Textos prestados

¿Comunismo vs. democracia? Ecuaciones ideológicas «electoreras»

Por Fernando Buen Abad Domínguez @FBuenAbad

Para esconder su basura ideológica, bajo el tapete del palabrerío electorero, las derechas han inventado una guerra fría de coyuntura confeccionada a medida de su desesperación. Son destellos de mediocridad consustancial en las jaurías corruptas que la burguesía adiestra para asegurarse el hurto de los recursos naturales y el salario de la clase trabajadora. Les llaman políticos para ensuciar a la política.

Esa operación de propaganda simplona, barnizada con odio de clase, sale del «ingenio» táctico y estratégico de los laboratorios de guerra ideológica disfrazados, a su vez, como think tank o agencias de publicidad. Ahí se devanan los sesos articulando frases y sofismas cuyo propósito incluye sembrar confusión, cristalizar desprecios y personificar odios bajo un etiquetado falaz sacado de los estereotipos más gastados y más añejos. Rancios.

Su ecuación ideológica no es más que un ataque artero contra un sector de la población que ha sido despojado de su derecho a la educación política básica y que es obligado, por la vía de la propaganda conservadora, a vincular la palabra comunismo con miedos paradojales: «los comunistas te quitarán todo». Eso, dicho a un pueblo ya despojado históricamente por el capitalismo.

A eso contribuyen no pocos «intelectuales», «periodistas», «académicos» y estafadores publicistas de las derechas que, desde su ignorancia funcional, incapaces de entablar análisis serios sobre la historia misma del comunismo, sus expresiones e interpretaciones más diversas, incluyendo las desviaciones y degeneraciones que en su particularidad no representan la totalidad, teórica y práctica, de una categoría política cuya influencia planetaria constituye un aporte crucial para la salida definitiva del capitalismo. Y esa es la razón del financiamiento y el despliegue que, en la coyuntura actual, como en otros antecedentes, deleita a las burguesías. Desde la aparición del Manifiesto del Partido Comunista en 1848.

El capitalismo convierte todos sus miedos en armas de guerra, incluso, ideológica. Una de esas armas trata, básicamente, de fabricar calumnias, de fabricar mentiras sobre la política y los objetivos del pensamiento comunista y, fundamentalmente, luego de satanizar toda revolución de los trabajadores, desprestigiar y enlodar las ideas de Marx-Engels y Lenin, Trotsky… entre otros. Gastan fortunas en eso. Como diría el Comandante Fidel Castro: «¿Quién ha dicho que el marxismo es la renuncia de los sentimientos humanos (…)? Si precisamente (…) fue el amor al hombre, a la humanidad, el deseo de combatir la desdicha del proletariado, el deseo de combatir la miseria, la injusticia, el calvario y toda la explotación sufrida por el proletariado, lo que hace que de la mente de Carlos Marx surja el marxismo cuando, precisamente, podía surgir una posibilidad real y más que una posibilidad real, la necesidad histórica de la Revolución social de la cual fue intérprete Carlos Marx. Pero, ¿qué lo hizo ser ese intérprete sino el caudal de sentimientos humanos de hombres como él, como Engels, como Lenin?».

Incluso, en buena parte del conservadurismo, el liberalismo clásico y el neoliberalismo… han organizado sus propias arremetidas anti-comunistas. Todos ponen, todos abonan. Son esas las fuentes que han financiado escuelas, bibliotecas y hasta «sabios» dedicados sesudamente a inyectar anticomunismo al «pensamiento intelectual». Dicen los anticomunistas que el marxismo está desacreditado, obsoleto, muerto y enterrado. Que el marxismo es utópico, que el marxismo fracasó. Que el marxismo es un dogma, una fe religiosa, un mesianismo. Que los comunistas son degenerados, autoritarios, sospechosos, inmorales, irrespetuosos, haraganes, apátridas, asesinos, que tienen malos modales, que son ateos, hippies, promiscuos, enfermos…

El anticomunismo, que debe ser denunciado siempre, especialmente cuando se presenta como ofensiva ideológica marrullera disfrazada de maneras electorales. Están poniendo de moda sus «comunismos» falsos, ideados por el anticomunismo, para desprestigiar al comunismo. Como el ladrón que acusa de ladrones a todos. Como el corrupto que denuncia la corrupción para seguir corrompiéndolo todo. Se ha usado el término para mil propósitos, entre propios y extraños, para la descalificación y para la confusión, para aclarar o para enturbiar. En la campaña política enmascarada como guerra fría electoralista ha dejado un campo minado que debe cruzarse con mucho cuidado y mucha claridad. Es necesario desplegar una ciencia política, descolonizada, muy activa, muy cercana a los pueblos y capaz de poner orden en las definiciones y en la praxis.

Tomado de: Granma

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Máximo Gómez: Su vida ejemplar ilumina e inspira

Máximo Gómez Báez fue general en la Guerra de los Diez Años y el General en Jefe de las tropas revolucionarias cubanas en la Guerra del 95

Por René González Barrios

Con profunda emoción y respeto, eternamente agradecidos, rendimos tributo en el aniversario 116 de su partida física, a unos de los hijos más preclaros de América, al excelso patriota dominicano y cubano por derecho propio, Máximo Gómez Báez.

Su deceso conmocionó la Isla. El pueblo lo lloró desconsoladamente. Fueron momentos de estremecimiento y luto no vividos antes en el país, como si con él marcharan a la eternidad las glorias del Ejército Libertador, y al unísono se diera el último adiós a Céspedes, Agramonte, Martí y Maceo: a los fundadores de la nación cubana. Tal fue su legado.

Para quienes lucharon a sus órdenes, Máximo Gómez fue un padre riguroso, estricto, pero amado. Para el pueblo, un ídolo, un ícono de múltiples y excelsos valores: entereza, audacia, temeridad, sacrificio, humildad, honradez, trabajo, ejemplo personal, firmeza de convicciones, inteligencia, mesura, desinterés, nobleza de espíritu, soberanía, incansable lucha por el bienestar del pueblo. Para él, la Patria estaba por encima de todo.

Como jefe militar, despertó entre sus contemporáneos opiniones diversas. Idolatrado, admirado, respetado y querido, era a la vez temido. Fue una rara simbiosis de ternura y noble corazón, revestido de una imagen impenetrable. El general Enrique Collazo lo reflejaría como un hombre “…ardiente, tenaz, de pasiones violentas y de un golpe de vista rápido y certero, audaz en sus concepciones y en la ejecución, de firmes propósitos y de un patriotismo y desinterés poco comunes.”

Bautizado en su momento como el Napoleón de las guerrillas, recibió de sus enemigos opiniones de respeto y admiración. Para el Capitán General Arsenio Martínez de Campos, fue “…el primer guerrillero de América.” El mariscal de campo Francisco Acosta Albear lo citaba como “…entendido y hábil general insurrecto.” El Capitán general Ramón Blanco y Erenas, reconocía en él, “…clara inteligencia y nobles sentimientos.” Para el General Federico Ochando, “…era quizás el carácter más organizador, y la mejor inteligencia militar de la insurrección.” El Mariscal de Campo Manuel Armiñán, su rival en la batalla de las Guásimas, lo reconocía como “…el que más valía de nuestros enemigos.” El General Manuel Aznar lo consideraba un “…émulo de Zumalacárregui…”, el legendario guerrillero vasco que combatiera a las tropas napoleónicas. El político español Antonio Cánovas del Castillo, lo identificaba como “…el único General que había en Cuba.”

Miembro del contingente de patriotas dominicanos que acompañaron a Carlos Manuel de Céspedes en los momentos iniciales del levantamiento en Demajagua, en el que sobresalían los hermanos Marcano y el general Modesto Díaz, su figura se convertiría en poco tiempo en símbolo universal de espíritu solidario y referente del internacionalismo revolucionario. Decenas de dominicanos siguieron su ejemplo sumándose al Ejército Libertador, lo mismo que cientos de combatientes extranjeros. En la gesta del 95 su cocinero era un español, lo mismo que su archivero. En su escolta y ayudantía, combatían más de una decena de españoles. Propugnador como Martí de la guerra sin odio, sobre España, afirmaría: “Yo he hecho la guerra a España, no a los españoles, a quienes respeto y quiero verlos unidos a los cubanos para que todos unidos terminemos la obra que ya toca a su fin.”

Gómez pasara a la posteridad como el ejemplo más representativo de la evolución y desarrollo del arte militar cubano en las gestas independentistas, el maestro y forjador de diferentes generaciones de jefes y soldados cubanos. En su honor, la Academia de las Fuerzas Armadas Revolucionarias lleva su nombre. Fue, además, un hombre de cultivada y esmerada cultura. De ello da muestra en su poética definición del arte de la guerra irregular:

“El combatiente amó la montaña, el matorral, la sabana, amó las palmas, el arroyo, la vereda tortuosa para la emboscada; amó la noche oscura, lóbrega, para el descanso suyo y para el asalto al descuidado o vigilado fuerte enemigo.

Amó más aún la lluvia que obstruía el paso al enemigo y denunciaba su huella; amó el tronco en que hacía fuego a cubierto, y certero; amó el rifle, idolatró al machete. Y cuando tal amor fue correspondido y supo acomodarlo a sus miras y propósitos, entonces el combatiente se sintió gigante y se rio de España.”

Su visión política era coincidente y estratégicamente martiana. El Manifiesto de Montecristi lleva la impronta de su savia. Para Gómez, América era una, del Bravo a la Patagonia. Las Antillas, como hermandad de naciones, necesariamente deberían formar el escudo protector del continente. La causa independentista de Puerto Rico era tan suya como la cubana. Fue tal la universalidad de su figura, que los revolucionarios filipinos le escribieron solicitando sus consejos y asesoría en la lucha contra España.

Casado con Bernarda Toro Peregrín, Manana, inmaculada patriota cubana, engendró una familia en cuyo seno se respiraba armonía, nobleza, amor y humildad. Su hijo Panchito, modelo de joven revolucionario de todos los tiempos, émulo suyo, en los campos de Cuba, bajo las órdenes del general Antonio Maceo, demostrando la educación recibida, le escribiría:

“Me siento, papá, muy pequeño: hasta que yo no haya dado la cara a la pólvora, y a la muerte, no me creeré hombre. El mérito no puede heredarse, hay que ganarlo.”

Máximo Gómez hizo del trabajo y la pasión por la tierra un culto. “En mi vida no he odiado más que una cosa: la guerra. Es la agricultura el más grande amor mío; yo amo la tierra que desenvuelve mediante el alimento y el trabajo las fuerzas del hombre.” Había referido. Sobre la importancia formadora del trabajo escribiría en 1894: “…No hay médico más insigne para curar todos los males, como es el Trabajo, a él me he dedicado con ahínco y no me ha faltado pan para mis hijos.”

Patriota incansable, pese a los denuestos y desencuentros del pasado, asumió de inmediato el llamado de Martí al “…placer del sacrificio y la ingratitud probable de los hombres…” En el 95, cumplió el sueño cespedista de la invasión a Occidente y, tras vencer al ejército colonial en cruciales batallas, desplegó campañas como La Lanzadera y La Reforma, dignas de estudio en los más encumbrados tratados del arte militar decimonónico.

En 1884, mientras preparaba en Honduras el Programa de San Pedro Sula, llevado por su experiencia, patentizaba que “…El medio más seguro de vencer es saber por dónde, cuándo y cómo viene el enemigo. Procuremos que de nosotros se ignoren estas tres circunstancias.” Así vislumbró los destinos de Cuba, y se percató en su momento, del impacto y alcance de la intervención militar de Estados Unidos. Al respecto, el 8 de mayo de 1901 reflexionaba en profética carta al patriota puertorriqueño Sotero Figueroa:

“El triste pasado ya lo conocemos, y en el presente abierto tenemos el libro de nuestras tristezas para leerlo. Lo que tenemos que estudiar con profundísima atención, es la manera de salvar lo mucho que aún nos queda de la Revolución redentora, su Historia y su Bandera.

