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Supuestos, derroteros y retos de una política pública de comunicación en el contexto de la Actualización del Modelo Económico y Social Cubano. Por José Ramón Vidal

Revolución, socialismo y periodismo: la prensa y los periodistas cubanos ante el siglo XXI. Julio García Luis. Editorial Pablo de la Torriente.

Revolución, socialismo y periodismo: la prensa y los periodistas cubanos ante el siglo XXI. Julio García Luis. Editorial Pablo de la Torriente.

Agradezco a la Facultad de Comunicación y su departamento de periodismo por la invitación y sobre todo por generar este espacio que considero de gran importancia en este preciso momento.

Los organizadores propusieron el título de la conferencia  y a partir de lo que  he interpretado  de ese título he estructurado  mi intervención. Solo puedo en una hora apuntar ideas generales pero espero esto ayude e incentive a profundizar sobre estos temas.

Supuestos:

He seleccionado dos supuestos o puntos de partida para el análisis sobre una política pública de comunicación. Estos son: por una parte las demandas del contexto cubano y por otra las  transformaciones a escala global de los sistemas comunicativos

Las demandas del contexto cubano. Sin ánimo de abarcar todas las demandas que puedan identificarse podemos resaltar las siguientes:

Insatisfacciones con el sistema de información pública, expresadas desde la ciudadanía y las instituciones, incluyendo el Gobierno y el Partido, que se han reiterado durante muchos años. Desde la ciudadanía se puede constatar esas insatisfacciones tanto en las opiniones que se expresan acerca de los medios de comunicación, como por la proliferación y credibilidad de rumores. Desde las instituciones se han realizado críticas y demandas a los medios y a los profesionales de la comunicación en múltiples espacios y momentos. El sexto congreso y la Primera conferencia nacional del Partido han reiterado esos señalamientos críticos.

Se han producido cambios ante estos reclamos. Algunos ejemplos pueden ser recordados como la incorporación de temas nacionales en la Mesa Redonda, la creación de algunos otros espacios de crítica como la sección Cuba dice en el NTV, la presencia de más voces de obreros, campesinos, estudiantes, en fin “gente común” en trabajos periodísticos,  la atención a temas nuevos con mayor transparencia, la presencia de opiniones de los lectores de manera creciente sobre todo en las versiones digitales de diversos medios, las informaciones regulares sobre los acuerdos que se adoptan en los órganos de decisión política y administrativa del país, entre otros. Sin embargo son insuficientes porque la complejidad del escenario comunicativo exige muchas más trasformaciones en el sistema de comunicación social en su conjunto.

Parte de esa complejidad provienen de las transformaciones que se introducen en el modelo económico. Uno de los factores que introduce nuevas demandas y complejiza el escenario comunicacional es la diversidad creciente de la sociedad cubana desde lo socio económico, motivado por la aparición de un sector no estatal de la economía (trabajo autónomo, micro empresas privadas  y ampliación del cooperativismo) lo que hace emerger nuevos actores sociales. Otros factores de complejidad se derivan  de los cambios institucionales tanto en los órganos de gobierno como en el sector empresarial que incluyen un fortalecimiento de las regulaciones jurídicas y del derecho. Se han recobrado o generado nuevos derechos que a la vez implican deberes ciudadanos, que no se interiorizan (ni derechos ni deberes) automáticamente solo con decretarlos, sino que suponen un proceso de socialización donde la comunicación desempeña un importante papel.

Nuevas demandas al sistema comunicativo se derivan de la existencia de niveles de desigualdad económica mayores y crecientes que es un proceso originado en la profunda crisis que denominamos “periodo especial”. La imposibilidad de nuestra economía de remontar definitivamente sus secuelas materiales y por supuesto algo mucho más complicado sus efectos subjetivos que están motivados por el proceso de empobrecimiento generalizado que hemos vivido y el consecuente deterioro de la credibilidad de las instituciones.

Otro factor que complejiza nuestro escenario comunicacional es la emergencia pública de expresiones culturales y espirituales generadas desde identidades diversas, de género, orientación sexual, color de la piel, generacionales entre otras manifestaciones que deben ser acompañadas por el sistema de comunicación pública de manera creciente y efectiva.

Los desafíos que entraña para lo comunicativo el restablecimiento de relaciones diplomáticas con EE.UU. y la flexibilización del bloqueo a partir de las medidas decretadas por el Presidente Obama que modificarán la vieja metáfora de la “plaza sitiada” y toda la excepcionalidad que se fundamenta en ella. Estamos asistiendo, desde hace tiempo y ahora se intensifica el tránsito de “plaza sitiada” a “plaza abierta”, no porque nadie lo decrete, lo permita o lo promueva sino como resultado de procesos de diversa índole donde lo comunicacional tiene un papel central. En situación de “plaza abierta” no se puede estar a la defensiva, hay que estar permanentemente a la ofensiva, asumiendo los retos con inteligencia, con audacia, con el máximo aprovechamiento del potencial científico y de los valores éticos, patrióticos y humanistas con que cuenta la nación y con una adecuada apropiación social de las tecnologías de la información y la comunicación.

El reflejo en el sistema comunicativo de los cambios indispensables en la forma de gobernar y hacer política que se derivan del relevo de la generación histórica que hizo la Revolución, que cuenta con un aval histórico y simbólico, hacia una nueva generación de dirigentes que tiene que basarse más en la autoridad de las instituciones y las leyes y la capacidad para generar

Estas son algunas de las complejidades de nuestro contexto presente y otras que podemos avizorar en el futuro inmediato que han modificado, están modificando y modificarán aún más, los escenarios comunicacionales y que por lo tanto requieren ser tenidos en cuenta en la formulación de una política pública de comunicación. Esta política entonces debiera ser profundamente renovadora, audaz, y abarcadora para que pueda estar a la altura de las demandas tan cambiantes en el escenario nacional.

Las transformaciones a escala global de los sistemas comunicativos. Irrupción de las redes y soportes digitales diversos que democratizan la producción y el acceso a la información y a la producción cultural, los que está favoreciendo un modelo comunicativo de intercambio de sentidos que modifica el papel de las instituciones comunicativas tradicionales y el rol de las personas que antaño eran solo audiencias y que transitan ahora hacia el rol de  productores / emisores de sentidos. Como bien ha apuntado Jesús Martín Barbero “Si la revolución tecnológica ha dejado de ser una cuestión de medios, para pasar a ser decididamente una cuestión de fines, es porque estamos ante la configuración de un ecosistema comunicativo conformado no solo por nuevas máquinas o medios, sino por nuevos lenguajes, sensibilidades, saberes y escrituras, por la hegemonía de la experiencia audiovisual sobre la tipográfica, y por la reintegración de la imagen al campo de la producción del conocimiento. Todo lo cual está incidiendo tanto sobre lo que entendemos por comunicar como sobre las figuras del convivir y el sentido de lazo social”.

Recientemente se ha presentado una política de informatización de la sociedad que logra situar este proceso en un marco que rebasa, aunque por supuesto incluye, la óptica de la seguridad nacional y se abre a las perspectivas de entender las redes digitales y su uso como infraestructuras básicas para el desarrollo, como un asunto vinculado al derecho a la comunicación y al funcionamiento democrático y transparente de las instituciones públicas y como un proceso generador de bienestar y mejoramiento de la calidad de vida de nuestro pueblo.

A mi modo de ver es trascendental que el compañero Díaz Canel en la clausura del primer Taller Nacional de Informatización y Ciberseguridad  haya expresado que: “en la medida en que podamos tener más claro, mediante la construcción colectiva, el proyecto de país que queremos, estará mucho más clara la forma en que una herramienta como Internet puede ponerse a su servicio” porque esta declaración vincula orgánicamente el proceso de apropiación social de las redes y las tecnologías digitales con el proceso más abarcador de perfeccionamiento de nuestro proyecto socialista.

La política pública de comunicación debiera tener una coherencia con esta política de informatización anunciada  y compartir muchos de sus presupuestos y principios.

Pilares del cambio

Un repensar el socialismo. Aprender de la experiencia histórica. No perder un minuto de vista que el socialismo no es solo un modelo económico donde los medios fundamentales de producción son de propiedad social y donde se hace una redistribución de la riqueza sino que también, y ante todo,  el socialismo es un proyecto de emancipación humana. Veo dos apuestas esenciales en este empeño: Fortalecer el Estado de Derecho y construir ciudadanía. No seguir cargando con el error de calificar los derechos conquistados por la humanidad como “burgueses”. El socialismo tiene la posibilidad y la obligación de ir generalizando el disfrute de  los derechos humanos (todos) algo que no puede hacer el capitalismo que por su naturaleza siempre excluye a amplios sectores del ejercicio de esos derechos. Cuando hablamos de Estado de Derecho nos referimos a uno que rige su actuación de acuerdo a las leyes y donde los gobernantes actúan por mandato imperativo, es decir cumpliendo el mandato que la ciudadanía les ha otorgado.

En nuestro caso el marco institucional y las leyes por las que ha de regirse el Estado han de estar actualizadas de acuerdo a las circunstancias y demandas del hoy y a la vez deben garantizar las conquistas históricas que la Revolución generó en nuestra nación en materia de soberanía e independencia nacional, derechos para todos y todas, justicia social y dignidad. Es decir deben constituirse en instrumentos esenciales de la continuidad de un proyecto histórico por el que han luchado y se han sacrificado varias generaciones de cubanos y cubanas y que representan el punto de partida de cualquier proyecto de futuro. Por otra parte la ciudadanía de la que hablamos no remite, como lo hace la ideología liberal, a una condición jurídica formal, sino a una condición de activa participación en la determinación de los asuntos públicos, de reales posibilidades para el ejercicio de sus derechos y el cumplimiento de sus deberes. Entonces podríamos decir que un ciudadano en nuestro socialismo ha de ser alguien que conoce, ejerce y defiende sus derechos (individuales y colectivos) y cumple sus deberes. Es por lo tanto una persona que actúa activa y conscientemente en la política. Esos derechos y deberes están sustentados en valores éticos de profundo humanismo. El contar con un Estado de derecho sólido y con una ciudadanía activa y consciente es el camino que conduce a la continuidad de la Revolución y al reencantamiento con un proyecto de país consensuado “con todos y para el bien de todos” como imaginó a Martí.

El contar con un Estado de derecho sólido y con una ciudadanía activa y consciente es el camino que conduce a la continuidad de la Revolución y al reencantamiento con un proyecto de país consensuado “con todos y para el bien de todos” como imaginó a Martí.

Cuál modelo comunicativo para ese socialismo: Por supuesto no puede ser un modelo comunicativo, centrado en el control y la información vertical, omiso en temas de alto interés social, escaso en espacios públicos de análisis y debate. Tiene que ser un modelo comunicativo que favorezca el diálogo fluido a escala social, institucional y comunitaria. Un modelo comunicativo que incentive y ayude a formar ciudadanos, que contribuya a acercarnos paulatinamente a la sociedad de hombres y mujeres emancipados que proclamamos como propósito del socialismo. Ese modelo comunicativo se concreta política y jurídicamente en el concepto del derecho a la comunicación, esto es, al derecho a informar y ser informado, a hablar y ser escuchado, imprescindible para poder participar en las decisiones que conciernen a la colectividad. Permítanme volver a citar a Barbero: Ni la productividad social de la política es separable de las batallas que se libran en el terreno simbólico, ni el carácter participativo de la democracia es hoy real por fuera de la escena pública que construye el ecosistema comunicativo. Más que objetos de políticas, la comunicación y la cultura constituyen hoy un campo primordial de batalla política: el estratégico escenario que le exige a la política densificar su dimensión simbólica, su capacidad de convocar y construir ciudadanos, para enfrentar la erosión que sufre el orden colectivo. Que es lo que no puede hacer el mercado por más eficaz que sea su simulacro.

Las citas de Barbero que he hecho no solo han sido escogidas por su claridad y hondura sino para ayudarnos a comprender que los desafíos que tenemos en el orden comunicativo, ético y político no son exclusivos de nuestra sociedad sino que compartimos muchos de ellos con toda la región latinoamericana y en ciertos aspectos con todo el mundo.

Qué relación hay entre comunicación y desarrollo. Esto implica comprender que cuando hablamos de sistema comunicativo no solo estamos situados en la esfera de lo político y lo ideológico sino también que estamos refiriéndonos a un elemento esencial para el desarrollo que debe ser comprendido como sustentable en sus dimensiones económicas, ecológicas, sociales y éticas.  En la actualidad un nuevo modo de producir, inevitablemente asociado a un nuevo modo de comunicar, convierte al conocimiento en una fuerza productiva directa. Como ha expresado Manuel Castells «lo que ha cambiado no es el tipo de actividades en las que participa la humanidad sino su capacidad tecnológica de utilizar como fuerza productiva lo que distingue a nuestra especie como rareza biológica, su capacidad para procesar símbolos» Esto incluye desde luego no solo repensar el papel y las funciones de los medios tradicionales (prensa, radio, TV, cine) sino integrar todo el sistema con y desde las redes digitales y extender su uso en todas las esferas de la actividad desde la información cotidiana y continua para el ejercicio de todas las profesiones hasta el entramado de relaciones de las instituciones estatales con y desde la ciudadanía y de esta con los servicios de todo tipo.

Derroteros

Transparencia de las instituciones públicas. Avanzar hacia la realización del principio de que la información pública es un bien público. Que la clasificación de informaciones no se determine a discreción coyuntural de los que tienen alguna responsabilidad, sino que esté bien regulada legalmente y que esa legislación sea bien conocida públicamente.

Una política pública de comunicación: Que consagren el principio anterior y que dote a los medios de comunicación de mayores posibilidades para conformar su agenda no solo a partir de indicaciones de las instituciones de Partido y Gobierno sino con una lectura, responsable y comprometida ante la ciudadanía, de la agenda pública, y que también faciliten y respalden la labor de los periodistas.

Legislaciones en comunicación. Que den fuerza legal a la política pública sobre comunicación social y establezcan las atribuciones, responsabilidades y límites de los diferentes actores que intervienen en el proceso de comunicación pública.

Actualización del modelo de gestión económica y editorial de los medios y de sus rutinas productivas. Repensar nuestro concepto de noticiabilidad y los valores noticias con que estamos operando.

Mejorar la práctica comunicativa: Si se quiere que la comunicación sea un factor activo en los cambios y satisfaga mejor las demandas sociales es preciso asumir no solo otro modelo en lo conceptual sino también otra práctica comunicativa. Hay que informar, sí y mucho más de lo que se hace ahora, pero con clara conciencia de que esto no es más que el punto de partida de un proceso comunicativo. Para ello es necesario el incremento de los espacios de análisis e intercambios de puntos de vista diferentes sobre asuntos de interés social que ayuden a fomentar la capacidad de discernimiento en nuestro pueblo y activen la participación política y social.

Incremento de la profesionalidad en el sector periodístico para que esté a la altura de las demandas sociales actuales y de las transformaciones en los sistemas comunicativos, hacerlo desde el compromiso ético y revolucionario que caracteriza a nuestros profesionales de los medios.

Extensión del acceso a las tecnologías digitales interactivas por parte de las cubanas y cubanos. Fomento de una cultura informacional para hacer un uso crítico y efectivo para nuestro país de esas tecnologías.

Retos

El primer reto es el mismo que ha señalado nuestro Presidente Raúl Castro como obstáculo fundamental a los cambios emprendidos en el modelo económico: “la barrera psicológica formada por la inercia, el inmovilismo, la simulación o doble moral, la indiferencia e insensibilidad y que estamos obligados  a rebasar con constancia y firmeza”[iv].

Como ha dicho recientemente al evaluar el nuevo escenario de restablecimiento de relaciones diplomáticas con los Estados Unidos, el eminente politólogo cubano, premio nacional de ciencias sociales 2014 Juan Valdés Paz: … el proyecto revolucionario y socialista sustentado hasta hoy por las grandes mayorías, enfrentará grandes desafíos. Uno de ellos será la incidencia de las nuevas relaciones entre Cuba y Estados Unidos sobre el debate interno en general, y en particular, sobre las propuestas y debates ya convocados, de: un nuevo modelo económico; un nuevo modelo de transición socialista en el país, su “conceptualización teórica del socialismo posible en las condiciones de Cuba”; y la prevista reforma constitucional. El injerencismo tradicional de Estados Unidos, ahora en condiciones de “normalidad”, será puesto a prueba. Esta sí será una “batalla de ideas” a la que concurrirán una diversidad de actores, de intereses y corrientes de pensamiento. 

Como dije al principio tenemos ya un consenso acerca de que el modelo y el sistema comunicativo actual deben ser cambiados, pero tenemos ahora el reto de lograr un consenso acerca de la naturaleza y alcance de ese cambio, que debe incluir el modelo de comunicación que necesitamos, las políticas y legislaciones que requerimos, los medios de comunicación (tradicionales o interactivos) que debemos ir conformando o transformando y el tipo de labor periodística que mejor responde en las actuales circunstancias a las finalidades del proyecto socialista que se proclama “próspero y sostenible”.

