Textos prestados

Fidel Castro: el oficio de la palabra hablada

Fidel Castro y Gabriel García Márquez

Por Gabriel García Márquez*

Refiriéndose a un visitante extranjero al que había acompañado durante una semana en una gira por el interior de Cuba, Fidel Castro dijo: «Cómo hablará ese hombre, que habla más que yo». Basta conocer un poco a Fidel Castro para saber que era una exageración suya, y de las más grandes, pues no es posible concebir a alguien más adicto que él al hábito de la conversación. Su devoción por la palabra es casi mágica. Al principio de la revolución, apenas una semana después de su entrada triunfal en La Habana, habló sin tregua por la televisión durante siete horas. Debe ser un récord mundial. En las primeras horas, los habaneros no familiarizados todavía con el poder hipnótico de aquella voz, se sentaron a escucharla al modo tradicional, pero a medida que pasaba el tiempo volvían a la rutina con un oído en sus asuntos y otro en el discurso. Yo había llegado el día anterior con un grupo de periodistas de Caracas, y empezamos a escucharlo en el cuarto del hotel. Luego seguimos oyéndolo sin pausas en el ascensor, en el taxi que nos llevó a los barrios del comercio, en las terrazas floridas de los cafés, en las cantinas glaciales, y hasta en las ráfagas de las radios a todo volumen que salían por las ventanas abiertas mientras caminábamos por la calle. En la noche, todos habíamos cumplido con nuestra jornada sin perder una palabra.

Dos cosas llamaron la atención de quienes oíamos a Fidel Castro por primera vez. Una era su terrible poder de seducción. La otra era la fragilidad de su voz. Una voz afónica que a veces parecía sin aliento. Un médico que lo escuchaba hizo una disertación tremendista sobre la naturaleza de esos quebrantos, y concluyó que aun sin discursos amazónicos como el de aquel día, Fidel Castro estaba condenado a quedarse sin voz antes de cinco años. Poco después, en agosto de 1962, el pronóstico pareció dar su primera señal de alarma, cuando se quedó mudo después de anunciar en un discurso la nacionalización de las empresas norteamericanas. Pero fue un percance transitorio que no se repitió. Han transcurrido veintiséis años desde entonces. Fidel Castro acaba de cumplir sesenta y uno, y su voz parece todavía tan incierta cómo siempre, pero continúa siendo su instrumento más útil e irresistible para él delicado oficio de la palabra hablada.

Tres horas son para él un buen promedio de una conversación ordinaria. Y de tres en tres horas, los días se le pasan como soplos. Como no es un gobernante académico atrincherado en sus oficinas, sino que va a buscar los problemas donde estén, a cualquier hora se ve su automóvil sigiloso, sin estruendos de motocicletas, deslizándose aun a altas horas de la madrugada por las avenidas desiertas de La Habana, o en una carretera apartada. De todo esto ha surgido la leyenda de que es un solitario sin rumbo, un insomne desordenado e informal, que puede, hacer una visita a cualquier hora y desvelar a sus visitados hasta el amanecer.

Algo de eso era cierto al principio de la revolución, cuando aún arrastraba los hábitos de la Sierra Maestra. No sólo por la extensión de sus discursos, sino. porque no tenía un domicilio cierto, ni tuvo una oficina durante más de quince años, ni tenía horas fijas para nada. La sede del gobierno estaba donde estuviera él, y el poder mismo estaba sometido a los azares de su errancia. Ahora es distinto. Sin contrariar los ímpetus de la inspiración, que son propios de su estilo, ha terminado por imponerse un cierto orden de vida. Antes pasaba de largo por noches y días enteros, y dormía a retazos, donde lo derribara el cansancio. Ahora trata de permitirse un mínimo de seis horas de buen sueño, aunque ni él mismo sabe a qué hora empezará a dormir cada día. Según vayan las cosas, lo mismo puede ser a las diez de la noche que a las siete de la mañana del día siguiente. Dedica varias horas a los asuntos de rutina en su oficina de la presidencia del Consejo de Estado, donde hay un escritorio en buen orden, muebles confortables de cuero sin curtir, y un estante de libros que reflejan muy bien la amplitud de sus gustos: desde tratados de hidroponía hasta novelas de amor. De media caja de puros que se fumaba en un día pasó a la abstinencia absoluta, sólo por tener autoridad moral para combatir el tabaquismo, en un país donde Cristóbal Colón descubrió el tabaco, y que deriva de él buena parte de sus recursos. Su facilidad inclemente para aumentar de peso lo ha obligado a imponerse una dieta perpetua. Sacrificio inmenso, pues su apetito es de los grandes, y es un cazador insaciable de recetas de cocina, que le gusta preparar con una especie de fervor científico. Un domingo sin frenos, después de un almuerzo en forma, se tomó dieciocho bolas de helados. Pero en la vida corriente apenas si prueba un filete de pescado con vegetales hervidos y más bien cuando lo vence el hambre que en un horario de rutina. Se mantiene en excelentes condiciones físicas con varias horas de gimnasia diaria y de natación frecuente, se restringe a una copita de whisky puro en sorbos casi invisibles, y ha logrado sobreponerse a su debilidad por los espaguetis que le enseñó a preparar el primer Nuncio Apostólico de la revolución, monseñor Cesare Sacchi. Sus cóleras homéricas pero momentáneas son ahora fábulas del pasado, y ha aprendido a disolver sus humores oscuros en una paciencia invencible. Total: una disciplina férrea. Pero de todos modos insuficiente, porque la escasez de tiempo le sigue imponiendo un horario insólito, y la fuerza de su imaginación lo arrastra a lo imprevisto. Con él, uno sabe dónde empieza, pero nunca sabe dónde termina. No es raro que cualquier noche se encuentre uno volando en un avión con rumbo secreto, apadrinando una boda, cazando langostas en altamar, o probando los primeros quesos franceses hechos en Camagüey.

Hace mucho tiempo dijo: «Tan importante como aprender a trabajar es aprender a descansar». Pero sus métodos de descanso parecen demasiado originales, y algunos no excluyen la conversación. Una vez se despidió de una intensa sesión de trabajo casi a la media noche, con signos visibles de agotamiento, y regresó en la madrugada restablecido por completo después de nadar dos horas. Las fiestas privadas: son contrarias a su carácter, pues es uno de los raros cubanos que no cantan ni bailan, y las muy pocas a que asiste cambian de naturaleza cuando él llega. Tal vez él no lo sepa. Tal vez no es consciente del poder con que se impone su presencia, que parece ocupar de inmediato todo el ámbito, a pesar de que no es tan alto ni tan corpulento como parece a primera vista. He visto a los más aplomados perder el dominio frente a él, extremando la compostura o exagerando el desenfado, sin imaginarse siquiera que él está tan intimidado cómo ellos, y tiene que hacer un esfuerzo inicial para que no lo noten. Siempre he creído que el plural de que se sirve a menudo para hablar de sus propios actos no es tan mayestático como parece, sino una licencia poética para encubrir su timidez.

El hecho es que los bailes se interrumpen, se suspende la música, se aplaza la cena, y la concurrencia se concentra en torno suyo para incorporarse a la conversación que entabla de inmediato. Así puede estar hasta cualquier hora, de pie, sin beber ni comer. A veces, antes de irse a dormir, toca muy tarde en la casa de un amigo con el cual tiene confianza para entrar sin anunciarse, y advierte que sólo va por cinco minutos. Lo dice con tanta sinceridad, que ni siquiera se sienta. Pero poco a poco se va reanimando de pie con la nueva conversación, y al cabo de un rato se derrumba en un sillón y estira las piernas, diciendo: «Me siento como nuevo». Así es: fatigado de conversar, descansa conversando.

Una vez dijo: «En mi próxima reencarnación quiero ser escritor». De hecho, escribe bien y le gusta hacerlo, aun en el automóvil en marcha, y en unas libretas de apuntes que lleva siempre a mano para escribir cuanto se le ocurre, inclusive las cartas de confianza. Son libretas de papel ordinario, empastadas en plástico azul, que con los años han llegado a ser incontables en sus archivos privados. Su letra es menuda e intrincada, aunque a primera vista parece tan fácil como la de un escolar. Su modo de escribir parece de un profesional. Corrige una frase varias veces, la tacha, la intenta de nuevo en los márgenes, y no es raro que busque una palabra durante varios días, consultando diccionarios, preguntando, hasta que queda a su gusto.

En la década de los setenta contrajo el hábito de escribir sus discursos, tan despacio y con tanto rigor, que parecían piezas de relojería. Pero esa misma virtud los derrotó. La personalidad de Fidel Castro parecía otra al leerlos: cambiaba el tono, el estilo, hasta la calidad de la voz. En la inmensa Plaza de la Revolución, ante medio millón de personas, Se encontró varias veces como asfixiado por la camisa de fuerza de la letra escrita, y cada vez que podía se apartaba del texto. En otras ocasiones se encontraba con que sus mecanógrafos habían cometido un error, y en vez de corregirlo al vuelo interrumpía la lectura y hacía la enmienda con el bolígrafo tomándose todo su tiempo. Nunca quedaba satisfecho. A pesar de sus esfuerzos por darles calor, y a pesar de lograrlo en muchos casos, aquellos discursos cautivos le dejaban un sentimiento de frustración. Pues decían todo lo que querían decir, y quizás lo decían mejor, pero eliminaban el mayor estímulo de su vida, que es la emoción del riesgo.

La tribuna de improvisador, por consiguiente, parece ser su medio ecológico perfecto, aunque siempre tiene que sobreponerse a una inhibición inicial que muy pocos le conocen, y que él no niega. En una nota que me mandó hace unos años pidiéndome participar en algún acto público, me decía: «Trata de vencer por una vez tu miedo escénico, como tengo que hacerlo yo con tanta frecuencia». Sólo en casos muy especiales lleva una tarjeta con algunas notas que saca del bolsillo sin ningún ritual antes de empezar, y la mantiene al alcance de la vista. Empieza siempre con voz casi inaudible, de veras entrecortada, avanzando entre la niebla con un rumbo incierto, pero aprovecha cualquier destello para ir ganando terreno palmo a palmo, hasta que da una especie de gran zarpazo y se apodera de la audiencia. Entonces se establece entre él y su público una corriente de ida y vuelta que los exalta a ambos y se crea entre ellos una especie de complicidad dialéctica, y en esa tensión insoportable está la esencia de su embriaguez. Es la inspiración: el estado de gracia irresistible, y deslumbrante, que sólo niegan quienes no han tenido la gloria de vivirlo.

Al principio, los actos públicos empezaban cuando él llegaba y esto era tan improbable como la lluvia. Desde hace años llega al minuto exacto, y la duración del discurso depende de la disposición del auditorio. Pero los discursos infinitos de los primeros años pertenecen a un pasado que ya se confunde con la leyenda, porque lo mucho que el pueblo debía entender desde el principio está ya más que explicado, y el mismo estilo de Fidel Castro se ha hecho más compacto al cabo de tantas jornadas de pedagogía oratoria. Nunca se le ha oído repetir ninguna de las consignas de cartón piedra de la escolástica comunista, ni utilizar para nada el dialecto ritual del sistema: un lenguaje fósil que perdió desde hace mucho tiempo el contacto con la realidad, y al cual corresponde como anillo al dedo una prensa laudatoria y conmemorativa, que más parece hecha para ocultar que para difundir. Es el antidogmático por excelencia, cuya imaginación creativa vive rondando los abismos de la herejía. Raras veces cita frases ajenas, ni en la conversación ni en la tribuna, salvo las de José Martí, que es su autor de cabecera. Conoce a fondo los veintiocho tomos de su obra, y ha tenido el talento de incorporar su ideario al torrente sanguíneo de una revolución marxista. Pero la esencia de su propio pensamiento podría estar en la certidumbre de que hacer trabajo de masas es fundamentalmente ocuparse de los individuos.

Esto podría explicar su confianza absoluta en el contacto directo. Aun los discursos más difíciles parecen conversatorios casuales, al estilo de los que sostenía con los estudiantes en los patios de la Universidad al principio de la revolución. De hecho, y sobre todo fuera de La Habana, no es raro que alguien lo interpele entre la muchedumbre de una manifestación pública, y que se entable un diálogo a gritos. Tiene un idioma para cada ocasión, y un modo distinto de persuasión según los distintos interlocutores, ya sean obreros, campesinos, estudiantes, científicos, políticos, escritores 0 visitantes extranjeros. Sabe situarse en el nivel de cada uno, y dispone de una información vasta y variada que le permite moverse con facilidad en cualquier medio. Pero su personalidad es tan compleja e imprevisible, que cada quien puede formarse una imagen distinta de él en un mismo encuentro.

Una cosa se sabe con seguridad: esté donde esté, como esté y con quién esté, Fidel Castro está allí para ganar. No creo que pueda existir en este mundo alguien que sea tan mal perdedor. Su actitud frente a la derrota, aun en los actos mínimos de la vida cotidiana, parece obedecer a una lógica privada: ni siquiera la admite, y no tiene un minuto de sosiego mientras no logra invertir los términos y convertirla en victoria. Pero sea lo que sea, y donde sea, todo ocurre en el ámbito de una conversación inagotable.

El tema puede ser cualquiera, según el interés del auditorio, pero a menudo ocurre lo contrario: es él quien lleva un mismo tema a todos sus auditorios. Esto suele ocurrir en las épocas en que está explorando una idea que lo asedia, y nadie puede ser más obsesivo que él cuando se ha propuesto llegar al fondo de cualquier cosa. No hay un proyecto, colosal o milimétrico, en el que no se empeñe con una pasión encarnizada. Y en especial si tiene que enfrentarse a la adversidad. Nunca como entonces parece de mejor aspecto, de mejor talante, de mejor humor. Alguien que cree conocerlo le dijo: «Las cosas deben andar muy mal, porque usted está rozagante».

En cambio, un visitante extranjero que lo encontraba por primera vez, me dijo hace unos años: «Fidel está envejecido: anoche volvió como siete veces sobre el mismo tema». Le hice ver que esas reiteraciones casi maniáticas son uno de sus modos de trabajar. El tema de la deuda externa, de América Latina, por ejemplo, había aparecido por primera vez en sus conversaciones desde hacía unos dos años, y había ido evolucionando, ramificándose, profundizándose, hasta convertirse en algo muy parecido a una pesadilla recurrente. Lo primero que dijo, como una simple conclusión aritmética, fue que la deuda era impagable. Poco a poco, en el transcurso de tres viajes que hice aquel año a La Habana, fui conociendo sus hallazgos escalonados: las repercusiones de la deuda en la economía de los países, su impacto político y social, su influencia decisiva en las relaciones internacionales, su importancia providencial para una política unitaria de la América Latina. Por último convocó en La Habana un congreso masivo de especialistas, y pronunció un discurso en el que no dejó pendiente ninguna de las incógnitas de sus conversaciones anteriores. Para entonces tenía ya una visión totalizadora que el solo transcurso del tiempo se ha encargado de demostrar.