“De no hacerlo así, llegará un día en que, perdido hasta el idioma, nuestros hijos, sin que se les pueda culpar, apenas leerán algún viejo pergamino que les caiga a la mano, en el que se relaten las proezas de las pasadas generaciones, y esas, de seguro les han de inspirar poco interés, sugestionados como han de sentirse por el espíritu yankee”.

Ante la presencia estadounidense en Cuba y el imperio de la Enmienda Platt, fueron permanentes sus llamados a la unidad. “…Formar grupo es dividir, y dividir en política es la muerte o el agotamiento inútil…” había escrito en 1899 al cubano Martín Servía. Para asegurar los destinos de Cuba, la unidad era el arma política a la que siempre apeló. Amargas experiencias de desunión en las guerras pasadas, a las que se opuso siempre con firmeza, le habían servido de lección.

Dechado de virtudes cívicas y morales, el Generalísimo del Ejército Libertador Cubano se yergue en la historia de la Patria, como faro inagotable de luz y guía para el presente y el futuro de la nación. Su mirada auscultadora de cuanto observó, lo llevó a conocer, como pocos, la esencia de la idiosincrasia y la cultura de los hijos de esta Isla.

A los poetas brindó siempre deferente trato. En su Estado Mayor, en los pocos momentos de descanso en la campaña, organizaba conciertos de poesía para la elevación del espíritu y el enriquecimiento del alma.

Figura inspiradora, el matancero Bonifacio Byrne, como presintiendo la magnitud de su destino, adelantándose a su muerte, sentenciaría en 1900, en proféticos versos:

¡Émulo de Bolívar! En la historia

Tu nombre habrá de ser una alborada

!El sol es un reflejo de tu espada,

Y tu espada es un átomo en tu gloria!

 

Se purifica la mundana escoria,

Con tu austera figura inmaculada,

E igual a una mujer enamorada

Va siguiendo tus pasos la victoria.

 

¡Aún te sobra vigor! Tu brazo es fuerte;

Céspedes y Agramonte, conmovidos,

Tan grande y noble y generoso al verte

 

En una misma admiración unidos,

Desde el umbral de luz que hay en la muerte

Te esperan con los brazos extendidos!…

El 20 de agosto de 1998, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, visitó República Dominicana. Admirador sincero del Generalísimo, viajó a Baní, cuna del prócer, para rendirle tributo. Conocía Fidel la identidad de pensamientos que unía al ilustre banilejo con el humanismo martiano y que, hombre de paz que odiaba la guerra, soñaba con la creación de escuelas y la formación del pueblo, como forja de las generaciones futuras y fragua de la nueva nación. Ningún reconocimiento más leal a la memoria de Máximo Gómez, que el anuncio oficial de la donación por Cuba de un politécnico en la ciudad que lo viera nacer.

En ocasión de la visita, expresaría Fidel:

Hay un nombre que sintetiza esa hermandad: Máximo Gómez. Hijo humilde de este pueblo, supo convertirse en hijo insigne y entrañable del pueblo cubano por derecho ganado en su lucha por la independencia de Cuba, a la que aportó su brazo y su machete, su genio militar y su coraje, un notable talento político y un profundo pensamiento revolucionario.

Y concluía:

“…de aquel humilde campesino pudo surgir también un genio de las letras.”

El general que se considerase a sí mismo una “…aproximación de Don Quijote…” durante la guerra, escribía de noche hasta altas horas, legando a la posteridad una inmensa obra epistolar, reflexiones, literatura de campaña y su imprescindible Diario, documentos todos, en los que se revela la dimensión de su patriotismo y su personalidad.

Loable será el día en que veamos materializado el proyecto de sus Obras Completas, y los sueños de un mambí que trabajó incansablemente por rescatar su Cuartel General en la Quinta de los Molinos, la Casa en la que falleció en el Vedado Habanero, su tumba sagrada y está ceremonia que nos honra como patriotas cubanos. El espíritu de Eusebio Leal nos acompaña.

Nuestra gratitud eterna al Generalísimo. Su vida ejemplar, ilumina e inspira.

Tomado de. Cubadebate

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Lucrecia Martel: ¿Qué es una atmósfera?

Por La mirada de los comunes

Martel, a fin de mostrar cómo la producción de una atmósfera exige algo distinto de los y las espectadoras, exige su imaginación, su emancipación. ¿Emancipación de qué? De la tiranía del sentido, del significado, de la verdad y del juicio: sus filmes no son mejores que otros, no representan más o menos a los indios del corazón de América, no nos entregan de manera limpia el significado de nuestras existencias, como tampoco denuncian sin matices las opresiones del mundo contemporáneo. Lo que hacen las atmósferas es obligarnos a explorar, a leer un mapa que no está dibujado sino sobre el territorio: una atmósfera nos obliga a leer.

En la versión del año 2014 del Festival Internacional de Cine de Valdivia, Lucrecia Martel dictó una charla cuyo concepto central era el de phonurgia. La cineasta en suspenso, cuya filmografía se acercaba veloz a cumplir una década de inactividad, pretendía mostrar una idea simple, polémica y difícil de tragar: que el cine no se trata de imágenes. O, al menos, que puede no basarse en las imágenes, entendidas como el camino más fácil que nuestra cultura tiene para comunicarse (“nuestra cultura”, aclara, es la de europeos y latinoamericanos, pero también la de los chinos y los indios). Para evidenciar su punto —un punto muy lejano a la demostración científica clarifica con la precisión de una exploradora— realizó un experimento: a cada participante del encuentro le entregó un trozo de papel en el que debían dibujar “una mujer mirando un reloj” y, en el anverso, “una mujer escuchando un reloj”. El dibujo debía ser esquemático, es decir utilizando la menor cantidad de recursos, y de este dibujo —ese era el ejercicio— dependía la libertad de los asistentes: quiénes lo lograran con éxito podrían salir ilesos de una prisión imaginaria. Este simple ejercicio despertó la facultad imaginativa de las y los asistentes, de modo tal que elucubraron, junto a Martel, diversas teorías sobre la percepción, la iconografía, la cultura, la escritura y la lectura. Que todos los dibujos dispusieran a la mujer a la izquierda y el reloj a la derecha se debía a nuestra forma de leer, o bien a que la premisa misma ponía la mujer antes que el reloj; que la mujer estuviera sobre el reloj cuando miraba, pero bajo él cuando escuchaba, daba cuenta de la disposición activa del mirar y de la disposición pasiva del escuchar; que los relojes fueran analógicos daba cuenta de nuestras estructuras comunes de imaginación, quizá formateadas por un complejo de experiencias comunes que poco varían de una persona a otra. Sin embargo, lo que le interesaba a Martel era demostrar otra cosa: que nuestros modos de experimentar el mundo están normalizados, las experiencias y los gestos capturados por un modo unitario de sentir, de percibir, de mirar.

«El cine del final desprecia el presente», dice Martel para referirse al cine imperial de Hollywood, ese cine que bombardea los cines con sus películas idénticas unas a otras. El cine que busca contar un final, del cual las series son su mejor versión y Disney su gran campeón, no consigue comprender que lo que se comunica no es un mensaje, sino una experiencia. Tampoco se comunica una experiencia, en la medida en que podamos reproducir en otros lo que hemos vivido, sino que el cine produce una relación con sus espectadores y espectadoras: esa relación puede ser embrutecedora, en la medida en que le expliquemos de manera detallada cómo es que cada elemento tiene un rendimiento productivo en relación con el final, que es lo único relevante; pero también esa relación puede ser emancipadora, «política» dirá Martel, en la medida en que genera una atmósfera. El cine que reposa sobre un final bien contado comprende la narración como algo simplemente resumido en la trama: «En este tipo de cine no se puede separar la trama de otros elementos normativos que generan la atmósfera», dice Martel a fin de mostrar cómo el cine es algo más complejo que una serie de imágenes que producen ciertos efectos. Pero, ¿qué es una atmósfera?

En 2017, en el Centro Cultural La Moneda, en Santiago de Chile, Martel estrenaba su adaptación de Zama, aquel libro tan literario de Antonio di Benedetto del que muchos ya anticipaban su imposibilidad de ser traducido al lenguaje del cine. Y claro, pensaba Martel, no se trata de traducir la trama sino de producir una atmósfera. En esa visita, Martel portaba una cajita transparente en la metía un teléfono celular con su linterna encendida y decía: «¡Esto es el cine!». Rechazando las lecturas colonizadoras y simbolistas de su obra, Martel decía que su único esfuerzo consistía en producir una atmósfera. Por atmósfera se refería a un campo complejo de relaciones entre elementos que interactúan entre ellos de maneras que, a veces, no podemos comprender del todo. «Como el ruido que sentí de niña en Salta, un gran UUUUUUUHHHHHHHUUUUUUU, del que primero pensé que era el diablo, pero luego constaté que se trataba de Dios. Luego confirmé de nuevo que no era Dios, sino un calefón», dice Martel a fin de mostrar cómo la producción de una atmósfera exige algo distinto de los y las espectadoras: exige su imaginación, su emancipación. ¿Emancipación de qué? De la tiranía del sentido, del significado, de la verdad y del juicio: sus filmes no son mejores que otros, no representan más o menos a los indios del corazón de América, no nos entregan de manera limpia el significado de nuestras existencias, como tampoco denuncian sin matices las opresiones del mundo contemporáneo. Lo que hacen las atmósferas es obligarnos a explorar, a leer un mapa que no está dibujado sino sobre el territorio: una atmósfera nos obliga a leer.

«Mucho se ha dicho y escrito sobre la escritura, pero como cultura hemos pensado poco en la lectura», dice Martel. Porque leer es difícil cuando el texto que se lee no está escrito en nuestro idioma. El mundo no nos habla en nuestro idioma y eso es cansador, razón por la cual Hollywood se ahorra la tarea y hace que todo sea digerible sin mayores esfuerzos. Leer, para Martel, es la manera en que se explora una atmósfera. Por eso, en el corazón de su obra se encuentra La niña santa (2004), un filme sobre la lectura: ¿cómo vamos a poder leer de manera correcta la señal divina? ¿Cómo sabremos leer el momento en que Dios nos interpele, nos haga el llamado? Y en el corazón de este corazón hay una escena que articula toda la atmósfera marteliana: luego de discutir con sus compañeras de pastoral sobre los criterios para leer la vocación que el plan divino les depara, Amalia se queda obnubilada en la calle por una interpretación en theremín de la Aria de la suite número 3 de Johann Sebastian Bach. En esa pequeña multitud que se aglutinó para contemplar al artista que tocaba ese instrumento que según Lenin no se puede tocar, un hombre, el doctor Jano, se aprovecha para posarse detrás de Amalia y puntearla, frotar su pene con su culo, mientras suena la Aria. Mientras el acoso acaece, el rostro de Amalia se ilumina con una luz reflectada por algún espejo, un rostro que no busca venganza ni castigo al girarse, sino gratitud: su vocación había sido develada por Dios. Lo que hizo Amalia fue leer una atmósfera, la atmósfera en que estaba inmersa, y es en ese momento en que comienza su exploración sexual, corporal, interpersonal y religiosa. Es el momento en que Amalia lee el mundo, y es la manera en que Martel lee el cine: el cine se lee leyendo, pero leer no es una actividad pasiva, como tampoco lo es la escucha.

