Textos prestados

América desde el balcón afroasiático

Presencia de América Latina. Mural de Jorge González Camarena, 1965

Por Ernesto Che Guevara

Publicado en la revista Humanismo, correspondiente al número de septiembre-octubre de 1959.

Para los asiáticos, hablar de América (la nuestra, la irredenta) es hablar de un continente impreciso, tan desconocido para ellos como lo es para nosotros esa inmensa parte del mundo cuyas ansias libertarias encontraron el vehículo de expresión apropiado en el pacto de Bandung.

Nada se conocía de América, salvo, quizás, que era un gigantesco sector del mundo donde vivían nativos de piel oscura, taparrabos y lanzas, y donde una vez había arribado un tal Cristóbal Colón, más o menos en la misma época en que otro tal Vasco de Gama cruzara el Cabo de las Tormentas e inaugurara un terrible paréntesis de siglos en la vida cultural, económica y política de esos pueblos. Nada concreto se agrega a este conocimiento, excepto un hecho para ellos casi abstracto, que se llama “Revolución Cubana”. Efectivamente, Cuba es para ese mundo lejano una abstracción que significa sólo despertar, apenas la base necesaria para que surgiera el ser mitológico llamado Fidel Castro. Barbas, cabello largo, uniforme verde olivo y unos montes sin localización precisa en un país del que apenas saben su nombre —y no todos saben que es isla― es la Revolución Cubana, es Fidel Castro; y esos hombres barbados son “los hombres de Castro” y esos hombres, provenientes de una isla indiferenciable en el mapa, movidos por el resorte mágico de un nombre mitológico, es América, la nueva América, la que despereza sus miembros entumidos de tanto estar de rodillas.

Hoy va desvaneciéndose la otra América, la que tiene hombres desconocidos que trabajan miserablemente el estaño, por cuya causa, y en cuyo nombre, se explota hasta el martirio a los trabajadores del estaño indonesio; la América de los grandes cauchales amazónicos donde hombres palúdicos producen la goma que hace más ínfimo el salario de los caucheros de Indonesia, Ceilán, o Malaya; la América de los fabulosos yacimientos petrolíferos, por los cuales no se puede pagar más al obrero del Irak, la Arabia Saudita o el Irán; la del azúcar barato que hace que el trabajador de la India no pueda recibir mayor remuneración por el mismo trabajo bestial bajo el mismo sol inclemente de los trópicos.

Distintas, y sorprendidas, aún de su osadía de desear ser libres, el África y el Asia empiezan a mirar más allá de los mares. ¿No será que ese otro almacén de granos y materias primas tiene también una cultura detenida por la colonia y millones de seres con los mismos anhelos simples y profundos de la grey afroasiática? ¿No será que nuestra hermandad desafía el ancho de los mares, el rigor de idiomas diferentes y la ausencia de lazos culturales, para confundirnos en el abrazo del compañero de lucha? ¿Se deberá ser más hermano del peón argentino, el minero boliviano, el obrero de la United Fruit Company o el machetero de Cuba que del orgulloso descendiente de un samurai japonés, aunque quien esto analice sea un obrero japonés? ¿No será que Fidel Castro es, más que un hecho aislado, la vanguardia del pueblo americano en su lucha creciente por la libertad? ¿No será un hombre de carne y hueso? ¿Un Sukarno, un Nerhu o un Nasser?

Los pueblos liberados empiezan a darse cuenta del enorme fraude que se cometiera con ellos, convenciéndolos de una pretendida inferioridad racial, y saben ya que podían estar equivocados también en la valorización de pueblos de otro continente.

A la nueva conferencia de los pueblos afroasiáticos ha sido invitada Cuba. Un país americano expondrá las verdades y el dolor de América ante el augusto cónclave de los hermanos afroasiáticos. No irá por casualidad; va como resultado de la convergencia histórica de todos los pueblos oprimidos, en esta hora de liberación. Irá a decir que es cierto, que Cuba existe y que Fidel Castro es un hombre, un héroe popular, y no una abstracción mitológica; pero además, explicará que Cuba no es un hecho aislado sino signo primero del despertar de América.

Cuando cuente de todos los oscuros héroes populares, de todos los muertos sin nombre en el gran campo de batalla de un Continente; cuando hable de los “bandidos” colombianos que lucharon en su patria contra la alianza de la cruz y la espada; cuando hable de los “mensú” paraguayos que se mataron mutuamente con los mineros de Bolivia, representando, sin saberlo, a los petroleros de Inglaterra y Norteamérica, encontrará un brillo de estupor en las miradas; no es el asombro de escuchar algo inaudito, sino el de oír una nueva versión, idéntica en desarrollo y consecuencias a la vieja versión colonial que vivieron y padecieron durante siglos de ignominia.

América toma forma y se concreta. América, que quiere decir Cuba; Cuba, que quiere decir Fidel Castro (un hombre representando un Continente con el solo pedestal de sus barbas guerrilleras), adquiere la verosimilitud de lo vivo. El Continente se puebla, ante la imaginación afroasiática, de hombres reales que sufren y luchan por los mismos ideales.

Desde la nueva perspectiva de mi balcón, aprendo también a valorar esto de que fui copartícipe desde el momento sublime de los “doce”, y veo diluirse las pequeñas contradicciones que agigantaba la perspectiva para darle su verdadera trascendencia de acontecer popular americano. Con esta perspectiva puedo valorar el gesto infantil, por lo ingenuo y espontáneo, del hombre lejano que acaricia mis barbas preguntando en lengua extraña: “¿Fidel Castro?”, agregando: “¿Son ustedes los miembros del Ejército guerrillero que está encabezando la lucha por la libertad de América? ¿Son, entonces, nuestros aliados del otro lado del mar?” Y tengo que contestarle a él, y a todos los cientos de millones de afroasiáticos que como él marchan hacia la libertad en estos nuevos e inseguros tiempos atómicos, que sí; más aún: que soy otro hermano, otro entre la multitud de hermanos de esta parte del mundo que espera con ansiedad infinita el momento de consolidar el bloque que destruya, de una vez y para siempre, la presencia anacrónica de la dominación colonial…

Tomado de: Centro de Estudios Che Guevara

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La CELAC y los cambios en América Latina

AMLO y Díaz-Canel Foto La silla rota

Por Jesús Arboleya

Cuando el 23 de febrero de 2010, en la Riviera Maya mexicana, tomaba cuerpo la idea de crear la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y un año después se consolidaba en Caracas, Venezuela, bajo la presidencia de Hugo Chávez, parecía haberse alcanzado el sueño integrador de Simón Bolívar, al convocar al Congreso Anfictiónico de Panamá en 1826.

A fin, los 33 países del subcontinente americano parecían ser capaces de reunirse para zanjar disputas, conjugar intereses y proyectar planes de futuro, sin la tutela hegemónica de Estados Unidos. El acuerdo de declarar a América Latina y el Caribe como “Zona de Paz”, suscrito en la II Cumbre de La Habana, en 2014, así como el peso que tuvo el consenso latinoamericano y caribeño en el proceso que condujo al restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, en 2015, reflejaban la validez del emprendimiento y el predominio de las posiciones más progresistas e independientes, en el actuar de los países de la región.

Pero la reacción de la derecha no se hizo esperar, los golpes de Estado a Manuel Zelaya, en Honduras; Fernando Lugo, en Paraguay y, sobre todo, a Dilma Rousseff, en Brasil, así como las victorias electorales de Mauricio Macri, en Argentina; Sebastián Piñera, en Chile; Jair Bolsonaro, en Brasil; Iván Duque, en Colombia y Luis Lacalle, en Uruguay, unido a la escandalosa traición de Lenin Moreno, en Ecuador, cambiaron radicalmente el panorama político latinoamericano.

En 2011, para contrarrestar el modelo integracionista de la CELAC, los gobiernos neoliberales de Colombia, Chile, México y Perú proyectaron la creación de la Alianza del Pacífico y, en agosto de 2017, específicamente para actuar contra Venezuela, fue creado el llamado Grupo de Lima, compuesto por nueve países latinoamericanos, cuatro caribeños y Canadá. Estados Unidos no aparece formalmente en estas iniciativas, pero se siente su presencia, en especial cuando Donald Trump asumió la presidencia y se desbordaron las políticas más reaccionarias.

La OEA, bajo la secretaría de otro renegado de la izquierda, el uruguayo Luis Almagro, retomó el rol protagónico que había perdido como resultado del avance de los gobiernos progresistas y con la promoción, en 2019, del golpe de Estado contra Evo Morales, en Bolivia, asumió el perfil de sus peores momentos. La CELAC aparece desarticulada en esos momentos, hasta el punto de la incapacidad para convocar a sus reuniones durante varios años, pero no desapareció, se mantuvo en hibernación y ello constituyó un respiro en la desgracia.

Cuando parecía que América Latina y el Caribe estaban destinados a volver a vivir décadas de gobiernos de derecha, subordinados en cuerpo y alma a Estados Unidos, las cosas volvieron a cambiar. En especial, Venezuela ha resistido los embates de la agresión y el aislamiento, llevados a niveles solo comparables con lo sufrido por Cuba, que nuevamente también ha sobrevivido a las políticas más destructivas de Estados Unidos.

Las protestas sociales no pudieron ser detenidas por la brutal represión policial y se extendieron por Chile, Argentina, Perú, Ecuador, Colombia, Bolivia y otros países gobernados por la derecha. Alberto Fernández ganó las elecciones argentinas, el MAS de Bolivia se recuperó del golpe de Estado y ganó las nuevas elecciones convocadas en su país, Pedro Castillo obtuvo una cerrada victoria en Perú y su primera decisión, en política exterior, fue retirar la sede del Grupo de Lima, que finalmente se ha declarado disuelto.

Sobre todo, en 2018, triunfó Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en México y ese país volvió a mostrar su vocación histórica de liderazgo latinoamericano y caribeño, abandonado por los últimos gobiernos del PAN y el PRI, que adoptaron una política de subordinación vergonzante a los dictados norteamericanos.

Aunque formaba parte del Grupo de Lima, el gobierno de AMLO se negó a sumarse a la política contra Venezuela. A costa de un riesgo político extraordinario, tomó medidas para el rescate de Evo Morales de los golpistas bolivianos y ofreció refugio a muchos dirigentes del MAS en su embajada en La Paz. México brindó su territorio para las conversaciones entre el gobierno venezolano y la oposición, así como, junto con Argentina, propuso la recuperación de la CELAC y la sustitución de la OEA, por una institucionalidad de nuevo tipo, libre de subordinaciones a Estados Unidos.

La convocatoria a la VI Cumbre de la CELAC, celebrada el pasado 18 de septiembre en Ciudad México, debe ser entendida como una necesidad para reducir la asimetría de México en sus relaciones con Estados Unidos y poder encararlas bajo los principios de soberanía y autodeterminación, tan valorados en las tradiciones de la política exterior mexicana.

Esto explica el interés de AMLO por resaltar la presencia de Cuba, lo que se concretó con una invitación especial al presidente Miguel Díaz Canel, para ser honrado en las celebraciones por el Grito de Dolores, donde AMLO reafirmó su propuesta, a todas luces simbólica, de declarar a la resistencia cubana frente a los ataques de Estados Unidos, como patrimonio de la humanidad.

Ningún interés doméstico justifica esta actitud, precisamente en uno de los momentos más complejos de la situación cubana, cuando mayor capital político se arriesga al defenderla. Si acaso, aparte de las razones de Estado, AMLO se dio el gusto de mostrar toda su dimensión de hombre de izquierda, porque eso es lo que representa apoyar a Cuba, sobre todo para los mexicanos.

Más allá de sus resultados concretos y la anécdota de las trifulcas de Lacalle con Maduro y Díaz Canel, la importancia de esta cumbre es que pudo celebrarse en medio de la pandemia, con la presencia de 16 jefes de Estado y representantes de todos los países, salvo el Brasil de Bolsonaro, gracias a la capacidad de convocatoria demostrada por México y al interés subyacente en la mayoría de los gobiernos latinoamericanos y caribeños de mantener viva la CELAC, a contrapelo del gusto de Estados Unidos.

Tomado de: Progreso Semanal

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El capitalismo no está muerto

Por Marcelo Colussi

Algunas décadas atrás, cuando a nivel mundial se conjugaron una serie de elementos que presentaban un panorama favorable a las fuerzas progresistas (avance del pensamiento de izquierda, movimientos populares en alza, guerrillas de orientación marxista, mística guevarista, mayo francés, teología de la liberación), era pensable que la toma del poder y la construcción de un mundo nuevo concebido desde ideales socialistas de justicia estaban a la vuelta de la esquina. Las décadas del 60 y 70 del siglo pasado, quizá con un aire excesivamente triunfalista –pero honesto, saludable, para echar de menos y reivindicar hoy día– lo permitían deducir: las causas populares y de justicia avanzaban impetuosas.

En estos momentos, bien entrado ya el siglo XXI, aquella marea de cambio que se mostraba imparable no existe. No sólo eso: muchos de los avances sociales conseguidos durante los primeros años del siglo XX hoy día se han revertido, en tanto que el ambiente dominante a escala planetaria se pretende que sea, al menos desde los poderes centrales que dictan las políticas globales, despolitizado, desideologizado, light. La pandemia actual viene a reforzar esa situación de postración para las grandes mayorías populares.

El sistema capitalista, de quien se anunciaba victorioso estaba por caer –eso se creía con profunda honestidad– no cayó. Lejos de ello, se muestra muy vivo, activo, vigoroso. De la Guerra Fría que marcó a sangre y fuego por largos años la historia global, fue el capitalismo quien salió airoso, y no la propuesta socialista. El muro de Berlín, símbolo de esa confrontación justamente, se terminó vendiendo por trocitos como recuerdo turístico. Y de las posiciones ideológicas de izquierda que definieron buena parte de los acontecimientos del siglo XX hoy parecieran quedar sólo algunos sobrevivientes, pero no son las que marcan el ritmo de los acontecimientos.

Vistas así las cosas, el panorama pareciera sombrío. En un sentido, lo es. Las represiones brutales que siguieron a esos años de crecimiento de las propuestas contestatarias, los miles y miles de muertos, desaparecidos y torturados que se sucedieron en cataratas durante las últimas décadas del siglo XX en los países del Sur con la declaración de la emblemática Margaret Tatcher “no hay alternativas” como telón de fondo, el miedo que todo ello dejó impregnado, son los elementos que configuran nuestro actual estado de cosas, que sin ninguna duda es de desmovilización, de desorganización en términos de lucha de clases. Lo cual no quiere decir que la historia está terminada. La historia continúa, y la reacción ante el estado de injusticia de base (que por cierto no ha cambiado) sigue presente. Ahí están nuevas protestas y movilizaciones sociales recorriendo el mundo, quizá no con idénticos referentes a los que se levantaban décadas atrás, pero siempre en pie de lucha reaccionando a las mismas injusticias históricas, con la aparición incluso de nuevos frentes: las reivindicaciones étnicas, de género, de identidad sexual, la lucha por el medio ambiente.

