Textos prestados

El Álamo: mito y realidad

Cartel del filme El Álamo, dirigido y protagonizado por John Wayne

Por Abel Prieto Jiménez

En 1821 se asentaron en Texas (entonces territorio de México) 300 familias estadounidenses con sus esclavos. Florecieron además empresarios dedicados a la compraventa de tierras. Poco tiempo después, EE. UU., interesado por extender su dominio hacia la zona, hizo al gobierno mexicano dos ofertas de compra que fueron rechazadas.

Ya en 1830 había 7 000 familias estadounidenses instaladas allí. Llegaron también más especuladores, que ofrecían latifundios inexistentes a los crédulos y se hacían ricos mediante la estafa.

México había abolido la esclavitud y sus leyes exigían a los colonos que se hicieran católicos y respetaran las restricciones aduanales y de emigración. Estas y otras normas eran continuamente violadas, y se fue generando una tensión creciente entre las autoridades mexicanas y aquella gente revoltosa.

En EE. UU. surgieron los primeros comités de apoyo a la independencia de Texas, y la prensa agitó los ánimos. Supuestamente movidos por una noble causa, se alistaron voluntarios en busca de aventuras y de tierras. Mientras tanto, se multiplicaron las escaramuzas con algunas victorias de los separatistas.

El 6 de marzo de 1836 tropas del ejército mexicano al mando del general Santa Anna atacaron la fortaleza de El Álamo, que había sido ocupada por los sublevados. Murieron en esta acción alrededor de 250 defensores del fortín, en su mayoría estadounidenses, y unos 400 soldados mexicanos.

De este suceso nació «el mito fundacional» de EE. UU., asegura Paco Ignacio Taibo II en su libro El Álamo. Una historia no apta para Hollywood (Arte y Literatura, 2011). El mito fue alimentado por libros de texto, novelas, cómics, obras de teatro, películas, series de televisión, disfraces y baratijas del llamado merchandising, recorridos turísticos, venta de falsas reliquias, etc.

El heroísmo de los defensores de El Álamo, su amor por la imagen sublime de la «Libertad», su muerte a manos de bárbaros de una raza inferior, fueron ingredientes de una fábula que combinó patrioterismo y proyección mesiánica. Los estadounidenses que murieron en El Álamo se convirtieron en símbolo de los ideales que EE. UU. emplea aún para justificar sus guerras de conquista en el planeta y aplastar a los herejes internos.

En 2004 un nuevo filme de Disney sobre el tema (¡otro más!) pretendió explotar el fervor nacionalista post 11 de septiembre. No olvidemos que en 2002 Bush dijo en West Point que debían prepararse para intervenir en «60 o más oscuros rincones del mundo», y que en 2003 se iniciaría la invasión a Irak.

Para que la industria del entretenimiento pudiera nutrirse una y otra vez del mito de El Álamo, se distorsionó groseramente lo ocurrido, las motivaciones de los protagonistas y su fisonomía moral.

El núcleo separatista texano estaba formado por dueños y traficantes de esclavos, maleantes de la peor calaña y pendencieros de gatillo alegre. Gente sin escrúpulos que buscaba dinero fácil y no toleraba restricciones.

En el mito hay varios personajes pintorescos acogidos por la imaginación de varias generaciones de niños y adolescentes de EE. UU. y de todas partes.

Entre ellos, Davy Crockett, con su gorro de castor y su récord de osos cazados. (Tenía tres años de edad cuando mató al primero, según su propio testimonio.)

John Wayne encarnó en The Alamo (1960) a un Crockett duro y afable, ajeno al miedo, que enfrenta con pasmosa valentía a los atacantes. Acorralado, en sus minutos finales, se dedica a derribar a jinetes enemigos, armado de una antorcha, y enciende por último un polvorín para arder junto a sus perseguidores.

Ni el personaje ni su final heroico se corresponden con la realidad. Antes de ser fusilado, Davy Crockett mintió para tratar de salvar su vida. Dijo que estaba de paso por el fortín, algo similar al «yo vine de cocinero» de los invasores de Girón.

The Alamo, de John Wayne se estrenó un año y diez meses después del triunfo de la Revolución Cubana. Es probable que alguien tan reaccionario como el actor y productor estuviera pensando también en Cuba cuando dijo que aspiraba con su obra «a vender el ideal estadounidense a los países amenazados por la dominación comunista». En el filme, por supuesto, no aparece la casta de texanos partidarios feroces de la esclavitud ni el resto de la cuadrilla de ladrones que organizaron aquella «sublevación en nombre de la libertad».

Para la industria hegemónica el apego a la historia y a la verdad no tiene ningún valor. Los sucesos de El Álamo y sus incontables versiones de toda índole lo demuestran una vez más.

Tomado de: http://www.granma.cu

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La película performativa*

Portada del libro: Du film performatif. Erik Bullot

Por Érik Bullot

Muchas performances artísticas de hoy se proponen reemplazar la película por su enunciado, bajo la forma de una conferencia ilustrada o una lectura. Los fragmentos de una nueva película (fotografías, documentos, fragmentos de guiones) se presentan como si fuesen la película en sí. De acuerdo a esto, sólo queda preguntarse acerca de estas nuevas formas. ¿A qué se deben éstas? La conferencia ilustrada es ciertamente parte de la evolución pedagógica del arte, apasionada por el didactismo y la utopía educativa 1, pero mostrada también a través de la proyección de imágenes en movimiento y la evocación a una nueva película que no es más que un boceto, un desplazamiento del cine hacia formas disociadas de su base tecnológica. El cine ya no está enfocado a su sesión tradicional. Ya no se define por la mera reunión de una audiencia, una sala oscura, una duración fija y una proyección establecida. Se actualiza, para usar la expresión de Pavle Levi, “por otros medios”, a través de soluciones a veces retrógradas, tomando prestadas formas o medios más antiguos 2. Los efectos de la migración y la metamorfosis se pueden observar fácilmente. El cine cambia de cuerpo, tal como se puede apreciar en el proyecto de Uriel Orlow, Unmade Film. Ante la imposibilidad ética de filmar una película que implicaba comparar el trauma del Holocausto con la destrucción de una aldea palestina, el artista decide deconstruir el paradigma fílmico mediante la difusión de su proyecto artístico en diferentes instalaciones inspiradas en la lógica del cine: los lugares, el storyboard, el guión, la partitura, la voz en off, los ensayos, la puesta en escena, la conferencia performativa 3. La película será creada evidenciando una indeterminación esencial del medio. ¿Se ha beneficiado alguna vez el cine de un verdadero fundamento ontológico? ¿Acaso siempre ha estado definido por la migración y el desplazamiento de sus usos? Estamos asistiendo a la reconfiguración de formas olvidadas o latentes en la historia, particularmente por el regreso del explicador que acompañaba a la proyección de las películas, sus comentarios e historias, antes de la institucionalización de la proyección alrededor de 1915. Esta forma, apartada durante la historia del medio, actualmente reactivada a nuevos costos, nos invita a reflexionar sobre la naturaleza performativa de la sesión de cine cuyo proyeccionista juega el rol activo. Tras la expansión del cine y la crítica institucional, estas conferencias performativas de gran alarde, tienden a producir una nueva relación con el público.

Definición

La expresión cine performativo encuentra cierto éxito. Pero, ¿cómo definirla exactamente? El adjetivo performativo lleva consigo dos significados: el primero, estrictamente lingüístico, de acuerdo a los criterios propuestos por Austin, relacionados con los verbos performativos que realizan una acción a través de su enunciación y según condiciones sociales específicas, como ocurre con los verbos bautizar o prometer. El segundo, corresponde al campo más general del espectáculo artístico. La práctica performativa de una película realizada por muchos artistas o cineastas se encuentra en la intersección de estos dos significados. Es difícil separarlos completamente: la práctica performativa en el sentido artístico, que se concentra en la primacía del evento y la experiencia, conlleva una dimensión performativa en el sentido lingüístico. Las descripciones adoptadas por los artistas para definir su performance reflejan la relativa inestabilidad del formato: conferencia, conferencia ilustrada, conferencia performativa, proyección, conferencia-performance, conferencia no académica. Veamos primero qué es lo que la película performativa no es, para distinguirla así de una conferencia, una película, una obra de teatro o una representación.

Criterios

La película performativa a menudo toma prestada la forma de la conferencia por la presencia de un orador o un lector frente a una audiencia. Identificamos la presencia de ciertos elementos específicos de la dramaturgia de la conferencia: mesa, lámpara, computadora, micrófono, atril, vaso de agua, pantalla de proyección; orador o lector sentado o parado; elección o no de una amplificación de la voz. El artista puede optar por exhibir las herramientas técnicas de su conferencia (configuración de éstas frente a la audiencia, la presencia de la pantalla de escritorio de la computadora proyectada), convertirse en una especie de proyeccionista, aparecer o incluso animar, o al contrario, solo presentar una continuidad visual sin sobresaltos ni rupturas, la verdadera película sólo enriquecida a través de sus palabras, como es el caso de  Alexis Guillier o Rabih Mroué. La presencia del cuerpo del artista, el lugar de la palabra, el contacto con el público, la posibilidad de un debate al final de la sesión, demuestran la dimensión performativa de la conferencia que ofrece sus propias condiciones y posibilidades al recorrer un archivo (Graeme Thomson y Silvia Maglioni), que evoca una película imposible y virtual (Uriel Orlow), que confunde ficción y documento (Alexis Guillier), al analizar imágenes encontradas en YouTube (Rabih Mroué). La forma batesoniana del metálogo aflora en filigrana 4. ¿Podemos imaginarnos, como sugiere Franck Leibovici, la simple conversación como una película performativa?

La película performativa puede compartir ciertas características de la sesión de cine: la presencia de un público, el horario, la oscuridad de la sala, la proyección en una pantalla. A menudo recurre a la proyección de imágenes,  fijas o en movimiento, presentando los extractos de una próxima película, las ruinas de una película inacabada o los fragmentos de un archivo, pero siempre acompañada por la palabra o una banda sonora en vivo. En cierto modo, es una película animada en vivo, que se remonta al cine en sus primeros días. Sin embargo, la proyección no es una condición necesaria. La película performativa también puede tomar la forma de una simple lectura o de una serie de instrucciones dirigidas a los espectadores o proyeccionistas, realizando la película por su único enunciado, a la manera de las películas supertemporales del artista letrista Roland Sabatier. El artista puede luego desaparecer de acuerdo a los requerimientos o instrucciones dadas a los espectadores que interpretan la película a través de un protocolo más o menos respetado.

La película performativa participa en teatro o en vivo. La elección de los elementos de ambientación, la iluminación, el traje del artista, de un guión (si corresponde), la parte del juego, pero especialmente la comunidad formada por la interacción entre el conferencista o animador y el público, hacen pensar en una representación teatral, incluso si se decide una entonación neutral, la exposición de los parámetros técnicos de la sesión a menudo le dan un cierto brechtismo, como algunos experimentos teatrales contemporáneos que exploran las formas didácticas de la sala de clases, coloquio o debate. Sin duda, este regreso del teatro, largamente reprimido en la historia del cine, es un recordatorio de cómo este último tiene una relación original con el mundo del espectáculo. Mencionemos también las lecturas de guión de los actores o, mejor aún, la presencia de actores que improvisan una película en escena, interpretan o imitan una secuencia, recordando el ejercicio de películas sin cinta propuestas por Lev Kuleshov a sus estudiantes de cine en los años 1920, representaciones teatrales frente a una cámara virtual 5. No se trata, sin embargo, de contrastar la presencia del cine performativo con la utilización de la tecnología. La película performativa porta la técnica mediante el uso de herramientas: computadora, amplificación de sonido, proyecciones. El mismo juego del hablante a veces parece automatizado, esto podría verse sugerido a través del uso del micrófono o el playback. Pero el círculo de retroalimentación formado por la presencia de una audiencia sigue siendo un elemento determinante de la película performativa.

Tanto la activación de la película en vivo por el artista, la movilización de su cuerpo y la singular naturaleza del evento, nacen de la performance, incluso si es susceptible de ser presentada o representada a futuro 6. El artista convoca una cierta cantidad de elementos (extractos de películas, imágenes fijas, lecturas, grabaciones de sonido, música en vivo) que favorecen la cristalización de una película virtual o potencial, desmembrada inmediatamente al final de la sesión, según la metáfora del “cine explotado” propuesta por Graeme Thomson. A la hora de la difusión del cine en el espacio público, la película performativa acusa la inestabilidad del medio, su atomización y sus reconfiguraciones virtuales, como la imagen de nuestra navegación en Internet que parece más, según los términos de Lev Manovich, una caminata en el espacio que una organización del tiempo. Cabe señalar que la mayoría de estas películas performativas utilizan imágenes encontradas, muestreadas y desviadas, sujetas a nuevos arreglos e iluminación, de acuerdo con la tradición del found footage. A través de digresiones y asociaciones de ideas, la película performativa actualiza un conjunto efímero de referencias eruditas y recuerdos personales, imágenes encontradas y archivos de sonido, que solo existen durante su manifestación pública. Por lo tanto, y es difícil dar cuenta de esto: la filmación de la sesión, las fotografías de la performance, la publicación del texto leído o improvisado, son los nuevos recursos que actualizan los debates críticos sobre el archivo en la performance. ¿Qué pensar de la fotografía de una silueta cortada por la tapa de una computadora, parsimoniosamente iluminada, frente a una pantalla de proyección? ¿Puede la película performativa dar lugar a una descripción comparable a los cortes propuestos por una revista como L’Avant-scène cinéma, que describiría minuciosamente los gestos y movimientos del orador, su discurso y sus entonaciones, las imágenes proyectadas en la pantalla, el sonido emitido? El ejercicio es vertiginoso. Retomando la hipótesis de Raymond Bellour, ¿no estamos acaso frente a la presencia de un texte introuvable, un texto que no se puede encontrar, mediante la activación de una obra reticente a la descripción, en un momento en que la película tradicional se ha convertido, gracias a su reproducción y distribución digital, en un objeto que ahora se puede manipular, leer y citar específicamente? 8 Más recientemente, Bellour retoma su hipótesis preguntándose si la instalación no renueva la apuesta teórica de ese texto que no puede ser encontrado 9. En este sentido, la película performativa, actualizada al momento de su presentación pública, pudiendo dar lugar a variaciones y mejoras a partir de sus repeticiones, participa del texto fílmico introuvable, que no se puede encontrar. De ahí los diversos modos de reproducción de la película performativa: partitura, guión, comentario crítico, entrevista, serie fotográfica.