En síntesis, podemos afirmar que:

Sin una información oportuna, diáfana y profunda no es posible lograr una participación calificada de las personas en los asuntos políticos y sociales; sin una transparencia pública de la labor de funcionarios y órganos de gobierno, no es posible el más mínimo control ciudadano sobre su gestión, lo que resulta indispensable en la lucha contra la corrupción y por el desarrollo de una verdadera cultura de participación

Otro reto tenemos delante es continuar realizando investigaciones que nos permitan conocer y comprender mejor la complejidad de las relaciones comunicativas en una Cuba diversa y cambiante. Igualmente nos retan  los aportes contemporáneos de las teorías y la investigación de la comunicación y las prácticas comunicativas que parten de un horizonte ético emancipador generadas en otras partes del mundo. Su estudio y contextualización es una necesidad en nuestro propio proceso de reflexión sobre el modelo y el sistema de comunicación pública hacia el que debemos avanzar.

Están entonces retados no solo los decisores, sino los académicos y los profesionales de la comunicación para ser activos y creadores transformadores de los que hacemos y como lo hacemos. Dejar atrás el modelo centrado en la propaganda (que debe tener su lugar también aunque actualizándose) para avanzar en un modelo basado en el derecho a la comunicación que propicie una sociedad más informada, más participativa y activa en los asuntos políticos y de interés social. El ejercicio del derecho a la comunicación es una escuela de ciudadanía lo que equivale a decir un proceso de  habilitación para el ejercicio de otros derechos y para incentivar el cumplimiento de los deberes sociales. Muchas gracias.

Tomado de: https://lapupilainsomne.wordpress.com

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Habrá que parar el efecto dominó (II). Por: Aurelio Alonso*

BRICS“En los miembros europeos la situación ha desembocado en escenarios más dramáticos que el norteamericano, dada la desigual situación de las economías dentro de la Unión Europa…”

II

Paralelamente a lo que sucede en el Oriente Medio, no podemos pasar por alto otras vertientes del contexto en que nos coloca el sistema-mundo, las cuales intervienen, de manera significativa, en la determinación del conjunto. Pienso, ante todo, en aquellas que podemos vincular, en términos de estructura, al entorno que condiciona lo que se nos  presenta como episódico.

El reposicionamiento de China como potencia, con afinidad de intereses con Rusia y en cuerda geoeconómica competitiva frente a los Estados Unidos, pugna por dar forma a un nuevo escenario de confrontación mundial. Tal vez más perspectivo que inmediato, pero totalmente visible. Podría decirse que, otra vez, a un escenario frío, si lo tratamos de calificar según el termómetro inventado después de rota la alianza anti-fascista de la Segunda Guerra Mundial (alianza irrepetible –vale aclarar entre paréntesis– dada la concentración en Washington del poder geoeconómico y geopolítico del Norte capitalista a escala mundial). Se presenta menos probable así el escenario de una asociación en firme del gigante asiático con los Estados Unidos, que algunos analistas norteamericanos  pronosticaban viable, llegando a acuñar el neologismo de “Chinamérica”.

Las medidas adoptadas desde los Estados Unidos para remontar la crisis financiera que se desencadenó en 2008 solo podían aportar efectos coyunturales. Además sería difícil repetir los enormes desembolsos requeridos para reanimar el sistema que genera su despilfarro. En los miembros europeos la situación ha desembocado en escenarios más dramáticos que el norteamericano, dada la desigual situación de las economías dentro de la Unión Europa ha comenzado a derrumbarse, víctima indefensa de un patrón de desigualdad.

Hago esta escala porque no podría explicarse nada de lo que quiero decir sin tomar en cuenta el pulso del centro económico y político del aparato imperial. Sus signos de crisis también explican la costosa opción por la producción petrolera mediante el fracking a partir de los esquistos bituminosos, lo cual se compensa en más de un sentido con la caída de los precios impuesta con la disminución de la demanda norteamericana de crudo en el mercado.

Se hace evidente que China, a pesar de su crecimiento explosivo –o precisamente debido a él– quedaría excluida de la nueva alianza transpacífica (TTP) desde la cual Norteamérica aspira a señorear el 40 % del comercio mundial, al empoderar los lazos entre las dos riberas oceánicas. El efecto de confrontación frente a este proyecto de fortalecimiento plutocrático solo podría darse con el reforzamiento efectivo del papel de China en el centro de un potencial eje competidor. Un eje inédito. Aclaro, sin embargo, sin intención alguna de hacer vaticinios, que esta es una eventualidad difícil de prever desde ahora, en el corto plazo.

La repetición, con la Rusia de hoy, del contencioso, incluso con rasgos diferentes  del que se desarrolló entre Occidente y la Unión Soviética hasta al derrumbe del Este, demuestra, de todos modos, que el bipolarismo de la Guerra Fría se asentaba en un debate de naturaleza geoeconómica y política –la puja por el poder: definir quién manda– más que en una perspectiva doctrinal. Que fuera socialismo, comunismo, o lo que fuera, lo que había del otro lado del muro era secundario. Una alianza ruso-china que asiente resortes orgánicos es perfectamente previsible hoy dadas las coincidencias y complementariedad de intereses. Es más, sería un desatino no procurarla, visto que las claves del diferendo con Occidente tienen poco de doctrinales.

Ya ha sido anunciado por el FMI que, a partir de octubre de 2016, el yuan chino será reconocido como divisa de curso libre por el sistema financiero mundial, junto al dólar estadunidense, el euro, la libra de esterlina, y el yen japonés. Esta potenciación de la capacidad financiera de la economía china no puede ser gratuita (las instituciones financieras no han cambiado tanto), y es presumible que venga cargada de condiciones para articular la fuerza financiera del dragón a las reglas internacionales del imperio. El hecho de anunciarlo con un casi un año de antelación también supone una advertencia. Claro que China tiene hoy la fuerza para resistirlo, y la experiencia para beneficiarse sin ceder desde adentro del sistema, y sería la otra cara del nuevo paso del yuan. Otras monedas importantes (el dólar canadiense y el rublo) no son divisas de curso libre. Creo que para el FMI ya era algo que no podía demorar, y para China resulta una opción irrenunciable, a pesar de revelar, por otra parte, el carácter pendular al que la empuja su situación objetiva.

La asociación entre Beijing y Moscú, que pudo haber sido un pilar del socialismo en el siglo pasado, pero se estropeó entre intransigencias en el teatro de la anterior Guerra Fría –la primera, insisto– parece llamada a convertirse en un elemento sustantivo de resistencia frente a la presión imperialista en el marco de este segundo enfriamiento.

Juntos, Beijing y Moscú podrían representar un liderazgo positivo dentro del conjunto de los BRICS, un núcleo duro, que contribuiría a potenciar al quinteto como subsistema dentro del sistema-mundo para no quedar sometidos a la dominación piramidal. Esa que ha convertido a los organismos financieros internacionales en instrumentos de explotación, y tiene al complejo militar-industrial monitoreando su dominación político-militar. En el seno del frente de segunda línea que forma el BRICS, la India, Brasil y África del Sur están más expuestas a las presiones de los centros de poder que China y Rusia.  Las tres cuentan, sin embargo, con historia e intereses que favorecen la consolidación del bloque, siempre que se produzcan las conexiones adecuadas, y no se pierda de vista la diferencia entre sus vulnerabilidades respectivas.

Considero que hoy se muestra inminente la necesidad de avanzar en esta perspectiva, pero todavía están por concretarse los vasos comunicantes que posibiliten una corporeidad más allá de la mera constatación de semejanzas y limitaciones compartidas y de algunos  acuerdos puntuales de interés bilateral o multilateral que apuntan en esa dirección. Estimo indispensable la consolidación este proceso para bloquear el efecto dominó, que se vislumbra a través de la formación de pactos diferenciados de los grandes centros occidentales con las subpotencias. Una asociación fuerte entre los BRICS contribuiría a dar forma a una contraparte tricontinental del mundo dependiente frente a un Norte occidental dominante en continua reconstitución.

Como contraparte el BRICS podría obrar en beneficio de las capacidades de resistencia y la ampliación de todas las redes de relaciones de una economía soberana y más integrada en la América Latina (representada principalmente por Brasil), en África (donde China es ya la principal contraparte comercial, se puede contar con África del Sur y la gruesa franja independizada con la derrota del apartheid), y en Asia por China y la India.

Recuerdo una cena, hace no pocos años ya, con un embajador chino en la cual un colega le preguntaba cuál era, a su juicio, el secreto que había permitido a China obtener tanto éxito en su política exterior. “Low profile, para responderle en dos palabras”, dijo el embajador. Quizá nos encontremos en el umbral de una época en la cual ese “perfil bajo” que permitió a la gran nación asiática el descomunal salto que la convierte en la segunda potencia económica del Mundo, vaya quedando atrás. Quizá por movimientos poco perceptibles, y mediante alianzas imposibles en otros tiempos, nos sorprenderemos en algún momento de que los secretos han cambiado.

Según un estudio reciente del Mc Kinsey Global Institute, “la acumulación de deudas, privadas y públicas”, a escala mundial, asciende ya a más de doscientos billones de dólares, que significa el 286% del PIB de la suma de los países del Mundo. En tales condiciones el FMI ha comenzado a recomendar que nos preparemos para una caída de las condiciones de financiación, y el incremento de las quiebras empresariales en los próximos años. El llamado a apretar el cinturón es universal, sin diferenciar donde se tolera abrir más agujeros y donde no. Pero la historia vivida nos dice a quienes, en un orden mundial que no ha cambiado, toca abrir agujeros.

Los actores que deciden en el poder monetario, cuando hablamos de personas, o cuando hablamos de países –los ricos, los muy ricos, y los inmensamente ricos– identifican el éxito con la ganancia. Prefieren el beneficio inmediato de la liquidez de la burbuja financiera que activar la inversión productiva. Por tal motivo a falta de mercados seguros no hay inversión.

Me interesa hacer un paréntesis para recordar aquí la idea –valorada a finales de los años setenta del siglo pasado– de promover la consolidación de un West Pacific Basin, con Japón a la cabeza, ante el boom de los “dragones jóvenes” (Hong Kong, Singapur, Macao, Taiwan y Corea del Sur). Me detengo en ella porque fue algo que se levantó como alternativa en el escenario global. Esa idea avanzó dentro de una dinámica identificada en un contexto trilateral, que quedó atrás, en la Europa de Brandt y Palme, arrasada por la ofensiva neoliberal. Definitivamente atrás, con el derrumbe del sistema soviético y el reordenamiento piramidal del poder mundial. El “trilateralismo” (le bautizaron así) se desvaneció antes de nacer. La idea de una “dependencia policéntrica”, que se manejaba asociada a él, quedó sujeta al azar, y nada escapó del neoliberalismo reinante. La concertación de países que representan hoy el TTP y otras variantes de alianza del Pacífico, no constituyen un sucedáneo de aquel proyecto sino exactamente lo contrario.

Sería demasiado presumido de nuestra parte pretender que la estrategia de concentrar el poder imperial en el Pacífico se centra en los balances de poder en la América Latina. Pienso que en las valoraciones y juegos aplicados en los análisis gubernamentales norteamericanos, la percepción del claro declive europeo tiene mucho más peso del que se reconoce públicamente. Y el temor de un cierre del dominó en el Oriente Medio, que la resistencia siria (desde hace más de cuatro años), y las bombas rusas (hace menos de cuatro meses), comienzan a ver como posible. Se me antoja que Washington se prepara a levantarse de una mesa de póker con lo que tiene ganado, para sentarse en la otra y empezar a apostar fuerte.

La densidad de las operaciones de la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, en la región del Pacífico hacen evidente el aumento del peso específico de la región en el mercado mundial. Aunque en esto cuenta mucho la presencia China, que el FMI muestra tomar en consideración en la perspectiva de preferenciar su moneda aun sin que tenga asiento en la mesa.

A nadie se le ocurriría prever siquiera un descuido de la Alianza Atlántica, insustituible para el mantenimiento de los intereses imperiales en África y Medio Oriente, para los lazos con sus aliados Europeos y el diseño de ese continente, llamado viejo en los manuales de geografía general. Y para la “contención” de los gigantes del Este.

Pero Europa ha comenzado a desmoronarse por su propio Sur y, con perdón de todos los que saben más que yo, Grecia marca el comienzo de una crisis que no tiene remedio. La codicia de los ricos europeos tendría que moderarse mucho para que los griegos puedan aplicar un modelo que les permita redimensionar su economía, y no dejar que su sistema  social se tercermundice de la peor manera.

Aquellas condiciones para la salida del subdesarrollo que el Che enunció con acierto en Argel en 1965, al sostener que era un deber de los países socialistas desarrollados costear el desarrollo de los que trataran de abrirse paso contra la dependencia neocolonial –porque de otro modo no habría salida para los débiles– implican tácitamente una solidaridad que para los capitalistas desarrollados es impensable.

Y detrás de Grecia los otros que no voy a citar porque creo que no lo necesito aquí. Algunos autores a quienes respeto mucho han comenzado a descifrar el liderazgo que ha asumido Alemania a través de perfiles que se originaron en tiempo de Bismark, volvieron a aparecer en el desencadenamiento de la Gran Guerra (1917), y se exorbitaron en el estallido de la Segunda (1939). No es para recelar, por supuesto, una repetición de aquellas ambiciones, imposible ahora, pero la locomotora alemana puede convertirse de nuevo en tanque de guerra, esta vez con una función subalterna, como centro de connotación más bien regional del concierto imperialista, para mantener un balance de la Alianza Atlántica en los nuevos tiempos.

Tomado de: http://laventana.casa.cult.cu

Aurelio Alonso*Sociólogo y escritor cubano. Licenciado en Sociología en la Universidad de La Habana. Miembro del Consejo de Dirección de la revista Pensamiento Crítico. Autor del libro “Iglesia y política en Cuba revolucionaria”. Es Investigador Titular del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) y Profesor Titular Adjunto de la Universidad de la Habana. Subdirector de la Revista Casa de las Américas. Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas 2013.

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Una balada por Brokeback Mountain, diez años después. Por: Norge Espinosa Mendoza

BMHe vuelto a verla en la misma copia que me permitió conocer el filme, cuando estaba recién estrenado y ya levantaba una oleada de elogios, comentarios diversos y polémicas. No es la copia que la película merece, y tampoco es justo ver una obra como esta en la pantalla de un ordenador, ni en la de un televisor siquiera. Se pierde ahí parte de la grandeza del paisaje en que se enmarca esta fábula, y que su director, Ang Lee, expuso como clave y metáfora esencial de la libertad que rara vez disfrutan sus protagonistas.

Cuando se estrenó Brokeback Mountain, el 9 de diciembre de 2005, el público que acudió a ver esta pieza narrada en aparente tono menor, y que gira acerca del atormentado romance entre dos cowboys, pudo compartir un estado de ánimo que sobrepasaba la simple idea de lo que un filme de temática homosexual suele concedernos. Basado en el relato homónimo de Annie Proulx, se trata de eso y más: de una obra en la cual el desasosiego de sus personajes nos describe la angustia que puede ser el amor, por encima de sexo, tabúes y opresiones, y cómo ese ahogo sabe compartirse si se nos narra con mano maestra, hasta llegar a tocar a un auditorio que pueda o no compartir la médula de lo que se nos cuenta. Quise ver el filme en esta copia, insisto, para intentar volver al día y a la hora en que hace ya una década lo enfrenté por vez primera. Para conseguir, desde esa perspectiva, hacerle otras preguntas no solo a Brokeback Mountain, sino también al espectador que fui en aquel momento, y al que ahora regresa a esas escenas tan desgarradoras.

El punto de partida era ese relato de Annie Proulx publicado en 1997, y que desde aquel entonces ya prometía un buen filme. Hacer girar la moneda en la dirección que el cuento propone, empleando a ese símbolo por excelencia de la virilidad norteamericana que es el vaquero para desmontarlo en otra clase de código sentimental, fue, sin embargo, un freno para que el proyecto alcanzara a la pantalla. Los guionistas Larry McMurtry y Diana Ossana expandieron las escasas páginas del original hasta cubrir dos horas en pantalla, sin traicionar el espíritu del punto de partida, y eludiendo parrafadas explicatorias, insistiendo, por el contrario, en el valor del silencio y la palabra justa. En ese sentido, una buena parte de la batalla estaba conseguida.

Pero sin un director capaz de saltar esas barreras, y sin actores que pudieran asumir la sicología de los protagónicos, era mucho lo que estaba por hacer. Varios fueron los nombres propuestos, y una y otra vez el guion volvía a las gavetas. Almodóvar estuvo entre los directores sugeridos, Matt Damon fue uno de los actores en los que se pensó. Finalmente, el taiwanés Ang Lee consiguió lo que parecía imposible. Su carrera había tenido un tropiezo: el escaso éxito de su película sobre Hulk, y el trabajar con una productora independiente, con un filme de presupuesto humilde, y un equipo bien distinto al que reclamara aquella superproducción, vino a demostrar que su talento podía rebasar ese fracaso.

No era la primera vez que Ang Lee abordaba una relación homosexual como eje de sus filmes. En 1993 había dirigido Banquete de bodas, que lo lanzó a la escena internacional y que consiguió, con su tono de comedia relajada e inteligente, discutir la tensión entre tradición y modernidad que alienta muchos de sus títulos. El filme, que se exhibió en la edición del Festival del Nuevo Cine habanero en 1995, obtuvo aquí también el respaldo del público y la crítica.