De todos modos, aunque es cierto que las luchas reivindicativas no terminaron –ni es posible que terminen, porque son el motor de la historia precisamente–, están adormecidas. En términos generales lo que se ha inoculado en la cultura política de la población planetaria es el conformismo, la cultura “light”, la mansedumbre. Eso marca el momento actual. Las políticas neoliberales de estas últimas décadas sirven para acallar protestas: se trabaja cada vez más sin prestaciones sociales, sin sindicatos, en condiciones de mayor pauperización, y no hay que protestar porque se puede perder el escaso trabajo. En ese sentido, el capitalismo no está muerto. Las ganancias capitalistas, pese a la pandemia, siguen creciendo.

El sistema, que sin ningún lugar a dudas no puede solucionar todos los problemas humanos que hoy día ya son solucionables gracias al desarrollo científico-técnico, no está agotado. Con varios siglos de existencia, sabe arreglárselas muy bien para permanecer de pie. En la guerra contra el socialismo, hoy por hoy va ganando. Pero eso no es una buena noticia para la humanidad, porque la prosperidad de unos pocos asienta en las penurias de las grandes mayorías planetarias. Después de la pandemia no se ve, al menos en principio, un horizonte post capitalista. Al contrario, todo augura más capitalismo, con una super potencia en declive disputando la hegemonía mundial con otras dos super potencias (con capitalismo de Estado y capitalismo mafioso una, con socialismo de mercado la otra). Las guerras no han desaparecido de la historia, sino que siguen siendo una cruda realidad, y la posibilidad de un holocausto termonuclear está siempre abierta. Ante este mundo y la nueva normalidad que se avecina, con este “Gran Reinicio” que los capitales occidentales propician, la clase trabajadora mundial no puede sentir ninguna alegría. Si nuevas pandemias podrán venir, y la salud seguirá siendo un bien comercializable, el camino capitalista es un callejón sin salida. Por tanto, como gran tarea pendiente, estamos llamados a construir algo distinto, una alternativa a este modo de producción basado solo en el lucro, que prescinde tanto del ser humano –a quien transforma en esclavo asalariado, o lo desecha producto de la robotización– o se lleva por delante la naturaleza, olvidando que hay un solo planeta, que nuestra casa común no es una infinita cantera para explotar. Entonces: el sistema no está en fase de agonía, sino que se ha transformado en un “viejo mañoso”, aún con mucha energía.

¿Por qué “viejo mañoso”? Porque está dando renovadas muestras que “se las sabe todas”, y con aire mafioso no sólo sobrevive como sistema, sino que aún no se le ve final a la vista. Y peor aún: que para seguir sobreviviendo apela a cuanto juego sucio podamos imaginarnos, de lo más deleznable, bajo y ruin, pero siempre presentado como políticamente correcto.

Es un dato muy importante, y que en términos estratégicos de mediano plazo marca un escenario desconocido años atrás: el capitalismo de las que hasta hoy son las potencias, Estados Unidos y Europa, ya no está creciendo más, sino que se recicla. La potencia juvenil de los primeros burgueses de las ciudades medievales europeas, la potencia de los primeros cuáqueros llegando en el Mayflower a la tierra de promisión americana, todo eso ya no existe. En todo caso el nuevo capitalismo chino está dando muestras de una vitalidad ya perdida en los puntos históricos de desarrollo. Aún es un misterio cómo se seguirá comportando este nuevo capitalismo (o socialismo de mercado), si seguirá los mismos pasos seguidos por las potencias tradicionales (incluyendo a Japón), transformándose en un nuevo imperialismo guerrerista, tal como todos los crecimientos capitalistas considerables terminaron dando como resultado, o es una variante digna de ser observada con detenimiento. ¿Espejo donde pueda mirarse la gran masa de trabajadores y empobrecidos del mundo? Quizá no por ahora. Lo cierto es que en los países históricos del sistema (y en Estados Unidos más aún, líder de ese arrollador crecimiento de la empresa privada por más de un siglo), todo indicaría que se está involucionando. Pero no desapareciendo.

¿Qué significa esto? Que el capitalismo, como sistema desarrollado hasta niveles descomunales en cuanto a lo técnico, encontró un límite y se ha comenzado a dedicar cada vez más a sobrevivir, permítasenos decirlo así: en la holgazanería. La creatividad industrial, que por supuesto no ha muerto, se va trocando hacia formas de parasitismo social, fabulosas para los grandes poderes, pero inservibles para la población, y para el sistema mismo. La savia productiva se va viendo reemplazada por la especulación financiera, y entre los negocios más redituables van consolidándose los ligados a la destrucción: las armas, la guerra, el narcotráfico. En ese sentido, entonces, el capitalismo no está muerto, pero sí severamente enfermo, aunque pueda sobrevivir por mucho tiempo más aún.

La crisis financiera actual viene a resaltar los límites infranqueables del sistema: desde un esquema capitalista, que se basa sólo en la obtención de ganancia empresarial a cualquier costo y nada más, la inercia misma del sistema hace prescindible a la gente y lo único que interesa es la acumulación. Esta lógica se independiza y se mueve sola, casi con la lógica de una máquina automatizada. El sistema no puede reparar en la gente de carne y hueso; eso no importa, es prescindible, no cuenta al final del proceso. La acumulación capitalista llega a tal nivel de autonomización que lo más importante puede llegar a ser la muerte, si es que eso “da ganancia”. Tan es así que el actual modelo capitalista lo demuestra con creces: la guerra, la muerte, los negocios sucios como el trasiego de estupefacientes, son su energía vital. Y cada vez más. Uno de los pocos negocios que creció durante la pandemia fue, justamente, la industria militar (junto a la banca, las farmacéuticas y los ligados a inteligencia artificial).

El capitalismo chino, segunda economía a escala planetaria y siempre en ascenso, aún en plena crisis financiera de los grandes centros capitalistas históricos, de momento no muestra estas características mafiosas. Seríamos quizá algo ilusos si pensamos que ello se debe a una ética socialista que aún perduraría en el dominante Partido Comunista que sigue manejando los hilos políticos del país. En todo caso responde a momentos históricos: la revolución industrial de la Inglaterra de los siglos XVIII y XIX China recién ahora la está pasando, al modo chino por supuesto, con sus peculiaridades tan propias (la sabiduría y la prudencia, ante todo). Queda entonces el interrogante de hacia dónde se dirigirá ese proyecto. Pero lo que es descarnadamente evidente es que el capitalismo ya envejecido se mueve cada vez más como un capo mafioso, como un “viejo mañoso”, pleno de ardides y tretas sucias. Entre las actividades comerciales más dinámicas hoy día a nivel mundial se encuentran la producción de armas y el tráfico de drogas ilícitas. Y los dineros que todo eso genera alimentan las respetables bolsas de comercio que marcan el rumbo de la economía mundial al tiempo que se esconden en mafiosos paraísos fiscales intocables. En ese sentido, la enfermedad estructural define al capitalismo actual.

Si el negocio de la muerte se ha entronizado de esa manera, si lo que duplica fortunas inconmensurables a velocidad de nanotecnología es la constante en los circuitos financieros internacionales, si en una simple operación bursátil se fabrican cantidades astronómicas de dinero que no tienen luego un sustento material real, si el capitalismo en su fase de hiper desarrollo del siglo XXI se representa con paraísos fiscales donde lo único que cuenta son números en una cuenta de banco sin correspondencia con una producción tangible, si destruir países para posteriormente reconstruirlos está pasando a ser uno de los grandes negocios, si lo que más se encuentra a la vuelta de cada esquina son drogas ilegales como un nuevo producto de consumo masivo mercadeado con los mismos criterios y tecnologías con que se ofrece cualquier otra mercadería legal, todo esto demuestra que como sistema el capitalismo no tiene salida.

Por supuesto que al sistema eso no le molesta especialmente. “Si da dinero, eso es lo que cuenta”, es la macabra sentencia. Así nació, creció y se globalizó el sistema. Así arrasó buena parte de la naturaleza y diezmó culturas ancestrales, arrollando a su paso todo lo que le significaba un obstáculo en su loca carrera por acumular. Pero hoy se ha entrado en una nueva fase donde al sistema ya no le interesa sólo la producción de bienes y servicios útiles para sus consumidores, pues lo único que lo mueve es la continuación de esa acumulación. Y como el capitalismo tiene un tope en tanto sistema en la producción de esos bienes, para seguir manteniéndose debe generar nuevos espacios donde desarrollarse, donde seguir reproduciéndose. Es así que va perfilándose este capitalismo de corte mafioso, este “viejo mañoso” interesado en promover nuevos campos de consumo como las guerras y el uso masivo de drogas ilegales.

Esto no es un simple hecho anecdótico, una transgresión, una travesura. La producción de guerras y la distribución planetaria de drogas ilícitas pasaron a ser parte de una estrategia de sobrevivencia del sistema, tanto porque genera las mayores cantidades de dinero que alimentan la economía global como por los mecanismos de control políticosocial y cultural que permiten. Esta nueva fase mafiosa que empieza a atravesar el sistema, que ya viene perfilándose desde las últimas décadas del siglo pasado, es la tónica dominante. China, con un capitalismo joven aún, no requiere de estos mecanismos. Los grandes bancos europeos, y más aún, los estadounidenses, ya han comenzado a hacer de ellos los engranajes que mantienen vivo el sistema.

El capitalismo no está en crisis terminal. Convive estructuralmente con crisis de superproducción, desde siempre, y hasta ahora ha podido sortearlas todas. Estos nuevos negocios de la muerte son una buena salida para darle más aire fresco. Lo trágico, lo terriblemente patético es que el sistema cada vez más se independiza de la gente y cobra vida propia, terminando por premiar el que las cuentas cierren, sin importar para ello la vida de millones y millones de “prescindibles”, de “población sobrante”, población “no viable”. Ello es lo que autoriza, una vez más, a ver en el capitalismo el principal problema para la humanidad. Esto es definitorio: si un sistema puede llegar a eliminar gente porque “no son negocio”, porque consumen demasiados recursos naturales (comida y agua dulce, por ejemplo) y no así bienes industriales (es lo que sucede con toda la población del Sur), si es concebible que se haya inventado el virus de inmunodeficiencia humana –tal como se ha denunciado insistentemente– como un modo de “limpiar” el continente africano para dejar el campo expedito a las grandes compañías que necesitan los recursos naturales allí existentes, si un sistema puede necesitar siempre una cantidad de guerras y de consumidores cautivos de tóxicos innecesarios, ello no hace sino reforzar la lucha contra ese sistema mismo, por injusto, inhumano, inservible, por atroz, por sanguinario. Porque, lisa y llanamente, ese sistema es el gran problema de la humanidad, pues no permite solucionar cuestiones básicas que hoy día sí son posibles de solucionar con la tecnología que disponemos, tales como el hambre, la salud, la educación básica. Como dijo Fidel Castro: “Las bombas podrán terminar con los hambrientos, con los enfermos y con los ignorantes, pero no con el hambre, con las enfermedades y con la ignorancia”.

El “viejo mañoso” en que se ha transformado el capitalismo, en definitiva, no es sino la expresión actualizada de algo que desde hace 200 años sabemos que no tiene salida. Que se salven algunos grupos elitescos en presumibles instalaciones fuera de este planeta (la ciencia ficción ya no nos sorprende) no significa salida alguna. En ese sentido es cada vez más claro, como dijera la revolucionaria Rosa Luxemburgo, que “socialismo o barbarie”. Si la salida para el capitalismo son guerras, consumidores pasivos de drogas y población “light” despolitizada, eso no es sino la más elemental justificación para seguir peleando denodadamente por cambiarlo. Este “viejo mañoso” no es sino la patética expresión de la barbarie, la negación de la civilización, la porquería más radical. ¿Cómo es posible haber llegado a esta locura en la que vale más la propiedad privada sobre un bien material que una vida humana? ¿Cómo es posible que para mantener esto se apele a la muerte programada, fría y calculada? Eso es la barbarie, y eso nos tiene que seguir convocando a su transformación.

Tomado de: Alainet

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El significado cultural de los selfies

Por Susana Gómez Nuño @susanagonu

A diferencia de la fotografía tradicional, los selfies o autorretratos adquieren un nuevo significado cultural, fruto de la necesidad de visualizar nuestra presencia en el paisaje, de ser sujetos que colonizan el espacio y lo proyectan. El selfie como expresión cultural puede ser interpretado de diversas formas por diferentes autores y dar respuesta a esa necesidad de representarnos en imágenes que, a su vez, fomenta la conformación de nuestra identidad.

Tradicionalmente, la fotografía ha estado guiada por un afán de recoger un instante solemne, un momento único inmortalizado en un documento de memoria, pero esta obsesión de evocación se ha visto menoscabada por el nuevo uso de la fotografía, en la actualidad, como acto de comunicación, de relación, en detrimento de la idea clásica de recuerdo. El valor de la imagen ha cambiado y ha dejado paso a las marcas biográficas, a un énfasis en la manifestación de nuestra presencia, en un acontecimiento más que el acontecimiento en sí.

La producción de fotografías ya no se limita a un reducido grupo, sino que, ahora, todos somos productores de imágenes. Aparece, así, un nuevo género: las fotografías a nosotros mismos o selfies, que pueden tomarse en cualquier circunstancia y lugar, y circulan por la red. El hecho de autofotografiarnos obedece a la necesidad de autoafirmación, de autoexploración, de autorebeldía o de creación de avatares virtuales. Según el fotógrafo, Joan Fontcuberta, la fotografía seguirá ocupando los huecos vacíos que nos produce la falta de afectividad, de relaciones y de explicaciones relativas o de relato.

Nietzsche, Freud y Marx se erigieron como los maestros de la sospecha, criticando la falsedad escondida en los valores ilustrados de racionalidad y verdad del siglo XIX, y desenmascarando la cultura en un intento por descubrir el origen de los valores y la moral. Todos ellos, aun en sus particulares perspectivas, coincidirán en la búsqueda de una nueva conciencia que genere una sociedad mejor.

Inspirados por Marx, Weber y Simmel reformularon la relación de las condiciones materiales de vida y producción, y la esfera de la cultura, señalando que esta última podía ser vista como la producción material de la existencia y que las formas de organización de la producción y el avance de la tecnología dependían también de las ideas y la cultura de cada momento.

La siguiente generación de sociólogos, representada por Horkheimer y Adorno, reunidos en la Escuela de Fráncfort, siguió una línea de investigación acerca del análisis de la sociedad influenciada por el materialismo histórico desarrollado por Marx. Estos pensadores concluyeron que el proletariado no se alzaría como el agente revolucionario, como había pronosticado Marx, sino que este grupo social quedaría seducido por el consumismo y por un fuerte sentido de identidad nacional, más que de clase, es decir, los trabajadores del siglo XX estarían más interesados en disfrutar del materialismo inducido por el capitalismo que por llevar a la sociedad a un nuevo sistema de producción y de pensamiento.

