Textos prestados

Los medios de información y la guerra perpetua

Vilma Vargas (Ecuador)

Por Raúl Zibechi

“La información es a la vez nuestro producto básico y el factor más desestabilizador de nuestro tiempo”, escribe el teniente coronel retirado Ralph Peters, en un artículo titulado “Constant Conflict”, publicado en 1997 en la revisa militar Parameters (https://bit.ly/3h6nUID), portavoz de la política del Pentágono.

Nunca pensé que la información fuera capaz de modelar sociedades, sectores y clases, quizá por una deformación iluminista que me llevó a confiar en la autonomía de criterio de los seres humanos. Nada más alejado de la realidad, como nos enseña el panorama de sumisión de una parte de la humanidad al poder de los poderosos.

Peters razona como la minoría privilegiada que se siente ganadora. “Para las masas del mundo, devastadas por información que no pueden manejar o interpretar con eficacia, la vida es desagradable, brutal y en cortocircuito.” Sostiene que el ritmo del cambio es capaz de abrumar, o sea de paralizar la capacidad de pensar.

Menciona que “una de las bifurcaciones definitorias del futuro será el conflicto entre los maestros de la información y las víctimas de la información”. Escribe poco después de que Estados Unidos liberará la Internet, que rápidamente se convirtió en medio hegemónico para las comunicaciones con un volumen de información imposible de digerir.

“La imagen triunfa sobre el texto en la sique de masas”, afirma Peters, explicando la potencia de la cultura popular estadunidense. “Si la religión es el opio de los pueblos, el video es su crack”, sentencia parafraseando a Carlos Marx.

El militar comprende las razones profundas del éxito de la cultura yanqui, sin concesiones a la ética, ni al buen gusto. “Las películas más despreciadas por la élite intelectual, las que presentan violencia extrema y sexo para los vencedores, son nuestra arma cultural más popular, comprada o pirateada en casi todas partes.”

Ese poder estriba en que narrativas visuales, como las que practica Chuck Norris, no requieren del diálogo para su comprensión, ya que se asientan en impulsos básicos, como motor de una cultura a la que define como “vulgar” y a la vez “maravillosa”.

La “guerra de la información” es parte central de la guerra perpetua de la superpotencia para “sobrevivir en medio del desorden”. Es evidente que aquí no hay ética sino poder y violencia, sin más, para la sobrevivencia del más fuerte sin la menor concesión a cualquier tipo de humanismo. “Sólo los necios pelearán limpio”, sentencia el militar.

Creo que es necesario comprender para actuar acertadamente. Sin juzgar, sobre todo porque cierta intelectualidad abusa de conceptos como “fascismo” o “democracia”, que obturan la comprensión al abusar de adjetivos. El mundo está siendo modelado por la violencia bruta, que no irracional, de los de arriba, y ante ello sólo nos valen la organización y la acción colectiva.

Sobre la guerra de información y la concentración monopólica de los grandes medios es necesario detenernos a debatir. Se han tomado varios caminos. La izquierda y el progresismo en el gobierno han intentado regular los monopolios de la información, con escaso éxito. La Unión Europea viene perdiendo su intento de regular mínimamente a megaempresas como Google y Amazon. Es casi imposible, dado el enorme poder que ostentan.

La segunda opción es fortalecer la comunicación comunitaria, alternativa o popular. Existe una enorme variedad de medios de este tipo, en todos los países del mundo. En algunos, como en Argentina, han conseguido una audiencia importante, que puede alcanzar 15 por ciento de la población, lo que no es nada menor.

Sin embargo, aún estamos lejos de emitir mensajes potentes como hace la industria audiovisual estadunidense, capaces de atrapar corazones y mentes de las poblaciones. Uno de los casos más exitosos es la serie colombiana Matarife (https://bit.ly/38NpeM3), que denuncia la alianza entre el ex presidente Álvaro Uribe y los narcoparamilitares que lo llevaron al gobierno.

Daniel Mendoza Leal, autor de la serie, la define como “subversión creativa”, desde su exilio en España por amenazas de la ultraderecha (https://bit.ly/3hdk0xG). Su objetivo es llegar a los jóvenes de los sectores populares, que “no tienen acceso a plataformas como Netflix y Amazon”, por eso la serie se difunde en las redes sociales.

La tercera es que no podremos crear imaginarios potentes si no formamos parte de realidades en resistencia. Matarife se retroalimenta con la lucha social: mostró la brutalidad de las mafias estatales, siendo un factor importante en la protesta en curso porque alumbró zonas de la política casi inaccesibles.

Finalmente, decir que “la mente piensa con ideas, no con información”, como destaca Fritjof Capra con base en los trabajos de Theodore Roszak. En la información no hay ideas: “Las ideas son patrones integradores que no derivan de la información, sino de a experiencia”*.

Tenemos mucho trabajo por delante.

*Fritjof Capra, La trama de la vida, Anagrama, 1998, p. 88.

Tomado de: La Jornada

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Colores

James Baldwin, novelista, dramaturgo, ensayista estadounidense (1924-1987)

Por Juan Gelman

En Estados Unidos se llama literatura negra a la escrita por negros. Como si fuera una cosa aparte del contexto, de la lengua y de la literatura misma. Es, desde luego, otra forma de la discriminación dominante que crispa a ese país. Con semejante criterio habría que denominar amarilla a la literatura de chinos y japoneses, cobriza a la de autores hindúes, etcétera. Sería colorido pero absurdo y, obviamente, racista. En Estados Unidos hasta los escritores negros adjetivan a su literatura así. Desde otro lugar: para subrayar una identidad con la que los blancos estadounidenses todavía no saben convivir.

La esclavitud fue abolida, ya no hay segregación en escuelas, restaurantes y medios de transporte, pero no pocos estadounidenses blancos siguen pensando —y aun diciendo— que sus compatriotas negros son intelectualmente inferiores, huelen de manera particular y viven obsedidos por el sexo (en especial con las blancas). El notable escritor negro Ralph Ellison supo describir simbólicamente tal situación en su única novela, El hombre invisible. La invisibilidad del protagonista-narrador es la de un hombre que existe a los ojos de los demás apenas como un repertorio de prejuicios y proyecciones.

«Sólo ven mis alrededores —dice de los blancos—, a sí mismos, o a invenciones de su imaginación, en realidad ven todo y cualquier cosa, menos a mí».

James Baldwin, novelista, dramaturgo, ensayista y brillante autor de Otro país, ha explicado:

«Sólo en su música, que los estadounidenses (blancos) son capaces de admirar porque un sentimentalismo protector les impide comprenderla, el negro ha podido contar su historia en Estados Unidos. Es una historia que aún debe contarse de otra manera, una manera que ningún estadounidense (blanco) está en condiciones de escuchar. Se podría decir que en Estados Unidos el negro realmente no existe, salvo en la oscuridad de nuestras mentes».

Para Baldwin, el problema radica en la necesidad del blanco de encontrar una forma de vivir con su compatriota negro «a fin de ser capaz de vivir consigo mismo». Esa necesidad lo ha empujado a aplicar sucesivamente el espanto de Lynch o el Ku Klux Klan, y el reconocimiento jurídico de los derechos civiles de los afroamericanos, o ambas cosas al mismo tiempo. El espectáculo creado entre el terror y la concesión, «a la vez ridículo y monstruoso, llevó a alguien a formular la muy correcta observación de que ‘el negro en Estados Unidos es una forma de insania que agobia al hombre blanco’».

Un tema recorrió con insistencia los textos y aun la vida misma de Baldwin: el cara a cara del liberal blanco «bienpensante» con el negro para quien esa confrontación, cargada de condescendencia, no sólo elude su alteridad sino también el terrible legado de la historia. Este gran escritor padeció hasta la muerte el choque íntimo entre su deseo de una sociedad estadounidense libre de racismo y su conciencia de que los blancos liberales, aunque profesaran idéntica voluntad, no recorrían la penosa senda del examen de su propia historia. Para Baldwin, entonces, el negro soporta una doble alienación: cuando el blanco lo acepta, le pide que deje de ser el negro que su imaginario acuña y, a la vez, que no olvide qué es ser negro para un blanco. Y ambos viajan en sentidos contrarios:

«Si bien el negro estadounidense ha alcanzado su identidad mediante un extrañamiento absoluto de su pasado, el blanco estadounidense todavía nutre la ilusión de que hay vías para recobrar la inocencia europea (de sus orígenes), para volver a un estado en que el hombre negro no existe».

En los años ‘20, el llamado «Renacimiento de Harlem» o «Nuevo movimiento negro» sacó a los escritores negros del pintoresquismo dialectal y de la imitación convencional de los modelos en boga entre los blancos. En el ghetto negro de Nueva York se reunían músicos, artistas y escritores que comenzaron a profundizar la exploración de su cultura. Entre ellos, James Weldon Johnson, el poeta Countee Cullen y el inmigrante jamaiquino Claude McKay, autor de un emocionante libro de poemas titulado Harlem Shadows (Sombras de Harlem). Crearon en un país cuya Suprema Corte, no mucho tiempo atrás, había concluido que «la ley es impotente para erradicar los instintos raciales» y establecido una legislación «separada pero igual» para justificar la segregación. Los estados solían determinar con exactitud la dimensión de los espacios «Para blancos» y «Para negros» en los transportes y lugares públicos. A las mediciones burocráticas se sumaba la jerarquización social entre mulatos, cuarterones y mulatos claros característica de cualquier sistema de apartheid.

No todos los escritores del «Renacimiento de Harlem» compartían una idéntica visión. Obsesionaba a Nella Larsen, autora de dos novelas, el tema de la identidad de la mujer negra de piel clara —como ella misma— que podía pasar por blanca. A Richard Wright, el destino equiparable del negro y el obrero en la sociedad estadounidense. A Jean Toomer —un casi blanco— la experiencia de ser negro. Esos buceos en la subjetividad denuncian la complejidad del problema. No es casual que el gran poeta negro Langston Hughes, asomado a las costas ghanesas de África desde la borda del mercante donde era marinero, escribiera estas líneas:

«Remeros negros que cantan

en la blanca niebla espesa de Sekondi

en busca de la carga

de barcos extranjeros anclados:

ustedes no conocen la niebla

en que nosotros, los tan civilizados,

navegamos para siempre».

Tomado de: El Sudamericano

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El extravío de la palabra como involución humana

Por Isaac Enríquez Pérez

Lo que nos distancia de otros seres vivos y nos otorga el carácter de humanos es la habilidad para ejercer la comunicación y la capacidad para articular lenguaje que contribuya a aprehender la realidad y a hacerla inteligible. El lenguaje abona a la construcción de la memoria histórica y es justo ésta la que crea proceso civilizatorio y progreso técnico.

Con el lenguaje representamos conceptualmente la realidad y nos apropiamos de ella. Aprendemos, a través de él, a discernir y a matizar los rasgos de cada cosa, de cada relación humana y de cada situación o circunstancia.

Lo que nos hace seres humanos es la capacidad para representar conceptualmente la realidad y para transmitir de generación en generación ese lenguaje que forma sociedad, acción social y pautas de comportamiento.

Pero estos procesos civilizatorios no son tales ni se reproducen sin la palabra y sin los ejercicios articuladores que desembocan en la comunicación y el diálogo entre individuos y culturas.

Sin embargo, ¿qué ocurre en aquellas sociedades donde la palabra es lapidada hasta ser diezmada? No solo se pierde la capacidad para contactar con “el otro”, sino toda posibilidad de diálogo y de ejercicio de un mínimo resquicio de razón.

Ocurre en las relaciones cara a cara, gestadas en el día a día. La incapacidad para escuchar a “el otro” aflora cuando se explaya el individualismo y el retraimiento de los individuos en posturas convenientes y que buscan el propio interés. Contactar con “el otro” supone comprender sus necesidades y urgencias a través de la empatía. Aunque no pocas veces se necesita del ejercicio de la ética de la compasión cuando el agravio se cierne sobre aquellos que padecen alguna forma de exclusión social. Una especie de autismo se padece entre quienes desde su trinchera no hacen más que defender y arrollar por sus intereses y beneficios. Y ese autismo se concatena con un anestesiamiento que mantiene sedados a los individuos presas del egoísmo. “La vida es hoy”, reza sarcásticamente el lema publicitario de una empresa de servicios funerarios. Y en ese hoy nos ensimismamos hasta perder los escrúpulos y desterrar el futuro como esperanza.

Las tecnologías terminan por inducir ese retraimiento al gestar una “realidad paralela” o una “virtualidad real y lapidaria” que sustrae a los individuos del contacto directo con el resto de los mortales. La tecnósfera está diseñando un homo digitalis que si bien tiene conectividad con entornos más allá de la proximidad, tiende a estar distante y ajeno de quienes le circundan en un mismo espacio físico. Estamos cercanos a seres que no forman parte de nuestro círculo vital, pero distantes de aquellos con quienes interactuamos en el día a día. La mutación antropológica podría llevar a tal extremo la involución que aquellos seres humanos desarraigados de su entorno reducirían su expresión a un simple mugido tras pedir algo o externar siquiera un saludo o un gracias.

Facebook e Instagram trazan con contundencia este panorama y, en medio de su estercolero visual y visceral, trivializan la palabra y entronizan a la imagen retocada y adulterada como sucedáneo de la comunicación. La emoción se impone a todo indicio de razón, y no queda más margen que para el impulso o la pulsión movidos por el narcisismo y la vanidad.

Lo anterior subsume a las sociedades y a los individuos en el cortoplacismo y en el hedonismo inmediatista, pero los extravía en el mar de la angustia, la desesperación y de la ansiedad insaciable e implacable que les trastorna y son exacerbadas con el vértigo de la incertidumbre.

La habilidad para comunicarnos es inversamente proporcional al progreso tecnológico y directamente proporcional a la deshumanización. Vaciada la palabra de sustancia sólo priva esa avidez emocional que seduce a quienes perdieron todo referente y a quienes privilegian el entretenimiento y la evasión de una vida de dolor y soledad.

No solo la vida cotidiana y sus relaciones cara a cara son vapuleadas por este sinsentido. A la misma praxis política le fue sustraída la palabra; al tiempo que el maniqueísmo y la polarización colapsaron sus vasos comunicantes y los mecanismos de cohesión y de formación de acuerdos que de ella pudiesen desprenderse. Es en este ámbito donde la industria mediática de la mentira se extiende a sus anchas y afianza mecanismos de encubrimiento, invisibilización y silenciamiento, tornando a las élites políticas como los villanos favoritos.

El diálogo de sordos hace presa de esta proclividad al mismo trabajo científico. Las posibilidades de construcción del sentido de comunidad son dinamitadas con el sectarismo, las vanidades y el afán de protagonismo. La pandemia del Covid-19 no hizo más que evidenciar a la ciencia en sus pobrezas y sus miserias, hasta extraviarla en la vorágine de las narrativas que apuntalan la construcción del poder.