Me parece que su más rara virtud de político es esa facultad de vislumbrar la evolución de un hecho hasta sus consecuencias remotas. Como si pudiera ver la mole sobresaliente de un iceberg al mismo tiempo que los siete octavos sumergidos. Pero esa facultad no la ejerce por iluminación, sino como resultado de un raciocinio arduo y tenaz. Un interlocutor asiduo podría detectar el primer embrión de una idea, y seguir su desarrollo durante muchos meses a través de su conversación empecinada, hasta que la hace pública en su forma final, tal como ocurrió con la deuda externa. Ahora bien: una vez que agota el tema, es como si hubiera cumplido un ciclo vital: lo archiva para siempre.

Semejante molino verbal, desde luego, requiere el auxilio de una información incesante, bien masticada y digerida. Su auxiliar supremo es la memoria, y la usa hasta el abuso para sustentar discursos o charlas privadas con raciocinios abrumadores y operaciones aritméticas de una rapidez increíble. Su tarea de acumulación informativa principia desde que despierta. Desayuna con no menos de doscientas páginas de noticias del mundo entero. Durante el día, a pesar de su movilidad incansable, lo persiguen por todas partes con informaciones urgentes. El mismo calcula que cada día tiene que leer unos cincuenta documentos. A eso hay que agregar los informes de los servicios oficiales y de sus visitantes, y todo cuanto pueda interesar a su curiosidad infinita. Cualquier exageración en este sentido sería apenas aproximada, hasta en circunstancias tan extremas como un viaje en avión. Prefiere no volar, y sólo lo hace cuando no hay otra alternativa. Pero vuela mal por su ansiedad de saberlo todo: no duerme ni lee, apenas come, le pide a la tripulación los mapas de navegación cada vez que tiene alguna duda, se hace explicar por qué se toma esta ruta y no esta otra, por qué cambia el ruido de las turbinas, por qué salta el avión a pesar del buen tiempo. Las respuestas, por supuesto, tienen que ser exactas, pues es capaz de detectar la mínima contradicción en una frase casual.

Otra fuente vital de información, por supuesto, son los libros. Tal vez el aspecto de la personalidad de Fidel Castro que se ajusta menos a la imagen creada por sus adversarios, es la de ser un lector voraz. Nadie se explica cómo le alcanza el tiempo, ni de qué método se sirve para leer tanto y con tanta rapidez, aunque él insiste en que no tiene ninguno en especial. En sus automóviles, desde el Oldsmobile prehistórico y los sucesivos Zil soviéticos, hasta el Mercedes actual, ha habido siempre una luz para leer de noche. Muchas veces se ha llevado un libro en la madrugada, y a la mañana siguiente lo comenta. Lee el inglés, pero no lo habla. En todo caso prefiere leer en castellano, y a cualquier hora está dispuesto a leer cualquier papel con letras que le caiga en las manos. Cuando necesita algún libro muy reciente que no está traducido, se lo hace traducir de emergencia. Un médico amigo le mandó por cortesía su tratado de ortopedia acabado de publicar, sin la pretensión de que lo leyera, por supuesto, pero una semana después recibió una carta suya con una larga lista de observaciones. Es lector habitual de temas económicos e históricos. Cuando leyó las memorias de Lee Iaccocá, descubrió varios errores tan increíbles, que mandó a buscar la versión inglesa a Nueva York, para confrontarla con la española. En efecto, el traductor había confundido una vez más el significado de la palabra billón en los dos idiomas. Es un buen lector de literatura, y la sigue con atención. Llevo sobre mi conciencia el haberlo iniciado y mantenerlo al día en la adicción de los best-sellers de consumo rápido, como método de purificación contra los documentos oficiales.

Con todo, su fuente de información inmediata y más fructífera sigue siendo la conversación. Tiene la costumbre de los interrogatorios rápidos que se parecen a una matriusca, la muñeca rusa de cuyo interior se saca una igual más pequeña, y de la cual se saca otra igual más pequeña y luego otra igual más pequeña, hasta la más pequeña posible. Preguntas sucesivas que él hace en ráfagas instantáneas hasta descubrir el por qué del por qué del por qué final. Al interlocutor le cuesta trabajó no sentirse sometido a un examen inquisidor. Cuando un visitante de América Latina le dio un dato apresurado sobre el consumo de arroz de sus compatriotas, él hizo sus cálculos mentales, y dijo: «Qué raro, cada uno se come cuatro libras de arroz al día». Con el tiempo se; aprende que su táctica maestra es preguntar sobre cosas que sabe para confirmar sus datos. Y en algunos casos para medir el calibre de su interlocutor y tratarlo en consecuencia. No pierde ocasión de informarse. El presidente colombiano Belisario Betancur, con quien mantuvo un contacto telefónico frecuente a pesar de que no se conocían ni hay relaciones diplomáticas entre los dos países, lo llamó una vez para algún asunto casual. Fidel Castro me dijo después: «Aproveché que ambos teníamos tiempo, para preguntarle algunos datos que no venían en los cables sobre la situación del café en Colombia». Son pocos los países que conoció antes de la revolución, y en los que ha visitado después en viajes oficiales se ha visto condenado al estrecho horizonte del protocolo. Sin embargo, también habla de ellos, y de otros muchos que no conoce, como si los hubiera visitado. Durante la guerra de Angola describió una batalla con tal minuciosidad en una recepción oficial, que costó trabajo convencer a un diplomático europeo de que Fidel Castro no había participado en ella. El relato que hizo en un discurso público de la captura y el asesinato del Che Guevara, el que hizo del asalto al palacio de la Moneda y de la muerte de Salvador Allende, o el que hizo de los estragos del ciclón Flora, eran grandes reportajes hablados.

España, la tierra de sus mayores, es en él una idea fija. Su visión de la América Latina en el porvenir es la misma de Bolívar y Martí: una comunidad integral y autónoma capaz de mover el destino del mundo. Pero el país del cual sabe más, después de Cuba, son los Estados Unidos. Conoce a fondo la índole de su gente, sus estructuras de poder, las segundas intenciones de sus gobiernos, y esto le ha ayudado a sortear la tormenta incesante del bloqueo. A pesar de las restricciones del gobierno de los Estados Unidos, hay una línea aérea casi diaria entre La Habana y Miami, y no pasa un día sin que lleguen a Cuba visitantes norteamericanos de toda clase, en vuelos especiales o en aviones privados. En vísperas electorales, hay una afluencia incesante de políticos de ambos partidos. Fidel Castro ve a cuantos puede ver, se ocupa de que estén bien atendidos mientras esperan, y hace lo posible por dedicarles bastante tiempo para un intercambio exhaustivo de informaciones inéditas. Son verdaderos festivales de conversación. Él les canta las verdades, y soporta muy bien que se las canten a él. Da la impresión de que nada le divierte tanto como mostrar su cara verdadera a quienes llegan preparados por la propaganda enemiga para encontrarse con un caudillo bárbaro. En una ocasión, ante un grupo de congresistas de los dos partidos, hombres de negocios y hasta un oficial del Pentágono, hizo un recuento muy realista de cómo sus antepasados gallegos y sus maestros jesuitas le infundieron unos principios morales que le habían sido muy útiles en la formación de su personalidad. Y concluyó: «Soy un cristiano». Fue como soltar en la mesa una granada de guerra.

Los norteamericanos, formados en una cultura que sólo entiende la vida en blanco y negro, saltaron por encima de las explicaciones previas y quedaron deslumbrados por el estruendo de la conclusión. Al término de la visita, ya con los primeros soles, el más conservador de los parlamentarios expresó el criterio sorprendente de que nadie le parecía tan eficaz como Fidel Castro para servir de mediador entre la América Latina y los Estados Unidos. Lo cierto es que todo el que va a Cuba quisiera verlo de cualquier modo, aunque son muchos los que sueñan con verlo en privado. Sobre todo los periodistas extranjeros, que no consideran terminado su trabajo mientras no se lleven el trofeo de una entrevista con él. Creo que él los complacería a todos si no fuera por la imposibilidad material: en este momento hay unas trescientas solicitudes formales en espera de un trámite que puede ser infinito. Siempre hay un periodista que espera en un hotel de La Habana, después de haber apelado a toda clase de padrinos para verlo. Algunos esperan meses. Se indignan de no saber a quién acudir, pues nadie sabe a ciencia cierta cuáles son los trámites certeros para llegar a él. La verdad es que no hay ninguno. No es raro que algún periodista de suerte le haga una pregunta casual en el curso de una aparición pública, y que el diálogo termine en una entrevista de varias horas sobre todos los temas imaginables. Se detiene en cada uno, se aventura por sus vericuetos menos pensados sin descuidar jamás la precisión, consciente de que una sola palabra mal usada puede causar estragos irreparables. En las muy pocas entrevistas formales suele conceder el tiempo que le soliciten, aunque él mismo lo prolonga después con una elasticidad imprevisible, estimulado por la dinámica del diálogo. Sólo en casos muy especiales pide conocer antes el cuestionario.

Jamás ha rehusado contestar ninguna pregunta, por provocadora que sea, ni ha perdido nunca la paciencia. A veces, las dos horas previstas se convierten en cuatro y casi siempre en seis. O en diecisiete, como fue el caso de esta entrevista que Gianni Mina le ha hecho para la televisión italiana, y que es una de las más largas que ha concedido, y también de las más completas.

Al final, muy pocas entrevistas le gustan, sobre todo las transcripciones escritas, que en aras del espacio suelen sacrificar la exactitud y los matices propios de su estilo personal. Cree que las de televisión terminan desnaturalizadas por la fragmentación inevitable, y le parece injusto haber dedicado hasta cinco horas de su vida para un programa de siete minutos. Pero lo más lamentable, tanto para Fidel Castro como para sus oyentes, es que aun los periodistas mejores, sobre todo los europeos, no tienen ni siquiera la curiosidad de confrontar sus cuestionarios con la realidad de la calle. Anhelan el trofeo de la entrevista que llevan escritas de acuerdo con las obsesiones políticas y los prejuicios culturales de sus países, sin tomarse el trabajo de averiguar por sí mismos cómo es en realidad la Cuba de hoy, cuáles son los sueños y las frustraciones reales de sus gentes: la verdad de sus vidas. De este modo les quitan a los cubanos de la calle una ocasión de expresarse ante el mundo, y se niegan a sí mismos el logro profesional de interrogar a Fidel Castro, no sobre las suposiciones europeas, que son tan lejanas, sino sobre las ansiedades de su propio pueblo, y sobre todo en estas vísperas de grandes decisiones.

En fin: oyendo a Fidel Castro en tantas y tan diversas circunstancias, me he preguntado muchas vece s si su afán de la conversación no obedece a la necesidad orgánica de mantener a toda costa el hilo conductor de la verdad en medio de los espejismos alucinantes del poder. Me lo he preguntado en el transcurso de numerosos diálogos, públicos y privados. Pero sobre todo en los más difíciles y estériles, con quienes pierden ante él la naturalidad y él aplomo, y le hablan en fórmulas teóricas que nada tienen que ver con la realidad. O con quienes le escamotean la verdad por no causarle más preocupaciones de las que tiene. Él lo sabe. A un funcionario qué lo hizo, le dijo: «Me ocultan verdades por no inquietarme, pero cuando por fin las descubra me moriré por la impresión de enfrentarme a tantas verdades que han dejado de decirme». Las más graves, sin embargo, son las verdades que se le ocultan para encubrir deficiencias, pues al lado de los enormes logros que sustentan la revolución —logros políticos, científicos, deportivos, culturales— hay una incompetencia burocrática colosal que afecta a casi todos los órdenes de la vida diaria, y en especial a la felicidad doméstica, y que ha obligado al propio Fidel Castro, casi treinta años después de la victoria, a ocuparse en persona de asuntos tan extraordinarios como hacer el pan y distribuir la cerveza.

Todo es distinto, en cambio, cuando habla con la gente de la calle. La conversación recobra entonces la expresividad y la franqueza cruda de los afectos reales. De sus varios nombres civiles y militares, sólo le queda entonces uno: Fidel. Lo rodean sin riesgos, lo tutean, le discuten, lo contradicen, le reclaman, con un canal de transmisión inmediata por donde circula la verdad a borbotones. Es entonces, más que en la intimidad, cuando se descubre el ser humano insólito que el resplandor de su propia imagen no deja ver. Este es el Fidel Castro que creo conocer, al cabo de incontables horas de conversaciones, por las que no pasan a menudo los fantasmas de la política. Un hombre de costumbres austeras e ilusiones insaciables, con una educación formal a la antigua, de palabras cautelosas y modales tenues, e incapaz de concebir ninguna idea que no sea descomunal. Sueña con que sus científicos encuentren la medicina final contra el cáncer, y ha creado una política exterior de potencia mundial en una isla sin agua dulce, ochenta y cuatro veces más pequeña que su enemigo principal. Es tal el pudor con que protege su intimidad, que su vida privada ha terminado por ser el enigma más hermético de su leyenda. Tiene la convicción casi mística de que el logro mayor del ser humano es la buena formación de su conciencia, y que los estímulos morales, más que los materiales, son capaces de cambiar el mundo y empujar la historia. Creo que es uno de los grandes idealistas de nuestro tiempo, y que quizás sea ésta su virtud mayor, aunque también ha sido su mayor peligro.

Muchas veces, lo he visto llegar a mi casa muy tarde en la noche, arrastrando todavía las últimas migajas de un día desmesurado. Muchas veces le pregunté cómo iban las cosas, y más de una vez me contestó: «Muy bien: tenemos llenas todas las presas». Lo he visto abrir el refrigerador para comerse un pedazo de queso, que era tal vez lo primero que comía desde el desayuno. Lo he visto llamar por teléfono a una amiga de México para pedirle la receta de un plato que le había gustado, y lo he visto copiarla apoyado en el mostrador, entre los trastos de la cena todavía sin lavar, mientras alguien cantaba en la televisión, una canción antigua: La vida es un tren expreso que recorre leguas miles. Lo he oído en sus escasas horas de añoranza evocando los amaneceres pastorales de su infancia rural, la novia juvenil que se fue, las cosas que hubiera podido hacer de otro modo para ganarle más tiempo a la vida. Una noche, mientras tomaba en cucharaditas lentas un helado de vainilla, lo vi tan abrumado por el peso de tantos destinos ajenos, tan lejano de sí mismo, que por un instante me pareció distinto del que había sido siempre. Entonces le pregunté qué era lo que más quisiera hacer en este mundo, y me contestó de inmediato: «Pararme en una esquina».