Director versátil, Lee ganaría otros premios y halagos con obras diversas, consiguiendo un triunfo sonado con su reinvención del cine wuxia, y ganando por ello el Oscar al mejor filme extranjero, cuando estrenó Tigre o dragón. Luego de Brokeback Mountain ha sido responsable de otras piezas, como la espléndida Vida de Pi, donde pone a prueba sus recursos narrativos y maneja el cine en 3D no como simple efecto para entontecer a la audiencia, sino para validarlo como un elemento dramáticamente expresivo en función de su historia. El poco éxito de Hulk por poco lo aleja de las cámaras, pero al encontrarse con este argumento tan distinto del aparatoso filme de superhéroes que había concluido, creyó hallar algo que podía narrar con mano certera. Y vaya si lo consiguió.

Escogidos los actores entre un grupo de figuras emergentes, sin apelar a estrellas ya reconocidas, y trasladándose con su equipo a Alberta, en Canadá, y no a Wyoming, que es el entorno del relato, filmó allí esta fábula de la América profunda, lanzando a la fama ya de modo rotundo a Heath Ledger, Jake Gyllenhaal, Anne Hathaway y Michelle Williams, como los vaqueros y sus esposas, todos en la tónica de un filme que va quemando sucesivamente cualquier requiebro melodramático, y que aspira a un espectador que acompañe a estos personajes más allá de cualquier recelo.

Las montañas son ese ámbito en los que un amor que no puede nombrarse florece, y el cielo abierto y la intemperie parecen borrar las fronteras que, en otras zonas de sus vidas, Jack Twist y Ennis del Mar imaginan infranqueables. En esos veinte años se verán una y otra vez, al tiempo que se casan, se distancian, para regresar una y otra vez a ese paisaje que los libera, los deja respirar brevemente otro aire, antes de que retornen a sus existencias de rutina. La muerte ambigua de Jack, el fracaso matrimonial de Ennis y su reclusión solitaria, marcan el fin de esa trama en la que apenas pervive, al final, ese par de camisas célebres que protagonizan los últimos minutos de un filme excepcional. Como alguien dijera: antes de Brokeback Mountain existían buenas películas de temática homosexual, pero esta es la primera obra maestra de este tipo de cine.

Tal afirmación puede discutirse sin apasionamiento. No en balde algunos recordaron, en plena ola de estremecimientos desatada por la obra de Ang Lee, una reacción no menos emotiva cuando se estrenó, en 1986, Parting Glances, un filme independiente dirigido por Bill Sherwood, acerca de la aparición del SIDA, con una interpretación memorable de Steve Buscemi en el rol principal, y que creo no se ha exhibido nunca en Cuba. Procuré una copia de ese filme, y tras mucho batallar, la conseguí. Me conmovió la humildad de la puesta en pantalla, y la sinceridad de su exposición. Bill Sherwood murió bajo los síntomas de la misma epidemia que consume a Nick, su protagonista, sin poder filmar ninguna otra película.

Brokeback Mountain logró que algunos recordaran esta obra, y también otras, en las cuales la tensión del amor, el género, el papel de la vida pública y la privada entran en colisión más allá de la superficie, de la lentejuela porque sí o el chiste fácil, o el drama del gay o la lesbiana que no tiene otra salida que no sea la del suicidio para terminar con su atormentada biografía. A diez años de Brokeback Mountain otros buenos títulos se han estrenado, como Milk o la muy reciente Carol, y ahora mismo la televisión ha abierto canales impensados hace una década para que personajes de toda orientación sexual aparezcan sin falsos pretextos ante el público más diverso -desde aquellos episodios de Queer as Folk y The L Word hasta las actuales entregas de CucumberLooking, o Transparent, por solo nombrar algunas de esas series.

De alguna manera, la película de Ang Lee ayudó a que mucho de eso sucediera. Aceleró lo que ya estaba en el ambiente, propuso una discusión ardiente sobre quiénes y qué pueden ser los portadores de un deseo no heteronormativo, y nos recordó que lo fundamental son las historias que pueden contar o no los seres humanos en ciertas circunstancias. Puede incluso discutirse si Jack y Ennis son o no exactamente homosexuales, o bisexuales, o si el entramado homosocial en el que se reconocen los lleva a esa relación que los arropa al tiempo que los estremece. Lo esencial es el modo en que se necesitan el uno al otro y de qué manera -a partir del relato original- un director cuidadoso nos relata este otro grado de pasión que a la vuelta de diez años sigue siendo una fábula poderosa, con imágenes memorables y una banda sonora de Gustavo Santaolalla que acompaña y contrapuntea con sagacidad esa relación compleja entre silencios y palabras que componen un guion tan sólido.

El que la Academia de las Artes Cinematográficas de Hollywood le haya negado el Oscar a Brokeback Mountain no fue más que la corroboración de la homofobia que, dígase lo que se diga, perdura en un contexto tan conservador como ese. La mueca con la cual Jack Nicholson anunció que el filme ganador en la 78 edición de esos premios era Crash y no el de Ang Lee, laureado allí con los premios al Mejor guion adaptado, Mejor banda sonora y Mejor director, dejó en evidencia muchos otros desencantos. Annie Proulx manifestó su disgusto sin ambages, así como muchas organizaciones LGBT que esperaban un gesto contrario por parte de los que rigen la Meca del cine.

Al final, Brokeback Mountain ganaría más de 80 premios en su carrera internacional, y, siendo una película que no costó más de 14 millones, recaudó más de 170. Prohibida en varias naciones, exhibida a ratos con cortes y censura en ciertas televisoras, ha perdurado más allá de esos bandazos, llegando a convertirse incluso en una ópera (Charles Wourinen, 2014) y en el centro de un libro que recoge historias sobre el efecto que desató en sus espectadores: Beyond Brokeback: The Impact of a Film (2007).

En Cuba se transmitió por la televisión el 16 de mayo de 2008, en el espacio La séptima puerta, acompañando de algún modo las acciones que el Cenesex, en esa fecha, desplegó como primera gran campaña pública en pos de una operación de cambio acerca de las políticas de género en Cuba, en la Jornada por el Día Mundial de Lucha contra la Homofobia. No faltaron tampoco aquí reacciones adversas. Ni faltarán diez años después de aquel estreno, porque también entre nosotros esa es una batalla que no ha terminado, y que contiene más sabores que los de la fresa y el chocolate.

A la vuelta de diez años, Heath Ledger sigue vivo en esa copia imperfecta. Le cuesta trabajo articular sus palabras de amor, lucha contra ellas para poder reconocerse en lo que tanto lo agita y lo desasosiega. Pienso en él, en su temprana muerte, y en los versos que esta obra sin dudas lograda y vibrante, lírica sin los devaneos de lo supuestamente poético, sincera y útil, inspiraron al poeta cubano Alberto Acosta-Pérez, cuando escribió su “Balada de Jack y Ennis”:

Enfrentado a la frágil vastedad que sin ti está vacía/ he puesto a mi cuerpo tu nombre,/ lo he escrito antes de comenzar el día/ para que se abra alegremente a los pájaros,/ a los lugares que amabas/ y a los que ya nunca volveremos,/ al menos juntos.

Repasando los versos del también ya fallecido poeta al que tanto aprecié, trato de escoger un momento del filme que me ayude a definir el porqué de mi admiración. Pueden ser tantos: el primer encuentro de Jack y Ennis, recelosos y distantes; la noche en la montaña donde por primera vez, entre el frío y el alcohol, sus cuerpos se encuentran; los pequeños momentos de libertad ante el cielo abierto; los besos robados; las peleas donde acuden a la violencia para desahogarse de esa pena y esa frustración que un amor tan amenazado les insufla; o las palabras finales de Ennis ante la camisa que es ya un símbolo de toda su existencia. No son los únicos. Brokeback Mountain guarda muchos otros. Me prometo, si hay vida y salud para esas fechas, regresar a ella cuando se cumpla otra década, y confesarlos al lector que me acompañe en este viaje, como quien lee en la pantalla algo más que un relato, y entiende otras maneras de contar una pasión.

Tomado de: http://www.cubacontemporanea.com

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La Economía Política y la Cultura de la Economía en las transformaciones económicas actuales. Por: José Luis Rodríguez*

Obreros trabajando en el corte mecanizado de la caña de azúcar

Obreros trabajando en el corte mecanizado de la caña de azúcar

Uno de los problemas más complejos a resolver en la implementación del nuevo modelo económico cubano, consiste en alcanzar un adecuado nivel de cultura económica para acompañar debidamente las transformaciones indispensables.

El tema muchas veces se reduce a la necesidad de un cambio de mentalidad, sin tomar en cuenta que este se deriva de una interacción diferente del individuo con la sociedad y –por tanto- es el resultado de la acción de una serie de factores y no una acción volitiva individual. Precisamente para tener éxito en la consolidación de una nueva forma de gestión de la economía cubana, debe partirse de un nivel de cultura económica indispensable para ello.

La cultura económica puede definirse como el conjunto de conocimientos que permiten interpretar adecuadamente la evolución de la economía y debe –por tanto- permitir la comprensión del sentido y los objetivos de la política económica y social a todos los miembros de la sociedad, tomando en cuenta la diferente posición que ocupan en la misma y su correspondencia con las relaciones sociales de producción que están presentes en la construcción del socialismo. Adicionalmente, la cultura económica que requerimos debe lograrse en un momento de profundos cambios, que abarcan desde las relaciones de propiedad hasta modificaciones en la distribución y consumo de los valores creados, lo que incorpora una complejidad mayor al logro de la misma.

Examinando el tema en su secuencia lógica se deduce que el punto de partida para conocer las políticas en curso es contar con la información en cantidad y calidad necesarias para ello. Sin embargo, cuando se observa lo que se publica en los medios de comunicación, puede concluirse que muy poco se informa sobre los temas que pueden dar respuesta a la orientación y objetivos de los cambios en curso. En tal sentido recién se ha publicado un trabajo en Cubadebate que aborda uno de los ángulos del problema cuando se plantea en relación a los avisos a la población por parte de empresas y organismos:

“El saber comunicar a tiempo y bien, constituye una de las claves por excelencia para tener buenos resultados. Sin embargo, no siempre es tenido en cuenta por las instituciones en nuestro país, que relegan muchas veces la comunicación al acto final irremediable.”

No obstante, se trata aquí de informaciones elementales que son indispensables para brindar un servicio público, o para realizar una gestión. Pero para comprender las decisiones más complejas en el ámbito de la política económica, como pueden ser de qué forma se divide el Producto Interno Bruto en fondo para inversiones o fondo de consumo; por qué a nivel social un aumento salarial tiene que venir acompañado de un incremento superior de la productividad del trabajo; o cuáles son las soluciones a corto plazo a las que se dirigen los Lineamientos aprobados en abril de 2011, es indispensable ir más allá de la información.

En efecto, en relación al último aspecto la mayor cantidad de información disponible se refiere a diversos asuntos relativos a los 313 lineamientos aprobados, pero poco se ha dicho acerca de hacia qué tipo de soluciones se encamina la política aprobada cuando se señala: “Soluciones a corto plazo, encaminadas a eliminar el déficit de la balanza de pagos, que potencien la generación de ingresos externos y la sustitución de importaciones y, a su vez, den respuesta a los problemas de mayor impacto inmediato en la eficiencia económica, la motivación por el trabajo y la distribución del ingreso, y creen las necesarias condiciones infraestructurales y productivas que permitan el tránsito a una etapa superior de desarrollo.”

Se destaca aquí la necesidad de atender el desequilibrio financiero externo para dar respuesta a problemas de mayor impacto en la eficiencia económica, en lo que resulta decisiva la motivación por el trabajo, la distribución del ingreso y la creación de condiciones infraestructurales y productivas para avanzar. En síntesis, el país debe a corto plazo –en primer término- eliminar el desequilibrio que existe entre los ingresos en moneda libremente convertible proveniente de nuestras exportaciones y las erogaciones que se requieren para importar, lo que a su vez resulta indispensable para incrementar los factores que elevan la eficiencia económica, especialmente el aumento del nivel de las inversiones como la vía más importante para elevar la productividad del trabajo y lograr así incrementar la motivación por el trabajo y la distribución del ingreso, al tiempo que se crean las condiciones infraestructurales y productivas necesarias para hacer sostenible esa trayectoria de crecimiento.

Si el análisis de estos aspectos no precede cualquier explicación más detallada de los lineamientos aprobados, se corre el peligro de que las expectativas de la población no se correspondan con lo que es posible y necesario hacer previamente para satisfacerlas.

Condición necesaria, pero no suficiente

A pesar de la importancia que tiene contar con la información indispensable para comprender los problemas de nuestra economía, puede decirse que la misma es condición necesaria pero no suficiente para ese objetivo.

En efecto, una misma información puede ser interpretada de muy diversa manera según el enfoque conceptual conque la misma se evalúe. De ahí la importancia que tiene la formación teórica para que los miembros de la sociedad socialista participen conscientemente en la misma.

Sin embargo, una de las más nefastas consecuencias el derrumbe del socialismo en Europa fue el rechazo abierto o la subestimación al análisis conceptual de los fenómenos económicos contemporáneos con un enfoque marxista. Al producirse la desaparición de los países socialistas en Europa, la tesis del fin de la historia de Francis Fukuyama proclamada en 1989, pareció colocar para muchos una lápida sobre el socialismo y toda la teoría marxista que sustentaba su desarrollo.

Ciertamente muchas elaboraciones teóricas del llamado socialismo real adolecieron de una alta dosis de esquematismo y enfoques alejados del verdadero pensamiento revolucionario, que se manifestaron en las políticas erróneas aplicadas por los países europeos, pero sobre todo en los manuales de Economía Política empleados para la enseñanza superior entre los años 60 y 80 del pasado siglo. La crítica de estos enfoques se hizo ya entre nosotros desde muy temprano partiendo de posiciones marxistas y un ejemplo de ellas se encuentra en el libro de Ernesto Che Guevara “Apuntes críticos a la Economía Política” publicado en Cuba en el 2006.

De este modo, en los últimos 25 años se mezclaron las críticas válidas a la Economía Política del socialismo, hechas desde posiciones revolucionarias, con la ofensiva ideológica que encontró su punto de apoyo en la desaparición del socialismo en Europa Oriental y la antigua URSS para descalificarlo como alternativa válida frente al capitalismo neoliberal.

La resultante ha sido que el enfrentamiento a los múltiples desafíos de la construcción socialista en la época más reciente no ha encontrado el soporte conceptual y teórico indispensable, dando pie a enfoques supuestamente más adecuados que se apoyan en un pragmatismo que tiende a rechazar la elaboración teórica marxista al considerarla superada en las nuevas condiciones.

Como manifestación colateral de esta tendencia negativa, en nuestro país a lo largo del período post soviético se produjo el cierre de la especialidad de Economía Política en las universidades, con lo que se eliminó la formación más completa de profesores de esta importante disciplina; se produjo la reducción de las horas lectivas dedicadas al estudio de la asignatura; se evidenció el estancamiento de las investigaciones teóricas sobre Economía Política del socialismo y se generaron algunas estructuras de la organización docente en las universidades, donde en la mayoría de los casos los departamentos de Economía Política desaparecieron, junto a departamentos de planificación y otras asignaturas afines, perdiéndose la identidad de las mismas.

Desde ya hace 10 años el Comandante en Jefe advertía el 17 de noviembre de 2005 en la Universidad de La Habana sobre la urgencia de atender muchos de los problemas conceptuales de la construcción socialista, cuando afirmaba: “Una conclusión que he sacado al cabo de muchos años: entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo.”

El rechazo a conceptos e ideas que partieron de premisas falsas y que condujeron a los errores referidos por Fidel tiene que servir de acicate para la revalorización de la teoría económica marxista. No se trata de que el conocimiento de nuestra historia económica, así como la de los restantes países que emprendieron el camino al socialismo, junto a los principios básicos de la Economía Política marxista, sirva únicamente para saciar una curiosidad intelectual, sin un vínculo esencial con la práctica social, pues esa teoría –como refleja nuestra propia historia- debe ser sometida permanentemente a un escrutinio, para validar sus postulados.

No debemos pasar por alto que la transición al socialismo requiere una transformación raigal en las relaciones sociales de producción, donde la construcción consciente de la nueva sociedad demanda un conocimiento superior para comprender las regularidades del desarrollo económico y social y sus complejidades, con el objetivo de actuar en consecuencia. De la competencia más feroz y el individualismo que durante siglos han caracterizado el desarrollo del capitalismo, debe pasarse a la conciliación de los intereses entre todos los miembros de la sociedad y al desarrollo de la solidaridad humana, mediante una gestión consensuada, participativa y planificada que no descanse en los avatares del mercado, para la cual el conocimiento de la Economía Política como base de la cultura económica resulta indispensable.

Ese conocimiento es la única base posible para lograr la participación consciente de los trabajadores en la gestión económica y enfrentar a aquellos que pretenden demostrar el fracaso histórico del socialismo como alternativa al capitalismo y la vigencia universal de este.