El nombre “Phonurgia” Martel lo obtiene de un tratado de acústica publicado en el siglo XVII, titulado Phonurgia Nova, escrito por el padre jesuita Athanasius Kircher. En este tratado el padre Kircher se proponía repensar el mundo a través del sonido, ideando complejísimos sistemas de tubas y cuernos, de megáfonos y trompetas, que conectasen los sonidos de toda una ciudad, de modo tal de hacer que la ciudad y cada uno de sus edificios y estatuas estuviesen siempre emitiendo algún sonido. Lo que se proponía Kircher era romper con el predominio del icono, para dar lugar al sonido. Esta compleja teoría del sonido como iconoclasia es lo que Martel recupera como proyecto político. El cine, entendido como atmósfera, requiere de una operación de inmersión: caemos en una atmósfera y estamos forzados a trabajar por entender algo. Los ruidos nos descolocan, porque el predominio de las imágenes nos ha convertido en animales principalmente visuales. De hecho, la misma palabra “ruido” nos señala una dimensión externa a nuestro campo habitual de experiencias: un sonido no es un ruido, porque al sonido le podemos atribuir un sentido y un origen, cosas que solemos descartar con el ruido. Los ruidos nos molestan porque no sabemos leerlos, lo que no significa que no podamos.

En Zama, un filme cuya atmósfera húmeda y calurosa nos obliga a sumergirnos en una lectura del presente, destaca un ruido: mientras doña Luciana conversa banalidades con don Diego de Zama, un par de negros aparecen en el segundo plano moviendo unas inútiles planchas de madera y paja que servían tanto como un ventilador apagado. Más que hacer viento, el movimiento de las planchas hacía ruido, el ruido chillón del frote entre las maderas húmedas. Ese ruido ordena toda la atmósfera: nos recuerda el calor, la humedad, pero también la esclavitud, la opresión de los negros, la crueldad de los servidores y servidoras del imperio; nos recuerda que una atmósfera no es solamente una cuestión de calor o frío, sino un reparto político de las maneras en que sentimos y experimentamos el mundo. Una atmósfera nos recuerda que vivimos un presente, que también es una atmósfera. Resulta gracioso que, para echar a los negros del salón, doña Luciana les diga que ya no quiere ventilación. Cesa el ruido, cesa la farsa del viento, se refuerza la opresión esclavista: se constituye la atmósfera.

En sus notas del rodaje de Zama, reunidas bajo el nombre El mono en el remolino, la escritora Selva Almada apunta cómo es que Martel necesita producir una atmósfera. Esta atmósfera si bien es distinta de la atmósfera propia de Formosa, toma sus elementos para hacer de ellos otra cosa, para «proyectar un ayer desde el hoy», como dice Martel, «para leer el presente». Almada cuenta una anécdota: «En el casting, Lucrecia Martel les pedía a los postulantes que le contaran un sueño. Un hombre contó que volaba en un caballo blanco, sin alas, y llegaba a un mundo lejano, otro planeta, un jardín de árboles alineados, manzanos, perales, naranjos, un jardín de frutas deliciosas. El caballo corcovea y él cae. Ahí terminaba el sueño. En ese momento el hombre se tapó la cara y se puso a llorar, porque se acordó de su padre muerto, que una vez le dijo que él tenía un don».

Los lentes de Martel

Martel repite una escena a lo largo de sus filmes: aquella en la que ocurre algo detrás de un vidrio, de una ventana. Algo así como ver el mundo a través de unos anteojos que permitan marcar una distancia entre nosotros y la atmósfera. O quizá sea esa la manera en que Martel confirma que estamos inmersos en una atmósfera: haciéndonos olvidar que frente a nosotros hay un vidrio, un espejo, una pantalla.

Tomado de: El Agente Cine

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Estrés hídrico: por qué el agua es el nuevo petróleo

Por Mauro Fernández

En su mansión al norte de Nueva York, Laurence Fink, uno de los treinta hombres más poderosos del planeta, se despertó con sed. Era 2 de noviembre y cumplía 66 años. Todavía no había pandemia. Se levantó de la cama a las cinco de la mañana y no tomó nada. Con la garganta reseca apretó la nariz contra la ventana de la sala de estar, mirando al parque de cuatro hectáreas. Después de veinte segundos inmóvil, tragó saliva. Las mejores ideas de su vida las había tenido siguiendo intuiciones. Nadie sabría cómo se gestó la más reciente ofensiva sobre el agua, pero Larry recordaría siempre esa sedienta mañana.

Fink tiene ahora 68 años, es más largo que alto, tiene una alopecia profunda y usa anteojos sin marco. Se ríe seguido y la comisura derecha se le levanta con picardía porteña. Su padre era zapatero y su madre, profesora de inglés. Nació en Los Ángeles y estudió ciencia política en la Universidad de California, donde se unió a la fraternidad universitaria Kappa Beta Phi. Catorce años después de recibirse, fundó y se convirtió en el número uno de BlackRock, hoy el fondo de inversiones más grande del mundo. En 2020, el grupo gestionó fondos por 8,7 billones de dólares, una riqueza que lo posicionaría como la tercera potencia mundial, solo detrás de Estados Unidos y China. El fondo es copropietario de más de diecisiete mil empresas entre las principales farmacéuticas (Pfizer), alimentarias (Bayer-Monsanto y Coca-Cola), petroleras (Exxon Mobile) y tecnológicas (Apple y AOL), entre otras. Es la cueva donde nunca descansan los mejores lobos de Wall Street; una manada de la que Larry es el macho alfa. Si bien toma impulso con sus intuiciones, Fink siempre se basa en las proyecciones. Desde hace años conoce los informes sobre la escasez del agua en el mundo, acelerada por el derretimiento de los glaciares, la contaminación y su uso intensivo, en particular del sector agrícola –el 72% del consumo global se utiliza de ese modo de acuerdo a la ONU–, los municipios y las industrias. Según el World Resources Institute, en los últimos cincuenta años la demanda doméstica se incrementó en más de un 600%. Pero la ONU estima que aún 2.200 millones de personas (casi un tercio de la población global) no tienen acceso seguro al agua potable, y tres mil millones no acceden siquiera a lavarse las manos con agua y jabón. Para los jugadores como Fink, gestionar e incrementar artificialmente esa escasez es una excelente oportunidad de negocios.

BlackRock avanzó en su proyecto por distintos frentes. En julio de 2020 publicó el informe Troubled Waters (Aguas turbulentas), en el que advirtió que el estrés hídrico —mayor demanda que disponibilidad del recurso— produciría graves riesgos financieros en las próximas décadas. Mencionó especialmente los riesgos para el sector inmobiliario, el agrícola y la generación eléctrica. Lo vinculó, además, con las sequías y las inundaciones producto de la crisis climática. Reconoció el contexto y tomó carrera.

En diciembre de 2020, el agua comenzó a cotizar en Wall Street, esa cueva de Fink y otros popes de la economía de mercado global. Se trata, por el momento, de precios futuros para el comercio de agua de cuencas de California para el mercado agrícola. Pero también es lo que parece: el mecanismo técnico necesario para abrir formalmente el camino a la commoditización del agua.

Luego la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, reconoció que “durante años, varias generaciones pelearon guerras por el petróleo; en un corto tiempo se pelearán por el agua”. Para defender el recurso, Harris la catalogó como una “commodity preciosa”. Plantea así un escenario en el que el agua nos llevará o bien a la guerra formal y conocida o bien a otra más abstracta, pero igual de sangrienta, que deviene de ingresarla con un valor cuantificable, competitivo y comerciable. Lo que propone la vicepresidenta norteamericana es que si queremos evitar que nos arrebaten el agua al calor del hierro, debemos aceptar —y abrazar— su valorización económica.

En 2020 Fink mostró su primer modelo de ataque. Copropietario de la farmacéutica estadounidense Pfizer, dueña de una de las vacunas que se comercializa contra la covid-19, habría exigido que los países que querían comprar la droga pusieran activos soberanos a modo de garantía para responder ante eventuales juicios futuros. El caso fue develado por una investigación periodística del Bureau of Investigative Journalism y reiterado en Argentina por Jorge Rachid, asesor del gobierno de la Provincia de Buenos Aires, quien declaró que Pfizer le exigió a la Argentina que sancionara una ley que eventualmente permitiera embargar los glaciares andinos. Si algo salía mal con la vacuna, Argentina respondería con sus cuerpos de hielo, nada menos que sus reservas de agua. El país, hasta ahora, rechazó esas condiciones.

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Cordillera de los Andes. Centro-oeste de la Argentina. Departamento de Las Heras, provincia de Mendoza. Allí se emplaza la Reserva turística Villavicencio. Un paraíso verde entre las altas cumbres, a casi dos mil metros sobre el nivel del mar, que corona una construcción blanca de estilo andina. El Hotel Villavicencio tiene cuatro pisos y techos de tejas ocre. La reserva posee el 8% de la superficie total del departamento. El dominio de esas 72 mil hectáreas que incluyen el manantial, tres ecosistemas distintos, 240 especies de fauna y 200 especies de flora es privado. Desde el año 2000, lo administra la compañía multinacional Danone. El acceso es arancelado (hoy ingresar cuesta unos dos dólares) y parte de los caudales de agua son embotellados por esa compañía en botellas que llevan la imagen del hotel impresa y luego son vendidas a un dólar el litro.

Lejos de la figura clásica del villano de película que acompaña a las corporaciones agrotóxicas, fósiles o megamineras, las que venden agua avanzan con rostro humano y cercanía a las poblaciones. Son la vanguardia sensible de esta embestida sobre el bien estratégico del siglo XXI.

Según datos de 2018, solo tres corporaciones controlan el 85% del mercado del agua en Argentina: Danone, Nestlé y Coca-Cola. ¿Quién se esconde detrás de las tres? Los lobos. El 10% de Coca-Cola (Coke Inc.) es controlada por BlackRock; en Danone, aunque el principal fondo de inversión es otro —el Massachusetts Financial Services—, el gigante norteamericano tiene más del 5%; y en Nestlé ningún accionista supera el 3%, excepto la compañía de Fink. Estos gigantes financieros lanzan sus inversiones detrás de toda gran empresa global. Esto es clave para entender el criterio que aplican sobre el agua y su commoditización, así como para identificar a los ganadores y los perdedores de esta idea que deja de ser amenaza latente para convertirse en realidad.

La intención se oculta con publicidad. Coca-Cola propone que sientas el sabor. Nestlé habla de buena comida, buena vida. Danone va más allá: un planeta, una salud dice en un registro épico. Los sitios web de las principales embotelladoras están inundados de noticias sobre sustentabilidad, medio ambiente, bienestar y reciclaje. Parecen una oenegé, cuando su core business es embotellar un derecho. La estrategia de marketing está disfrazada de responsabilidad social.

Coca-Cola, por ejemplo, acordó con el Gobierno de Salta que llevaría agua potable a la región. En principio, con una prueba piloto que aplicara veinte (sí, veinte) filtros familiares a comunidades originarias de los departamentos de Rivadavia y San Martín. No importa que para fabricar un litro de Coca-Cola se utilicen litros y litros de agua, sin contar la cantidad utilizada para el envase o el endulzante. A pesar de su rol clave en el sector del agua embotellada, a través de Bonaqua y Kin, el foco de la empresa norteamericana sigue siendo su gaseosa de bandera y su estrategia comercial no logra despegarse del impacto que produce como sí intenta, con mejor éxito, la francesa Danone.

Ya sea en la promoción de lácteos como garantes de salud o en la gestión del agua, Danone no solo busca parecer una oenegé: también las financia. Así, junto al programa SedCero —que integra junto con el Rotary Club, la empresa de marketing sustentable Diamonds, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y organizaciones sociales—, lanzó en 2018 en la Casa Rosada la Plataforma del Agua. Esta herramienta busca, según su sitio web, facilitar procesos de “desarrollo inclusivo y sustentable”. Desde ese espacio, el último Día Mundial del Agua que se celebró el 22 de marzo, Danone, SedCero, Avina y la Universidad Nacional de Quilmes firmaron un convenio con el Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales que depende de la Jefatura de Gabinete de la Nación. El documento, con la carta intención, no se hizo público ni se conocieron avances posteriores, pero tanto desde el Estado como desde las organizaciones firmantes aseguran que la colaboración pondría a disposición del Consejo la información sobre vulnerabilidad en el acceso al agua generada por la mencionada plataforma, financiada por la principal embotelladora del país.