Nobert Elias nos habla de su concepto de cultura entendida como civilización que conlleva un proceso continuo, es decir, la cultura no se restringe a la producción cultural, sino que engloba la forma en que las personas se relacionan. Por su parte, Pierre Bourdieu se centra en los productos culturales, la construcción social del gusto y de la «alta cultura» desde la perspectiva del habitus y las disposiciones que lo forman, esto es, la manera como nos relacionamos, muchas veces de forma desigual, con los diferentes productos culturales.

Lyotard introdujo el estudio de la posmodernidad, que para él representaba un cambio en el estatus de la cultura, especificado por una legitimidad conseguida mediante los grandes relatos o metarrelatos. Así pues, la transformación de la cultura pasa por tres estadios que corresponden a la sociedad premoderna, moderna y posmoderna. Esta última describe la cultura singular, del todo vale, valorizada por el dinero y, por tanto, capitalizada. El estilo, la estética, la forma de presentar los objetos se valoriza en detrimento del propio valor del objeto en un rentable fast-food cultural.

Jameson, en la línea analítica de Adorno y Horkheimer sobre la industria cultural, considera que «los cambios formales en la cultura del posmodernismo son un síntoma de los cambios estructurales más profundos producidos por la reestructuración social del capitalismo tardío como sistema.» Esta nueva forma de percibir el espacio y el tiempo origina el pastiche y la esquizofrenia o fragmentación del sujeto, en una manifestación del sistema social caracterizada por la pérdida del sentido de la historia, la transformación de la realidad en imágenes y un vivir en estado de constante cambio que invalida las tradiciones de los anteriores sistemas sociales. De esta manera, la cultura posmoderna reproduce y consolida la lógica del capitalismo consumista.

Para Baudrillard, representante del posmodernismo y postestructuralismo, economía y cultura van de la mano, hecho explicado por el desplazamiento histórico de Occidente  desde una sociedad productora de cosas a otra productora de información. Asimismo, interpreta la cultura como una cultura de simulacro, basada en copias idénticas sin un original. La simulación, que no hace distinción entre copia y original, genera modelos de algo real sin orígenes o realidad, la llamada hiperrealidad.

En definitiva, Baudrillard, alineado con Lyotard respecto a la posmodernidad, postula que Dios, la naturaleza, la ciencia, la clase trabajadora… «todos han perdido su autoridad como centros de autenticidad y verdad […] y el resultado es el derrumbamiento de lo real en el hiperrealismo.»

Hasta aquí, hemos visto todas las posibles interpretaciones de la expresión cultural por parte de los autores más representativos de la modernidad y la posmodernidad. A modo de síntesis, podemos concluir que un selfie para Marx estaría ligado a los modos de producción social; para Simmel estaría relacionado con un proceso de retroalimentación entre cultura objetiva y subjetiva; para Horkheimer y Adorno sería una experiencia derivada de la cultura de masas y sus prácticas de consumo; Benjamin lo dotaría de un valor exhibicionista en detrimento de la originalidad; Elies lo vería como un proceso civilizatorio relacionado con las costumbres y las formas de relacionarnos con otros que definen nuestra identidad; Bourdieu lo relacionaría con el habitus y sus disposiciones, así como con el capital; Lyotard, en su visión posmoderna, lo consideraría una forma de rápido consumo cultural donde la estética se alza como protagonista; para Jameson los selfies evidenciarían la nueva estructura social capitalista y posmoderna, y reflejarían los cambios producidos en las nociones de espacio y tiempo en forma de un pastiche transformador de la realidad cambiante en imágenes; y, finalmente, Baudrillard los vincularía con la economía y con el simulacro o  hiperrealidad.

Así pues, situados en el posmodernismo, podemos considerar los selfies como un simulacro, dada la evanescente condición de la realidad, que ha sido relevada por la representación, por lo que ocurre en las pantallas. En este contexto, el selfie se alza como el gran protagonista que satisface nuestra necesidad de representación, porque esa hiperrealidad baudrillardiana, es ahora más real que la propia realidad, «nos relacionamos ya no con lo real sino con las simulaciones.»

El selfie ayuda a explicar quiénes somos, a configurar nuestra identidad, mostrando una narración en imagen, diciendo algo de nosotros, en un mundo donde «las esferas de lo público y lo privado se entremezclan en esas imágenes que entran en el ámbito privado para transformarlo en un espectáculo: performance y vida real, simulacro y vida real en un cóctel». Exponemos, pues, nuestra intimidad, nuestro estado de ánimo, nos apropiamos del paisaje o de la identidad de nuestro acompañante, en una constante exposición, exaltación y saturación de esa representación de nosotros mismos, de ese yo hiperreal, que la mirada del otro acabará de constituir en un entorno virtual que parece más cómodo y atractivo que la propia realidad.

Tomado de: Nueva Revolución

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Impunidad, injusticia y con heridas aún sin cicatrizar

Foto Al Mayadeen

Por Palestina Libre

La masacre de los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila, en el oeste de Beirut (Líbano), ya cumple 38 años, con una herida que continúa aún sin cicatrizar para los habitantes de estos campamentos.

Ninguna cifra existe sobre el número de víctimas. Mientras el Gobierno libanés estimó en 450 las muertes, los israelíes señalaron que la cifra oscila entre 700 y 800; aunque por otro lado, la Cruz Roja la elevó a cerca de 2400.

«Ninguna mente humana puede olvidar lo sucedido. Seguimos conmocionados y sorprendidos, no sólo por lo ocurrido en Sabra y Chatila, sino también por el silencio de la comunidad internacional ante los crímenes que Israel ha cometido y continúa haciendo», dijo a Efe Jalida Husein, que preside el comité de mujeres palestinas en los campos.

Una masacre planeada

El 6 de junio de 1982, Israel utiliza de pretexto el atentado perpetrado contra su embajador en Londres, Shlomo Argov, y cumple con su plan de invadir el sur del Líbano para acabar con la guerrilla de la OLP, y eso a pesar de que el Mossad ya había informado al gobierno de Menahem Begin de que el autor era el grupo palestino de Abu Nidal, enemigo de Arafat.

En el mes de Agosto: EEUU, con el fin de proteger a Israel, llega a un acuerdo con Yaser Arafat para que la dirección de la OLP y sus guerrilleros abandonen Beirut.

1 de septiembre: los marines de EEUU son desplegados en el Líbano para supervisar la salida de la OLP y garantizan por escrito la seguridad de cientos de miles de civiles palestinos refugiados en el Líbano. Arafat es enviado a Grecia y cientos de fedaínes palestinos son repartidos entre varios países árabes.

10 de septiembre: los marines de EEUU, tras asegurarse también de la retirada de las tropas sirias, abandonan el Líbano, abandonan este país.

14 de septiembre: es asesinado el presidente católico-maronita del Líbano, Bashir Gemayel, del Partido de la Falange Libanesa, y aliado de Israel. El supuesto autor Habib Shartouni era un cristiano maronita del Partido Social Nacionalista de Siria. ¿A quién beneficiaba la desaparición de Gemayel? ¿A Siria de Hafiz al Assad que pretendían provocar la salida de OLP del Líbano? ¿A sus rivales dentro del partido falangista como Samir Geagea y a Amine Gemayel, su hermano que le sustituye en la presidencia como si esto fuese una monarquía feudal? ¿A Israel que así presentaba a Siria y palestinos como terroristas? Con este magnicidio fracasa el plan israelí de hacerse con el control del Líbano en alianza con la Falange, por lo que pone en marcha el plan B:

15 de septiembre: una turba de 150 hombres falangistas (con un historial lleno de atrocidades contra los palestinos), equipados con machetes, armas de fuego y tanques asaltan Sabra y Chatila atacando a miles de niños, ancianos, mujeres y discapacitados, “vengando el asesinato de su líder”, afirman. Durante tres interminables días, estas fuerzas fascistas despojadas de piedad, de compasión, de empatía, con una brutalidad inusitada, golpearon, torturaron, mutilaron y violaron a las mujeres antes de matarlas, mientras Ariel Sharon, al mando del ejército israelí (que irónicamente lleva el nombre de Tsahal «ejército defensivo», para confirmar el dicho “dime de qué presumes, y te diré de qué careces), rodeaba con tanques el campo de refugiados palestinos de Chatila y el vecino barrio de Sabra en Beirut Occidental, cerrando las salidas para impedir la huida de aquella gente aterrorizada.

18 de septiembre: Draper envía un mensaje a Sharon declarando que «deberían estar avergonzado. La situación es terrible. Están matando a niños. Usted tiene el control absoluto de la zona, y por lo tanto responsable de la situación». Pero, su «indignación» sólo fue verbal. Con tan sólo una llamada telefónica de Reagan, Begin se hubiera visto obligado a parar aquella carnicería y no lo hizo.

Tras la masacre, EEUU envía a los marines de vuelta al Líbano: así podrá vigilar las actividades de miles de hombres armados del grupo Hezbolá, el partido de dios, respaldados por Ruhollah Jomeini, quien había repudiado a Arafat, por no tener el programa de instalar un Estado Islámico en la futura Palestina reconquistada, y por su alianza con los ateos palestinos en la OLP.

La matanza se produjo al siguiente día de la entrada del ejército israelí a Beirut, única capital árabe que ocupó tras su segunda invasión del Líbano en junio de 1982 y dos días después del asesinato del presidente electo Bachir Gemayel, que murió cuando se encontraba en la sede del partido falangista (cristiano) en un atentado que fue atribuido a los servicios secretos sirios.

«A las 17.00 hora local del 16 de septiembre comenzamos a escuchar disparos. Algunos comenzaron a huir, pero querían convencerlos que regresaran. Otros esperamos un tiempo antes de hacerlo. Volví después y visité el hospital de Gaza y lo que vi supera el horror humano», agregó Husein, sin dar más detalles.

Poco antes de la matanza, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) había sido evacuada de Beirut tras un acuerdo mediado por Philip Habib, enviado especial del entonces presidente estadounidense, Ronald Reagan, que prometió salvaguardar la vida de los refugiados en sus campamentos.

La participación de Israel en esas masacres provocó también el descontento en su Ejecutivo, pues se formó la Comisión Kahan en cuyo informe final responsabilizó al entonces ministro de Defensa israelí, Ariel Sharon, de haber hecho entrar a los milicianos y no haber ordenado medidas apropiadas para evitar lo sucedido, además de grandes movilizaciones de su población.

Sobreviviente de la masacre de Sabra y Shatila: ‘Dispararon a mi padre en la cabeza’

Algunos de perpetradores de la masacre siguen vivos y podrían encontrarse dentro y fuera del Líbano; también algunos de los testigos que sobrevivieron a la masacre y perdieron a sus seres queridos. Ellos todavía están esperando justicia.

El 16 de septiembre de 1982, Jameela Khalifeh era una adolescente. Los tres largos días de matanza todavía atormentan sus recuerdos.

En el año 2012, Khalifeh recibió a Moe Ali Nayel de Electronic Intifada, con una sonrisa en su tenue departamento en la atareada calle de Sabra. Afuera, había una vida bulliciosa: gente deteniéndose y yendo de compras a los puestos de verduras y tiendas de videos piratas.

«Tenía 16 años y acababa de comprometerme», recordó Kahlifeh. «Estaba viviendo en la casa de mis padres con mis tres hermanas y mi hermano».

«No olvidaremos»

Sosteniendo una foto, ella agregó: «Este es mi padre Mohammad Khalifeh, esta foto fue tomada después de que le dispararon en la cabeza y tiraron su cuerpo en un lado de la calle». En la parte posterior de la imagen, hay un certificado emitido por la Organización de Liberación de Palestina. Contiene el nombre de Mohammad y las palabras «Así que no olvidaremos».

«El 16 de septiembre, durante la invasión, los soldados israelíes descendieron al campamento desde el estadio Sports City ubicado en la cima de una colina que domina el campamento. Sabíamos que los israelíes estaban estacionados en el estadio y los israelíes sabían que los fedayines, los combatientes de la OLP, habían evacuado el campamento, por lo tanto, nos asegurábamos mutuamente que no matarían a familias desarmadas».

«Al lado de los soldados israelíes estaban los militantes de la Falange que hablaban en dialecto libanés; cada militante vestido con un sombrero de vaquero y un brazalete blanco con un cedro verde (logo del partido político falangista). Recuerdo que los israelíes hablaban árabe a los militantes libaneses, pero en su mayoría hablaban en hebreo. Mi madre entendía el hebreo de la época en que vivía en Palestina antes de 1948».

«Mientras huíamos, fuimos detenidos por un militante de Falange que apuntó con su rifle al vientre de mi madre, pero el soldado israelí le dijo al militante libanés: ‘No maten a la señora y a los bebés; estamos aquí solo para matar hombres». Salimos a las calles; mi padre estaba con nosotros en el refugio debajo del edificio, y los israelíes, con los falangistas, comenzaron a instarnos a través de micrófonos a comenzar a salir de los refugios, anunciando: «Si te rindes estarás a salvo».

«Hedor abrumador»

«Salimos del refugio a la calle; Recuerdo que el hedor era abrumador y yo agitaba un trozo de tela blanca. Mi padre finalmente decidió salir con nosotros del refugio. Me aseguré de quedarme a su lado; Estaba realmente apegada a mi padre, estrechándole la mano».

«En el momento en que salimos, nos llevaron los soldados israelíes y militantes libaneses. En este punto, mi padre se puso nervioso. Él me miró y susurró: ‘Me voy a casa’. En el momento en que nos unimos a las familias del campamento liderado por los militantes, mi padre entró en pánico, soltó mi mano y corrió a su casa. Cuando llegó a casa, encontró a militantes dentro del edificio, buscándolo, por lo que inmediatamente corrió de regreso a nosotros».

«Mientras corría hacia nosotros, le dispararon en la cabeza. Mi madre vio que le dispararon, pero yo no».

«Mientras nos guiaban a punta de pistola, encontramos un pequeño callejón que conducía al campamento, así que nos separamos de la muchedumbre que marchaba y regresamos a la mezquita principal del campamento. La mezquita estaba llena de gente de Shatila. Al llegar, les dijimos que ellos [la Falange] estaban asesinando y matando familias, pero los ancianos del campamento decían que estábamos mintiendo; que no había nada, que deberíamos calmarnos. Ante nuestra insistencia, los ancianos decidieron ir a ver qué estaba pasando. Los hombres mayores nunca regresaron a la mezquita. Después de esperar en la mezquita por algunas horas sin noticias sobre los ancianos, nosotros y otras familias fuimos al hospital de Gaza en la entrada de Sabra».

«Solíamos vivir en la calle de Hay al-Gharbi, al lado de la tienda de comestibles Doukhi. En nuestro vecindario solo mi familia y nuestro vecino sobrevivieron al asesinato, el resto fue asesinado. Recuerdo siete u ocho cadáveres uno encima del otro, en la calle debajo de nuestro edificio; tuvimos que pasar por encima de ellos».