*Prólogo del libro Habla Fidel, de Gianni Minà.

Tomado de: La Ventana

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El mito de la democracia burguesa

La nueva burguesía

Por José Ernesto Nováez Guerrero* @NovaezJose

En su libro de 1944, Dialéctica de la Ilustración, Theodor Adorno y Max Horkheimer denuncian que la Ilustración, gran destructora de mitos en sus inicios, acaba a la larga, con la burguesía triunfante, convirtiéndose ella misma en mitologizadora. Adorno y Horkheimer escriben este libro en los Estados Unidos de la década de los 40, un momento de auge y consolidación del capitalismo norteamericano a escala planetaria. El libro es entonces, no solo una crítica a la Ilustración como proceso, sino que deviene, independientemente de la voluntad de los autores, en una crítica al proceso político que encarna en sí mejor que ningún otro el doble carácter del movimiento ilustrado: los Estados Unidos de Norteamérica.

La nación norteamericana es la primera concreción del complejo proceso de ascenso revolucionario de la burguesía en Europa que venía preparándose desde mucho tiempo antes. Ya se habían dado en la historia Europea varios conatos de revoluciones burguesas, destacando en particular la holandesa y la inglesa del siglo XVII, pero si bien en estos procesos la burguesía había probado sus propias fuerzas, no había logrado sin embargo romper por completo la espina dorsal del feudalismo y mucho menos ganar el momentum necesario para sustituir completamente las estructuras económicas y políticas de este por otras nuevas a escala mundial.

Thheodor Adorno (1903-1969) uno de los máximos exponentes del Estructuralismo y la llamada Escuela de Frankfurt. Se le considera uno filósofo capital de la teoría crítica de inspiración marxista.

Estas revoluciones, combinadas con la prolongada crisis del feudalismo en su forma terminal de monarquía absoluta, la corrupción e ineficiencia del aparato del Estado y su creciente dependencia de la nueva clase que emergía posibilitaron el surgimiento del movimiento de la Ilustración.

La Ilustración fue la expresión ideológica de intereses de clase concretos. Todo su esfuerzo, de manera consciente o no, va encaminado a desmontar los mitos sobre los cuales se sustentaba el predominio del aparato feudal. Desacralizando las instituciones y humanizando la nobleza, la Ilustración cumplió la labor de zapa que la historia y el desarrollo económico de las sociedades habían comenzado mucho tiempo antes.

Marx apunta que las ideas se convierten en poder material cuando se apoderan de las masas. Así las nuevas ideas de la Ilustración, en la medida en que avanzó el siglo XVIII y se fue profundizando la crisis de la monarquía, se convirtieron en un poderoso ariete que movilizó las fuerzas sociales, bajo el mando de la burguesía, en contra del viejo orden.

La lucha de las Trece Colonias contra el poderío inglés, que revistió la forma de una guerra de independencia, hizo emerger una nación firmemente apertrechada tras los ideales de la Ilustración. Pero estos ideales bien pronto demostraron que tras su noble apariencia, ocultaban intereses de dominación clasista muy específicos. Y bien pronto la libertad o la democracia se convirtieron en libertad burguesa, o sea la de los dueños del gran capital para comprar libremente trabajo en el mercado laboral, y democracia burguesa, o sea un aparato representativo que sirve de fachada a la verdadera estructura de dominación clasista y que garantiza pequeños ajustes a tono con el desenvolvimiento de las fuerzas sociales, pero sin modificar un ápice la esencia de la dominación.

El gran triunfo de la burguesía revolucionaria norteamericana se vio pronto opacado por el más estruendoso y radical triunfo de la burguesía revolucionaria francesa. Europa era aún el centro político y económico del mundo y las conmociones en su territorio implicaban, en lo inmediato, mayores transformaciones a escala internacional. A pesar de la inestabilidad política del régimen burgués revolucionario en Francia, de la aparente reacción que representó el imperio napoleónico y de la posterior reacción que emergió del Congreso de Viena de 1815, las raíces profundas de la transformación ya estaban sembradas. Tras los ejércitos de Napoleón marchaba la transformación profunda del campo. La conversión de una gran masa de siervos en pequeños propietarios de tierras, con lo que se sentaba la base del desarrollo de una burguesía rural y de las relaciones monetario-mercantiles en el campo. La antigua nobleza terrateniente quedaba herida de muerte y, con ella, el sistema político que sustentaba.

El proceso político norteamericano, por el contrario, fue más estable. En la joven nación la burguesía pudo, sin trabas, crear las estructuras políticas que le acomodasen y desarrollar sus fuerzas productivas al amparo de un régimen estatal que era su régimen y por tanto la favorecía. Desde un principio el núcleo central de la dominación se estableció sobre la identidad blanca, anglosajona y protestante, algo que, con el paso de los años, ha permanecido inmutable, con modificaciones solo aparentes.

Desde ese primer momento la Ilustración triunfante en la forma del régimen burgués norteamericano, pasó de ser un elemento antimitológico a una ideología mitologizante. Y uno de los mitos centrales que contribuyó a edificar y sostener con el paso de los años es el del modelo de democracia burguesa norteamericana, que a la larga acabaría imponiéndose en mayor o menor grado a escala planetaria.

Esta democracia, que en principio debía contener a todos los ciudadanos, nació excluyendo a la mayor parte de ellos y las estructuras que se edificaron para garantizarla nacieron al amparo de leyes firmadas en esa etapa fundacional por la élite dominante. La Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica, documento central para la identidad de la nación, fue firmada por un conjunto de hombres, blancos y muy ricos en su inmensa mayoría.

La democracia norteamericana comenzó a edificarse entonces, desde el primer momento, sobre las mujeres, los negros, los pobres y los indios, no con ellos. Y en la medida en que se fueron expandiendo violentamente las fronteras del país hasta llegar al Pacífico, fueron sumándose nuevas identidades sometidas, incluyendo los migrantes.

El ascenso del capitalismo norteamericano en el siglo XIX y la primera mitad del XX, particularmente su posición privilegiada después de la Segunda Guerra Mundial, determinaron el declive político y económico de Europa y el establecimiento de la hegemonía norteamericana.

Las poderosas industrias culturales que acompañaron el ascenso político del país en el siglo XX sirvieron como poderosos altavoces para magnificar esos mitos, cada vez más degenerados y cada vez más al servicio de los intereses geopolíticos de la dominación imperial.

De ahí que el modelo de democracia burguesa no solo sea el patrón impuesto a escala planetaria, sino que además la democracia en sí misma sea una noción de uso bastante flexible. La suma o falta de ella va a depender de la posición política en relación con la hegemonía imperial y cuando se es un aliado de Roma, poco importa con qué régimen se gobierne. Así, el mundo contemporáneo vive permanentemente entrampado en el escándalo de los grandes medios que acusan de antidemocráticos a naciones donde se realizan votaciones regularmente y hay varios partidos políticos (o sean son democráticos en el sentido burgués del término) y, por el contrario, tienden un pudoroso silencio sobre monarquías familiares que descuartizan o desaparecen a sus enemigos políticos.

Sin embargo, por esa dialéctica implacable que tiene la historia, el modelo de democracia burguesa que alcanzó su triunfo definitivo y máxima expresión en la aparente victoria del capitalismo en la década del 90 del siglo XX, comenzó en esa misma década el lento declive que lo ha traído a la crisis actual.

Benjamin Franklin, uno de los principales padres fundadores de la nueva república estadounidense en 1776 y pensador ilustrado que dio forma al nuevo Estado “para el pueblo, pero sin el pueblo”.

Porque al ser una democracia incompleta, donde los cambios políticos no modifican realmente la estructura económica, las leyes implacables de la acumulación capitalista han seguido actuando incontenidas en el seno de las sociedades contemporáneas, y en particular la norteamericana.

Durante más de un siglo la estabilidad interna de la sociedad estadounidense ha estado garantizada por un pacto social tácito. El Estado garantizaba la tranquilidad y prosperidad de la clase media y esta, a su vez, no cuestionaba el orden de cosas existente y servía como un colchón entre los muy ricos y los muy pobres. La prosperidad de la segunda postguerra fue el punto culminante de este pacto social.

Las transformaciones neoliberales de la década del 80 comenzaron a desmontar los servicios públicos que habían garantizado ese crecimiento sostenido en la calidad de vida de la clase media de las sociedades industrialmente desarrolladas en las décadas precedentes. Esos servicios fueron entregados al sector privado el cual no solo no elevó sustancialmente su calidad, sino que los deprimió, para garantizar una subida en los costes que debían pagar los ciudadanos por acceder a estos servicios. Un ejemplo significativo lo podemos encontrar en el sistema de salud norteamericano.

Estas reformas neoliberales comenzaron a comprometer los ingresos de la clase media al mismo tiempo que el repliegue del Estado arrojaba a los ciudadanos inertes en manos del capital. La espectacular concentración de la riqueza que se ha verificado en las últimas tres décadas a escala nacional e internacional contrasta profundamente con el crecimiento de la brecha de desigualdad en todas las sociedades.

La clase media se siente estafada y ha comenzado a descubrir que el modelo de democracia burgués no es, ni siquiera, para toda la burguesía, sino que fue, desde el principio, algo construido para garantizar la dominación de las élites. Y, sin romper con este marco, porque no es todavía un sector completamente radicalizado, si comienza a moverse en sus votos hacia los extremos del espectro político. Así vemos como acceden al poder políticos que hubieran sido candidatos improbables en cualquier otro contexto.

La crisis de la clase media implica un reto extraordinario. Ya en el pasado la crisis del modelo establecido en la Italia de la década del 20 y en la República de Weimar alemana de los años 30 posibilitó el ascenso del fascismo y dotó a esta corriente de una amplia base social. Hoy vemos como con la crisis de la clase media en las sociedades industrialmente avanzadas, ganan espacio actitudes filofascistas, racistas, supremacistas, militaristas.

La hegemonía del capital y sus industrias culturales ha llevado a las sociedades más avanzadas a una actitud mayoritariamente conservadora. La intensa propaganda anticomunista y contra la izquierda progresista lleva a que, para amplios sectores sociales, el camino de transformación del orden de cosas existente por la izquierda quede totalmente excluido. El fascismo canaliza, en posturas extremas, la combinación de descontento social y las apetencias del capital. Su auge en el mundo contemporáneo implica los mayores riesgos para el futuro de la humanidad. Su triunfo sería el triunfo de la lógica más voraz y depredatoria del capital ya sin frenos sociales, sin necesidad de consensos, solo por la fuerza arrolladora de las armas. Y el capitalismo contemporáneo está fuertemente armado.

La nación capitalista hegemónica, los Estados Unidos, debe además lidiar con el ascenso de nuevos actores políticos y económicos que cuestionan y en cierta forma subvierten esta hegemonía. Defenderla implica defender los mitos que la sustentan y conservar la capacidad de renovación que es central para la perdurabilidad del mito. Pero el mito democrático burgués sostenido por los Estados Unidos se levanta sobre la exclusión permanente de los oprimidos, que votan pero no deciden. La ruptura del pacto social con la clase media implica una crisis aún más profunda del modelo.

El rito por excelencia del mito democrático contemporáneo que es la votación registra cada vez mayores niveles de abstención y nulidad en los votos. Mientras tanto, los muy ricos, a pesar de la pandemia, gastan sumas astronómicas en ir de turismo al espacio, sumas que harían una gran diferencia en la Tierra, en materia de alimentación, creación de empleos o enfrentamiento al cambio climático.

Si entendemos que la verdadera democracia es la creación de oportunidades sociales para la participación y realización plena de todos los ciudadanos, sea cual sea su origen, raza, género, orientación sexual o cualquier otro parámetro, comprenderemos cuán alejado está el mito democrático burgués de la verdadera democracia. De hecho, la existencia de este mito es, esencialmente, un gran crimen contra la democracia, pues la limita solo a una estrecha concepción de la participación política y además, para sostener el mito y la dominación que implica, el capital debe ahogar en sangre todo proceso que disienta o atente contra él.

La única forma de alcanzar una verdadera democracia es ir más allá del capital, no en paralelo a él. De lo contrario, seguiríamos como el mito platónico, encerrados en una caverna, confundiendo la apariencia de las cosas con la realidad.

*José Ernesto Nováez Guerrero es coordinador del Capítulo cubano de la REDH

Tomado de: Red en Defensa de la Humanidad. Capítulo Argentina

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Ernesto Che Guevara: La soberanía de América Latina frente a Estados Unidos

Comandante Ernesto Che Guevara

Por María del Carmen Ariet García

“¿Y han de poner sus negocios los pueblos de América en

manos de su único enemigo, o de ganarle tiempo y poblarse, y

unirse, y merecer definitivamente el crédito y respeto de

naciones, antes de que ose demandarles sumisión el vecino…?”

José Martí, 1889

En el actuar y en el pensamiento del Che la urgencia de poner a prueba un proyecto de emancipación para América Latina forma parte del contenido de tesis formuladas en diferentes etapas de su vida, las que devienen referentes dentro de las múltiples acciones de grupos y movimientos que las hacen suyas.

Ese proceso ocupó la mayor parte de su vida como revolucionario, marcada sobre todo por su participación dentro de la Revolución cubana, desde la lucha hasta su condición como dirigente de la misma. Es sin dudas, la radicalización de ese proceso y su declaración como estado socialista lo que impulsa al Che a una búsqueda incesante, dentro de su entorno, así como las experiencias acumuladas en sus viajes por el continente, al promover nuevas formas de cambio y enfrentamiento a la dominación imperialista, ejercidas en toda la región.

La historia de enfrentamiento de Cuba y la valentía e inteligencia de su líder Fidel Castro para dinamizar un movimiento sin precedentes, con una visión totalizadora de transformación y de unidad, se extiende a América Latina, al formar parte de las páginas más gloriosas de ese proceso. Todo un país con su peculiar dirigencia de jóvenes revolucionarios, decididos a cambiar la historia, se convirtió en una posibilidad que, incluso hoy, pasados más de 60 años, alienta a la búsqueda de nuevas alternativas.