Los datos de escasez de agua en Argentina son alarmantes. Según el INDEC, cinco millones trescientas mil personas no tienen acceso al agua potable en sus viviendas y más del 13% de los argentinos no gozan de acceso permanente a este recurso vital. En las zonas rurales, como el Gran Chaco —donde centra su actividad el programa SedCero—, la situación se agrava y la escasez hídrica alcanza al 41% de los hogares. La inexistencia de una ley nacional para regular el agua aumenta la complejidad del abordaje, imposibilita el acceso a los datos reales y deja librada la gestión a colaboraciones con privados que se benefician con la venta del recurso que se busca garantizar.

El Consejo Nacional es un espacio de articulación entre distintas áreas del Estado que busca optimizar los recursos en relación a las poblaciones más vulnerables. Su presidenta, Victoria Tolosa Paz, no considera que el rol del sector privado en la gestión de estos datos despierte ninguna alarma. Por el contrario: cree que los datos hay que buscarlos allí donde están, para poder cruzar la información existente con los mapas de vulnerabilidad y acceso al agua y acercar soluciones urgentes a los que más necesitan ese recurso. “Sin datos no se pueden tomar decisiones”, dice. Durante las semanas que duró esta investigación intentamos comunicarnos con la empresa, pero no se logró más que una promesa de respuesta futura.

Buscando otras respuestas, aparece una declaración del exdirector financiero de Danone Argentina entre 2007 y 2010, François-Xavier Lacroix, ahora a cargo de Aguas Danone España. En una entrevista con ElEconomista.es, Lacroix reconoció que “el agua corriente no es competencia [a su negocio], pero dar agua gratis puede ser contraproducente”. Su razonamiento es el siguiente: “Hay que darle un trato adecuado al agua, porque si se ve como algo gratuito sin interés ni sofisticación, toda la categoría agua cae, y da más espacio a los productos que pueden ofrecer una experiencia de consumo más atractiva pero son menos sanos”. No es un caso aislado en el sector. En esta misma línea se expresó tiempo atrás Peter Brabeck-Letmathe, CEO de Nestlé entre 1997 y 2008: “La posición de que todo ser humano debe tener derecho al agua es extrema. […] Personalmente creo que es mejor darle al agua un valor de mercado para que todos seamos conscientes de que tiene un precio”.

La doctora Ana Torlaschi preside el Comité de Salud y Ambiente de la Asociación Médica Argentina y se especializó en el mercado del agua embotellada y el acceso al agua segura. Torlaschi cree que “las empresas privadas tienen la capacidad de ver un negocio donde tendría que haber un derecho; aprovechan el agujero que deja el Estado”. Dice que “los gobiernos deberían proveer el agua segura a la población porque el acceso al agua es un derecho humano como lo es el derecho al aire” y no duda en considerar que “el agua va a ser el oro del futuro”. Sobre el acuerdo entre el Estado y Danone, Torlaschi se pregunta por los datos que relevarán y exhibirán: “El que tiene la información tiene la manija”.

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La Veredita es un largo pasillo de casas bajas en el que se estima que viven unas ciento cuarenta familias. Está ubicado en el sudoeste de la ciudad de Buenos Aires, a dos cuadras del estadio de San Lorenzo, el club del que es hincha el Papa Francisco. Algunas de esas casas no tienen las cuatro paredes de material, se arreglan con nylon y frazadas. Durante catorce años, el barrio no tuvo agua. Ni siquiera es uno de los 57 barrios de emergencia relevados en la Ciudad de Buenos Aires (que habitan unas 73.600 familias): el Gobierno de la Ciudad no lo reconoce, alejando a sus habitantes de sus derechos básicos como el acceso al agua. Desde la primera toma tuvieron varios conflictos entre vecinos por intentar acceder al recurso que ya tenía el barrio lindante, Los Pinos, y la Federación de Asociaciones Bolivianas, que queda cruzando la calle.

Laura tiene menos de cuarenta años, vive con su marido, dos hijos y una nieta pequeña. Tiene pelo oscuro, un mechón violeta y usa un barbijo negro con la pipa de Nike. Tiene ojos negros y una mirada profunda. Desde hace tres años gestiona el comedor de La Veredita, al que asisten unas setenta familias a buscar la comida que prepara junto con otras dos mujeres. “Yo busco donde está la solución y avanzo, te atropello”, dice. Cuenta que hace unos años, el Gobierno de la Ciudad colocó dos tanques en cada esquina. Mantenerlos funcionando es una tarea que obliga a los vecinos a mantenerse atentos: deben llamar por teléfono cuando el agua se está acabando. La distribución hacia cada casa la hacen los mismos vecinos con baldes.

“Esa agua la ponés en el balde y en cinco minutos se pone amarilla”, relata Laura. “Tuvimos chicos con forúnculos, diarreas, todo por esa agua”. El Gobierno no lo reconoce, pero lo sabe. Por eso, para beber, cada quince días acercan a cada familia cuatro bidones de cinco litros de agua de mesa (que en realidad es agua corriente, pero envasada) que comercializa la empresa Akua S.A. bajo la marca Freezy. Por familia supone alrededor de un litro por día. La familia tipo de La Veredita tiene unos seis o siete integrantes, como mínimo. Laura atiende en el comedor a familias de nueve y hasta doce personas. Lo que les lleva el gobierno los enferma o no alcanza. El barrio está lleno de chicos que corren y juegan entre los bidones de agua que se amontonan vacíos.

La pandemia agravó varios problemas que ya existían. “Te dicen que te quedes aislada en tu casa, ¿pero cómo hacés si no tenés agua ni para lavarte las manos?”. Entre la sed y la enfermedad, Laura avanzó y atropelló. Varios vecinos del barrio se convirtieron en ingenieros hidráulicos a través de YouTube. En noviembre del 2020 buscaron un caño, lo cortaron, sellaron y canalizaron hacia el barrio. Con apoyo de una parroquia cercana consiguieron una tuneladora y pasaron los caños prolijamente por debajo del asfalto. Llevaron agua hasta los tanques del gobierno y se organizaron cada cuatro vecinos para comprar caños más pequeños para que el agua llegara hasta las casas. No cubre toda la cuadra, pero media Veredita tiene su canilla. Para los que aún no llega, usan las canillas populares que pueden abrir y cargar sus baldes con agua más segura que la que les acerca el gobierno y sin miedo a que se termine. Así pasaron la primera ola, organizándose para mejorar la higiene básica y permitiéndose el primer verano en el que los chicos pasaron el calor refrescándose en una pileta de lona.

Esta situación no es una excepción. De acuerdo al Observatorio Villero de La Poderosa, el 75% de las asambleas que integran en todo el país tienen conexiones informales, el 55% no poseen tanques para almacenarla y el 25% tienen solo una canilla por casa. Uno de cada cinco no tiene ni una sola gota. Cuando alrededor del 40% de los habitantes de las villas tienen menos de 15 años y 7 de cada diez menos de 30, el ataque es contra el futuro. A Laura y a sus vecinos no les dejan alternativa: “No es la solución correcta, pero vamos tapando huequitos; más no podemos hacer”.

Los fondos de inversión que especulan con el precio del agua en Wall Street o las multinacionales que ocupan grandes reservas naturales para embotellar un bien público están muy lejos de estas realidades. La cotización bursátil en Estados Unidos es irrelevante en la realidad cotidiana de los vecinos de los barrios populares. Las verdaderas guerras por el agua ya se están peleando allí. La privatización del bien común, la ausencia en la gestión estatal y la profunda desigualdad social son parte de esta embestida que crece desde la sed de los lobos y las maniobras de quienes visten de corderos mientras oscurecen el futuro de los pibes en la estepa latinoamericana.

Tomado de: Revista Anfibia

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Los amos de la información, de ayer a hoy

Por Enrique Bustamante*

La lectura del manuscrito titulado Traficantes de información, realizada como consecuencia de la petición para realizar este Prólogo, me trae sentimientos diversos y encontrados. Quizá, como cita el autor en la introducción, porque hace justamente treinta años de la publicación, también gracias al apoyo de Ramón Akal, de mi primer libro Los amos de la información en España (1981), que a su vez sucedía porque nadie comienza caminos radicalmente nuevos sin guías previos, gracias a la intuición pionera de Manuel Vázquez Montalbán con su Informe sobre la información. Mi otra fuente de inspiración, junto con el añorado autor citado, fue la de otro amigo audaz e insigne, Juan Muñoz, también desgraciadamente desaparecido, que años antes se había atrevido a desnudar El poder de la banca en España.

Pero hay más coincidencias: como el libro de Pascual Serrano, aquel texto —a pesar de componer parte de mi tesis doctoral en la Facultad de Políticas y Sociología de la Universidad Complutense— nacía más de las frustraciones profesionales de diez años como periodista, especialmente de la constatación de los terribles corsés que aherrojaban la libertad de expresión periodística en los últimos años del franquismo y principios de la transición, que del afán de ascender un peldaño académico. Y sin embargo, ambas obras, políticamente incorrectas en sus respectivos momentos, tienen un valor importante para el mundo universitario, que entonces, como ahora, tiende demasiado a menudo a seleccionar como objeto de investigación campos y problemas académicamente «respetables», aceptables y  aceptados por autoridades públicas y privadas.

La perspectiva y estructura de este libro último es ciertamente distinta a la aproximación sectorial que yo decidí entonces (prensa, radio, televisión, publicidad, agencias,…), pero el objetivo de este análisis histórico por grupos de comunicación guarda un punto en común: clarificar ante los usuarios el universo de intereses que median y mediatizan su información, su agenda pública, prestando las bases imprescindibles para la participación democrática de los ciudadanos. Una transparencia vital para la democracia que si hace treinta años era un sueño, todavía está lejos de haberse conseguido.

Ciertamente, el escenario de la comunicación social masiva se ha transformado profundamente en estas tres décadas en muchos sentidos. A un estrecho abanico de medios bien caracterizados por su especificidad mediática le ha sucedido una explosión de soportes, redes y terminales de información, cada vez más imbricados en una convergencia digital que desdibuja sus fronteras y sus lenguajes y los articula crecientemente en ofertas y usos sociales. Pero la combinación de medios analógicos y digitales, en versiones de coexistencia no siempre pacífica, no ha garantizado ni mucho menos ni el pluralismo ideológico ni la diversidad cultural. La actual impresión de abundancia, celebrada por múltiples gurús y predicadores integrados, oculta así que se trata muchas veces de voces ventrílocuas, diferentes por el medio de transporte y por el formato, pero idénticos en su base ideológica. Y que la interactividad no es muchas veces más que un simulacro de elección entre esas ofertas homogéneas. Basta recordar la reacción mediática en España ante la actual crisis económica, y sus recetas neoliberales comunes, para comprender los estragos que esta situación trae consigo sobre la libertad de expresión y los destinos de nuestra comunidad.

En primer lugar, como demuestra este libro, el universo mediático se ha ido agrupando en una muy limitada gama de grandes grupos multimedia que dominan todos los terrenos de la comunicación y la cultura en España: los nueve que analiza el autor, más esos satélites que caracteriza como «otros», concentran la inmensa mayoría de las audiencias y los beneficios; y la carrera de fusiones y absorciones no ha terminado, como muestran los últimos acontecimientos televisivos. En segundo lugar, la vía del crecimiento a toda costa, de la talla máxima posible, mediante la búsqueda ansiosa de capitales, homogeneiza sus estrategias y sus comportamientos, multiplicando sus intereses. Ambos procesos, que en diversos países hemos caracterizado como procesos de financiarización (endeudamiento masivo, apelación a los mercados de capitales), suponen que —más allá de cualquier visión conspirativa, aunque sin excluirla en ocasiones— los grandes grupos se parecen cada vez más en sus estrategias y en su visión ideológica del mundo, por fuerza de su integración en el gran capital. En la etapa última, todavía inacabada pero cada vez más visible, la internacionalización financiera consumada, por medio de grandes grupos mediáticos internacionales pero también, y cada vez más, de fondos de inversión y sociedades de capital riesgo, sin patria  ni credo, completan la red tupida de alianzas y complicidades que ejercen hoy una amplia hegemonía sobre la comunicación social masiva.

