no puede crearse espontáneamente, ni puede donarse.

El concepto de transición socialista está más referido al movimiento histórico, mientras el de socialismo resulta más «fijo»; entiendo que eso ayuda a discernir las ventajas de cada uno para el análisis teórico y para el análisis de las experiencias. Además, el ámbito de la transición socialista abarca toda la época entre el capitalismo y el comunismo, por lo que facilita la recuperación de este último concepto.

Socialismo es ciertamente una noción más inclusiva que comunismo, lo cual ha facilitado que pueda pensarse desde él un arco muy amplio de situaciones y posibilidades no capitalistas.

Pero al ser su sentido verdadero la creación de una sociedad cuya base y despliegue son opuestos y diferentes al capitalismo, el socialismo necesita de la noción de comunismo, por dos razones. Una, la dimensión más trascendente, el objetivo –la utopía, incluso– de las ideas y los movimientos socialistas es el comunismo, una propuesta que no está atada a la coyuntura, la táctica, la estrategia de cada caso y momento, pero sirve para reconocer o promover actitudes, y para fijar el rumbo. La segunda, el referente comunista es útil para la recuperación de la memoria histórica de más de siglo y medio de ideas, sentimientos y acciones revolucionarias, y también lo es para pensar desde otro punto de partida ético y epistemológico los grandes temas de la transición socialista.

Ernesto Che Guevara

V. Dos concepciones del socialismo

Entre tantos problemas que porta el concepto de socialismo, he seleccionado solo algunos para esta exposición.

La vertiente interpretativa del marxismo originario que privilegió la determinación de los procesos sociales por la dimensión económica fue la más influyente a lo largo de las experiencias socialistas del siglo XX. Entre sus corolarios teóricos fueron centrales los de la «obligada correspondencia entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción», la cuantificación «técnico-material» de las bases de la «construcción del socialismo» y la supuesta ley de «satisfacción creciente de las necesidades». La llamada Economía Política del Socialismo llegó a codificar en un verdadero catecismo estos y otros preceptos de mayor o menor generalidad. Pero el tema del desarrollo, que floreció y tuvo un gran auge a escala mundial entre los años cincuenta y ochenta del siglo XX, replanteó la cuestión, al pensar la relación entre socialismo y desarrollo desde la situación y los problemas de los países que se liberaban en el llamado Tercer Mundo.

Entre polémicas y aportes, se avanzó en el conocimiento del formidable obstáculo al desarrollo constituido por el sistema imperialista mundial, el neocolonialismo y el llamado subdesarrollo.

En cuanto a la relación desarrollo — socialismo, la concepción que aplicaba los principios citados entendió que el primero debía preceder al segundo, es decir, que el desarrollo de la «base económica» sería la base del socialismo. Fidel Castro y Che Guevara estuvieron entre los opuestos a esas ideas, desde la experiencia cubana y como parte de una concepción teórica de la revolución socialista que articulaba la lucha en cada país, la especificidad del Tercer Mundo y el carácter mundial e internacionalista del proceso.[7] Guevara desarrolló un análisis crítico del socialismo de la URSS y su campo, y de su producción teórica, como parte de una posición teórica socialista basada en una filosofía marxista de la praxis, y en experiencias en curso.[8]

Ha habido dos maneras diferentes de entender el socialismo en el mundo del siglo XX.

Ellas han estado muy relacionadas entre sí, solían reclamarse del mismo origen teórico y no siempre han sido excluyentes. Expongo, sin embargo, los rasgos principales que permiten afirmar que se trata de dos entidades distintas.