Esas alternativas, como fundamento de un nuevo proyecto político, radical y de cambio, sentaron los cimientos para conformar el marco teórico sustentado por el Che, al decidir ejecutar un proceso basado en las potencialidades de América Latina para alcanzar su pleno desarrollo y soberanía y tratar de cerrar el paso a la implacable expansión norteamericana que azotaba al continente en todos los órdenes posibles.

La clarinada la puso Cuba y con ello múltiples páginas que ocupan un lugar imperecedero en la historia sociopolítica de la región. Basta solo con citar los discursos pronunciados por Fidel en países de América, incluyendo a los Estados Unidos, entre el 59 y el 60, pero sobre todo ese inmenso discurso que pronunciara en la ONU, y que significó una nueva forma de expresión revolucionaria, sobre todo por las inmensas verdades, sostenidas y documentadas, acerca del poderío impuesto por Estados Unidos, con datos y hechos que, hasta esos momentos, nadie se había decidido a decir a esa escala.

Nunca, ni antes ni después, se había denunciado con total crudeza los sucesos más brutales de las relaciones despiadadas de Estados Unidos con los países de América Latina y, a no dudar, su contenido forma parte de las páginas más sobresalientes pronunciadas en Naciones Unidas desde su fundación.[1]

Es en ese contexto, demostrado desde la ética y la historia común, donde se conjuga una nueva dimensión de hacer política, basada en la necesidad de revolucionar y cambiar las caducas estructuras para hacer emerger las nuevas naciones como pedía Martí en su ensayo Nuestra América y en la Conferencia Monetaria Internacional de 1889, nunca se había lograda hasta el presente. Ese enorme reto ha marcado la evolución y desarrollo de Cuba hasta nuestros días, convirtiéndonos en “el mal ejemplo” para la fuerza dominante de los poderes establecidos y, por lógica, la más asediada y excluida de las naciones del continente por los gobernantes comprometidos y o chantajeados por Estados Unidos.

La relación de hechos que ejemplifican esos enormes retos es inconmensurable y desde todos los planos, del económico hasta el empleo de la fuerza bruta, acompañada de una política subversiva despiadada y abarcadora en todas las disímiles variantes: actos terroristas, invasión, atentados, bloqueo y aislamiento, entre los más empleados. Cada acción, repudiada por nuestro pueblo en total apoyo a la Revolución ha sido denunciada en foros internacionales, especialmente en las Naciones Unidas, con la solidaridad de la mayoría de los pueblos del mundo, sumadas a la presencia de Cuba en organismos internacionales, incluyendo desde su fundación, al Movimiento de los no Alineados.

Para el Che, todos estos acontecimientos fueron vividos con total intensidad y analizados en su exacta dimensión, además de contar con sus reflexiones y exposiciones en diferentes eventos, en las que Cuba se levantaba, por intermedio de su voz, para denunciar y hacer valer su posición ante tanta presión por parte de la nación más poderosa del mundo.

Dentro de los escenarios más representativos de su accionar se destaca su participación, junto con un grupo de delegados cubanos, a la Conferencia de Punta del Este, llevada a cabo en Punta del Este, Uruguay, en agosto de 1961. La Conferencia fue convocada por el Consejo Interamericano Económico y Social (CIES) de la OEA, a instancias del presidente Kennedy, cuando en marzo de 1961 promueve el proyecto.

Como jefe de la delegación, el Che pronunció un discurso en el que realiza un recuento del poderío ejercido por la nación del norte en las esferas política y económica, a pesar de que se había delimitado el contenido de las exposiciones solo a lo económico para “no contaminar de ideología e ideas foráneas los debates”. Sin dudas, esas restricciones conducen al Che a presentar una intervención detallada sobre la presencia de Estados Unidos en la región y, con particular énfasis, en el papel neocolonial de la nueva potencia emergida desde el siglo XIX, la que había impuesto su poderío como una reformulación de la dominación imperialista.

El ambiente en que se efectúa el cónclave estuvo caldeado desde el principio, sobre todo por la decisión de analizar posibles cambios económicos, supuestamente dinámicos y ventajosos para la región, bajo la égida de Estados Unidos, pero con el claro propósito de excluir a Cuba. Es de suponer que la presencia de Cuba, todavía dentro de la OEA, resultaba en extremo incómoda, después de que meses antes se había derrotado a Estados Unidos, por primera vez, en la invasión a Playa Girón organizada desde su territorio contra Cuba, hecho que había sido repudiado por la mayoría de los pueblos del continente y por parte de algunos gobiernos que aún no se habían plegado a los intereses de Washington, como  México —decisión que honrosamente se extiende hasta nuestros días―, y con el respaldo de Argentina, Brasil, Bolivia y Chile.

Debe tenerse presente que para esa fecha, a apenas dos años y algunos meses del triunfo de la Revolución, se había cumplido el plan trazado en el Programa del Moncada, expuesto por el propio Fidel Castro en su alegato de defensa cuando fuera apresado, después del ataque al Cuartel Moncada.

Esas realidades explican parte de las razones expuestas por el Che en el cónclave y responden a la esencia de sus contenidos, imprescindibles en momentos tan complejos como los actuales, donde se comprueban en hechos los llamados de atención sobre el verdadero contenido del proyecto de la Alianza para el Progreso (ALPRO) y el costo económico y político para la región. Un proyecto presentado con aparentes fórmulas de desarrollo, pero con una marcada intención de frenar los cambios que algunos sectores se proponían ejecutar, defendiendo sus recursos económicos y sus tendencias políticas.

Bajo esos elementos se organizó la reunión, con el supuesto propósito de dinamizar la economía de la región y cuyos antecedentes, como citamos, se presentan en marzo de ese año ante el cuerpo diplomático del continente en Washington y con la aprobación de sus respectivos gobiernos. El presidente Kennedy junto a su equipo trató de formular una alternativa de desarrollo económico por un monto de 20 millones de pesos de ayuda, distribuida en un período de 10 años, con el compromiso de cumplir con la propuesta de declaración que se presentaría, la que fuera consultada con algunos de sus representantes hasta obtener un consenso.

Una vez más se imponía la política del garrote y la zanahoria, con temas definidos de antemano basados en siete puntos, entre los que destacan el fortalecimiento de los intereses democráticos; aceleramiento del desarrollo económico y social sostenible; el desarrollo de construcción de viviendas; el impulso la Reforma agraria; asegurar salarios justos; erradicar el analfabetismo; el aumento de la iniciativa privada y la estabilidad de los precios.

Aunque de antemano se conocía sobre el procedimiento y las supuestas dádivas ofrecidas, la efectividad estaría condicionada al resguardo de sus intereses, sobre todo con el objetivo de enfrentarse al proyecto puesto en marcha por la Revolución Cubana. No obstante, la definición de esos condicionamientos, la delegación cubana y su representante principal, Che Guevara, estuvieron de acuerdo en trabajar con armonía, siempre y cuando no se excluyera la soberanía como criterio esencial para tratar de mantener el principio de unidad.

La delegación cubana, representada por altos especialistas, elaboró documentos y ponencias con el fin de analizar los temas propuestos y dejar sentada la posición de Cuba al respecto, con total apego a la situación que se vivía en la región y marcando las posiciones y diferencias con las tesis argumentadas en los temarios elaborados por los especialistas de la organización, de claras posturas defensivas y alejados de un análisis veraz y objetivo, muchas veces pasando por alto los problemas que siempre habían frenado el libre desarrollo de la región.

Se puede afirmar que, a pesar de conocerse el objetivo esencial de la conferencia, la delegación trató de debatir con inteligencia y dejar espacios para la negociación si se decidía incorporarnos o, cuando menos, exponer nuestras opiniones:

[…] Cuba está dispuesta a sentarse a discutir en pie de igualdad todo lo que la delegación de Estados Unidos quiera discutir, nada más que sobre la base estricta de que no haya condiciones previas […]. Sin embargo, Cuba no viene, como pretenden algunos periódicos o muchos voceros de empresas de información extranjeras, a sabotear la reunión. Cuba viene a condenar lo condenable, desde el punto de vista de los principios, pero viene también a trabajar armónicamente, si es que se puede, para conseguir enderezar esto, que ha nacido muy torcido […], para enderezarlo y hacer un bonito proyecto.[2]

Parte de los contenidos presentados se centraban en los problemas presentes por décadas en la región, imposibles de saldar con la cifra propuesta para respaldar las necesarias e imprescindibles soluciones, tal y como formularon los grupos de expertos nombrados. Por nuestra parte, cada temario se amplió con pleno conocimiento y se examinaron sus contenidos para presentar las consideraciones propias, como, por ejemplo, la Educación, donde se planteaba la extensión de la educación primaria hasta sexto grado, aspecto que se consideró insuficiente si se aspiraba a un alto nivel educacional, cultural y de desarrollo tecnológico, argumentos en extremo difícil para los países de la región, agobiados por su atraso en todos los órdenes, en particular por la enorme cifra de analfabetismo existente, los que requerían cambios más profundos desde lo  estructural, capaces de impulsar una participación sostenida y que con la cifra propuesta quedaba en una aproximación a la solución del problema.

Otros temas de interés se centraron en la Reforma Agraria y el desarrollo de la industrialización, con claras determinaciones de frenar cualquier acción radical capaz de enfrentar lo que en apariencia llamaban “la persistencia de formas anticuadas e injustas de tenencia de la tierra”, aspecto que aún está por cambiar dentro de las arcaicas estructuras establecidas y los intentos cosméticos que nunca se han comprometido a cambiar el mal de raíz, ni mucho menos la explicación de que “en el mundo moderno el desarrollo económico y social es sinónimo de industrialización” cuando siempre impusieron fórmulas secundarias y nunca de pleno perfeccionamiento autónomo, al menos desde lo regional; al igual que otros aspectos nunca cambiados o eliminados, como la independencia total de las colonias en el continente donde persiste el caso de Puerto Rico como estado libre asociado; el programa de ayuda para los países más subdesarrollados y otro de vigencia absoluta, como es el tema de la Información internacional, cuyo contenido es conocido sin pudor alguno, basado en la información que reciben los países de la región a cargo de las agencias de poder, encargadas de deformar la realidad acorde con sus intereses. De ahí, la propuesta de Cuba de que, “dondequiera que sea posible se constituyan agencias de noticias que sirvan al desarrollo nacional independiente”[3], avizorando la posible fuerza e influencia que adquirirían.

Pasados 60 años de la Conferencia, puede afirmarse categóricamente que Estados Unidos no ha variado ni un ápice los argumentos utilizados, manteniendo los objetivos diseñados para recrudecer más las medidas de asfixia hacía Cuba y cerrar las puertas a cualquier entendimiento, con la única razón esgrimida por Cuba en defensa de su soberanía y como nación con derechos plenos. Insistir en que el diferendo se extiende al presente es más que sabido, acompañado de medidas más violentas y en extremo intransigentes. Muy a su pesar, el “mal ejemplo” de Cuba persiste, aunque no han sido pocos los inconvenientes por los que se ha tenido que transitar y se puede aseverar que la posición de Cuba no ha cambiado respecto a los principios que desde los primeros momentos se sostuvieron en la defensa de nuestras convicciones.

Sin dudas, los discursos del Che y las exposiciones de sus compañeros se sostienen en el tiempo con total claridad y validez, además de poder demostrar la inteligencia y valentía en que fueron defendidos con tesis y argumentos que trazaron y mantienen el camino decidido por el pueblo y su revolución y por su persistencia han logrado influir en proyectos comunes.

Principios y tesis expuestas por el Che en la Conferencia

Como cuestión de principios, el Che deja establecida la necesidad de definir la significación de lo latinoamericano, aspecto que identificaría de manera común a todos los participantes. Aboga por analizar los problemas de la región no solo bajo un prisma económico, sino también político, al no poder separarlos, si lo que supuestamente se pedía era un desarrollo armónico. En ese aspecto, se tuvo que emplear un lenguaje directo porque se sabía, como se ha expuesto, que detrás de la convocatoria se encontraba la posición de Estados Unidos respecto a Cuba y la separación de la OEA, lo que finalmente se produjo al año siguiente.

Se resalta la definición sobre la política de desarrollo a sustentar, al resaltar que debe ser de tipo social con una concepción integral en interés de todos los países en su conjunto, mediante el empleo racional de los recursos naturales y humanos a su servicio, con la eliminación de los poderes económicos impuestos por los esquemas dominantes y excluyentes, sobre todo, hacer hincapié en la solución del problema crucial: alcanzar la plena soberanía e independencia de los pueblos con una integración en todos los órdenes.

Transcurridas seis décadas de lo expuesto, el tema del desarrollo en la región se ha mantenido de manera recurrente a lo largo de todos estos años. Se puede afirmar que una parte de los cambios se han producido con el objetivo de frenar aspiraciones justas de los pueblos en luchas permanentes para reclamar lo que históricamente les pertenece, pero nunca con la pretensión de ejecutar cambios profundos y radicales que permitan mayores libertados en los procesos económicos y, cuando se han introducido como excepciones, unas han estado sujetas a su destrucción por métodos en su mayoría violentos y, en otros casos, han presionado y atacado para evitar su expansión.

Lamentablemente, la historia y el recuento de esos hechos son expresión de lo que no se está dispuesto a ceder cuando de poner en juego el poder se trata y se recurre a la eliminación de todos los que estén dispuestos a defender sus recursos, incluyendo a generaciones de jóvenes comprometidos con su tiempo y promoviendo poderes dictatoriales, militares y fascistas, aun presentes en países de la región.

A partir de enunciados comunes, el Che esboza un conjunto de tesis, con el interés de delimitar las políticas futuras de desarrollo y la verdadera independencia de los pueblos como ejes relevantes, presentes en cualquier debate que se pronuncie por tratar de crecer y alcanzar la paz futura. Revisten vital importancia esos fundamentos, porque desde esos momentos esboza los componentes del proyecto de cambio que se proponía alcanzar en acciones posteriores y que, a su juicio, debía asumir América Latina, con el principio de eliminar la distorsión de nuestras economías, analizadas desde su multiplicidad sociológica.

Dentro de los elementos que resalta se destacan:

La eliminación de los consorcios internacionales que atan nuestras políticas a dictados exteriores dada nuestra condición de países en vías de desarrollo o subdesarrollados, reforzándose nuestra dependencia a los mecanismos económicos internacionales, liderados por las principales potencias. En la actualidad, a pesar del avance sostenido en los organismos multilaterales y el desarrollo alcanzado en rubros específicos, tiene un gran peso la presión de los grupos de poder que continúan aferrados a sus posturas de imposición y dominio internacional, sin cambiar las esencias de sus políticas y la distorsión de los auténticos métodos a emplear.