Todos esos fenómenos se han caracterizado por su «espontaneidad» de mercado, al margen de una legislación que se ha ido acomodando a ellos en lugar de controlarlos u orientarlos. Y todos también se han ido desarrollando sin que los usuarios —lectores o espectadores— pudieran controlar ni sus caminos ni su realidad presente. Es decir, se han hecho doblemente en perjuicio de la calidad de la democracia de nuestra sociedad.

El presente libro acierta pues cuando obvia el análisis ideológico para dejar que éste se desprenda de las telarañas complejas de intereses económicos puestos en juego. Lo cual no elimina los matices ideológicos, muchas veces fruto del marketing y de la diferenciación competitiva en una sociedad en la que las ideologías siguen felizmente contando. Pero explica la frecuencia y naturalidad con que se producen en ese mundo oligárquico las alianzas aparentemente contra natura.

Al contrario que la mayoría de los textos periodísticos al uso en los últimos años, cocinados generalmente a la contra de algún grupo o directivo periodístico y al servicio de otros, hay que resaltar la «neutralidad» y distancia equitativa del autor a la hora de describir la historia y el presente de cada uno de los grupos contemplados; también su sobriedad al relatar los conflictos periodísticos de cada grupo en los últimos años, que adquieren un valor de metáfora elocuente: los profesionales de la información, ya notablemente sometidos desde el final de la transición democrática, han visto en los últimos años cómo la precariedad laboral les iba despojando progresivamente de todas sus armas de autonomía e independencia, en tanto defensores del pluralismo de la sociedad española, para conformarles como obreros de «cuello blanco» al servicio exclusivo de la verdad particular de sus grupos empresariales.

Aunque explícitamente este libro no se ocupa de los medios públicos, habría que señalar que también ahí se encuentran «traficantes de información», aunque sean minoritarios y en retirada: Los poderes públicos como reguladores de los «mercados informativos», que sistemáticamente, bajo todos los gobiernos, han favorecido la concentración a cambio de dádivas políticas, especialmente en la concesión clientelar de licencias de radio y televisión (de TDT en los tiempos más recientes); también lo han sido con los medios públicos que durante años han sido manipulados por los sucesivos partidos en el poder, tergiversando su papel diferenciador de servicio público y su papel genuino de contrapeso de las peores desviaciones del gran mercado. Aunque la reforma de RTVE ha conseguido desde 2006 un salto cualitativo de la independencia y pluralismo de sus programas informativos y su programación, no puede dejar de señalarse que las reformas legales de 2009 y 2010 buscan claramente su debilitamiento, en beneficio del polo privado. Y aún quedan muchos gobiernos regionales que siguen manipulando sistemáticamente a sus radiotelevisiones autonómicas, con los picos extremos y brutales de Valencia, Madrid o Murcia, mientras despilfarran importantes cantidades del erario público en «ayudas» discrecionales o en publicidad institucional incontrolable.

A cambio de tal ausencia, Pascual Serrano evidencia claramente los resultados de este proceso de pérdida de peso específico de los medios públicos en la otra cara de la moneda: cómo, aprovechando la decadencia pública que ellos mismos tienden a acelerar, los grandes grupos privados han ido arropándose de una ideología de «campeones nacionales» de nuestro pluralismo y de nuestra cultura, asumiendo ostentosamente un liderazgo de su función comunicativa sobre la sociedad española entera que tan mal casa con sus propias aventuras empresariales y profesionales. De ahí a la pretensión de que el Estado, o sea todos nosotros, les reconozcan y mimen, subvencionen, y desregulen en su función sublime, no hay más que un pequeño paso que muchas asociaciones empresariales no han dudado en sobrepasar so pretexto de la crisis económica.

Una vez más se constata, en un campo vital, que la llamada Era de la Información se traduce en la práctica social en una inmensa desinformación masiva. Esperemos que, como expresa el autor en sus conclusiones, este libro sirva para colmarla en parte, que contribuya a generar unos ciudadanos más activos y exigentes.

*Enrique Bustamante. Catedrático de Comunicación Audiovisual y Publicidad. Universidad Complutense de Madrid

Prólogo del libro Traficantes de información de Pascual Serrano

Tomado de: No cierres los ojos

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‘Women Make Film’, lo que se nombra no se olvida (+Vídeo)

Por Irene Bullock

Tilda Swinton, narradora de los primeros capítulos de Women Make Film y productora ejecutiva de la serie, dice esta frase contundente y cierta en el primer capítulo: “La historia cinematográfica ha sido machista por omisión”. No es solo que las mujeres lo hayan tenido más difícil para acceder a la dirección cinematográfica, sino que una vez que daban el salto, muchas eran silenciadas o relegadas directamente al olvido. Y ese silencio se ha ejercido de diversas maneras, por ejemplo, a veces es misión imposible acceder a su filmografía o es raro que se escriba sobre ellas en los libros especializados. Hasta hace poco, y falta todavía mucho en ese terreno, no se organizaban retrospectivas de directoras en festivales o filmotecas o era imposible encontrar dosieres en revistas especializadas centrados en una cineasta. Apenas se ha hablado de las pioneras y, hasta ahora, no se ha analizado la filmografía completa de muchas de ellas como artistas tan influyentes como sus homólogos masculinos en la construcción del lenguaje cinematográfico. Últimamente, cada vez van surgiendo más directoras, y algunas van consiguiendo una cierta continuidad en su obra, pero todavía tienen mucho que recorrer para equipararse con sus colegas masculinos tanto en oportunidades y medios, como en facilidades de rodaje, distribución eficaz y eco en prensa.

El crítico cinematográfico Mark Cousins, en su serie documental anterior, La historia del cine: una odisea (2011), trabajó el concepto de “discriminación” a la hora de construir la historia del séptimo arte. Es decir, trató de plasmar que el monopolio de esa historia no solo está en manos de Hollywood y unos cuantos países con una industria fuerte detrás, sino que en todos los rincones del mundo hay una historia del cine que contar y unas aportaciones importantes que hay que tener en cuenta para la evolución creativa de este arte. Siguiendo este concepto, fue consciente de que esa historia podía seguir enriqueciéndose si se echaba un vistazo a la obra creativa de las directoras desde el cine mudo hasta la actualidad. Durante sus seis años de investigación descubrió otro relato posible.

Uno de los retos de Cousins era cómo presentar su nuevo análisis. Después de seleccionar unas setecientas películas y más de ciento ochenta directoras, opta por contar un relato en movimiento continuo, como una road movie con cuarenta paradas. Su relato no es cronológico, sino una atractiva escuela donde se enseña a hacer cine, pero solo a través de películas dirigidas por mujeres. No se compara el cine dirigido por hombres y el dirigido por mujeres ni se busca contar la historia de las cineastas y dejar un muestrario de sus mejores películas, sino que se crea una particular “academia de Venus” en la que se trata de dar respuestas concretas, mediante secuencias filmadas por mujeres, a cómo realizar buen cine. Por ejemplo, la serie muestra cómo se han abordado temas fundamentales como la religión, la política, el trabajo, el sexo o la muerte en diversos largometrajes, o cuáles son los códigos en los que se mueve la comedia, el cine de acción o la ciencia ficción, de qué manera se empieza o se termina una película, cómo se construyen los personajes o se descifra el lenguaje cinematográfico a través del primer plano, los movimientos de cámara, la puesta en escena, los encuadres, el montaje… También se puede aprender qué tono emplear o cómo ser creíble o la capacidad del cine para enfrentarse al sentido de la vida.

El hilo conductor no solo es una carretera imaginaria infinita, sino la voz de varias narradoras que acompaña las distintas secuencias aportadas para ilustrar cada uno de los conceptos. El coche por tanto no solo lo conduce Tilda Swinton, sino también Jane Fonda, Debra Winger, Thandie Newton, Kerry Fox, Adjoa Andoh y Sharmila Tagore. Todas actrices polifacéticas, que alguna vez han luchado por defender el papel de las mujeres en la industria cinematográfica, han protagonizado películas dirigidas por mujeres o sus personajes han supuesto una ruptura de un estereotipo concreto.

Es cierto que la gran paradoja de Women Make Film es que su artífice y el constructor del hilo estructural, así como de la investigación, el análisis y la selección, es un hombre, Mark Cousins. Pero la verdad es que esta valiosa serie está totalmente en consonancia con su línea de trabajo (superar las discriminaciones en la historia del cine) y abre todavía más la posibilidad de una crítica cinematográfica especializada que contribuya a analizar la aportación de las mujeres al séptimo arte. Realmente, Cousins logra una road movie donde solo “hablan” secuencias filmadas por directoras.

Y esa carretera imaginaria en sus distintas paradas proporciona “revelaciones”. Estas son la aportación más importante de la serie documental, pues se va extrayendo en los distintos visionados una ristra de datos impagables: películas, nombres de directoras, intérpretes, datos, fechas, anécdotas determinadas de sus vidas…, que permiten acceder a varios recovecos para indagar e investigar en la obra de cineastas que andaban en las sombras y afianzar también el nombre de algunas que ya habían abierto la veda.

Dentro de esta delicada arqueología de revelaciones, Cousins recala en diversas directoras, pero a través exclusivamente de su manera de hacer cine o de abordar un tema determinado. Por eso su recorrido arranca con el descubrimiento de tres secuencias poderosas de realizadoras poco nombradas en los libros de historia del cine: un juego con luces de linternas en la oscuridad en la película A byahme mladi (1961), de Binka Zhelyazkova, una cineasta búlgara; un llamativo movimiento de grúa en el largometraje Tú y yo (1971), de la directora ucraniana Larisa Shepitko; y un delicioso universo especial y único en el cortometraje On the Twelfth Day (1955), de la realizadora británica Wendy Toye… Y a partir de ahí cada capítulo es un festival de fotogramas y pistas para construir esa otra historia del cine, donde las pioneras se mezclan con las contemporáneas, donde las directoras de animación se cruzan con las especialistas en comedia o cine documental o donde las que han logrado un nombre en el corazón de Hollywood enseñan su arte junto a directoras africanas.

Para Mark Cousins, Women Make Film es una celebración, porque trata sobre aquellas mujeres que aportan miradas originales y cambian el cine con sus obras. Es más, en una entrevista explica que “tras conocer a muchísimas cineastas te das cuenta de que la mayoría solo reclaman algo extremadamente simple: ‘trátame como a una directora’, no como a ‘una mujer directora’, no como a ‘una víctima’, no como a ‘una representante de un momento social’. Habla de mi cine. Habla de mi trabajo, de mis películas, de lo que hago”. Y Women Make Film lo hace. El espectador, boli en mano, no da abasto para apuntar un montón de nombres de directoras y de películas que salen en los catorce capítulos de la serie.

Tilda Swinton advierte en la introducción: “Puede que tus películas favoritas no aparezcan, puede que tus directoras favoritas no salgan”. Y añade: “Pero hay sorpresas. Revelaciones”. No hay duda. Revelación y sorpresa son las palabras clave para disfrutar de esta serie documental. Con ellas, Women Make Film realiza una interesante labor: la de rescatar del olvido a realizadoras que, bien por el tiempo en que crearon su obra o porque en sus países de origen la industria cinematográfica está más debilitada (y, por tanto, sus dificultades son dobles), no son apenas nombradas o sus obras han caído en el olvido.