De lo performativo. Propongamos esta definición de la película performativa: un evento, único o susceptible a repeticiones, que actualiza, a través de una serie de expresiones verbales, sonoras, visuales, corporales, emitidas por uno o más participantes en presencia de espectadores, una película virtual, nueva o imaginaria. Ubicada entre diferentes medios (conferencia, cine, teatro, performance), la película performativa exacerba cada una de sus potencialidades a través de una “denudación del proceso”. Reducida a su simple declaración, se actualiza ante los ojos de los espectadores exponiendo la totalidad de la línea de producción, desde la simple intuición hasta su cristalización plástica, devolviendo al artista la función de productor. ¿Se trata acaso de una forma de intermedia renovada, según el término propuesto por Dick Higgins en 1966? Higgins analiza las nuevas prácticas artísticas situadas entre los medios (sitúa las actuaciones de John Cage entre música y filosofía, o los poemas de Filliou entre poesía y escultura), pero también, tomando nota de un profundo cambio social, entre la experiencia artística y la expresión de la vida misma (life medium), aboliendo la frontera entre el arte y la vida. Higgins concluye su manifiesto con estas frases iluminadoras:

“El viejo adagio nunca ha sido tan verdadero como ahora, decir que algo es de una forma, no quiere decir que sea cierto. El simple hecho de hablar sobre Vietnam o de que la crisis, no es suficiente garantía contra toda esterilidad. Debemos encontrar formas de decir lo que se necesita decir a la luz de nuestros nuevos medios de comunicación. Para eso, necesitaremos nuevos foros, organizaciones, criterios, fuentes de información. Hay mucho que hacer por nosotros mismos, tal vez más que nunca. Pero es ahora que debemos subir los primeros escalones” 10.

Llama la atención que se refiera a lo performativo o, más precisamente, a los fracasos de lo performativo (“cuándo decir no es hacer”), que constituye una parte importante de las reflexiones de Austin, para evocar una situación política concreta. Al observar sus propias posibilidades, la película performativa va más allá del campo autónomo del arte para mirarlo desde su exterior. La ocupación de un museo, un centro de arte, una biblioteca o un apartamento privado es parte de este desafío. ¿Podemos interpretar ciertas situaciones sociales como películas performativas? Por ejemplo, la ocupación del Parque Gezi en Estambul en junio de 2013. ¿Es esta una película performativa a través de sus asambleas y foros generales, su dramaturgia cerca del teatro épico brechtiano, su arte de editar imágenes y eslóganes, aquella inversión de la relación entre actor y espectador? 11 Sin lugar a dudas, el objetivo final del cine performativo es crear una comunidad mediante el establecimiento de una interacción renovada con el público.

Sustracción. ¿No nos arriesgamos acaso a estar en sintonía con la liturgia neoliberal, como sugiere Graeme Thomson en su entrevista, cumpliendo con los criterios de eficiencia y competencia? En cierto modo, el artista promueve su propio trabajo a través de su performance, es el saltimbanqui a veces sin aliento. Pero quitándole a la realización de la película su enunciación, es más una “película en menos”, favoreciendo una lógica de extracción que despoja la película por sustracción. Performar una película en el sentido estricto, en la lógica de la eficiencia y la competencia, implicaría, de hecho, su realización por medio de presupuestos elevados preferiblemente, acompañados por un consiguiente despliegue publicitario. La hipótesis de la película performativa propone, en cambio, la sustracción de la película por venir, su suspenso, su aplazamiento, dentro de una comunidad efímera. En este sentido, nos podemos interrogar sobre la pertinencia del adjetivo performativo. ¿Es apropiado inventar un nuevo término en son de su cualidad de nunca realizarse? Una lectura cuidadosa de Austin muestra cómo un acto performativo puede fallar si no se cumplen ciertas condiciones: contexto relevante, personas adecuadas, sentido de sinceridad. Austin dedica varios capítulos a los fracasos de lo performativo, que no solo responde, a los criterios de eficiencia y competencia. De ahí la fragilidad de la película performativa en busca de sus posibilidades, nunca asegurada, siempre incierta, sujeta a peligros y fallas. La película performativa actualiza los poderes latentes del cine, olvidados por las nuevas situaciones históricas, acusando una indeterminación esencial del medio, escapando a cualquier afirmación que lo estabilice o incluso realice, siempre para encontrar o reinventar. La película performativa lleva a cabo una rehabilitación de prácticas consideradas retrógradas en un momento en que el cine se transforma: retorno del animador, aparición del proyeccionista en el escenario, inestabilidad del soporte cinematográfico, diálogo con la comunidad de espectadores, necesidad de una dirección, producción de una situación. El cine será performativo o no será.

Notas

  1. Curating and the Educational Turn, Paul O’Neill et Mick Wilson (dir.), Londres, Open Editions / de Appel, 2010 ; Thomas Clerc, « Le régime didactique de la performance », artpress 2, n°18, Performances contemporaines 2, 2010, p. 103-112 ; Agonistic Academies, Jan Cools and Henk Slager (dir.), Sint-Lukas Books, 2011.
  2. Ver: Pavle Levi, Cinema by Other Means, New York, Oxford University Press, 2012.
  3. El Hospital Psiquiátrico Kfar Sha’ul en Jerusalén, especializado en el tratamiento de sobrevivientes del Holocausto, se estableció en 1951 sobre los restos de la aldea palestina de Deir Yassin, el sitio de una masacre de la población por milicias paramilitares sionistas en 1948.
  4. Recordemos la definición del metálogo: “una conversación sobre temas problemáticos que debe constituirse de modo que no solo los actores discutan el problema en cuestión, sino también que la estructura del diálogo en su conjunto es, en sí misma, relevante para el fondo. En Gregory Bateson, “Métalogues”, en Hacia una ecología de la mente, trad. F. Drosso, L. Lot y E. Simion, París, Seuil, 1995, pág. 27-88.
  5. Pavle Levi, « Notes about General Cinefication », en Cinema by Other Means, op. cit., p. 77-104.
  6. [Recordemos cuanto tiempo se consideró la sesión de cine como una performance a través del rol del orador, pero también la del proyeccionista que literalmente “performaba” el film tras la cabina.
  7. Raymond Bellour, « Le texte introuvable », Ça cinéma 7/8, 1975, republicado en l’Analyse du film, Paris, Calmann-Lévy, 1995, p. 40.
  8. Raymond Bellour, « Trente-cinq ans après, le “ texte ” à nouveau introuvable ? », in Images contemporaines, Luc Vancheri (dir.), Lyon, Aléas, 2009, p. 17-33.
  9. Dick Higgins, « Statement on Intermedia », pubicado en Dé-coll/age, n°6, Wolf Vostell (dir.), Francfort/New York, Typos Verlag/Something Else Press, juillet 1967.
  10. Me permito referir a mi ensayo Le Film et son double. Boniment, ventriloquie, performativité, Genève, Mamco, 2017, p. 177-196.

*Prólogo del libro “Du film performatif”, it: éditions, 2018.

Tomado de: http://www.lafuga.cl

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Muchos queremos a Rufo

Por Mauricio Escuela

Sí, necesitamos otro gordo, otro que salga en su columna en la televisión, uno que quizás sea menos espectacular que las galas de premiaciones, que no tenga ese brillo ni la fanfarria que se importa al por mayor, pero que le llame a cada video clip el mantra que le toca, que conjure las armas de la crítica en el género que aparenta entre nosotros la mayor levedad: el video clip. Queremos un Rufo Caballero, con su personalidad deliciosa, con esa manera de decir que encantaba a sus peores enemigos, con el verbo como teoría, pero jamás como onanismo.

Recuerdo aquella columna en la televisión, como un espectáculo raro, a ratos hasta grotesco, pero grato, donde un señor joven que entendía la dinámica de las generaciones, abordaba cada significado desde el punto que no otorga concesiones, en un ejercicio que iba más allá de la simple crítica, ya que planteaba altas cuotas de pedagogía creativa, las cuales elevaban la parada. Desde su deceso, por desgracia, hemos tenido videos que vuelven al cliché de la chica con poca ropa, la “descará, en una esquina posteá, mano en el pelo…”, que siempre viene con el cantante de reguetón repleto de prendas caras y con lenguaje sexista.

Rufo debió vivir, para ver el reparterismo, una especie de subgénero que se cataloga como “defensor” del reguetón pobre, pero que se parte las extremidades corriendo detrás de las ofertas que el mercado haga, con tal de elevarse en el status adquisitivo. Siempre lo he dicho, se trata de ritmos que, aunque se formen en las clases desposeídas, le cantan al lujo, como única manera de estar cerca de ese poder, en una especie de mística de la atracción que ¡a algunos les dio resultados!

El gordo, que criticó videos tan inocentes, como aquel donde se repetía incesante “ay Lola”, hubiera lanzado sus mejores armas hacia estos otros, que pregonan el “to Gucci” como garantía de que “vale la pena escucharme e imitar mi modelo”. Por eso me sorprendió hallar esta semana en las redes sociales un mensaje de cierto profesor de ciencias políticas, donde decía que “¿quién inventó eso de las industrias culturales?”, como si Theodor Adorno fuera, en la historia del pensamiento, solo eso, un adorno más, una guirnalda en el juego de los saberes. Por suerte, el gordo sabía también que los diplomas y los cargos, no garantizaban el saber necesario, para ejercer el criterio praxiológico acerca de los productos que impactan la cotidianidad.

Un doctor en ciencias, puede ser perfectamente un instrumento de la ignorancia, tal y como lo son muchos de los defensores del reparterismo, aunque ponderen a las clases bajas y su derecho a los lujos que gozan las ricas. La ciencia, llevada de la mano de quienes asolan el planeta, no piensa, es solo un instrumento de la razón ejercida por un poder que no se sacia y que tiende a ofrecernos una visión complaciente, donde el ser jamás se desoculta, o sea no existe la epifanía griega donde el conocimiento, más que una luz, es la luz misma en toda su extensión natural.

La crítica de Heidegger acerca del tecnocapitalismo aborda esta cuestión asoladora de la modernidad capitalista, la cual asume lo mismo el ropaje de una maquinaria que arrasa los bosques, que un reguetón donde la vida en su esencia queda fetichizada, esto es, vista según el sello del colonizador, detenida en un animal diseco. Las cosas, según la instrumentalización, deben ser inofensivas, blandas, utilizables, aunque no útiles, mercancías, pero no elementos de significación imperecederos.

Es una sabiduría, la de la ciencia que no analiza, que “debe servir para algo que dé dinero” y así se cae en el simple panorama de que solo lo que sea vendible, es útil. Ahí vienen entonces el reparterismo y sus parientes musicales, y sin un Rufo que explique, que fustigue, que guíe. En la música actual, el desastre que tenemos, se nos presenta como “lo que a la gente le gusta”, como si el ser, desde su nacimiento, trajera todo innato y no existieran el condicionamiento, los contextos. Y lo que más preocupa, es que para algunos que dirigen instancias estatales, son estos los parámetros a medir lo que se debe o no se debe pasar por los medios de consumo.

Necesitamos un gordo que analice y proponga, lo queremos los que vemos en el video clip aquello que lleva calidad en sí mismo, y no las tantas entregas que, en palabras del propio Pánfilo, parecieran presentaciones en Power Point. Las narrativas no tienen que ser aburridas, mucho menos serias, ni quietas, la música se puede mover de veras, pero más allá del canon brutal, que no nos deja otra cosa que mal sabor, y la barbarie de no contar con un Rufo, u otro que se lance al ruedo de desmontar lo que no debemos asumir como cierto, ni como bueno o bello.

Una mujer con poca ropa es hermosa, pero cuidado, que en un contexto determinado ni siquiera podemos llamarle a eso una pieza ética, porque lo que se acepta en una parte puede no serlo en otra, y el arte tiene esas complejidades, que por alguna manera lo han clasificado como una de las actividades más altas y calificadas del hombre.

Queremos un Rufo, un caballero de la crítica, un escritor (como él mismo se presentaba) que rescate nuestro criterio, que nos dé qué pensar, que haga del receptor el ente creativo, que le imponga a los emisores unas dinámicas más allá del mediocre ruido o del odio que ahora mismo parece reinar en no pocos.

Tomado de: http://www.cubahora.cu

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En Occidente, todos somos mentirosos

Steve Bonello (Malta)

Por Red Voltaire

La propaganda es una manera de divulgar ideas, sean verdaderas o falsas. Pero mentirse a ‎sí mismo no sólo es negarse a reconocer sus propios errores sino tratar de autoconvencerse ‎de que uno es perfecto y tratar de huir hacia adelante. ‎

Turquía es el ejemplo perfecto de esa actitud llevada a su máxima expresión. Ese país sigue negando que ‎trató de liquidar las minorías turcas no musulmanas, en varios momentos diferentes, a lo largo ‎de toda una generación, desde 1894 hasta 1923.

Los israelíes también se destacan en ese ‎ejercicio: dicen haber creado su Estado para ofrecer una vida digna a los judíos sobrevivientes del ‎exterminio nazi, pero la realidad es que –en 1917– el presidente estadounidense Woodrow Wilson ya ‎se comprometía a favorecer la creación de un Estado israelí, además de que más de ‎‎50 000 sobrevivientes de los campos de concentración viven hoy en Israel en condiciones de ‎pobreza. ‎

Sin embargo, los únicos capaces de llegar a consensos sobre sus propias mentiras y de ‎profesarlas como realidades indiscutibles son los occidentales. ‎

El desembarco de Normandía

En estos días se festeja en Occidente el 75º aniversario del desembarco de los Aliados en las ‎playas francesas de Normandía. Según proclaman casi unánimemente los medios de difusión ‎occidentales, con el desembarco de Normandía los aliados iniciaban la liberación de Europa del ‎yugo nazi. ‎

Pero todos sabemos que eso es falso.

– El desembarco en Normandía no fue cosa de “los Aliados” sino casi exclusivamente del Imperio ‎Británico y del cuerpo expedicionario estadounidense.