Este desarraigo de la comunicación y el valor de la palabra gestan una involución que conduce a un marcado proceso anti-natura que marcha a contracorriente de la venerada ilusión del progreso, sustentada en la razón y en el intercambio de significaciones.

Quizás los individuos y las sociedades precisen de hacer un alto repentino y voltear hacia sí mismos y hacia los abismos que les surcan. Y en ese ejercicio reivindicar el valor de la palabra y de aquello que nos permite contactar con “el otro”. Solo la palabra salvará a la humanidad de su inmolación y de la pérdida de sentido que agobia a los individuos en su cotidianidad.

Tomado de: Alainet

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Revoluciones de colores, esnobismo y música incendiaria (III)

Joseph Goebbels: “Las opiniones existentes en un auditorio pueden redireccionarse hacia nuevos objetivos mediante palabras que se asocian con criterios existentes”.

Por José Ángel Téllez Villalón @aangeltellez

Más que programas políticos, las “regresiones de colores” tienen como guías, las reglas del espectáculo. Para su triunfo, más que sujetos consientes, se necesitan muchedumbres enardecidas, ávidas de nuevos credos; los que en la “puesta en escena” se improvisan. Se demandan más que políticos (comprometidos, estrategas y elocuentes oradores), habilidosos performers; líderes capaces de borrar toda experiencia histórica y construir una imagen de la realidad, artificial y carnavalesca, donde sus seguidores canalicen sus emociones más instintivas.

La multitud inmersa en el espectáculo sale del régimen del diálogo para entrar en el del contagio, en el de la imitación compulsiva. Basta que uno pocos se sepan el guion y que lo representen convincentemente. Hay que actuar y actuar, sin que quede muy claro de qué va la obra. Generar acciones extrovertidas y jubilosas, para entrenarlos en su rol: meros “instrumentos para producir ilusiones”; para vivir un eterno presente, el que dicta el guionista. “Parte de la población sometida a la hipnosis del espectáculo se aleja de las tradiciones y normas originarias de la racionalidad de las sociedad anterior y salta a la postmodernidad”, resume Kara-Murza. La ciudadanía devenida multitud, más propensa a imitar que a tener criterios propio, salta entusiasmada al escenario de  la postverdad y  de la manipulación.

Uno de los actos más mediáticos de la “Revolución de Terciopelo” de 1989 fue el de la muerte de un joven manifestante a la cuenta del “sangriento régimen dictatorial”. La imagen del “cuerpo sin vida” en la ambulancia recorrió decenas de televisoras occidentales. ¡Oh, qué horror! En la universidad todos se alarmaron, pero se descubrió  que había dos estudiantes con el nombre y el apellido de la víctima. La noticia ya había surtido efectos cuando se aclaró que ninguno de los dos había estado en la manifestación y que el papel del muerto lo había escenificado un teniente de la KGB checa.

En 2011, durante la llamada “Primavera Árabe”, fue noticia que el “régimen de Asad” había asesinado y arrancado las cuerdas vocales de un cantante sirio famoso por las protestas en la ciudad de Hama. Según la narrativa occidental la letra, “un rabioso rosario de ataques a ritmo de tambor contra el presidente sirio llamándolo ´mentiroso´ y `burro´ fue escrita en los muros, sonaba en las radios de los minibuses y se compartía como tono de los teléfonos móviles”. El espectáculo demandaba el estatus de “sagrado” para el himno “Yalla Erhal, ya Bashar” (Vamos Bashar, hora de irse) y la muerte de su autor Ibrahim Qashush, “el ruiseñor de la revolución”.

Cinco años después, la revista británica GQ reveló que el verdadero autor del himno era Abdul Rahman Farhood, que seguían vivo y residía en una ciudad europea. Rahman declaró a la revista que el responsable de los rumores y de la falsa noticia fue uno de los miembros de los Comités de Coordinación Local, que tampoco se tomó la molestia de desmentirla para “no tener problemas”. El muerto no tenía nada que ver con las canciones y había sido asesinado por los propios grupos de oposición, porque sospecharon que era “informante del régimen”.

Las operatorias se reciclan; los más nuevos imitan a los actores precedentes, creyentes del guion de Gene Sharp. Para la “Revolución de las Rosas” en Georgia la organización juvenil Kmara (Basta) utilizó la ideología y métodos, e incluso los símbolos, de Otpor, el famoso grupo serbio. Pora en Ucrania; Kel-Kel en Kirguistán,  el movimiento Defensa en Rusia, Zubr en Bielorús, Yok en Azerbaiyán, Bolga en Uzbekistán y Gajara en Kazajstán han importado y adoptado estas tecnologías políticas. Todos creyeron que por el oeste saldría el sol.

La música, una de las expresiones de la naturaleza humana, aporta sentidos artísticos y sociales particulares cuando se constituye en prácticas colectivas. Resulta un espacio de vínculo, es un espacio relacional necesario para la acción compartida. Ese “hacer” música con otros, compartir gustos por un determinado género o estrella musical, identificarse públicamente como sus fanáticos o seguidores, se constituye en un espacio de diálogo, un tiempo de escucha y de conformación colectiva.

El aficionado a un determinado estilo musical suele dotar de significado a los sonidos que escucha, en función de las expectativas que la música le ha causado. Seguir cierto género, lo condiciona a la hora de recibir otros tipos de música porque tenderá a juzgar la novedad en función de los marcos de referencia que tiene creados como consecuencia de sus gustos y motivaciones, condicionadas por su estatus social, económico y político. Hasta en esos niveles, se libran las luchas de clases.

Cada acto musical genera procesos de significación. Y estos significados no se encuentran sólo en el texto, es decir, en la obra musical, sino en su puesta en escena, en el performance. Los acostumbrados a escuchar música en otro idioma que apenas entienden, asombrados por timbre tecnológicos, sonidos guturales, extravagantes vestimentas y exóticos comportamientos en los escenarios, terminan sobrevalorando ciertos signos, y subvalorando las palabras y los discursos. Tampoco es lo mismo compartir música “oficial” que música “prohibida”.

Además de ser un tiempo de expresarse, de interactuar y comunicarse con los de la comunidad primigenia, el “musicar” cierto género puede constituirse en un tiempo para entrar en relación con el entorno, con el “afuera”. En un tiempo  para “ex-ponerse”, ponerse “fuera” de lo tradicional y estar con “otros”. El (des)encuentro con esa música “extraña”, es también el (des)encuentro con el tejido cultural donde se produjo. Este “choque” provoca un reconocerse, un valorarse respecto a ese otro marco de significación.

Al chocar con esos canales de signos de la cultura occidental, una parte de la sociedad civil del campo socialista se sintió inferior, fuera del mundo. Y creyó que el rock los adelantaba, a una “primavera social” de Coca Cola, MacDonal´s y Pizza Hut.  Entonces repitieron,  a coro, aquella cancioncita de 1955 del polímata Boris Vian: “Je suis un snob… je suis un snob… je m`appelle Patrick mais on me dit Bob.”

Como lo definió Proust, metafóricamente pero con la sabiduría de un sociólogo, el esnob es “[Quelqu’un] dans l’imagination [duquel] fleurit tout un printemps social”. Porque eso hace el esnob, inventarse una mirada diagonal y una creencia; imaginar un lugar superior al “aquí y ahora”, donde florezca su distinción, su diferenciarse del clan que desprecia. Desprovisto de razón, sólo confía en la ceguera que lo guía, cual lazarillo. Es esclavo de ese credo que se cree convicción; se entrega apasionadamente a la novedad y a la apariencia.

Para rehuir de ese grupo “inferior”, “rezagado”, “aburrido”, el esnob busca un refugio en otro lugar, en otro tiempo o en otro cuerpo falso, aparente; en la extravagancia, en el artificio. Mientras lo distinga del vulgo, de la comunidad de origen, que desprecia. No importa cuanto tenga que fingir, cuánta simulación y disfraz tenga que asumir; cuánta jerga extranjera se tenga que aprender.

Por esa aspiración de saltar a ese otro grupo que considera superior, por aparentar el prestigio de ese mismo grupo, se convierte en un gran imitador. Para el esnob portar determinados atributos, ostentar determinados productos o estar en ambientes específicos equivale a “formar parte” del club de los elegidos, el de los nobles por la sangre y el espíritu. Teme ser como la mayoría y quedarse atrás. Lo aterra el riesgo de “quedar fuera” de lo más selecto y distinguido. Sobre todo, quedar fuera de lo que es central, de donde se dictan las pautas en el vestir, en el consumir y en el lucir, dígase Europa occidental y los EE.UU. Necesita del cosmopolitismo como del oxígeno.

Autorepresentarse como hippies en Checoslovaquia o Yugoslavia era salirse de la cultura oficial, promovida por las instituciones; saltar hasta el preciado “in”, “dentro” de otra cultura que creían superior; dejar la “oficial” donde lo “obligaban” a permanecer. A la vez, era montarse en la ola de moda, el último grito de la música, los géneros que defienden los “famosos”, los “exitosos” de las revistas y los spots.

Como planteara Goebbels, en una dimensión ideológica: “Las opiniones existentes en un auditorio pueden redireccionarse hacia nuevos objetivos mediantes palabras que se asocian con criterios existentes. Lo mismo sucede con otros signos, mediante la canalización  o sustitución de una estructura de signos, de un estereotipo, “ya listo” o asentado en el imaginario, por otro que se pretende normalizar. La tarea del propagandista, escribió H. Lasswell, “habitualmente consiste en favorecer en lugar de fabricar”.

Bastaba inundar el éter de música occidental y cercarlos con MTV, para canalizar el esnobismo ya identificado en una parte de los ciudadanos de Europa del Este. Lo que había, probado por años con el marketing comercial, lo extendieron a la confrontación geopolítica, a la Guerra Fría (Cultural).

Bastaba convidarlos, como enseñan en “Mixed Emotions” los Rolling Stones: “Life is a party/ Let’s get out and strut, yes”; Let’s go out dancing/ Let’s rock ‘n’ roll yeah; “You’re not the only one/ With mixed emotions/ You’re not the only ship/ Adrift on this ocean” (No eres el único/ Con emociones encontradas/ No eres el único barco/ A la deriva en este océano).

El goteo de los signos occidentales erosionó lenta, pero firmemente, aquel sistema. La música resultó una poderosa herramienta de seducción y para canalizar significaciones asociadas, culturales e ideo-políticas. Una gran parte de las  generaciones más jóvenes, de los que había nacido después de la guerra, no se sintieron identificados con los valores que se les transmitían desde las instituciones. Les resultaron más atractivas las propuestas mercantilizadas desde el otro lado de “La cortina de acero”. Tenían los productos, el contenido, pero no la apariencia, ni la vitrina.

El rock, como producto social, portaba ciertos significados del ambiente donde se cuajó y se enlató, incluido el espíritu de rebeldía. “Musicar” lo extranjero y lo prohibido fue como el pasto, irrigado por esas “dos aguas” del esnobismo referidas por Rouvillois: el esnobismo “mundano” y el “intelectual o de la moda”. Allí engordó la muchedumbre que hizo falta después, como actores de la regresión al capitalismo.

En el póster del espectáculo, una metáfora que fue el eslogan del primer concierto de los Rolling Stones en Praga, en 1990: Tanks are rolling out, the Stones are rolling in.

El “poder suave” de occidente había vencido.

Tomado de: Cubahora

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Revoluciones de colores, esnobismo y música incendiaria (II)

Esta fue la chispa que desencadenó el escalamiento de las demandas de la disidencia y las acciones subversivas lideradas por Václav Havel.

Por José Ángel Téllez Villalón @aangeltellez

“The Velvet Revolution” debiera considerarse la más larga y primera regresión “de colores”…

La denominación de “Revolución de Colores” tiene que ver con el más importante precedente de estas tecnologías “para el cambio de régimen”; con la “Revolución de Terciopelo” de 1989,  en Checoslovaquia. Se dice que para aludir su cualidad “no violenta” y  el fuerte componente simbólico que la caracterizó. Pero lo que no se destaca, es la marca importada que resuena en ese nombre acuñado por Rita Klímová, la traductora al inglés de los disidentes y luego embajadora en Estados Unidos. Me refiero a la maquinación del impulso esnobista que imantó el movimiento de esta acción colectiva, con raíces de más de 20 años.

Por debajo de lo aparente, de que no pasaba nada meses antes del último empujón de noviembre de 1989, con la acción sistemática de los mismos “jugadores políticos” de la década del 70, se venía  desmoronado la autoridad del Gobierno y el régimen de obediencia. La “de Terciopelo” tuvo sus orígenes en los sucesos posteriores a la llamada “Primavera de Praga”; la invasión de 1968 comandada desde Moscú y las protestas por la represión del undergraund checo en 1976.

Checoslovaquia fue considerada “la cuna de música rock en Europa central”. El rock’n’roll, conocido allí como BigBít, inundó el país en un  estado liminal de “deshielo” cultural. Praga fue incluida en varias giras  internacionales, lo que contribuyó a la popularidad y expansión del género y sus concomitantes formas estéticas. El Estado en un momento inicial respaldaba las bandas.

Desde la década del 60, “musicando” BigBít, se fue conformando una comunidad cultural admiradora de Occidente. La fiebre esnobista se alimentó en directo, en los clubes de Praga donde tocaban las bandas imitadoras de Zappa, Velvet Underground, Captain Beefheart, Fugs; por el éter, mediante las frecuencias de Radio Free Europa y Voice of America; descubriendo nuevos timbres en los LP traídos del extranjero; admirando estrellas de cine en las portadas de revistas que le trajo un familiar; tomando Kofola (cola nacional) en una reutilizada botella de Coca-Cola; modificando una moto local para que pareciera una Harley… Mediantes estas experiencias estéticas, sumergiéndose en este “alternativo” espacio cultural, nacieron y crecieron los melenudos hippies checos.

El disidente e historiador checo Čuňas contó que fue detrás una banda sonora hasta Budapest, a ver la película estadounidense Happy Motorcycle Riders. Al descubrir  en esta a los hippies gringos se dijo así mismo “esto es, esto es lo que quiero ser”. Evžen Fiala de la banda Hells Devils, mientras hacía el ademán de disparar con un arma, gritó una vez en el escenario: “¡Traeremos a Estados Unidos aquí!”. Evžen Fiala, era el gerente de The Primitives, considerada los “padres del underground”.

En la dirección artística de The Primitives, estuvo el historiador de arte y crítico cultural Ivan “Loco” Martin Jirous. En el invierno de 1965, en la Universidad Charles, había sido cautivado por el poeta beatnik norteamericano Allen Ginsberg. El responsable de los extravagentes performances de The Primitives, como admirador de Andy Warhol supo que este tenía una banda en casa, The Velvet Underground, de Lou Reed y John Cale. De ahí, la implicación de Jirous con la banda de rock psicodélico The Plastic People of the Universe.