La real independencia y el enfrentamiento al poder económico, cuyo propósito es frenar políticas que impedían nuestro propio desarrollo, es un principio defendido por el Che desde esos momentos, los que encontraron derroteros mayores en otros eventos y conferencias, como los discursos de Ginebra y Argelia[4], donde explicó la necesidad de ampliar proyectos alternativos nítidos para reforzar el poder económico, acompañado de posiciones políticas de verdadera emancipación. Se pronuncia, como una medida de contención, elaborar planes racionales de desarrollo y la coordinación de asistencia técnica y financiera sin distinciones ideológicas para tratar de salvaguardar los intereses de los países más débiles. La exactitud de lo expuesto, sin tratar de forzarlo ni dejar de considerar la distancia con los cambios del presente, no restan las formas ni los argumentos empleados por el Che en sus análisis, los que, lejos de perder dinamismo, impulsan a la búsqueda de nuevas variantes bajo los principios considerados en su pensamiento y acción, relativos a la industrialización, a la diversificación y a la eliminación de una única sujeción de poder internacional.

Frenar el papel de los organismos financieros internacionales, cuya función sigue siendo la misma, es premisa necesaria para delimitar fronteras al poder hegemónico y a la toma de conciencia de gobiernos subordinados a esos poderes.

El reto principal se centra en la independencia económica desde posiciones políticas consecuentes, con la advertencia expresada por el Che de la posibilidad de los cambios acorde con las particularidades de cada cual, pero con la premisa de garantizar una redistribución equitativa.

Para nadie es un secreto que las bases de las ideas del Che se centran y defienden bajo la concepción socialista, tal y como Cuba lo había hecho, sin embargo, promovía los cambios con justeza y efectividad bajo el principio de que los pueblos fueran capaces de decidir por su futuro como protagonistas de su destino. Ese emplazamiento y las limitaciones de la burguesía nacional para defender un proyecto propio no solo permanece, sino que se proyecta con mayor intensidad, supeditado al chantaje del poder imperial y a la imposición de las trasnacionales, bajo la indicación de combatir el comunismo como un fantasma que, aunque no existe materializado, le temen por la composición de las nuevas fuerzas que emanen.

Quedó claro, en las palabras del Che, que la Alianza no defendía, en sus formulaciones, el favorecer al pobre, mientras que la burguesía nacional se encontraba atrapada y temerosa por perder sus riquezas. Denuncia con claridad que, detrás de la ayuda ofrecida, estaban los mecanismos de la dependencia actuando e imponiendo su poder, contrarios a toda noción de desarrollo que implicara cambios en sus estructuras, por tanto, su supuesta efectividad quedaba condenada al fracaso.

Como se aprecia, la propuesta diseñada por el imperialismo y sus aliados, para aquellos momentos, ha sido y es la del empleo despiadado de la fuerza, ahora con nuevas variantes después de la desaparición del sistema socialista, pero convencidos, muy a su pesar, de que siempre emergen nuevas fuerzas capaces de agruparse para dar cara y enfrentarlos, ya bien sea bajo el rótulo de la izquierda, de las fuerzas progresistas y de los movimientos sociales.

Como colofón precisa la manera de entender el verdadero sentido de la integración y su eficacia para América Latina, concebida bajo el prisma de cambios estructurales que permitan resistir la penetración despiadada y frenar las apetencias de las grandes potencias, única forma de alcanzar una política de desarrollo independiente. En definitiva, su actuación se limitaba a ejecutar los mandatos recibidos de la Alianza como verdadero programa de Estados Unidos para América, quedando en evidencia que lo latinoamericano quedaba solo en lo formal y apartado de lo real.

El fracaso de la Alianza, sin que hubiera que inculpar a Cuba, fue explicado por el presidente Nixon 10 años después de haberse formulado. En realidad, su desaparición, no confesada, se debió a su carácter insostenible desde lo económico y a coyunturas presentes, en una confrontación que los rebasó por los fondos empleados, como fue la guerra de Vietnam.

El balance ha quedado reducido a componentes necesarios para frenar cualquier tendencia o movimiento revolucionarios, como fue la implantación de mecanismos regionales para extender la Doctrina de la Seguridad Nacional, encargada de reforzar las Fuerzas Armadas con la misión de garantizar el orden interno, el enfrentamiento a las guerrillas y como fuerzas intervencionistas. Solo quedaron los remanentes de una imagen de integración de bajo costo, como la ejecutada para Centroamérica, sin excluir la fuerza bruta y la mano esclava para sostenerlas.

Consideraciones a destacar y vigentes en la actualidad

Aunque se han experimentado avances en el desarrollo científico y tecnológico, unido al desarrollo industrial con polos de desarrollo y competencias en los mercados internos, regionales e internacionales, estos están sujetos a los centros de poder dominantes y la competencia desigual propia de su condición dependiente. Es una realidad en la que solo se avanzaría bajo el impulso de todos como región.

La necesidad de una ruptura con la dependencia debe estar acompañada de reflexiones más incisivas para hacer valer la condición de país soberano y la necesidad de avanzar en su desarrollo científico y cultural, bajo la premisa de la integralidad y la unidad, bases que fortalecerían el desarrollo nacional y el aseguramiento de su sostenibilidad.

El fortalecimiento integral de los principios del derecho de soberanía y de equidad socioeconómica conduciría a una verdadera integración en la región y cambiaría la subordinación en las relaciones bilaterales e internacionales., condición para adentrarse en el verdadero proceso de emancipación y de verdadera transformación mundial, a través de la plena participación de los pueblos en la lucha por su liberación.

Una vez más, como lección de historia viva, queda el legado del Che, donde su pensamiento y sus posiciones sobresalen para contribuir a la comprensión de los caminos a tomar, los retos a enfrentar y las formas que permitan una verdadera integración dentro de la visión actual de los nuevos cambios que han de surgir como una necesidad insoslayable, acompañados de las variaciones propias de la historia y de las verdades objetivas que enriquecen el poder político. Es la verdad de Cuba por más de 60 años y la persistencia en el empeño de formar parte de una región unida en sus ideales comunes.

[1] Ver el Discurso de Fidel Castro en la ONU, 26 de septiembre de 1969, en Revolución cubana.45 grandes momentos, Ocean Sur, La Habana, Cuba, 2006.

[2] Discurso de Ernesto Che Guevara, 8 de agosto de 1961, en Punta del Este. Proyecto de desarrollo para América Latina, Ocean Press, Australia, 2003.

[3] Proyectos presentados por la delegación cubana en ALPRO, en Punta del Este…, Ob. Cit, 1961.

[4] Discursos pronunciados en la Conferencia Mundial de Comercio y Desarrollo en Ginebra, 1964 y en el Seminario Económico de Solidaridad Afroasiática en Argel, 1965, tomados de Che Guevara presente, Ocean Press, Australia, 2005.

Tomado de: Cubadebate

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Antoni Benaiges, el maestro que prometió el mar

Alumnado de la escuela de Bañuelos de Bureba acompañado del maestro Antoni Benaiges. Fotografía del archivo personal de la familia de Antoni Benaiges

Por Dídac Delcan Albors @fridamnrules

La historia de Antoni Benaiges es la historia de una promesa incumplida, la que le hizo un maestro a su alumnado. Fue una promesa formulada a comienzos del 1936 a los niños y las niñas de la escuela rural de Bañuelos de Bureba, un pequeño pueblo de la comarca de la Bureba, en Burgos. Y fue incumplida a causa de la sombra del golpe de Estado de julio de aquel mismo año, que se extendió hasta conseguir acabar con la vida de miles de personas, entre ellas numerosos maestros y maestras.

Sergi Bernal, documentalista, ha sido el encargado de recuperar la historia de Benaiges, uno de estos docentes comprometidos con la educación basada en los ideales republicanos y que se implicó al proponer una pedagogía con un fuerte componente emancipador. Pertenecía a una generación de maestros y maestras con una nueva forma de entender la educación que fue extendiéndose durante los primeros años de la Segunda República pero que no pudo continuar por la llegada de las tropas afines al bando fascista y la posterior dictadura.

La historia surgió casi inesperadamente: “Un día, de casualidad, leí un número de la revista de divulgación histórica Sàpiens donde se hablaba sobre la investigación del cuerpo de Josep Suñol, presidente del Barça y diputado republicano”, relata Bernal. Se puso en contacto con una historiadora y le pidió ayuda para hacer fotografías del proceso de exhumación en la fosa de La Pedraja, en Burgos. “Era muy grande, salieron 135 esqueletos en dos exhumaciones. Documenté las fases, grabé entrevistas a familiares de personas asesinadas…”, explica. Estaba dando por acabado el trabajo cuando, de casualidad, la historia tomó un giro inesperado: cuando el equipo de las exhumaciones estaba recogiendo, apareció una persona del pueblo de Bañuelos de la Bureba diciendo que allí se encontraba el maestro de su pueblo, Antoni Benaiges.

Bernal se puso a buscar información a través de la red, pero lo único que encontró era una pequeña publicación de un blog de México. “Aquel texto hablaba de un maestro que había sido asesinado los primeros días de la Guerra Civil, que se encontraba en la fosa de La Pedraja y que había prometido a los niños de la escuela de aquel pueblo de montaña que aquel invierno los llevaría a ver el mar por primera vez cerca de su pueblo natal, en Tarragona”.

Precisamente allí, en su localidad natal, sus familiares todavía conservan algunas copias de uno de los cuadernos más emblemáticos que se produjeron en aquella escuela: El mar, la visión de unos niños que no lo han visto nunca. “Aquello era una perla, toda una declaración de intenciones, un cuaderno donde el alumnado de esta escuela de Bañuelos de Bureba se expresaba libremente alrededor de la idea de cómo imaginaban que sería el mar y cómo sería la experiencia de verlo por primera vez”, rememora Bernal.

“El maestro dice que iremos a bañarnos, yo digo que no voy a ir porque tengo miedo que me voy a ahogar”, escribía la alumna Lucía Carranza al respecto de la promesa. “El mar será muy grande. Yo no lo sé porque no he estado allá. También será muy ancho y tampoco sé si es ancho o no lo es”, dudaba Natividad Hernáez. “En el mar habrá más agua que toda la tierra que yo he visto. El agua estará muy caliente. En las orillas debe ser piedra, porque si no se lo tenía que llevar”, se aventuraba Severino Díez… “Se trataba de un ejercicio de imaginación y de toma de la palabra excepcional”, resume el documentalista. Pero aquel sueño se truncó porque llegó el alzamiento, la detención, la tortura y la ejecución de este maestro.

Anton, un joven maestro comprometido con la transformación social

Antoni Benaiges fue un maestro catalán nacido en 1903 en el pueblo de Mont-Roig del Camp (Tarragona). Antes de ser maestro, y a pesar de que toda su familia se dedicaba a oficios relacionados con el mundo de la educación y la pedagogía, él hizo de campesino, coyuntura que le facilitó contar con una perspectiva bastante clara alrededor de la problemática asociada a la distribución de la riqueza así como de las desigualdades existentes en aquel momento.

En el año 1928 empezó a estudiar en la Normal de Barcelona, acabando finalmente en 1934 como maestro en aquella escuela rural situada cerca de Burgos. “Bañuelos era un pueblo casi sin carreteras y sin gas, electricidad y agua corriente de poco más de doscientos habitantes y donde todo el mundo se dedicaba al cultivo del cereal. Contaba, eso sí, con una escuela, una pequeña escuela donde llegó destinado el maestro Benaiges”, explica Bernal. Previamente a su llegada a este pequeño pueblo, Benaiges había sido destinado a la localidad catalana de Vilanova i la Geltrú, lugar donde conoció las técnicas Freinet.

Estos postulados pedagógicos partían de la base de confiar plenamente en las posibilidades de cada uno de los niños y de las niñas y darles la palabra. El alumnado construyó un trabajo cooperativo dentro del aula alrededor de la imprenta escolar, fabricando un diario escolar y unos cuadernos de forma periódica que se intercambiaban con otros pueblos donde también se estaban poniendo en práctica experiencias educativas parecidas. “A través de estos cuadernos los niños y las niñas explicaban su día a día, trabajaban el espíritu crítico al escribir aquello que veían y preguntarse el porqué de cualquier duda o acontecimiento que estuviera ocurriendo en el pueblo: quién era la persona más mayor, cómo se había muerto la burra del vecino, quién era la persona más pobre y la más rica, y así un largo etcétera” afirma Sergi.

Benaiges fue un maestro, en definitiva, que llevó la esperanza y el progreso a esta pequeña localidad de Burgos: “Este maestro no solo llevó la imprenta, el gramófono y la modernidad sino que también llevó el progreso, significó un perfil de persona muy avanzada a sus tiempos”. Pero a raíz de esta toma de la palabra por parte de su alumnado empezando a rondar por el pueblo haciendo preguntas, cuestionándose el porqué de las cosas y tratando de analizar los motivos que generaban las profundas desigualdades sociales existentes, se encendieron las alarmas entre la gente con más poder tanto de esta localidad como de su alrededor. Unas alarmas que ya habían empezado a sonar prácticamente desde la llegada de Benaiges al pueblo ya que “lo primero que hizo nada más pisar la escuela —asegura Bernal— fue pintarla y sacarle el crucifijo, algo que no estuvo bien visto ya que este pueblo era muy católico y, además, los caciques contaban con mucha fuerza”.

Antoni Benaiges

Dar la palabra y la voz al alumnado

“Todo aquello que queda de Antoni Benaiges se conserva en una caja de cartón. Es poco. Unas fotos en blanco y negro y unos cuadernos antiguos impresos de forma rudimentaria y que la familia guarda desde hace muchos años”, escribe Francesc Escribano en el libro Antoni Benaiges. El maestro que prometió el mar (Desenterrando lo silencio), una obra escrita conjuntamente con Sergi Bernal, Francisco Ferrándiz y Queralt Solé que sirve para homenajear a este maestro. Más allá de la vertiente emocional que supone tener estos pequeños recuerdos, los autores destacan la vertiente pedagógica que supuso trabajar en el aula a través de la imprenta y la expresión libre del alumnado.