– El objetivo no era «liberar Europa» sino «correr hacia Berlín» para tratar de apoderarse de la ‎mayor cantidad posible de territorios ocupados por el III Reich antes de que este se derrumbara ‎definitivamente ante el empuje victorioso de los ejércitos soviéticos.

– Los franceses no acogieron el desembarco con entusiasmo sino más bien con horror, tanto que ‎Robert Jospin –padre del ex primer ministro francés Lionel Jospin– llegó a denunciar en la primera ‎plana de su periódico que los anglosajones importaban la guerra a Francia. Por aquellos días, ‎los franceses enterraban sus 20 000 muertos, víctimas de los bombardeos desatados por los ‎anglosajones únicamente para desviar la atención de las playas seleccionadas para el desembarco. ‎En la importante ciudad francesa de Lyon, hubo incluso una enorme manifestación contra la dominación ‎anglosajona alrededor del jefe del «Estado Francés», el mariscal Philippe Petain, quien ‎colaboraba con la ocupación nazi. Otro detalle importante es que el jefe de la Francia Libre, ‎el general Charles de Gaulle, nunca participó en ningún tipo de conmemoración del desembarco ‎en Normandía. ‎

El hecho es que la Historia es más complicada que las películas de Hollywood. La Historia no es ‎una cuestión de «buenos» y «malos» sino de hombres que tratan de salvar o no a otros ‎de manera más o menos humana. Al menos se han evitado este año idioteces como las de ‎Tony Blair, quien, en la conmemoración del 60º aniversario del desembarco se ganó la condena ‎de la prensa británica al afirmar en su discurso que el Reino Unido había entrado en guerra para ‎salvar a los judíos del Holocausto –no a los gitanos, por supuesto. Detalle, la masacre contra los ‎judíos de Europa comenzó sólo después de la conferencia de Wansee, en 1942.‎

La masacre de Tiananmén

También acaba de conmemorarse el triste aniversario de la masacre de Tiananmén. ‎Constantemente leemos que el cruel régimen chino masacró a miles de sus conciudadanos que ‎se habían reunido pacíficamente en la principal plaza de Pekín, sólo porque pedían un poco de ‎libertad. ‎

Pero todos sabemos que eso también es falso.‎

– La manifestación de la plaza Tiananmén no fue cosa de chinos comunes y corrientes sino un intento de golpe de Estado fomentado por los partidarios del entonces primer ministro Zhao ‎Ziyang.‎

– Decenas de soldados fueron víctimas de linchamientos o perecieron quemados vivos en aquella plaza por ‎‎los «pacíficos manifestantes». Estos últimos destruyeron cientos de vehículos militares antes de que ‎los hombres de Deng Xiao intervinieran contra ellos.

– Los especialistas estadounidenses en «revoluciones de colores», como Gene Sharp, estaban ‎en Pekín para organizar a los golpistas de Zhao Ziyang.‎

La Unión Europea

Los europeos acaban de votar para designar los diputados al Parlamento Europeo. Durante ‎semanas, nos repitieron incansablemente consignas que aseguran que «Europa es la paz y la ‎prosperidad» y que la Unión Europea es la realización del sueño europeo. ‎

Pero, todos sabemos que eso es falso.

– Europa es un continente, que va «desde Brest hasta Vladivostok», como decía Charles ‎de Gaulle, y es además una cultura de apertura y de cooperación, mientras que la Unión Europea ‎es sólo una administración montada contra Rusia, la continuidad de la carrera hacia Berlín ‎iniciada con el desembarco en Normandía.

– La Unión Europea ha sido incapaz de aportar la paz a Chipre, donde sólo representa la cobardía ‎ante la ocupación militar turca. No es prosperidad sino el estancamiento económico en un mundo ‎que se desarrolla a toda velocidad.

– La Unión Europea no tiene absolutamente nada que ver con el sueño nacido entre las dos ‎guerras mundiales. Los antepasados de los europeos ambicionaban la unión entre regímenes ‎políticos que servían el interés general –las Repúblicas, en el sentido etimológico de la palabra– ‎según la cultura europea, situados tanto dentro como fuera del continente. Aristide Briand ‎reclamó, por ejemplo, que Argentina –país latinoamericano de cultura europea– fuese parte de ‎esa unión, pero no el Reino Unido, que siempre ha sido una sociedad clasista.‎

Habría muchos otros ejemplos con que ilustrar la realidad del verdadero sueño europeo. ‎

Los europeos caminan como ciegos

Los europeos tienen aprender a distinguir lo que es cierto de lo que es falso. Podemos celebrar la ‎caída del hitlerismo sin tratar de convencernos de que los anglosajones fueron nuestros ‎salvadores. Podemos denunciar la brutalidad de Den Xiaoping sin negar que el baño de sangre de ‎Tiananmén salvó a China del regreso al colonialismo. Podemos sentir satisfacción de que Europa ‎no fuese dominada por la Unión Soviética, sin tener por eso que sentirnos orgullosos de ser ‎lacayos de los anglosajones. ‎

En Occidente no paramos de mentirnos a nosotros mismos para esconder nuestros actos de ‎cobardía y nuestros crímenes. Y luego nos sorprendemos de no lograr resolver ningún problema ‎humano. ‎

Tomado de: https://www.voltairenet.org

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Industria cultural y mecanismos de control en la sociedad de la información

Jitet Koestana (Indonesia)

Por Marcelo Colussi

Hoy por hoy las tecnologías de la información y la comunicación (TICs)* parecen haber llegado para quedarse. No hay marcha atrás. Ya constituyen un hecho cultural, civilizatorio en el sentido más amplio. Según lo que vamos empezando a ver, una considerable cantidad de jóvenes –fenómeno que se da en mayor o menor medida en todo el mundo, con variaciones según los distintos países, pero todos, en general, con notas bastante comunes– ya no concibe la vida sin estas tecnologías. Sin dudas, están cambiando el modo de relacionarnos, de resolver las cosas de la cotidianeidad, de pensar, ¡de vivir! La pregunta inmediata es: ¿en qué medida contribuyen al genuino mejoramiento de las cosas? ¿Traen desarrollo?

Algunos años atrás decía Delia Crovi (2002) refiriéndose a este proceso en curso: “En 2001, el Observatorio Mundial de Sistemas de Comunicación dio a conocer en París los resultados de un estudio sobre el equipamiento tecnológico en la SIC [sociedad de la información y la comunicación]. Este estudio afirma que en el año 2006 una de cada cinco personas tendrá un teléfono móvil o celular, el doble de los disponibles ahora que tenemos un aparato por cada diez habitantes. El mismo estudio señala que en 2003 habrá más de mil millones de celulares en el mundo, y en los próximos cinco años se registrarán 423.000.000 de nuevos usuarios (Tele Comunicación, 27/6/2001). Sin duda, estos datos podrían alimentar la idea de que estamos construyendo a pasos apresurados y a escala planetaria, una sociedad de la información, idea que sobre todo promueven los fabricantes de hardware y software, así como buena parte de los gobiernos del mundo.” [1]

En Guatemala, Manuel Ayau –“oligarca latinoamericano arquetípico de la extrema derecha”, según lo describiera Lawrence Harrison, de la Universidad de Harvard–, fundador del Centro de Estudios Económico-Sociales (CEES) y de la Universidad Marroquín, ambas instituciones baluartes del pensamiento liberal en Centroamérica, dijo unos años atrás [2] que “el día en que cada indio [sic] tenga su teléfono celular, ahí entraremos en el desarrollo”. Hoy día, con alrededor de 15 millones de habitantes, hay en el país más de 20 millones de teléfonos legales (más una cantidad desconocida de equipos robados que se siguen utilizando), es decir, más de un aparato por persona en promedio, 1.2 para ser precisos, pero la nación (típica banana country) está lejos de entrar en la senda del desarrollo.

En estos momentos –esto con fuerza creciente– nadie puede escapar de la marea de las TICs que pareciera cubrirlo todo. Podría afirmarse, sin temor a equivocarse en la apreciación, que “para estar en la modernidad, en el avance, en el mundo integrado (¿globalizado y triunfador?), hay que estar conectado”. Si no se siguen esos parámetros, se pierde el tren del desarrollo. O, al menos, eso es lo que dice la insistente prédica dominante.

¿Comunican más estas tecnologías de la comunicación? ¿En qué medida son un factor al servicio de un verdadero desarrollo equilibrado, sostenible y con equidad?

Las TICs llenan una necesidad (necesidad de comunicarse, de expresarse)

No cabe la menor duda que la comunicación es una arista definitoria de lo humano. Si bien es cierto que en el reino animal existe el fenómeno de la comunicación, en lo que concierne al ámbito específicamente humano hay características propias tan peculiares que pueden llevar a decir, sin más, que si algo define a nuestra especie es la capacidad de comunicarnos, que no es sino otra forma de decir: de interactuar con los otros. El sujeto humano se constituye en lo que es sólo a partir de la interacción con otros. La comunicación, en ese sentido, es el horizonte básico en que el circuito de la socialización se despliega.

Nos comunicamos de distintas maneras; eso no es nuevo. A través de la historia se encuentran las más diversas modalidades de hacerlo, desde la oralidad o las pinturas rupestres hasta las más sofisticadas tecnologías comunicacionales actuales gracias a la inteligencia artificial y la navegación espacial. Pero sin dudas es un hecho destacable que, con los fenómenos ocurridos en la modernidad, con el surgimiento de la producción industrial destinada a grandes mercados y con la acelerada urbanización de estos últimos dos siglos que se va dando en toda la faz del planeta, sucedieron cambios particulares en la forma de comunicarnos. En esa perspectiva surge la comunicación de masas, es decir: el proceso donde lo distintivo es la cantidad enorme de receptores que recibe mensajes de un emisor único. El siglo XX ha estado marcado básicamente por ese hecho, novedoso en la historia, y con características propias que van definiendo en términos de civilización las modalidades de la modernidad. Lo masivo entra triunfalmente en escena para ya no retirarse más.

En este mundo moderno que va surgiendo desde Europa y su novedosa industria, la masividad hace su aparición con la invención de la imprenta, que permite una difusión más allá del pequeño grupo selecto que tenía el monopolio cultural. De allí rápidamente se llega a la difusión masiva con los periódicos, así como con nuevas formas de comunicación que rompen barreras espaciales y permiten el acercamiento de grupos cada vez mayores. Surgen entonces el telégrafo, el teléfono, y ya en pleno siglo XX aparecen modalidades basadas en adelantos tecnológicos que llevan esa masividad a niveles nunca antes conocidos en la historia. Encontramos así la radio, el fonógrafo, el cine, la televisión.

En las últimas décadas del siglo XX, ya en plena explosión científico-técnica con una industria que definitivamente ha cambiado el mundo extendiéndose por prácticamente todos los rincones del planeta, las tecnologías comunicacionales van marcando el ritmo de la sociedad global. Es a partir de ese momento que efectivamente se puede hablar, retomando la idea de Marshall McLuhan, de una verdadera “aldea global”, un mundo absolutamente interconectado, intercomunicado, un mundo donde las distancias físicas ya no constituyen un obstáculo para la aproximación de todos con todos.

Las nuevas tecnologías de la comunicación, cada vez más rápidas y eficientes, borran distancias y acercan a inmensas cantidades planetarias de población. Las pautas que marcan el ritmo de la sociedad mundial se van volcando definitivamente hacia estas nuevas tecnologías digitales. Es decir, procesos técnicos en que un “sistema de transmisión o procesamiento de información [donde] la información se encuentra representada por medio de cantidades físicas (señales) que se hallan tan restringidas que sólo pueden asumir valores discretos. En contraposición a los sistemas digitales están los sistemas analógicos en los cuales las señales tanto de entrada como de salida no poseen ningún tipo de restricción y pueden asumir todo un continuo de valores (es decir, infinitos). La principal ventaja de los sistemas digitales respecto a los analógicos es que son más fáciles de diseñar, de implementar y de depurar, ya que las técnicas utilizadas en cada una de esas fases están bien establecidas. […] El mejor argumento a favor de la mayor flexibilidad de los sistemas digitales se encuentra en los actuales ordenadores o computadoras digitales, basados íntegramente en diseños y circuitos digitales”. [3]

Si la comunicación siempre ha estado presente en la dinámica humana como un factor clave, las formas de las actuales tecnologías digitales sirven para, literalmente, inundar el mundo de comunicación, entronizándola. Ello asienta en nuevas formas de conocimiento, cada vez más sofisticadas y complejas. Todo ese proceso de ampliación de las fronteras comunicacionales y del conocimiento técnico en el que asientan es lo que ha llevado a pensar en una sociedad “de la información y del conocimiento”. La clave de la nueva sociedad, también llamada “sociedad digital”, está en una acumulación fabulosa de información. La “aldea global” se construye sobre estos cimientos. El principal recurso pasa a ser el manejo de información –cuanto más y más rápidamente manejada, mejor–, el capital humano capacitado, lo que se conoce como el know how.

“Desde el auge de la computación, el concepto de información ha pasado a tener un protagonismo sobredimensionado en la economía, la educación, la política, en la sociedad en su conjunto. La información ha desbancado de sus lugares de privilegio a conceptos como sabiduría, conocimiento, inteligencia; términos todos éstos que hoy se ven reducidos al primero. Una lógica según la cual procesar muchísimos datos a velocidad infinitesimal, equivale a ser inteligente, desestimando así cualidades como la creatividad, la imaginación, el raciocinio; pero también la ética y la moral”. [4]

En esa perspectiva, la nueva sociedad que se perfila con la globalización, y por tanto sus herramientas por excelencia, las llamadas TICs –la telefonía celular, la computadora, el internet–, abren esas preguntas: ¿más información disponible produce por fuerza una mejor calidad de vida y un mejor desarrollo personal y social? Esas tecnologías, ¿ayudan a la inclusión social, o refuerzan la exclusión? O, por el contrario ¿sólo generan beneficios a las multinacionales que se dedican a su comercialización, contribuyendo a un mayor y más sofisticado control social por parte de los grandes poderes globales? ¿Tal vez una cosa no riñe con la otra?