No es ciertamente, tarea fácil. Se requiere hacer un análisis objetivo del complejo entramado de relaciones socioeconómicas que están presentes en la Cuba de hoy y generar las formulaciones conceptuales correspondientes acordes con los principios generales del pensamiento revolucionario, en una coyuntura en la que abordar la estrategia apropiada para lograr un desarrollo autosostenible a corto plazo es una tarea vital.

Todo ello debe enfrentar –al mismo tiempo- el desafío que supone el proceso de normalización de relaciones con Estados Unidos, que ha cambiado el método, pero no el objetivo de provocar un cambio en el sistema político de nuestro país.

Tomado de: http://www.cubacontemporanea.com

José Luis Rodríguez*Asesor del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial (La Habana, Cuba)-

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Polémicas en la prensa cubana provocadas por cuatro filmes. Por: Ivette Villaescusa Padrón

Portada de un número del suplemento cultural "Lunes de Revolución"

Portada de un número del suplemento cultural “Lunes de Revolución”

Entre agosto y noviembre de 1963 los cines de la Ciudad de La Habana estrenaron ―junto a otros filmes, y en el siguiente orden―: Accattone, de Pier Paolo Passolini; La dulce vida, de Federico Fellini; El ángel exterminador, de Luis Buñuel; y Alias Gardelito, dirigida por el chileno Lautaro Murúa.

En Accattone, cuyo personaje principal es un joven chulo explotador de sus prostitutas, una población obrera asume vejaciones por una miserable subsistencia y lleva a los más inadaptados a la delincuencia. Escenario de la Italia de posguerra y de otras sociedades en similares circunstancias. La dulce vida, protagonizada por Marcello Mastroianni, satiriza a la aristocracia romana y al mundo del espectáculo. Ganó la Palma de Oro en el Festival Internacional de Cine de Cannes en 1960 y dos premios Oscar en 1961.

La trama de El ángel exterminador ―Premio de la Crítica en Cannes en 1962―se centra en un grupo de burgueses que, invitados a cenar en una mansión, queda encerrado allí; y según pasan los días, escasean los alimentos, las bebidas, la basura se acumula y pierden los buenos modales. En Alias Gardelito ―Primer Premio en el Festival Internacional de Cine de Santa Margarita Ligure en 1961, y Cóndor de Plata como mejor película de 1962―,(1) Toribio, ladronzuelo en un ambiente de pobreza que sueña con imitar a Carlos Gardel, entre música comercial y delito acaba dramáticamente.

Pese a los lauros recibidos por esas cintas, cuatro meses después de la exhibición de la primera, cuando ya ni estaban en cartelera y algunos medios como la revista Bohemia habían publicado comedidos comentarios,(2) el 12 de diciembre de 1963 en «Aclaraciones», columna de primera plana del periódico Hoy, con el título «Preguntas sobre películas», Severino Puente, actor de la Radiodifusión Nacional, inquiere: «(…) ¿Es positivo ofrecerle a nuestro pueblo películas con ese tipo de argumentos derrotistas, confusos e inmorales, sin que tenga antes, por lo menos, una explicación (…)?».

Ese texto generará un exaltado debate, afamado como polémica, cuyos  fundamentales contendientes fueron Alfredo Guevara y Blas Roca. El primero, presidente del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), y el segundo, director del periódico Hoy. Pero no fue exclusiva de ellos; se extiende a los rotativos Revolución, Diario de la tarde y El Mundo, los semanarios Bohemia y Mella. Es decir, no solo era una disputa entre dos personalidades, como suele entenderse, había de nuevo un contrapunteo en la prensa del cariz de los de 1959 y 1960 ―salvando distancias y detalles. (3)

Tampoco sería esta la única querella intelectual de la temporada. Una semejante, también a partir del séptimo arte ―aunque afloraran otros asuntos―, había empezado en agosto cuando La Gaceta de Cuba publicó las «Conclusiones de un debate entre cineastas cubanos»,(4) y continuó en siguientes números de la revista con la intervención de Edith García Buchaca, Jorge Fraga, Mirta Aguirre y Tomás Gutiérrez Alea.(5) Aparentemente giró en torno a dos posiciones: una a favor del arte cercano al realismo socialista, y otra a favor de no renunciar a las conquistas de las vanguardias, pero iría mucho más allá: plantearía definiciones y desacuerdos político-ideológicos dentro de la política cultural, y las publicaciones periódicas servirían de mediadoras.

En la que nos ocupa ―la relacionada con los filmes aludidos―, el 14 de diciembre la columna «Siquitrilla» de Revolución, responde: «El Señor Severino Puente se siente, por lo visto, más inteligente que el pueblo y considera que al pueblo hay que explicarle las cosas como a un retrasado mental (…) dos años padecimos un criterio como el que defiende esta carta. Los cines se llenaron de películas en las que se daba una “lección” diaria a los espectadores. (…) época ya superada en el proceso revolucionario (…)». (6)

Con el encabezamiento del 14, «Siquitrilla» reproduce el 17 una carta de Severino Puente discrepando y otra de directores del ICAIC en desacuerdo «(…) con la actitud maniqueísta que domina el espíritu de dichas “Aclaraciones”. Al sugerir la prohibición de películas de innegables valores culturales y artísticos, esta actitud tiende a restringir a ultranza el desarrollo de nuestra cultura (…)». (7)

Ese día, Revolución publica además: «Selección de cine. Eligen críticos El Ángel Exterminador y Viridiana», quienes declaran que «(…) el cine en cuanto arte, no puede reducirse a mero entretenimiento ni a farmacopea didáctica (…)». Y Diario de la tarde, en su espacio editorial insinúa que hay problemas más imperantes que la proyección de películas: «El aspecto primero de nuestra revolución cultural es la revolución técnica (…) Distraer la atención de ello es conspirar consciente o inconscientemente contra la felicidad del pueblo».(8)

El 18 de diciembre Alfredo Guevara objeta en el propio periódico Hoy las «Aclaraciones» del día 12: «(…) el arte no es propaganda (…) no sabemos de otros lineamientos culturales que los que emanan del discurso de Fidel en la reunión con los intelectuales, y que la Dirección del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, (…) deja constancia de que no acepta ni practica los que suelen presentarse sin serlo como puntos de la política cultural del Gobierno Revolucionario (…)».(9)

En Hoy aparece el día 19 la «Respuesta a Alfredo Guevara (I)», que termina: «Si lo que proclama es que tenemos que aceptar toda obra de arte de cualquier contenido (…) sentimos disentir de su opinión». Del 20 al 22 se suceden las otras partes de la respuesta (II, III y IV), en las que Blas Roca retoma igualmente el discurso de Fidel del 30 de junio de 1961, «Palabras a los intelectuales».

En realidad ―como en la precedente― esta polémica traspasaba las fronteras artístico-cinematográficas. De nuevo se debatía sobre la sociedad que se quería edificar. Por ello opino que esos contrapunteos podrían tributar a la historia de las mentalidades: estudios de las mediaciones, de las comunicaciones dentro de una formación social, de la manera en que se trasmiten los modelos culturales; y justo la prensa estaba fungiendo de mediadora en lo que se intentaba definir, significar, las ideas a defender de acuerdo con las políticas culturales revolucionarias.

El 19 de diciembre, El Mundo estimaba mejores películas las que siendo interesantes y atractivas, técnica y artísticamente distinguidas, elevaban la combatividad del pueblo, el esfuerzo revolucionario y la producción.(10) El 20, en Hoy, «El Consejo Nacional de Cultura contesta a Alfredo Guevara»: «Resulta bien insólito que un funcionario del Gobierno Revolucionario exprese en la forma en que lo ha hecho el Presidente del ICAIC, su absoluto desconocimiento de las orientaciones y decisiones de un Organismo del Estado (…)».

Al siguiente día, en «Declaraciones de Alfredo Guevara», este replica que el artículo del 18 podía entenderse «(…) un cambio limitador y reaccionario, en contradicción con los principios establecidos por Fidel». Y pregunta: «¿(…) tiene el director del periódico Hoy (…) el derecho a establecer (…) un ataque sin base real, contra la línea de programación que orienta y realiza el Instituto creado por el Gobierno Revolucionario…?».Y subraya que ese estilo peyorativo suele reflejar temor al pensamiento y la riqueza de sus manifestaciones.

Mientras, Bohemia se refiere a las «Aclaraciones» del día 12 así: «(…) La dulce vida, Accattone, El ángel exterminador (…) y Alias Gardelito, (…) constituyen visibles denuncias a las condiciones ominosas en que obliga a vivir a los hombres el régimen social capitalista. Solo quien vea las ramas y no el árbol puede considerarlas perjudiciales. Si (…) es poco recomendable juzgar obras de arte sin haberlas conocido y estudiado, menos lo es todavía hacerlo en base de opiniones ajenas. (…) Reducir las funciones del arte a la “exaltación del ideal” y al “recreo alegre, ligero”, equivale a castrarlo (…)».(11)

El día 22 vuelve a involucrarse El Mundo: «No creemos que la proyección de cintas como las mencionadas sea un peligro, ni que se las deba prohibir (…) Sí estimo oportuno que todos pongamos empeño de veras en esclarecer (…) la significación real de cada film, para justipreciarlo (…)».(12) El 24 la «Respuesta a Alfredo Guevara (V)» se escuda en que son los trabajadores quienes los critican, y en «Declaraciones de Blas Roca», puntualiza: «(…) No es Alfredo Guevara el llamado a juzgar sobre los derechos del Director de Hoy en el cumplimiento de los deberes (…) que le ha encomendado la Dirección del Partido. Rechazamos todas las confusiones introducidas por Alfredo Guevara en un debate que él ha desbordado (…)». Y el día 27, en el «Final de respuesta a Alfredo Guevara», Roca señala que él combate a los intelectuales que se han puesto contra la revolución y el socialismo, y que Guevara ha demostrado ser prejuicioso en la polémica emprendida con tanto encono.

La contrarrespuesta de Alfredo Guevara no fue publicada, saldría en su libro Revolución es lucidez con el título de «Aclarando aclaraciones», donde alega: «(…) El curso de la polémica, nos revela hasta qué punto pueden llegar y por qué caminos guía el dogmatismo a los que han caído en sus trampas. (…) Nuestra revolución, y por ende nuestra ideología, el marxismo, no necesitan de santos».

El 30 de diciembre Mella se inserta con entrevistas a lectores, cuyas opiniones van desde que las obras en discusión debían exhibirse por su fuerte crítica al capitalismo, hasta creerlas impropias o culpar a los críticos de no explicarlas. Y en «Las mejores películas de 1963» se apunta: «El ángel exterminador ha sido un verdadero problema. Cada uno le ha dado su propia interpretación, y nadie puede decir a ciencia cierta cuál es la correcta (…)». (13)

Muchos años después seleccionarían La dulce vida entre las cien películas consideradas «tesoro» fílmico de Italia, que serían restauradas y protegidas. El ángel exterminador ocuparía el lugar decimosexto en la lista de las cien mejores cintas mexicanas. (14) ¿Debía privarse al pueblo cubano de verlas?

Hay que tomar en cuenta que en marzo de 1963 había empezado un proceso de cambios en el terreno de las manifestaciones culturales en la URSS. El peso de esa nación y los debates del sector reactivaban la interrogante de cómo un estado socialista debía trabajar política e ideológicamente con el quehacer artístico. Se hallaba en cuestionamiento la posibilidad de imponer una corriente estética en la cultura en Cuba; los contendientes demuestran la necesidad de legitimar su postura revolucionaria y socialista. También persistían añejas diferencias.

Mas, incuestionable es que tales porfías estaban rompiendo el silencio mediático-polémico transcurrido desde la desaparición de la prensa burguesa en el decursar de 1960 por razones diversas, y de nuevo había un contrapunteo a través de las publicaciones periódicas, que servirían de mediadoras.

Notas

(1) «Década del 60/Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina. Año: 1961. Película: Alias Gardelito. Premios: Mejor Película/ Mejor Director/ Mejor Actor (Alberto Argibay)/ Mejor Guión/ Revelación Femenina (Virginia Lago)/ Revelación Masculina (Raúl Parini)».

(2) Luis M. López, en «La dulce vida/ Arte y Literatura», «En Cuba», el 11 de octubre de 1963, pp. 36-38, escribió: «La dulce vida es una obra madura, y a pesar de su falta de rigor (…) constituye un acontecimiento cinematográfico, un crudo testimonio de nuestro tiempo, de la descomposición de una sociedad dada (…)». Copia opiniones como estas de la  L’Unita, órgano del Partido Comunista Italiano: «La película desenmascara la sociedad corrompida»;  el 15 de noviembre, en «Cine», p. 12: «Entre la sorprendida atención del público y los enfoques más o menos entusiastas de cineastas y críticos, se ha exhibido en esta capital una película que plantea toda una renovación de la imagen convencional del cine argentino, Alias Gardelito (…)».

(3) De febrero a marzo de 1960 se establece una polémica entre Andrés Valdespino, de Bohemia; José I. Rivero, propietario de Diario de la Marina; y Juan Marinello en Hoy. Y de mayo a julio de ese año entre Carlos Rafael Rodríguez y Andrés Valdespino, en Hoy y Bohemia primero, y después en las páginas de esta. Ver Bohemia los días 14, 21 y 28 de febrero de 1960 y Hoy 14 y 28, y Bohemia 22 de mayo, 5, 12, 19 y 26 de junio, 3, 10 y 17 de julio de 1960, respectivamente.

3) De febrero a marzo de 1960 se establece una polémica entre Andrés Valdespino, de Bohemia; José I. Rivero, propietario de Diario de la Marina; y Juan Marinello en Hoy. Y de mayo a julio de ese año entre Carlos Rafael Rodríguez y Andrés Valdespino, en Hoy y Bohemia primero, y después en las páginas de esta. Ver Bohemia los días 14, 21 y 28 de febrero de 1960 y Hoy 14 y 28, y Bohemia 22 de mayo, 5, 12, 19 y 26 de junio, 3, 10 y 17 de julio de 1960, respectivamente.

(4) En La Gaceta de Cuba, Año II, No. 23, 3 de agosto de 1963. Lo firman: Raúl Molina, Manuel Pérez, Ramón Piqué, Oscar Valdés, Humberto Solás, Miguel Torres, Alberto Roldán, Iberé Cavalcanti, Fidelis Sarno, Antonio Henríquez, Pastor Vega, José de la Colina, Tomás Gutiérrez Alea, Sara Gómez, Octavio Cortázar, Mario Trejo, José Massip, Julio García Espinosa, Roberto Fandiño, Idelfonso Ramos, Jorge Fraga, Amaro Gómez, Fernando Villaverde, Octavio Basilio, Pedro Jorge Ortega, Manuel Octavio Gómez, Fausto Canel, Nicolás M. Guillén, y Fermín Borges.

(5) Ver La Gaceta de Cuba, números 28-31 de octubre, noviembre y diciembre de 1963 y enero de 1964; y Cuba Socialista, Año III, No. 26, octubre de 1963; o Graziella Pogolotti (Selección y Prólogo): Los polémicos años 60, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2006.

(6) «¿Qué películas debemos ver?: las mejores», p. 8.

(7) «Respuestas sobre películas», firmaban: José Massip, Eduardo Monet, Jorge Fraga, Tomás Gutiérrez Alea, Alberto Roldán, Julio García Espinosa, Roberto Fandiño, Manuel Octavio Gómez, Fernando Villaverde y Fausto Canel.

(8) «El camino trazado por nuestra Revolución», en «Antena revolucionaria», periódico Diario de la tarde, 17 de diciembre de 1963, p. 1.

(9) Se refiere a «Palabras a los intelectuales», pronunciado en la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, el 30 de junio de 1961.

(10) «Las mejores películas», en periódico El Mundo, 19 de diciembre de 1963, p. 4.

(11) «Aclaraciones/ El arte puede y debe esclarecer la conciencia del hombre», en «Arte y Literatura», «En Cuba», revista Bohemia, 20 de diciembre de 1963, pp. 14-15.

(12) J. M. Valdés Rodríguez: «Unas palabras sobre tres films discutidos», en sección «Tablas y pantalla», periódico El Mundo, 22 de diciembre de 1963, p. 6.

(13) En «Noticiero de la Juventud», «La juventud opina: Qué películas debemos ver», p. 9; y «arte comentario crítica literatura arte comentarios», p. 14, respectivamente.

(14) En: «Seleccionan 100 películas consideradas un “tesoro” fílmico de Italia», en http://www. lasnoticiasmexico.com; y «Las 100 mejores películas del cine mexicano», en «Películas del cine mexicano», en http//:cinemexicano.mty.itesm.mx.

Tomado de: http://librinsula.bnjm.cu

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Los cubanos asentados en Estados Unidos. Por: Andrés Gómez*

INMIGRANTE

Inmigrante cubano en Costa Rica

Mucho se ha hablado y discutido en semanas recientes sobre los cubanos que, por muchas razones y de muchas maneras, han decidido, en estos tiempos, salir de Cuba y buscar entrada en Estados Unidos. Aunque abordaré esos temas en próximos trabajos, en este trataré sobre la población cubana actualmente asentada en Estados Unidos como marco general de referencia para cuando me refiera a los otros temas relacionados al singular y enrevesado proceso migratorio de los cubanos.