El grupo también conocidos como PPU fue fundado en 1968 por el bajista Milan Hlavsa. Este adoraba a Frank Zappa y a la banda Velvet Underground. Vale señalar que el nombre de la agrupación se tomó de una canción de Zappa con Mothers of Invention, “Plastic People”, de su álbum Absolutely Free (1967). Como para Jirous, su letrista, el inglés era el idioma del rock, invitó a Paul Wilson, un profesor canadiense radicado en Praga, para que les enseñara las letras de sus ídolos occidentales, para hacer covers con ellas, y para que tradujera las letras originales de PPU, del checo a la lengua  anglosajona.

Según el historiador Sean Wilentz  en el año de 1967 el joven dramaturgo Vaclav Havel había viajado a New York, a razón del estreno de una obra suya, producida por el empresario teatral Neoyorkino Josep Papp. Es entonces que en una visita que hizo a la Universidad de Columbia, un amigo le recomienda escuchar la banda The Velvet Underground. Escuchar el primer disco de Velvet, con el icónico plátano diseñado por Warhol en la portada, cambió la vida de Vaclav; a tal punto que, al regresar a la Checoslovaquia, impulsó una corriente musical underground de protesta.

Havel compró una casa campestre en Hrádecek, un pequeño pueblo del noreste checo, que sirvió como centro de reuniones y como plataforma para que varias bandas clandestinas de rock interpretaran sus ácidas canciones. Años después, ya siendo Presidente, declararía que, durante esa temporada de turbulencia, absorbía de estas bandas  “un temperamento, un estado de espíritu no conformista, una orientación antisistema y un interés por los desposeídos y humillados”.

Cuentan que en marzo del ’76, en un pub de Praga, se conocieron Havel y Jirous. Este último convence al dramaturgo de que la música de Plastic People era “la articulación internamente libre de una experiencia existencial, el intento de brindar esperanza a los más excluidos”. Por ello, Jirous invita a Havel a un concierto clandestino del principal representante del “Praga Underground”, que tendría lugar dos semanas más tarde. Pero antes de la fecha son arrestados 19 miembros del underground, entre ellos los de Plastic y Jirous.

Estos acontecimientos fueron aprovechados por Havel, como la chispa que desencadenó la “Revolución de Terciopelo”. Los sucesos  protagonizados por los intelectuales disidentes, los movimientos estudiantiles de protesta; los actos extremos de los estudiantes Jan Pallach y Jan Zajic, quienes se rociaron con nafta y se prendieron fuego en la plaza de San Wenceslao; fueron parte del viento que agitó el gran incendio iniciado en 1976.

La censura y enjuiciamiento de los miembros de PPU dio lugar a La Carta 77, un manifiesto firmado por unos 300 intelectuales y científicos checoslovacos, con amplia repercusión internacional, como era de esperar. Esta fue la chispa que desencadenó el escalamiento de las demandas de la disidencia y las acciones subversivas lideradas por Václav Havel.

El rock fue parte de los recursos disponibles para un sector juvenil checo para conformar una comunidad opositora; como elemento aglutinante e identificador de este espectro de la sociedad civil checa. Al mismo tiempo sirvió como reacción y protesta ante las imposiciones de un “retado” gobierno que estigmatizó al género y lo reprimió. Hecho  que aprovecharon los “retadores”.

Al perder el apoyo institucional y convertirse en “prohibidos”, los rockeros checos, adquirieron un mayor potencial como agentes de cambio, para “desbalancear” al poder estatal, mediante la desobediencia y la postura retadora. Teniendo en cuenta, que en términos políticos esta táctica de lucha “no violenta” se basa en la no cooperación, que los gobernados no hagan lo que se les ordena, y que  hagan lo que está prohibido.

Como señaló el propio Čuňas, las acciones del gobierno contra el underground, los hicieron conocidos en todo el país y más allá. “Hubo gente que nunca llegó a escuchar la música de Plastic People of the Universe en los años 60 (debido a la falta de presentaciones), especialmente viviendo fuera de Praga. Hasta el año 1976 nosotros (los undergraounds) no éramos tan conocidos en absoluto”. Fue la “anti-propaganda” en los programas televisivos y los artículos en los medios de prensa gubernamentales, los que lo “premiaron” con mayor publicidad.

Con La Carta 77 se produjo la implicación de diferentes grupos (literarios, filosóficos, intelectuales católicos, disidentes establecidos) con los del espacio cultural subterráneo; se aunaron así una serie de actores y prácticas en la oposición política. La represión de la banda Plastic People desencadenó la fusión de diversos grupos separados hasta entonces, underground y disidentes, esferas públicas y privadas; trabajadores manuales e intelectuales. Lo reconoce el propio Havel en su libro El poder de los sin poder.

Estas protestas transformaron al underground en algo más que una molestia, amenaza o problema interno para el régimen, comenzó  a ser una “violación de los derechos humanos” y foco de la política internacional. El juicio de 1976, se convirtió en noticia para los medios globales, hegemónicamente anticomunistas. La banda llegó a simbolizan todo el mundo subterráneo y fueron presentados como héroes en la prensa extranjera. Motivaron la solidaridad de músicos  como Lou Reed y Gary Lucas. En parte, la ubicuidad de la música en todas las culturas fue el eje para desacreditar el gobierno: “¿Cómo se puede perseguir a alguien simplemente por ¿tocar música?”, fue el cuestionamiento predilecto de la prensa occidental.

Tal como se recoge en los manuales de Gene Sharp, “los actos de protestas y persuasión son actos simbólicos  de oposición pacífica o intentos de convencimientos que van más allá de la expresión verbal (…)”. “Su mensaje puede ser dirigido a influir en el adversario, el público en general, el mismo grupo quejosos o una combinación de los tres”. Para esta especie de “judo político”, se recomienda, conseguir que se “vea mal” el opresor”, que “reciba cada vez menos apoyo”, explotando el hecho de que la “la violencia contra un grupo noviolento hace que el agresor se vea mal, despreciable, antipático, a tal grado que la opinión pública y privada se puede volcar en su contra”.

De ahí la estrategia, para sancionar al “represor” ante la opinión pública, de emplear a los artistas; expertos en “actos simbólicos” y  quienes por tradición son distinguidos por su sensibilidad y  humanismo, por ejercer las actividades más alejadas de la “fuerza bruta”. Desbalance que se maximiza cuando estos gozan de popularidad o de gran prestigio.

No es como planteara el politólogo británico Timothy Garton Ash, al referirse a la duración de estas transiciones hacia el capitalismo, que para derrocar en 1989 al régimen totalitario los polacos necesitaron diez años, los húngaros diez meses, los alemanes orientales diez semanas y los checos y eslovacos diez días. “The Velvet Revolution” debiera considerarse la más larga y la primera regresión “de colores”.

Tomado de: Cubahora

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11/S: El discurso de “Tati” Allende en La Habana

Beatriz Allende Bussi: Vengo a ratificarles que el presidente de Chile combatió hasta el final con el arma en la mano.

Por Beatriz Allende Bussi

A pocos días de ocurrido el golpe de Estado protagonizado por los militares y carabineros, respaldado por los partidos de la derecha y la directiva de la Democracia Cristiana, Beatriz Allende Bussi, hija del Presidente Salvador Allende y destacada luchadora revolucionaria, llegó a Cuba protegida por ese país, y le correspondió expresar unas palabras en un multitudinario acto en la Plaza de la Revolución a días de la asonada fascista. Ahí estaban decenas de miles de cubanas y cubanos, el Comandante en Jefe, Fidel Castro, la dirigencia cubana y varias y varios chilenos que habían acompañado a Allende durante su mandato. El siguiente es el texto íntegro del discurso de “Tati” Allende, el 28 de septiembre de 1973.

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No vengo a pronunciar un discurso, vengo sencillamente a decirle a este pueblo solidario y fraterno cómo fueron las horas que vivimos en el Palacio de La Moneda en la mañana del día 11 de septiembre. Vengo a decirles a ustedes cuál fue la actitud, cuál fue la acción y cuál fue el pensamiento del compañero presidente Salvador Allende bajo el ataque de los militares traidores y fascistas.

El pueblo cubano, desde luego, conoce la realidad, pero en muchos otros países la campaña de mentiras levantadas por la Junta fascista y secundada por las agencias del imperialismo norteamericano pretende correr una cortina sobre los hechos que ocurrieron en La Moneda, trinchera de combate del presidente Allende.

Vengo a ratificarles que el presidente de Chile combatió hasta el final con el arma en la mano. Que defendió hasta el último aliento el mandato que su pueblo le había entregado, que era la causa de la revolución chilena, la causa del socialismo.

El presidente Salvador Allende cayó bajo las balas enemigas como un soldado de la revolución, sin claudicaciones de ningún tipo, con la absoluta confianza, con el optimismo de quien sabe que el pueblo de Chile se sobrepondría a cualquier revés y que lucharía sin tregua hasta conquistar la victoria definitiva.

El cayó con invariable confianza en la fuerza de su pueblo, con plena conciencia del significado histórico que habría de tener su actitud al defender con su vida la causa de los trabajadores y de los humildes de su patria.

Pero hay algo más: Cuba y Fidel estuvieron presentes en sus palabras y en su corazón en aquellos instantes difíciles. Fuimos testigos de su lealtad hasta la muerte, de los lazos de profundo afecto que lo ataban a este pueblo, a su revolución y a su Comandante en Jefe, Fidel Castro. Prácticamente todo el último mes que precedió al golpe del 11 de septiembre lo vivimos en guardia permanente. Apenas pasaba un día sin que surgieran rumores de alzamientos militares y de golpes de Estado.

Esa mañana del martes 11 recibimos noticias inquietantes y supimos que el presidente Allende muy temprano había marchado hacia Palacio. Hacia allá nos dirigimos aún sin conocer la magnitud de lo que estaba ocurriendo.

Fue sólo en el trayecto hacia La Moneda, al tener que sortear en varias oportunidades las barreras de Carabineros, quienes en franca actitud hostil impedían el paso hacia la casa de Gobierno, lo que nos hizo comprender la gravedad de la situación.

Logramos llegar a La Moneda aproximadamente faltando diez minutos para las nueve. En su interior estaba la guardia normal de Carabineros, los cuales tenían a su cargo la protección de Palacio. No obstante, antes de entrar al edificio habíamos visto a carabineros de los alrededores en plan de rendición o de plegarse al golpe.

En La Moneda confirmamos de inmediato que se trataba de un golpe de Estado completo con la participación de las tres ramas de las Fuerzas Armadas y Carabineros.

Dentro del edificio el clima era de actividad combativa, apoyaban al presidente un grupo mayor que lo habitual de compañeros de su seguridad personal, los cuales habían ocupado sus puestos de combate. Se había distribuido el escaso armamento pesado. Además, se integró un grupo del Servicio de Investigaciones que siempre trabajó en coordinación con los compañeros de seguridad personal.

Se encontraban también un grupo de ministros, subsecretarios, exministros, técnicos, personal de prensa y de radio. Estaban presentes médicos, enfermeros, personal de la planta administrativa de La Moneda, los que no quisieron abandonar el lugar, decidiéndose a combatir junto a Allende. Estaban, por último, sus colaboradores más cercanos. De todos éstos, once eran mujeres.

Al pasarle una de las numerosas llamadas telefónicas que se estaban recibiendo, lo vi por primera vez en ese día. Estaba sereno, escuchaba con tranquilidad las diferentes informaciones que se le entregaban y daba órdenes y respuestas que no admitían discusión.

Personalmente había recorrido ya y recorrería en varias ocasiones más los puestos de combate corrigiendo la posición de fuego de algunos compañeros.

Pronto se iniciaría el fuego de infantería, el ataque de los tanques y de la artillería golpista sobre el Palacio Presidencial. Nuestros compañeros respondían con sus armas. Supimos que desde temprano los militares golpistas conminaban repetidamente al presidente para que se rindiera, pero él rechazó siempre en forma tajante e inapelable todos los ultimátum que le hicieron los golpistas.

Jamás le observamos dudar un solo instante. Por el contrario, siempre reafirmaba su decisión de combatir hasta el final y de no entregarse a los militares traidores, a los que ya llamaba por sus nombres: fascistas.

También supe que desde por la mañana había recibido visitas y continuaría recibiendo llamadas de los partidos de la Unidad Popular y del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, manifestándoles sus decisiones de combatir.

Le llamó por teléfono en varias ocasiones uno de los generales traidores llamado Baeza. Supe también que le habían ofrecido un avión donde podía irse con su familia y colaboradores para el lugar donde él quisiera. El presidente les respondió que como generales traidores no podían conocer lo que era un hombre de honor, despidiéndolos, indignado, con tan fuertes palabras que no pudiéramos repetir aquí. El presidente tomaba medidas para librar un combate largo, se desplazaba continuamente de un lugar a otro. Pidió se revisaran los lugares más seguros para proteger a los combatientes de los futuros bombardeos aéreos. Se informaba de la cantidad de alimentos y agua almacenada.

Impartió órdenes de que el grupo médico tuviese listo el pabellón quirúrgico para atender a los heridos. Designó a un compañero para que agrupara a las mujeres y llevarlas a un lugar seguro mientras se les convencía de que debían abandonar La Moneda.

Pidió que se quemara la documentación, incluso la personal, que pudiera comprometer a otros revolucionarios. Envió hacia el exterior a tres compañeros, dos de ellos mujeres, a cumplir una misión en favor de la futura resistencia.

Ya en aquellos momentos supimos que los carabineros destinados a la protección de Palacio se habían plegado a la Junta fascista.

Pude después conversar un momento a solas con el presidente. Me dijo otra vez que iba a combatir hasta el final. Que para él estaba sumamente claro lo que iba a pasar, pero que tomaría las medidas para que el combate se librara de la mejor forma. Que iba a ser duro, en condiciones desventajosas. Sin embargo, agregó que era consciente de que ésa era la única actitud que le cabía como revolucionario, como presidente constitucional, defendiendo la autoridad que el pueblo le había entregado. Y al no rendirse ni entregarse jamás, dejaría en evidencia a todos los militares traidores y fascistas.

Manifestó su preocupación por las compañeras que estaban allí, por su hija Isabel. Que todas deberían salir del palacio y además preocuparnos de mamá, porque se estaba combatiendo en Tomás Moro y ella se encontraba allí.