Esta discriminación se ha dado en todas partes, empezando por el epicentro de la industria del cine. En el seno de Hollywood, las mujeres directoras no lo han tenido fácil y el olvido ha caído sobre muchas de ellas. Con el paso de los años, y aunque muchas demostraron no solo su valía, sino el éxito en taquilla, se topaban y topan con serias dificultades para dar continuidad a sus filmografías. Por ejemplo, ¿quién recuerda a Lois Weber, pionera del cine mudo tanto por los temas que trataba como por su puesta en escena? En el famoso sistema de estudios, dos directoras, Dorothy Arzner y la también actriz Ida Lupino, dejaron unas filmografías solventes, que solo ahora están empezando a ser analizadas como se merecen.

Años más tarde, directoras que destacaron en la comedia como Elaine May, Penny Marshall o Penelope Spheeris no pudieron hacer despegar totalmente sus carreras. Es más, un fracaso en taquilla suponía su fin, como le pasó a May con Ishtar. Incluso un peso seguro como Kathryn Bigelow no consigue la continuidad esperada; de hecho, lleva desde 2017 sin estrenar. A otras ni se las considera lo más mínimo como Mimi Leder. Incluso en el terreno del cine independiente americano no lo tenían fácil: la actriz Barbara Loden (recordada por su papel como hermana del personaje de Warren Beatty en Esplendor en la hierba) dirigió Wanda en 1970, todo un hito del cine independiente. Solo ocho años después se planteó realizar su segunda película, pero no pudo llevarla a cabo, pues falleció tempranamente de cáncer de mama. El panorama está cambiando mínimamente, pero siguen surgiendo nombres de realizadoras americanas con cuentagotas: Kelly Reichardt, Lynn Shelton, Greta Gerwig, Chloé Zhao o Patty Jenkins.

Sin embargo, Women Make Film adquiere todo su valor por las pistas que va dejando a lo largo de su metraje, por esa caja de revelaciones y secretos. A través de ciertas secuencias y unas pocas pinceladas de la voz en off, deja a la vista diamantes que esperan ser extraídos.

Valga una pequeña muestra: imágenes impactantes de los campos de concentración en la película polaca La última etapa (Ostatni etap, 1948), cuya realizadora Wanda Jakubowska estuvo recluida en ellos, y, por eso, en sus películas sabe lo que filma. Una reivindicación para la única directora española que muestra la serie, Ana Mariscal, y esos pequeños detalles que daban credibilidad a sus películas, como puede verse en El camino (1963). La sensibilidad de la actriz y directora japonesa Kinuyo Tanaka resplandece en los momentos delicados de Carta de amor (Koibumi, 1953). La manera de reflejar la caída del comunismo soviético a través de un trávelin muy especial en el documental D’Est (1993), de la directora belga Chantal Akerman. La tristeza y extrañeza que provocan las imágenes de El síndrome asténico (Astenicheskiy Sindrom, 1989), de la ucraniana Kira Muratova. La posibilidad de descubrir a un montón de pioneras en el cine mudo como las hermanas australianas McDonagh (Paulette, Phyllis y Isabella), Paulette era la realizadora del trío. La cantidad llamativa de buen cine iraní con nombres como Marva Nabili (The Sealed Soil), Samira Makhmalbaf (La pizarra) o Forugh Farrokhzad (La casa es negra). El descubrimiento de una directora noruega con mucho que contar a través del melodrama y de su cámara, Edith Carlmar. El tema de “el infierno son los otros” de la mano de la francesa Jacqueline Audry, y su interesante película Huis clos (1954). La inquietante y violenta rebelión de las mujeres en El silencio de Christine M. (De stilte rond Christine M., 1982), de Marleen Gorris, directora de los Países Bajos… Y una ristra de nombres de realizadoras que no cesa en cada capítulo: Cecille Tong, Mai Zetterling, Germaine Dulac, Alison de Vere, Clio Barnard, Valeska Grisebach, Safi Faye… Revelaciones que manifiestan el valor último de Women Make Film: lo que se nombra no se olvida.

Tomado de: CTXT

Tráiler del filme Women Make Film: Una nueva road movie a lo largo de la historia del cine (Reino Unido, 2018) de Mark Cousins

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A 50 años de la divulgación de los Papeles del Pentágono

Cartel del filme Los archivos del Pentágono, de Steven Spielberg

Por Amy Goodman y Denis Moynihan

Hace 50 años, el famoso denunciante Dan Ellsberg filtró una serie de archivos secretos comúnmente conocidos como los “Papeles del Pentágono”. Fue un valiente acto en defensa de la verdad por el que más tarde se enfrentó a una posible condena a cadena perpetua. Desde entonces, Ellsberg no ha dejado de luchar por sus convicciones. En mayo pasado, solo unas semanas después de cumplir 90 años, el exconsultor del Pentágono reveló otro informe clasificado de seguridad nacional. Ellsberg habló recientemente en un panel moderado por Amy Goodman que se realizó en la Universidad de Massachusetts y en el que también participó el denunciante de la Agencia de Seguridad Nacional Edward Snowden. La conferencia se denominó “Truth, Dissent, & the Legacy of Daniel Ellsberg” (La verdad, el disenso y el legado de Daniel Ellsberg)”.

“Permítanme decir una verdad que he guardado durante 50 años”, dijo Ellsberg, antes de leer un informe secreto de 1958 que revela la intención de las autoridades estadounidenses de lanzar una guerra nuclear. “Copié ese informe. Lo guardé en 1969 en mi caja fuerte ultrasecreta. Y lo he tenido desde entonces”.

Ellsberg trabajó para la corporación RAND y como asesor del Gobierno de Kennedy. También formó parte del Cuerpo de Infantes de Marina de Estados Unidos y había participó en varias misiones de guerra en Vietnam.

En 1969, inspirado por el creciente movimiento contra la guerra y contra el reclutamiento militar, Ellsberg fotocopió los Papeles del Pentágono, unas 7.000 páginas de documentos secretos sobre la decisiones que tomó Estados Unidos durante la guerra de Vietnam. Como no pudo encontrar ningún senador estadounidense que estuviera dispuesto a recibir y hacer públicos los documentos, Ellsberg optó por filtrarlos al periódico The New York Times.

El periódico publicó su primer artículo sobre los Papeles del Pentágono el 13 de junio de 1971. Dos días después, un tribunal federal aceptó la solicitud del presidente Richard Nixon de dictar una orden judicial que obligaba al periódico a cesar la publicación. Después de que se hizo pública la identidad de la persona que había filtrado los documentos, Ellsberg y su esposa Patricia pasaron a la clandestinidad, pero Ellsberg continuó distribuyendo copias de los documentos a otros periódicos.

El asesor de Seguridad Nacional de Nixon, Henry Kissinger, calificó a Ellsberg como “el hombre más peligroso de Estados Unidos”. Por su parte, Nixon dijo durante una conversación grabada que entabló en el Despacho Oval con su fiscal general: “Tenemos que vigilar el objetivo principal. El objetivo principal es Ellsberg. Tenemos que atrapar a este hijo de puta”.

El 30 de junio, la Corte Suprema falló a favor del periódico The New York Times, prohibió la censura gubernamental de la prensa y permitió que continuara la publicación de los documentos secretos del Pentágono.

Temiendo nuevas revelaciones, Nixon intensificó su campaña contra el denunciante. En una conversación con Democracy Now!, Ellsberg dijo. “Entraron ilegalmente al consultorio de mi expsicoanalista, mandaron a 12 excombatientes cubanos que participaron de la invasión de Bahía de los Cochinos para que me dejaran incapacitado en las escalinatas del Capitolio. El 3 de mayo escucharon mis conversaciones telefónicas de manera ilegal, sin orden judicial”. Cuando la conducta irregular del Gobierno de Nixon fue puesta en evidencia, el juez desestimó el caso de espionaje contra Ellsberg.

El ejemplo de Dan Ellsberg ha animado a otros denunciantes, entre ellos Edward Snowden, quien, mientras era contratista de la Agencia de Seguridad Nacional participó en el desarrollo del programa secreto y global de vigilancia masiva del Gobierno de Estados Unidos. Snowden filtró una gran cantidad de documentos en 2013 y desde entonces ha vivido en el exilio en Rusia.

En la conferencia del 1 de mayo, Snowden habló sobre los denunciantes que lo inspiraron y dijo al respecto: “Todos ellos se enfrentaron a un gran riesgo personal para que la ciudadanía conociera la verdad que le estaban ocultando de forma intencional con fines políticos. Con el tiempo te das cuenta de que eso es más correcto que ir a la oficina todos los días, permanecer en silencio y perpetuar un sistema de injusticia”.

Snowden agregó también: “[Los denunciantes] Reality Winner, Daniel Hale, Chelsea Manning, Thomas Drake, Terry Albury y otras personas que se animaron a revelar la verdad en las últimas décadas han reivindicado la estrategia de Daniel Ellsberg, porque el abuso de poder no es algo que vaya a desaparecer”.

Reality Winner trabajaba como contratista de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos cuando filtró información a la prensa que describía una supuesta interferencia rusa en las elecciones de 2016. Winner fue arrestada en 2017 y sentenciada a cinco años de prisión por violar disposiciones de la Ley de Espionaje. Estuvo en prisión durante más de cuatro años y el 2 de junio pasó a una vivienda de transición, donde cumplirá los seis meses restantes de su condena. Su familia está pidiendo un indulto.

Daniel Hale se declaró culpable de filtrar documentos clasificados sobre el programa secreto que disponía la utilización de aviones no tripulados para cometer asesinatos selectivos en Afganistán, Siria e Irak, en el que participó mientras se desempeñaba en la Fuerza Aérea de Estados Unidos. Hale será sentenciado a mediados de julio.

La revelación que Dan Ellsberg hizo el 1 de mayo fue sobre un conflicto ocurrido en 1958 entre China continental y Taiwán por la disputa de varias islas pequeñas. Ellsberg reveló que Estados Unidos elaboró planes para lanzar armas nucleares contra China con el fin de apoyar a Taiwán. El informe que divulgó Ellsberg muestra que Estados Unidos sabía que un ataque contra China podría provocar un contra-ataque nuclear por parte de la Unión Soviética, lo que significaba la muerte de millones de personas.

A los 90 años, Ellsberg sigue defendiendo incansablemente los derechos de los denunciantes y la libertad de prensa. Ha pedido al Gobierno de Biden que retire las acusaciones contra Daniel Hale y Julian Assange, el fundador del sitio web de denuncia WikiLeaks que publicó informes clasificados que documentan la existencia de crímenes de guerra.

Ellsberg concluyó su reciente entrevista en Democracy Now! diciendo: “Yo, más que nadie, he podido constatar la importancia y la necesidad de la Primera Enmienda [de la Constitución de Estados Unidos], nuestra excepcional Primera Enmienda, que protege la libertad de prensa y la libertad de pensamiento. Sin esas libertades, no hay democracia”.

Tomado de: Democracy Now

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La cordillera de los sueños de Patricio Guzmán y Ejercicios de memoria de Paz Encina: Dos formas de recordar

Por Camila Rioseco

Últimamente, pienso en Patricio Guzmán de manera reiterativa; y en el trabajo de Paz Encina, cada vez que intento clasificar algún aspecto de La cordillera de los sueños, en relación con Ejercicios de memoria, de la directora paraguaya. Ambos produjeron estos documentales con materialidades provenientes de testimonios y archivos nacionales de cada uno de sus países, con los cuales remueven múltiples sentimientos en torno a las dictaduras y sus respectivos genocidios, y también, intereses locales sobre lo que es el patrimonio local.