Las cifras citadas en este trabajo han sido tomadas de informes y estudios actualizados en 2013 por el Buró del Censo Estados Unidos y analizadas en estudios realizados por especialistas del Pew Hispanic Research Center, institución altamente respetada en estos asuntos.

El Buró del Censo de Estados Unidos considera cubanos no solo a aquellos de nosotros nacidos en Cuba sino también a nuestros descendientes. De acuerdo con los resultados de los más recientes estudios, se estima que 2 millones de nosotros vivimos en este país. De estos, 1.1 millón (57%) somos nacidos en Cuba y 851,000 son nacidos en Estados Unidos. Los cubanos somos el 3.7% de todos los latinoamericanos que vivimos aquí. En comparación los mexicanos y sus descendientes numeran 34.6 millones y constituyen el 64.1% de la población latinoamericana. Según estos estudios el 47% de los nacidos en Cuba hemos vivido en este país por más de 20 años; y el 59% de nosotros somos ciudadanos de Estados Unidos.

Se estima que el 70% (1.2 millones) de todos los cubanos y nuestros descendientes que vivimos en Estados Unidos vivimos en el estado de la Florida, cuya población en 2012 era de 19 millones de personas. El 75% de los cubanos que vivimos en la Florida vivimos en el condado Miami-Dade. Prácticamente la mitad de los cubanos que vivimos en Estados Unidos vivimos en este condado.

En cada uno de los estados de Nueva Jersey, Nueva York y California viven alrededor de entre 80 a 90 mil de nosotros. Le sigue Texas con alrededor de 50 mil.

La edad promedio de los cubanos y sus descendientes es de 40 años. Siendo el grupo nacional latinoamericano en Estados Unidos de más edad. El promedio de edad para los latinoamericanos asentados en este país es 28 años y la edad promedio general en Estados Unidos es 37 años. Aunque para aquellos cubanos nacidos en Cuba la edad promedio es 51 años, para los nacidos en este país la edad promedio es 21 años.

46% de los cubanos y sus descendientes, mayores de 18 años de edad, están casados, cifra igual para el resto de los latinoamericanos en este país. El porcentaje para el país en general es 50%. Aunque para los nacidos en Cuba el porcentaje es 50% y para los nacidos aquí es 36%.

El 25% de los cubanos y sus descendientes mayores de 25 años de edad han obtenido la licenciatura universitaria, comparado con el 30% de la población estadounidense en general y 14% de los latinoamericanos. Mientras que el 50% de los emigrados venezolanos y sus descendientes mayores de 25 años de edad han obtenido la licenciatura universitaria. Aunque entre los cubanos, el 37% los nacidos en este país tienen la licenciatura, aquellos de nosotros nacidos en Cuba sólo el 21% la hemos obtenido.

El salario promedio anual para los cubanos y sus descendientes mayores de 16 años de edad era $25,000 en 2012, mayor que el sueldo anual de $21,900 de todos los latinoamericanos emigrados, aunque menor que el sueldo anual promedio de la población estadounidense que era $30,000.

El porcentaje de los cubanos y sus descendientes que viven en la pobreza es del 20%, más alto que el nivel de pobreza para la población en general (16%), pero menos que el 25% de los latinoamericanos en general.

El porcentaje de los cubanos y sus descendientes que a través de hipotecas son dueños de sus viviendas es 55%, menor que el 64% de la población estadounidense en general, pero mayor que el 45% de los la comunidad latinoamericana emigrada en general.

Interesante es que un estudio del Pew Research Center de 2013 mantiene que en cuanto a filiación religiosa encontró que solo el 49% de los cubanos y sus descendientes mayores de edad se identificaron como católicos mientras que el 17% se identificó como protestantes (8% protestantes tradicionales y otro 8% evangélicos). En este estudio el 26% de los cubanos encuestados no mantenía filiación religiosa alguna.

Tomado de: http://www.cubadebate.cu

*Periodista cubano residente en Miami. Fundador de la Brigada Antonio Maceo, integrada por cubanos que viven en los Estados Unidos. Es el director de la Revista Areito.

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¿Dónde está Carmela? Por: Graziella Pogolotti*

Fotograma del filme, "Conducta". Director: Ernesto Daranas

Fotograma del filme, “Conducta”. Director: Ernesto Daranas

Llovía. De edad avanzada, la maestra seguía fiel a su aula, siempre puntual. Al cruzar Vía Blanca, un carro la atropelló. Enredada en su sombrilla, la violencia del golpe la hizo volar por los aires. Cayó sobre la calle mojada. La fractura de cráneo era irreparable. Murió como combatiente en el cumplimiento del deber. Conmovidos, los estudiantes del preuniversitario Rosalía Abreu le rindieron homenaje póstumo. Me pregunto ahora si algo semejante hicieron en su comunidad, porque la sociedad en su conjunto debe modelar valores reconociendo sus paradigmas, no solo a quienes alcanzan relieve nacional, sino a los que conviven con cada uno de nosotros en el día a día de la bodega, la carnicería y las reuniones de vecinas, la Carmela que está al doblar de la esquina.

Un filme, Conducta, convocó a un público masivo. Por lo que me han contado, no es una historia truculenta. No acude a los ganchos hipnóticos utilizados por el consumismo. Remueve rescoldos de sentimientos enraizados en la aspiración latente al mejoramiento humano. Invita a una reflexión que a todos compromete.

Desde hace algún tiempo, sufrimos las consecuencias de la falta de maestros numéricamente suficientes y cualitativamente calificados en lo que respecta al conocimiento y al modo de conducirse. Ya se sabe, los salarios son bajos, atrapados como estamos en la búsqueda del difícil equilibrio entre las limitaciones financieras y la voluntad política, entre los apremios del día que corre y las exigencias del mañana que se nos viene encima. Y, sin embargo, en el aula estamos sembrando futuro. Allí descansa el porvenir de la nación.

Para afrontar los problemas, hay que analizar su origen y naturaleza y perfilar las aristas de la verdad. En la república neocolonial, el capitalismo subdesarrollado mantenía altas tasas de desempleo. La discriminación racial marginaba a negros y mestizos del acceso a ciertos puestos de trabajo. La frontera se levantaba en las oficinas de las empresas privadas y llegaba al mostrador de las tiendas más elegantes, aunque todo ello violara la Constitución de la República. Recuerdo el batallar para conquistar estos espacios vedados.

Mal pagado siempre, el magisterio público garantizaba estabilidad laboral. Para los marginados, ofrecía reconocimiento social y reforzaba la autoestima en quienes tuvieron que contar con el respaldo familiar de tantas madres que entregaron sus vidas lavando para la calle. En la sociedad moderna, el médico que cuida la salud del cuerpo y el maestro que transmite conocimiento y valores son los sustitutos del gurú de la tribu. En una sociedad corroída por el afán de lucro y por el dominio del poderoso caballero don dinero, los educadores constituían excepción de la regla. Modesta en el vestir, con la misma ropita una y otra vez, encarnaba la imagen de la persona decente. Cuando iban cayendo los años, de vez en cuando recibían la visita de un antiguo alumno, muestra de eterna gratitud.

No se puede rebobinar la historia y mucho menos, restaurar la injusticia estructural de entonces. Por voluntad política y para preservar la soberanía de la nación, tenemos que someternos a un autoanálisis tan implacable como una operación quirúrgica. El Día del educador necesita despojarse del formalismo impuesto por el cumplimiento rutinario de las tareas. Hay que estimular en los niños y en sus padres la capacidad de invención. El aula ha de ser un espacio sagrado de intercambio entre alumnos y maestros, libre de interferencias ajenas donde el educador preserva el ejercicio pleno de su autoridad. La experiencia me dice que el conglomerado humano que se reúne cada inicio de curso es siempre diferente. El grupo resultante de las pequeñas individualidades se consolida sin perder su heterogeneidad intrínseca, en el trabajo cotidiano apuntarán liderazgos incipientes, aliados potenciales del maestro, al que corresponde dar cauce a las rebeldías mediante la cohesión de responsabilidades y el incentivo a formas de participación activa, iniciación primera a la construcción de la conciencia ciudadana.

Propongo considerar en la formación de maestros una atención sustantiva al desarrollo de la facultad de observar. En cualquier nivel de enseñanza, tendrá ante sí un conjunto de personitas en proceso de crecimiento intelectual, psicológico y moral, sobreprotegidos o carentes de cariño, portadores de conflictos familiares, víctimas de sentimientos de inferioridad o deformados por la vanidad. El manejo inteligente de esas conductas garantiza el éxito del aprendizaje y el mantenimiento de la disciplina.

El proyecto educativo no puede desentenderse de la permanente problematización de la realidad. El diseño de la economía, necesidad de la supervivencia, provee soluciones para superar la crisis y formular medidas con el propósito de sentar las bases de un porvenir más satisfactorio. Su perspectiva debe situarse a mediano y largo plazo, porque todo cambio en este terreno repercute en la sociedad y en el sistema de valores imperante teniendo en cuenta, además, que crecimiento no implica, por necesidad, desarrollo. Este último se sustenta en la dimensión humana de un proyecto equitativo, garante de la igualdad de oportunidades con la consiguiente apertura a la cristalización de nuestros sueños. En este sentido, la voluntad política tiene que mantener, con mano firme, la brújula apuntalada en el andamiaje educativo.

«Los niños nacen para ser felices» se ha convertido en lema vaciado de contenido por la reiteración mecánica. Expresa el anhelo más profundo de la especie. Su esencia se borra cuando la frase se desarticula del pensamiento integrador del Maestro. La noción de la felicidad es conquista y aprendizaje. Se hace a la medida de cada uno. Entraña una filosofía de la vida inspirada en el amor, nunca en el estímulo a una mentalidad competitiva.

Tomado de: http://www.juventudrebelde.cu

Graciela Pogolotti*Crítica de arte, prestigiosa ensayista y destacada intelectual cubana, promotora de las Artes Plásticas Cubanas. Presidenta del Consejo Asesor del Ministro de Cultura, Vicepresidenta de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Miembro de la Academia Cubana de la Lengua.

Hija de uno de los íconos de la vanguardia artística de la primera mitad del siglo XX, Marcelo Pogolotti y de madre rusa. Nació en París en 1931 pero desde niña vivió en Cuba. Ser cubana, para ella, es una misión y un estado de gracia.

Es una de las más dispuestas y necesarias consejeras y asesoras de cuanto proyecto útil pueda favorecer la trama cultural de la nación. Esa vocación participativa se expresa también en las pequeñas cosas de la vida. Gusta de la conversación amena, de la música popular y no le gusta perder el hilo de una telenovela, nunca cierra las puertas a quien la procura.

A los siete años ya estaba en la capital cubana, donde estudia hasta graduarse como Doctora en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana. Cursó estudios de postgrado en La Sorbona, durante un año, estudió Literatura Francesa Contemporánea. Al regresar a Cuba, matriculó en la Escuela Profesional de Periodismo Manuel Márquez Sterling, donde alcanzó otro título.

Ha escrito numerosos ensayos, pero tan fundamental como su obra escrita ha sido su enorme labor en la docencia y la promoción de la cultura. Desde la cátedra de la Universidad de la Habana, a las investigaciones socioculturales vinculadas a los primeros pasos del Grupo Teatro Escambray, desde la formación de teatristas en el Instituto Superior de Arte, hasta la vicepresidencia de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, desde la Biblioteca Nacional, hasta la presidencia de la Fundación Alejo Carpentier.

Al Triunfo de la revolución se encontraba en Italia desde fines de 1958, se hallaba en una beca, residiendo en Roma por lo que aprovechó también para atender su salud. Al saber la noticia del derrocamiento de la dictadura se presentó junto a otras personas que vivían en Roma en la sede de la Embajada a ocuparla. De regreso a la isla tuvo pasó por París hasta que finalmente llagó a Madrid, donde el Gobierno Revolucionario situó aviones para facilitar el regreso de los cubanos en Europa. Durante el vuelo conoció a Fayad Jamis, que ya era poeta y pintor distinguido pese a su juventud. Al llegar a La Habana observo una euforia generalizada, los rebeldes estaban en la terminal aérea.

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Hay que parar el efecto dominó. Por: Aurelio Alonso*

Autor: Josetxo Ezcurra

Autor: Josetxo Ezcurra

“Lamentablemente, temo que a estas alturas ni siquiera una perspectiva optimista de solución feliz en la región nos pueda dar garantías de paz frente a la onda expansiva”

Hoy es una verdad histórica que el obstáculo más significativo puesto a la ofensiva norteamericana para perpetuar el coloniaje continental se levantó en Mar del Plata en 2005 con el rechazo al Alca. Momento ejemplar. Allí se paró el efecto dominó de la estrategia Bush Jr. para la América Latina. Fue un paso importantísimo pero no definitivo; iluso sería excederse en el crédito a las victorias. Desde entonces Washington ha refinado sensiblemente los engranajes de hegemonización, tanto en sus definiciones políticas propias como en el manejo de las oligarquías locales. Ahora tocaría descifrar el efecto dominó en la estrategia Obama. ¿Lo hemos logrado? ¿Cuál será el saldo para hacer frente a esta nueva saga?

El sistema señoreado por el consorcio imperial, que nunca ha podido propiciar paz verdadera al Mundo después de Hiroshima y Nagasaki, conduce hoy a guerras paralelas, de diferente intensidad, de diversa connotación, siempre con un denominador colonial, como le es propio al aura del imperio. La más explícita, dentro de la clásica norma caliente, en el Oriente Medio, con el respaldo activo de la Alianza Atlántica, en primer lugar por el dominio del petróleo. Esta guerra, que es necesario entender en su integralidad –sin separarla en etapas– tuvo su momento de debut en Afganistán e Irak, se escalonó disfrazada de “primavera árabe” en el Mahgreb y en Egipto, exhibiendo su obscenidad más descarnada en Libia, y al cabo de un quinquenio de violencia en Siria, ha desembocado, en un complicado atascamiento. Omito otras alusiones a contenciosos del escenario, para no extraviar el eje, ni extenderme más allá del plano que quiero lograr en este artículo.

Considero que el añadido del conflicto nacionalista ucraniano contribuyó, a pesar de salirse del área de referencia, a radicalizar la posición defensiva de Rusia en las zonas  vecinas que podían requerirlo, y a decidirse a intensificar así el apoyo consecuente al Estado sirio en la confrontación con el terrorismo dentro de su territorio. Y pienso que, eventualmente, más allá, en dependencia de que otros Estados afectados lo requieran. El pecado de abstención del Kremlin en 2011, en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, donde el veto ruso hubiera puesto un obstáculo a la invasión de Libia, debe  haber dejado sólidas enseñanzas en la política de Moscú.

La tenaz persistencia del sostén occidental al terrorismo, difícil de disimular tras la falacia de respaldo a la oposición frente a regímenes marcados por ellos al hierro como autoritarios o indeseables, favoreció la constitución de la entidad armada llamada Daesh (e impropiamente “Estado islámico” para darle visos de legitimidad nacional, nombre que por tal motivo debiera evitarse). Este engendro extremista del salafismo sunnita nació en 2007 en Irak, con el apoyo reconocido del vicepresidente norteamericano Dick Cheney. Y se ha fortalecido con Obama, dispuesto a costear todo lo que contribuya al propósito colonial oleocrático en el Medio Oriente. Siempre a la sombra de la mal llamada “primavera”, aun desprestigiada como quedó después de la devastación de la Yamajiria Libia, la cual había logrado traducir los beneficios de su riqueza petrolera en bienestar social como ningún otro país exportador de la región.

Armado por las potencias occidentales, Daesh ha llegado a ocupar por la fuerza y el terror –según datos difundidos por AFP y otras agencias informativas– unos 40 000 kilómetros cuadrados (25% del territorio norte de Siria, desde Alepo a Al Boukarnal, y 40% de Irak, desde Mosul hasta Faluya, mayormente en la franja de tierra que se extiende entre los ríos Tigris y Éufrates), para  organizarse allí como califato, provocar un desesperado éxodo migratorio hacia Europa, y estancar el estado de guerra contra Siria. Una guerra que suma ya más de un cuarto de millón de muertos y cuatro millones de refugiados, y que ni siquiera puede citarse como conflicto civil, pues en la actualidad  más de la mitad de los combatientes de Daesh no son sirios ni iraquíes.

A pesar de la situación de estancamiento que han generado “insurrectos” y promotores, dirigida a apoderarse del todo el país, sus ofensivas no han conseguido doblegar el nivel de apoyo evidentemente mayoritario de la población al régimen que, en Siria, pretenden derrocar. Téngase en cuenta que ya no se trata por separado de organizaciones como Al Qaeda, criatura primogénita, Al Nusra, Boko Haram (hoy ligadas a Daesh en África y Medio Oriente), u otras expresiones del yihadismo, sino de una red estructurada, confabulada, cuya agenda tiene como primer punto deshacerse de la dinastía al Assad, molesta a la hegemonía atlantista, y continuar el despojo petrolero de los países del área. De cierta manera, repetir la operación realizada años antes contra Sadat Hussein  en Irak, con análogas justificaciones. Y que tendría, de resultar exitosa, las mismas consecuencias de desmembramiento al país.