La respuesta no está en las tecnologías propiamente dichas, por supuesto. Las tecnologías, como siempre ha sido a través de la historia, no dejan de tener un valor puramente instrumental. Lo importante es el proyecto humano en que se inscriben, el objetivo al servicio del que actúan. En ese sentido, para romper un planteo simplista y maniqueo: no hay técnicas “buenas” y técnicas “malas” en términos éticos. “Más allá de las conexiones, son los usos concretos y efectivos los que pueden llevar o no a mantener o profundizar las brechas que de hecho existen en el mundo real. Con lo cual la apertura infinita que supone el mero acceso formal a la red no necesariamente alcanza para hablar de una democratización de la sociedad o incluso del acceso a la información. Mucho menos si se trata de información de relevancia para el proceso de toma de decisiones o de participación en el ingreso socialmente producido. Con internet se abren ciertos accesos, pero no se democratiza la sociedad ni la cultura”. [5]

Por supuesto que el acceso a tecnologías que permiten el manejo de información de un modo como nunca antes en la historia se había dado brinda la posibilidad de un salto cualitativo para el desarrollo. Sucede, sin embargo, que esas tecnologías, más allá de una cierta ilusión de absoluta democratización, no producen por sí mismos los cambios necesarios para terminar con los problemas crónicos de asimetrías que pueblan el mundo. Las tecnologías, si bien pueden mejorar las condiciones de vida haciéndolas más cómodas y confortables, no modifican las relaciones político-sociales a partir de las que se decide su uso.

Hoy días estas nuevas tecnologías las encontramos cada vez más omnipresentes en todas las facetas de la vida: sirven para la comercialización de bienes y servicios, para la banca en línea, para la administración pública (pago de impuestos, gestión de documentación, presentación de denuncias), para la búsqueda de la más variada información (académica, periodística, de solaz), para el ocio y esparcimiento (siendo los videojuegos una de las instancias que más crece en el mundo de las TICs), para la práctica de deportes, para el desarrollo del arte, en la gestión pública (algunos gobiernos están incorporando el uso de redes sociales como Twitter, Facebook, Youtube y otras cuando las autoridades dan a conocer su posición sobre acontecimientos relevantes), se usan en la guerra y en la paz, y desde las profundidades de la selva Lacandona, por ejemplo, un movimiento armado lleva adelante su lucha, con un personaje mediático que es más conocido por el uso de estos medios electrónicos que por su fusil, habiendo incluso todo un campo relacionado al sexo cibernético, el cual da para todo, desde la búsqueda de pareja hasta la pornografía infantil. En definitiva: estas tecnologías sirven para todo, absolutamente: para estudiar, para salvar una vida, para extorsionar.

Definitivamente, comienzan a ser omnímodas. Están en todos lados, y la tendencia es que seguirán estándolo cada vez más. Como un dato muy instructivo en ese sentido puede mencionarse que hoy día las TICs ya constituyen un medio de prueba en los procesos judiciales. Aún no están ampliamente difundidas y todavía encuentran muchas restricciones, pero sin dudas dentro de un futuro nada lejano serán pruebas contundentes.

“Las tecnologías de la información y la comunicación no son ninguna panacea ni fórmula mágica, pero pueden mejorar la vida de todos los habitantes del planeta. Se disponen de herramientas para llegar a los Objetivos de Desarrollo del Milenio, de instrumentos que harán avanzar la causa de la libertad y la democracia, y de los medios necesarios para propagar los conocimientos y facilitar la comprensión mutua” [6] , dijo acertadamente Kofi Annan como Secretario general de la Organización de las Naciones Unidas refiriéndose a estos temas.

La actual globalización va indisolublemente de la mano de las TICs

Se entiende por globalización el proceso económico, político y sociocultural que está teniendo lugar actualmente a nivel mundial por el que cada vez existe una mayor interrelación económica entre todos los rincones del planeta, por alejados que estén, gracias a tecnologías que han borrado prácticamente las distancias permitiendo comunicaciones en tiempo real, siempre bajo el control de las grandes corporaciones multinacionales.

La globalización que vivimos (económica y cultural) es el caldo de cultivo donde las TICs son el sistema circulatorio que la sostiene, haciendo parte vital de la nueva economía global centrada básicamente en la comunicación virtual, en la inteligencia artificial y en el conocimiento como principal recurso. Eso puede abrir grandes oportunidades para los sectores históricamente postergados, dado que posibilita acceder a instrumentos que permiten dar un salto adelante verdaderamente grande en orden al desarrollo; pero puede también contribuir a mantener la distancia entre los que producen esas tecnologías de vanguardia (unos pocos países del Norte), y quienes la adquieren (la gran mayoría de los países del Sur), dependiendo así más aún tanto comercial como tecnológicamente.

Si acceder a las TICs es un puente al desarrollo, la “brecha digital” que crea esta sociedad de la información, contraria a la “inclusión digital” global, indica que los sectores más desarrollados aumentan su distancia respecto de los excluidos. A nivel internacional es elocuente.

La tendencia en marcha refuerza la duda apuntada más arriba: las nuevas tecnologías digitales, más allá de la explosión con que han entrado en escena y su consumo masivo siempre creciente, no parecieran beneficiar por igual a todos los sectores. “En América Latina la presencia o el desarrollo de una SIC [sociedad de la información y la comunicación] está más ligada a la consolidación de grandes consorcios multinacionales del audiovisual, que a la incorporación de la convergencia a los procesos productivos. Esto último se ha polarizado en un sector capaz de desmaterializar la economía, en tanto que sobrevive otro gran sector que permanece al margen de los cambios tecnológicos y continúa trabajando dentro de un esquema de producción clásico, ayudado de herramientas que también podríamos definir como clásicas. En nuestros países sólo un sector de la población (muy probablemente el que acumula el consumo tecnológico de distintas generaciones), es la que se ha incorporado efectivamente al proceso de producción ligado a la información y el conocimiento”. [7]

Valga agregar aquí lo apuntado por Beatriz Busaniche: “el hecho de que las TICs en sí mismas mejoren la calidad de vida de las personas no está comprobado de ninguna manera en tanto no se saneen previamente las brechas sociales fundamentales: la pobreza, el hambre, el analfabetismo, las pandemias”. [8] En relación a esto, retomemos lo expresado más arriba: en Guatemala hay más teléfonos celulares (muchos de ellos con acceso a Internet) que población: ¿se generó entonces el desarrollo sostenible? Los mitos desarrollistas del progreso técnico siguen estando presentes.

No está demostrado que por el hecho de utilizar alguna de las TICs se elimine automáticamente la exclusión social o se termine con la pobreza crónica. De todos modos, sabiendo que estas herramientas encierran un enorme potencial para el desarrollo, es válido pensar que no disponer de ellas propicia la exclusión, o la puede profundizar. Visto que la red de redes, el internet, es la suma más enorme nunca antes vista de información que pone al servicio de la humanidad toda una potente herramienta de comunicación, no acceder a él crea desde ya una desventaja comparativa con quien sí puede acceder. De todos modos, el desarrollo propiamente dicho, el aprovechamiento efectivo de las potencialidades que abren las TICs, no se da por el sólo hecho de disponer de una computadora, de hacer uso de las redes sociales o de un teléfono celular inteligente de última generación. Lo que hace la diferencia es la capacidad que una población pueda tener para aprovechar creativamente estas nuevas formas culturales. Si el internet “ha transformado la vida”, como tan insistentemente dice cierto pensamiento dominante (quizá desde una perspectiva más mercadológica que crítica, terminando por constituirse en “mito”, en manipulación mediática), ello lleva a pensar el porqué de esa tenaz repetición.

Lo que está claro es que alimenta muy generosamente a quienes lucran con su comercialización (empresas globales dedicadas a la producción y distribución de estos servicios). Google, por ejemplo, el motor de búsqueda más potente y con la mayor cantidad de consultas diarias en la red en todo el mundo, ha facturado 150.000 millones de euros en 10 años.

De todos modos, más allá de la manipulación que pueda haber en ese mito (visto que, por sí mismas, las TICs no terminan con la exclusión) algo hay que les ha permitido erigirse en el nuevo ícono cultural de la así llamada postmodernidad.

¿Por qué se imponen de esa manera las TICs?

Las TIC son especialmente atractivas, y con mucha facilidad pueden pasar a ser adictivas (de la necesidad de comunicación fácilmente se puede pasar a la “adicción”, más aún si ello está inducido, tal como sucede efectivamente).

De todos modos, más allá de la interesada prédica que las identifica con una panacea universal –no siéndolo, por supuesto– no hay dudas que tienen algo especial que las va tornando imprescindibles. En una encuesta sobre uso de estas tecnologías con aproximadamente 2.500 jóvenes realizada en el año 2012 [9], un 49% de los encuestados reconoce que “no podría vivir sin las TICs”, mientras que un 63% puede “estar dejando de hacer cosas por estar conectado”, en tanto que un 35% “ha disminuido sus horas de sueño por estar conectado a internet”. Todo ello marca una tendencia que no se puede desconocer: las TICs atrapan, son adictivas. En esa misma investigación, en grupos focales se preguntó a los jóvenes (de entre 17 y 25 años): “si estás haciendo el amor y suena el teléfono celular, ¿contestarías?”, a lo que aproximadamente un 75% respondió que sí, incluso justificándolo: “es probable que sea algo importante; además, si no contesto me desconcentro porque me quedo pensando en quién podría haber llamado. Por eso es mejor contestar siempre”. Una respuesta, hilarante sin dudas, y única en toda la muestra (“una golondrina no hace verano”), pero que de todos modos no puede dejar de considerarse fue: “¡Por supuesto que contesto! ¡Podría ser mi novio!”

Estar “conectado”, estar todo el tiempo con el teléfono celular en la mano, estar pendiente eternamente del mensaje que puede llegar, de las redes sociales, del chat, constituye un hecho culturalmente novedoso.

La definición más ajustada para un teléfono celular (lo mismo se podría decir de las TICs en general) es que, poseyendo el equipo en cuestión –teléfono, computadora–, se está “conectado”, que es como decir: “estar vivo”. “Estoy conectado, luego existo”, podría afirmarse como síntesis de los tiempos, parafraseando a Descartes. Definitivamente todas estas tecnologías van mucho más allá de una circunstancial moda: constituyen un cambio cultural profundo, un hecho civilizatorio, una modificación en la conformación misma del sujeto y, por tanto, de los colectivos, de los imaginarios sociales con que se recrea el mundo.

Lo importante a destacar es que esa penetración que tienen las TICs no es casual. Si gustan de esa manera, por algo es. Como mínimo se podrían señalar dos características que le confieren ese grado de atracción: a) están ligadas a la imagen, y b) permiten la interactividad en forma perpetua.

La imagen juega un papel muy importante en las TICs. Lo visual, cada vez más, pasa a ser definitorio. La imagen es masiva e inmediata, dice todo en un golpe de vista. Eso fascina, atrapa; pero al mismo tiempo no da mayores posibilidades de reflexión. “La lectura cansa. Se prefiere el significado resumido y fulminante de la imagen sintética. Esta fascina y seduce. Se renuncia así al vínculo lógico, a la secuencia razonada, a la reflexión que necesariamente implica el regreso a sí mismo”, se quejaba amargamente Giovanni Sartori [10]. Lo cierto es que el discurso y la lógica del relato por imágenes están modificando la forma de percibir y el procesamiento de los conocimientos que tenemos de la realidad. Hoy por hoy la tendencia es ir suplantando lo racional-intelectual –dado en buena medida por la lectura– por esta nueva dimensión de la imagen como nueva deidad.

“Es lindo estar frente a tu pantalla. Te resuelve la vida. Uno ya no estudia, no tiene que pensar. La tecnología te lo hace todo. Aunque uno quede embobado frente a lo que ve, aunque nos demos cuenta de eso, que nos volvemos cada vez más haraganes, no deja de ser cómodo”, expresaba sin ambages un joven entrevistado en esta investigación a la que aludíamos.

Junto a eso cobra una similar importancia la fascinación con la respuesta inmediata que permite el estar conectado en forma perpetua y la interactividad, la respuesta siempre posible en ambas vías, recibiendo y enviando todo tipo de mensajes. La sensación de ubicuidad está así presente, con la promesa de una comunicación continua, amparada en el anonimato que confieren en buena medida las TICs. “Me gustan las redes sociales porque puedo tener muchos amigos. Yo, por ejemplo, tengo más de 500”, agregaba otro.

La llegada de estas tecnologías abre una nueva manera de pensar, de sentir, de relacionarse con los otros, de organizarse; en otros términos: cambia las identidades, las subjetividades. ¿Quién hubiera respondido algunas décadas atrás que prefería contestar el teléfono fijo a seguir haciendo el amor?

Hoy día la sociedad de la información, por medio de estas herramientas, nos sobrecarga de referencias. La suma de conocimiento, o más específicamente: de datos, de que se dispone es fabulosa. Pero tanta información acumulada, para el ciudadano de a pie y sin mayores criterios con que procesarla, también puede resultar contraproducente. Puede afirmarse que existe una sobreoferta informativa. Toda esta saturación y sobreabundancia de ¿información?, y su posible banalización, se ha trasladado a la red, a las TICs en general, inundando todo. De una cultura del conocimiento y su posible apropiación se puede pasar sin mayor solución de continuidad a una cultura del divertimento, de la superficialidad. Las TICs permiten ambas vías.

Las TIC se adecuan especialmente a la cultura juvenil

Si bien las TICs se están difundiendo por toda la sociedad global, quienes más se contactan con ellas, las utilizan, las aprovechan en su vida diaria dedicándole más tiempo y energía, y concomitantemente viéndose especialmente influenciados por ellas, son los jóvenes.

Cuando nos referimos al universo juvenil, es imposible hablar de “la” juventud. En todo caso, la sociedad global está marcada por profundas diferencias socioeconómicas y culturales que dejan ver, ante todo, un complejo mosaico de grupos e identidades. En contextos rurales del Sur a los 25 años ya se es todo un adulto/a, con varios hijos, cercano ya a la posibilidad de ser abuelos. En ciertos niveles del Norte, a esa edad todavía se vive lo que hoy denominamos “adolescencia tardía”. Pero pese a ello, más allá de esas por lo general infranqueables diferencias, hay una nota común entre los distintos jóvenes: en mayor o menor medida, son usuarios de las TICs.