«Los israelíes y los falangistas nos condujeron en una marcha, para acabar con nosotros, para matarnos como lo hicieron con los demás. Afortunadamente, logramos escapar por el callejón. Los israelíes vestían uniforme militar completo con cascos de hierro. Los militantes libaneses estaban vestidos con sombreros de vaquero, jeans azules y dagas colgando de sus cinturones. Algunos de ellos llevaban pasamontañas negros. Todos llevaban un fusil Kalashnikov».

Poner a Sharon en el banquillo

«Hace unos años, 300 de nosotros contratamos al abogado Shibli Mallat para demandar a Ariel Sharon [ministro de defensa de Israel en 1982, y luego, primer ministro] por la masacre y queríamos llevarlo a un tribunal en Bélgica. Vimos fotos de Sharon de pie en el estadio deportivo al lado de los tanques israelíes con vistas al campamento, y sabemos que estaba viendo la masacre y el asesinato de palestinos». (Ariel Sharon nunca fue enjuiciado, pues falleció en el año 2014).

«Treinta años después de la masacre, mira cómo vivimos. Somos siete personas alojadas en dos habitaciones pequeñas. Nuestra vida se ha estado deteriorando durante los últimos 30 años; todavía no podemos trabajar y no podemos movernos fuera del campamento a un lugar digno. Compramos agua para beber y lavar a diario. Compramos electricidad de un generador; el gobierno libanés solo nos da dos horas de energía al día. Mis dos hijos trabajan en una fábrica de aluminio. Debido a que son palestinos, les pagan menos que a sus compañeros de trabajo. Y mi hija de 23 años trabaja en un café».

«Mi hija fue a pedir un préstamo a un banco como lo hicieron sus compañeros de trabajo, pero cuando llegó al banco y le mostró sus documentos, le dijeron: ‘Lo siento, no puedes obtener un préstamo porque eres palestina’. Ser palestino en el Líbano es una lucha diaria y continua por la supervivencia. Es por eso que cada vez que una mujer da a luz nos aseguramos de criar al recién nacido para que crea en el derecho al retorno a Palestina y enfatizamos que sólo somos huéspedes aquí».

«Queremos regresar a Palestina, pero hasta entonces quiero irme de este país e ir a algún lado, donde seamos tratados como seres humanos». Nunca nos hemos dado por vencidos, Palestina es nuestra, y vamos a regresar, pero estamos cansados de no poder vivir una vida honorable y decente».

«Somos de Jaffa. Mi madre nunca deja de hablar sobre el tiempo que vivió en Jaffa, y la forma en que los israelíes comenzaron a llegar como refugiados, al principio refugiándose en las casas, y luego empezando a expulsar a los palestinos de sus casas».

Atrocidad ignorada

El 16 de septiembre del año 2012, el Papa Benedicto XVI visitó Beirut, donde instó a los libaneses, tanto cristianos como musulmanes, a convivir en paz. El Papa predicó sobre diversos asuntos relacionados con la región, pero no mencionó la masacre de Sabra y Chatila y la difícil situación de los refugiados palestinos en el Líbano. Muchos estaban furiosos con su omisión de cualquier referencia a la masacre en su discurso público en el muelle de Beirut. Mientras hablaba en el aniversario de la masacre, la omisión fue aún más dolorosa.

La masacre de Sabra y Chatila es una de las muchas atrocidades que ocurrieron durante los largos años de la guerra civil libanesa. Irónicamente, los líderes políticos, que entonces eran señores de la guerra, estuvieron sentados en primera línea el domingo durante el discurso del Papa; entre esos líderes había miembros del partido falangista, que se cree que fueron los responsables de la masacre en Sabra y Shatila.

Llegará un día en que Líbano romperá el tabú de la masacre de Sabra y Shatila y se hará justicia a las familias de los miles de muertos de hace más de 30 años. Pero hasta que llegue ese día, los refugiados palestinos seguirán siendo marginados, viviendo en condiciones inhumanas dentro de campamentos superpoblados.

Los responsables de esta mascare se quedaron impunes. Incluso, Sharon, «el Carnicero de Beirut», consiguió con esta limpieza hacer carrera política llegando a ser ministro y primer ministro de Israel (2001- 2006).

Tomado de: Palestina Libre

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El virus del hambre: marca y sello capitalista

Matias Tejeda (Argentina)

Por Pasqualina Curcio @pasquicurcio

Durante los 10 minutos que aproximadamente le tomará leer este artículo, habrán muerto de hambre 110 personas en el mundo, lo que equivale a 15.840 seres humanos diariamente, o casi 6 millones al año según estimaciones de OXFAM. Imagine ir a la cama en las noches sin tener nada qué comer. Imagine la angustia de una madre o un padre al no poder alimentar a sus hijos. Piense en el dolor, y más aún, en la impotencia que causa saber que un niño murió de hambre.

Según el reciente informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) titulado “El estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo 2021”, en el 2020, el 30% de la población mundial, alrededor de 2.300 millones de personas, no tuvo acceso a una alimentación adecuada. Se lee también en el informe que el 12% de la población mundial, 928 millones de personas, padeció inseguridad alimentaria grave durante el año de pandemia, 148 millones más que en 2019.

La situación del hambre en el mundo es aún más indignante por el hecho de que, mientras 2.300 millones de personas no tuvieron acceso a una alimentación adecuada y 6 millones murieron por no tener qué comer durante el 2020, se desperdiciaron 2.500 millones de toneladas de alimentos que fueron a parar al basurero, nada más y nada menos que el 40% de la producción mundial de alimentos (informe del Fondo Mundial para la Naturaleza). De estos 2.500 millones de toneladas, 1.200 millones, equivalentes a US$ 370 mil millones, se desperdiciaron en la fase de producción agrícola. El resto de la comida, es decir, 1300 millones de toneladas, se botó en los hogares (61%), en los servicios de alimentos o restaurantes (26%) y en los comercios (13%). Según el mismo informe, el 58% del desperdicio de alimentos en la fase agrícola de producción ocurre en los países de ingresos altos y medios de Europa, en América del Norte y países industrializados, a pesar de que éstos cuentan con el 37% de la población mundial. En otras palabras, el desperdicio de alimentos en estos países y en términos per cápita, es mucho mayor.

Celsa Peiteado, responsable del programa de Alimentación Sostenible del Fondo Mundial para la Naturaleza dijo en julio 2021: “los datos son alarmantes: se desperdicia suficiente comida como para alimentar a todo el mundo hasta el 2050. Podríamos alimentar a todas las personas que pasan hambre en el planeta más de siete veces”.

En 2016, la ONU dijo que se necesitarían US$ 267.000 millones cada año para acabar con el hambre en 2030. Paradójicamente, cada año se botan, solo en la fase agrícola, US$ 370 mil millones en comida. Por otra parte, también paradójicamente, en 2020, las 10 personas más ricas del mundo incrementaron su riqueza en US$ 413.000 millones (Forbes), o sea, tan solo 10 personas aumentaron su fortuna en casi el doble de lo que necesitan más de 2 mil millones de personas para no tener que ir a la cama sin comer o, pero aun morir de hambre.

De acuerdo con el reciente informe de OXFAM de julio de 2021, se estima que 11 personas mueren cada minuto a causa del hambre, lo que supera la actual tasa de mortalidad por Covid-19, que es de 7 personas por minuto. Afirman los de OXFAM: “Lo que parecía una crisis global de salud pública ha derivado rápidamente en una grave crisis de hambre que ha puesto al descubierto la enorme desigualdad del mundo en que vivimos”. Desigualdad que es consecuencia, o mejor dicho, que es específica y característica del sistema económico, social y político que predomina. Insistimos en recordar, sobre todo a aquellos que repiten el discurso del supuesto éxito del capitalismo versus el supuesto fracaso del socialismo que, el 98% de los 195 países reconocidos por la ONU son capitalistas, así que, el hambre en el mundo tiene sello y marca capitalista.

El problema del hambre en el mundo no es por la falta de alimentos, es por la desigual distribución que se origina en el propio proceso social de la producción basado en la explotación del trabajador, el cual genera pobreza y grandes limitaciones para el acceso a alimentos por parte de las grandes mayorías.

Junto a las grandes desigualdades mundiales que derivan en pobreza y miseria, los conflictos y las guerras también son una causa importante del hambre. Según el informe mundial sobre la crisis alimentaria 2021, alrededor de 100 millones de personas cayeron en una situación de crisis alimentaria como consecuencia de las guerras en 2020. En este mundo predominantemente capitalista en el que vivimos, el gasto militar aumentó 2,7% con respecto a 2019, equivalentes a US$ 51.000 millones, alcanzando los US$ 2 billones de gasto anual, esto a pesar de que en 2020 la producción mundial cayó 3,5% (son datos publicados en el reciente informe del Instituto para la Paz de Estocolmo de abril de 2021).

Los cinco países que más gastaron y que juntos representaron el 62% del gasto militar mundial, fueron Estados Unidos, China, India, Rusia y el Reino Unido. En promedio, el gasto militar a nivel mundial con respecto al PIB pasó de 2,2% en 2019 a 2,4% en 2020. En EEUU alcanzó un estimado de US$ 778 mil millones en 2020, aumentó 4,4% con respecto al 2019 a pesar de que su economía cayó 3,4% durante el mismo período. Casi todos los países que conforman la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) aumentaron su carga militar durante la pandemia.

Acabar con el hambre en el mundo no pasa por dar comida a los pobres tal como, de manera focalizada receta el neoliberalismo cuando recomienda identificar a los que se encuentran en pobreza extrema para llevarles algo de comer. Tampoco es un asunto de la famosa frase, muy capitalista por cierto, que dice: “no le des el pescado, enséñales a pescar” porque en realidad el problema no es que no sepan pescar, el pescador/trabajador sabe pescar/trabajar y lo hace bien, el problema es que, lo que pesca/el producto de su trabajo, se lo apropia el burgués en el momento en que no le retribuye completamente el valor de su fuerza de trabajo, y solo le entrega, en el mejor de los casos, lo mínimamente necesario para que pueda sobrevivir y reproducirse como clase trabajadora.

Acabar, de verdad, con el hambre pasa por erradicar la pobreza, lo cual requiere acabar con las grandes desigualdades que se originan en un modo de producción basado en la explotación. Para acabar con las desigualdades hay que cambiar el sistema capitalista, ese mismo que predomina en el mundo desde hace siglos y que algunos insisten en calificar de exitoso a pesar de los 2.300 millones de personas que no tienen suficiente comida y los 6 millones que mueren de hambre todos los años mientras la casi mitad de los alimentos que se producen en todo el mundo son echados al basurero.

Tomado de: Alainet

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Pensar por sí mismo

El pensador (fragmento) Obra del escultor francés Auguste Rodin

Por Arthur Schopenhauer

1

La biblioteca más grande, pero desordenada, nunca será tan útil como una pequeña pero bien arreglada. Puedes acumular una vasta cantidad de conocimiento, empero será de un valor mucho menor para ti que una cantidad más pequeña si no la has ponderado por ti mismo; ya que únicamente desde el ordenamiento de lo que sabes, mediante el contraste de una verdad con otra, podrás cobrar total posesión de tu conocimiento y meterte dentro de tu poder. Podrías pensar únicamente sobre lo que sabes, y entonces has de aprender algo; o, en cambio, podrías únicamente saber sobre lo que has pensado.

Ahora bien, podrías aplicarte voluntariamente a leer y a aprender, pero no puedes verdaderamente aplicarte a pensar: el pensamiento debe ser encendido, como el fuego es encendido por su comburente, y mantenido por una especie de interés en su objeto, el cual podría ser un interés objetivo o uno simplemente subjetivo. Éste último es posible sólo por cosas que nos afectan personalmente mientras que el primero lo es únicamente para quienes piensan por naturaleza, para quienes pensar es tan natural como respirar; estos son en realidad unos cuantos. Es por eso que los eruditos lo realizan con poca frecuencia.

2

La diferencia entre el efecto producido en la mente del que piensa por sí mismo y el producido por la lectura es tan increíblemente ancha que, la diferencia original que hizo que una cabeza decidiera pensar y otra leer nunca cesa de extenderse. Como un anillo de sello sobre la cera que imprime para cerrar el sobre, la lectura le impone forzosamente a la mente pensamientos que le son tan ajenos a su humor y dirección. La mente está totalmente sujeta a una compulsión externa, a pensar sobre asuntos de los cuales no tiene ninguna inclinación ni humor. En cambio, cuando la mente piensa por sí misma sigue su propia inclinación, íntimamente determinada ya sea por su derredor inmediato, por alguna recolección, entre otros: y esto porque su derredor inmediato no le impone algún pensamiento individual en su mente, como lo hace la lectura, que apenas le provee ocasión y materia para ponderar sobre los pensamientos apropiados a su naturaleza y humor del momento. Mucha lectura consecuentemente usurpa a la mente de toda su elasticidad, hace con ella lo que la continua presión sobre un resorte, y el modo más seguro para que uno nunca tenga pensamientos por sí mismo es coger un libro cada vez que tenga tiempo libre. Por eso la erudición torna a la mayoría de los hombres más aburridos y ridículos de lo que marca su naturaleza y le roba toda la efectividad a sus escritos: justo como dice Pope: “For ever reading, never to be read.”[1]

3

Fundamentalmente, sólo nuestros propios pensamientos básicos poseen verdad y vida, puesto que son estos los que entendemos profundamente. Los pensamientos de otro que hemos leído son migajas en su mesa, la ropa tirada de un invitado extraño.

4

La lectura es apenas un sustituto de pensar por sí mismo; implica que otro dirija tus pensamientos. Muchos libros, además, sirven meramente para mostrar cuántas formas hay de estar equivocado, y cuán descarriado podrías terminar si siguieses su guía. Sólo deberías leer cuando tu pensamiento se seca, lo cual por supuesto le ocurre frecuentemente hasta a las mejores cabezas; pero vetar tus propios pensamientos para poder leer un libro es un pecado en contra del Espíritu Santo; es como desertar de la naturaleza que no se ha recorrido para mirar un herbario o el grabado de paisajes.

Podría ocurrir que una verdad, una perspicacia, que hayas paulatina y minuciosamente figurado pensando por ti mismo de repente la encontraras ya escrita en un libro; empero será cien veces más valioso si llegases a ella pensado por ti mismo, ya que sólo en ese momento entrará en tu sistema de pensamientos como una parte íntegra, un miembro viviente, será perfecta y firmemente consistente con aquél y estará en sincronía con todas sus otras consecuencias y conclusiones, soportará el tono, el color y el sello de todo tu modo de pensar y habrá arribado en el preciso momento que era necesario; así permanecerá firmemente y por siempre alojada en tu mente. Ésta es la aplicación perfecta, sin lugar a dudas la explicación de la frase de Goethe: “Was du ererbt von deinen Vätern hast, Erwirb es, um es zu besitzen.”[2]

El hombre que piensa por sí mismo se familiariza con las opiniones autoridades sólo después de haberlas adquirido como meras confirmaciones de las propias, mientras que el filósofo a partir del libro comienza por sus autoridades, es decir, construye sus opiniones tras haber recolectado las opiniones de otros: su mente a continuación las comparará con las del pensador de primera mano, del mismo modo que un autómata con un hombre viviente.