Según The Economist, Daesh podría estar produciendo, en ese territorio usurpado mediante el terror, entre 1.5 y 2 millones de barriles diarios de petróleo, comercializados en el mercado negro con Turquía, que en alguna medida benefician también ya a Jordania y Kurdistán, según el diario alemán Bild, y es su principal fuente de financiamiento. Los expertos consideran que esta producción equivale, en volumen, a la oferta suplementaria mundial de crudo en el mercado actual. Si la comunidad mundial no toma las medidas para extirpar de raíz el problema podemos hallarnos, en la región,  ante la matriz de una forma de integración diabólica e inédita.

Como otras fuentes de ingreso de Daesh, numerosas publicaciones citan el desmantelamiento y venta del patrimonio arqueológico sirio e iraquí (el asalto a Mosul se calcula que reportó  más de mil millones de dólares en efectivo), impuestos y tributos en las áreas ocupadas, donaciones, rescates de secuestros y venta de armamento excedente. Es decir, que el pretendido califato se ha preparado para traducir en términos propios el patrocinio de sus progenitores, creando una economía de terror.

Ese engendro se sembró con intencionalidad de perpetuación como Estado (no en balde el nombre), a partir de territorios apropiados por la fuerza. Quisiera dudar que el Irak,  el Afganistán, la Libia de hoy, y este empoderamiento terrorista, se ajusten a las que fueron las previsiones norteamericanas y euroccidentales a la hora inicial de sus ofensivas. Pienso que es algo que se les fue de las manos, aunque tomen décadas en reconocerlo. Han colocado al Mundo a merced de fuerzas que, al sentirse vulnerables o abandonadas, no vacilan en imponer su estilo, sacrificando a 231 viajeros en un avión ruso y otras 130 personas más unos 340  heridos, el viernes 13 de noviembre en una cadena de atentados en París. Y muchas otras acciones, como el atentado suicida que cobró 43 vidas en el Líbano, del que tan poco se ha hablado, un día antes del crimen de París.

Después de que se creyó remontado el estado de guerra en clave global y resurgido en innúmeras manifestaciones locales, recuerdo, desde los años setenta, a los autores y actores que en la América Latina contraponían a una cultura de muerte, los argumentos filosóficos de la cultura de vida, en un llamado que se ha vuelto esencial. La cultura  que legitima el homicidio, la muerte infringida al enemigo, abominado por definición, sin tomar en cuenta que al matar elimina a un ser humano común, con una vida que vale tanto como la de quien le da muerte, así se trate de una bala ciega en el combate. La acción de guerra, al igual que el castigo, pueden alcanzar a hacerse morbo, como en las decapitaciones, o los atentados, selectivos o masivos, aun con autoinmolación. Se llega a matar con acciones insólitas.

Por su parte, la sensación de frustración y el espíritu de venganza que subyace al terrorismo de corte fundamentalista (tenga base religiosa o carezca de ella) no se aviene a la costumbre de alentar, armar y sostener dictaduras y abandonarlas cuando dejan de serles funcionales, experimentado hasta la saciedad por Washington en los países de la América Latina. Podría decirse que, con estos aliados con quienes cometieron el error de aventurarse, muerto el perro, no se acaba la rabia.

¿Cómo detener el efecto dominó cuando el califato se vuelve incontrolable para sus trustees, convirtiéndose en un tumor que puede costar mucha sangre extirpar, y cuyas metástasis no son fáciles de diagnosticar a tiempo? Es evidente que solo la sistemática intervención aérea rusa desde el 15 de septiembre reciente, concertada con las fuerzas armadas sirias, decisivas en este empeño, ha logrado un avance real; ahora Daesh percibe un peligro efectivo. Las potencias occidentales –las que se percaten de la locura–  no tendrán otra opción que concertar su respuesta con Damasco, Irán y Moscú si quieren neutralizar el monstruo que han contribuido a crear, y esa será una concertación muy difícil.

La cooperación occidental levanta un obstáculo muy serio: la condición de la salida de Bashar al Assad. No se trata una discrepancia táctica, soluble por concesiones, sino que está en el centro mismo del problema. El peso del carisma del líder en la cultura política del islam puede hacerse difícil de manejar para las potencias occidentales, no solo cuando se trata de lidiar con regímenes reformistas, sino incluso  en la conducción de regímenes conservadores afines a ellas. Estos últimos, en ocasiones  monárquicos, estamentarios siempre. Pero se hace mucho más problemático cuando se trata de regímenes reformistas, los cuales tampoco escapan a  perfiles autoritarios, pero defienden la nacionalidad con reclamos soberanos definidos, rechazan la injerencia y en muchos casos establecen normas de justicia social y de amparo a la población. Entre los primeros se contabilizan –con  particularidades que los diferencian– las monarquía salawita de Arabia Saudí, la hashemita de Jordania, y la de Hassan y sus descendientes en Marruecos, el Egipto del tiempo de Anwar el Sadat o e Irán del sha Reza Pavlevi, por ejemplo. Frente a estas, sobresalen en la historia los regímenes islámicos laicos en Egipto (República Árabe Unida) de Nasser, Argelia de Boumedienne, Libia de El Gadafi, Irak de Saddan Hussein, Irán de los Ayatolas, o Siria de la dinastía al Assad. También con diferencias más o menos marcadas entre ellos, pero sostenidos, por lo regular, en un consenso mayoritario.

Desde cualquier balcón de la Otan pueden agradar o no, pero eso no da derecho a decidir sus destinos por la fuerza, cuando fracasan en hacerlo por la seducción.

Signados por las posiciones que los agrupan, en una dirección o en la otra, con modelos de explotación basados en esquemas prácticamente feudales de propiedad, o con reformismos que han beneficiado a sectores mayoritarios de su sociedad, intransigentes aquí y allá con sus enemigos políticos. Pero en ningún caso ajeno a una cultura propia, con tradiciones bien arraigadas. La pretensión de desarmarlos o de cambiarlos desde afuera, además de ser ilegítima, significa provocar situaciones caóticas, cualquiera que sea la intención de los interventores.

Si los centros de capital cuidaran mejor su memoria de la codicia imperial, recordarían el siglo de reveses sufridos, desde Thomas Edward Lawrence (Lawrence de Arabia) al buscar influir en  el ordenamiento posterior al derrumbe del imperio otomano, hasta los desastres invasivos en Afganistán (el soviético en 1979 y el norteamericano a continuación), Irak y Libia. En realidad, sin ser un experto, me atrevo a afirmar que quienes ven a al Assad como parte del problema debieran considerar la posibilidad de empezar a mirarlo como parte de la solución.

Lamentablemente, temo que a estas alturas ni siquiera una perspectiva optimista de solución feliz en la región nos pueda dar garantías de paz frente a la onda expansiva a la que llegó ya el espectro del terror. Cerrar el efecto dominó supondría hallar un camino de solución política, pero ese camino tampoco va a darse poniendo la otra mejilla a los suicidas cargados de dinamita. La reciente agresión de Daesh a los habitantes de París demuestra que los hombres y mujeres bombas dejaron de ser casos de excepción, para convertirse en un utensilio macabro.

Tomado de: http://laventana.casa.cult.cu

Aurelio Alonso*Sociólogo y escritor cubano. Licenciado en Sociología en la Universidad de La Habana. Miembro del Consejo de Dirección de la revista Pensamiento Crítico. Autor del libro “Iglesia y política en Cuba revolucionaria”. Es Investigador Titular del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) y Profesor Titular Adjunto de la Universidad de la Habana. Subdirector de la Revista Casa de las Américas. Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas 2013.

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Historia y medios audiovisuales: Una mirada desde Cuba en el 2015. Por: René González Barrios*

Cartel del filme cubano "Mella". Director: Enrique Pineda Barnet

Cartel del filme cubano “Mella”. Director: Enrique Pineda Barnet

Es frecuente escuchar hoy en cualquier rincón del planeta, la frase de que Cuba está de moda. Aceptar como válida esa afirmación, sería simplificar la rica historia de un pueblo en Revolución, al instante en que los presidentes de la Isla y de Estados Unidos, Raúl Castro y Barack Obama, anunciaran el pasado 17 de diciembre, el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos países.

Y no es que los cubanos disfruten con eso de “estar de moda”. Lo cierto es que desde mucho antes del 1ro de enero de 1959, Cuba ocupó titulares en las primeras planas de la prensa internacional, al emprender una revolución popular contra el genocida gobierno del general Fulgencio Batista; y tras esa fecha, por desplegar sólida y firme, una revolución antimperialista, socialista e internacionalista, a solo 90 millas de los Estados Unidos.

Han sido tantos los sacrificios y la voluntad de victoria de una nación ante adversidades y agresiones de todo tipo, que la noticia que verdaderamente estremeció a los cubanos el 17 de diciembre, fue la del retorno a la Patria de los tres héroes prisioneros injustamente en Estados Unidos por combatir el terrorismo.

Cincuenta y siete años de Revolución acumulan un caudal de historias de impacto universal que han marcado un hito en la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI. Cuba se ha erguido como ejemplo de dignidad y resistencia, sobre todo al sobrevivir con la frente en alto, sin ceder un ápice de soberanía, las agresiones militares, económicas, diplomáticas, culturales, etc, de la más poderosa nación imperialista que recuerde la historia.

Quizás por todo ello, el actual mandatario de la Casa Blanca haga tanto hincapié a los cubanos en olvidar la historia y borrar el pasado. Así lo manifestó en la Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago, el 17 de abril de 2009, cuando los líderes del continente le exigieron la presencia de Cuba en estos cónclaves. Allí expresó:

“Para avanzar, no podemos permitirnos ser prisioneros de pasados desacuerdos. No he venido aquí para debatir el pasado. He venido aquí para enfrentar el futuro. Creo, como algunos de los anteriores oradores han declarado, que debemos aprender de la historia, pero no podemos quedar atrapados por ella”.1

Este llamado ha persistido en los miembros del gabinete Obama, como si para los cubanos borrar el pasado ignominioso de ingerencismo estadounidense, fuese una sencilla operación matemática. Cabría recordar aquí el testimonio de Earl T. Smith, embajador de Estados Unidos en Cuba durante la dictadura de Fulgencio Batista, quien al triunfar la Revolución testimonió ante el Senado norteamericano:

“Hasta Castro, los Estados Unidos eran tan abrumadoramente influyentes en Cuba que el embajador americano era el segundo hombre más importante, a veces más importante que el presidente cubano”.

En las actuales circunstancias, EEUU despliega contra Cuba una bien hilvanada y sutil campaña de desmontaje cultural, con la historia como primer objetivo. El fin último es la introducción en los jóvenes cubanos de gérmenes de duda y desconfianza en la dirección de la Revolución, su liderazgo histórico y la pureza del proceso revolucionario. Al respecto, en su discurso del 1ro de enero de 2014 en Santiago de Cuba, el Presidente de Cuba, general de Ejército Raúl Castro Ruz, reflexionaba:

“En nuestro caso, como sucede en varias regiones del mundo, se perciben intentos de introducir sutilmente plataformas de pensamiento neoliberal y de restauración del capitalismo neocolonial, enfiladas contra las esencias mismas de la Revolución Socialista a partir de una manipulación premeditada de la historia y de la situación actual de crisis general del sistema capitalista, en menoscabo de los valores, la identidad y la cultura nacionales, favoreciendo el individualismo, el egoísmo y el interés mercantilista por encima de la moral.

“En resumen, se afanan engañosamente en vender a los más jóvenes las supuestas ventajas de prescindir de ideologías y conciencia social, como si esos preceptos no representaran cabalmente los intereses de la clase dominante en el mundo capitalista. Con ello pretenden, además, inducir la ruptura entre la dirección histórica de la Revolución y las nuevas generaciones y promover incertidumbre y pesimismo de cara al futuro, todo ello con el marcado fin de desmantelar desde adentro el socialismo en Cuba”.2

Ante el hecho inevitable de una revolución que ha convertido a su pueblo en uno de los más instruidos del planeta, la estrategia de la propaganda burda, el mensaje grotesco y la farsa vulgar, ha sido sustituida por una avalancha de información que pareciera concebida en laboratorios, dirigida a impactar directamente en las mentes de nuestros ciudadanos.

A los ataques mediáticos cotidianos, los de los medios imperiales y los blogueros contrarrevolucionarios, se unen, como en las décadas del 60 y 70 del pasado siglo, intelectuales enemigos de nuestro proceso -cubanos y extranjeros-, enfrascados en cambiar la historia, en demostrar verdades que no lo son, y argumentar un pasado edulcorado, que solo existe en mentes impregnadas en la ideología de la clase burguesa derrotada por la Revolución de 1959.

La estrategia de atacar la historia y los valores de una nación para desmembrar su unidad, no es nueva, y tuvo como máximo esplendor, la guerra ideológica contra el campo socialista. Los ideólogos del capital, con Samuel P. Huntington a la cabeza, llegaron a afirmar que con el fin del llamado socialismo real en Europa, la historia había desaparecido. La perestroika y la llamada glasnot, hicieron el juego al imperialismo.

El escenario virtual, junto a la guerra mediática, se ha convertido en uno de los principales campos de batalla de la guerra ideológica y cultural. De ello dan fe las revueltas de las llamadas revoluciones de colores en las ex repúblicas soviéticas, las “primaveras” del Norte de África, el actual conflicto en Siria, la subversión en Venezuela, Ucrania, y la permanente campaña de desmontaje de nuestra historia emprendida por el gobierno de EEUU.

En el caso de Cuba, al nuevo teatro de operaciones con sus sofisticados medios tecnológicos, se une las actuales circunstancias en que se desarrolla el proceso revolucionario, signado por tres elementos fundamentales:

longevidad de la revolución y su liderazgo histórico, con sus múltiples aciertos y también sus desaciertos, hijos todos de la práctica revolucionaria,

inevitables cambios generacionales en la dirección de la Revolución,

desaparición del discurso beligerante y amenazante de los mandatarios estadounidenses respecto a Cuba, y modelación de un seudo discurso de cooperación y diálogo.

En tal escenario, EEUU trata de sacar las ventajas de su galopante desarrollo tecnológico.

Más allá de la añeja polémica sobre cuánto hay de historiador en el periodista y viceversa, lo cierto es que, en la Cuba del siglo XXI, el debate es cada vez más apremiante y necesario. La prensa, o para más exacta definición, los medios de comunicación en sus diferentes formatos, son fuentes para los historiadores y a la vez, plataforma para la divulgación de la historia.

En Cuba, desde hace algún tiempo, el periodismo histórico es una categoría en concursos de periodismo y tema de convocatoria de los Congresos Nacionales de Historia. Sin embargo, esta práctica periodística ha sido poco favorecida por las investigaciones comunicológicas del país, de ahí que no exista una sistematización teórica que permita comprender las peculiaridades de su objeto de estudio.

Por otra parte, según expertos, la especialización en el periodismo se ha convertido en una tendencia en el mundo de hoy, por ello la importancia de una mirada al periodismo de temas históricos como una práctica periodística especializada.

La práctica del periodismo por historiadores fue una constante en la primera mitad del siglo XX. Destacados y reputados intelectuales cubanos, muchos de ellos historiadores de oficio, no de carrera –abogados, médicos, psicólogos, pedagogos y militares–, recrearon en las páginas de los principales diarios y revistas, la historia del país.

El abogado e Historiador de la Ciudad de La Habana, Emilio Roig de Leuchsenring, escribía para las revistas Carteles, Gráfico y Social. En esta última, bajo el seudónimo de Cristóbal de La Habana. En 1942, en la inauguración del Primer Congreso Nacional de Historia, Roig exponía la importancia de socializar la ciencia histórica y difundir el conocimiento de la historia más allá del círculo de los especialistas.

“Pueblos como el cubano -decía entonces-, de integración nacional no lograda plenamente, requieren de un conocimiento más exacto y comprensivo de su historia, para mejor descubrir en el pasado, más o menos remoto, las raíces de sus males, crisis y dificultades presentes, con vistas a un futuro de estabilidad, progreso y engrandecimiento.”

Al triunfo de la Revolución, figuras distinguidas de las letras cubanas y periodistas, incursionaron también en el periodismo de historia, enalteciendo la historia reciente y rescatando del anonimato páginas olvidadas o polémicas del ayer.

Es deber de los historiadores incursionar en el periodismo. La historia debe ser divulgada y llevada a las multitudes para que estas la conozcan, analicen, interioricen y debatan. El historiador no debe contentarse con la publicación de libros excelsos y documentados para especialistas. La historia en la prensa, llámese escrita, radio, televisión o digital, genera el necesario intercambio pueblo-historiador, del que ambos se retroalimentan.

En el último Congreso Nacional de Historia, se realizó una sesión de trabajo sobre el periodismo histórico en la Cuba de hoy. El tema suscitó un intenso debate por parte de los profesionales de la comunicación y de la historia. Se exigió mayor intercambio entre la academia y la prensa, se reflexionó sobre la inexistencia de la crítica histórica, se abogó por la necesidad de un mejor aprovechamiento del lenguaje histórico en los medios audiovisuales y por la especialización de los periodistas.

En la era del desarrollo de las infocomunicaciones, el discurso especializado debe adecuarse a los públicos metas con todo el rigor que la ciencia exige, y la frescura de pensamiento que las jóvenes generaciones demandan.