Es evidente que la globalización en curso uniforma criterios sin borrar las diferencias estructurales; de ahí que, diferencias mediante, las generaciones actuales de jóvenes son todas “hijas de las TICs”, o “nativos digitales”, como se les ha llamado. “Aquello que para las generaciones anteriores es novedad, imposición externa, obstáculo, presión para adaptarse –en el trabajo, en la gestión, en el entretenimiento– y en muchos casos temor reverencial, para las generaciones más jóvenes es un dato más de su existencia cotidiana, una realidad tan naturalizada y aceptada que no merece siquiera la interrogación y menos aún la crítica. Se trata en efecto de una condición constitutiva de la experiencia de las generaciones jóvenes, más instalada e inadvertida a medida que se baja en la edad” [11]

Los jóvenes encuentran en las nuevas tecnologías un recurso para diferenciarse de la era de los adultos, simbolizada por el reino de la radio o de la televisión. Hasta se podría extremar esto hoy día, dado el aceleramiento vertiginoso de los cambios tecnológicos, a la diferencia entre usuarios de correo electrónico (¿ya envejecido?) y las llamadas redes sociales. Cuando se calibra el atractivo de estas nuevas tecnologías digitales, puede entenderse el encanto que encuentra gran parte de la juventud en ellas. Dicho esto, en esta utopía de la red lo más importante no es la fascinación técnica, porque toda persona joven en los países ricos vive ya desde los años 70 del pasado siglo envuelta en un universo técnico. Lo más importante es que la red se ha convertido en el soporte de los sueños eternos para una nueva solidaridad. Sin embargo, se escapa la esencial diferencia en la comunicación de las TICs. Todavía se piensa que quien dice “comunicación” dice tener en cuenta el emisor, el mensaje y el receptor. Sin embargo, la gran diferencia está en que las TICs permiten como ningún otro medio masivo la interactividad, la comunicación de dos vías. Quien usa las TICs no es un mero receptor; su mensaje le llega de regreso a la presentadora de CNN que lee el mensaje que alguien acaba de mandar, así como todos los cientos de amigos que también lo reciben y que reaccionan a su vez. En el ámbito juvenil ese dinamismo echa sus raíces como en ningún otro segmento de población.

La identidad joven debe entenderse como ese momento de la vida en que se está experimentando, conociendo, abriéndose a experiencias nuevas. El mundo adulto hizo eso en su momento, y construyó lo que pudo: ya tiene una identidad y un proyecto. Los jóvenes, por el contrario, lo están elaborando. La posibilidad de estar contactando perpetuamente, abiertos de par en par a la comunicación, dispuestos todo el tiempo a intercambiar mensajes del tipo que sean con un (o varios) interlocutor(es), incluso al mismo tiempo, encuentra su campo más fértil en los jóvenes. De ahí que las TICs se amalgamen tan bien a ellos. Valga para graficar esto, lo que en estos momentos pasó a ser parte de la normalidad entre los jóvenes (de distinto estrato socioeconómico incluso): la realización simultánea de muchas tareas, todas ligadas a las TICs (cosa que para muchos adultos sería imposible): escuchar música, chatear, hacer las tareas usando internet (dicho sea de paso: cultura del copia y pega), contestar el teléfono y mirar televisión. Todo rápido, con urgencia, quizá cada vez menos analíticamente, cada vez más centrados en la imagen instantánea. Cultura de la inmediatez, podríamos decir. ¿Cultura de la liviandad?

En esa dimensión, lo importante, lo definitorio, es estar conectado y siempre disponible para la comunicación. De esa lógica surgen las llamadas redes sociales, espacios interactivos donde se puede navegar todo el tiempo a la búsqueda de lo que sea: novedades, entretenimiento, información, aventura, etc., etc. En las redes sociales, usadas fundamentalmente por jóvenes, alguien puede tener infinitos amigos. O, al menos, la ilusión de una correspondencia infinita de amistades. Ilusión, por supuesto, porque los cientos, miles en algunos casos, de “amigos”, desaparecen automáticamente cuando se apaga el equipo.

La superficialidad no es ajena a la cultura que va de la mano de las TICs. Pero hay que apurarse a aclarar que “superficialidad” puede haber en todo, también en la lectura de un libro o en una discusión filosófica. Nos son estos nuevos instrumentos los que la crean. En todo caso, lo cual puede abrir una discusión, la modalidad de estas tecnologías, su rapidez a veces vertiginosa, la entronización de lo multimedial con acento en la imagen por sobre la lectura reflexiva, podría dejar abierto un interrogante; por tanto, debe verse muy en detalle cómo estas tecnologías comportan, al mismo tiempo que grandes posibilidades, también riesgos que no pueden menospreciarse. La cultura de la ligereza, de lo superficial y falta de profundidad crítica puede venir de la mano de las TICs, siendo los jóvenes –sus principales usuarios– quienes repitan esas pautas. Sin caer en preocupaciones extremistas, no hay que dejar de tener en vista que esa entronización de la imagen y la inmediatez, en muchos casos compartida con la multifunción simultánea, puede dar como resultado productos a revisar con aire crítico: “en términos mayoritarios [los jóvenes usuarios de TICs] adquieren información mecánicamente, desconectada de la realidad diaria, tienden a dedicar el mínimo esfuerzo al estudio, necesario para la promoción, adoptan una actitud pasiva frente al conocimiento, tienen dificultades para manejar conceptos abstractos, no pueden establecer relaciones que articulen teoría y práctica”. [12]

Pero si bien es cierto que esta cibercultura abre la posibilidad de esta cierta liviandad, también da la posibilidad de acceder a un cúmulo de información y a nuevas formas de procesar la misma como nunca antes se había dado, por lo que estamos allí ante un fenomenal reto. Los jóvenes contemporáneos, sabiendo que en esto se marcan diferencias de acuerdo a su nivel socioeconómico, de todos modos “cuentan con una ventaja en la sociedad de la información impulsada por las nuevas tecnologías. A menudo son ellos los principales innovadores en el uso y difusión de las tecnologías de la información y la comunicación”. [13]

Además, y como siempre ha pasado en la historia, son jóvenes los que ponen en marcha procesos de cambio. Las revoluciones, aunque se nutran de ideas de “viejos con espíritu de joven”, son siempre vehiculizadas por la sangre joven, por jóvenes de carne y hueso. También puede verse eso con el uso alternativo, crítico si se quiere, no light, que jóvenes le pueden dar a las TICs. Piénsese, por ejemplo, en la Primavera Árabe en el 2010 (más allá de haber sido luego cooptada por la derecha o por los mecanismos de inteligencia del sistema), los Indignados en España, el movimiento Yo soy 132 en México. Aunque ninguna de esas explosiones de ira y reacción ante situaciones de injusticia prosperó como proyecto revolucionario de transformación social –y por cierto no se reducen sólo a redes de personas comunicadas por estas tecnologías digitales–, es importante mencionarlas en tanto ejemplo del uso de esas tecnologías yendo más allá del pasatiempo banal, del distractor. Eso reafirma que las TICs son herramientas, ni “buenas” ni “malas”. Pueden servir para el mantenimiento del sistema… o para su crítica radical y la promoción de valores anti-sistema.

Industria cultural y control social

Los sistemas se mantienen a sí mismos. En términos generales: son conservadores. Dicho de otro modo: autorregulados. Para mantenerse, para seguir siendo lo que son y perpetuarse en el tiempo, desarrollan mecanismos específicos que les permiten reproducirse. El mecanismo por excelencia para esa tarea es la cultura.

Damos por sabido que cultura es toda creación humana, aquello que se contrapone a naturaleza. No hay cultura “buena” ni “mala”, “superior” o “inferior”. Simplemente hay cultura, proceso civilizatorio, entramado simbólico que nos hace ser lo que somos: seres humanos. La cría humana, lo sabemos desde la Psicología, no está “terminada” cuando nace; en todo caso, está lista para salir del vientre materno en términos biológicos. Pero a partir de allí comienza el lento, dificultoso y a veces penoso proceso de aculturación. No puede haber ser humano sin cultura; el instinto no asegura nada. Si fuera tan “natural” la sobrevivencia, ¿por qué los seres humanos se siguen muriendo de hambre, siendo que la comida está disponible? Si nos amamos tanto, ¿por qué hacemos la guerra? ¿Y por qué hay racismo? Son factores “humanos” justamente, sociales en el sentido amplio de la palabra, los que deciden nuestro destino. No hay instinto alguno que fije el hambre en el mundo como una constante, ni el racismo, ni el patriarcado: eso es un hecho social, por tanto, histórico.

Si hay seres humanos en el sentido pleno de la palabra, es porque hay cultura; círculo vicioso que se cierra a sí mismo: ¿qué es primero: el individuo o la sociedad? Aporía sin dudas mal planteada en esos términos: no hay una cosa sin la otra. Imposible decidir qué es primero. Simplemente quedémonos con que no hay el uno sin el otro. ¿Por qué no nos relacionamos sexualmente con miembros del endogrupo? Porque hay prohibición del incesto, ley instituida en todo grupo humano y que, como toda norma, no responde a una necesidad biológica, sino que habla de una relación de poderes, relación social por excelencia, juego de símbolos. ¿Por qué con mi hermana no? Justamente por eso: porque es mi hermana, porque hay un símbolo que nos constituye.

La cultura es un interminable entramado de símbolos. Eso es lo que mantiene a la sociedad, lo que la solidifica y la hace funcionar. Para usar una terminología clásica de la sociología, junto a la estructura económica de base hay una superestructura, un andamiaje ideológico-simbólico que justifica las cosas, que le da sentido. Lo que se quiere remarcar ahora es cómo la cultura actual está cada vez más mediada por las tecnologías imperantes, para el caso, por las TICs.

De hecho, en un mundo industrial (o post industrial, para algunos) asistimos a un proceso de producción cultural en forma de industria. ¿Qué es la industria, a qué llamamos industria en el mundo que nos viene desde la revolución industrial del siglo XVIII? Una producción pensada no solo para satisfacer necesidades básicas sino en función de un mercado, lucrativo para el dueño de los medios de producción, agobiante para el auténtico productor.

Hoy día la cultura es, como siempre lo fue en la historia, un mecanismo de control social, un elemento que garantiza la reproducción del sistema. Pero junto a eso es también un gran negocio. Si podemos hablar de una “industria cultural” es porque su producción masiva –que toma como modelo el proceso fordista– ha llevado a una mercantilización extrema su quehacer. Se fabrican bienes culturales con el mismo criterio que se produce cualquier bien destinado al mercado: un automóvil, un detergente o un seguro de vida. La diferencia es que los bienes llamados culturales –cuestión amplia y muy compleja– tienen la misión de funcionar como la argamasa social, son transmisores de ideología, hacen marchar el colectivo como un todo.

Si la pregunta respecto a la comercialización de los bienes culturales es pertinente o no, queda fuera de lugar; en un mundo marcado absolutamente por el mercado, donde todas las relaciones humanas quedan subsumidas bajo la categoría universal de la mercancía y su fetiche supremo que es el dinero, no hay escapatoria tampoco para la cultura. El sistema mercantil se impone, y la cultura, en su más amplio sentido, además de justificarlo y reproducirlo, da dinero (a algunos, por supuesto).

El poder controla (léase: la clase dominante, la clase que detenta la propiedad privada de los medios de producción). Pero el poder –o los distintos poderes, para ser más exactos– pueden ejercer esa dominación en la medida que sojuzgan a quien domina. El poder nunca puede ser entre iguales; su ejercicio presupone esa asimetría de base. Si hay igualdad, no hay relación de poder.

El ejercicio de poder se puede hacer a través de dos modos: disciplinando los cuerpos concretos de carne y hueso (biopoder, podrá decir Foucault), o disciplinando las mentes. A esto último llamamos cultura (en un sentido amplio). También podríamos nombrarla “ideología”, o “matriz simbólica”; es decir: aquello que nos construye más allá del instinto.

Si hay una industria cultural ya podemos ver por dónde va la sociedad que la crea: es un entramado social conservador que hace del control, de la disciplina de la mente, del pensamiento y de los sentimientos, una esencia central de su dinámica. Si la cultura es creación, es decir: invención, libertad, “vuelo del espíritu”, para decirlo de un modo casi poético, lo que nos lega la actual industria cultural es lo más contrario a todo ello. La manipulación a la que da lugar esta producción en serie, esta gran fábrica de imágenes preconcebidas de las que las TICs son un soporte perfecto, se corresponde más con lo que dijera el ministro de comunicación del régimen nazi que con un auténtico ejercicio de libertad: “¿A quién debe dirigirse la propaganda: a los intelectuales o a la masa menos instruida? ¡Debe dirigirse siempre y únicamente a la masa! (…) Toda propaganda debe ser popular y situar su nivel en el límite de las facultades de asimilación del más corto de alcances de entre aquellos a quienes se dirige. (…) La facultad de asimilación de la masa es muy restringida, su entendimiento limitado; por el contrario, su falta de memoria es muy grande. Por lo tanto, toda propaganda eficaz debe limitarse a algunos puntos fuertes poco numerosos, e imponerlos a fuerza de fórmulas repetidas por tanto tiempo como sea necesario, para que el último de los oyentes sea también capaz de captar la idea” [14]. Dicho de otro modo: “una mentira repetida infinidad de veces termina convirtiéndose en una verdad”.

La tendencia de los biopoderes actuales, que controlan cuerpo y mente de poblaciones planetarias, herederos directos de lo expresado por este funcionario nazi, lo dijo con claridad el polaco-estadounidense Zbigniew Brzezinsky más recientemente: “En la sociedad actual el rumbo lo marca la suma de apoyo individual de millones de ciudadanos incoordinados que caen fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotan de modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón” [15] . En otros términos: los medios de comunicación al servicio de los proyectos dominantes, de los poderes fácticos.

Luces y sombras con las TICs

Como todo proceso humano, el surgimiento de las TICs, en tanto fenómeno complejo con aristas tanto económicas como político-sociales, puede ser considerado desde distintos puntos. En cuanto tecnología, ninguna TIC –valga enfatizarlo– es “positiva” ni “negativa”. Es el proyecto en el que se dinamiza el que decidirá su uso, su utilidad social. Está claro que ninguna nueva tecnología puede pensarse con esa maniquea división: un cuchillo, por ejemplo, puede servir para trozar la comida, o para matar a alguien. Del mismo modo, la energía nuclear puede servir para iluminar toda una ciudad, o para hacerla volar por el aire. Es el uso, el proyecto humano (ético y político) el que define la “utilidad” de una herramienta, de un instrumento.