Una verdad que ha sido apenas aprendida se adhiere a nosotros como una prótesis, un diente falso, una nariz de cera o a lo más, como piel transplantada; empero, una verdad ganada pensándola por uno mismo es como un miembro natural: en realidad nos pertenece. Esto es lo que marca la diferencia entre un pensador y un simple erudito.

5

Las personas que se pasan la vida leyendo y adquiriendo su sabiduría de los libros son como aquellos que aprenden de un país por descripciones de viaje: pueden impartir información sobre gran número de cosas, más en el fondo no poseen ningún conectado, claro, ni minucioso conocimiento de cómo es el país. En cambio, las personas que se pasan la vida pensando son como aquellos quienes han visitado el país: por sí solos están bastante familiarizados con el territorio, poseen conocimiento conectado del mismo y se sienten verdaderamente en casa en él.

6

Un hombre que piensa por sí mismo está relacionado con el ordinario filósofo a partir del libro como lo está un testigo con respecto de un historiador: el primero habla de su propia inmediata experiencia. Es por esto que todos los hombres que piensan por sí mismos están en acuerdo fundamental: sus diferencias surgen sólo de sus diferidas posturas; ya que éstas sencillamente expresan lo que han aprehendido objetivamente. El filósofo a partir del libro, en cambio, reporta lo que el pensador ha dicho y ha pensado y lo que otro ha objetado, etcétera. A continuación lo compara, lo sopesa, critica las afirmaciones, y de esta forma intenta obtener la verdad del asunto, en cuyo respecto se asemeja exactamente al historiador crítico.

7

La simple experiencia no es menos sustituto de pensar que la lectura. El empirismo puro está relacionado con el pensar como el comer lo está con la digestión y a la asimilación. Cuando el empirismo presume que por sí solo, mediante sus descubrimientos, ha extendido el conocimiento humano, es como si la boca presumiera que ella misma mantiene vivo al cuerpo.

8

La marca característica de las mentes más altas es la inmediatez de sus juicios. Todo lo que producen es resultado de pensar por sí mismos y sólo por la manera en que es expresado, en cualquier lugar, se anuncia a sí mismo como tal. Quien verdaderamente piensa por sí mismo es como un monarca en el sentido que no reconoce a nadie encima de él. Sus juicios, como las decisiones de un monarca, se erigen directamente de su propio absoluto poder. Ya no acepta autoridades del mismo modo que el monarca no acepta órdenes, y no acepta la validez de nada que no haya confirmado él mismo.

9

En el reino de la actualidad, tan pulcro, feliz y agradable como lo pudiéramos encontrar, estamos, sin embargo, siempre bajo la influencia de la gravedad, la cual tenemos que continuamente superar: en el reino del pensamiento, en cambio, somos mentes incorpóreas, sin peso y sin necesidades ni preocupaciones. Es por esto que no hay felicidad en la tierra que pueda compararse con la que una bella y fructífera mente encuentra en un momento propicio dentro de ella misma.

10

Existen muchísimos pensamientos que tienen valor para quien los conciba, pero sólo unos cuantos poseerán el poder de engranar con el interés de un lector tras haberlo escrito.

11

Empero, a pesar de todo, sólo poseerá verdadero valor el pensamiento que se haya concebido en primera instancia para la propia instrucción. Los pensadores pueden ser divididos en aquéllos que piensan en primera instancia para su propia instrucción y aquéllos que lo hacen para la instrucción de otros. Los primeros son pensadores por y para sí solos: son verdaderos filósofos. En ello se aplican seriamente. El placer y la felicidad de su existencia consiste en pensar. Los segundos son sofistas: quieren aparentar ser pensadores y buscan su felicidad en lo que esperan obtener de otros. En esto ellos se aplican seriamente. A cuál de estas dos clases un hombre pertenece podría ser rápidamente advertido en su estilo y modo de ser. Lichtenberg es un ejemplo de la segunda clase, Herder, desde luego, pertenece a la primera.[3]

12

Cuando se considera cuán grandioso y cuán inmediato es el problema de la existencia, esta ambigua, atormentada, fugaz existencia que es como un sueño, tan grandiosa y tan inmediata que apenas se percata, eclipsa y oscurece los demás problemas y metas y más aún cuando se percatas que los hombres, salvo algunas cuantas excepciones, no tienen una clara conciencia sobre este problema, que en realidad parecen no tener conciencia alguna de aquél, más se incumben con cualquier cosa en lugar de éste y viven al día y todo el pliegue no tan largo de su futuro individual con el pensamiento casi apartado, ya sea expresamente rehusándose a considerar el problema o contentándose con algún sistema de metafísica popular; cuando, afirmo, consideras todo esto, podrías opinar que el hombre puede ser considerado un ser pensante en un amplio sentido del término y ya no sentir mucha sorpresa con respecto a cualquier asunto vacío y ridículo, aunque al mismo tiempo advertirás, en cambio, que mientras el horizonte intelectual del hombre ordinario es más ancho que el de un animal (cuya total existencia es un continuo presente, sin conciencia del pasado o el futuro) no es tan inconmensurable como es generalmente supuesto.

Notas

[1] Siempre leyendo, nunca ser leído.

[2] Lo que has heredado de tus antecesores debes primero ganártelo si pretendes poseerlo.

[3] Georg Christoph Lichtenberg (1742-99), aforista y satírico. Johann Gottfried von Herder (1744-1803), teólogo, filósofo y hombre de letras.

Arthur Schopenhauer (1788-1860) fue un filósofo alemán, considerado uno de los más brillantes del siglo XIX y de más importancia en la filosofía occidental. ​ Su filosofía, concebida esencialmente como un «pensar hasta el final» de la filosofía de Kant, es deudora de Platón y Spinoza, sirviendo además como puente con la filosofía oriental, en especial con el budismo, el taoísmo y el vedanta, afirmando principios como el ascetismo y la noción de la apariencia del mundo.

Tomado de: El Viejo Topo

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Familia y juventud en el 2020: encrucijadas vitales

Foto Raúl Cañibano (Cuba)

Por Patricia Arés Muzio

Cuando hablamos de juventud, ¿de qué juventud estamos hablando?

Hablar de juventud en Cuba es hablar de juventudes, pues el concepto no tiene un sentido homogéneo. Algunos parámetros podrían caracterizar al conjunto de ese segmento etario, pero en la Cuba de hoy los jóvenes son bien diversos en cuanto a otras características sociopsicológicas, en dependencia de cómo confluyen factores como el género, el territorio, la familia de origen, su inserción social, su orientación sexual y el color de su piel.

En términos concretos, se consideran jóvenes en Cuba las personas comprendidas entre los 14 y 30 años, sin embargo, entre esas edades hay notables diferencias tanto biológicas como psicológicas y sociales. Por esa razón se han distinguido tres subgrupos (Domínguez, 1997): juventud temprana (14-17 años), juventud media (18-24 años) y juventud madura o tardía (25-30 años). Autores como Laura Domínguez García y Lourdes Ibarra Mustelier (2003) asocian el inicio con los 16, por ser la edad jurídicamente aceptada para votar. Es la juventud media donde se expresan los procesos típicamente juveniles. La sociedad, la familia y la juventud son dimensiones de interinfluencia recíproca. Para analizar la relación entre familia-juventud y realidad social tendríamos que partir del presupuesto de que todo lo que ocurre en la sociedad impacta a las familias y a cada uno de sus miembros, y, a su vez, lo que ocurre en las familias trasciende su marco particular para incidir en la sociedad en su conjunto. En Cuba, al igual que en otros países de la región, se han producido una serie de transiciones familiares que, por supuesto, gravitan en las trayectorias vitales de los jóvenes.

Enunciaremos algunas características sociopsicológicas de las familias de nuestros jóvenes, resultantes del análisis de diversas investigaciones, censos y encuestas realizadas por expertos cubanos:

  • Por una serie de razones sociales, culturales y económicas, la familia de origen de los jóvenes en Cuba es un espacio de influencia hasta bien avanzada la juventud, de ahí que como grupo social mantiene su impronta formativa a lo largo de todo el desarrollo. La cuarta encuesta nacional sobre juventud (Centro de Estudios sobre la Juventud y Centro de Estudios de Población y Desarrollo, 2012) revela que la mayoría de los jóvenes cubanos menores de 30 años vive en la familia de origen; solo el 1.5 % de los 7 711 encuestados vive de forma independiente.
  • De acuerdo a las estadísticas de divorcio en Cuba (Valdés Jiménez, 2007), el patrón conyugalparental es inestable en el tiempo, y dadas nuestras regulaciones vigentes, la madre, luego de la separación, queda al cuidado de su descendencia, por lo que hay predominio de la familia monoparental por vía materna.
  • Algunos estudios muestran que, en la medida en que se incrementa la edad de los hijos, también lo hacen los números de divorcios y separaciones entre madres y padres (Semanat Trutie, Peñate Leiva y Risco Sánchez, 2019). En la trayectoria vital de un joven en Cuba, es muy probable que experimente diversos tipos de arreglos o estructuras familiares: primero nuclear, luego monoparental, y más tarde reensamblada por parte de padre, madre, o ambos.
  • Tomando en consideración la estructura de convivencia de niños y jóvenes en Cuba (Íñiguez, Figueroa y Rojas, 2017), el 50.5 % de los niños y adolescentes cubanos menores de 17 años reside con ambas figuras parentales, por lo que forman parte o bien de familias monoparentales o de familias reconstituidas.
  • Un 30 % vive solo con los abuelos, quienes para muchos han estado más presentes en sus vidas que el padre biológico (Íñiguez, Figueroa y Rojas, 2017).
  • El núcleo duro de relación de un niño, adolescente o joven menor de 30 años, es decir, la persona con la que más establemente ha convivido a lo largo de su vida, es la madre. Le siguen, en orden de importancia, los abuelos (sobre todo abuela materna) y, en ocasiones, tíos.
  • El padre biológico es la figura más inestable, en cuanto a presencia y responsabilidad, para casi la mitad de la población estudiada. En ocasiones los padres afines (culturalmente llamados padrastros) han jugado un papel de reemplazo.
  • Dado que vienen de una generación de padres con grandes descensos en el patrón de fecundidad, una gran cantidad de jóvenes cubanos son hijos únicos de padre y madre biológicos. Es muy difícil encontrar, en la actualidad, a un joven en Cuba con más de tres hermanos de ambos padres biológicos, sobre todo en zonas urbanas. Por lo general, los hermanos, convivientes o no, son por parte de padre o madre, lo cual produce una filio-matri-centralidad en la familia, donde un hijo único ocupa simbólicamente un lugar protagónico en el escenario familiar, en términos de proyección, aspiraciones y demandas.
  • Las familias de nuestros jóvenes son, por tanto, de relaciones de enlaces más filiales e intergeneracionales que conyugales y fraternas, donde pueden coexistir hasta cuatro generaciones, en especial en zonas urbanas, que son la mayoría.
  • El número de los miembros familiares con los que se convive es reducido, al igual que los espacios físicos disponibles. Los jóvenes no siempre tienen acceso a un espacio propio, ni siquiera a un cuarto propio, y este es uno de los factores por los que conviven con su familia de origen hasta etapas avanzadas.
  • Aunque viven en hogares de pocos miembros, el concepto simbólico de familia en Cuba se extiende a una red amplia de interacción, que incluye a la familia del padre, de abuelos, de tíos y familia emigrada junto con los amigos y vecinos, lo que constituye una fuente de apoyo importante.
  • Las condiciones socioeconómicas son heterogéneas, en dependencia del territorio, condiciones de vida, ingresos, formas de inserción laboral, color de la piel, etc. Los datos muestran que la mayoría de las familias cubanas tienen estándares de vida de medio a bajo, esto antes del nuevo descenso abrupto que atraviesa la sociedad como secuela de la pandemia.

¿Cuál es el perfil psicológico que caracteriza esta dinámica relacional de los jóvenes con su familia? Una investigación del Centro de Estudios de la Juventud (Risco Sánchez et al., 2016) muestra que la familia es una esfera prioritaria que ocupa un lugar central en la subjetividad juvenil, tanto como elemento condicionante como resultante de la misma. Las otras tres esferas que menciona (superación, trabajo y condiciones materiales de vida) cambian su lugar en el orden de prioridad en función de los diferentes grupos, pero se reiteran en los primeros lugares. Por tanto, las dinámicas familiares tienen una fuerte influencia en los jóvenes, en su desarrollo y formación, y son determinantes en muchas de las encrucijadas vitales de la actualidad.

En consonancia con los resultados mostrados en la caracterización anterior, las figuras de la madre y la abuela son enaltecidas en las plataformas discursivas de los jóvenes. Esto se evidencia en temas de confianza, intimidad y cercanía, pues la mayoría declaran que es fundamentalmente con la madre con quien más conversan de temas íntimos. La madre resulta ser la principal confidente para todos los grupos de edades, aunque sus datos porcentuales disminuyen a medida que aumenta la edad. Las separaciones y divorcios de los padres no siempre alcanzan una buena resolución, cuestión esta que trasciende a los hijos, que se han visto afectados con respecto a la atención emocional y material que reciben de su progenitor no conviviente.

Estudios sociopsicológicos realizados en Cuba por diversas tesis de culminación de grado muestran que los hogares de convivencia constituyen familias de clima emocional con tendencia a niveles altos de conflictividad, al mismo tiempo que de cohesión y afectividad (Suárez Despaux, 2016; Pérez Arteaga, 2020). Se producen fuertes involucramientos afectivos, relaciones de interdependencia, de compromisos, apoyos, lealtades y responsabilidades entre generaciones. Dadas sus realidades de convivencia, son frecuentes los conflictos limítrofes por corrimientos de roles, de jerarquías, invasión de espacios y dificultades para llegar a acuerdos consensuados. Otras investigaciones muestran también que los estilos comunicativos para la solución de conflictos son deficientes (Álvarez, 2014; Pérez Arteaga, 2020). La relaciones verticalizadas (es decir, pocos hermanos, ausencia de la figura paterna, inclusión de nuevos miembros, no convivencia en el hogar de ambos progenitores) dificulta el equilibrio de poder y las relaciones más democráticas en los estilos educativos.

Hoy estamos hablando de una generación pos-Período Especial, la cual ha vivenciado y se ha socializado en una etapa de crisis y sucesivas reformas: el Período Especial propiamente dicho (1990-2000), el período de la Batalla de Ideas, caracterizado por la emergencia de los denominados Nuevos Programas Sociales (2001-2009), el período de la actualización del modelo económico y social (2010-actualidad), el recrudecimiento de las medidas de hostigamiento económico a partir de la administración de Trump y la actual crisis epidémica por la COVID-19 (marzo del 2020-actualidad).