Hay mucho en juego, y no es mi intención hacer una taxonomía con esferas donde se cobijen los elementos en común en el centro, y los elementos particulares de cada filme en los extremos. Si bien creo que pueden cohabitar de esa manera, lo que veo es más bien un momento de transición en el que ambas películas aparecen levemente unidas. Primero, La cordillera de los sueños, al recordar las anteriores decisiones autorales que Guzmán hizo al incluir elementos autobiográficos a su obra, por ejemplo, al cambiar la voz en off en La batalla de Chile (1975-1979) por la suya, y también en La memoria obstinada (1994), al contar la historia de su vuelta al país durante la instalación de la democracia. Así, también otras directoras (como Angelina Vásquez en Fragmentos de un diario inacabado (1983) y Carmen Castillo en La flaca Alejandra (1994) y Calle Santa Fe [2007]) y directores incluyeron sus propias subjetividades en sus documentales, lo cual se observa como la constatación de un giro a lo afectivo en el cine documental chileno de la dictadura.

Luego, distingo a Paz Encina en una aproximación cinematográfica refrescante del tema de los regímenes dictatoriales, que presenta una perspectiva autoral que parte desde lo colectivo, una mirada que se sumerge en el entendimiento del paisaje como medio ambiente, atmósfera, y ensamble, sin perder de vista los testimonios humanos, ni la autoreflexividad del dispositivo técnico. Ejercicios de memoria es una película que ayuda a pensar, además, acerca de las potencias y la continuidad de nuestros paisajes y ríos, como elementos que dan forma a historias ya contadas, o por contar. Así también, a reflexionar acerca de maneras de construir artificios que capturan nuestros fantasmas, y se aproximan a la historia sin dejar de situarse en la actualidad.

El zig-zag de Patricio Guzmán

El territorio andino aparece en La cordillera de los sueños dentro de un significado altamente simbólico, idealizado y bordeando lo alucinatorio. Es una escenografía pletórica de signos, que, si bien gracias al testimonio inicial del escultor Francisco Gacitúa, Guzmán logra integrar un discurso acerca lo más entrañable de la cordillera, como sus texturas de huellas, olores, coloridos y música, en la totalidad del visionado queda la sensación de que se ha visto una acumulación de interpretaciones impregnadas de sentimientos y emociones, que actúan de manera sincrónica sobre la figura de la montaña, quedando ésta como la imagen antropomórfica de una fortaleza, un cuerpo laberíntico y explotado.

La cordillera aquí no es un paisaje ecológico, más bien es un ícono político, cultural y autobiográfico, que sirve para ejercitar una dialéctica de lo alto y lo bajo, de lo sublime a lo terrenal. La montaña, que como signo ha servido en distintos artefactos para hablar de la verdad mística, aparece plasmada tanto en la estación Moneda de Santiago, en la icónica caja de la Compañía Chilena de Fósforos, como en los movimientos de la cámara-dron que forman líneas ascendentes y descendentes, por ejemplo, al internarse en los restos de la antigua casa de Guzmán, y luego, levantándose en el aire.

La cinestesia que se produce en la cámara, esa sensación de subida y bajada, acompaña a la entonación fúnebre de la voz del director; el breve ánimo inicial que festeja la montaña, desciende al territorio social actual, donde se encuentran los afectos tristes de distintos entrevistados que vivieron sus infancias durante el régimen militar, como la música Javiera Parra, y el escritor Jorge Baradit, quien nos recuerda su historia de Chile entre gestos de exaltación y ensueño. Tal vez el movimiento zigzagueante del documental pudiera significar la comprensión que el propio director tiene de sí mismo y del paso del tiempo, desde la perspectiva de su vida cosmopolita entre Sudamérica y Europa.

De esta manera, la mirada vuela sobre la ciudad y a veces cae al suelo, acompañada por el sonido que emiten las reflexiones que el director pronuncia, en un tono melancólico que se va acrecentando junto al testimonio y al uso del archivo de Pablo Salas, camarógrafo tenaz de las manifestaciones sociales desde la década de los ochentas. La voz en off del director resuena con una lentitud entre perfecta e inhumana, y con ella, el personaje central de la película aparece como un espectro capturado a partir de la imagen especular de sí mismo. Al formar parte de la materialidad del filme, Guzmán deviene memoria y archivo, su figura se aproxima como un ensamble humano-técnico que intenta dar cierre a su vida de documentalista del golpe, en esta búsqueda de la verdad que finaliza un ciclo, después de Nostalgia de la luz (2010) y El botón de nácar (2015).

Casi al terminar, el director nombra a su alma y anuncia el término de su trabajo acerca del golpe chileno, y que ahora necesita algo semejante a un renacimiento. En esa dirección, el documental propone un fin al deber externo para abrirse a un deseo más íntimo, y de modo tal, Guzmán aparece, finalmente, interesado en símbolos vinculados a lo materno, al hogar y a la ternura de la infancia. Asimismo, el director transmite sentimientos de reconciliación consigo mismo, con su existencia corporal y espiritual, su promesa de paso al costado es un gesto de bienvenida a cosas nuevas. Su figura de ángel caído comienza a materializarse en una historia para el porvenir.

La temporalidad del paisaje en Ejercicios de memoria

Paz Encina, en su lugar, tiene una breve filmografía de largometrajes, el primero fue Hamaca paraguaya (2006), un impacto para los espectadores de cine mundial hasta el día de hoy, y Ejercicios de memoria. Ambos muestran la vida de personas que viven en territorios limítrofes de Argentina con Paraguay, en distintas épocas del siglo XX y XXI. El registro de los paisajes está lejos de sublimar su geografía, aparecen más bien como escenarios de eventos rutinarios y domésticos. En su película más reciente se produce el desplazamiento frontal hacia el género documental, a través del particular uso que hace de los Archivos del Terror [1], y de los testimonios de la familia Goiburu, cuyo padre, Agustín, fue secuestrado dos veces, torturado y finalmente desaparecido en 1977.

El río y la tierra forman el fondo permanente de esta película que se mueve, como La cordillera de los sueños, en el eje de los temas de la memoria y el olvido. La noción del tiempo en Encina es también elevada pero su mirada mantiene a distancia la tristeza, que se percibe como una tonalidad de la posibilidad efectiva de que la infancia retratada tiene afectos en tonos grises. Junto con ello, los rastros de tensión aparecen aquí como después de un lustro, y la evocación al pasado se presenta escenificada en una casa de campo y sus cercanías, un lugar que proyecta una temporalidad general que parece suspendida, en términos de que no es el tiempo habitual, sino más bien una consciencia que une los tiempos de los medios que se están usando, y si bien es una mirada subjetiva, esta convoca múltiples canales colectivos: medios de comunicación masivos y estatales, como la radio oficial de Paraguay, y los archivos de la Operación Cóndor; las estructuras narrativas orales como el contar un relato de memoria, o dar un testimonio; y el registro de estímulos sensoriales como los sonidos y luces sincrónicas del medio ambiente.

Al analizar en Ejercicios de memoria los elementos que revelan procedimientos del cine de ficción, se observa, en la primera secuencia, un preludio que introduce a la narradora de la historia, cuya voz cálida parece la de una niña que, lentamente, cuenta el relato que aprendió de su genealogía familiar. La sucesión de este cuento es muy similar al fragmento —de Gershom Scholem— citado por Giorgio Agamben al inicio de El fuego y el relato (Sexto Piso, 2016). Según el filósofo italiano, la literatura es la pérdida del fuego que nuestros ancestros encendieron para contar una historia, y continuar esta tradición supone relatar los episodios de aquellos seres humanos que intentaron unirse a un elemento divino, o al menos, sobrehumano. Sus peripecias “adquieren un significado que los supera y los constituye en misterio”.

Este marco narrativo es el que constituye a la figura del relator como representante de una generación, más que a un solo individuo, o a una perspectiva personal. A través de la imagen y el sonido, el mundo diegético se parece a una puesta en escena del cine de ficción, pero sus indicios parecen provenir de fuentes indistintas, contradictorias en detalles temporales y espaciales, sin embargo, el montaje los hace coincidir en una forma realista y poética que atraviesa este filme, y que en el primer fragmento se introduce a través de la figura de una niñez sin rostro particular, cuya voz dice, simplemente, “voy a contar un cuento”.

Los personajes de Ejercicios de memoria habitan en distintas temporalidades, está el tiempo del héroe, del padre de la familia Goiburu, cuya presencia es la más porosa y distante al aparecer evocado a través de los archivos fotográficos, junto a otras personas, adultos y niñez, que fueron perseguidos por la policía de Stroessner, pero también está en los testimonios orales de sus hijos, ya adultos, que se escuchan en la banda de sonido. Estos audios están montados para que las palabras emanen como un río de memorias, sobrepuestos sin pausas ni especificaciones de los nombres de las personas que hablan. Los testimonios de la infancia de Rogelio, Rolando y Patricia, traen pasajes de la niñez durante el exilio y vida clandestina de la familia Goiburu en Posadas, en la provincia de Misiones, sin embargo, en la imagen estas secuencias muestran a distintos niños y jóvenes actores, también sin rostro particular, recorriendo el bosque y el río Paraná, en Empedrados, provincia de Corrientes. Nace así un tercer tiempo que se funde con los anteriores: la infancia del presente. Estas tres temporalidades suceden en el territorio noreste de Argentina, que con Paraguay han sido países escenarios de la cultura guaraní.

El gesto de Ejercicios de memoria es la búsqueda de lo sensitivo que se activa desde la necesidad de reconciliar las distintas infancias que aparecen en el filme. Las distintas temporalidades trenzadas revelan el interés de la directora de construir un aparato de miradas, voces y pasos colectivos, un nosotros abierto a continuar la tradición y a vivir en el presente.

[1] Documentos redactados durante la dictadura de Alfredo Stroessner, el régimen genocida más prolongado de Sudamérica (35 años), que hoy se encuentran custodiados en el Museo de la Justicia de Asunción.

Tomado de: El Agente Cine

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Un mensaje desde la amistad y el amor

Los 5 candidatos vacunales creados por la comunidad científica cubana para repeler a la Covid-19

Por Víctor Fowler

La presentación de los datos sobre la efectividad contra la COVID-19 de los candidatos vacunales Abdala y Soberana ha sido celebrada lo mismo en los medios nacionales (espacios de alcance y resonancia mayor) que en los hogares más humildes del país. Luego de vivir durante meses la nueva realidad derivada de la pandemia, de rehacer nuestros comportamientos habituales, de integrar a las conversaciones cotidianas cualquier nueva información acerca de la enfermedad y las batallas contra ella, la consecución en el país de una vacuna efectiva es un acontecimiento hermoso y descomunal.

¿Cómo entender esta fusión entre belleza y sacrificio, entre la intensidad del pensamiento (concentrado, como nunca antes quizá, en ofrecer solución a una situación de crisis en el país) y las habituales dificultades de nuestra cotidianidad? También puede ser planteado al revés: ¿Cómo separar el lazo tan profundo entre voluntad política, dedicación sin límites, espíritu de lucha, confianza popular y esperanza realizada? ¿Cuántas historias tuvieron que unirse para que esta historia —de la creación de una vacuna nuestra— haya sido posible?

Para llegar al sentido último de las preguntas anteriores se hace necesario mencionar la escasa cantidad de países que hasta el presente ha conseguido un éxito semejante —cosa que habla del alto desempeño de que ha sido capaz nuestra comunidad científica—.

Lo segundo, que nos referimos a un país pequeño, con una economía subdesarrollada (el único que, en estas condiciones, ha creado vacuna contra la COVID-19).

Lo tercero, que en el país no solo fueron creados varios candidatos vacunales, sino también tratamientos y protocolos que han atenuado los daños para las personas enfermas, además de la habilitación de unidades para el cuidado de los pacientes y de laboratorios de biología molecular (hasta poder procesar pruebas en cada una de las provincias del país). Es decir, las estructuras del Estado cubano han hecho un esfuerzo épico para proteger a la población.

En cuarto lugar, destacaría que la posibilidad del acontecimiento es algo directamente derivado de la política de fomento de la ciencia que —desarrollada por las instituciones de la Revolución Cubana— tuvo en Fidel Castro su principal figura.