Generalmente, a la hora de evaluar los impactos de la historia en los medios audiovisuales, los especialistas se debaten en dilucidar las siguientes peculiaridades:

1) ¿Hasta qué punto el audiovisual permite entender la Historia de manera seria y rigurosa? 2) ¿Cuál es el valor histórico del audiovisual como documento o testimonio histórico? 3) ¿Hasta dónde el audiovisual logra la cientificidad por sobre la propaganda política?

Debemos tener en cuenta que el audiovisual tiene códigos y lenguajes propios, y que el conocimiento histórico que trasmite, viene dado en la capacidad del realizador en seleccionar y distinguir los elementos fundamentales de la historia que narra. De hecho, el audiovisual puede convertirse en herramienta insustituible para la enseñanza de la historia y en documento histórico de obligatoria consulta.

Dadas las peculiaridades del momento histórico que hoy vive la Revolución Cubana, el estudio de la historia de la nación se torna imprescindible en pos del futuro y el audiovisual en una efectiva arma de combate. En su discurso por el XX Aniversario de la fundación de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado, nuestro Comandante en Jefe dijo:

“… Para nosotros, la historia, más que minuciosa y pormenorizada crónica de la vida de un pueblo, es base y sostén para la elevación de los valores morales y culturales, para el desarrollo de su ideología y su conciencia; es instrumento y vehículo de la Revolución”.3

Solo a través de la historia podremos enfrentar con éxito la avalancha cultural que el imperio trata de imponer en el mundo, y con especial énfasis, en su nueva estrategia de dominación contra la isla irredenta, rebelde y soberana.

En su obsesión por destruir la Revolución Cubana, sus enemigos centran los ataques en las siguientes direcciones:

Exaltación de la década del 50 y la figura de Fulgencio Batista.

Idealización del pasado capitalista, sobre todo en las esferas económicas y culturales y contraposición con los éxitos alcanzados por la revolución en estas esferas.

Reescritura de nuestras guerras de independencia y revaloración de la burguesía nacional que emergió con la neocolonia.

Sobrevaloración de los artistas e intelectuales cubanos que marcharon al exilio tras el triunfo de la revolución.

Establecimiento de una política de premios que prioriza y estimula a los intelectuales que emiten juicios críticos contrarios al proceso histórico de la Revolución.

Intentos de sembrar la división interna en el pueblo alimentando desconfianzas, rencores históricos y celos, por diferencias generacionales, raciales o de géneros.

Satanización del proceso revolucionario, sus líderes, artistas, e intelectuales comprometidos con él.

Creación de sitios en Internet diseñados para fomentar la nostalgia por el pasado.

Promoción de actitudes desmovilizativas, apolíticas y desideologizadas, entre artistas e intelectuales, fundamentadas en la historia.

Hacer ver la revolución como un proceso de privaciones, agonías y sufrimientos. Eliminar la alegría de la épica revolucionaria y sus triunfos.

Vincular el rumbo socialista con el fracaso del proyecto de revolución.

Son estas, algunas de las principales líneas de ataque de quienes pretenden destruir la Revolución desde la historia.

Estados Unidos parte del criterio de la superioridad cultural norteamericana para dominar el planeta, haciendo de su modelo de vida, una de las fortalezas del sistema. Zbigniew Brezezinski, considerado el halcón por excelencia del gobierno del presidente James Carter -1977 a 1981-, manifestaba entonces que “…deseaba ayudar a que Estados Unidos se ganara los corazones y las mentes de Europa del Este.”4 Convertido en uno de los principales ideólogos imperiales, amigo y asesor personal del actual mandatario de la Casa Blanca, en su obra El Gran Tablero Mundial, Brezezinski, al identificar a EEUU como única superpotencia global extensa, definía los cuatro ámbitos decisivos de su poder global: militar, económico, tecnológico y cultural. Respecto a este último, refería que disfrutaba “de un atractivo que no tiene rival, especialmente entre la juventud mundial,”5 y añadía:

“La dominación cultural ha sido una faceta infravalorada del poder global estadounidense. Piénsese lo que se piense acerca de sus valores estéticos, la cultura de masas estadounidense ejerce un atractivo magnético, especialmente sobre la juventud del planeta. Puede que esa atracción se derive de la cualidad hedonista del estilo de vida que proyecta, pero su atractivo global es innegable. Los programas de televisión y las películas estadounidenses representan alrededor de las tres cuartas partes del mercado global. La música popular estadounidense es igualmente dominante, en tanto las novedades, los hábitos alimenticios e incluso las vestimentas estadounidenses son cada vez más imitados en todo el mundo. La lengua de Internet es el inglés, y una abrumadora proporción de las conversaciones globales a través de ordenador se originan también en los Estados Unidos, lo que influencia los contenidos de la conversación global. Por último, los Estados Unidos se han convertido en una meca para quienes buscan una educación avanzada.”6

En esa carrera por ganar corazones y mentes para el sueño americano, toca a los periodistas, realizadores y comunicadores de nuestros pueblos, levantar alternativas originales y autóctonas que con rigor, calidad y frescura de lenguaje, nos identifiquen y enorgullezcan de nuestras raíces.

En el caso de Cuba, la historia es hoy el más seguro sostén ideológico de nuestro proyecto nacional. Ella se yergue como arma e instrumento de maestros, políticos y ciudadanos, para el afianciamiento de la identidad nacional y sus más genuinos valores. En el estudio y conocimiento de nuestra historia política, social, científica, económica y cultural, descansa el porvenir de la nación. Utilicemos las bondades tecnológicas de la época que nos ha tocado vivir, para legar a las actuales y futuras generaciones una historia a la altura de sus expectativas.

Notas

1-http://www.cubadebate.cu/opinion/20…

2-http://www.cubadebate.cu/opinion/20…

http://old.kaosenlared.net/noticia/…

3-Weiner, Tim. Legado de cenizas. La historia de la CIA. Colección Debate, Barcelona 2008. Página 373.

4-Brezezinski, Zbigniew. El gran tablero mundial. La supremacía estadounidense y sus 5-imperativos geoestratégicos. Editorial Paidos. Barcelona, 2003. Página 33. Ibídem. Pp. 34

Tomado de: http://www.cubadebate.cu

René Gonzalez Barrios*Licenciado en Ciencias Jurídicas en la Universidad de La Habana en 1984. Ha ocupado cargos de especialista y jefe a diferentes niveles en las Fuerzas Armadas Revolucionarias y cursado estudios militares. Cumplió misión internacionalista en la República Popular de Angola (1987-1989). Agregado Militar, Naval y Aéreo de Cuba en los Estados Unidos Mexicanos, entre 1998 y 2003. Es Coronel de las FAR. Miembro de la UNEAC y la UNHIC. Mantiene la sección fija “Precursores”, en la revista Verde Olivo, sobre temas y figuras de la Independencia Patria en el siglo XIX. Presidente del Instituto de Historia de Cuba.

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Dos modelos éticos: una década después de la advertencia de Fidel. Por: Enrique Ubieta Gómez*

Foto: Alex Castro

Foto: Alex Castro

I
En 1989, hace ya un cuarto de siglo, se desmoronaban el muro de Berlín y el proyecto socialista alemán. Era el principio de la caída en serie de los Estados este-europeos, proceso que culminaría en 1991 con la implosión y la desintegración del multinacional Estado soviético. El golpe era colosal: para la idea del socialismo y para los pueblos que peleaban por un mundo otro. Los socialismos no europeos -China, Viet Nam, Cuba- tuvieron que refundarse en un mundo repentinamente unipolar, sin la solidaridad simbólica, económica o militar de un bloque global, sin la certeza de los caminos ya transitados, que en muchos aspectos se verificaban erróneos. Cuba se dispuso a sobrevivir en un período indefinido de privaciones materiales extremas, que llamó “especial”. Y lo logró.

El discurso de Fidel en el Aula Magna en 2005, hace ya diez años, expone una idea que inevitablemente subyace en el entendimiento racional de cualquier proceso histórico-revolucionario en un país aislado y a contracorriente del contexto internacional: la latente reversibilidad de sus transformaciones. Pero las revoluciones, acosadas y agredidas desde todos los flancos (mediático, económico, militar), no pueden darse el lujo de reconocer en su discurso público esa posibilidad. A partir de 1991, sin embargo, fue necesario hacerlo. En sus palabras de 2005 Fidel empieza por declarar, en tono filosófico, la posible extinción de la vida humana en un mundo contaminado y sobrexplotado, y esboza la pregunta, al parecer ajena al tema de su discurso político, de si la especie humana podría emigrar a otro planeta, para enseguida acotar: “¿Nunca se lo han preguntado? Pues en algún momento se lo van a preguntar, porque uno se pregunta muchas cosas a lo largo de la vida, pero se las pregunta sobre todo cuando hay una razón para preguntárselas”. Los que asignan la mayor trascendencia de este discurso al reconocimiento de la reversibilidad del socialismo cubano, o son ingenuos o quieren mantener la atención del lector en la puerta, por la que se entra o se sale, sin dejarlo pasar.

Fidel sabe que la victoria o la derrota de una Revolución ocurren en el terreno cultural, entendido el término en un sentido amplio. Las revoluciones solo pueden extinguirse culturalmente. La consigna que enarbola en los años posteriores al “desmerengamiento” del “socialismo real”, es elocuente: “la cultura es lo primero que hay que salvar”. No se refiere solo, como algunos interpretan, a las bellas artes y a la literatura, ni reduce el empeño a las tradiciones históricas, aunque aquellas y estas sean pilares: la cultura que debe salvarse es la que intercomunica la identidad nacional y la solidaridad socialista; la interna, que se manifiesta en los programas de la llamada “batalla de ideas” -para salvar los hoyos negros de la insolidaridad o de las desigualdades que la dura década del noventa nos legara- y la externa, en los nuevos programas médicos (pedagógicos, deportivos) internacionalistas que se inician en Centroamérica, Haití y Venezuela, la creación de la Brigada Henry Reeve (originalmente, para ofrecer ayuda a los damnificados del ciclón Katrina en Nueva Orleáns), dispuesta a colaborar en cualquier rincón del mundo y en la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), bello proyecto solidario que acogería a miles de estudiantes pobres de América Latina y del Caribe, y posteriormente de África, Asia, Oceanía e incluso de los Estados Unidos. La solidaridad internacionalista tenía en ese contexto un sentido prioritariamente interno: la revitalización del socialismo. En esas coordenadas es que debe leerse y entenderse su muy comentado discurso.

De ideas es la batalla, incluso la que se propone metas materiales. “Son las ideas las que nos unen -dice Fidel en su importante discurso-, son las ideas las que nos hacen pueblo combatiente, son las ideas las que nos hacen, ya no solo individualmente, sino colectivamente, revolucionarios”. Fidel augura, a pesar de todo, el triunfo pleno. Como Agramonte o Céspedes -lo menciona en el discurso-, o como él mismo en Cinco Palmas, que creyeron posible la victoria con apenas doce hombres, dice que la nuestra es “la sociedad en la historia humana que está más cerca de poder calificarse como sociedad justa”, y vaticina que en “un mañana muy próximo, cada ciudadano vivirá fundamentalmente de su trabajo y de sus jubilaciones y pensiones”. Sigue la tradición martiana de enunciar como real, la posibilidad mejor contenida en lo inmediato visible, pero solo realizable con el esfuerzo colectivo. Y no elude la amarga verdad que deberá con urgencia enfrentarse:

¿Dónde está la justicia que no la veo? [pueden decir algunos, acota] no la veo porque aquel gana veinte veces, treinta veces más que yo como médico, o más que yo como ingeniero, o más que yo como catedrático de la universidad, ¿dónde está? Y, ¿por qué? ¿Qué produce aquel? ¿A cuántos educa? ¿A cuántos cura? ¿A cuántos hace felices con sus conocimientos, con sus libros, con su arte? ¿A cuántos hace felices construyéndoles una vivienda? ¿A cuántos hace felices cultivando algo para que puedan alimentarse? ¿A cuántos hace felices trabajando en fábricas, en industrias, en sistemas eléctricos, en sistemas de agua potable, en las calles, o en los tendidos eléctricos, o atendiendo las comunicaciones, o imprimiendo libros? ¿A cuántos?

La inversión de la pirámide social (salarial), los “parásitos” que viven a costa del sudor de los demás, los corruptos, los ladrones y los mentirosos, son enemigos del socialismo. Simultáneamente, Fidel describe las desigualdades e injusticias del capitalismo.

El discurso que conmemoramos es una pieza magistral de oratoria. Fidel conduce el análisis escalonadamente, con una eficiente progresión dramática. Aprovecha el recuerdo de un hecho intrascendente y risible -“al principio de la Revolución […] éramos tan ignorantes que hablábamos del toreo, porque lo habíamos visto allá por México y porque podía atraer el turismo. Vean cuánto sabíamos nosotros, y éramos ya, o creíamos que éramos, muy revolucionarios”- y agrega de inmediato:

Ustedes se están riendo, me alegro, porque me anima a contarles algunas cosas más.

Una conclusión que he sacado al cabo de muchos años: entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo. Parecía ciencia sabida, tan sabida como el sistema eléctrico concebido por algunos que se consideraban expertos en sistemas eléctricos.

Es el primer aviso de algo que está por decir. Unos párrafos más adelante, sin embargo, matiza su afirmación:

Hoy tenemos ideas, a mi juicio, bastante claras, de cómo se debe construir el socialismo, pero necesitamos muchas ideas bien claras y muchas preguntas dirigidas a ustedes, que son los responsables, acerca de cómo se puede preservar o se preservará en el futuro el socialismo.

¿Qué sociedad sería esta, o qué digna de alegría cuando nos reunimos en un lugar como este, un día como este, si no supiéramos un mínimo de lo que debe saberse, para que en esta isla heroica, este pueblo heroico, este pueblo que ha escrito páginas no escritas por ningún otro en la historia de la humanidad preserve la Revolución?

Entonces, retoma uno de los ejes centrales de su pensamiento, compartido por los grandes revolucionarios de la historia cubana, desde Varela y Luz, pasando por Martí, hasta el Che y Fidel: la ética del revolucionario y de la Revolución. Se detiene en la crítica al socialismo soviético, desde la perspectiva ética. Sostiene que Stalin no debió pactar con Hitler, aunque ese tratado le permitía a la acorralada Unión Soviética posponer la invasión a su territorio, promovida por las restantes potencias, y el ejemplo le sirve para negar la concepción de que “el fin justifica los medios”. Por las mismas razones desaprueba la decisión del primer Partido Comunista cubano de pactar con Batista en su primer período presidencial siguiendo las indicaciones soviéticas de crear frentes amplios para enfrentar al nazi fascismo, aunque dice comprender las circunstancias de la época. “Los valores éticos son esenciales, sin valores éticos no hay valores revolucionarios”, sentencia Fidel. Y entonces lanza el segundo aviso, esta vez con una batería de preguntas:

Pienso que la experiencia del primer Estado socialista, Estado que debió arreglarse y nunca destruirse, ha sido muy amarga. No crean que no hemos pensado muchas veces en ese fenómeno increíble mediante el cual una de las más poderosas potencias del mundo, que había logrado equiparar su fuerza con la otra superpotencia, un país que pagó con la vida de más de 20 millones de ciudadanos la lucha contra el fascismo, un país que aplastó al fascismo, se derrumbara como se derrumbó.

¿Es que las revoluciones están llamadas a derrumbarse, o es que los hombres pueden hacer que las revoluciones se derrumben? ¿Pueden o no impedir los hombres, puede o no impedir la sociedad que las revoluciones se derrumben? Podía añadirles una pregunta de inmediato. ¿Creen ustedes que este proceso revolucionario, socialista, puede o no derrumbarse? (Exclamaciones de: “¡No!”) ¿Lo han pensado alguna vez? ¿Lo pensaron en profundidad?

¿Conocían todas estas desigualdades de las que estoy hablando? ¿Conocían ciertos hábitos generalizados? ¿Conocían que algunos ganaban en el mes cuarenta o cincuenta veces lo que gana uno de esos médicos que está allá en las montañas de Guatemala, miembro del contingente Henry Reeve? Puede estar en otros lugares distantes de África, o estar a miles de metros de altura, en las cordilleras del Himalaya salvando vidas y gana el 5 %, el 10 %, de lo que gana un ladronzuelo de estos que vende gasolina a los nuevos ricos, que desvía recursos de los puertos en camiones y por toneladas, que roba en las tiendas en divisa, que roba en un hotel cinco estrellas, a lo mejor cambiando la botellita de ron por una que se buscó, la pone en lugar de la otra y recauda todas las divisas con las que vendió los tragos que pueden salir de una botella de un ron, más o menos bueno.

Es revelador el hecho de que una de esas preguntas, la más importante quizás, es la única respondida de forma espontánea por el auditorio, que la rechaza de inmediato. “¿Creen ustedes que este proceso revolucionario, socialista, puede o no derrumbarse?”, pregunta Fidel y enseguida se escuchan exclamaciones de “¡No!”. En su análisis el líder de la Revolución percibe los problemas, en primer lugar, como retos de carácter ético, cultural, aunque no ignora el peso del factor económico, y calcula una y otra vez los costos del despilfarro: “¿Es solo una cuestión ética?”, dice “Sí, es primero que todo una cuestión ética; pero, además, es una cuestión económica vital”.