La primera es un socialismo que pretende cambiar totalmente el sistema de relaciones económicas, mediante la racionalización de los procesos de producción y de trabajo, la eliminación del lucro, un crecimiento sostenido de las riquezas y la satisfacción creciente de las necesidades de la población. Se propone eliminar el carácter contradictorio del progreso, cumplir lo que considera el sentido de la historia y consumar la obra de la civilización y el ideal de la modernidad. Su material cultural previo han sido tres siglos de pensamiento avanzado europeo, que aportaron los conceptos, las ideas acerca de las instituciones guardianas de la libertad y la equidad, y la fuente de creencias cívicas de Occidente. Este socialismo propone consumar la promesa incumplida de la modernidad a través de la introducción de la justicia social y la armonía universal. Su consecución necesita un gran desarrollo económico y debe liberar a los trabajadores hasta tal punto que la economía dejaría de ser medida por el tiempo de trabajo. Bajo este socialismo, la democracia sería puesta en práctica a un grado muy superior a lo logrado por el capitalismo, e incluso a sus proyectos más radicales. Libertades individuales completas, garantizadas, instituciones intermedias, contrapesos, control ciudadano, extinción progresiva de los poderes. En una palabra, toda la democracia y toda la propuesta comunista de una asociación de productores libres. Su presupuesto es que al capitalismo no le es posible racionalmente la realización de aquellos fines tan altos: solo el socialismo puede hacerlos realidad.

La otra manera de entender el socialismo ha sido la de conquistar en un país la liberación nacional y social derrocando al poder establecido y creando un nuevo poder, ponerle fin al régimen de explotación capitalista y su sistema de propiedad, eliminar la opresión y abatir la miseria, y efectuar una gran redistribución de las riquezas y de la justicia. Sus prácticas tienen otros puntos de partida. Sus logros fundamentales son el respeto a la integridad y la dignidad humana, la obtención de alimentación, servicios de salud y educación, empleo y demás condiciones de una calidad de la vida decente para todos, y la implantación de la prioridad de los derechos de las mayorías y de las premisas de la igualdad efectiva de las personas, más allá de su ubicación social, género, raza y edad. Garantiza su orden social y cierto grado de desarrollo económico y social mediante un poder muy fuerte y una organización revolucionaria al servicio de la causa, honestidad administrativa, centralización de los recursos y su asignación a los fines económicos y sociales seleccionados o urgentes, búsqueda de relaciones económicas internacionales menos injustas, y planes de desarrollo.

Este socialismo debe recorrer un duro y largo camino en cuanto a garantizar la satisfacción de necesidades básicas, la resistencia eficaz frente a sus enemigos y a las agresiones y los atractivos del capitalismo, y el enfrentamiento a las graves insuficiencias emergentes del llamado subdesarrollo y de los defectos de su propio régimen. Al mismo tiempo que realiza todas esas tareas –y no después–, debe crear instituciones, normas y hábitos democráticos, y un estado de derecho. En realidad, está obligado a crear una nueva cultura diferente y opuesta a la del capitalismo.

En el ambiente del primer socialismo se privilegia la significación burguesa del Estado, la nación y el nacionalismo: se les condena como instituciones de la dominación y la manipulación.

En el ambiente del segundo, la liberación nacional y la plena soberanía tienen un peso crucial, porque la acción y el pensamiento socialistas han debido derrotar al binomio dominante nativo-extranjero, liberar las relaciones sociales y las subjetividades de sus colonizaciones, y arrebatarle a la burguesía el control del nacionalismo y el patriotismo. Para el segundo socialismo, es vital combinar con éxito las tareas y las ansias de justicia social con las de libertad y autodeterminación nacional. El poder del Estado le es indispensable, sus funciones aumentan fuertemente y su imagen crece mucho, a veces hasta grados desmesurados.

Las profundas diferencias existentes entre el socialismo elaborado en regiones del mundo desarrollado y el producido en el mundo que fue avasallado por la expansión mundial del capitalismo han conducido durante el siglo XX a grandes desaciertos teóricos y políticos, y a graves desencuentros prácticos.