Me dijo luego que se sentía en cierto modo aliviado de que este momento hubiese llegado, porque así las cosas quedaban definidas y quedaba liberado de la incómoda situación que lo había mortificado en los últimos tiempos, en que mientras era el presidente de un Gobierno popular, por otro lado las Fuerzas Armadas, valiéndose de la llamada Ley de Control de Armas, venían reprimiendo a los obreros, allanando industrias y vejando a sus trabajadores.

Esto ya me lo había dicho antes.

Su presencia de ánimo era extraordinaria, con gran disposición de combatir. En sus palabras se reflejaba la serena visión de los acontecimientos y del rumbo que necesariamente habría de tomar la lucha revolucionaria.

Planteó que lo importante era la conducción política futura. Asegurar una dirección unitaria de todas las fuerzas revolucionarias; que los trabajadores iban a necesitar una conducción política unitaria. Que por eso él no deseaba allí sacrificios estériles e inútiles; que habría que esforzarse por lograr esa dirección política unitaria que encabezara la resistencia que comenzaba ese día, y que para ella se necesitaría una acertada conducción política.

Prácticamente esto mismo les planteó a los ministros y colaboradores, a los cuales reunió en el Salón Toesca. Les reiteró una vez más su decisión de defender con su vida la autoridad presidencial. Agradeció la colaboración de ellos durante esos tres años, ordenando a los hombres que estuvieran armados a retomar un puesto de combate, y a los que estaban desarmados, que lo ayudaran, primero a convencer a las mujeres que debían abandonar La Moneda, y luego hacerlo ellos, porque no quería sacrificios inútiles, cuando lo importante iba a ser la organización y la dirección de la clase trabajadora. Allí fue la última vez que vi a uno de sus amigos y colaboradores más cercanos, el amigo de la revolución cubana, el compañero periodista Augusto Olivares, quien iba arma en mano a ocupar su posición de fuego.

Las mujeres y otros compañeros pasamos los últimos ratos cerca del pabellón quirúrgico y en el único pequeño local subterráneo, donde se almacenaba papel. El presidente llegó hasta allí con su casco militar verde olivo. Empuñaba un fusil automático AK que le había regalado el comandante Fidel con la leyenda: “A mi compañero de armas”.

Se avecinaba el bombardeo aéreo. Los aviones pasaban haciendo vuelos rasantes. En forma enérgica nos ordenó, sin más dilación, que las compañeras deberían abandonar de inmediato el palacio. Se fue dirigiendo a cada una de nosotras en forma individual explicándonos por qué seríamos más útiles afuera y del compromiso revolucionario a cumplir.

Volvió a plantear que lo importante era la organización, la unidad y la conducción política de su pueblo. A mí me reprochó que estuviera ahí con este embarazo, que mi deber era irme junto a los compañeros de la embajada de Cuba. Me hizo saber que había sufrido como en carne propia las provocaciones y agresiones de que había sido víctima la representación diplomática cubana en los últimos meses. Que creía que ese día iban a ser provocados, que podría haber combate. Y que por eso debería estar junto a ellos.

Personalmente nos condujo hacia la puerta de salida por la calle Morandé. Ahí tomó la decisión de pedir un alto al fuego y un jeep militar para que las compañeras pudieran salir sin problema. Minutos antes había barajado la posibilidad de que nos tomaran como rehenes para exigirle una vez más su rendición. Pero nos dijo que de ser capaces de hacer eso, no lo harían vacilar; que, al contrario, ésta sería una prueba más ante el pueblo chileno y el mundo entero hasta dónde llegaba la traición y el deshonor del fascismo y que esto sería para él un motivo más para combatir.

Así lo dejamos justo antes de iniciarse el bombardeo aéreo, combatiendo junto a un pequeño grupo de revolucionarios, donde también quedaba una compañera que se ocultó para combatir con ellos. Y ésta es, compañeros, la imagen que conservo del presidente; ésta es la imagen, queridos hermanos de Cuba, que quisiera hoy dejar en la mente y en el corazón de cada uno de ustedes.

Imagen que se levanta con orgullo revolucionario en esta plaza, donde hace sólo unos meses alzó su voz emocionada para traerles el mensaje solidario y agradecido de nuestra patria, de nuestros trabajadores, de sus niños, mujeres y ancianos.

En este acto solidario con Chile quisiera decirles lo que me pidió les trasmitiera a ustedes. Me lo confió en La Moneda bajo el combate: dile a Fidel que yo cumpliré con mi deber. Dile que hay que lograr la mejor conducción política unitaria para el pueblo de Chile. Señaló que se iniciaba ese día una larga resistencia y que Cuba y los revolucionarios tendrían que ayudarnos en ella.

Hoy, desde este territorio libre en América, podemos decirle al compañero presidente: tu pueblo no claudicará, tu pueblo no plegará la bandera de la revolución; la lucha a muerte contra el fascismo ha comenzado y terminará el día en que tengamos el Chile libre, soberano, socialista por el que combatiste y entregaste tu vida.

Compañero presidente, ¡venceremos!

Tomado de: El Siglo

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A 20 años del 11-S, la mayor amenaza terrorista está dentro, no fuera de EU

Grupos fascistas estadounidenses. Foto Hampton Institute

Por David Brooks

Hace 20 años, según las agencias de inteligencia, la mayor amenaza terrorista contra Estados Unidos provenía de musulmanes ultraderechistas al otro lado del mundo –en Afganistán, Pakistán y Medio Oriente–, y ahora esas mismas agencias concluyen que la amenaza terrorista más grave en este país proviene del interior, entre estadunidenses cristianos ultraderechistas y sus aliados.

Este sábado, el presidente Joe Biden y su gobierno marcaron el vigésimo aniversario de los atentados del 11 de septiembre, pero no se revelará en los discursos oficiales la primera pregunta ante las imágenes que dieron vuelta al mundo ese día.

El día siguiente a los atentados, el 12 de septiembre de 2001, en la primera plana de La Jornada apareció la foto de las Torres Gemelas impactadas por los aviones transformados en armas y una sola palabra: ¿Quién? Esa portada fue una de unas 25 o 30 seleccionadas para la exhibición permanente sobre el 11-S en el Newseum, el museo nacional de medios en Washington.

La respuesta sencilla, según las autoridades, es que fue la organización terrorista Al Qaeda a mando de su dirigente Osama bin Laden, y eso fue vengado con la guerra lanzada contra Afganistán en octubre de 2001 y el asesinato de Bin Laden en 2011. Pero no es tan sencillo.

Aunque la consigna oficial para marcar ese día cada año es nunca olvidaremos, se ha logrado olvidar los orígenes directos de lo que sucedió el 11 de septiembre.

Aliados de ayer

Los enemigos de Estados Unidos hoy fueron sus aliados ayer. Washington invertiría más de 9 mil millones de dólares para respaldar a los muyahidines más extremistas desde 1979, que combatieron a la Unión Soviética con el propósito –según Zbigniew Brzezinski, el asesor de seguridad nacional del presidente Jimmy Carter, quien encabezó la iniciativa– de crearle a los rusos su Vietnam. Al igual que los contras nicaragüenses, este operativo de una década fue clandestino con la CIA, que formó un ejército mercenario. Arabia Saudita empezó a colaborar con los estadunidenses en esa aventura, y es por ahí que Al Qaeda y su líder Bin Laden entraron a ese escenario.

En los 80, Ronald Reagan invitó a los líderes muyahidines de Afganistán a la Casa Blanca, donde los calificó de equivalente moral de los padres fundadores de América. Aquéllos eran elogiados como libertadores por su guerra contra el comunismo, en un combate atroz con enormes costos humanos. El Talibán, como Al Qaeda, surgió justo de esas filas. A partir del 11-S, los antes luchadores por la libertad de pronto fueron proclamados el enemigo principal de Estados Unidos.

Veinte años después, las agencias de inteligencia y seguridad ahora consideran que la mayor amenaza terrorista a Estados Unidos proviene desde adentro, desde su propio pueblo. La nueva evaluación oficial de terrorismo formulada por el Departamento de Seguridad Interna hace unas semanas, afirma que extremistas violentos motivados por temas de raza y etnia permanecerán como una prioridad de amenaza nacional para Estados Unidos.

El secretario de Seguridad Interna, Alejandro Mayorkas, y el procurador general, Merrick Garland, afirmaron en junio que el extremismo violento doméstico motivado por racismo, en particular el de supremacistas blancos, es ahora la amenaza relacionada con el terrorismo más significativa que impacta a la nación.

El terrorismo de ultraderecha racista se ha expresado con actos violentos, incluso homicidios, en varias partes del país, y llegó a realizar una intentona de golpe de Estado el pasado 6 de enero al invadir el Capitolio para anular el proceso electoral nacional.

Las iniciativas de gobernadores y legisladores derechistas –desde medidas para suprimir el voto, anular libertades civiles, rechazar la ciencia y la historia, nutrir la xenofobia y el racismo tan enraizado en el país– junto con grupos aliados extremistas, después de cuatro años de neofascismo de Donald Trump, siguen poniendo en jaque la democracia estadunidense. Para algunos, el enemigo real está dentro, no fuera del país.

Vale recordar que el atentado terrorista más grande y mortífero dentro de Estados Unidos antes del 11-S fue el lanzado contra el edificio federal de Oklahoma City en 1995, donde murieron 168 personas. Los responsables fueron dos estadunidenses blancos vinculados con milicias ultraderechistas.

Pero a la vez, al resumir los anteriores 20 años desde el 11-S, también hubo expresiones de resistencia, rebelión y cambio contra las aventuras imperiales en el exterior y los ataques contra derechos y libertades civiles en el interior de este país que persisten hasta este día.

Eso estaba ahí desde las primeras horas del 11-S, con las manifestaciones de bondad y solidaridad de miles, como ese joven estadunidense que, al enterarse del atentado, sacó todos sus ahorros, subió a su coche, manejó sin parar unas 10 horas desde su casa en Kentucky para llegar a la zona cero, sin conocer Nueva York, y sumarse a las brigadas que buscaban sobrevivientes entre los escombros humeantes. Comentó que no entendía a sus compañeros, ya que muchos no hablaban inglés, pero éramos hermanos. Las conversaciones en las calles, los abrazos entre desconocidos, la búsqueda de desaparecidos con sus fotos en muros por toda la ciudad, que después serían sustituidas por mensajes de amor y dolor.

Ante los mensajes bélicos, vengativos y de políticos halcones, arrancó uno de los movimientos antiguerra más grandes de la historia con el lema No en nuestro nombre. A lo largo de los siguientes años se sumaría a la resistencia contra la xenofobia, el racismo y más de las políticas pos-11-S un movimiento masivo de inmigrantes contra la explotación del planeta por unos cuantos con Ocupa Wall Street, y las movilizaciones antirracistas más grandes de la historia del país con el eslogan de Black Lives Matter, entre otros.

La pandemia, más peligrosa

Con eso se responde al gran tema de la seguridad y el temor, tan útil para los políticos. Críticos progresistas siguen cuestionando las justificaciones para proseguir con la infinita guerra contra el terror, señalando que el terrorismo extranjero ha tenido muy poco que ver con los problemas más graves que enfrenta esta nación. Señalan que ha sido mucho más peligroso el irresponsable manejo de una pandemia que ha matado a más de medio millón de estadunidenses, números sin precedente de muertes por armas de fuego cada año, la devastación generada por el cambio climático –incendios, inundaciones, sequías– por todo el país. Y el hecho de que el terrorismo interno (de los propios estadunidenses) mata a más connacionales que el de los grupos extranjeros.

La disputa sobre el futuro de este superpoder aún está lejos de llegar a una conclusión, pero no se puede decir que no se sabe quiénes son los responsables de cómo están las cosas al llegar este aniversario.

Como advirtió el historiador Howard Zinn en entrevista con La Jornada: “El establishment depende mucho de la amnesia histórica, del hecho de que en este país la gente generalmente no conoce esta historia. No sólo no conoce lo que ocurrió a fines del siglo XIX o principios del XX; desconoce la historia de los 15 o 20 años anteriores. Eso facilita que el gobierno diga al pueblo cosas que son inmediatamente aceptadas”.

La memoria es clave para un futuro diferente. Tal vez para eso podría servir este aniversario.

Tomado de: La Jornada

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Revoluciones de colores, esnobismo y música incendiaria (I)

Srdja Popovic: Muchos actores a nivel internacional estaban interesados en hacer caer a ‘Sloba’

Por José Ángel Téllez Villalón @aangeltellez

Las “revoluciones de colores” son las versiones kitsch de las revoluciones “clásicas”. “Son las revoluciones de la postmodernidad que han tomado mucho del fascismo”, apuntó el académico ruso Serguei Kara-Murza. Las emociones cabalgando sobre una nueva tecnología para derrocar gobiernos, etiquetada con el inocente nombre de “métodos no violentos”. Lo que importa en estas fast-revoluciones es presionar, desestabilizar, tumbar, no resolver contradicciones sociales. Se copian los tips de aquellas revoluciones para el stiling del espectáculo.

Fueron diseñadas por tanques pensantes occidentales, para con menos gastos que con las guerras convencionales y con menos revuelo de la opinión pública, derrocar a sus adversarios. Resultan de la apropiación de ciertos métodos revolucionarios para subvertir, deconstruyendo, las normas de legitimidad, de valorar a los políticos. Son operatorias híbridas, lideradas por agentes entrenados, con las que las élites imperialistas cosechan los frutos de tantos años de influencia, de engatusamientos, de inoculación de su superioridad, por goteo simbólico.

Unos de los rasgos postmodernos de estas revueltas es el carácter lúdico de las operatorias, para tomar el poder, se juega con el poder. Como “todo vale”, no hay método “correcto”, “político”, “legítimo” o “ético”. Se reconoce, sin sonrojo, que se recibe financiamiento externo, de agencias y ONG extranjeras. Se recurre a la burla, al sarcasmo, al lenguaje soez. Se apropian de los símbolos del adversario para subvertirle sus significados. Se recurre a la postverdad y a las fake news, con el propósito de manipular y capitalizar reacciones.

Como se ha planteado, no se puede explicar el éxito de estas pseudorevoluciones, sin reconocer el papel que han jugado organizaciones de Estados Unidos o que estaban próximas a ellas. Sin  el apoyo del Imperio y de sus socios en Europa ninguna de estas revueltas en el entorno postsoviético habrían tenido “éxito”. No solo por la asesoría, el respaldo financiero y mediático, sino además por su hegemonía, su influencia apuntalada por las imperialistas industrias culturales.

Desde los tiempos de la Guerra Fría, la acción exterior estadounidense fue externalizada por ONG, tanques pensantes y fundaciones que se encargaron, junto a una red de emisoras y televisoras, de enganchar a una parte de la sociedad civil, con el “the american way of life”, el “the american way of thinking” y el the american way of playing”. Empeño al que se sumó una legión de intelectuales, supuestamente de izquierda o antistablisment, encargados de promover los valores de la “democracia liberal”, y una quinta columna de esnobistas disidentes.