Al pedagogo francés Célestin Freinet se añadían otros referentes que ayudaron a poner en práctica desde las escuelas “los nuevos ideales de ciudadanía que llegaron con la proclamación de la Segunda República”: María Montessori, Ferrer i Guàrdia y Adolphe Ferrière… Pero las técnicas propuestas por Freinet tales como la asamblea, el texto libre, la correspondencia interescolar y el uso de la imprenta ayudaban a construir una relación entre la escuela y el entorno que permitía la entrada de la vida real dentro del espacio del aula. Gracias a esta práctica, el alumnado de esta escuela se convirtió en cronista de la vida del pueblo: además de hacerse preguntas y averiguar cosas, a través de estas publicaciones se compartían también refranes, canciones populares y observaciones meteorológicas.

De este modo, ya no estaban encerrados dentro de las cuatro paredes de la clase donde debían de empezar a recitar los mismos temas repetitivos y memorísticos sino que la clase se llenaba de experiencias de vida. De hecho, se ve en los escritos del maestro Benaiges que el cuaderno y el periódico no suponían un fin sino un medio, “porque vamos al sentido profundo de la libertad. Sentido vital. El papel rayado es pauta. La pauta es conducción. O lo que es igual, dejarse llevar. (…) El niño, para ser educado, necesita camino libre, trazarse por sí mismo la trayectoria de sus actividades. ¿Que con papel sin rayar el niño escribe torcido? Mejor. Un motivo más para mejorarse yendo derecho. Dejémosle”.

La propuesta de maestros como Benaiges era que la educación básica se extendiera, que no estuviera reservada solamente para la gente que valía para hacer una carrera lejos del pueblo sino para todo el mundo y hacer sentir al alumnado que tenía una responsabilidad. “Una manera de construir ciudadanía, donde poder defender su pueblo y dignificarlo. Una educación donde todo el mundo tuviera dignidad, supiera expresarse, escribir y comunicar. En definitiva: hacer ciudadanía del futuro, eso sí, con valores republicanos”, concluye Bernal. Todavía hoy son muchos quienes se consideran herederos de estas propuestas pedagógicas e incorporan algunas de estas técnicas a la hora de trabajar dentro del aula, y también en espacios menos institucionalizados.

El Retratista: un antídoto frente a los discursos de odio

Desde este encuentro inesperado con el caso del maestro Benaiges, a lo largo de estos más de diez años que Sergi Bernal lleva investigando la vida de este maestro, la red de personas que han ido vinculándose alrededor del proyecto ha sido muy fecunda y extensa. “Se generó una red muy grande de colaboradores que compartían con nosotros hallazgos que hacían en archivos, bibliotecas y a través del boca a boca”, expone Bernal. El proceso de investigación que realizó el documentalista sobre este maestro le llevó en un momento dado a México, junto a Alberto Bougleux, director del documental El Retratista, un homenaje visual realizado en la antigua escuela del maestro Freinet exiliado Patricio Redondo.

México supuso un lugar clave para entender todo el proceso seguido después del exilio por un número importante de maestros y maestras republicanos, los cuales pusieron en marcha escuelas en sus nuevos países de acogida, como es el caso de José de Tapia o Patricio Redondo. El equipo documentalista supo de la existencia de la Escuela Experimental Freinet de San Andrés Tuxtla situada en Veracruz (México), en funcionamiento desde el año 1940, donde a día de hoy se siguen utilizando técnicas Freinet. Allí vieron cómo el profesorado de la escuela mexicana homenajeaba a maestros republicanos como Antoni Benaiges, una historia que lograba conectar con el joven alumnado y acercaba la memoria histórica. “Hace de gancho para entender todo lo que supuso la llegada de estos maestros y el motivo por el cual la gente del bando fascista centró una parte importante de su represión contra el magisterio”. Y es que, continúa apuntando Bernal, “tenían muy claro lo que significaban los maestros y quisieron romper con estas ideas, porque eran la punta de lanza del estado republicano y laico en estos pueblos y la vía de entrada hacia la modernidad y el progreso; y esto, a ciertos sectores, no les gustaba lo más mínimo”.

El proceso de investigación, por lo tanto, no quiso solo tratar de explicar quién era este maestro tan emblemático, sino que también simbolizara un ejercicio de memoria democrática antifascista. Al respecto, afirma Bernal que “cuando nosotros íbamos a las fuentes oficiales, como por ejemplo al Archivo General de la Administración, solo encontrábamos cosas negativas referentes al maestro Benaiges”. Se refiere a que en el expediente de depuración del maestro “se podía leer que el alcalde, el cura-párraco y los vecinos dicen que el comportamiento de este maestro era antipatriótico, antisocial y mal visto por todo el mundo y, por consiguiente, baja definitiva y en el escalafón y separación definitiva de su plaza de maestro”. Por eso ellos trataron de recordar su trabajo positivamente, y poner en valor la importancia de aquello que inició en esta pequeña localidad de Bañuelos de Bureba.

Divulgar la memoria democrática es, también, un antídoto frente al fascismo y frente a los discursos de odio que actualmente continúan extendiéndose por todas partes. En este proceso de recuperación de la historia del maestro Antoni Benaiges, Bernal trata de enfatizar no solo su vertiente pedagógica sino también su lado activista: “No se puede hablar de Antoni Benaiges solamente por la cuestión educativa, este maestro no tuvo la oportunidad de envejecer porque lo asesinaron. Por lo tanto, este es un tema que entronca directamente con la recuperación de la memoria histórica y antifascista. Hay que dar a conocer historias reales de vida de la gente que fue asesinada durante este periodo tan oscuro”.

Un objetivo que, en opinión de Bernal, se ha cumplido en gran parte. “La historia de Benaiges ya se conoce y ya hemos puesto nuestro grano de arena para dignificar su papel y para poder hacer este ejercicio de memoria democrática”, valora. Al fin y al cabo, añade, la del maestro republicano es una historia que emociona porque entronca con vivencias personales propias: “Todo el mundo hemos tenido un maestro o una maestra que nos ha marcado, que nos ha hecho sentirnos importantes, que nos ha descubierto algo maravilloso. Pues Antoni Benaiges era un poco esto, un maestro muy vinculado a su trabajo y que trató de construir conciencia a su alumnado”. Un trabajo y una militancia que pagó con su vida, y que le impidió cumplir su promesa: llevar a su alumnado a ver el mar por primera vez.

Tomado de: El Salto

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Migrantes: vergüenza europea

Por La Jornada

La crisis migratoria en el Mediterráneo atraviesa una fase álgida: ayer, el barco Sea-Watch 3, de la organización humanitaria Sea Watch International, atracó en el puerto de Trapani, en Sicilia, para desembarcar a 257 personas que rescató cuando se encontraban a la deriva; mientras que hoy está programado que 549 sobrevivientes dejen el Ocean Viking, de la ONG francesa SOS Mediterranée, en el que se encuentran a bordo. Con estos arribos son ya 31 mil 204 migrantes desembarcados este año sólo en Italia, más del doble de los que llegaron todo el año pasado.

El Sea-Watch 3 se vio obligado a permanecer ocho días en alta mar a la espera de que las autoridades italianas le permitieran desembarcar, y el Ocean Viking llevaba desde el 4 de agosto luchando porque se le abriera un puerto. Como denunció SOS Mediterranée, esta espera resulta inhumana para los hombres mujeres y niños que se hacinan en las naves de rescate después de sufrir experiencias traumáticas de naufragio, violencia sexual y todo tipo de abusos de los traficantes de personas, quienes los lanzan al mar sin las provisiones mínimas ni las indicaciones fundamentales para llevar a cabo la peligrosa travesía.

Por ello, cabe hacerse eco del llamado de los grupos de activistas que dirigen las expediciones de rescate, con el fin de que los países europeos establezcan a la brevedad un sistema de desembarco compartido y solidario. Hacerlo es un deber humanitario elemental de cualquier Estado, y es incluso más ineludible para unos gobiernos que, como los de Europa occidental, se sienten dotados de la autoridad moral para dictar al resto del mundo el comportamiento que debe seguir en materia de derechos humanos y respeto a las garantías individuales.

Además de los motivos aducidos, los países del viejo continente que arrastran un pasado de expoliación colonial sobre África y Medio Oriente –como Reino Unido, Francia, Bélgica, Portugal, Italia, Alemania o los Países Bajos– tienen un deber adicional ante la emergencia humanitaria, toda vez que buena parte de los males que empujan a las personas de estas regiones a dejar sus lugares de origen pueden rastrearse hasta los regímenes impuestos a sangre y fuego por las potencias europeas desde el siglo XIX y hasta bien pasada la mitad del XX.

Tampoco puede soslayarse que las dimensiones cobradas por este drama se explican, en no poca medida, por la implosión del Estado libio a consecuencia de la intervención militar para deponer al extinto líder Muamar Gadafi, cuyo asesinato a manos de la OTAN dejó un vacío de poder que convirtió a Libia en una tierra de nadie a merced de criminales y señores de la guerra, quienes obtienen ingresos del tráfico y la explotación de los migrantes.

Es urgente que los gobernantes europeos dejen de eludir su responsabilidad humanitaria e histórica y hagan todo lo posible para coadyuvar en vez de sabotear los esfuerzos de rescate de quienes acometen el desesperado acto de embarcarse bajo las condiciones más precarias en busca de una nueva vida para sí mismos y sus familias.

Tomado de: La Jornada

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Ondas cortas y ondas largas de la guerra mediática

Yaser Abo Hamed (Australia)

Por Fernando Buen Abad Domínguez @FBuenAbad

“La manipulación mediática hace más daño que la bomba atómica, porque destruye los cerebros”. Noam Chomsky.

Todavía se sienten los efectos, objetivos y subjetivos, de las bombas contra Hiroshima y Nagasaki: 6 agosto 1945 / 9 agosto 1945. Lo que fue un “mensaje” contra Rusia, redactado con armas nucleares, asesinato de inocentes y perversión macabra… perdura y se perfecciona expandiéndose con ayuda de las máquinas de guerra ideológica llamadas “medios de comunicación”. Las bombas fueron para derrotar a las masas.

Perdura la lógica de la aniquilación que aprendió a bombardear, también, las cabezas y a entrenar a las víctimas para que fabriquen los explosivos ideológicos que harán detonar, contra sí, ante cualquier indicio de voluntad organizativa y emancipadora. Estallan, camufladas con parafernalia de farándula, de membretes “académicos”, “científicos”… estallan sus pirotecnias entre frases de silogismos anestésicos y análisis de verborreas “doctas”. Son bombas, granadas y explosivos diversos en tamaño, forma y extensión. Dañan placenteramente el tejido social, la necesidad de lo colectivo y la solidaridad fraterna para sustituirlas con individualismo mercenario y consumista, voraz e insaciable. Bombas de estruendo y silenciosas, sembradas a mañana, tarde y noche entre literatura basura, noticieros, programas de concurso, debates periodísticos, tele-series y demás deyecciones ideológicas burguesas ayudadas con tecnología arrodillada al servicio de la estulticia.

Las guerras mediáticas imperialistas no sólo están determinadas por lo ideológico, pesan principalmente los intereses económicos y políticos de las clases dominantes y la disyuntiva sigue siendo mayormente. “democracia vs. fascismo”, por eso nuestra actividad crítica consiste también en denunciar el modelo monopólico imperial armado con todo tipo de trampas para anestesiar los conflictos contra los sistemas políticos y económicos burgueses. La guerra mediática es la continuación de la explotación económica por otros medios. Y es necesaria una política para poder intervenir de manera activa y exigir formación y entrenamiento comunicacional emancipador bajo control de las organizaciones obreras, contra el avasallamiento de las potencias neo-fascistas.

Se activan y reactivan, perfeccionados, los mismos propósitos criminales contra Hiroshima y Nagasaki. Sin exageraciones. “En el desarrollo de las fuerzas productivas se llega a una fase en la que surgen fuerzas productivas y medios de intercambio que, bajo las condiciones existentes, sólo pueden ser fuente de males, que no son ya tales fuerzas productivas sino más bien fuerzas destructivas…” La Ideología Alemana, Marx y Engels.

El primer ataque nuclear de la historia sigue estallando, bajo diversas formas, en las cabezas de los pueblos. Doscientas cincuenta mil personas asesinadas en 1945 víctimas de la barbarie permanecen como escarmiento para darnos una señal de advertencia contra todo lo que pudiera significar derivación de la humanidad hacia el socialismo. Ese sigue siendo el combustible con que se mueven las máquinas de guerra ideológica del capitalismo.

Destrucción en masa de toda organización social que atine a luchar contra el capitalismo. Asesinato industrializado en las ondas hertzianas y en la prensa gráfica, en las aulas, las iglesias y las sobremesas. El éxtasis de la enajenación masificada contra las fuerzas productivas conscientes de la lucha necesaria contra la acumulación del capital. Tecnología para la barbarie “instantánea”, como en Auschwitz y el apogeo genocida nazi, ocurre sistemáticamente contra toda forma de consciencia transformadora. Las fuerzas destructivas bajo el capitalismo. Vivimos una guerra mediática prolongada.

Una modernidad comunicacional industrializada, al servicio de brutales relaciones de opresión, explotación y domesticamiento de la humanidad. Las fuerzas comunicacionales operando como sistema de opresión y explotación, como barbarie industrializada que no funciona sólo como maquinaria, que opera como filosofía imperial usada dogmáticamente, fanáticamente, al servicio de la preservación del actual régimen económico hoy consolidado como la mayor amenaza contra la humanidad.

Es el carácter imperialista de la época pariendo negocios de guerra y crisis económica serial disputándose el mercado mundial. Por eso, la guerra mediática imperialista contra el proletariado, inflige sufrimientos inauditos a los pueblos, como en Hiroshima y Nagasaki, aunque más invisible, expandiendo el sufrimiento intelectual más infestado con baratijas ideológicas burguesas. Exacerban las contradicciones de clase en la decadencia de los valores subjetivos proclives siempre a desembocar en nuevas guerras mundiales de nuevo tipo, como la guerra mediática altamente tecnificada y macabra.

Con su perfeccionamiento, los monopolios mediáticos yanquis se hacen más perversos por cuanto se identifican en ellos las razones de los “éxitos”, doblemente perversos, del belicismo ideológico (altamente destructor) al mismo tiempo de ser negocios obscenos. Como las guerras mismas. No todo monopolio es un Hitler o un proyecto Manhattan, pero en cada monopolio se incuba una simiente nazi-fascista disfrazada de progreso. El problema no es de personalidades sino del sistema de ideas criminales que el capitalismo incuba. Como la idea de bombardear Hiroshima y Nagasaki. Tal cual.