La explotación del trabajo asalariado y la misión del proletariado tienen lugares prioritarios en la ideología del primer socialismo; para el segundo, lo central son las reivindicaciones de todos los oprimidos, explotados, marginados o humillados. Este es otro lugar de tensiones ideológicas, contradicciones y conflictos políticos entre las dos vertientes, en la comprensión del socialismo y en establecer sus campos de influencia, con una larga historia de confusiones, dogmatismos, adaptaciones e híbridos. Es cierto que las construcciones intelectuales influidas por la centralidad de la explotación capitalista y de la actuación proletaria han contribuido sensiblemente a la asunción del necesario carácter anticapitalista de las luchas de las clases oprimidas en gran parte del mundo colonizado y neocolonizado. Pero para el segundo modo de socialismo, la participación decidida y el cambio profundo de las vidas de las mayorías es lo fundamental. No puede esperar, cualquiera que sea el criterio que se tenga sobre las estructuras sociales y los procedimientos utilizados para transformarlas, o los debates que con toda razón se produzcan acerca de los riesgos implicados en cada posición. Y esto es así, porque la fuerza de este tipo de revolución socialista no está en una racionalidad que se cumple, sino en potenciales humanos que se desatan.

La libertad social –pongo el acento en «social»– es priorizada en este socialismo, como una conquista obtenida por los propios participantes, más que las libertades individuales y la trama lograda de un estado de derecho. Es una libertad que se goza, o que le hace exigencias y presiona a su propio poder revolucionario, y es la que genera mejores autovaloraciones y más expectativas ciudadanas. La legitimidad del poder está ligada a su origen revolucionario, a un gran pacto social de redistribución de las riquezas y las oportunidades que está en la base de la vida política, y a las capacidades que demuestre ese poder en campos diversos, como son encarnar el espíritu libertario que se ha dejado encuadrar por él, guiarse por la ética revolucionaria y por principios de equidad en el ejercicio del gobierno, mantener el rumbo y defender el proyecto.

El segundo modo de socialismo no puede despreciar el esfuerzo civilizatorio como un objetivo que sería inferior a su proyecto liberador.

Una de sus primeras grandes misiones es proporcionar alimentación, ropa, zapatos, paz, empleo, seguridad social, atención de salud e instrucción a todos, pero enseguida todos quieren leer diarios, y hasta libros, y en cuanto se enteran de que existe el internet, quieren navegar en él. Se levantan formidables contradicciones ligadas íntimamente a las expectativas de la población y al propio desarrollo de esta sociedad. Cito solo algunas. La disciplina capitalista del trabajo es abominada mucho antes de que una cultura productiva y una alta conciencia del papel social del trabajo se vuelvan capaces de sustituirla. La humanización del trabajo y el auge de la calificación de las mayorías no son respaldadas suficientemente por los niveles técnicos, las tecnologías y la organización de los procesos con que se cuenta. Los frutos del trabajo empleado, el tesón y sacrificios conscientes y el uso planeado de recursos pueden reducirse mucho por las inmensas desventajas del país en las relaciones económicas internacionales.

Los individuos son impactados en sus subjetividades por un mundo de modernizaciones que cambian sus concepciones, necesidades y deseos, pero están dedicados conscientemente a labores cuya retribución personal es más bien indirecta y de origen impersonal, y no es necesariamente justa respecto a la calidad y la especialización del trabajo realizado.

El sistema puede aparecer frente a ellos entonces como un poder externo, dispensador de beneficios y dueño del timón de la sociedad, a la que conduce con benévolo arbitrio. La cultura «moderna» capitalista implica también economía dineraria e individualismo exacerbado, y cada uno debe vivir en soledad la competencia, los premios o castigos, el interés y el afán de lucro, el éxito o el fracaso. A pesar de las abismales diferencias que han creado y desarrollado, las sociedades que viven en el segundo modo de socialismo no pueden evitar que algunos de esos rasgos estén presentes en ellas. La mundialización del incremento de las expectativas –entre otras tendencias homogeneizadoras que no puedo tratar aquí– es muy rápida hoy, y constituye un arma de la guerra cultural mundial imperialista.