En su mayoría, los líderes de los movimientos que empujaron el “desmerengamiento” del Socialismo existente en Europa del Este, eran fervientes adoradores de la cultura gringa y especialmente de su música. Tenían una relación directa o indirecta con instituciones académicas y culturales de Estados Unidos. Para los líderes de las revoluciones de colores avanzar era marchar al ritmo de la banda yanqui; para democratizar el país era necesario implementar las ideas y valores que dictaban las instituciones estadounidenses.

El interés geoestratégico del área postsoviética y la voluntad del Imperio resulta clave para entender el porqué de la Revolución de las Rosas (Georgia, 2003), la Revolución Naranja (Ucrania, 2004) y la Revolución de los Tulipanes (Kirguistán, 2005), la Revolución de los Melones (Kirguistán, 2010), la Revolución de los Acianos (Bielorussia, 2006), la Revolución de las Lilas (Moldavia, 2009), y la Revolución de Terciopelo (Armenia, 2018).

La de Serbia fue la primera aplicación práctica exitosa de esta novedosa tecnología para montar insurrecciones artificiosas sobre manifestaciones originalmente espontáneas. Se articuló para derrocar del poder al ejecutivo de Slobodan Milosevic. El país mantenía relaciones cordiales con Rusia y hostiles respecto a la órbita de la OTAN. Eso explica la inversión de cuantiosos recursos financieros, tecnológicos y simbólicos.

En palabras de Srdja Popovic, líder del movimiento que derrocó a Milosevic, “Muchos actores a nivel internacional estaban interesados en hacer caer a ‘Sloba’. Era gente con la que podías hablar de política y conseguir dinero, como la Fundación Nacional para la Democracia (National Endowment for Democracy, NED), el Instituto Republicano Internacional (IRI) y el Instituto Nacional Democrático (NDI), que colaboraban con partidos políticos, y Freedom House, que trabajaba con los medios de comunicación”.

Algunas fuentes estiman que el gobierno de EE. UU. y varias ONG  estadounidenses sumaron cerca de 41millones de dólares en la promoción de programas para formar y coordinar a los grupos contendientes al gobierno, poner en marcha las manifestaciones y para fabricar material propagandístico. Solo en 1999, concedieron a la oposición serbia 25 millones de dólares. “Según Paul B. McCarthy, entonces responsable regional de la NED, OTPOR recibió la mayor parte de los 3 millones de dólares gastados por la organización estadounidense en Serbia a partir de septiembre de 1998. Peter Ackerman y Jack Duvall contaron en A Force More Powerful  que Freedom House pagó la impresión de 5.000 ejemplares del libro From dictatorship to democracy: A conceptual framework for liberation, del Albert Einstein Institution, para ser repartidos entre los disidentes serbios.

“Entre el 31 de marzo y 2 de abril de 2000, el Instituto Nacional Republicano financió un taller sobre técnicas de lucha noviolenta para 30 activistas de OTPOR en Budapest, Hungría”. Así  se reconoce el  libro Cómo Librar la Lucha Noviolenta: Prácticas del Siglo XX y Potencial del Siglo XXI, de Gene Sharp, con la colaboración de Joshua Paulson y la asistencia de Christopher A. Miller y Hardy Merriman.  Participó en el taller el excoronel  estadounidenses Robert Helvey. Según Popovic, el análisis de poder descrito en “Las políticas de la acción noviolenta”, de Gene Sharp, y luego presentado por Robert Helvey en los talleres efectuados en Budapest, ejerció la mayor influencia en la planificación estratégica de OTPOR.

Bajo el lema “Está acabado”, el movimiento estudiantil OTPOR,  creado en 1998, se convirtió en la fuerza de choque contra Milošević. Para sistematizar las movilizaciones en la calle y en los grandes espacios públicos, para promover un estado de desestabilización permanente y provocar la “represión” del Estado serbio, los de OTPOR siguieron los lineamientos e instrucciones de varias agencias e institutos estadounidenses, como el Instituto Albert Einstein de Gene Sharp, el Centro Internacional para el Conflicto No Violento (ICNC) de Peter Ackerman y Jack Duvall, Freedom House, la USAID, la NED y el Instituto Republicano Internacional.

Gracias a este apoyo y a la asesoría de expertos estadounidenses, la campaña mediática contra del político serbio se desarrolló de una forma juvenil y atractiva. Pegatinas, grafitis, conciertos y otros recursos fueron usados para minar su imagen. El rociado de signos, comprendió el empleo de consignas como ¡Resistencia porque amo a  Serbia! Y “Es la hora”. Y otros, claramente importados  como ¡Ti Si Nam Potreban!, el “Te necesitamos” del Tío Sam. La ofensiva comprendió el uso de Internet y el correo electrónico. Sus principales armas fueron las simbólicas, camisetas, carteles y pegatinas con la imagen del puño, el desafío mediatizado de los arrestados, las representaciones teatrales satíricas y los conciertos musicales.

El 22 de noviembre de 1999 y el 13 de enero de 2000, fecha en que se celebra el año nuevo ortodoxo, los de OTPOR organizaron dos  megaconciertos de música rock. Eventos en los que se combinaba la significación de rebeldía y resistencia del rock, al ser un género  musical que no aprobaba el Gobierno, la oportunidad de introducir discursos subversivos. Una vez finalizado el concierto, para asentar la idea de que no había nada que celebrar se presentaron en una pantalla gigante las fotografías y los nombres de miles de yugoslavos  muertos en las distintas guerras que habían tenido lugar bajo el  mandato de Milošević.

Las acciones múltiples y ruidosas, con gran peso en lo simbólico, lúdicas y provocativas, tenían como propósito tentar al ejecutivo a tomar acciones represivas contra los participantes. De ahí las publicaciones que ridiculizaban al gobierno y los conciertos contra el régimen con música prohibida. Todas con repercusión en los medios de la prensa independiente y de las trasnacionales occidentales.

Por ello el gran respaldo a la estación de radio B92 que salió al aire en 1989, con el financiamiento de Open Society Foundations de George Soros y la USAID. En 1996, con la ayuda del proveedor de Internet holandés XS4All, RTV B92 comenzó a transmitir sus programas a través de Internet. Sus transmisiones también se reproducían a través del Servicio Mundial de la BBC, mientras que varias estaciones locales en tierra hicieron que los programas estuvieran disponibles en toda Serbia. Entre pistas y pistas de rock, y con el apoyo de Radio Liberty, se desarrolló la campaña mediática contra el ejecutivo serbio, a la vez que se alimentaba el enganche con la música occidental.

En la ceremonia de los MTV Europe Music Awards de 1998 en Assago, cerca de Milán, se le entregó el premio Free Your Mind a Radio B92. Durante la transmisión en vivo, el director de emisora, Veran Matić, salió al escenario con una camiseta de OTPOR con la inscripción “Живи Отпор!” (¡Vive la Resistencia!), sobre el logo del puño cerrado. En su discurso de aceptación, pronunciado en serbio, Matić mencionó explícitamente a los cuatro estudiantes que habían sido arrestados y condenados días antes.

El componente de la música en las actividades de OTPOR se hizo especialmente pronunciado en los días cercanos al derrocamiento de Milošević. El movimiento incluso recurrió a la promoción de conciertos  y organizó varios conciertos en Belgrado de la banda eslovena de música industrial  Laibach. Vale recordar que el líder de OTPOR era un enamorado de la cultura occidental. Srda Popovic tocaba el bajo en una banda de rock gótico llamada BAAL, liderada por Andrej Aćin quien luego se dedicó a filmar películas.

Los integrantes del movimiento estudiantil asociaban el rock con la rebeldía. “Si alguien canta ‘Le estoy tirando piedras al sistema’, eso es lo mismo que hacemos nosotros”, comentó uno de ellos. El discurso iconoclasta de las bandas de rock de los 90, contribuyó a asentar la idea -gestionada luego por OTPOR- de que no tenían que depender exclusivamente de los políticos de la oposición y de que había cierto swing en ser contestatarios. La acción colectiva del 2000 fue condicionada por la acumulación de significados culturales producidos por agrupaciones como Rambo Amadeus, Darkwood Dub, Dza ili Bu y Eyesburn. La instrumentalización de estos mensajes sirvió para que ser arrestado fuese estar en la onda; “ser llevado a la cárcel significaba que eras atrevido y valiente, lo que por supuesto significaba que eras sexy”- comentó luego Srdja Popovic.

Contó el experto en “golpes blandos” que caló el efecto de los “retos simbólicos”, del desafió protagonizado por artistas, cuando su agrupación favorita, Rimtutituki, una tarde de 1992 en la Plaza de Belgrado llena de soldados y tanques, realizó el performance “S.O.S. paz o no cuentes con nosotros” con el apoyo mediático de Radio B92. La banda de rock estaba en la parte trasera de un camión de plataforma, dando vueltas por la plaza, interpretando canciones en contra de la guerra, burlándose del militarismo y del poder. “Mientras  corría detrás del camión, animando a mis músicos favoritos, me sobrevino una serie de revelaciones. Comprendí, para empezar, que el activismo no tenía por qué ser aburrido, que quizá si adoptara la forma de un concierto punk sería mucho más efectivo que las latosas manifestaciones de toda la vida”.

El cantante y compositor, escritor, poeta y director serbio Đorđe Balašević fue uno de los participantes en las manifestaciones contra Slobodan Milošević. Desde antes se había declarado opositor. A menudo en sus conciertos criticaba y se burlaba de Milošević y de otros políticos serbios. En diciembre del 2000, ya consumado el golpe,   Balašević celebró un concierto en el Teatro Nacional de Belgrado para honrar a los miembros de OTPOR.

Estas acciones se enumeran en el libro de Sharp, De la Dictadura a la Democracia. Un Sistema Conceptual para la Liberación. Entre los  métodos de protesta y persuasión no violentas, se anuncian como Actos públicos simbólicos: el drama y la música (35. Sátira y burlas, 36. Interpretaciones teatrales y musicales y 37. Canto) y como medios para  Comunicaciones con un público más amplio: Discos, radio y televisión.

Tomado de: Cubahora

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Cómo las instituciones de élite estadounidenses crearon al presidente neoliberal de Afganistán, Ashraf Ghani

Por Ben Norton @BenjaminNorton

Antes de robar 169 millones de dólares y huir de su estado fallido en desgracia, el presidente títere de Afganistán, Ashraf Ghani, se formó en universidades estadounidenses de élite, se le otorgó la ciudadanía estadounidense, se formó en economía neoliberal por el Banco Mundial, fue glorificado en los medios de comunicación como un tecnócrata “incorruptible”, entrenado por poderosos think tanks de DC como el Atlantic Council, y recibió premios por su libro “Fixing Failed States”.

Ningún individuo es más emblemático de la corrupción, la criminalidad y la podredumbre moral en el corazón de los 20 años de ocupación estadounidense de Afganistán que el presidente Ashraf Ghani.

Cuando los talibanes se apoderaron de su país en agosto, avanzando con el impulso de una bola de boliche que rodaba por una colina empinada y se apoderaron de muchas ciudades importantes sin disparar una sola bala, Ghani huyó en desgracia.

El líder títere respaldado por Estados Unidos supuestamente escapó con 169 millones de dólares que robó de las arcas públicas. Según los informes, Ghani metió el dinero en efectivo en cuatro coches y un helicóptero antes de volar a los Emiratos Árabes Unidos, que le concedió asilo por supuestos motivos “humanitarios”.

La corrupción del presidente había sido expuesta antes. Se sabía, por ejemplo, que Ghani había negociado acuerdos turbios con su hermano y empresas privadas vinculadas al ejército de Estados Unidos, lo que les permitió aprovechar las reservas minerales estimadas en 1 billón de dólares de Afganistán. Pero su salida de último minuto representó un nivel de traición completamente nuevo.

Los principales ayudantes y funcionarios de Ghani se volvieron rápidamente contra él. Su ministro de defensa, el general Bismillah Mohammadi, escribió en Twitter con disgusto: “Nos ataron las manos a la espalda y vendieron la patria. Maldito sea el rico y su pandilla”.

Si bien la dramática deserción de Ghani se destaca como una cruda metáfora de la depravación de la guerra entre Estados Unidos y la OTAN en Afganistán, y cómo hizo muy, muy ricas a un puñado de personas, la podredumbre es mucho más profunda. Su ascenso al poder fue cuidadosamente administrada por algunos de los grupos de expertos e instituciones académicas más estimados y adinerados de los Estados Unidos.

De hecho, los gobiernos occidentales y sus taquígrafos en los medios corporativos disfrutaron de una verdadera historia de amor con Ashraf Ghani. Era un modelo para la exportación del neoliberalismo a lo que había sido territorio de los talibanes, su propio Milton Friedman afgano, un fiel discípulo de Francis Fukuyama, que borró con orgullo el libro de Ghani.

Washington estaba emocionado con el reinado de Ghani en Afganistán, porque finalmente había encontrado una nueva forma de implementar el programa económico de Augusto Pinochet, pero sin el costo de relaciones públicas de torturar y masacrar a multitudes de disidentes en los estadios. Por supuesto, fue la ocupación militar extranjera la que reemplazó a los escuadrones de la muerte, los campos de concentración y los asesinatos en helicópteros de Pinochet. Pero la distancia entre Ghani y sus protectores neocoloniales ayudó a la OTAN a comercializar Afganistán como un nuevo modelo de democracia capitalista, uno que podría exportarse a otras partes del Sur Global.

Como versión del sur de Asia de los Chicago Boys, Ghani, educado en Estados Unidos, creía profundamente en el poder del libre mercado. Para avanzar en su visión, fundó un grupo de expertos con sede en Washington, DC, el “Instituto para la Efectividad del Estado”, cuyo lema era “Enfoques del Estado y el Mercado Centrados en el Ciudadano”, y que se dedicó expresamente a hacer proselitismo de las maravillas del capitalismo.

Ghani explicó claramente su dogmática cosmovisión neoliberal en un libro galardonado, titulado de manera bastante cómica: “Arreglar estados fallidos”. (El texto de 265 páginas usa la palabra “mercado” 219 veces asombrosas). Sería imposible exagerar la ironía, entonces, del estado que él personalmente presidió que falló inmediatamente pocos días después de una retirada militar estadounidense.

La desintegración instantánea y desastrosa del régimen títere de Estados Unidos en Kabul envió a los gobiernos occidentales y a los principales periodistas a un frenesí. Mientras buscaban desesperadamente personas a quienes culpar, Ghani se destacó como un chivo expiatorio conveniente.