El sacrificio de padres y abuelos para satisfacer sus necesidades materiales y emocionales en este escenario ofrece datos que dan cuenta de un signo generacional en la relación familia-juventud, que condiciona determinadas dinámicas familiares y prácticas sociales. Muchos jóvenes cubanos, ya en la juventud tardía, se sienten comprometidos y en ocasiones exigidos a participar en el cuidado de sus abuelos en situaciones de invalidez o dependencia, lo que en ocasiones repercute en sus proyectos de emancipación. Los abuelos que hoy son adultos mayores, dadas las características generacionales, en muchos casos pasaron a la primera línea del cuidado, en un rol de reemplazo de padres ocupados y altamente demandados por responsabilidades sociales. Con ellos se creó un vínculo estrecho que ahora se traduce para el joven en un compromiso de atención, apoyo y cuidado, y en no pocos casos son sus principales cuidadores.

La cultura paterno-filial sacrificial que generó el escenario poscrisis ha impactado en la subjetividad de muchos jóvenes, los que expresan de manera explícita el sentimiento de endeudamiento, de lealtad hacia unos padres que los acompañaron con mucho esfuerzo en sus desempeños escolares y realizaciones personales. Las investigaciones sobre emigración de los jóvenes cubanos muestran que entre sus motivaciones está poder ayudar a su familia de origen y, en alguna medida, simbólicamente, devolverle con ayudas económicas esa deuda de sacrificio que hicieron por ellos. Todas estas realidades se han visto acrecentadas por el escenario de la pandemia, donde los jóvenes deben cuidar de sus abuelos y participar más en las tareas de apoyo, cooperar con las personas dependientes, trabajar y estudiar desde sus casas, lo que los hace más disponibles y asequibles y les dificulta su capacidad de concentración.

Foto Raúl Cañibano (Cuba)

Relación familia-juventud-realidad social: encrucijadas vitales

¿Qué entendemos como encrucijada vital?

La dinámica demográfica en Cuba ha conducido a un proceso de envejecimiento poblacional y a la reducción cuantitativa de sus generaciones jóvenes. Mientras que en América Latina y el Caribe el 51 % de la población tiene 24 años o menos y, por lo tanto, cuentan con el llamado “bono” o “dividendo” demográfico, Cuba enfrenta el agotamiento de dicho bono con apenas un 33 % de su población en esas edades (Fundación de las Naciones Unidas para la Población, 2017, p. 125) y una tendencia a la reducción de dichas proporciones en los próximos años, lo que parece indicar que, para el 2030, las personas de la tercera edad (que constituirán más de la tercera parte de la población) superarán a los menores de 30 años.

Si enfocamos el análisis en términos generacionales, estamos en una coyuntura en la que confluye una reducción cuantitativa de la población joven con el correspondiente aumento de las presiones sociales y familiares. Nuestros jóvenes representan hoy una generación con altos niveles de exigencia, cuestión esta que les dificulta articular sus proyectos de vida. Las personas jóvenes deben responder a múltiples demandas (nuevas formaciones profesionales, mayor productividad, aumento de la fecundidad, cuidado de adultos mayores, entre otras) y, al mismo tiempo, se incorporan a espacios sociales (familiares, comunitarios, laborales, políticos) en los que predomina la población adulta, cada vez de mayor edad, que reproduce lógicas generacionales y estructuras de poder que tienen expectativas de los jóvenes difíciles de cumplir, lo que marca algunas contradicciones para la configuración de subjetividades en las juventudes.

Nuestra realidad social ofrece un escenario de participación juvenil y de compromiso con nuestro proyecto político. Diríamos que en tiempos de la COVID los jóvenes han tenido un alto nivel de participación y protagonismo en múltiples tareas innovadoras y de choque, pero Cuba no es ajena a los retos que enfrenta el mundo para garantizar la integración social, especialmente de sus generaciones jóvenes, que arriban en circunstancias difíciles. Somos un país muy cercano a los Estados Unidos, lo que ha tenido y continúa teniendo fuertes impactos económicos, culturales y políticos, acentuados en las últimas cinco décadas por la contradictoria relación que implica la hostilidad del gobierno de ese país hacia la Isla frente a sus efectos atractores como potencia hegemónica a nivel internacional que propone modelos de desarrollo y bienestar, así como orientaciones de valor vinculados al confort material y al éxito.

La tesis central del presente trabajo es que la relación familia-sociedad y juventud en nuestro contexto social e histórico, agravado por condiciones de pandemia, colocan a los jóvenes en encrucijadas vitales complejas y difíciles, donde las metas en los diferentes dominios no siempre pueden ser conciliadas, sino que entran en contradicción. El logro de algunas pone en riesgo el cumplimiento de otras, facilitando ciertos cursos evolutivos y dificultando otros.

De acuerdo con la teoría de la interseccionalidad, aún con limitada presencia en los estudios de juventudes, las encrucijadas pueden volverse más complejas y opresivas de acuerdo al entrecruzamiento de categorías (dígase género, edad, color de la piel, lugar de residencia) que producen diferentes tipos de desigualdades y desventajas, produciéndose un cambio en el balance entre pérdida y ganancia hacia un mayor peso y frecuencia de la pérdida en situaciones de desventaja social. Las ciencias sociales, y en particular la psicología, tienen el reto de construir modelos de análisis que nos permitan entender de manera compleja, sistémica y dialéctica las múltiples interinfluencias no siempre armónicas que están comprometiendo el desarrollo, la madurez y el bienestar en esta etapa de la vida. Así mismo, el análisis de estas encrucijadas vitales de los jóvenes en la Cuba de hoy debe facilitar la comprensión de la necesidad de políticas sociales no solo sectoriales, dirigidas a la juventud, sino también desde una perspectiva generacional que atraviese todas las políticas de manera global e integral.

Aunque coincidimos con Erickon (1974), que plantea una visión del ciclo vital entendida como una secuencia de encrucijadas en las que el yo se ha de enfrentar a ciertos compromisos y demandas sociales, la utilización que vamos a hacer del concepto difiere de la de este autor. Usamos el término como una metáfora que hace un préstamo lingüístico, de manera que la herramienta de análisis se envuelva en una comprensión novedosa de las realidades juveniles y facilite la orientación, educación y la proyección de políticas sociales dirigidas a la juventud. Las encrucijadas, de acuerdo a su definición epistemológica, son conflictos excluyentes entre dos o más dominios evolutivos (dígase pareja, familia, superación, trabajo, solvencia económica) que implican la necesidad de excluir o prorrogar algunos, al menos de manera transitoria. Las encrucijadas transcurren en una lógica dicotómica que produce estados de confusión o duda: no saber qué decisión tomar o qué acción llevar a cabo ante la dificultad o el dilema que se presenta, la toma de un camino excluye la posibilidad de integrar otras esferas importantes de la vida. En dicho cruzamiento las sendas se superponen o se atraviesan entre sí, creando disyuntivas complejas, lo que compromete los niveles de madurez y estabilidad logrados en diversos órdenes.

¿Cuáles son esas encrucijadas?

Voy a intentar descifrar algunas de las encrucijadas vitales de los jóvenes de hoy en Cuba en relación a cómo se conjugan en su proyecto vital la familia de origen, las relaciones de pareja, la tenencia de hijos, la culminación de estudios y la solvencia económica.

La primera encrucijada se da entre encontrar pareja y la solvencia económica. En la Encuesta Nacional de Juventud muchos participantes declararon que sin solvencia económica les era difícil encontrar y mantener pareja estable. Los espacios de recreación y ocio que atraen a la juventud son costosos y no siempre las familias disponen de recursos para solventar este tipo de actividades más allá de las necesidades básicas. El joven (fundamentalmente los varones) se ven devaluados en comparación con otros que sí logran acceder e invitar a otro u otra. Una vida sexual inestable, sin compromisos ni responsabilidades, muchas veces es la salida a este tipo de encrucijadas.

Habría que hacer la salvedad de que estos jóvenes tienen una iniciación sexual temprana, no siempre con sexo protegido, con altos potenciales de riesgo al embarazo adolescente, cuyos índices son altos. Ese fenómeno casi siempre es asumido por la familia de origen de la niña y una gran deserción del adolescente masculino.

Una segunda encrucijada generalizada se da entre la continuidad de estudios y la solvencia económica. Semanat Trutie, Peñate Leiva y Risco Sánchez (2019) ponen en evidencia que la continuidad de estudios, al concluir los niveles medios, se produce bajo una estructura de manutención de la familia de origen, lo cual trae aparejado una situación de dependencia económica en una etapa en que desean una mayor autonomía. En muchas familias esa estructura de manutención alcanza para las necesidades básicas, pero no para el ocio y recreo. Investigaciones muestran que la mayor entrada a la universidad de estudiantes se da en hijos de padres universitarios, familias cuyas orientaciones de valor están fuertemente orientadas al desarrollo y la superación (Jiménez Guethón y Verdecia Carballo, 2021). Sin embargo, un sector juvenil vulnerable está renunciando a las aspiraciones de estudios superiores. La ruptura de la línea continua que existía entre calificación, empleo y condiciones de vida está provocando cierta devaluación de la educación, que ha tenido su expresión en la renuncia de muchos jóvenes a la continuidad de estudios. Para muchos ese sacrificio entra en una lógica opuesta con los esfuerzos para lograr una autonomía económica, lo que constituye una encrucijada mayor para poblaciones vulnerables.

Por tanto, otra encrucijada se da entre los estudios universitarios y la inserción laboral, cuando estos coinciden en el tiempo. En la población joven se manifiestan con mayor fuerza las contradicciones propias del empleo en Cuba, entre ellas las expectativas individuales y las posibilidades de satisfacción real mediante el salario en el sector estatal, la discrepancia entre el nivel educativo y la ocupación desempeñada, así como la movilidad de profesionales a sectores reanimados de empleo. Algunos jóvenes optan por la combinación de estudio y trabajo para mejorar la solvencia económica, pero tienen que trabajar fuera de los horarios de clase, muchos en trabajos por cuenta propia (el 32 % de los cuentapropistas son jóvenes) o economía informal, lo cual afecta su rendimiento. Algunos dejan de estudiar para trabajar, sobre todo en situaciones donde las finanzas familiares no les permiten esa estructura de manutención, por lo que se produce la inserción más temprana en la vida laboral.

Otro tema considerable es la realización laboral y el cuidado de los hijos y ancianos. La familia cubana, dadas sus características sociodemográficas, afronta una crisis del cuidado, sobre todo en la atención a adultos mayores dependientes y con grados de discapacidad física y metal. Una demanda de este tipo en las familias, que ya hemos mencionado que son de pocos miembros bajo un mismo techo, supone una sobreexigencia, en especial a la mujer-hija, y compromete sensiblemente los tiempos personales, por lo que una encrucijada vital pone en lógicas excluyentes la participación laboral activa con el cuidado exclusivo de un miembro de la familia. Si ya hay niños la mujer tiende a vivir una limitación real que impide el logro de determinadas metas evolutivas, sobre todo si existen pocas personas para compartir el cuidado.

También supone una encrucijada la cuestión de la inserción laboral vs. la tenencia del primer hijo. En Cuba los niveles de fecundidad en la población entre 15 y 34 años se mantienen por debajo del reemplazo, aun cuando, por razones de carácter biológico, este segmento poblacional es en mayor medida protagonista de los comportamientos reproductivos. La edad media de la reproducción se ha mantenido oscilando alrededor de los 26 años. La fecundidad en unión consensual es también una característica. La encrucijada vital se produce ante el momento de la tenencia del primer hijo por la interferencia que esto tiene, sobre todo para la mujer, en sus proyectos de realización profesional e inserción laboral. Mientras que las mujeres con nivel medio suelen tener a sus hijos entre los 20 y 24 años, las madres universitarias se encuentran más frecuentemente en el grupo de 25 a 29, hecho que confirma la tendencia a la postergación de la maternidad por parte de las mujeres de mayor nivel educacional. Los nacimientos provenientes de madres menores de 20 años son más frecuentes en localidades rurales, donde los patrones culturales vigentes podrían estar incidiendo en que este tipo de evento sea más aceptado socialmente. Por otra parte, la juventud tardía aporta el mayor saldo migratorio al país, por lo que también es común la encrucijada entre fecundidad y proyecto migratorio. Lamentablemente muchos ven la emigración como modo de obtener un nivel de emancipación y prosperidad económica, no sin conflictos y culpas, siendo la juventud actualmente una población que decrece, deslizante o movediza. Esta decisión produce una moratoria para la tenencia del primer hijo, que muchas veces nace en territorio foránea, afectando los índices de fecundidad del país.

Otro conflicto en los jóvenes está relacionado con la emancipación del hogar de origen y la formación de una nueva familia. Con respecto al censo del 2002, en el del 2012 se aprecia un predominio de personas solteras en estas edades. Entre los que se declaran solteros existen algunos que tienen pareja, mas no conviven con ella. Como tendencia se está produciendo una moratoria de la formación de la nueva familia, al mismo tiempo que una salida tardía de muchos jóvenes de los hogares de origen para formar se propia familia. Algunos salen de su familia de origen para insertarse en la familia de la pareja. Sociológicamente esta realidad responde a diferentes causas: la imposibilidad de acceder a un espacio propio, la dificultad para integrarse a un mercado laboral y conseguir una solvencia que les permita por sí solos la fundación de una familia y la dificultad para los desprendimientos de una familia matricéntrica, que tendrían que dejar, por lo general, en situaciones vitales complejas. Como resultado, ya en la juventud tardía se mantiene un alto número tanto de hogares extensos donde convive la nueva pareja como de situaciones en las que cada uno vive en su casa, separados, de manera que, cuando un hijo nace, pasa a formar parte del hogar de origen de la madre (Álvarez, 2014).

La proporción de los jóvenes que tienen algún vínculo estable es mayor en las mujeres que en los hombres. La edad media de la primera unión es por lo general más baja en las mujeres respecto a los hombres, debido fundamentalmente a que ellas prefieren unirse a hombres mayores, además de que, por cultura, los varones se sienten más devaluados en su condición de proveedor, cuestión esta aún vigente en los imaginarios sociales. En esta etapa se da un fuerte aumento de la consensualidad en convivencia con la familia de origen. La disminución de las uniones legales por el matrimonio en los menores de 30 años ha sido señalada, aunque no resulta un comportamiento exclusivo de este grupo. Sin embargo, la conformación de relaciones estables de pareja continúa siendo aspiración para esta población. Por último, está el conflicto de lealtad entre la nueva pareja y la familia de origen. La convivencia familiar se torna más difícil cuando ya existen parejas estables y descendencia. Muchos jóvenes expresan sentirse atrapados en esa lucha de lealtades, no se sienten verdaderamente libres, sino aún hipotecados en responsabilidades con su hogar de origen, difíciles de conciliar con los compromisos hacia la nueva pareja

En el análisis de estas encrucijadas hemos encontrado diferentes formas de afrontamiento juvenil, en dependencia de si el joven dispone o no de un cierto margen de maniobra o de un potencial de flexibilidad para tomar decisiones ‒algunas más favorecedoras al desarrollo, otras de mayores riesgos para la vida futura‒. Si las encrucijadas se superan con éxito, suponen una expansión y la adición de nuevas competencias, si no, pueden implicar un estancamiento que dificulta el abordaje de encrucijadas futuras.