La transición socialista de los países pobres devela entonces lo que a primera vista parecería una paradoja: el socialismo que está a su alcance y el proyecto que pretende realizar están obligados a ir mucho más allá que el cumplimiento de los ideales de la razón y la modernidad, y de entrada deben moverse en otro terreno.

Su viabilidad y su camino le exigen negar que la nueva sociedad sea el resultado de la evolución del capitalismo, negar la ilusión de que la sola expropiación de los instrumentos del capitalismo permitirá construir una sociedad que lo «supere» y negarse a «cumplir etapas intermedias» supuestamente «anteriores» al socialismo. Es decir, a este socialismo le es ineludible trabajar por la creación de una nueva concepción de la vida y del mundo, al mismo tiempo que se empeña en cumplir con sus prácticas más inmediatas, en medio de graves escaseces y adversarios formidables.

Fidel Castro Ruz

VI. Necesidades y problemas actuales de la creación del socialismo

Y entonces aparece también otra cuestión principal.

Del mismo modo que todas las revoluciones anticapitalistas triunfantes desde fines de los años cuarenta del siglo XX sucedieron en el llamado Tercer Mundo, es decir, fuera de los países con mayor desarrollo económico –sin hacer caso de la doctrina que postulaba lo contrario–, el socialismo factible no depende de la evolución progresiva del crecimiento de las fuerzas productivas, su «correspondencia con las relaciones de producción» y un desarrollo social que sea consecuencia del económico, sino de un cambio radical de perspectiva.

La transición socialista se enfrenta aquí a un doble enemigo. Uno es la persistencia de relaciones mercantiles a escala internacional y nacional, que tiende a perpetuar los papeles de las naciones y los individuos basados en el lucro, la ventaja, el egoísmo y el individualismo, y sus consensos sociales acerca de la economía, el dinero, el consumo y el poder. El otro es la insuficiencia de capacidades de las personas, relaciones e instituciones, resultante de la sociedad preexistente, para realizar las grandes y complejas tareas necesarias. El subdesarrollo tiende a producir un socialismo subdesarrollado; el mercantilismo, un socialismo mercantilizado. Las combinaciones de ambos son capaces de producir frutos peores. Es forzoso que en este tipo de transición socialista las «leyes de la economía» no sean determinantes; al contrario, la dimensión económica debe ser gobernada por el poder revolucionario, y este debe constituir una conjunción de fuerzas sociales y políticas unificadas por un proyecto de liberación humana.

Es preciso calificar desde esa perspectiva los factores necesarios para emprender la transición socialista y avanzar en ella, y manejarlos de manera apropiada. Brindo ejemplos.

Derribar los límites de lo posible resulta un factor fundamental, y que se torne un fenómeno masivo la confianza en que no existen límites para la acción transformadora consciente y organizada. Dentro de lo posible se consiguen modernizaciones, pero la transición que se conforma con ellas solo obtiene al final modernizaciones de la dominación y nuevas integraciones al capitalismo mundial. Los procesos educativos tampoco se pueden «corresponder» con el nivel de la economía: deben ser, precisamente, muy superiores a ella y muy creativos.

Esta educación socialista no se propone formar individuos para obedecer a un sistema de dominación e interiorizar sus valores; al contrario, debe ser un territorio antiautoritario al mismo tiempo que un vehículo de asunción de capacidades y de concientización; la educación está obligada a ser superior a las condiciones de reproducción de la sociedad, precisamente porque debe ser creadora de nuevas fuerzas para avanzar más lejos en el proceso de liberación.

Sintetizo preguntas sobre cuestiones principales.