Lo que no se dijo fue que estos mismos estados miembros de la OTAN y medios de comunicación habían prodigado elogios a Ghani durante dos décadas, describiéndolo como un noble tecnócrata que luchaba valientemente contra la corrupción. Durante mucho tiempo habían sido los ansiosos patrocinadores del presidente afgano, pero lo arrojaron debajo del autobús cuando dejó de ser útil y finalmente reconocieron que Ghani era el traicionero sinvergüenza, lo que siempre había sido.

El caso es instructivo, para Ashraf Ghani es un ejemplo de libro de texto de las élites neoliberales a quienes el imperio estadounidense elige, cultiva e instala en el poder para servir a sus intereses.

Cumbre de Varsovia de la OTAN de 2016, con la participación (de izquierda a derecha) del secretario de Defensa del Reino Unido, Michael Fallon, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, el presidente de Afganistán, Ashraf Ghani, el director ejecutivo de Afganistán, Abdullah Abdullah, y el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg.

Ashraf Ghani, fabricado en EE. UU.

No hay ningún punto en el que Ashraf Ghani termine y comience en Estados Unidos; son imposibles de separar. Ghani era un producto político fabricado con orgullo en EE. UU.

Ghani nació en el seno de una familia adinerada e influyente en Afganistán. Su padre había trabajado para la monarquía del país y estaba bien conectado políticamente. Pero Ghani dejó su tierra natal por Occidente cuando era joven.

En el momento de la invasión estadounidense en octubre de 2001, Ghani había vivido la mitad de su vida en los Estados Unidos, donde estableció su carrera como burócrata académico e imperial.

Ciudadano estadounidense hasta 2009, Ghani solo decidió renunciar a su ciudadanía para poder presentarse a la presidencia del Afganistán ocupado por Estados Unidos.

Una mirada a la biografía de Ghani muestra cómo fue gestado en una placa de Petri de instituciones de élite estadounidenses.

El cultivo estadounidense de Ghani comenzó cuando estaba en la escuela secundaria en Oregon, donde se graduó en 1967. De allí, pasó a estudiar en la American University en Beirut, donde, como dijo The New York Times, Ghani “disfrutó de la Playas del Mediterráneo, fui a bailes y conoció ”a su esposa libanesa-estadounidense, Rula.

En 1977, Ghani regresó a los Estados Unidos, donde pasaría los siguientes 24 años de su vida. Completó una maestría y un doctorado en la élite de la Universidad de Columbia de la ciudad de Nueva York. ¿Su campo? Antropología: una disciplina completamente infiltrada por las agencias de espionaje estadounidenses y el Pentágono.

En la década de 1980, Ghani encontró trabajo inmediatamente en las mejores escuelas: la Universidad de California, Berkeley y Johns Hopkins. También se convirtió en un elemento habitual de los medios de comunicación estatales británicos, estableciéndose como un comentarista líder en los servicios Dari y Pashto vinculados a la agencia de inteligencia de la BBC. Y en 1985, el gobierno de Estados Unidos le otorgó a Ghani su prestigiosa Beca Fulbright para estudiar escuelas islámicas en Pakistán.

En 1991, Ghani decidió dejar la academia para ingresar al mundo de la política internacional. Se unió a la principal institución que aplica la ortodoxia neoliberal en todo el mundo: el Banco Mundial. Como ha ilustrado el economista político Michael Hudson, esta institución ha servido como un brazo virtual del ejército estadounidense.

Ghani trabajó en el Banco Mundial durante una década, supervisando la implementación de devastadores programas de ajuste estructural, medidas de austeridad y privatizaciones masivas, principalmente en el Sur Global, pero también en la ex Unión Soviética.

Después de que Ghani regresara a Afganistán en diciembre de 2001, rápidamente fue nombrado ministro de finanzas del gobierno títere creado por Estados Unidos en Kabul. Como ministro de Finanzas hasta 2004, y eventualmente presidente de 2014 a 2021, empleó las maquinaciones que había desarrollado en el Banco Mundial para imponer el Consenso de Washington en su tierra natal.

En la década de 2000, con el apoyo de Washington, Ghani se abrió camino gradualmente en el tótem político. En 2005, hizo un rito tecnocrático de iniciación y pronunció una charla TED viral, prometiendo enseñar a su audiencia “Cómo reconstruir un estado roto”.

La conferencia brindó una visión transparente de la mente de un burócrata imperial capacitado en el Banco Mundial. Ghani se hizo eco del argumento del “fin de la historia” de su mentor Fukuyama, insistiendo en que el capitalismo se había convertido en la forma indiscutible de organización social del mundo. La pregunta ya no era qué sistema quería para un país, sino más bien “qué forma de capitalismo y qué tipo de participación democrática”.

En un dialecto apenas inteligible de neoliberalense, Ghani declaró, “tenemos que repensar la noción de capital”, e invitó a los espectadores a discutir “cómo movilizar diferentes formas de capital para el proyecto de construcción del Estado”.

Ese mismo año, Ghani pronunció un discurso en la Conferencia de la Red Europea de Ideas, en su calidad de nuevo presidente de la Universidad de Kabul, en el que explicó con más detalle su visión del mundo.

Alabando al “centro-derecha”, Ghani declaró que las instituciones imperialistas como la OTAN y el Banco Mundial deben fortalecerse para defender “la democracia y el capitalismo”. Insistió en que la ocupación militar estadounidense de Afganistán era un modelo que podía exportarse a todo el mundo, como “parte de un esfuerzo global”.

En la charla, Ghani también reflexionó con cariño sobre el tiempo que pasó llevando a cabo la “terapia de choque” neoliberal de Washington en la ex Unión Soviética: “En la década de 1990… Rusia estaba lista para volverse democrática y capitalista y creo que el resto del mundo fracasó. Tuve el privilegio de trabajar en Rusia durante cinco años durante ese tiempo”.

Ghani estaba tan orgulloso de su trabajo con el Banco Mundial en Moscú que, en su biografía oficial en el sitio web del gobierno afgano, se jactaba de “trabajar directamente en el programa de ajuste de la industria del carbón rusa”, en otras palabras, privatizar el gigante euroasiático las eservas masivas de hidrocarburos.

Mientras Ghani alardeaba de sus logros en la Rusia postsoviética, UNICEF publicó un informe en 2001 que descubrió que la década de privatizaciones masivas impuestas a la nueva Rusia capitalista causó la asombrosa cifra de 3,2 millones de muertes, redujo la esperanza de vida en cinco años y arrastró a 18 millones de niños a la pobreza extrema, con “altos niveles de desnutrición infantil”. La revista médica líder Lancet también encontró que el programa económico creado en Estados Unidos aumentó las tasas de mortalidad de hombres adultos rusos en un 12,8%, en gran parte debido al asombroso 56,3% de desempleo masculino.

Dado este historial odioso, tal vez no sea una sorpresa que Ghani se fue de Afganistán con tasas de pobreza y miseria que se dispararon.

El académico Ashok Swain, profesor de investigación sobre la paz y los conflictos en la Universidad de Uppsala y presidente de la UNESCO sobre cooperación internacional en materia de agua, señaló que, durante los 20 años de ocupación militar entre Estados Unidos y la OTAN, “el número de afganos que viven en la pobreza se ha duplicado y las áreas bajo el cultivo de amapola se han triplicado. Más de un tercio de los afganos no tiene comida, la mitad no tiene agua potable y dos tercios no tiene electricidad”.

Pero el aceite de serpiente económico de Ghani encontró una audiencia entusiasta en la llamada comunidad internacional. Y en 2006, su perfil global había alcanzado tal altura que se lo consideraba un posible reemplazo del secretario general Kofi Annan en las Naciones Unidas.

Mientras tanto, los estados de la OTAN y las fundaciones respaldadas por multimillonarios le estaban dando a Ghani grandes sumas de dinero para establecer un grupo de expertos cuyo nombre siempre estará teñido de ironía.

El último administrador estatal fallido aconseja a las élites sobre “arreglar estados fallidos”

En 2006, Ghani aprovechó su experiencia en la implementación de políticas “favorables a las empresas” desde la Rusia postsoviética hasta su propia tierra natal para cofundar un grupo de expertos llamado Instituto para la Efectividad del Estado (ISE).

ISE se comercializa en un lenguaje que podría haberse extraído de un folleto del FMI: “Las raíces del trabajo de ISE se encuentran en un programa del Banco Mundial a fines de la década de 1990 que tenía como objetivo mejorar las estrategias de país y la implementación del programa. Se centró en formar coaliciones para la reforma, implementar políticas a gran escala y capacitar a la próxima generación de profesionales del desarrollo”.

El eslogan del grupo de expertos se lee hoy como una parodia de la repetición tecnocrática: “Enfoques centrados en el ciudadano del Estado y el mercado”.

Además de su papel en impulsar reformas neoliberales en Afganistán, el ISE ha ejecutado programas similares en 21 países, incluidos Timor Oriental, Haití, Kenia, Kosovo, Nepal, Sudán y Uganda. En estos estados, el grupo de expertos dijo que creó un “marco para comprender las funciones estatales y el equilibrio entre los gobiernos, los mercados y las personas”.

Con sede legal en Washington, el Instituto para la Efectividad del Estado está financiado por un Quién es Quién de los financistas de think tanks: gobiernos occidentales (Gran Bretaña, Alemania, Australia, Países Bajos, Canadá, Noruega y Dinamarca); instituciones financieras internacionales de élite (el Banco Mundial y la OCDE); y fundaciones corporativas occidentales vinculadas a la inteligencia y respaldadas por multimillonarios (Rockefeller Brothers Fund, Open Society Foundations, Paul Singer Foundation y Carnegie Corporation de Nueva York).

La cofundadora fue la entusiasta del libre mercado Clare Lockhart, una ex banquera de inversiones y veterana del Banco Mundial que se desempeñó como asesora de la ONU para el gobierno afgano creado por la OTAN y miembro del consejo de administración de Asia respaldada por la CIA.

La perspectiva obsesionada por el mercado de Ghani y Lockhart quedó resumida en una asociación que formaron en 2008 entre su ISE y el grupo de expertos neoliberal Aspen Institute. Según el acuerdo, Ghani y Lockhart lideraron la “Iniciativa de creación de mercado” de Aspen, que, según dijeron, “crea diálogo, marcos y participación activa para ayudar a los países a construir economías de mercado legítimas” y “apunta a establecer cadenas de valor y sustentar la credibilidad instituciones e infraestructura que permitan a los ciudadanos participar de los beneficios de un mundo globalizado”.

Cualquier novelista que busque satirizar a los think tanks de DC podría haber sido criticado por ser demasiado agudo si escribieran sobre ese Instituto para la Efectividad del Estado.

La guinda del absurdo llegó en 2008, cuando Ghani y Lockhart detallaron su cosmovisión tecnocrática en un libro titulado “Reparar estados fallidos: un marco para la reconstrucción de un mundo fracturado”.

El primer texto que aparece dentro de la portada es una propaganda del guía ideológico de Ghani, Francis Fukuyama, el experto que declaró infamemente que, con el derrocamiento de la Unión Soviética y el Bloque Socialista, el mundo había llegado al “Fin de la Historia” y la sociedad humana se perfeccionó bajo el orden democrático liberal capitalista dirigido por Washington.

Tras los elogios de Fukuyama hay un entusiasta respaldo del economista peruano de derecha Hernando de Soto, autor del tratado “El misterio del capital: por qué el capitalismo triunfa en Occidente y fracasa en todas partes” (spoiler: De Soto insiste en que no es imperialismo). Este Chicago Boy elaboró ​​las políticas de terapia de choque neoliberal del régimen dictatorial de Alberto Fujimori en Perú.

La tercera propaganda en el libro de Ghani fue compuesta por el vicepresidente de Goldman Sachs, Robert Hormats, quien insistió en que el texto “proporciona un análisis brillantemente elaborado y extraordinariamente valioso”.

“Arreglar estados fallidos” es una lectura tremendamente aburrida, y esencialmente equivale a una reiteración de 265 páginas de la tesis de Ghani: la solución a prácticamente todos los problemas del mundo son los mercados capitalistas, y el estado existe para administrar y proteger esos mercados.

En un bromuro típicamente prolijo, Ghani y Lockhart escribieron: “El establecimiento de mercados funcionales ha llevado a la victoria del capitalismo sobre sus competidores como modelo de organización económica al aprovechar las energías creativas y empresariales de un gran número de personas como partes interesadas en la economía de mercado”.

Los lectores del snoozer neoliberal habrían aprendido tanto al hojear cualquier panfleto del Banco Mundial.

Además de emplear alguna variación en la palabra “mercado” 219 veces, el libro presenta 159 usos de las palabras “invertir”, “inversión” o “inversionista”. También está lleno de pasajes torpes, repetidos robóticamente, como los siguientes:

Emprender estos caminos de transición ha requerido esfuerzos para superar la percepción de que el capitalismo es necesariamente explotador y que la relación entre el gobierno y las corporaciones es intrínsecamente de confrontación. Los gobiernos exitosos han forjado asociaciones entre el estado y el mercado para crear valor para sus ciudadanos; estas asociaciones son rentables desde el punto de vista financieros y sostenibles política y socialmente.

Destacando su fanatismo ideológico, Ghani y Lockhart incluso llegaron a afirmar una “incompatibilidad entre capitalismo y corrupción”. Por supuesto, Ghani continuaría demostrando cuán absurda era esta afirmación vendiendo su país a empresas estadounidenses en las que habían invertido sus familiares, proporcionándoles acceso exclusivo a las reservas minerales de Afganistán y luego huyendo a una monarquía del Golfo con 169 millones de dólares en fondos estatales robados.

Pero entre la clase de élites insulares de Beltway, el libro risible fue celebrado como una obra maestra. En 2010, “Reparar estados fallidos” le valió a Ghani y Lockhart el codiciado lugar 50 en la lista de Foreign Policy de los 100 mejores pensadores globales. La estimada revista describió su Instituto para la Efectividad del Estado como “el grupo de expertos en construcción de estados más influyente del mundo”.

Silicon Valley también quedó prendado. Google invitó a los dos a su oficina de Nueva York para resumir las conclusiones del libro.

Clare Lockhart y Ashraf Ghani presentan Fixing Failed States en Google en 2008

El Consejo Atlántico de la OTAN cultiva Ghani

Escribiendo en sus herméticas oficinas en la calle K de DC, los eruditos expertos en ataduras ayudaron a proporcionar la justificación política e intelectual para seguir adelante con la ocupación militar extranjera de Afganistán durante dos décadas. Los think tanks que los emplearon parecían ver la guerra como una misión civilizadora neocolonial destinada a promover la democracia y la ilustración para un pueblo “atrasado”.

Fue en este ambiente aislado de think tanks y universidades estadounidenses políticamente conectados, en sus 24 años viviendo en los Estados Unidos de 1977 a 2001, donde nació Ghani el político.