Y para última posición en esta rápida lista dejo el sitio que, en esta historia de un logro científico extraordinario, corresponden a la maldad y la frialdad imperial, verdadera demostración planetaria (como para ser estudiada en la escuela) de lo que es una «sociopatía de Estado».

Mientras que, en una suerte de fiesta transnacional, los cubanos de la Isla celebramos por igual que todos aquellos que en estos tiempos nos han ofrecido solidaridad y, en general, las personas de buena voluntad que habitan el planeta, ¿cómo olvidar la indiferencia, la mentira articulada, los silencios interesados, las manipulaciones, el chantaje, las presiones contra países igual de pequeños que nosotros, contra las economías frágiles, la hostilidad, las persecuciones a empresarios, bancos y a cualquiera que signifique una diminuta posibilidad de paz, prosperidad, crecimiento o mejoramiento de las condiciones de vida para la población de la Isla?

¿De qué manera separan el odio (contra la Revolución y el sistema socialista) de los efectos a favor de la muerte de personas (no en sentido metafórico, sino real, efectivo y concreto) que ocurre gracias a ese sistema de acciones que unos llaman «embargo» y nosotros «bloqueo»?

¿Realmente alguien creyó que impedir movimientos de dinero, compras o transportación de combustible, adquisiciones de materia prima son acciones desconectadas del desarrollo de la industria médica o a la atención hospitalaria a los pacientes de la actual pandemia (o a cualquier otra enfermedad)?

Ser parte de un país extraordinario significa que, uniendo el presente y el futuro, puedo celebrar dos veces: la primera, por la grandeza épica del logro que recién acaba de ser conseguido, y la segunda porque sé dónde estoy, de dónde vengo, quiénes somos y qué tipo de mundo queremos/hacemos/soñamos para la humanidad.

Las vacunas desarrolladas por los científicos de mi país son —mucho más allá de sus fronteras—, además de una esperanza para millones que lo necesitan, un mensaje enviado desde la amistad y el amor.

Tomado de: Granma

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Jean-Paul Sartre, el filósofo de la acción y la libertad: A 116 años de su nacimiento

Jean-Paul Sartre junto al Comandante Ernesto Che Guevara

Los padres de Sartre fueron Jean-Baptiste Sartre, un oficial naval, y Anne-Marie Schweitzer, hermana de Albert Schweitzer. Su padre murió de fiebre cuando él tenía 15 meses, y Anne-Marie lo crió con ayuda de su abuelo, Charles Schweitzer, quien enseñaría matemáticas a Jean-Paul y le introduciría desde muy joven a la literatura clásica.

La filosofía le atrajo desde su adolescencia en los años 20, cuando leyó Essai sur les données immédiates de la conscience, de Henri Bergson. Estudió en París en la elitista École Normale Supérieure, donde conoció en 1929 a Simone de Beauvoir y a Raymond Aron. Sartre y de Beauvoir se volvieron compañeros inseparables durante el resto de sus vidas, en una relación no monógama. Juntos combatieron las suposiciones y expectativas de la formación burguesa. El conflicto entre la opresiva y destructiva conformidad espiritual (mala fe) y un «auténtico» estado de existencia, se convirtió en el tema central del trabajo de Sartre, un tema desarrollado en su principal trabajo filosófico El ser y la nada (1944).

La introducción más conocida a la filosofía de Sartre es su trabajo El existencialismo es un humanismo (1946). En este trabajo, Sartre defiende el existencialismo de sus críticos, que al final requieren la falsificación de sus ideas.

Se graduó de la École Normale Supérieure en 1929 con un doctorado en filosofía y sirvió como conscripto en el Ejército Francés de 1929 a 1931. En 1964 rehusó el Premio Nobel de Literatura, alegando que su aceptación implicaría perder su identidad de filósofo.

Su vida se caracterizó por una actitud militante de la filosofía. Se solidarizó con los más importantes acontecimientos de su época, como el Mayo Francés, la Revolución Cultural china —en su etapa de acercamiento a los maoístas, al final de su vida— y con la Revolución Cubana. Es el paradigma del intelectual comprometido del siglo XX.

Muerte

El escritor y filósofo falleció el 15 de abril de 1980, a los 74 años de edad, en el hospital de Broussais tras una enfermedad, que de hecho le apartó de la dirección de Libération años antes. Fue enterrado el 20 de abril, rodeado de una inmensa multitud. Más de 20.000 personas acompañaron el féretro hasta el cementerio de Montparnasse, en París, donde descansan sus restos.

«La existencia precede a la esencia»

Sartre consideraba que el ser humano está «condenado a ser libre», es decir, arrojado a la acción y responsable plenamente de la misma, y sin excusas.

A su vez, concebía a la existencia humana como existencia consciente. El ser del hombre se distingue del ser de la cosa por ser consciente. La existencia humana es un fenómeno subjetivo, en el sentido de que es conciencia del mundo y conciencia de sí. Se observa aquí la influencia que ejerce sobre Sartre el racionalismo cartesiano. En este punto se diferencia de Heidegger, quien deja fuera de juego a la conciencia.

Se formó en la fenomenología de Husserl y en la filosofía de Heidegger, discípulo éste de aquél. En plena guerra mundial, cuando formó parte del Ejército Francés como meteorólogo, Sartre es hecho prisionero, y en el largo periodo de ser cautivo del nazismo reformula muchas de sus ideas y elabora otras. Escribe constantemente e incluso representa obras de teatro en pleno campo de prisioneros.

Si en Heidegger el Da-sein es un «ser-ahí», arrojado al mundo, «e-yecto», para Sartre, el humano, en cuanto «ser-para-sí», es un «pro-yecto», un ser que debe «hacer-se».

Sartre escribió que en el ser humano «la existencia precede a la esencia», contrariamente a lo que se había creído en la filosofía precedente. ¿Qué quiere decir esto? Sartre da un famoso ejemplo: si un artesano quiere realizar una obra, primero «la» piensa, la construye en su cabeza: esa prefiguración será la esencia de lo que se construirá, que luego tendrá existencia. Pero nosotros, los seres humanos, no fuimos diseñados por alguien, y no tenemos dentro nuestro algo que nos haga «malos por naturaleza», o «tendientes al bien» como diversas corrientes filosóficas y políticas han creído, y siguen sosteniendo. «Nuestra esencia, aquello que nos definirá, es lo que construiremos nosotros mismos mediante nuestros actos», que son ineludibles: no actuar es un acto en sí mismo, puesto que nuestra libertad no es algo que pueda ser dejado de lado: ser es ser libres en situación, ser es ser-para, ser como proyecto.

Sartre y el comunismo

El periodo inicial de la carrera de Sartre, definida por El ser y la nada (1943), fue seguido por un segundo periodo de activismo político e intelectual. En particular su trabajo de 1948 Manos sucias examinaba el problema de ser un intelectual al mismo tiempo que participaba en la política. Se afilió al Partido Comunista Francés (PCF), aunque apenas fue miembro durante algunas semanas, y desempeñó un papel prominente en la lucha contra el colonialismo francés en Argelia. Se podría decir que fue el simpatizante más notable de la guerra de liberación de Argelia. Tenía una ayudante doméstica argelina, Arlette Elkaïm, a quien hizo hija adoptiva en 1965. Se opuso a la Guerra de Vietnam, y junto a Bertrand Russell y otras luminarias organizó un tribunal con el propósito de exhibir los crímenes de guerra de los Estados Unidos. El tribunal se llamaba «Tribunal Russell».

Agudamente crítico del estalinismo, su pensamiento político atravesó varias etapas: desde los momentos de Socialismo y Libertad, agrupación política de la resistencia francesa a la ocupación nazi, cuando escribe un programa basado en Saint-Simon, Proudhon y demás, cuando consideraba que el socialismo de Estado era contradictorio a la libertad del individuo, hasta su brevísima adhesión al Partido Comunista Francés, y su posterior acercamiento a los maoístas. Su principal trabajo en el intento de comunión entre el existencialismo y el marxismo fue Crítica de la razón dialéctica, publicado en 1960.

Durante la Guerra de los Seis Días se opuso a la política de apoyo a los árabes, pregonada por los partidos comunistas del mundo (excepto Rumanía). Y, junto con Pablo Picasso, organizará a 200 intelectuales franceses para oponerse al intento de destrucción del estado de Israel, haciendo un llamado a fortalecer los sectores antiimperialistas de ambas partes como única forma de llegar a una paz justa y al socialismo.

El énfasis de Sartre en los valores humanistas de Marx y su resultante énfasis en el joven Marx lo llevaron al famoso debate con el principal intelectual comunista en Francia de los años 60, Louis Althusser, en el que éste trató de redefinir el trabajo de Marx en un periodo pre-marxista, con generalizaciones esencialistas sobre la humanidad, y un periodo auténticamente marxista, más maduro y científico (a partir del Grundrisse y El Capital). Algunos dicen que éste es el único debate público que Sartre perdió en su vida, pero hasta la fecha sigue siendo un evento controvertido en algunos círculos filosóficos de Francia.

Sartre y la literatura

Durante las décadas de 1940 y 1950, las ideas de Sartre eran muy populares, y el existencialismo fue la filosofía preferida de la generación beatnik en Europa y Estados Unidos. En 1948, la Iglesia Católica listó todos los libros de Sartre en el Index Librorum Prohibitorum. La mayoría de sus obras de teatro están llenas de símbolos que sirven de instrumento para difundir su filosofía. La más famosa, Huis Clos (A puerta cerrada), contiene la famosa línea: «L’enfer, c’est l´Autre» («El infierno es el Otro»). El Otro -en francés tiene un alcance universal y casi metafísico- como otredad, como alteridad radical. (Grüner, E., 2005, El fin de las pequeñas historias)

Además del evidente impacto de La náusea, la mayor contribución literaria de Sartre fue su trilogía Los caminos de la libertad, que traza el impacto de los eventos de la pre-guerra en sus ideas. Se trata de una aproximación más práctica y menos teórica al existencialismo. Sobresale también su famoso ensayo sobre Gustave Flaubert: «El Idiota de la Familia». Es un minucioso y voluminoso texto relativo al autor de Madame Bovary, donde Sartre examina cómo brota el deseo de escribir.

Sartre después de la literatura

En 1964 Sartre escribió una autobiografía denominada Les mots (Las palabras). Ese mismo año se le concedió el Premio Nobel de Literatura, pero lo declinó tajantemente.

A pesar de su abrumadora fama mundial, Sartre mantuvo su vida sencilla, con pocas posesiones materiales y activamente comprometido a varias causas hasta el final de su vida, tal como la revuelta estudiantil del Mayo Francés de 1968.

Psicología existencial

Sartre rechazó durante décadas la noción del Unbewußtsein («lo inconsciente»), particularmente la planteada por Freud. Argumentaba que lo inconsciente era un criterio «característico del irracionalismo alemán», y por tal motivo se oponía a una psicología que se basara en un «irracionalismo«. De este modo es que Sartre intentó un «psicoanálisis racionalista», al cual llamó «psicoanálisis existencial».

Sus paralogías en esta cuestión son de perspicaz argumentación: «Un ser humano adulto no puede ni debe estar defendiendo sus defectos en hechos ocurridos durante su infancia, eso es mala fe y falta de madurez».

Es así como intentó crear un Psicoanálisis basado en una total autocrítica del sujeto, una «profundización» que eliminara la «mala fe«. En el discurso de tal intento, Sartre llegó a valiosas observaciones, particularmente las atinentes a la imaginación y a lo imaginario, o a opiniones tales como «el infierno es la mirada del otro»; el mismo concepto de «mala fe» es interesante para los psicólogos y filósofos. En cuanto la mala fe, explica Sartre, es un autoengaño (basado principalmente en racionalizaciones) por el cual el sujeto pretende tranquilizarse y, al tratarse precisamente de «fe», el individuo cree ciegamente en estas «razones».

Fuente: Acercándonos

Tomado de: Cuba en Resumen

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