¿El desarrollo económico es un presupuesto del socialismo, o el socialismo es un presupuesto de lo que hasta ahora hemos llamado desarrollo económico? ¿Qué objetivos puede y debe tener realmente la «economía» de los regímenes de transición socialista? ¿Qué crítica socialista del desarrollo económico es necesaria en este siglo XXI? ¿Cómo puede una posición ambientalista socialista manejar con efectividad la conflictividad de las relaciones con los recursos y el medio natural? En otro campo de preguntas: ¿A través de la profundización de la democracia se marcha hacia el socialismo, o a través del crecimiento del socialismo se marcha hacia la profundización de la democracia? ¿Cómo pasar de la dictadura revolucionaria que abre caminos a la liberación humana, a formas cada vez más democráticas, que con sus nuevos contenidos y procedimientos aseguren la preservación, continuidad y profundización de aquellos caminos y la evitación del retroceso hacia nuevos sistemas de dominación? ¿Cómo evitar que el subdesarrollo, las relaciones mercantiles, el burocratismo, los enemigos externos, tejan la red en la cual el proceso sea atrapado y progresivamente desmontado? ¿Cómo lograr y asegurar que la transición socialista incluya sucesivas revoluciones en la revolución?

No quisiera terminar sin expresar mi posición, a la vez que reconocer la difícil situación en que se encuentran el ideal socialista y su concepto, en la coyuntura actual, aunque en la América Latina reciente ha ganado terreno y está participando en los nuevos procesos. A escala mundial, la palabra socialismo se utiliza poco, incluso en medios sociales avanzados; algunos prefieren aludir a su contenido sin mencionarla expresamente, sobre todo cuando quieren ser persuasivos. Una pregunta pertinente es: ¿Qué tiene que ver hoy el socialismo con nosotros? Opino que la única alternativa práctica al capitalismo realmente existente es el socialismo, y no la desaparición o el «mejoramiento» de lo que llaman globalización, que suele ser una vaga referencia al grado en que el capitalismo transnacional y parasitario ejerce su dominación en el mundo contemporáneo.

Tampoco considero una alternativa suficiente el fin del neoliberalismo, palabra que hoy sirve para describir determinadas políticas económicas y la principal forma ideológica que adopta el gran capitalismo. Esos conceptos no son inocentes, el lenguaje nunca lo es. Cuando se acepta que «la globalización es inevitable» se está ayudando a escamotear la conciencia de las formas actuales de la explotación y la dominación imperialista, es decir, el punto a que ha llegado en su larga historia de mundializaciones, en una gama de modalidades que va del pillaje abierto a los dominios sutiles. A la vez, se le da categoría de fenómeno natural a una despiadada forma histórica de aplastar a las mayorías, como si se tratara del clima.

En su guerra cultural mundial, el capitalismo intenta imponerle a todos –incluidos sus críticos– un lenguaje que condena a los pensamientos posibles a permanecer bajo su dominación.

El rechazo al neoliberalismo expresa un avance muy importante de la conciencia social, y puede ser una instancia unificadora para acciones sociales y políticas. Pero el capitalismo es mucho más abarcador que el neoliberalismo. Incluye todas las ventajas «no liberales» que obtiene de su sistema de expoliación y opresión económica, sus poderes sobre el Estado, la política, la escuela, la información y la formación de opinión pública y una parte de los gustos, del neocolonialismo, de sus instrumentos internacionales, su legalidad y sus supuestas luchas contra el terrorismo, el narcotráfico y la corrupción. Es por su propia naturaleza que este sistema resulta funesto para la mayoría de la población del planeta y para el planeta mismo, y no por sus supuestas aberraciones, una malformación que puede ser extirpada o un error que pueda enmendarse.

El capitalismo ha llegado a un momento de su desarrollo en que desenvuelve todas sus capacidades con un alcance mundial, pero su esencia sigue siendo la obtención de su ganancia y el afán de lucro, la dominación, explotación, opresión, marginalización o exclusión de la mayoría de las personas, la conversión de todo en mercancía, la depredación del medio, la guerra y todas las formas de violencia que le sirven para su sistema económico y para imponerse, o para dividir y contraponer a los dominados entre sí. Lo más grave es el carácter parasitario de su tipo de expansión, centralización y dominación económica actual, y el dominio de Estados Unidos sobre el sistema. Ellos están cerrando las oportunidades a la competencia y la iniciativa que eran inherentes al capitalismo, y a su capacidad de emplear a las personas; están vaciando de contenido su democracia y liquidando su propio neocolonialismo. Le cierran las oportunidades de satisfacer sus necesidades básicas a más de la cuarta parte de la población mundial, y a la mayoría de los países el ejercicio de su soberanía plena, de vida económica y social propia y de proyectos nacionales.