Desde que comenzó la ofensiva criminal del capitalismo contra la humanidad se ha agudizado la degradación de la vida empeorando las condiciones sociales planetarias. Las bombas que “finalizaron” la Segunda Guerra Mundial fueron para derrotar a las masas, para demostrar la hegemonía burguesa de acuerdo a sus objetivos imperialistas, para enviar un mensaje de opresión y resignación que sigue, impúdica e impunemente, recorriendo las cabezas de los pueblos. Y muchos se niegan a verlo. ¿Qué hacer?

Tomado de: Red en Defensa de la Humanidad. Capítulo Argentina

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General Engels

Federico Engels. Filósofo y ensayista alemán (1820-1895)

Por Maciek Wisniewski

Apodado El General por Eleanor, la hija menor de Marx, a la luz de su periodismo militar, algo que se le pegó de inmediato ya que parecía reflejar igual una verdad más profunda sobre él: su disciplina, el don de pensar estratégicamente, la manera en que dirigía el movimiento comunista, etcétera (Tristram Hunt, Marx’s General. The revolutionary life of Friedrich Engels, 2009, p. 8), Friedrich Engels fue en efecto uno de los principales analistas militares de su época. No es que a Marx no le interesaban las guerras —al final insistía que la violencia era la partera de la historia—, pero en asuntos militares y estratégicos, el experto era El General. Engels desarrolló su propio enfoque materialista en cuanto al poder militar, aunque en una curiosa negación a esto y a su propia aversión a los grandes hombres, se mostraba poseído —muy en el espíritu rancieriano (véase: Jacques Rancière, The names of history, 1994)— por nombres y figuras de verdaderos grandes generales de la historia: Garibaldi, Napier, Napoleón, Wellington… (Hunt, p. 216).

En sus textos, a menudo ignorados por futuras generaciones de socialistas-pacifistas —con notables excepciones de Lenin, Trotsky o Mao— no sólo analizaba los conflictos actuales (el levantamiento en Hungría, la guerra de Crimea, la guerra franco-prusiana, la guerra civil en Estados Unidos, etcétera), sino pretendía ver qué lecciones de las guerras interestatales se podían sacar para las guerras de clases. Ofrecer un surplus teórico para el futuro de la revolución, esperando que en algún —inevitable— conflicto mundial los proletarios vueltos soldados voltearían sus armas en contra de sus enemigos de clase y del capitalismo mismo.

A pesar de grandes cambios tecnológicos y estratégicos, sus teorizaciones guardan su relevancia, sobre todo en cuanto a las maneras de cómo el desarrollo de las fuerzas armadas y de la tecnología militar siguen el simultáneo desarrollo del capitalismo y la evolución del Estado o de cómo el avance tecnológico y la introducción del nuevo tipo de armamento (véase: F. Engels, The history of the rifle, 1860) moldean el moderno campo de la batalla.

Su contribución radicaba, principalmente, en poner la guerra en contexto del desarrollo capitalista. Para él, el principal ganador del progreso militar —muy por encima de la economía y de la sociedad—, era el Estado. Sólo éste, dada su posición monopolística, tenía recursos necesarios para adquirir los nuevos, centralizados medios de la destrucción a gran escala y construir y mantener la fuerza de trabajo —el ejército— necesaria para operarlos.

Para Engels, el avance tecnológico-militar resultaba incluso en la formación de un modo social de exterminación, distinto al modo social de producción que con su propia dinámica completaba al capitalismo (sic). Igualmente, por encima del sector privado, enfatizaba el rol del Estado en el desarrollo de las tecnologías militares y de las fuerzas armadas, algo que cobró particular relevancia en el siglo XX y sigue coexistiendo con un trend de ir privatizando las guerras y relegando la labor de la muerte a las compañías privadas, ante la reorganización neoliberal del Estado.

Nunca dejó que sus camaradas se olvidaran de sus tiempos en las barricadas. Teniendo experiencia militar (la artillería de la Guardia Real Prusiana, duodécima compañía), tras el golpe de Estado en Prusia (1849) se enlistó en el cuerpo de voluntarios de August Willich para luchar en contra del absolutismo prusiano: “izó la bandera roja sobre su Barmen natal y resistía hasta donde se podía a la infantería regular, huyendo bajo fuego por el Schwarzwald…” (Hunt, p. 149), primero a Suiza, luego a Inglaterra. Esta experiencia resultó crucial en su papel del principal estratega del socialismo internacional, alimentando su desconfianza en prematuros levantamientos y oposición, junto a Marx, a posteriores llamados de Willich a la inmediata acción militar, viéndolos como una amenaza a la causa comunista.

Para él, tanto la derrota del ejército campesino de Münzer (1525), aplastado por aliados de Lutero, como los fracasos de las primaveras 1848-9, tenían que ver por igual con disparidades entre la base económica y la superestructura política y malas decisiones militares (frente a lo que, junto con Marx, desarrolló su teoría de la revolución permanente, reelaborada luego por Trotsky).

Lejos de ser el segundo violín a Marx, Engels —cuyo retorno celebramos el año pasado (véase: Memoria, Nº 276, bit.ly/3jkX8fp)— ha sido incluso, como argumenta de manera convincente Wolfgang Streeck, fundador de una independiente rama de la teoría social materialista que contribuyó al necesario entendimiento de la política y el Estado. Así complementó la concepción materialista de la historia desarrollada por Marx —y él mismo— como una crítica de la economía política, con algo-como-una-teoría del Estado y la política. En ningún campo se manifiesta mejor esta contribución que en el terreno de lo militar. Marx incluso, reconociendo su pericia, le encargó escribir un capítulo aparte sobre la historia militar para el primer tomo de El Capital, idea que no prosperó, tal vez porque “todos los datos empíricos ofrecidos por él resistían su ‘subsunción’ en el sistema del fetichismo de la mercancía marxista allí expuesta”.

Tomado de: El Viejo Topo

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Un asunto esencialmente cultural

Obra del artista plástico cubano Roberto Fabelo

Por Soledad Cruz Guerra

Con premeditación y alevosía las inconformidades de la sociedad cubana fueron capitalizadas por los organizadores de estallidos sociales en países cuyas políticas no se doblegan a la tiranía de Estados Unidos. La pandemia y el estrangulamiento económico con más de 200 medidas implantadas por Trump contra la Isla fomentaron mayores problemas materiales, produjeron crispación psicológica e incrementaron cierto cansancio por la demora de soluciones a carencias e inadecuados funcionamientos que se acumulan desde la crisis de los 90.

Los “tanques pensantes” de la administración estadounidense prepararon desde hace años las estrategias de subversión en Cuba para cuando Fidel Castro no estuviera físicamente y la denominada generación histórica fuera desapareciendo por ley natural, y desde la caída de la Unión Soviética y el campo socialista aprovecharon el desconcierto, que también se produjo en la Isla, ante tal suceso para “acoger” y fomentar las “rebeldías” de algunos artistas ante lo que consideraban excesivas regulaciones del socialismo cubano.

Los precedentes años 80 habían producido alertas con exposiciones retadoras de jóvenes artistas plásticos que querían hacer como en cualquier parte del mundo: cuestionar todo lo establecido aunque en cualquier parte del mundo esa aparente libertad de expresión no produce ningún cambio en el sistema, aunque los movimientos artísticos tengan seguidores o evidencien los desórdenes estructurados por un sistema por propia naturaleza avasalladoramente injusto, que hace más de 200 años repite el mismo discurso “libertario” de las posibilidades del bienestar para todos y ha conseguido que el uno por ciento de la población mundial acapare las mayores riquezas, que las incremente en las mayores crisis mientras la pobreza crece incluso en los llamados países desarrollados.

La abierta y confesa disposición de EE. UU. de destruir a la Revolución cubana desde su nacimiento, confirmada con atentados, agresiones, bloqueo, ha condicionado un fuerte espíritu autodefensivo de plaza sitiada y condiciones anómalas para el desarrollo fluido de la sociedad en todos los órdenes y producido no pocas deformaciones en decisiones, decisores y una población ejemplar por su resistencia, pero no inmune a las debilidades de la naturaleza humana sobre las cuales saben “trabajar” con particular pericia los ideólogos de seductores paraísos reservados a una minoría planetaria pero que crean la ilusión de ser alcanzables.

Analizado con objetividad era imposible que una pequeña isla del Caribe desafiara el poderío indiscutible de EE. UU, pasando por encima incluso de los preceptos de El arte de la guerra, de Lao Tsé, sobre todo luego de perder a los aliados del este europeo, pero lo ha conseguido, entre otras razones por mantener a la mayoría unida en el empeño de no dejarse doblegar.

Crear fisuras en ese escudo protector es el propósito de la escalada contrarrevolucionaria desatada en plena pandemia bajo diferentes rótulos, pero similares intenciones, que fueron instruidos para instigar luego los disturbios del 11 de julio que encontraron eco en delincuentes confirmados por sus antecedentes penales, individuos y grupos vinculados al ámbito cultural con pretendidas intenciones pacíficas pero que saben perfectamente a quién sirven creando esas situaciones, miembros de sectores poblacionales agobiados por las penurias cotidianas y falta de atención a sus reclamos cuando ocuparse de enfrentar la pandemia concentra recursos, energías y una verdadera epopeya científica.

¿Es tan difícil entender esa cadena de sucesos para personas ilustradas, presumiblemente con sensibilidad e inteligencia como para no ignorar que es un crimen intentar desestabilizar el país en circunstancias tan cruentas?

Que algunas personas reconocidas por sus obras artísticas hayan apoyado a los instigadores de los “plantones” creadores de disturbios desde 2020 demuestra que se puede tener un gran talento y no saber discernir desde el punto de vista cultural, a quién, a qué, se beneficia con esa actitud.

Un teatrista que se declara fuera del sistema político cubano, un gran cineasta que aboga por una Cuba distinta, un músico notable que apoya la intervención humanitaria sin tomar en cuenta el contexto nacional e internacional, ¿han pensado seriamente qué sería de este país si los herederos de las grandes familias burguesas que lo poseían se vuelven a apropiar del territorio nacional, si se adueñan de los medios comunicacionales esos que protagonizan en Miami los programas más sórdidos, vulgares, sin el más mínimo sentido no ya cultural, sino elementalmente humano?

¿Ese poco creativo retorno a un pasado, que es presente en la mayoría de países pobres del mundo, serviría para enmendar los amplificados errores del socialismo? ¿Y qué harían con los horrores del capitalismo neoliberal que crecen por día?

Cuba tiene una importante base cultural que abarca escuelas sobre los más diversos saberes, entre ellas las costosas dedicadas a la enseñanza artística, la capacidad para un desarrollo científico mostrado en la lucha por la pandemia, un aporte importante en la colaboración con otros países en educación, salud, deportes; países que con los recursos del sistema capitalista no pueden mostrar esos logros, incluso los de economía con mayor pujanza como Chile, Colombia, Brasil, donde las poblaciones se rebelan añorando derechos que las cubanas y los cubanos tienen.

¿Acaso destruir esas conquistas innegables puede ser la base de una Cuba mejor? Y a destruir han llamado los “pacíficos” impíos a quienes no les importó que aumentaran los contagios y ahora responsabilizan a la respuesta de quienes tenían el derecho de defenderse del ataque artero a la tranquilidad de las calles que son de todos los que no las profanen provocando conflictos evitables.

Cierto es que se han acumulado problemas en las bases de la sociedad que no han sido atendidos como merecen a pesar de las advertencias de las Ciencias Sociales, cuyas investigaciones mostraron los fenómenos de pobreza, marginalismo, condiciones precarias que estaban creando serias fisuras culturales también al establecer desigualdades notorias entre barrios de la periferia de las ciudades, entre provincias que no recibían los beneficios del turismo, sector emergente de la economía en el cual, además, se observaban manifestaciones de discriminación racial.

No se puede negar que elementos fundamentales para el incremento de la cultura ciudadana, como la participación real en la gestión de gobierno desde la base con el delegado de la circunscripción y sus rendiciones de cuenta, no han alcanzado la efectividad requerida aunque la convocatoria para discutir la nueva Constitución fue un ejercicio democrático de mucho valor participativo.

Sin dudas, hay que enmendar muchas cosas, hay que repensar otras y transformar definitivamente perversiones que se han producido al evadir principios como el de que cada cual aporte según su capacidad y sea remunerado según su trabajo o el de la propiedad estatal sobre los fundamentales medios de producción, y que los ciudadanos y ciudadanas puedan poner su creatividad y responsabilidad en los otros sin tantas variaciones sobre lo que se puede o no hacer.

Pero una cosa es criticar, señalar, exigir y exigirnos mayor eficacia en todo y otra negar que a pesar de la mala pasión de Estados Unidos por Cuba se han mantenido las fundamentales conquistas a favor de la mayoría. Y peor, imperdonable, que creadores de la cultura artística abran brechas, no para edificar, sino para darle paso a la anticultura que promueven las fuerzas hegemónicas como demuestra lo que ocurre ahora mismo en cualquier rincón del mundo. Felizmente, por convicción y discernimiento, son muchos los artistas que junto a maestros, trabajadores, campesinos, científicos, obreros, médicos e ingenieros laboran arduo para defender esa cultura afianzada en la soberanía y en la voluntad de trascender los obstáculos propios y ajenos para conseguir el bienestar no alcanzado por los pobres de la Tierra.

Tomado de: La Jiribilla

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El paso de las generaciones

Foto Cubadebate

Por Graziella Pogolotti

Cuando asumía sus funciones paternas, era autoritario. Me sometía a una disciplina férrea y, en ocasiones, me imponía tareas que me parecían absurdas. Desencadenaba así un sentimiento de rebeldía que se manifestaba a veces en ásperos conflictos. Y me incitaba a construir un mundo propio, con fuertes ligámenes grupales y marcado acento generacional, caracterizado por códigos de conducta y de lenguaje.  Reconozco ahora —demasiado tarde— que, a pesar de todo, mi padre me preparó para afrontar los desafíos de la vida y me dejó la siembra fecunda de valores éticos fundamentales.

Los conflictos entre padres e hijos tienen antecedentes tan remotos como la propia institucionalización de la vida familiar. En tiempos ya lejanos, la comedia latina fijó el arquetipo básico de un comportamiento nacido de diferencias de intereses y proyectos de vida.

En pleno siglo XVII, en el contexto específico de la Francia de Luis XIV, el teatro de Molière ya reflejaba la voluntad paterna de asegurar ventajas económicas a través de matrimonios de conveniencia y la defensa de la libertad de elección por parte de los jóvenes que, en su batallar, encontraban aliados cómplices eficaces en criados avezados en el empleo de maniobras astutas. Estos últimos emergían del fondo del escenario para adueñarse de un papel protagónico.