La poderosa Institución Brookings estaba enamorada de él. Al escribir en el Washington Post en 2012, el director liberal-intervencionista de la investigación de política exterior del grupo de expertos, Michael E. O’ Hanlon, elogió a Ghani como un “mago económico”.

Pero la principal de las organizaciones que impulsaron el ascenso de Ghani fue el Atlantic Council, el grupo de expertos de facto de la OTAN en DC.

Las influencias y patrocinadores de Ghani quedaron claramente evidenciadas en su cuenta oficial de Twitter, donde el presidente afgano siguió solo 16 perfiles. Entre ellos se encontraban la OTAN, su Conferencia de Seguridad de Munich y el Consejo Atlántico.

El trabajo de Ghani con el grupo de expertos se remonta a casi 20 años. En abril de 2009, Ghani concedió una aduladora entrevista a Frederick Kempe, presidente y director ejecutivo del Atlantic Council. Kempe reveló que los dos habían sido amigos cercanos y colegas desde 2003.

Ashraf Ghani con su amigo cercano y aliado, el presidente y director ejecutivo del Atlantic Council, Frederick Kempe, en 2015

“Cuando llegué al Atlantic Council”, recordó Kempe, “creamos una Junta Asesora Internacional, de presidentes y directores ejecutivos en funciones de empresas de importancia mundial y miembros del gabinete, ex miembros del gabinete de renombre de países clave. En ese momento no estaba tan decidido a tener a Afganistán representado en la Junta Asesora Internacional, porque no todos los países del sur de Asia lo están. Pero estaba decidido a tener Ashraf Ghani”.

Kempe reveló que Ghani no solo era miembro de la Junta Asesora Internacional, sino también parte de un influyente grupo de trabajo del Atlantic Council llamado Strategic Advisors Group. En el comité se unieron a Ghani ex altos funcionarios del gobierno occidental y militares, así como líderes de las principales corporaciones estadounidenses y europeas.

Como parte del Grupo de Asesores Estratégicos del Atlantic Council, Kempe afirmó que él y Ghani ayudaron a crear la estrategia de la administración de Barack Obama para Afganistán.

“Fue así como hablé por primera vez con Ashraf y hablamos sobre cómo no se conocían realmente los objetivos a largo plazo. A pesar de todos los recursos que estábamos invirtiendo en Afganistán, los objetivos a largo plazo no eran obvios”, explicó Kempe.

“En ese momento, se nos ocurrió la idea de que tenía que haber un marco de 10 años para Afganistán. Poco sabíamos que estábamos desarrollando e implementando una estrategia, porque siempre se pensó que era una estrategia de implementación. Pero, de repente, teníamos un plan de Obama, detrás del cual poner esta estrategia de implementación”.

Ghani publicó esta estrategia en el Atlantic Council en 2009, bajo el título “Un marco de diez años para Afganistán: Ejecución del plan Obama… y más allá”.

En 2009, Ghani también fue candidato en las elecciones presidenciales de Afganistán. Para ayudar a administrar su campaña, Ghani contrató al consultor político estadounidense James Carville, conocido por su papel como estratega en las campañas presidenciales demócratas de Bill Clinton, John Kerry y Hillary Clinton.

En ese momento, el Financial Times describió a Ghani favorablemente como “el más occidentalizado y tecnocrático de todos los candidatos que se presentaban a las elecciones afganas”.

El pueblo afgano no estaba tan entusiasmado. Ghani finalmente fue aplastado en la carrera, llegando a un triste cuarto lugar, con menos del 3% de los votos.

Cuando el amigo de Ghani, Kempe, lo invitó a regresar para una entrevista en octubre, después de las elecciones, el presidente del Atlantic Council insistió: “Algunas personas dirían que realizó una campaña sin éxito; Diría que fue una campaña exitosa, pero no ganaste “.

Kempe elogió a Ghani, llamándolo “uno de los servidores públicos más capaces del planeta” y “conceptualmente brillante”.

Kampe también señaló que la charla de Ghani “debería ser estimulante para la administración de Obama”, que confiaba en el Atlantic Council para ayudar a diseñar sus políticas.

“Habría venido aquí antes de las elecciones como estadounidense y afgano con doble pasaporte, pero uno de los sacrificios que hizo para postularse para un cargo fue renunciar a su ciudadanía estadounidense, así que me horroriza saber que está aquí en una visa afgana-estadounidense de una sola entrada”, agregó Kempe. “Así que el Atlantic Council se pondrá a trabajar en eso, pero ciertamente tenemos que rectificar eso”.

Ghani continuó trabajando en estrecha colaboración con el Atlantic Council en los años siguientes, constantemente realizando entrevistas y eventos con Kempe, en los que el presidente del grupo de expertos declaró: “En aras de la divulgación completa, debo declarar que Ashraf es un amigo, un querido amigo”.

Hasta 2014, Ghani siguió siendo un miembro activo de la Junta Asesora Internacional del Atlantic Council, junto con numerosos exjefes de estado, el planificador imperial estadounidense Zbigniew Brzezinski, el apóstol económico neoliberal Lawrence Summers, el oligarca multimillonario libanés-saudí Bahaa Hariri, el magnate de los medios de derecha Rupert Murdoch y los directores ejecutivos de Coca-Cola, Thomson Reuters, Blackstone Group y Lockheed Martin.

Pero ese año, la oportunidad tocó la puerta y Ghani vio su máxima ambición a su alcance. Estaba al borde de convertirse en presidente de Afganistán, cumpliendo el papel que las instituciones de élite estadounidenses le habían cultivado durante décadas.

La historia de amor de Washington con el “reformador tecnocrático”

El primer líder post-talibán de Afganistán, Hamid Karzai, se había mostrado inicialmente como un títere occidental leal. Sin embargo, al final de su reinado en 2014, Karzai se había convertido en un “duro crítico” del gobierno de Estados Unidos, como lo expresó el Washington Post, “un aliado que se convirtió en adversario durante los 12 años de su presidencia”.

Karzai comenzó a criticar abiertamente a las tropas estadounidenses y de la OTAN por matar a decenas de miles de civiles. Estaba enojado por lo controlado que estaba y trató de ejercer más independencia, lamentando: “Los afganos murieron en una guerra que no es la nuestra”.

Washington y Bruselas tenían un problema. Habían invertido miles de millones de dólares durante una década en la creación de un nuevo gobierno a su imagen en Afganistán, pero la marioneta que habían elegido comenzaba a frenarse en sus cuerdas.

Desde la perspectiva de los gobiernos de la OTAN, Ashraf Ghani proporcionó el reemplazo perfecto para Karzai. Era el retrato de un tecnócrata leal y solo tenía un pequeño inconveniente: los afganos lo odiaban.

Cuando obtuvo menos del 3% de los votos en las elecciones de 2009, Ghani se postuló abiertamente como candidato del Consenso de Washington. Solo contaba con el apoyo de unas pocas élites en Kabul.

Entonces, cuando llegó la carrera presidencial de 2014, Ghani y sus manejadores occidentales tomaron un rumbo diferente, vistieron a Ghani con ropas tradicionales y llenaron sus discursos con retórica nacionalista.

Con ropa tradicional afgana, Ashraf Ghani (derecha) estrecha la mano del Secretario de Estado de los Estados Unidos (centro) y Abdullah Abdullah (izquierda)

El New York Times insistió en que finalmente había encontrado el punto ideal: “Tecnócrata a populista afgano, Ashraf Ghani se transforma”. El periódico relata cómo Ghani pasó de ser un “intelectual pro-occidental” que dirigía “una pequeña charla en una lengua vernácula mejor descrita como tecnocrates (piense en frases como ‘procesos consultivos’ y ‘marcos cooperativos’)” a una mala copia de “populistas que cortan trata con sus enemigos, gana el apoyo de sus rivales y apela al orgullo nacional afgano”.

La estrategia de cambio de marca ayudó a colocar a Ghani en el segundo lugar, pero aun así fue derrotado cómodamente en la primera ronda de las elecciones de 2014. Su rival, Abdullah Abdullah, obtuvo un 45% frente al 32% de Ghani, con casi 1 millón de votos más.

Sin embargo, en la segunda vuelta de junio, las tornas cambiaron repentinamente. Los resultados se retrasaron, y cuando se finalizaron tres semanas después, Ghani subió con un sorprendente 56,4% frente al 43,6% de Abdullah.

Abdullah afirmó que Ghani se había robado las elecciones mediante un fraude generalizado. Sus acusaciones estaban lejos de ser infundadas, ya que había pruebas sustanciales de irregularidades sistemáticas.

Para resolver la disputa, la administración Obama envió al secretario de Estado John Kerry a Kabul para negociar entre Ghani y Abdullah.

La mediación de Kerry condujo a la creación de un gobierno de unidad nacional en el que el presidente Ghani, al menos inicialmente, acordó compartir el poder con Abdullah, quien ocuparía un puesto recién creado, cuyo nombre reflejaba de manera transparente la agenda neoliberal de Washington: director ejecutivo de Afganistán.

El secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, negocia con los candidatos presidenciales de Afganistán Abdullah Abdullah (izquierda) y Ashraf Ghani (derecha) en julio de 2014

Un informe publicado en diciembre por los observadores electorales de la Unión Europea concluyó que efectivamente hubo un fraude desenfrenado en las elecciones de junio. Más de 2 millones de votos, que representan más de una cuarta parte del total emitido, procedían de colegios electorales con irregularidades manifiestas.

Si Ghani ganó o no la segunda vuelta fue nebuloso. Pero había logrado cruzar la línea de meta, y eso era todo lo que importaba. Ahora era presidente. Y sus patrocinadores imperiales en Washington estaban más que felices de barrer el escándalo debajo de la alfombra.

Funcionario de Washington enaltece a Ghani ante el fraude y el fracaso

La aparente manipulación de las elecciones de 2014 hizo poco por empañar la imagen de Ashraf Ghani en los medios occidentales. La BBC lo caracterizó con tres términos -“reformador”, “tecnócrata” e “incorruptible”- que se convertirían en las descripciones favoritas de la prensa para un presidente que finalmente abandonó su país con 169 millones de dólares y su proverbial rabo entre las piernas.

En una pieza que fue emblemática de la representación de Ghani en los medios, el neoyorquino afirmó que era “incorruptible” y lo aclamó como un “tecnócrata visionario que piensa con veinte años de antelación”.

En marzo de 2015, Ghani voló a Washington para su momento de máxima gloria. El nuevo presidente afgano pronunció un discurso en una sesión conjunta del Congreso de Estados Unidos. Y fue celebrado como un héroe que desbloquearía la magia del libre mercado para salvar Afganistán de una vez por todas.

Ashraf Ghani en la sede del Congreso de los Estados Unidos

Los petroleros y sus amigos de la prensa no podían tener suficiente confianza de Ghani. Ese agosto, el director senior de programas de Democracy International, la organización de cambio de régimen financiada por el gobierno de Estados Unidos, Jed Ober, publicó un artículo en Foreign Policy que reflejaba la historia de amor de Beltway con su hombre en Kabul.

Cuando Ashraf Ghani fue elegido presidente de Afganistán, muchos miembros de la comunidad internacional se regocijaron. Sin duda, un ex funcionario del Banco Mundial con reputación de reformador era el hombre adecuado para solucionar los problemas más atroces de Afganistán y reparar la posición del país a nivel internacional. No había mejor candidato para llevar a Afganistán a una nueva era de buen gobierno y comenzar a expandir los derechos y libertades que con demasiada frecuencia se les ha negado a muchos de los ciudadanos del país.

Impertérrito por las acusaciones documentadas de fraude electoral, el Atlantic Council honró a Ghani en 2015 con su “premio al liderazgo internacional distinguido”, celebrando su supuesto “compromiso desinteresado y valiente con la democracia y la dignidad humana”.

El Atlantic Council señaló con entusiasmo que Ghani “aceptó personalmente el premio, que le entregó la exsecretaria de Estado Madeleine Albright, el 25 de marzo en Washington ante una audiencia de líderes, embajadores y generales de la OTAN”.

Albright, quien una vez defendió públicamente la muerte de más de medio millón de niños iraquíes por las sanciones lideradas por Estados Unidos, glorificó a Ghani como un “economista brillante” y afirmó que “ha ofrecido esperanza al pueblo afgano y al mundo”.

La ceremonia oficial del Atlantic Council se llevó a cabo más tarde en abril, pero Ghani no pudo asistir, por lo que su hija Mariam recibió el premio en su nombre.

Nacida y criada en los Estados Unidos, Mariam Ghani es una artista con sede en la ciudad de Nueva York que encarna a la perfección todas las características de un hipster radlib instalado en un lujoso apartamento tipo loft en Brooklyn. La cuenta personal de Instagram de Mariam presenta una combinación de arte minimalista y expresiones políticas pseudo-radicales.

Con un estatus de élite dentro del medio de activistas del cambio de régimen identificados por la izquierda, Mariam Ghani participó en un panel de discusión de 2017 en la Universidad de Nueva York titulado “Arte y refugiados: enfrentando el conflicto con elementos visuales”, junto con la ilustradora y partidaria de la guerra sucia Molly Crabapple. Crabapple es miembro de la New America Foundation, financiada por el Departamento de Estado de EE. UU., patrocinada por el multimillonario y ex director ejecutivo de Google, Eric Schmidt. Mariam Ghani y ella también aparecieron juntas en una compilación de artistas del 2019.

En la ceremonia del Consejo Atlántico de 2015 en Washington, cuando Mariam Ghani aceptó con orgullo el premio máximo del think tank militarista de la OTAN para su padre, sonrió junto a tres compañeros homenajeados: un importante general estadounidense, el director ejecutivo de Lockheed Martin y la cantante de country de derecha Toby Keith, quien se hizo un nombre gritando amenazas musicales patriotas contra árabes y musulmanes, prometiendo “ponerte una bota en el trasero”, porque “es el estilo estadounidense”.

El marketing del Atlantic Council en nombre del presidente Ghani se aceleró después de la ceremonia. En junio de 2015, el grupo de expertos publicó un artículo en su blog “New Atlanticist” titulado “FMI: Ghani ha demostrado que Afganistán está ‘abierto a los negocios ‘”.

El principal funcionario del Fondo Monetario Internacional en Afganistán, el jefe de la misión Paul Ross, dijo al Atlantic Council que Ghani había “señalado al mundo que Afganistán está abierto a los negocios y que la nueva administración está decidida a proceder con las reformas”.

El burócrata declaró que el FMI era “optimista sobre el largo plazo”, bajo el liderazgo de Ghani.

De hecho, Ghani y su régimen títere estadounidense tenían una especie de puerta giratoria con el Atlantic Council. Su embajador en los Emiratos Árabes Unidos, Javid Ahmad, se desempeñó simultáneamente como miembro principal del grupo de expertos. Ahmad aprovechó su sinecure allí para colocar artículos de opinión en los principales medios de comunicación que mostraban a su jefe como un reformador moderado que tenía como objetivo “restaurar el debate civil en la política afgana”.