Es cierto que en la fase final del siglo XX se reunieron numerosas derrotas de causas populares, el fracaso de una gran parte de los intentos de desarrollo y el fin de la bipolaridad. El capitalismo pareció más poderoso e intangible que nunca, pero en realidad porta grandes debilidades y está acumulando elementos en su contra. El mayor potencial adverso a su dominación es la enorme cultura acumulada de experiencias de contiendas sociales y políticas –y de avances obtenidos por la Humanidad–, cultura de resistencias y rebeldías que fomenta identidades, ideas y conciencia, y deja planteadas inconformidades y exigencias formidables y urgentes. Todo eso favorece la opción de sentir, necesitar, pensar y luchar por avances y creaciones nuevas.

Los principales enemigos internos de las experiencias fallidas de transición socialista han sido la incapacidad de ir formando campos culturales propios, diferentes, opuestos y superiores a la cultura del capitalismo –y no solamente opuestos–, y la recaída progresiva de esas experiencias en modos capitalistas de reproducción de la vida social y la dominación. Mientras, el sistema desplegó su paradoja: lograr un colosal y muy cautivador dominio cultural, y al mismo tiempo ser cada vez más centralizado y más excluyente, producir monstruosidades y monstruos, ahogar sus propios ideales en un mar de sangre y lodo, y perder su capacidad de promesa, que fue tan atractiva. Por eso trata hoy de consumar el escamoteo de todo ideal y toda trascendencia, y reducir los tiempos al presente, sin pasado ni futuro, para impedirnos recuperar la memoria y formular los nuevos proyectos, esas dos armas tan poderosas.

Solo podrá salvar a la humanidad la eliminación de ese poder, un trabajo creador, abarcador y muy prolongado contra la pervivencia de su naturaleza, y una política sistemática y eficaz de recuperación del medio en que vivimos.

La única propuesta capaz de impulsar tareas tan ineludibles y prodigiosas es el socialismo.

Pero esta afirmación del socialismo es una postulación que debe enfrentarse a un fuerte grupo de preguntas y desafíos. El socialismo, ¿es una opción realizable, es viable? ¿Puede vivir y persistir en ciertos países o regiones, sin controlar los centros económicos del mundo? ¿Es un régimen político y de propiedad, y una forma de distribución de riquezas, o está obligado a desarrollar una nueva cultura, diferente, opuesta y más humana que la cultura del capitalismo? Por su historia, ¿no está incluido también el socialismo en el fracaso de las ideas y las prácticas «modernas» que se propusieron perfeccionar a las sociedades y las personas?

No hay que olvidar ni disimular ninguno de esos desafíos, precisamente para darle un suelo firme a la idea socialista, sacarle provecho a sus experiencias y tener más posibilidades de realizarla.

Notas:

[1] «[…] la revolución no solo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que la derriba salir del cieno en que se hunde y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases». Marx, C. y Engels, F. La ideología alemana (La Habana: Edición Revolucionaria, 1966): 78. Veinte años después de aquella obra de deslinde teórico y exposición positiva, Marx cierra la exposición del tomo I de El Capital, «La tendencia histórica de la acumulación capitalista», con la actuación revolucionaria de la clase proletaria consciente: «Se la hace saltar. Suena la hora postrera de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados». Marx, C. El Capital (México: Siglo XXI, 1975). Trad. P. Scaron.: 953, T. I, Vol. 3.

[2] Marx, C. y Engels, F. «Manifiesto comunista» en Marx, C. y Engels, F. Obras escogidas (Moscú: Editorial en Lenguas Extranjeras, 1959 [1848]): 43, T. I.