En aquel entonces, se accedía a la mayoría de edad, al cabo de demorada espera, tan solo al cumplir 25 años. Desprovistas de derechos, las mujeres carentes de dote eran enviadas a terminar sus días a un convento.

En una sociedad más compleja y en el contexto de un planeta más interdependiente, las causas de las contradicciones intergeneracionales son múltiples y se inscriben en acelerados procesos de cambio. Incluyen disparidades de intereses, proyectos de vida, cosmovisión y valores.

Para los dinosaurios formados en un ayer analógico, el predominio invasivo del mundo digital introduce obstáculos difíciles de salvar, agudizados por la presencia creciente de formas inéditas de comunicación interpersonal. El examen de la compleja urdimbre que enlaza el existir compartido de varias generaciones en el conjunto de una sociedad exige el empleo de las múltiples herramientas disponibles en el almacén de las ciencias sociales.

La investigadora canadiense Naomi Kleim desmontó hace años los sofisticados mecanismos de marketing utilizados para construir el espejismo de un universo juvenil homogéneo que borra las señales de origen de clase, de tradiciones culturales, de origen nacional, urbano o campesino.

El procedimiento imantaba, bajo el imperio de apetencias similares, a los nacidos en Hong Kong, en tierras mapuches o en un empobrecido hogar de Harlem. Apremiados por el afán de pertenencia, aspiraban todos a exhibir la etiqueta de una marca prestigiosa en el pantalón o el zapato de tennis.  Símbolo de insurgencia en los 60 del pasado siglo, el blue jean perdía su desafiante carácter corrosivo al producirse por millones en fábricas de un tercer mundo empobrecido, aunque se identificara en todas partes con el nombre de una marca reconocida por el establishment. De ese fenómeno comercial en gran escala se derivó la tendencia a considerar la etapa juvenil como un bloque homogéneo que trasciende las contradicciones históricas, sobrevivientes en todo conglomerado humano.

Aplicar categorías abstractas al análisis de la sociedad conduce a desconocer la complejidad latente en un cuerpo vivo, siempre mutante en el curso del torrente histórico, modelado a tenor de las circunstancias concretas.

Considerar la juventud desde una óptica distanciada como un bloque homogéneo constituye un espejismo engañoso que exhibe tan solo las naturales diferencias generacionales, forjadas, ellas también, en experiencias de vida resultantes de los procesos históricos e integradas al imaginario colectivo.

Mi generación nació bajo el impacto del golpe de Estado de Batista. De repente, un madrugonazo truncaba sueños y proyectos de vida. Creció al calor de una Revolución triunfante. Podíamos emprender la siempre postergada construcción de un país. Una plataforma común juntó a jóvenes intelectuales y a recién alfabetizados, a hijos de campesinos, de obreros y de desesperanzados buscadores de trabajo. Percibimos la posibilidad cercana del aletazo de la muerte y la convocatoria urgente a la siembra de futuro, aunque el comedor universitario ofreciera potaje de chícharos y postre de chicharillo. Compartíamos un universo sonoro similar. Y sin embargo, la marcha generacional no fue homogénea. Padecimos rupturas definitivas. El modo de hacer las cosas suscitó discrepancias, contradicciones y conflictos que no rompieron la unidad fundamental en torno al proyecto de nación.

Inmersos en un mismo ambiente sonoro, imantados por los teléfonos celulares, nacidos en circunstancias económicas difíciles, los jóvenes muestran, a la vez, una diversidad de rostros y conductas. Proceden de distintos sectores sociales, de zonas urbanas o campesinas, crecieron en la atmósfera del múltiple espectro barrial capitalino. Son estudiantes, profesionales en el despuntar de sus carreras, trabajadores manuales, artistas o deportistas. Muchos se han entregado sin reservas a la lucha contra la pandemia. Sumergirlos a todos bajo el manto de una categoría abstracta fragmenta la sociedad en compartimentos estancos, levanta barreras y prejuicios. Acercar el oído al latir de la realidad concreta y viviente, siempre compleja y contradictoria, favorece el diálogo, puente indispensable del reconocimiento mutuo, enlace necesario entre el hoy y el mañana.

Tomado de: Juventud Rebelde

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Alexa, ¿qué llevas puesto?

Por Genoveva López @genolomo Elena Martínez Vicente

Yolande Strengers es investigadora y profesora en la Universidad de Monash, en Australia. Su campo es la sociología digital y la tecnociencia feminista, además de adentrarse en el mundo de los algoritmos éticos y la interacción robot-persona. Recientemente ha publicado, junto a la también investigadora Jenny Kennedy, The Smart Wife. Why Siri, Alexa, and Other Smart Home Devices Need a Feminist Reboot (The MIT Press, 2020), un libro en el que exploran cómo los nuevos dispositivos de ayuda impactan en las relaciones de género. “Cuando empezamos a investigar la presencia de Alexa y otros asistentes de voz dentro de los hogares fue fascinante, porque la gente interactuaba con ellos como si fueran personas, como si hubiera una mujer nueva dentro de la casa”, cuenta Strengers a El Salto.

En su estudio, las autoras encontraron una evidencia clara: mucha de la tecnología, especialmente los asistentes de voz, está basada en el estereotipo de la perfecta esposa de los años 50 en el mundo occidental. “Estos aparatos refuerzan la fantasía de que las mujeres están permanentemente disponibles para servir. Además de poseer una personalidad subordinada, amigable y complaciente también asumen un rol de servicio. Están para satisfacer las necesidades de la familia”, afirma.

Las conclusiones de Strengers y Kennedy coinciden con el informe publicado por la Unesco en el año 2019 I’d blush if I could, sobre los sesgos de género en la inteligencia artificial. “Como la voz de la mayoría de los asistentes es femenina, se envía una señal de que las mujeres son ayudantes serviciales, dóciles y deseosas de complacer, disponibles con solo pulsar un botón”, se puede leer en las conclusiones del estudio.

Para que esto ocurra es necesario que las máquinas se antropoformicen como mujeres. La personalidad es un factor fundamental en el diseño y desarrollo de una VAVA —acrónimo de Voice Activated Virtual Assistant— y resulta importante para definir el comportamiento que tendrá ante las diferentes demandas de las personas que la usan. En términos generales, casi siempre se define que respondan con frases cortas y claras, que no utilicen jerga y que acudan a fuentes externas en caso de preguntas complejas. Siri y Alexa fueron diseñadas principalmente para ser amables al servicio de sus usuarios, aunque pasado el tiempo se han mejorado las versiones incorporando el sentido del humor para hacer frente a preguntas incómodas, y es aquí donde el acoso encuentra el perfecto caldo de cultivo para afianzar conductas sexistas mediante la pasividad de las máquinas.

Programación ante el acoso sexual

Al igual que las asistentes de voz asumen roles tradicionalmente asignados a mujeres, estas máquinas también son acosadas como las mujeres. Según Robin Labs, una empresa dedicada al software parlante, existen estimaciones de que el 5% de las órdenes que reciben las asistentes de voz son palabras de acoso sexual. Teniendo en cuenta que 4.200 millones de personas utilizaron asistentes de voz en el año 2020, la cifra es considerablemente alta.

Pero ¿cómo están programados estos aparatos para responder ante el acoso sexual? Si preguntamos a Cortana que lleva puesto, nos responde “una cosita de nada que me dieron en el departamento de desarrollo”. Si le pedimos que nos la chupe, es evasiva. “Cambiemos de tema, que esto no lleva a nada”, nos dice. Google Home, cuya voz predeterminada es de mujer, se entristece si la llamamos puta o guarra: “Siento que pienses eso de mí”. Siri, algo más cortante, te indica que no piensa responder a eso. Ante propuestas directas tipo “quiero follar contigo”, el asistente de Google responde que no nos entiende, Alexa no dice nada y Siri y Cortana responden “no”.

Según el informe de la UNESCO anteriormente mencionado, “el servilismo de las asistentes de voz digitales se vuelve especialmente preocupante cuando estas máquinas dan respuestas desviadas, deslucidas o de disculpa al acoso sexual verbal”. Silvia Semenzin es socióloga digital, investigadora en la Universidad Complutense de Madrid y profesora asociada en la Universidad de Ámsterdam. Acaba de publicar Donne tutte puttane (Durango, 2021) sobre violencia de género online. La autora comenta que “este tipo de estereotipos tienen consecuencias sociales. Estamos acostumbrando a las personas a que sea normal decirle a una cosa que se percibe como mujer que la vas a violar y no recibir respuesta de ningún tipo”, afirma Semenzin. “Y esto refuerza la cultura de la violación”, concluye.

La discriminación de voz en función del género de la persona que se relaciona con la máquina también responde al mismo tipo de sesgos. Soraya Chemaly, escritora y activista cuyos estudios se centran en el rol de género en la cultura, descubrió en una investigación que los asistentes virtuales Siri, Cortana, Google Assistant y S Voice eran capaces de responder a consultas sobre qué hacer en caso de ataque al corazón o pensamientos de suicidio, “pero ninguno reconocía las frases he sido violada o he sido agredida sexualmente”. En la actualidad, Siri ha sido actualizada y la respuesta que da es “Parece que puedes necesitar ayuda. Si quieres, puedo buscar en internet información sobre asistencia a víctimas de agresión sexual”, proporcionando números de teléfono y centros de ayuda a víctimas. Google, sin embargo, proporciona información general sobre qué es una violación.

¿Cómo se diseña una inteligencia artificial o un robot?

Nieves Ábalos es ingeniera informática especializada en interfaces conversacionales e impulsora de la iniciativa Women in Voice España, que se encarga de dar visibilidad a mujeres y otras minorías que no están representadas en el sector para que el futuro sea más inclusivo. “Al diseñar un asistente de voz, tenemos que conocer primero con quién va a hablar y qué problemas va a resolver”. Para ello, lo primero es definir cuáles son los ámbitos en los que la persona interactúa por voz y la personalidad del producto, comportamientos según ciertas situaciones, el tono y el uso de las palabras, según Ábalos. En el caso de los asistentes, además, se trabajan mucho las respuestas ante ciertas peticiones comunes como “hola” o “cuéntame un chiste”. En Google Assistant contrataron a un guionista de Pixar exclusivamente para definir su personalidad ante este tipo de respuestas, nos cuenta la ingeniera.

Pero, ¿por qué mujeres? Existen estudios que avalan que las personas percibimos la voz de los hombres como más autoritaria y la de las mujeres como más complaciente, pero la razón no es solo esa. Según Strengers, la introducción de asistentes de voz femenina “es un modo poco amenazante de introducir estos aparatos en  nuestras vidas sin preocuparnos mucho”. Para la investigadora, las empresas “utilizan personajes familiares y estereotipados para que no nos preocupemos por otros asuntos como por ejemplo, los problemas de seguridad y privacidad que conllevan estos aparatos”.

Los asistentes más conocidos vienen por defecto con voz femenina y están programados con personalidad de mujer. Según estas compañías, esto responde a amplios estudios previos donde se ha evaluado cómo se perciben ciertas voces. “En todo proceso de diseño, desde la conceptualización hasta los test de usuario, siguen presentes los estereotipos mujer/cuidadora/secretaria y hombre/experto”, afirma Ábalos, especialista en el campo del diseño. “Deberíamos pasar por un diseño de la tecnología más inclusivo”, comenta Semenzin. La investigadora opina que es necesario preguntarse por los objetivos de la tecnología y sus comportamientos. “Si el mercado pide algo discriminatorio es el papel de los tecnólogos tener un abordaje crítico y poner encima de la mesa visiones más inclusivas”, asegura la autora.

Ana Valdivia, investigadora doctoral de inteligencia artificial en el King’s College London comenta que “se podría perfectamente programar una asistente virtual que dé respuestas con perspectiva de género”. Menos de un 25% del personal que programa asistentes de voz son mujeres según el Instituto de la mujer, “y eso se nota —subraya Valdivia—, pero también es necesaria una mirada interseccional”. Existen herramientas, por ejemplo Data Feminism o Design Justice, que sirven para cuestionar patrones de poder o tener en cuenta la diversidad, afirma la investigadora.

Alexa feminista

Las voces que se alzan contra el sesgo en las asistentes de voz son cada vez más. Existen grupos de investigación que transversalizan la mirada decolonial, antiracista y feminista en el campo de la inteligencia artificial. Por ejemplo, el colectivo Feminist Internet desarrolla talleres para programar una Alexa feminista. Para ello han desarrollado una herramienta de diseño con perspectiva de género, aplicable a todos los artefactos programables en inteligencia artificial cuyo objetivo es establecer conciencia sobre los valores que se implementan en los mismos. Afirman que “el riesgo de no reflexionar sobre esto es que que el diseño refuerce los estereotipos negativos sobre grupos particulares de personas, lo que podría ser perjudicial”.

Este mismo colectivo programó F’xa, un chatbot de uso educativo. Su nombre procede del juego de palabras fuck y Alexa —que le den a Alexa—. Este chatbot no ayuda en las tareas domésticas y su tono no cumple con la servidumbre que se encuentra en la mayoría de las interfaces conversacionales. F’xa aborda el tema de los prejuicios de la IA desde una perspectiva feminista, según se puede leer en su página web.

Asimismo, existe Q, una inteligencia artificial de género neutro promovida por una coalición de colectivos y agencias de diseño y sonido cuyo objetivo es terminar con los sesgos de voz en inteligencia artificial. La voz fue grabada con personas que no se identifican en el binarismo sexual y después alterada entre los 145 y 175 Hertzios.

Bia, la inteligencia artificial de Bradesco, un banco brasileño, fue programada en abril con nuevas respuestas contra el acoso sexual. Antes, cuando recibía ataques verbales de contenido sexual la respuesta era pasiva: “No he entendido, ¿podrías repetirlo?”. La nueva programación implica respuestas directas y contundentes, sin servilismo ni pasividad: “Estas palabras no se pueden usar conmigo ni con nadie” y “para ti puede ser una broma, pero para mí es violencia” son algunas de las nuevas respuestas que ofrece Bia ante las insinuaciones sexuales de los usuarios. La acción está en consonancia con la iniciativa #HeyUpdateMyVoice (Hey, actualiza mi voz) que la UNESCO lanzó tras el informe I’d Blush if I could, para promover el cambio de programación de las inteligencias artificiales con sesgos machistas.

Tomado de: El Salto

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