Foto Raúl Cañibano (Cuba)

¿Cuáles son esos afrontamientos?

  • Hacer equilibrios o malabarismos de conciliación, lo que requiere apoyos adicionales. Salidas sacrificiales, explotar los recursos a nuestro alcance (biológicos, psicológicos, socioculturales) para maximizar, dentro de las restricciones en las que nos movemos, nuestro funcionamiento en esas trayectorias o dominios, poniendo en marcha las mejores estrategias y medios para conseguir las metas evolutivas deseadas.
  • Aplazar o postergar ciertos dominios, dando preferencia a algunos en detrimento de otros. Es a lo que se le ha denominado el ejercicio de las moratorias o prórrogas de algunas metas evolutivas para las que no se tienen condiciones actuales con el objetivo de hacer más manejable el número de desafíos, amenazas y demandas potenciales con los que se encuentra.
  • Renunciar para siempre a algunas tareas evolutivas cuando los relojes biológicos, los tiempos cronológicos o los marcadores sociales han hecho sonar las alarmas asumiendo o no los costos que eso conlleva y en ocasiones reproduciéndose la desventaja social.
  • Desistir por parálisis del contrato adulto, utilizando salidas presentistas, hedónicas y con un horizonte a muy corto plazo.
  • Deslizarse a otro escenario geográfico y dejar atrás el escenario vital anterior, provocando un cambio en el contexto evolutivo por otro que el joven piensa que facilita la consecución de sus metas, ya sea por migración interna o externa.

Las encrucijadas vitales y el escenario de la pandemia de covid-19

En mayo del 2020 la Encuesta de Juventud sobre la Pandemia de COVID-19, que contó con la participación de cerca de 8 000 jóvenes, encabezada por el Grupo de las Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible en América Latina y el Caribe, reconoció los impactos múltiples y diversos que la pandemia ya tiene y tendrá en la población juvenil y en la promoción, defensa y ejercicio de sus derechos humanos. Los efectos de la pandemia acrecientan algunos problemas, sobre todo en juventudes vulnerables, al mismo tiempo que introducen nuevas brechas de desigualdad:

  • Se acrecientan y agudizan las encrucijadas vitales ya existentes, condicionando sus planes a corto, medio e incluso largo plazo.
  • Nuevas fuentes de estrés: nueva normalidad con escenarios económicos familiares más difíciles, con un nuevo modo de relacionarse socialmente mucho más restringido, así como nuevas formas y niveles de la organización del estudio y del trabajo que exigen y posibilitan nuevas prácticas.
  • Aumento significativo en la carga de trabajo doméstico y de cuidados no remunerados en personas jóvenes. Particularmente, la carga es mayor en mujeres jóvenes entre 20 y 24 años.

Muchos hoy día sienten acrecentado ese gran conflicto de lealtad entre la necesidad perentoria de su proyecto de emancipación, la culminación de estudios o la práctica laboral y satisfacer las expectativas de sus familias en relación a los apoyos que de ellos necesita, sobre todo si sus padres o abuelos son adultos mayores.

  • Las figuras filiales en Cuba, por tradición y como generalidad, priorizan los estudios de sus hijos y no tienden a formar e incentivar en ellos la corresponsabilidad en el desempeño de las labores domésticas, cuestión esta que ha cambiado en el escenario pandémico. Antes de la COVID-19 los jóvenes, inmersos en las complejidades y exigencias escolares e inicio de la vida laboral, disponían de menos tiempo para mantenerse en sus casas y participar en las labores hogareñas.
  • La situación laboral de muchos se vio afectada, sufriendo desde reducciones de jornada hasta la pérdida de sus empleos.
  • La crisis sanitaria introdujo nuevas brechas de desigualdad, sobre todo la digital. El acceso y el uso de las tecnologías de la información y la comunicación se convierten en escenarios generadores de desventajas. No poder acceder a estas limita la comprensión de los jóvenes sobre algunos de los procesos sociales contemporáneos, restringen los capitales culturales y, por tanto, las oportunidades para participar.
  • Para algunos el teletrabajo, a partir del uso de las tecnologías de la información y la comunicación, fomenta la creatividad y la innovación, para otros el teletrabajo representa una sobrecarga que gravita sobre jornadas extensivas e intensivas donde los límites familia-estudio-trabajo quedan diluidos en un mismo espacio difícil de conciliar.
  • Distintos modos de organización y participación social han ofrecido nuevos espacios donde muchos jóvenes están trabajando de manera formal o voluntaria para mitigar la pandemia y hacer frente a sus repercusiones. Del surgimiento de prácticas ciudadanas donde los jóvenes han tenido nuevos protagonismos devienen experiencias valiosas para la sociedad, las cuales es pertinente visibilizar y evaluar críticamente

¿Cómo ayudar a los jóvenes desde los dispositivos educativos y de orientación a enfrentar estas encrucijadas con salidas maduras y responsables? Negaría mis presupuestos de partida si dijera que las salidas o soluciones a estas encrucijadas van a depender solo del joven. Se trata de promover acciones sociales que tomen en cuenta la articulación de familia, las instituciones educativas y las políticas sociales y socioeconómicas.

Desde lo individual, cada joven debe defender su derecho a ser arquitecto de su propio desarrollo, de poder influir en el entorno y dirigir su vida, buscar sus propias respuestas, definir los valores y principios por los cuales quiere regirse. Deben reconocer y experimentar la vida como una toma de decisiones continua, en la que en cada encrucijada vital se toman las mejores respuestas posibles con los recursos y condiciones disponibles.

El escenario familiar puede ser un entorno que facilite la resolución de estas encrucijadas o, de lo contrario, las acreciente. En dependencia de las realidades familiares, estas son parte de la solución o parte del problema. Cuando confluyen situaciones de desventaja o de determinadas dinámicas relacionales complejas, la familia dificulta las trayectorias vitales. Desde su función educativa, esta debe ayudar a entender las encrucijadas de los jóvenes actuales y facilitarles, en la medida de lo posible, su capacidad de discernimiento y la búsqueda de salidas promotoras del desarrollo, la realización y el bienestar.

Sin descuidar las responsabilidades que los jóvenes tienen hoy con sus familias de origen, estas tendrían que evitar el fenómeno del hijo ancla (un hijo o hija llamado a ser un recurso y refugio emocional) o el de los hijos canguro, cuyos padres les facilitan y le allanan el camino, muchas veces, optando por el facilismo Estos fenómenos dificultan los desprendimientos familiares e impiden la satisfacción de las necesidades de emancipación a esas edades. No es justo para los hijos jóvenes adultos que les pasemos factura, consciente o inconscientemente, por el sacrificio que hicimos por ellos. A los hijos hay que darles raíces, pero también alas. Tampoco sería pertinente allanarles el camino sin esfuerzo por su parte, bajo el principio que defienden muchos padres: “que tengan y disfruten lo que yo no tuve”. Por otro lado, entre los conflictos familiares más acuciantes en la juventud media y tardía están los relacionados con la cantidad de tiempo invertido por el joven en otras áreas (pareja, medios tecnológicos), lo que deja escasos momentos para compartir con la familia o cumplir con responsabilidades domésticas y de cuidado.

Así, podemos promover y trabajar un modelo de familia cuyo rostro sea escuela de diálogo, de negociación, taller de solidaridad, educadora de libertad y responsabilidad, cultivadora de la unidad en la diversidad y promotora de la justicia y de la humanización. Pero la familia no puede estar sola en su empeño. Es necesario que todos los agentes formadores y las realidades económicas desempeñen su papel. Se necesita mucha capacidad de diálogo, confrontación, conversación, persuasión y horas de encuentro para que la familia y la escuela puedan dejar una impronta en la formación de los jóvenes. Desde lo social, el análisis de estas encrucijadas vitales nos reta a reevaluar o redimensionar algunos presupuestos de partida de las políticas sociales. En primer lugar, las realidades juveniles actualmente están revelando una no correspondencia con la idea de que el ciclo vital se produce en una coexistencia armónica, lineal y alineada a la edad entre las diferentes esferas del desarrollo humano o dominios evolutivos. Así, los individuos pertenecientes a una misma cultura comparten ciertos esquemas sobre cómo es o debería ser el desarrollo evolutivo en sus diferentes momentos, las metas que deberíamos conseguir o a las que deberíamos aspirar. De acuerdo al Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (en Gómez Urrutia y Royo Urrizola, 2015), los indicadores sociales que marcan el paso de la juventud a la edad adulta son la independencia económica mediante el trabajo remunerado, el establecimiento de una pareja con proyecciones a largo plazo, así como la expectativa de hijos. Las trayectorias vitales de los jóvenes hoy expresan especificidades histórico-culturales que rompen o desarticulan estos criterios de madurez social y cuestionan la manera simplificada de concebir la etapa juvenil como preparación para la vida adulta. Se produce una tensión entre lo proyectado y lo posible en medio de unos condicionamientos concretos. Se trata entonces de coyunturas vitales donde las realizaciones personales también dependen de un contexto que puede convertir las aspiraciones personales en posibles o irrealizables. Hoy tendríamos que afrontar estos guiones culturales o metas normativizadas como guiones flexibles diluidos en una diversidad de trayectorias vitales, abiertos a cierta variabilidad y con trayectorias alternativas posibles.

En segundo lugar, la relación familia-juventud-realidad social y sus encrucijadas vitales, vistas desde la teoría de la interseccionalidad en la juventud de hoy, ponen en conflicto el principio de la libre elección. Un joven es un actor social que, como sujeto histórico, construye sus decisiones y acciones, pero bajo determinaciones de orden familiar, social, estructural y simbólico. Si bien es cierto que la juventud tiene un potencial transformador sobre la propia realidad, al mismo tiempo es pertinente reconocer las circunstancias limitantes o realizadoras en la construcción del curso vital de muchos jóvenes en condiciones de desventaja o vulnerabilidad. La libre elección entra en contradicción cuando aparece una dificultad para elegir libremente y tener que optar por dos condiciones opuestas. Este mismo concepto, de forma similar, es usado por Mabel Burin (2008), psicóloga feminista y psicoanalista, cuando se refiere a las “opciones de hierro” y al “techo de cristal”.

Por último, igualdad de oportunidades no es lo mismo que equidad en las posibilidades y derechos. Muchas lógicas discursivas compulsan a la juventud con mandatos voluntaristas e individualistas de “todo es posible en la medida en que tú creas que es posible”, “las oportunidades están, solo depende de tu elección, empeño y esfuerzo”. No todos los jóvenes tienen las mismas posibilidades de acceder a las oportunidades disponibles. No podemos desconocer las posibilidades en materia de equidad social que ofrece Cuba en el acceso a la educación, la cultura, al empleo y a la participación sociopolítica, que supera a muchos países, pero también es una realidad que hoy, desde la heterogeneidad, la igualdad de oportunidades no es suficiente para lograr la equidad social. Se prevé que el impacto de la pandemia aumente las desigualdades existentes y genere la recesión más profunda de la historia reciente, lo que afectaría sobre todo a adolescentes y jóvenes y provocaría la frustración de sus posibilidades de desarrollo, para así incidir negativamente en el disfrute de sus derechos humanos en igualdad de condiciones.

Los factores socioeconómicos y socioestructurales que inciden en el máximo aprovechamiento de las oportunidades existentes por parte de las generaciones jóvenes (diferencias por origen social, nivel socioeconómico, género, color de la piel, territorio, acceso a las tecnologías) generan la producción y reproducción de desigualdades, así como de diferente formas de subjetivación, todo lo cual incide en unas prácticas sociales y culturales diferentes. Se vuelve una necesidad imperiosa dotar de una perspectiva generacional todas las políticas públicas, que constituyan respuestas integrales y abordajes interseccionales y que involucren a las juventudes y garanticen su desarrollo. Las posibilidades de inclusión social también están determinadas por políticas económicas o educativas.

Cuba no es ajena a los retos que enfrenta el mundo para garantizar integración social a su población en general y, especialmente, a sus generaciones jóvenes, que arriban a la vida social en circunstancias difíciles. El país ha generado en los últimos años toda una serie de iniciativas para mejorar la calidad de vida de nuestro pueblo, pero aún faltan las vías para conectarlas con otras que tengan como objeto una revitalización del sector juvenil, que no se logra solo con los aumentos de salarios, sino con la creación de espacios que permitan una mayor participación y reconocimiento social en nuestro contexto. Los jóvenes no son simples receptores de políticas públicas, sino actores estratégicos del desarrollo, portadores de utopías caracterizados por la búsqueda de alternativas, capaces de conquistar espacios públicos y articularse con lo político, así como de buscar las convergencias estratégicas en medio de tanta multiplicidad y atomización. Albert Einstein (2000) dijo: “Juventud, ¿sabes que la tuya no es la primera generación que anhela una vida plena de belleza y libertad?” (p. 19). Esa frase demuestra que cada joven ha tenido su momento en el camino de construcción de la sociedad perfecta y ha gozado del derecho de ser irreverente, transgresor, revolucionario y creador. Por lo tanto, con ese mismo ímpetu con que se viven las aventuras, se fraguan los cambios… son responsables del nuevo tiempo y se convierten en el punto de inflexión del mañana.

Voy a terminar con una frase de una psicoanalista y feminista francesa de origen búlgaro (Julia Kristeva, 1993; citada por Janin, 2008): “Juventud, tiempo de encrucijadas… amor, sexualidad y sueños. Lugar de encuentros y desencuentros, de pasiones, amores eternos e intensísimos, de desesperaciones, de caída a los infiernos, de arriesgar todo a cada instante, de choque con el mundo, del heroísmo del que transgrede, pero también de esperanzas, de un mundo que uno supone siempre abierto y mejor”.

Foto Raúl Cañibano (Cuba)

Referencias bibliográficas

Álvarez, M. (2014). Familia y género. La Habana: Centro de Estudios de la Mujer y Editorial de la Mujer.

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Tomado de: Revista Cubana de Psicología

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El gran capital no distingue entre derecha y extrema derecha

Por Marcos Roitman

La guerra contra la democracia, es la opción del capitalismo para enfrentar y desarticular los proyectos populares. Mencionar políticas afincadas en el cobro de impuestos progresivos o la intención de regular el mercado encienden las alarmas del complejo industrial militar y financiero. No digamos cuando los programas de cambio social se fundamentan en la nacionalización de las empresas trasnacionales, la reforma agraria y la distribución de la renta. Al poder económico le basta atisbar la posibilidad de ser derrotado para borrar la distancia que separa la llamada derecha progresista de la extrema derecha. Llegado el momento, pensemos en Perú, concentra sus esfuerzos en mantener el orden capitalista. Es la hora de los poderes fácticos, aquellos que emergen para bajar el telón de la ficción democrática de la derecha progresista. El poder del capital sólo entiende de ganancias y poder. En su mundo, no contempla la posibilidad de verse apartado del proceso de toma de decisiones. Los ejemplos históricos están contenidos en ascenso del nazifascismo en Europa.