De todos modos, hoy, tan recientes como son, las TICs no dejan de abrir algunos interrogantes que no se pueden soslayar en un análisis equilibrado. Sólo como recurso académico permítase diferenciar efectos “positivos” y “negativos”, en el sentido de “las cosas buenas que posibilita” y “las dudas que se abren”:

Efectos positivos

Amplía las posibilidades del desarrollo humano integral

Facilita la comunicación con familia extensa que esté fuera del alcance físico directo o en el extranjero

Abre grandes posibilidades en el ámbito educativo

Ayuda a disminuir aislamiento

Se desarrollan nuevas habilidades de manejo electrónico y motricidad

Conecta con enorme cantidad de gente

Efectos “negativos” (o cuestionables)

Son adictivas

Afecta la socialización en el entorno familiar

Pueden servir como distractores (“perder el tiempo”)

Se las puede utilizar para fines criminales, como extorsión, redes de tráfico de personas, fomento de la pornografía infantil

Los videojuegos puedan contribuir a crear climas culturales de violencia

Pueden contribuir al aislamiento y la retracción, pues obligan a pasar horas y horas en soledad

En definitiva, nada de lo encomiable ni de lo despreciable que conoce el ser humano nace específicamente con las TICs [16]. En todo caso, como tecnologías que se mueven a una velocidad vertiginosa, potencian todo, lo “bueno” y lo “malo”, lo hacen más evidente, lo sacan a la luz con una facilidad antes desconocida. Pero debe quedar claro que ni las diferencias económico-sociales existentes en la estructura social se deben a ellas –así como no se deben a ninguna tecnología específicamente, sino que responden al modo en que se ejercen los poderes–, ni la violencia es su “culpa” (haciendo entrar allí todo lo que se desee, desde el bullyng a las masacres que cada vez más regularmente producen “normales” ciudadanos sin explicación aparente). ¿Somos más violentos porque hay una enorme cantidad de videojuegos violentos en el mercado? La respuesta debe ir más allá de un mecanicismo simplista.

Una visión alarmista en torno a ellas puede contribuir a no ver su enorme potencial, que por cierto lo tienen. Ni “diosas” ni “demonios”. De hecho, estas reflexiones pueden llegan al público por medio de este tipo de medios, y esperamos fervientemente con esto no contribuir al mantenimiento acrítico de un sistema cuestionable por injusto sino, todo lo contrario, a cuestionarlo llamando a su transformación. ¿Sirven a ese cometido las TICs entonces?

A modo de conclusión

Desde hace unas tres décadas se vive un proceso de globalización económica, tecnológica, política y cultural que achicó distancias convirtiendo a todo el globo terráqueo en un mercado único. Esa sociedad global está basada, cada vez más, en la acumulación y procesamiento de información y en las nuevas tecnologías de comunicación, cada vez más rápidas y eficientes.

Los poderes dominantes (económicos, políticos, militares, culturales) tienen hoy un domino profundo a escala global. Los mecanismos de control cultural son cada vez más refinados, constituyéndose en bastiones tan importantes como el control físico que da la posesión de armas. La guerra ideológico-cultural es de primerísima importancia para el mantenimiento del sistema a nivel planetario (así como para su contestación).

En ese proceso en curso, las modernas tecnologías digitales de la información y la comunicación (TICs) juegan un papel especialmente importante, en tanto son el soporte de la nueva economía, una nueva política, una nueva cultura de las relaciones sociales y científicas.

Estas nuevas tecnologías (consistentes, entre otras cosas, en la telefonía celular móvil, el uso de la computadora personal y la conexión a la red de internet) permiten a los usuarios una serie de procedimientos que cambian de un modo especialmente profundo su modo de vida, teniendo así un valor especial, pues permiten hablar sin duda de un antes y un después de su aparición en la historia. El mundo que se está edificando a partir de su implementación implica un cambio trascendente, del que ya se ven las consecuencias, las cuales se acrecentarán en forma exponencial en un futuro del que no se pueden precisar lapsos cronológicos, pero que seguramente será muy pronto, dada la velocidad vertiginosa con que todo ello se está produciendo.

El desarrollo portentoso de estas tecnologías, de momento al menos, no ha servido para aminorar –mucho menos borrar– asimetrías en orden a la equidad entre los países más y menos desarrollados en el concierto internacional, así como entre los grupos socialmente privilegiados y las capas más postergadas a lo interno de las distintas naciones. Por el contrario, ha estado al servicio de proyectos políticos que remarcaron las históricas exclusiones socioeconómicas en que se fundamentan las sociedades, ayudando a concentrar más la riqueza y el poder.

Al mismo tiempo, aunque no contribuyeron hasta ahora a terminar con problemas históricos de la humanidad en orden a las inequidades de base, abren una serie de posibilidades nuevas desconocidas hasta hace muy poco tiempo, poniendo al servicio de toda la población herramientas novedosas que, directa o indirectamente, pueden servir para democratizar los saberes, y consecuentemente, a la participación ciudadana y al acceso a la toma de decisiones.

El hecho de contar con herramientas que sirven para ampliar el campo de la comunicación interactiva y el acceso a información útil y valiosa constituye, en sí mismo, una buena noticia para las grandes mayorías. De todos modos, por sí mismo la aparición de nuevas tecnologías no cambian las relaciones estructurales, pero sí pueden ayudar a nuevos niveles de participación y de acceso a bienes culturales.

Si bien hoy día estas tecnologías están incorporadas en numerosos procesos que tienen que ver con el mundo de la producción, la administración pública y el comercio en términos generales, en su aplicación masiva en toda la sociedad son los grupos jóvenes quienes más rápidamente y mejor se han adaptado a ellas, haciéndose sus principales usuarios.

En términos generales son los jóvenes los principales consumidores de estas tecnologías, estando más familiarizados que nadie con ellas, siendo ellos mismos capacitadores de sus propios padres y generaciones adultas en general.

En estos momentos, reconociendo que hay grandes diferencias entre jóvenes del Sur y del Norte del mundo, y que además se dan marcadas diferencias entre jóvenes ricos y pobres dentro de esas categorías Norte-Sur, las tecnologías de información y comunicación marcan a todos los jóvenes de la actual “aldea global”; la identidad “ser joven”, hoy por hoy tiene mucho que ver con el uso de estas herramientas. Sin embargo, hay marcadas diferencias en el modo de uso y, por tanto, en las consecuencias que de ese uso se deriven. Las marcadas exclusiones sociales que definen la sociedad mundial se siguen haciendo presente en el aprovechamiento de las TICs. La brecha urbano-rural sigue crudamente presente, y los sectores históricamente postergados no han cambiado en lo sustancial con el advenimiento de estas nuevas tecnologías.

Aunque las TICs no constituyen por sí mismas una panacea universal, ni una herramienta milagrosa para el progreso humano, en un mundo globalizado cada vez más regido por las pautas de la información y la comunicación, pueden ser importantes instrumentos que contribuyan al mismo. No apropiárselas y aprovecharlas debidamente coloca a cada individuo y al colectivo social en una situación de desventaja comparativa en relación a quien sí lo hace. De ahí que, considerando que son herramientas, pueden servir –y mucho– a un proyecto transformador.

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Notas

* En el desarrollo del presente trabajo usaremos el término TICs para referirnos específicamente al teléfono celular (o móvil), la computadora, el internet y los videojuegos.

[1] Crovi, D. (2002). “Sociedad de la información y el conocimiento. Entre el optimismo y la desesperanza”, en Revista mexicana de Ciencias Políticas y Sociales.  Año XLV, núm. 185, mayo-agosto de 2002, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM.

[2] Comunicación hecha por Ramiro Mac Donald, del Departamento de Comunicación Social de la Universidad Rafael Landívar, en entrevista personal.

[3] http://es.wikipedia.org/wiki/Sistema_digital

[4] Roszak, Th. (2005). “El culto a la información. Un tratado sobre alta tecnología, inteligencia artificial y el verdadero arte de pensar”. Barcelona. Ed. Gedisa.

[5] Urresti, M. (2008) “Ciberculturas juveniles”. Buenos Aires. La Crujía Ediciones.

[6] Annan, K. (2003). “D iscurso inaugural de la primera fase de la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información, Ginebra.

[7] Crovi, D. Ídem.

[8] Busaniche, B. en Murillo García, J.L. (2008) “Sociedad digital y educación: Mitos sobre las Nuevas Tecnologías y mercantilización del aula”. Disponible en http://edicionessimbioticas.info/Sociedad-digital-y-educacion-mitos

[9] Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo -PNUD- (2012) “Informe Nacional de Desarrollo Humano 2011-2012. Guatemala: ¿un país de oportunidades para la juventud?”. Guatemala: PNUD.

[10] Sartori, G. (1997) “Homo videns. La sociedad teledirigida”. Barcelona. Ed. Taurus

[11] Urresti, M. Ídem.

[12] Estévez, C. (2006) “La comunicación en el aula y el progreso del conocimiento”, en Urresti, M.

[13] Naciones Unidas (2005). World Youth Report 2005. Young People today, and in 2015.

[14] Goebbels, J. En un artículo publicado el 30 de abril de 1928 en “Der Angriff”, órgano de prensa del Nacional Socialismo.

[15] Zbigniew Brzezinsky, “The Technetronic Society ” , en Encounter, Vol. XXX, No. 1 (enero de 1968).

[16] Secundariamente se podría indicar que el uso de tantos equipos informáticos, con una vida útil cada vez más corta lo que lleva a su continua sustitución física, va creando una cantidad de “basura” electrónica nada desdeñable y muy difícil de reciclar. Esto es un problema derivado que toca al tema de la sostenibilidad ligado, sin dudas, a toda la problemática juvenil.

Tomado de: http://www.rebelion.org

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Yuli (+tráiler)

Por Rolando Pérez Betancourt

Destinada a ganarse emotivamente a un amplio público se estrena en nuestros cines Yuli (España, Reino Unido, Alemania, 2018), de la realizadora española Icíar Bollaín y con Carlos Acosta, y su vida, como ejes centrales de una biografía escrita por el propio bailarín.

La Bollaín es un peso pesado de la pantalla internacional y se ha distinguido por historias humanas y sociales en las que las mujeres afloran como figuras centrales. Cine emotivo el suyo, apoyado en sólidos guiones y con personajes perfectamente delineados en atmósferas, no por convulsas, menos líricas. Solo dos ejemplos: Te doy mis ojos (2003) y El Olivo (2016).

A un espectador cubano no hace falta explicarle demasiado quién es Carlos Acosta por cuanto constituye una gloria de nuestra cultura y un ejemplo de tesón artístico, no obstante, su negación inicial de estudiar ballet por considerarlo impropio para hombres de pelo en pecho.

En esa contradicción entre el no querer del niño y la imposición del padre, que ve en su hijo un diamante en bruto, se apoya en buena medida el hilo conductor de Yuli. La historia se arma en tres tiempos que se combinan mediante flashbacks: el niño inmerso en el barrio, el joven estudiante, que ya en Europa lucha contra sus constantes deseos de regresar a casa, y el Carlos adulto montando un ballet sobre su vida, próximo a estrenarse (varios de cuyos cuadros le imprimen un dramatismo extra al guion del experimentado Paul Alberti, columna fundamental en la arquitectura cinematográfica del maestro Ken Loach).

Integrando el cuadro social y humano de la trama sobresalen la familia, las viejas historias de esclavitud y discriminación racial, la violencia, los maestros, los tiempos duros de los años 90 del pasado siglo, días en que, a pesar de las dificultades y encontronazos de todo tipo, el muchacho cuenta con una escuela de ballet, estudia y es capaz de salir adelante. Recreaciones en las que se imponen arrolladores diálogos, y hasta un oralismo didáctico, sin que la fotografía de Alex Catalán se opaque en imaginación creativa.

Yuli responde a los códigos clásicos de un filme de ascensión (recordar la poética Billy Elliot) erigido sobre los pilares de una historia real conmovedora: niño humilde, negro, en constante lucha contra un padre tierno-violento que lo obliga a bailar y, como coronación, el éxito en los más importantes escenarios del mundo asumiendo personajes concebidos solo para blancos.

Punteada de buenos momentos, Yuli es incapaz, sin embargo, de resultar artísticamente menos predecible a la historia verídica que ya se conoce y de esquivar una constante presente en algunas películas del patio: el pretender abarcarlo todo, ilustrarlo todo y dejar escapar así la rotundez de una complejidad expositiva y espiritual más centrada, a tono con los filmes precedentes de la realizadora. Ese interés por no dejar nada fuera obliga a reiteradas elipsis, no siempre aplicadas con éxito y a su consecuencia inmediata, las imprecisiones.

Algunos personajes están construidos con mayor solidez que otros y se ganan la empatía del público, como el padre del bailarín, que encarna Santiago Alfonso, no obstante, algunos diálogos demasiado literarios que ponen en su boca. También la siempre eficiente Laura de la Uz como la buena maestra de Carlos y Andrea Doimeadiós en el papel de la hermana, sin olvidar al niño Edilson Manuel Olivera, que representa al Carlos Acosta, rey del barrio, vigilado por su padre.

Portadora de notables coreografías, a ratos esplendorosa, a ratos dejando ver solo trazados donde debió primar la profundidad en hechos y personajes, Yuli no desdeña tópicos del cine comercial en sus visibles empeños de gustar a muchos, lo cual resulta una rara avis en la ya estimable filmografía de Icíar Bollaín.

Tomado de: http://www.granma.cu 

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Sábanas blancas en los balcones

Cuatro palmas en la Habana Vieja. Flor de Paz (Cuba)

Por Graziella Pogolotti

No asomaban las primeras luces del amanecer cuando, sin haber cumplido aún los 12 años, María de las Mercedes Santa Cruz y Montalvo, hija del conde de Jaruco y futura condesa de Merlín, escapaba corriendo por las calles solitarias de La Habana colonial de la reclusión forzada en el Convento de Santa Clara y de sus claustros que hoy nos parecen tan hermosos.

Casi recién nacida, sus padres la habían dejado en manos de una abuela consentidora que le permitió crecer en plena libertad por el ancho espacio de las haciendas familiares. Para los condes de Jaruco importaba, sobre todo, hacer lobby en la corte de Madrid. Olvidaron la antigua advertencia de la Epístola moral a Fabio, según la cual «las esperanzas cortesanas / prisiones son do el ambicioso muere / y donde al más activo nacen canas».