Foreign Policy le había prestado a Ahmad espacio en su revista para publicar un anuncio de campaña apenas disfrazado para Ghani en junio de 2014. El artículo cantaba su alabanza como “una alternativa intelectual pro occidental altamente educada al antiguo sistema de corrupción y caudillos de Afganistán”.

En ese momento, Ahmad era un coordinador de programas para Asia en el grupo de presión de la guerra fría financiado por el gobierno occidental, el German Marshall Fund de los Estados Unidos. Los editores de Foreign Policy aparentemente no se dieron cuenta de que el artículo de Ahmad tiene pasajes que son casi una copia, palabra por palabra, de la biografía oficial de Ghani.

En la Cumbre de la OTAN de 2018, el Atlantic Council organizó otra entrevista aduladora con Ghani. Haciendo alarde de sus supuestos “esfuerzos de reforma”, insistió el presidente afgano, “el sector de la seguridad se está transformando por completo, en los esfuerzos contra la corrupción”. Añadió: “Hay un cambio generacional que está teniendo lugar en nuestras fuerzas de seguridad, y en todos los ámbitos, que creo que es realmente transformador”.

El periodista que condujo la entrevista de softbol fue Kevin Baron, editor ejecutivo del sitio web Defense One, respaldado por la industria de armas. Aunque la corrupción sistémica y la naturaleza ineficaz y abusiva del ejército afgano eran bien conocidas, Baron no ofreció ningún rechazo.

En el evento, Ghani rindió homenaje al grupo de expertos que había servido como su fábrica de propaganda personal durante tanto tiempo. En homenaje al director ejecutivo del Atlantic Council, Fred Kempe, Ghani expresó efusivamente: “Has sido un gran amigo. Tengo una gran admiración tanto por su beca como por su gestión”.

La historia de amor del Atlantic Council con Ghani continuó hasta el ignominioso final de su presidencia.

Ghani fue un invitado de honor en la Conferencia de Seguridad de Múnich (MSC) patrocinada por el gobierno alemán y respaldado por el Atlantic Council en 2019. Allí, el aristocrático presidente afgano pronunció un discurso que haría sonrojar incluso al pseudo-populista más cínico, declarando: “La paz debe estar centrada en los ciudadanos, no en las élites”.

El Atlantic Council recibió a Ghani por última vez en junio de 2020, en un evento copatrocinado por el Instituto de la Paz de los Estados Unidos vinculado a la CIA y el Rockefeller Brothers Fund. Tras los elogios de Kempe como “una voz líder en favor de la democracia, la libertad y la inclusión”, el exdirector de la CIA, David Petraeus, elogió a Ghani al enfatizar “el privilegio de trabajar con [él] como comandante en Afganistán”.

No fue hasta que Ghani robó abiertamente y huyó de su país en desgracia en agosto de 2021 que el Atlantic Council finalmente se volvió contra él. Después de casi dos décadas de promoverlo, cultivarlo y enaltecerlo, el grupo de expertos finalmente reconoció que era un ” villano escondido”.

Fue un cambio dramático por parte de un grupo de expertos que conocía a Ghani mejor que quizás cualquier otra institución en Washington. Pero también se hizo eco de los intentos desesperados de salvar la cara por parte de muchas de las mismas instituciones de élite estadounidenses que habían convertido a Ghani en el asesino económico neoliberal que era.

En los infames últimos días de Ghani, Washington se mantuvo confiado

La ilusión de que Ashraf Ghani era un genio tecnocrático continuó hasta el final de su desastroso mandato.

Este 25 de junio, pocas semanas antes del colapso de su gobierno, Ghani se reunió con Joe Biden en la Casa Blanca, donde el presidente estadounidense aseguró a su homólogo afgano el firme apoyo de Washington.

“Vamos a quedarnos contigo”, aseguró Biden a Ghani. “Y haremos todo lo posible para asegurarnos de que tenga las herramientas que necesita”.

Un mes después, el 23 de julio, Biden reiteró a Ghani en una llamada telefónica que Washington continuaría apoyándolo. Pero sin miles de tropas de la OTAN protegiendo su régimen vacío, los talibanes avanzaban rápidamente, y todo se derrumbó en cuestión de días, como un castillo de arena golpeado por una ola.

Ashraf Ghani se reúne con el presidente Joe Biden en la Casa Blanca el 25 de junio de 2021

Para el 15 de agosto, Ghani había huido del país con sacos de dinero robado. Fue una refutación surrealista a la narrativa, repetida hasta la saciedad por la prensa, de que Ghani era, como dijo Reuters en 2019, “incorruptible y erudita”.

Las élites en Washington no podían creer lo que estaba sucediendo, negando lo que estaban viendo ante sus ojos.

Incluso el legendario activista progresista anticorrupción Ralph Nader estaba en negación, refiriéndose a Ghani en términos cariñosos como un “ex ciudadano estadounidense incorruptible”.

Pocas figuras resumen mejor que Ashraf Ghani la podredumbre moral y política de la guerra de 20 años de Estados Unidos contra Afganistán. Pero su historial no debe tomarse como un ejemplo aislado.

Fue el Washington oficial, su aparato de think tanks y su ejército de reporteros aduladores lo que convirtió a Ghani en quien era. Este fue un hecho que él mismo reconoció en una entrevista de junio de 2020 con el Atlantic Council, en la que Ghani expresó su mayor gratitud a sus patrocinadores: “Permítanme primero rendir homenaje al pueblo estadounidense, a las administraciones estadounidenses y al Congreso de los Estados Unidos, y en particular, al contribuyente estadounidense por los sacrificios en sangre y tesoro”.

Ben Norton es periodista, escritor y cineasta. Es el editor asistente de The Grayzone y el productor del podcast Moderate Rebels , que es coanfitrión con el editor Max Blumenthal. Su sitio web es BenNorton.com.

Tomado de: The Grayzone

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Educación: el impacto de las nuevas tecnologías en la oralidad y la escritura

Imagen National Geographic

Por Sofía Gómez

¿Qué está ocurriendo a nivel educativo entre las nuevas tecnologías, la cultura escrita y la oralidad? ¿Qué transformaciones están implicadas en la manera en que la tecnología e internet permiten acceder y generar conocimiento? ¿De nuevo hay una vuelta a la preeminencia de la imagen y la oralidad sobre la palabra escrita? Efectivamente, las nuevas tecnologías están centrando a la imagen y a la oralidad como ejes en la distribución de la información, y a su vez, están haciendo de estas el primer canal para acceder al conocimiento, que sólo en la medida en que se hace más especializado integra a la escritura como vía preponderante. En las siguientes líneas esbozaremos de manera sintética esta postura.

Escritura / Imagen

Nuestra escritura, menciona Belén Gache (2005), “está concebida a partir del modelo logocéntrico. Se pretende una mera réplica del lenguaje oral y está basada en una serie de oposiciones como, por ejemplo, la del universo verbal frente al visual”. Este ha sido el punto de inflexión que ha desvinculado imagen y escritura alfabética, pues aunque el alfabeto también es una construcción visual, su razón de ser es la abstracción. El sistema alfabético se basa en una linealidad opuesta a la imagen, concebida más como un suceso holístico o circular que permite demasiadas interpretaciones como para conducirnos a un conocimiento más fiable, conducido. De allí que occidente haya hecho de la cultura escrita el punto de referencia para difundir conocimiento comprobable, direccionado.

Sin embargo, las dudas al respecto de esta perspectiva siempre han estado por ahí. Un caso es el de Fernando Zamora Águila, quien en su obra, Filosofía de la imagen (2008), propone concebir la imagen como un agente que por sí solo constituye una forma de pensamiento: “la visión humana suele llevar implícita la mirada, y por tanto implica la intervención de lo imaginario; asimismo, interesa mostrar cómo ésta es una forma legítima y auténtica de pensar”. Hace de la imagen un elemento epistemológico autónomo, lejos de la dependencia del logocentrismo, el cual propone que para que un pensamiento sea considerado como tal debe estar mediado o formulado exclusivamente a través de la palabra.

Para Zamora, el acto visual no es una recepción pasiva donde sólo se realiza una mímesis mental de las cosas que se observan a modo de una copia figurativa que reproduce mentalmente la información recibida a través de la mirada. En cambio, propone el acto visual como un ejercicio activo, como representación. La visión como actividad no se refiere al proceso fisiológico, fotoquímico o biológico, sino al fenómeno significante, aprendido, determinado psicológica y culturalmente, donde el mirar es agregar a la operación mecánica el aspecto significativo, que es lo que implica la representación.

Esta concepción, es la que aborda también Belén Gache, quien en su exposición sobre la literatura expandida justamente aboga por ampliar la visión logocéntrica que ha prevalecido en occidente. Christian Ferrer (2005) también apela a dicha revisión sobre el conocimiento, su apropiación y difusión. A través de una revisión histórica sobre lo que han representado el arribo de “nuevas tecnologías” en distintas épocas, nos habla de cómo estas siempre han sido interpretadas como hitos de un nuevo camino evolutivo. Y en efecto lo son. Pero Ferrer también nos advierte sobre concebirlas como cambios a rajatabla, separadas unas de otras y neutras en sí mismas.

La crítica que realiza Ferrer también es planteada por Pamela Archanco (2011), quien en su trabajo sobre la lectura escolar y sus prácticas, representaciones y la mediación docente, lanza interrogantes sobre los criterios de validación y legitimación de las diversas fuentes que consulta el alumno. Pone énfasis en cómo la información que los alumnos obtienen de internet (el sitio de donde los alumnos extraen la mayor parte del material para realizar sus trabajos escolares), la conciben como un saber con un alto grado de neutralidad. La intervención docente, señala, reside en promover la desnaturalización de esta concepción y la necesidad de hacer ver al alumno que es un requisito indispensable que contextualicen sociocultural e histórica de lo leen u observan.

La oralidad

La saturación de videos, por ejemplo, como nuevos modos de acceder a conocimiento, no es neutro, está modelando el tiempo que las personas piensan es “suficiente” para informarse de algo. El tiempo para construir saberes se está haciendo cada vez más breve, no sólo fugaz, sino breve. De allí que tenga mayor sentido retomar las críticas que Fernanda Cano (2011) presenta a los modos de leer y escribir, y a la par, de enseñar ambos procesos. El modelo tradicional de escritura concebido en etapas, por medio de un desarrollo lineal (como la escritura alfabética lo es), deja de ser irrefutable. Ella propone que como docentes debemos también modificar nuestra concepción del proceso de planificación, tan mecánico e inflexible que se aleja de lo que los nuevos modos de acceso a la información que están teniendo nuestro estudiantes.

En el caso de los videos, tenemos que ya no se trata sólo de imágenes aisladas, se incorpora un nuevo elemento: la oralidad, tema que Cecilia Bajour (2009) trabaja desde el valor que tienen las prácticas de lectura. Ella nos habla de cómo “oír entre líneas” es un trabajo que lleva tiempo, que se conquista y construye. Y aunque Cecilia se centra en “oír lo que se lee”, podemos apropiarnos de lo que menciona para la forma en que la imagen está fusionándose con la palabra oral y están dejando al margen o como un acompañamiento más a la palabra escrita.

En este sentido, pensar las clases como una construcción en común que se hace entre los alumnos y es dirigida por los docentes, tal como lo propone Nancy Romero (2011), es totalmente congruente con las formas de creación y reproducción del conocimiento actual. La oralidad debe adquirir un valor real en la generación de conocimiento dentro de las escuelas, desde la enseñanza básica hasta los niveles superiores. Digo real porque tanto aquello que los alumnos ven y escuchan a través de videos, películas, documentales e incluso tutoriales, deben comenzar a pensarse como parte de un tejido legítimo de saber. Asimismo, el comentar en clase, la participación oral en las sesiones, las exposiciones de los alumnos, deben observarse como algo significativo para la formación del estudiante. Pensar la oralidad como un complemento de la difusión del saber que está en igualdad de posibilidades que la escritura. Un hecho que la tradición occidental, a partir de Gutenberg y su imprenta, ha soslayado y que apenas comienza a volver a la carga.

En conclusión, el fenómeno que están creando las nuevas tecnologías e internet no significa que hemos “regresado” a un periodo previo a la alfabetización, la cual ha marcado por siglos la producción y acceso al conocimiento en occidente, sino que se trata de un ascenso de la imagen que no elimina a la cultura escrita, sólo está modificando su papel central, posicionándola a modo de acompañamiento. En los ámbitos académicos, la imagen es la primera puerta hacia un conocimiento más sistemático que aún sigue considerando a la cultura escrita –alfabética en específico– como la superior.

La oralidad también regresa a una posición más fuerte que le había sido arrebatada por la escritura. La oratoria en la Grecia Clásica da testimonio de lo que alguna vez fue el medio para el debate y reproducción del saber. Hoy, esa oralidad salpicada de coloquialidad, de tutoriales y youtubers está poniendo en jaque la supremacía que lo contenido en letras había alcanzado desde la era potencializada de Gutenberg. Como docentes y académicos debemos estar conscientes de dichos cambios, no para ponerlos en una balanza tajante de “mejor” o “peor” o “benéficos” o “dañinos”, sino como artificios que se agregan a nuestra historia como civilización sapiente.

Bibliografía

Archanco, P. (2011). Clase 20. Sobre la práctica de la lectura en la escuela: supuestos, continuidades y rupturas. En Diploma Superior en Lectura, escritura y educación. Buenos Aires: Flacso virtual, Argentina.

Bajour, C. (2009). Oír entre líneas: el valor de la escucha en las prácticas de lectura. En www.imaginaria.com.ar (Consultado el 28 de octubre 20016).

Cano, F. (2011). Clase 17. Para una reflexión sobre la escritura. En Diploma Superior en Lectura, escritura y educación. Buenos Aires: Flacso Virtual, Argentina.

Ferrer, C. (2005). Clase 14. La letra y su molde. Meditaciones sobre lectura, escritura y tecnología. En Diploma Superior en Lectura, escritura y educación. Buenos Aires: Flacso Virtual, Argentina.

Gache, B. (2005). Clase 16. Transgresiones y márgenes de la literatura expandida. En Diploma Superior en Lectura, escritura y educación. Buenos Aires: Flacso Virtual, Argentina.

Romero, N. (2011). Clase 19. El texto escolar en la escuela actual. En Diploma Superior en Lectura, escritura y educación. Buenos Aires: Flacso Virtual, Argentina.

Zamora, F. (2008). Filosofía de la imagen. Lenguaje, imagen y representación, México: ENAP.

Tomado de: Revista Vagabunda MX

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