La salida totalitaria del capitalismo alemán contó con el apoyo financiero de apellidos ilustres. Empresarios, banqueros, industriales, en definitiva el gran capital, se inclinó por apoyar la emergencia de un nuevo líder. El partido nazi fue la salida para evitar el avance de la socialdemocracia y el movimiento comunista. Su opción: Adolf Hitler. Decisión y compromiso para apuntalar el nacimiento del Tercer Reich. El 20 de febrero de 1933, en reunión secreta al más alto nivel, confluyeron en el Reichstag, Adolf Hitler, Hermann Göring y los 24 empresarios y banqueros más importantes de Alemania. Éric Vuillard, en su relato novelado, El orden del día, recrea el momento donde se aúpa al führer gracias a las generosas donaciones del gran capital alemán: los 24 no se llaman Schnitzler, Witzleben, Schmitt, ni Finck, Rosterg o Heubel, como nos mueve a creer el registro civil. Se llaman Basf, Bayer, Agfa, Opel, IG Farben, Siemens, Allianz, Telefunken. Con esos nombres sí los conocemos. Están ahí entre nosotros. Son nuestros coches, nuestras lavadoras, nuestros artículos de limpieza, nuestras radios despertadores, el seguro de nuestra casa, la pila de nuestro reloj. Están ahí, en todas partes, bajo la forma de cosas. Nuestra vida cotidiana es la suya. Cuidan de nosotros…

Hoy, en la transición del capitalismo analógico al capitalismo digital, no caben medias tintas. El capital trasnacional se juega el todo por el todo. Las opciones no son muchas y hay que apostar por lo más simple, el discurso del miedo como aglutinador de las emociones y el control de las mentes. Nuevamente se levanta el anticomunismo como bandera y se despliegan sus argumentos. Eso sí, recubierto de un lenguaje donde se potencia el ideal de una sociedad bien ordenada. Seguridad versus democracia. La democracia, argumenta, ha sido pervertida, llenándola de contenidos éticos de justicia social, poniendo en cuestión los valores occidentales. La pandemia les permite, además, mantener un discurso asentado en la antipolítica. Los matices entre las derechas desaparecen. Los grandes empresarios apoyan las opciones neofascistas. Si no son unos serán otros. No hay tiempo para distingos. Los huevos se reparten en canastas, pero sin olvidar el objetivo, impedir el desarrollo democrático. En España, por ejemplo, Vox ha recibido 17 millones de euros de, entre otros, Esther Koplowitz, Juan Miguel Villar Mir o Bernard Meunier. Por sus nombres, como señalaba Éric Vuillard, no los conocemos, pero sus empresas FFC, OHL, Nestlé o El Corte Inglés nos resultan familiares. La lista es amplia. Los dineros fluyen. Hay conseguidores, cuyos avales abren puertas. Jose María Aznar es uno de ellos.

En América Latina una nueva internacional une a todas las derechas. Ha sido creada para desestabilizar los proyectos democratizadores y populares, se apoya en el gran capital trasnacional y los grupos de la nueva derecha nacida de las reformas neoliberales. Aquellos que en 1973, por iniciativa del banquero estadunidense David Rockefeller y el grupo Bilderberg, fundaron la Trilateral del capitalismo, uniendo a los señores del dinero y la guerra de Europa, Asia Pacífico y Estados Unidos, hoy son socios del nuevo proyecto. Una derecha posneoliberal, ultraconservadora, belicista y profundamente ultramundana se aúpa en lo más alto de los consejos de administración. No nos engañemos, United Fruit Company, Anaconda, ITT, Nestlé, Monsanto, Mercedes Benz, Ford, Estándar Oil, Texaco, City Bank, Banco de Santander, Iberdrola, Endesa, Telefónica, Coca Cola, y ahora las empresas tecnológicas, Amazon, Google, Apple, Microsoft y Facebook, están unidas por su declarada guerra contra la democracia. En su agenda, el control de las riquezas naturales del planeta y el reparto de beneficios. Como sucediera en la Alemania nazi, el gran capital no tiene amigos, tiene intereses y los defenderá. No distingue entre derecha y extrema derecha. Hoy como ayer opta por una salida totalitaria, financiando a los nuevos führer, se llamen Le Pen, Abascal, Bolsonaro, Trump, Leopoldo López, Keiko Fujimori, Mussolini o Hitler. Les dejarán de lado, y así lo hacen, cuando no les son útiles para dominar el mundo. La diferencia entre derecha y extrema derecha es un eufemismo. Los golpes de Estado lo demuestran.

Tomado de: La Jornada

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Del derecho a criticar. Del deber de no mentir al criticar

Por Paulo Freire

El derecho a criticar y el deber, al criticar, de no faltar a la verdad para apoyar nuestra crítica, es un imperativo ético de la más alta importancia en el proceso de aprendizaje de nuestra democracia.

Es preciso aceptar la crítica seria, fundada, que recibimos, de un lado, como esencial en el avance de la práctica y de la reflexión teórica, de otro, en el crecimiento necesario del sujeto criticado. De ahí que, al ser criticados, por más que no nos agrade, si la crítica es correcta, fundamentada, hecha éticamente, no tenemos forma de dejar de aceptarla, rectificando así nuestra posición anterior. Asumir la crítica implica, por tanto, reconocer que ella nos convence, parcial o totalmente, de que estábamos incurriendo en equívoco o error que merecía ser corregido o superado.

Esto significa que tenemos que aceptar algo obvio: que nuestros análisis de los hechos, de las cosas, que nuestras reflexiones, que nuestras propuestas, que nuestra comprensión del mundo, que nuestra manera de pensar, de hacer política, de sentir la belleza o la fealdad, las injusticias, que nada de eso es unánimemente aceptado o rechazado. Esto significa, fundamentalmente, reconocer que es imposible estar en el mundo, haciendo cosas, influyendo, interviniendo, sin ser criticado.

Pero, a pesar de la obviedad de lo que acabo de decir, esto es, de que es imposible agradar a griegos y a troyanos, quien hace algo tiene que ejercitar la humildad antes de comenzar a aparecer en función de lo que empezó a hacer. Vivida auténticamente, la humildad calma, pacifica los posibles ímpetus de intolerancia de nuestra vanidad frente a la crítica, incluso justa, que recibimos.

No es posible, por otro lado, ejercer el derecho a criticar, en términos constructivos, pretendiendo tener en el criticar un testimonio educativo, sin encarnar una posición rigurosamente ética. Así, el derecho a la práctica de criticar exige de quien lo asume el cumplimiento minucioso de ciertos deberes que, si no son observados, retirar la validez y la eficacia de la crítica. Deberes con relación al autor que criticamos y deberes con relación a los lectores de nuestros textos críticos. Deberes, en el fondo, también con relación a nosotros mismos.

El primero de ellos es no mentir. No mentir sobre lo criticado, no mentir a los lectores ni a nosotros. Nos podemos equivocar, podemos errar. Mentir, nunca.

Otro deber es procurar, con rigor, conocer el objeto de nuestra crítica. No es ético ni riguroso criticar lo que no conocemos. No puedo basar mi crítica en el pensamiento de A o de B, en lo que oí decir de A y de B, ni siquiera en lo que apenas leí sobre A y B, sino en lo que yo mismo leí, en lo que yo mismo indagué acerca de su pensamiento. Está claro que, para criticar positiva o negativamente el pensamiento de A o de B, me es importante también saber lo que de ellos dicen otros autores. Esto, sin embargo, no basta.

La exigencia de conocer el pensamiento que se ha de criticar no depende de que nos gustó o no la persona cuyo pensamiento analizamos.

¿Cómo criticar un texto que ni siquiera leí, basado apenas en la manía que tengo al autor o a la autora o porque José y María me dijeran que el autor del texto es espontaneísta? Que tenemos derecho a sentir manía de la gente no hay duda. Es obvio también. El derecho que tengo de tener manía a María o a José no se puede extender, sin embargo, al mentir sobre él o sobre ella. No puedo decir, por ejemplo, sin probarlo, que José y María dijeron que puede haber práctica educativa sin contenidos. En primer lugar, esta afirmación es una falsedad histórica. Nunca hubo ni hay educación sin contenidos. Segundo, si digo esto de José y de María, subrayando por tanto su error, sin probar que ellos, de verdad, hicieron tal afirmación, miento en relación a José y María, miento en relación a mí mismo y continúo trabajando contra la democracia, que no se construye falseando la verdad.

Si mi disposición por A o por B provoca en mí un malestar que va más allá de los límites, o que invalida o, como mínimo, dificulta que los lea, tengo el deber de optar por una posición de silencio frente a los que escriben. Y debo también criticarme por no ser capaz de superar mis malestares personales. Lo que no puedo es engrosar la lista de los que hablan por hablar, por lo que oyen decir, y a veces hasta sin ninguna resistencia afectiva a quien critica. Por el contrario, están los que inclusive se dicen amigos del intelectual criticado pero que grabarán, como cliché inmutable, frases hechas que se repiten con aires de enorme sabiduría. Insisto en que la falta de estos no está en el hecho de criticar a un amigo. No hay pecado ninguno en criticar a un amigo si lo hacemos éticamente.

Una vez leí, en un texto crítico de mi trabajo, que soy poco riguroso en el tratamiento de los temas. En cierto momento, por una razón que ya no recuerdo, el crítico citó un extracto de Pedagogía del Oprimido con un error lamentable que se venía repitiendo en diferentes reimpresiones. “La invasión de la praxis” en lugar de “La inversión de la praxis”. Me impresionó que un intelectual, que sorprende la falta de rigor en otro, no perciba cuán poco riguroso es al citar semejante sinsentido: “la invasión de la praxis”. Y no como prueba de mi falta de rigor.

Falta de rigor, ese intelectual subraya el poco rigor de otro.

El derecho a la crítica exige también del crítico un saber que debe ir más allá del saber acerca del objeto directo de la crítica. Saber indispensablemente para la rigurosidad del crítico.

Otro deber ético de quien critica es dejar claro a sus lectores que su crítica abarca un texto apenas del autor criticado o toda su obra, todo su pensamiento.

Si el autor criticado escribe varios trabajos, al criticar uno de ellos, no podemos decir que la crítica es a su pensamiento como totalidad, a no ser que, conociendo la totalidad, estemos convencidos de esto. Reitero: lo que no es posible es leer uno entre diez textos y extender a los nueve restantes la crítica hecha a uno, antes de analizar rigurosamente los demás.

La eticidad del trabajo intelectual no me permite la irresponsabilidad de ser imprudente en la apreciación de la producción de los otros. Como dije antes, puedo errar, me puedo equivocar o confundirme en mi análisis pero no puedo distorsionar el pensamiento que estudio y crítico. No puedo decir que el autor que critico dijo Y si él dijo M y yo estoy seguro de que él dijo M.

No puedo criticar por pura envidia o por pura rabia simplemente para figurar.

Es inadmisible que, entre intelectuales de buen nivel, escuchemos afirmaciones como ésta:

-¿Ha leído usted hay un trabajo reciente de ese autor que usted critica tan duramente?

-No. Y me produce irritación de quien lo ha leído.

Este discurso niega totalmente al intelectual que lo hace. Peor todavía: este discurso en nada contribuye a la formación ético-científica de los alumnos o alumnas de tal intelectual.

Recientemente escuché de una alumna en tono sufrido, cuánto la decepcionara haber oído del profesor en quien confiaba referencias críticas sobre cierto intelectual fundadas casi en el “me dijeron” o en el “es esto lo que se dice”.

Los profesores no enseñamos meros contenidos. A través de la enseñanza de estos, enseñamos también a pensar críticamente, si somos progresistas y enseñamos para nosotros; por eso mismo, no es de depositar paquetes en la conciencia vacía de los educandos.

Nuestro testimonio de seriedad en las citas o en las referencias que hacemos de autores de quienes estamos en desacuerdo o con quienes coincidimos o, por el contrario, nuestra irresponsabilidad en el tratamiento de los temas y de los autores, todo esto puede interferir de manera negativa o positiva en la formación permanente de los educandos.

De un estudiante brasileño que estaba haciendo su doctorado en París oí, años atrás, lo siguiente: “Aprendí recientemente la significación profunda de las citas. Estaba discutiendo un pequeño texto con mi orientador en el que se hacía una cita de Merleau-Ponty. El profesor hizo un gesto de pausa y me hizo dos preguntas:

-¿Usted ha leído, por lo menos, el capítulo entero del que extrajo la cita?

-¿Usted está seguro de que necesita hacer esta cita?

“En verdad”, dije a mi amigo, “no había leído a Ponty y, desafiado por las preguntas del orientador, fui al texto de Merleau, revisé el mío y percibí que la cita era innecesaria”.

Citar, realmente, no puede ser una pura exhibición intelectual o remedio para la inseguridad. Leer un libro, por ejemplo, en la traducción brasileña, por no dominar suficientemente la lengua materna del autor, para hacer la cita en lengua materna es procedimiento poco ético y nada respetable. Citar no puede ser, tampoco, artificio, a través del cual alargamos nuestro texto con retales de textos de otros.

Creo que es urgente, entre nosotros, superar este mal hábito que es, en el fondo, un testimonio deformante, de criticar, de minimizar a un autor, de imputarle afirmaciones que jamás hizo o distorsionar las que realmente hizo. Y de hacerlo con seriedad y certeza tales que pudieran dejar en duda hasta al autor injustamente criticado. En cierto momento del proceso los críticos se apoyan apenas en lo que oyen y no en lo que leen o investigan.

La crítica fácil, ligera, se arrastra irresponsable y, no raramente, se pierde en el tiempo. De repente, se oye todavía de algunos de estos críticos perdidos en el tiempo, como presencias negativas, que Freire es idealista. Que la concienciación en su obra es la mejor prueba de su ilusión subjetivista. No leyeron un texto de 1970 en que discuto detenidamente este problema, otro de 1974, ambos publicados por la Editorial Paz e Tierra en 1975, en Ação cultural para a liberdade e outros escritos. No leyeron una serie de ensayos, de entrevistas, de libros dialógicos aparecidos en los años 80 y, más recientemente, Pedagogia da esperança, um reencontró com a Pedagogia do oprimido, que Paz e Terra acaba de publicar. No leyeron igualmente A educação na cidade, publicación de Cortez, de diciembre de 1991.

No es que piense que deba ser leído por todos. ¡No! Pero sí por aquel que, criticándome, no puede sustraerse a la lectura de lo que critica.

El derecho incontestable a criticar exige de quien lo ejerce el deber de no mentir.

Tomado de: El Viejo Topo

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