Apostaron a la carta equivocada, la del invasor José Bonaparte. Sortearon peligros de toda índole para llegar a Francia cuando Fernando VII, «el deseado», recuperó el trono perdido. Pero ya María de las Mercedes se había casado con el conde de Merlín, alto oficial del ejército napoleónico. Tuvo un salón exitoso en París, donde recibía a los grandes músicos de la época. No olvidó del todo su tierra de origen. En el rejuego de la política, el primer reformismo cubano procuró su apoyo, teniendo en cuenta su destacada posición en la sociedad francesa. Viajó a La Habana y dejó un valioso testimonio de su estancia en el país natal.

Aunque criticara el trato abusivo a los esclavos, poco tuvo que ver la visión de la condesa con la historia de Aponte, ajusticiado ejemplarmente por lo que pudo haber hecho y por la amenaza que representaba para el poder colonial y en favor de la emancipación de los esclavos. Descendiente de libertos miembros de los batallones de pardos y morenos, informado de los acontecimientos que sacudieron a la vecina Haití, Aponte, portador de una cultura mestizada, hecha de oficio, de habilidades pictóricas, de conocimiento de la Biblia y de otros mitos, sometidos por él a una muy personal lectura, fue inmolado por intentar la organización de un movimiento contra el opresor con redes que, al parecer, se extendían más allá de la capital.

Años más tarde, nacida de la ficción y convertida en referente de nuestra cultura, la mestiza que hubiera podido parecer blanca, al decir del dramaturgo Abelardo Estorino, nombrada Cecilia Valdés, animaría con sus travesuras los alrededores de la Loma del Ángel.

Después del estallido de la Guerra de los Diez Años, un adolescente llamado José Martí andaba por las calles de la ciudad y pudo contemplar la violencia ejercida en el Teatro Villanueva con motivo del estreno de Perro huevero… Su rebeldía de entonces lo llevó a la dolorosa experiencia de trabajar encadenado en las canteras de San Lázaro. El relato estremecedor de esa vivencia en El presidio político en Cuba debiera ser lectura obligatoria para todos los nacidos en esta Isla.

Su fraterno Fermín Valdés Domínguez, compañero en las aulas de Mendive, se comprometió definitivamente con la causa redentora a partir de la vesania cometida por el Cuerpo de Voluntarios al exigir el fusilamiento de sus condiscípulos, los ocho estudiantes de Medicina.

Hay que reconocer que el capitán general, Miguel Tacón, impulsó la primera modernización de la ciudad y se comenzó entonces el derribo de las ya inútiles murallas, al desaparecer el peligro de los ataques piratas. Por lo demás, de poco sirvieron para defender la ciudad a la hora de los mameyes, en ocasión de la ocupación británica. Ahora, los piratas eran otros. Estaban en contubernio con los tratantes de esclavos.

La ciudad se expandió, siguiendo el trazado de las calzadas que señalan los puntos cardinales. Los sacarócratas establecieron sus mansiones en el Cerro, según creían, más salubre que el entorno portuario.

Con la República neocolonial, el Vedado fue el primer barrio concebido con un diseño integral, de acuerdo con regulaciones urbanas bien definidas. En un exitoso bestseller de los años 60, Renée Méndez Capote describió el ambiente de la zona de desarrollo habitada por los generales y doctores salidos de la Guerra de Independencia y por muchas familias procedentes del Cerro.

Después de la crisis demográfica debido a la guerra y a la reconcentración, siguió un crecimiento acelerado. Regresaron muchos emigrados, entre ellos los tabaqueros que dieron nombre al barrio de Cayo Hueso, complementado con una política orientada al blanqueamiento de la población, muy favorecedora para españoles e italianos.

Del crecimiento hacia las alturas del sur, por la vía de Puentes Grandes y la Calzada Real de Marianao, en la que pueden reconocerse todavía algunas enormes residencias como el Hospicio San Rafael y los remanentes muy maltratados de la Quinta Larrazábal, donde había encontrado protección Juana Borrero, y que fuera también el primer sitio habitado por mi abuelo, la orientación urbana se movió hacia el norte y el oeste, territorio costero, idóneo para la práctica de la moda de los deportes marinos.

Así, tentacular, la ciudad se expandió, fue tragando poblados y villas de cierta alcurnia, como la de Santa María del Rosario, hoy integrada al Cotorro. En los muros de su iglesia dejó huella el más antiguo pintor cubano de nombre conocido.

Con el inicio de la República, La Habana Vieja devino centro de negocios y de almacenes que emanaban pestilencias insufribles. Zona marinera, fue también prostibularia, ámbito adecuado para el surgimiento del mítico Yarini, aristócrata, proxeneta, manipulador de votos para el Partido Conservador, jinete impecable que recorría las calles de La Habana. Asesinado por sus rivales franceses en el control del negocio, el entierro fue seguido por aquella singular mescolanza social. Las esquelas mortuorias portaban las firmas de próceres de la nación y de familias de abolengo.

Aprisionada en sus calles demasiado estrechas, deteriorados algunos de sus ambientes, la «ciudad de las columnas» empezó a trasladarse hacia La Rampa. Algunos prefieren evocar hoteles, casinos y traganíqueles destruidos por el pueblo en el triunfo de enero de 1959. Sin embargo, La Rampa alcanzó vida y esplendor para varias generaciones de cubanos desde que se convirtió en ámbito simbólico del poder revolucionario. En el Habana Libre estuvo su cuartel general. Antes de la construcción del Palacio de Convenciones, allí se celebraron acontecimientos de enorme repercusión internacional con participación de intelectuales de primer orden y de figuras destacadas en la lucha revolucionaria de Nuestra América.

Los jóvenes andaban Rampa arriba y Rampa abajo. Los artistas que habrían de encontrar espacio propio (fundadores del Caimán Barbudo y de la Nueva Trova) tertuliaban en Coppelia, como antes lo hicieron los amigos de mi padre en el Bar Cabañas y, en la zona periférica de Arroyo Naranjo, los integrantes del grupo Orígenes y el heterogéneo conglomerado convocado por Carlos Enríquez, en su Hurón Azul donde, según me dicen, se conservan sus frescos de bañistas.

No es evocación nostálgica. Es una invitación a descubrir las claves de una ciudad hecha por sus arquitectos y por las manos callosas de albañiles, carpinteros, herreros. Constituye un patrimonio edificado viviente, atravesado por acontecimientos históricos, mitos y leyendas, edificado también por músicos, poetas y narradores. Las sábanas blancas se mantienen en sus balcones y el trovador Gerardo Alfonso ha recopilado un muy extenso cancionero dedicado a ella. Cuando lo tengamos en nuestras manos, resurgirá inconsciente, con la alegría del redescubrimiento, lo escuchado otrora en la radio y las victrolas.

Tomado de: http://www.juventudrebelde.cu

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Una frase que no dijo el Quijote

El Quijote, por Antonio Saura (España)

Por Abel Prieto Jiménez

El texto «Ballenas y tiburones» provocó el repudio de nuestros enemigos o –más bien– de los empleados de nuestros enemigos. No encontré sin embargo, ninguna tentativa seria de refutarlo; sino insultos y descalificaciones soeces, es decir, lo habitual. La única impugnación de cierto peso, llamémosle así, pretendió ridiculizar el hecho mismo de hablar sobre «cine de tiburones» en un país con tantas dificultades económicas.

Los que sueñan con la restauración capitalista no quieren que se debata en torno a la guerra cultural. Aspiran a que nuestra gente haga suyos los patrones y lentejuelas de la Maquinaria, que se sumerja alegremente en el limbo de la frivolidad y vea estos procesos como algo «divertido». En suma, que se aparte del camino martiano y fidelista de alcanzar la libertad a través de la auténtica cultura.

En el Congreso de la Uneac se presentó un documento que afirma: «La batalla de nuestro tiempo es eminentemente cultural, entre la imposición hegemónica y los paradigmas emancipatorios, entre la estulticia y la libertad».

Graziella Pogolotti se refirió a su vez a la necesidad de contribuir desde la experiencia cubana a enriquecer «un pensamiento de izquierda descolonizador».

Los escritores Víctor Fowler y Alberto Marrero abordaron el intento de absorbernos espiritualmente. El primero explicó que la Maquinaria instala en la mayoría oprimida la idea de que son seres inferiores. El segundo recordó los planes contra la URSS de Allen Dulles, director de la CIA. «Antes que los portaviones y los misiles», dijo Dulles, enviaremos nuestros símbolos, «universales, glamurosos, modernos», para lograr que «las víctimas lleguen a compartir la lógica de sus verdugos».

En su discurso de clausura, Díaz-Canel citó el mensaje de Raúl a la Uneac en su aniversario 55: «Hoy estamos doblemente amenazados en el campo de la cultura: por los proyectos subversivos que pretenden dividirnos y por la oleada colonizadora global». Y añadió Díaz-Canel: «Esta plataforma colonizadora promueve los paradigmas más neoliberales… atentos a los que ponen por delante mercado y no cultura; egoísmo y vanidad personal y no compromiso social de la cultura».

Resuenan ahora los ladridos de la empleomanía anexionista, inquieta ante los aportes al pensamiento cultural revolucionario que hizo en el evento la vanguardia intelectual. Les resulta intolerable que ganemos espacio en la gestación de una mirada penetrante, redimida, lúcida.

«Ladran, Sancho, señal que cabalgamos», es una frase que se atribuye por error al Quijote. Aparece, sin la referencia a Sancho, por supuesto, en un poema de Goethe; y hay quien ha sugerido que el autor de Fausto la tomó de un antiguo proverbio turco. Sea de Goethe o de algún turco remoto y anónimo, nos viene como anillo al dedo para entender las reacciones de la jauría.

En los años 90 del siglo pasado, en la Uneac de entonces, evocábamos a los «antimperialistas diurnos», en horario laboral, que pronto se convertían en «proimperialistas nocturnos», cuando se atiborraban antes de dormir con las más infames películas yanquis. Sufrían un padecimiento similar quizás al estudiado por los siquiatras como «trastorno de identidad disociativo». Nótese que hablábamos de adultos. Y es que la convivencia «disociativa» de antimperialismo político y colonización cultural puede presentarse de un modo u otro en cualquier generación.

Formar una conciencia antimperialista irreversible supone crear un hondo anticolonialismo. Para llevar adelante esta compleja misión, hay que desechar toda tentación vertical o paternalista o el establecimiento de un supuesto tribunal como dueño absoluto de la verdad. Tenemos que seguir promoviendo debates, talleres, de donde vaya surgiendo, entre todos, una capacidad crítica que detecte bajo un espectáculo o una historia en apariencia ligera el racismo, el desprecio al inmigrante, la visión clasista y patriarcal de la sociedad, las intenciones manipuladoras y propagandísticas, la Misión de EE.UU. como arrogante Policía del Universo.

Se trata de una construcción colectiva, basada en el respeto y el diálogo, ajena a consignas y prohibiciones, que rescate el placer del ejercicio de la inteligencia y combine la evaluación perspicaz de las trampas de la Maquinaria con el disfrute de obras de arte genuinas y entretenidas, sí, apasionantes, decididamente entretenidas.

Maestros, estudiantes, instructores, realizadores de los medios, promotores culturales, creadores, son todos protagonistas de este frente emancipador que Cuba debe seguir levantando sin descanso.

Tomado de: http://www.granma.cu

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Uneac: estela y perspectivas de un Congreso

Martí. Obra del artista cubano José Delarra., 2003. (Acrílico sobre lienzo, 133 x 98 cm)

Por Luis Toledo Sande

El IX Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba fue breve: apenas un fin de semana —el último del pasado mes de junio—, pero esa duración ha sido superada ya por la estela de valoraciones y esperanzas que ha dejado en el bando de las fuerzas revolucionarias. Al otro bando, diga lo que diga, no lo complace en realidad nada que no sea atacar a la Revolución cubana y vaticinar su derrota, como quien practica tenazmente un deporte en el cual oculta, o eso intenta, el aburrimiento que le produce una tarea en que lleva al hilo seis décadas de fracaso.

Las fuerzas revolucionarias tienen, en cambio, el estímulo de ver que sus enemigos —con el poderoso imperialismo estadounidense en el centro y a la cabeza de ellos— le han hecho mucho daño a Cuba, pero ella continúa su marcha. Lo ratificó el reciente congreso de la Uneac, celebrado cuando ya el Estado y el Gobierno de la nación no lo dirige un exponente de la denominada generación histórica.

Que el Gobierno y el Estado de Cuba los encabece hoy alguien que no había nacido en 1959, es otra expresión visible de la firme continuidad que se vive en la brega revolucionaria, y otra rotunda señal de frustración para los enemigos del socialismo. Ese espíritu le dio fuerza a la celebración de un foro que siguió creativamente la senda de las Palabras a los intelectuales pronunciadas por el líder de la Revolución cincuenta y ocho años antes, en 1961 y también en un mes de junio.

Dentro de la Revolución —asumida en su sentido más amplio, integrador y profundo, como demandó en el discurso de clausura del congreso el presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel Bermúdez—, el reciente foro de la Uneac ratificó lo que ha venido caracterizando a dicha organización: su voluntad de, sin atascarse en límites gremiales, comprometerse con los problemas del país, y poner ideas y bríos al servicio de sus soluciones. Esa meta, que a su vez da paso a otras, incluye un requerimiento al cual se refirió de modo explícito el dirigente cubano: recordar, y aplicarlo en los hechos, que las citadas Palabras de Fidel se dirigieron centralmente a escritores y artistas, pero el concepto de intelectual abarca asimismo a creadores en otras profesiones, en las distintas esferas del conocimiento y la atención a las necesidades y los ideales de la sociedad.

Que el foro haya funcionado con acierto sin lo que fue la asidua presencia física de Fidel en la mayor parte de ellos, también fue confirmación del rumbo mantenido conscientemente y a despecho de las maniobras de todo tipo concebidas, sufragadas y puestas en práctica por el imperio para impedirlo. Y corroboró de igual modo la claridad de la iniciativa del líder de fundar esa organización, constituida cuando apenas habían transcurrido dos meses desde las reuniones en cuya clausura nacieron las Palabras a los intelectuales.