[3] Guevara, E. Ch. 1970a [1965] «El socialismo y el hombre en Cuba» en Ernesto Che Guevara. Obras 1957–1967 (La Habana: Casa de las Américas): 377, T. II.

[4] «El socialismo no es, ciertamente, una doctrina indoamericana. Pero ninguna doctrina, ningún sistema contemporáneo lo es, ni puede serlo. Y el socialismo, aunque haya nacido en Europa, como el capitalismo, no es tampoco específico ni particularmente europeo. Es un movimiento mundial […]. No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano. He aquí una misión digna de una generación nueva» (Mariátegui, J. C. «Aniversario y Balance» en José Carlos Mariátegui. Obras (La Habana: Casa de las Américas, 1982) [Reproducido de Amauta (Lima) Año III, N° 17, septiembre de 1928]).

[5] Como el logrado por Michael Löwy (Löwy, M. O marxismo na América Latina. Uma antologia de 1909 aos días atuais, San Pablo: Ed. F. Perseu Abramo, 1999).

[6] Selecciono aquí elementos que me parecen principales, pero forzosamente resultan parciales respecto a una argumentación que vengo elaborando desde hace más de tres décadas. Puesto a escoger una referencia, sugiero ver (Martínez Heredia, F. «Transición socialista y cultura: problemas actuales» en Casa de las Américas (La Habana) N° 178, enero-febrero), reproducido en: Martínez Heredia, F. «Transición socialista y cultura: problemas actuales» en Martínez Heredia, F. En el horno de los noventa (Buenos Aires: Ediciones Barbarroja, 1999 [1990]): 182–194; Martínez Heredia, F. «Transición socialista y cultura: problemas actuales» en Martínez Heredia, F. En el horno de los noventa (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 2005 [1990]): 247–262; y Martínez Heredia, F. «Transición socialista y cultura: problemas actuales» en Socialismo, liberación y democracia. En el horno de los noventa (Melbourne / Nueva York: Ocean Sur, 2006 [1990]): 227–242.

[7] «Marx concibió el socialismo como resultado del desarrollo. Hoy, para el mundo subdesarrollado el socialismo ya es incluso condición del desarrollo. Porque si no se aplica el método socialista –poner todos los recursos naturales y humanos del país al servicio del país, encaminar esos recursos en la dirección necesaria para lograr los objetivos sociales que se persiguen–, si no se hace eso, ningún país saldrá del subdesarrollo.» Castro Ruz, F. 1970 [1969] «Palabras a los 244 graduados del Instituto de Economía de la Universidad de La Habana, 20 de diciembre» en Pensamiento Crítico (La Habana) N° 36: 133–184, enero.

«No puede existir el socialismo si en las conciencias no se opera un cambio que provoque una nueva actitud fraterna frente a la humanidad, tanto de índole individual, en la sociedad en que se construye o está construido el socialismo, como de índole mundial en relación a todos los pueblos que sufren la opresión imperialista […]. El desarrollo de los subdesarrollados debe costar a los países socialistas; de acuerdo, pero también deben ponerse en tensión las fuerzas de los países subdesarrollados y tomar firmemente la ruta de la construcción de una sociedad nueva» Guevara, E. Ch. 1970b [1965] «Discurso en el Seminario Económico de Solidaridad Afroasiática, Argel, 24 de febrero» en Ernesto Che Guevara. Obras 1957–1967 (La Habana: Casa de las Américas): 572–583, T. II.

[8] En los últimos años se han publicado más textos del Che. Llamo la atención sobre una obra de gran valor, Apuntes críticos a la Economía Política (Guevara, E. Ch. 2006 Apuntes críticos a la economía política, La Habana: Editorial de Ciencias Sociales / Ocean Press). Acaba de publicarse un nuevo libro que incluye otros inéditos del Che, para el cual escribí un estudio introductorio: Guevara, E. Ch. Apuntes filosóficos (La Habana: Ocean Sur / Centro de Estudios Che Guevara, 2012).

Tomado de: La Tizza

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