Contrapone dos conductas: la del médico que está en las montañas de Guatemala o en la cordillera del Himalaya, salvando vidas, y la del pícaro ladronzuelo que se enriquece vendiendo “gasolina a los nuevos ricos”. Pero no responde aún, aunque insiste en que “el superpoderoso imperio” tiene “planes de transición y planes militares de acción, en determinado momento histórico” y reta a los estudiantes presentes, que son los herederos de la Revolución -no olvidemos que habla con un auditorio estudiantil-, cuando dice que “ellos [los imperialistas] están esperando un fenómeno natural y absolutamente lógico, que es el fallecimiento de alguien. En este caso me han hecho el considerable honor de pensar en mí. Será una confesión de lo que no han podido hacer durante mucho tiempo. Si yo fuera un vanidoso, podía estar orgulloso de que aquellos tipejos digan que tienen que esperar a que yo muera, y ese es el momento”. Entonces regresa a la pregunta:

Les hice una pregunta, compañeros estudiantes, que no he olvidado, ni mucho menos, y pretendo que ustedes no la olviden nunca, pero es la pregunta que dejo ahí ante las experiencias históricas que se han conocido, y les pido a todos, sin excepción, que reflexionen: ¿Puede ser o no irreversible un proceso revolucionario?, ¿cuáles serían las ideas o el grado de conciencia que harían imposible la reversión de un proceso revolucionario? Cuando los que fueron de los primeros, los veteranos, vayan desapareciendo y dando lugar a nuevas generaciones de líderes, ¿qué hacer y cómo hacerlo? Si nosotros, al fin y al cabo, hemos sido testigos de muchos errores, y ni cuenta nos dimos.

Todavía no responde. Ofrece más elementos. Una observación dolorosa queda para el estudio de historiadores y politólogos: el “tremendo” poder de los dirigentes que gozan de la confianza del pueblo puede ser destructivo, si estos se equivocan; “ha pasado más de una vez en los procesos revolucionarios”. Y enseguida se refiere a la introducción de métodos capitalistas: “uno de los grandes errores históricos”. Poco después responderá sin ambigüedades su propia pregunta: “Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra”. Ante esa posible implosión autoinflingida, reclama la acción de todos los cubanos:

Nosotros estamos invitando a todo el pueblo a que coopere con una gran batalla, que no es solo la batalla del combustible, de la electricidad, es la batalla contra todos los robos, de cualquier tipo, en cualquier lugar. Repito: contra todos los robos, de cualquier tipo, en cualquier lugar […] Debemos estar decididos: o derrotamos todas esas desviaciones y hacemos más fuerte la Revolución destruyendo las ilusiones que puedan quedar al imperio, o podríamos decir: o vencemos radicalmente esos problemas o moriremos. Habría que reiterar en este campo la consigna de: ¡Patria o Muerte!

II
En enero de 2006, el teórico alemán residente en México, Heinz Dieterich, publica un artículo pretendidamente solidario con el socialismo cubano, que titula sin ambages, “Tres premisas para salvar la Revolución, a la muerte de Fidel”. Corto, sintético, el texto no sobrepasa las nueve cuartillas. Su objetivo es claro: discrepar de las palabras de Fidel en el Aula Magna -aunque utiliza y mezcla las palabras de otro dirigente de la Revolución, como si la discusión fuese con este- y aconsejar el camino correcto. Dieterich cree que la comunidad internacional entró en estado de shock “cuando el Comandante que durante casi cincuenta años ha aseverado que la revolución es invencible, que “el socialismo es inmortal y el Partido eterno”, de golpe afirma públicamente lo contrario”. Dieterich no discrepa de la interpretación de un tercero, sino del propio Fidel. Lo dice claramente: “La idea central expresada por Fidel en noviembre […] es que la lealtad del pueblo a los dirigentes y su proyecto histórico deba derivarse primordialmente de la ética (valores, ideas y convicciones) y no del consumismo”. De inmediato, propone una enmienda que desenfoca el discurso: “La contradicción correcta sería: ética y consumo, no ética y consumismo”, dice. ¿Por qué sustituye el concepto de consumismo por el de consumo?, ¿por qué existiría una contradicción entre ética y consumo? El consumo garantiza la reproducción material y espiritual de la vida humana. El consumismo en cambio alude a la cultura del tener, que es la del capitalismo; la persona vale por lo que tiene, aun cuando “sea”, es decir, a pesar de sus otros muchos valores. La rectificación escamotea el hecho cultural de que el capitalismo no se sustenta en el consumo, sino en el consumismo. Es correcto afirmar, como hace Dieterich, y refrenda este ensayo, que:

Siendo el patrón de consumo y de cultura popular hoy día predominantemente un patrón universal, no una variable nacional, el choque en Cuba se produce entre el patrón universalizado de consumo de clase media primermundista -que le llega anualmente a la población por vía de dos millones de turistas y, cotidianamente por las películas estadounidenses que transmite la televisión- y el standard de vida que permiten el nivel de las fuerzas productivas y el sistema redistributivo del país.

Pero es preciso añadir que ese patrón es consumista, enajenado y enajenador, y, por tanto, inviable para la Humanidad, desde todas las perspectivas: ecológica, social y económica. El socialismo, o es una propuesta cultural alternativa a la del capitalismo, como entiende Fidel, o es nada. Por eso resulta extraño que solicite a un país pobre y bloqueado, la aceptación -siquiera como referente-, de un modelo inalcanzable, que desvirtúa el proyecto alternativo:

En este sentido, vacunar a los jóvenes ideológicamente contra los elementos esenciales del patrón de vida que ellos consideran justo y necesario, solo alcanzará a una minoría. Más prometedor sería identificar esos elementos, entrar en un intenso debate público, sobre todo con la juventud que es el punto más neurálgico, pero no el único que debería prender los focos de alarma, un debate al estilo de los parlamentos obreros de los noventa, y consensuar el modelo de consumo viable en este momento.

Apelar a la disciplina revolucionaria y los valores éticos en las actuales circunstancias de Cuba, tener que ser como Fidel o el Che, no cambiará el panorama general de la situación, porque las condiciones objetivas no sostienen ese discurso. Para las mayorías será más eficiente discutir democráticamente las alternativas de consumo, por ejemplo, si prefieren más hospitales o transporte, o vivienda, consumo privado, etcétera, y las vías de contemporizar ese patrón con las posibilidades del país. Mayor educación, conocimiento e información no son un antídoto al consumo.

No cuestiono la necesidad de construir consensos, ni de “desformalizar” los mecanismos democráticos del socialismo cubano. Es obvio que hay que “consensuar un modelo de consumo viable”, pero Dieterich, que sigue mirando hacia su “patrón de consumo”, ignora la necesidad de revaluarlo. Como si pudiéramos y deseáramos transitar paulatinamente, tras cada avance (entendido como crecimiento o desarrollo) económico, hacia aquel modelo. No es posible, dice, “vacunar a los jóvenes ideológicamente contra los elementos esenciales de [ese] patrón de vida”; por tanto, no debemos “apelar a la disciplina revolucionaria y [a] los valores éticos en las actuales circunstancias de Cuba, tener que ser como Fidel o el Che”. Y sentencia: “mayor educación, conocimiento e información no son un antídoto al consumo (consumismo)”. Lo que Dieterich en definitiva ofrece no son “tres premisas para salvar la Revolución”, sino tres premisas para explicar su supuesta derrota. Si la guerra cultural es imposible, ¿por qué luchamos?

III
Un excelente pelotero cubano abandona su equipo ganador en plena temporada beisbolera y se escabulle hacia un país desconocido. Su razón: vender como agente libre su fuerza de trabajo deportiva a las Grandes Ligas. Por las recientes cifras pagadas a otros coterráneos y excompañeros del equipo nacional ¿que “escaparon” antes, como él?, podría aspirar con justificada razón a embolsarse una cifra superior a los 40 millones de dólares. El pelotero no puede acceder a un contrato similar desde su país, porque el gobierno estadounidense prohíbe que sea contratado si antes no escenifica el show mediático de una “fuga”, y politiza su decisión. Prohíbe incluso que las federaciones latinoamericanas, subordinadas a las Grandes Ligas, lo contraten, si antes no deserta.

Ante la disyuntiva, elige la “fuga”, es decir, asume que la pelea no es suya, sino entre los gobiernos de Cuba y de Estados Unidos. Lo hace, sabiendo o desconociendo -qué importa, para los adultos no vale la inocencia- que las Grandes Ligas pagan su calidad y al mismo tiempo, el progresivo desmantelamiento del deporte alternativo en Cuba, y que el gobierno enemigo lo recibe y exhibe como refugiado político. No está de moda la palabra, pero (se) traiciona. Algunos conocidos dicen, encogiéndose de hombros: es inevitable, nada podemos hacer frente a la fiesta de los millones. El dinero manda.

Y es obvio que Cuba jamás podría ni querría pagar esa suma -si la pagara, ella misma habría desmantelado el deporte alternativo-. ¿Y qué importancia tiene para unos u otros su existencia? Pues que es una de las expresiones más exitosas de las nuevas relaciones anticapitalistas creadas por la Revolución.

Las medallas que Cuba obtuvo durante décadas en Olimpiadas y campeonatos del orbe eran de verdad, aunque la propaganda enemiga trata de disminuirlas. Junto a esas medallas están los récords de nuestros atletas. Y la decisión de estos de no traicionar el espíritu antimercantil del mal llamado deporte amateur. ¿Cuántos millones rechazaron Teófilo Stevenson y Omar Linares, o más recientemente Alfredo Despaigne, para solo citar algunos ejemplos? Hoy, los peloteros y deportistas cubanos son reconocidos como profesionales, eso está bien, lo que no significa que estén sujetos a las leyes del profesionalismo, es decir, del mercado, lo cual está mejor. Sí, es una manera consciente de ideologizar la pelota, de preservarla como juego sano, porque si no la ideologizamos, la ideologiza el mercado: transforma el juego sano en mercancía. “Sí, soy revolucionario”, dijo firme y claro Antonio Muñoz, el Gigante del Escambray, en Miami, a los interesados aduladores. “Con lo que gano en Cuba vivo”, agregó.

Hoy, nuestros peloteros ganan un salario digno que se incrementa según el rendimiento, y reciben otras facilidades materiales, pueden contratarse en el circuito profesional japonés, y -acaba de suceder con algunos de ellos- ganar en apenas una temporada hasta un millón de dólares. Pero no basta, dicen. Cuarenta millones son más que un millón. La guerra es asimétrica, porque el desafío se plantea en el terreno de los intereses materiales, que es el de ellos.

Replanteémosla en el nuestro: el de la conciencia. O se construye una muralla de principios, de razones, de afectos, o habrá triunfado la cultura del tener, el “todo vale” capitalista. ¿Acaso es inevitable? No puedo decir qué piensa o siente un médico cubano, intensivista, con varias misiones cumplidas (Guatemala, Venezuela y Haití), cuando alguien aparece en su casa, el día de su descanso, y le pregunta sin miramientos: ¿partirías mañana para Liberia, o para Guinea Conakry o para Sierra Leona, a combatir el ébola, la epidemia más letal que enfrenta hoy la Humanidad?, ¿pondrías en riesgo tu vida por esa causa? Pero puedo contar lo que, a veces, sucede: el médico acepta y en tres horas empaca y se despide de padres, esposa e hijas. Se une en La Habana a otros cientos que también han aceptado.

La prensa de la contrarrevolución -no la global, la que cotidianamente reproduce los valores de la insolidaridad, sino la subalterna, la mediocre prensa que se empeña en desmantelar la solidaridad cubana, y elogia la actitud de los peloteros que por cuarenta millones o más, creen que es lícito hacer cualquier cosa-, intenta atemorizar a sus familiares, e insinúa sin pudor que esos médicos y enfermeros viajan forzados por “el hambre”, a cambio de un pago escasamente superior. Para los cínicos, es una respuesta tranquilizadora. Los que se encogen de hombros ante cada deserción, porque, dicen, “hay que adaptarse al mundo en que vivimos”, suspiran complacidos.

Como no puedo decir qué piensa o siente un médico cubano que decide arriesgar su vida, reproduzco la respuesta del doctor Iván Rodríguez Terrero -la suya, no la de otra persona interesada- en una entrevista que le hiciera la periodista Yuliat Acosta para La Calle del Medio:

Soy consciente de que es una misión a la que sabemos que vamos, pero de la que no podemos garantizar el retorno […] Tus hijos están dolidos, pero se sienten orgullosos. Tu esposa está triste porque te vas y a veces las misiones traen miles de dificultades, pero a la vez se siente orgullosa. Y que mis hijos digan: ¡mi papá fue a cumplir una misión arriesgada, tuvo el valor de ir!, sirve de estímulo también para tu familia.

[….] Cuando a nosotros nos dijeron del ébola, nadie preguntó: ¿nos van a pagar? Nunca me ha preocupado eso. Mira, si me hubiese interesado el dinero hubiese dicho: no, espérate, no voy. Yo tengo ya un poco de misiones de riesgo, tengo derecho a cumplir una misión compensada con mejores condiciones. Te digo más, yo estaba de certificado, tengo un dedo del pie fracturado, eso aquí no lo sabe nadie, y me dije: ¡me voy!

Esos médicos y esos peloteros, los que rechazan las ofertas que pisotean principios y los que las aceptan, viven en la misma sociedad. El problema no es que alguien quiera ganar mucho dinero, es lo que estaría dispuesto a hacer o no para ganarlo, qué entregaría a cambio. Habrá que construir consensos para la Cuba socialista que queremos y habrá que rechazar los que construye la globalización capitalista. Los consensos no son verdades. Fidel es irrepetible, pero ello no significa que debamos domeñar los sueños. Los que creen que las cosas sin él ya no pueden ser, no confían en el pueblo y no son, por tanto, verdaderos revolucionarios ¿ni entendieron a Fidel? Coinciden con el imperialismo; es la razón por la que podemos vencerlo. Los cientos de médicos y enfermeros que partieron hacia África, son una prueba irrefutable: en el pueblo hay reservas morales que esperan, que necesitan ser convocadas. El discurso de Fidel en el Aula Magna, pronunciado hace diez años, conserva plena vigencia. Los sietemesinos leerán apenas unas líneas e inferirán que la Revolución reconocía en ellas la inminente derrota; los revolucionarios entenderán que Fidel convocaba a la batalla cultural, ética, como siempre lo hacía, para vencer. Porque no hay alternativas.

Referencias bibliográficas
CASTRO RUZ, FIDEL: “Discurso pronunciado por Fidel Castro Ruz, Presidente de la República de Cuba, en el acto por el aniversario 60 de su ingreso a la universidad, efectuado en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, el 17 de noviembre de 2005”, Versiones Taquigráficas-Consejo de Estado, <http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/2005/esp/f171105e.html&gt; [3/1/2006].
DIETERICH, HEINZ: “Cuba: tres premisas para salvar la Revolución, a la muerte de Fidel”, <http://www.rebelion.org/noticia.php?id=25012&gt; [3/1/2006].
UBIETA GÓMEZ, ENRIQUE: Cuba, ¿revolución o reforma?, Casa Editora Abril, La Habana, 2012.
UBIETA GÓMEZ, ENRIQUE: “Las reservas morales”, jueves, 2 de abril de 2015, <http://www.cubasi.cu/cubasi-noticias-cuba-mundo-ultima-hora/item/33363-las-reservas-morales&gt;.

Notas aclaratorias
1. Fidel Castro Ruz: “Discurso pronunciado por Fidel Castro Ruz, Presidente de la República de Cuba, en el acto por el aniversario 60 de su ingreso a la universidad, efectuado en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, el 17 de noviembre de 2005”, p. 2.
2. Ibídem, p. 12.
3. Ibídem, p. 13.
4. Ibídem, p. 24.
5. Ibídem, p. 35.
6. Ibídem, p. 26.
7. Ibídem, pp. 30-31.
8. Ibídem, p. 32.
9. Ibídem, p. 34.
10. Ibídem, p. 36.
11. Ibídem, pp. 47 y 57.
12. Heinz Dieterich: “Tres premisas para salvar la Revolución, a la muerte de Fidel”, Ética, consumo y conocimiento, p. 2.
13. Ibídem, pp. 2-3.
14. Ibídem, p. 3.
15. Iván Rodríguez Terrero: “Entrevista realizada por Yuliat Acosta”, citado en Enrique Ubieta: “Las reservas morales”.

Fuente: Revista Universidad de La Habana

Tomado del blog: https://dialogardialogar.wordpress.com

Enrique Ubieta*Ensayista y periodista. Es autor de los libros Ensayos de identidad (1993), De la historia, los mitos y los hombres (1999), La utopía rearmada (2002), Venezuela rebelde (2006) y Cuba, ¿revolución o reforma? (2012), entre otros. Integró el equipo de redacción de la Historia de la literatura cubana en tres tomos, que preparó el Instituto de Literatura y Lingüística. Fundó y dirigió la revista Contracorriente (1995 – 2004) y la Videoteca Contracorriente del ICAIC (2003 – 2007). Actualmente dirige La Calle del Medio, publicación de opinión y debate. Recibió en 2002 la Distinción por la Cultura Nacional y en el 2011 la Orden Félix Elmuza.

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