Para los enemigos de la Revolución habría sido una fiesta que la Uneac se desdibujara —no digamos ya que se disolviera— tras la muerte de Fidel, o que debilitase sus planteamientos y su resolución de estar junto al pueblo, como la parte de él que es. También con esas ganas se han quedado y han de seguir quedándose quienes apuestan al derrocamiento de la Revolución. La trayectoria de los congresos de los escritores y artistas cubanos no ha sido necesariamente idílica ni homogénea, puesto que ha sido obra humana y en concordancia con las complejidades propias de la sociedad. Ricardo Riverón Rojas, por ejemplo, le ha dedicado al más reciente una valoración que, entre otras cosas, revela insatisfacciones puntuales con respecto al anterior y enfatiza los desafíos asumidos por el noveno. Pero, en conjunto, esos foros se inscriben en la búsqueda de una sociedad mejor con el auxilio de la belleza y la justicia.

Con respecto a las particularidades del IX Congreso, no es que la nueva dirección del país haya inventado una radicalidad singular, diferente, sino que ha sabido darle continuidad a la que recibió en herencia. Y en eso aporta matices concretos de la firmeza en que se funda su conducta, su manera de ejercer las responsabilidades del poder, desde una perspectiva que puede catalogarse como más cercana a los seres humanos comunes, quienes, acaso por serlo, necesitan y deben afinar aún más todas las armas de que disponen.

No hablemos de genialidad, categoría que puede derrumbarse por el camino del subjetivismo, y no siempre casa bien con los requerimientos cotidianos, con lo que José Martí, pensando como estadista y guía de un pueblo, llamó “lo común de la naturaleza humana”. La nación y quienes la dirigen deben suplir con inteligencia y trabajo constante el peso propio que da el paso de la historia vivida en acontecimientos fundacionales irrepetibles, únicos en sí mismos.

En algún texto el autor de estos apuntes —y no será el único en haberlo pensado y escrito, o dicho— expresó su criterio sobre lo deseable que sería tener un desiderátum o requisito para quienes asuman la responsabilidad de guiar a un país: que se hayan fogueado en las tareas de mantener y conducir un hogar, una familia. Se sabe que ese propósito puede resultar inviable en etapas de fundación decisiva, y para hacerse una idea de tal realidad, sin ceñirnos a la cercanía de otras experiencias, bastaría pensar en las circunstancias vividas por José Martí: en su entrega heroica a la fragua de la nación cubana, encarnó como nadie los sacrificios de una existencia a la que no le fue dada lo que él mismo llamó el ancla del hogar.

Hoy, en realidades que —aunque todavía en medio de la agresividad de un imperio que no renuncia a los afanes de aplastarla, ni se vislumbra que los abandone— Cuba aspira a que sean de paz, este país se empeña en ajustar su modelo económico para que sea más eficiente sin renunciar a la justa equidad, y en conducir su vida social de modo que le propicie a su ciudadanía una convivencia más amable. Tan justo afán puede asociarse al anhelo de normalizar la vida, pero ello solo se lograría acertadamente sin incurrir en el error, ni punto menos que suicida para un proyecto socialista legítimo, de asumir como norma la que impone el capitalismo, por donde pasa hoy el meridiano de Greenwich de la economía del mundo.

En ese entorno, para el mismo pueblo cubano resulta estimulante que, al exponer hoy sus puntos de vista sobre la realidad del país, el jefe de Estado y de Gobierno acuda no solamente a la experiencia que le viene de sus intensos recorridos por el territorio nacional, en contacto directo con la población, una práctica en la que expresa su lealtad a la conducta iluminadora que personificó Fidel. Además de eso, también calza sus ideas con lo que el hombre común necesita de manera determinante: el trabajo en equipo. Y puede tener en cuenta lo que observa en su entorno familiar, cuyos miembros también le aportan experiencias y datos —elementos de juicio— para interpretar la vida diaria y buscar soluciones viables a los problemas que se afrontan.

El reciente congreso de la Uneac tuvo lugar —y no por añadidura, como se sintió inclinado a escribir el autor de este artículo, sino en coherencia con la búsqueda de medidas ya inaplazables— cuando ya se anunciaban pasos concretos para mejorar las condiciones de vida del pueblo. No es fortuito que el replanteo de los salarios, con aumentos significativos para el sector estatal presupuestado —el que garantiza, junto con la empresa estatal, la esencia socialista del proyecto—, haya descolocado a demiurgos que antes acusaban y escarnecían a Cuba achacándole que desatendía la vida de sus trabajadores y trabajadoras. Algún revolucionario arrepentido podía lanzar noticias y juicios desde Cuba con augurios que esencialmente se resumían en sostener que, mientras este país no se sometiera a las leyes del mercado, no podría dar los pasos que ahora mismo, a despecho de tan lúgubres vaticinios, está dando en beneficio de gran parte del pueblo y en pos de los avances de la nación en su conjunto.

Todos esos elementos permiten fomentar esperanzas vitales. No se trata de que antes Cuba en general, y los congresos de la Uneac en particular, no hubieran dispuesto de interpretaciones revolucionarias luminosas. El asunto estriba en que las esperanzas en marcha permiten apreciar que pronunciamientos guiadores como el discurso de clausura del reciente congreso de la Uneac, a la vez que lograrlo es cuestión de vida o muerte para el país, pueden estar en camino de realizarse, de contribuir a que se cumplan los propósitos sustentados, a que se haga lo que urge que sea hecho para mejorar en todos los sentidos la vida del pueblo. Y ello no concierne solamente, a veces ni en lo fundamental, a la necesaria solvencia económica, sino al saneamiento de la sociedad. De ahí la convocatoria —cenital en ese discurso— a luchar contra la incultura y contra la indecencia. En realidad, son luchas inseparables una de la otra.

Tampoco es cuestión de ver en un discurso político una obra estrictamente personal, aunque no haya por qué poner en duda que en este caso lo sea. El propio Fidel Castro, cuya extraordinaria genialidad se manifestaba en los que parecían actos de improvisación, pero eran en realidad piezas de reflexión y sabiduría sedimentadas, mostraba de modo natural las ganancias de aportaciones colectivas. Pero la vida cotidiana y la generalidad de la existencia marcan derroteros diversos. Y la autoría de un dirigente político en lo que atañe a sus discursos estriba, sobre todo, en que los hace medularmente suyos por la coherencia con que asume pronunciamientos y prácticas de dirección, y por la capacidad para situar sus declaraciones como actos prácticos en el centro de la guía que el país necesita.

Refiriéndose a Domingo Faustino Sarmiento nada menos, de quien si algo no podrá decirse es que no fuera el mayor escritor argentino de su tiempo, a un amigo sabio le gusta recordar que cuando, abocado ya a la toma de posesión de la presidencia de su país, el autor de Facundo se disponía a escribir su discurso, un funcionario del gobierno le cortó el impulso con un argumento poderoso en sus circunstancias: “Los presidentes no están para escribir discursos”. Según se dice, el célebre creador literario terminó leyendo en su ceremonia de iniciación presidencial un texto escrito por alguien que como autor no le llegaría ni al tobillo. Pero ese discurso era ya del presidente de la República y, por tanto, le pertenecía a la nación. Venía a ser, al menos como propósito declarado, expresión de esta última, y del camino por dónde ella debía orientar sus pasos, o supuestamente los orientaría.

El discurso de clausura del IX Congreso de la Uneac es una guía para Cuba, no solo para sus escritores y artistas y sus instituciones gremiales, ni únicamente para el sector estatal, sino para toda la nación, con la diversidad de sectores que la integran. También ello quedó plasmado en el discurso. Y al pueblo cubano le corresponde contribuir a que ese texto alumbre el camino hacia realizaciones ineludibles, y de ninguna manera termine como un conjunto de formulaciones brillantes pero incumplidas. En ese afán se requerirán medidas concretas, organización, voluntad de trabajo, poner hombro y pensamiento para que la nueva Constitución, recientemente aprobada en ejemplar referendo democrático, rija de veras la vida de la patria, el comportamiento de su ciudadanía.

Nada de eso se alcanzará si no se aúnan de manera coherente e inseparable la educación y la legalidad, la persuasión y las normas, con las sanciones que, llegado el momento, sea pertinente aplicar. Se requerirá —no se habrá dicho lo bastante— que funcione en plenitud algo cuya ausencia o escasez constituye acaso el mayor déficit de la idiosincrasia nacional, abonada en siglos durante los cuales se instauró como una mala yerba heráldica aquello de “la ley se acata, pero no se cumple”. El sabio Héctor Zumbado, mezclando sabiduría y un humor inquietante, lo definió al decir que nos faltaba fijador. Si nos falta, o no lo tenemos en el grado en que urge que lo tengamos, no nos queda más alternativa digna que crearlo, sin posponerlo para las calendas griegas —para cuando sea “el momento oportuno”, que más bien está pasando ya—, ni esperar a que tengamos divisas para importarlo, en caso de que se pueda comprar en algún mercado de este mundo.

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu

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Los daños sociales de la desinformación

Eneko (España)

Por: Fernando Buen Abad Domínguez

No se tipifican ni penalizan, con los rigores éticos o jurídicos más obvios, los daños que produce la desinformación y que son siempre muy severos contra el tejido social todo, ocurran donde ocurran. No hay atenuantes. A estas alturas de la historia la agenda temática indispensable para cualquier sociedad no es un misterio ni un enigma indescifrable. No hay territorio en el planeta que no tenga urgencia de saber qué pasa (verdaderamente) con la economía, no como la trama de negociados procaces culpables de la miseria sino como la realidad cruda y dura del paradero de las riquezas producidas por los trabajadores. Y sobre eso reina la inanición informativa.

No hay territorio que no requiera saber, con nitidez escrupulosa, qué hacen los “políticos”, no por el entramado tóxico del tráfico de influencias, favores u odios entre ellos, sino por la calidad y la cantidad de los problemas sociales que deben atender bajo mandato democrático.

No hay palmo de planeta que pueda confiar en su estructura social sin conocer la dinámica completa del avance de sus derechos y sus responsabilidades frente a la complejidad misma de su dialéctica histórica, en las ciencias, en las artes, en la conflictividad y principalmente en la evolución de sus luchas, todas y cada una, en el espectro complejo de las conductas en comunidad. Y eso es de lo que más se silencia y tergiversa. Desfigurar los hechos es también desinformar.

Hace mucho tiempo, en los métodos y los instrumentales científicos de la producción informativa, dejó de tener valor la excusa de la ignorancia. Lo que se publica -o lo que se silencia- tiene la marca de los grupos de “inteligencia”, públicos o privados, que operan dentro y fuera de los medios de información. Ahí se cuecen los datos, su extensión, su profundidad su calidad y su cantidad. Ahí se definen los temas y se define el “canon” informativo obligatorio que una sociedad requiere para su desempeño cotidiano. Pero, bajo el capitalismo, que ha convertido la información también en mercancía, secuestrada para tribulaciones políticas o mercenarias, el “canon” (el conjunto mínimo obligatorio de información) no obedece a la producción social de conocimiento colectivo sino a la lógica de la ignorancia de mercado.

Tal “canon” y su dialéctica histórica, son hoy una referencia ineludible para medir la calidad y cantidad de la producción, la distribución y la interlocución con la información ofertada. Hay perfiles etarios, de género, de oficio, de orientaciones políticas, estéticas o científicas. Hay datos poblaciones suficientes, relevamientos geográficos, climatológicos económicos, políticos y culturales abundantes, como para proveer a las sociedades enteras con informaciones pertinentes, oportunas, amplias y críticas. Sin excusas, sin pretextos y sin omisiones. Y, sobre todo, proveer al “canon” con verdad científica, diversa, rica, consensuada y enriquecida permanentemente. Hay métodos avanzados para garantizarlo a pesar de que la niebla de mediocridad y servilismo que cubre a la mayoría de los “medios” no permita que se conozca la fuerza de la ciencia al servicio de la información social cotidiana.

Desinformar no solo es suspender la “transmisión” de “datos”, es también sepultar un canon social informativo obligatorio. Es reducir el acto de informar al capricho convenenciero de los fabricantes de “noticias”. Es redactar corpus cercenados, al antojo de una ofensiva contra la consciencia de los interlocutores, para entregarles una visión (o noción) de la realidad deformada, desfigurada, desinformada. Es un fraude de punta a punta. No es una “omisión” más o menos interesada o tendenciosa…no es una “falla” del método; no es un accidente de la lógica narrativa; no es un incidente en la composición de la realidad; no es una “peccata minuta” del “descuido”; no es una errata del observador; no es miopía técnica ni es, desde luego, “gaje del oficio”. Es lisa y llanamente una canallada contra el conocimiento, un delito de lesa humanidad. Es como privar a los pueblos de su Derecho a la Educación.

A estas alturas de la Historia y, especialmente de la historia de los “medios de comunicación”, es insustentable e insoportable cualquier escusa para informar oportuna, amplia y responsablemente. No hay derecho que justifique la acción deliberada de silenciar lo que ocurre y, en el poco probable caso de que un medio de información no se entere de los que ocurre, ese medio realmente no merece respeto alguno. La excusa de “no saber”, de “no conocer”, de “no tener información” para, por ello, no asumir la responsabilidad profesional y ética que le compete a un medio informativo… es francamente sospechosa y ridícula.

¡Renuncien! Ningún pueblo debería soportar la ineficiencia inducida de un medio, concesionado por tal sociedad, para el ejercicio profesional y obligatorio de transmitir la información que es propiedad social. Hay tecnología y metodología suficientes que invalidan toda palabrería esmerada en excusar las intenciones míseras de los que desinforman. Incluso si lo hacen mintiendo con emboscadas finamente elaboradas en laboratorios de guerra psicológica.

“Artículo: 19 Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.” Declaración Universal de los Derechos Humanos.

A la vista de todas las canalladas inventadas por el capitalismo para violar el legítimo derecho de los pueblos a la mejor información evaluada ética y científicamente por las sociedades, bien vendría instruir una revolución jurídico-política hacia una nueva Justicia Social irreversible que tuviera como ejes prioritarios los que competen a la Cultura y a la Comunicación como inalienables. O dicho de otro modo, que nunca más la Cultura, la Comunicación ni la Información puedan ser reducidas, retaceadas ni regateadas por el interés de la clase dominante contra las necesidades de las clases oprimidas, impunemente.

Tomado de: http://www.cubadebate.cu

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