Cine cubano en el Festival de La Habana: El tren de la línea norte. Por: Dean Luis Reyes*

Fotograma del documental, "El tren de la línea norte". Director: Marcelo Martín.

Fotograma del documental, “El tren de la línea norte”. Director: Marcelo Martín.

Aunque reportes de prensa indican que la cinematografía nacional presenta nueve largometrajes en concurso este año dentro del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, la cifra real es diez. Los prejuicios habituales que aún se ciernen sobre la no ficción hacen que solo se consideren los largos de ficción, mientras se olvida que además nuestro cine tiene un largo documental dentro de la competencia.

Se trata de El tren de la línea norte, primer largometraje del joven realizador Marcelo Martín, egresado del Instituto Superior de Diseño, quien destacara en 2012 dentro de la Muestra Joven con su corto Elena. Producido por la Productora Caminos del Centro Martin Luther King Jr., es un filme que resalta entre la creación de no ficción nacional de los últimos tiempos.

Pero la inclusión de esta obra dentro del concurso documental del festival habanero adquiere carácter de noticia: se trata del primer largo cubano que accede a la competencia en siete años. La última vez que un documental de este formato participó en la sección oficial (Fuera de liga, de Ian Padrón) fue durante el festival de 2008.

Anteriormente, pocos documentales de larga duración cubanos han accedido a la competencia. Entre los más destacados en el festival habanero se cuentan Suite Habana (Fernando Pérez, 2003, ganador del Primer Premio Coral, pero en la categoría de ficción, en la que insólitamente fue incluido); Yo soy del son a la salsa (Rigoberto López, 1996, Primer Premio Coral); Etiopía, diario de una victoria (Miguel Fleitas, 1979, Mención especial); Algo más que una medalla (Rogelio París, 1982, Segundo Premio Coral), y A veces miro mi vida (Orlando Rojas, 1981, Mención).

Además, en la última década y media el documental latinoamericano ha alcanzado una segunda edad dorada. Producciones de nuestra región se destacan en festivales de todo el mundo y son altamente valoradas por la crítica y la historiografía del cine. Así que el mérito de El tren de la línea norte es elevado.

Marcelo Martín construye con esta una obra que retoma la larga tradición del documental social del ICAIC del periodo clásico y lo reactualiza en sus facetas más políticas. El tren de la línea norte aborda la crisis social de Falla, poblado del municipio de Chambas, en el norte de la provincia de Ciego de Ávila. Con un estilo de documental expositivo, más rasgos de interactividad, se trata de una pieza que articula propósitos de activismo al indagar en el panorama social del poblado, buscando las razones para su decadencia.

El tema de esta película nace del vínculo personal de Martín con Falla. Según me contó en un diálogo que sostuvimos: “A pesar de haber nacido en Morón, no tengo recuerdos de mi primera infancia en aquellas tierras. Sí conservo recuerdos de los veranos que en mi infancia pasé en Falla. Una de las cosas que en mi niñez definía mi presencia en la zona era precisamente el viaje por ferrocarril del Carro de Puertas y todo el significado que encierra. Siempre me llamó casi mágicamente la atención cómo en el viaje del coche motor el entorno se transformaba desde el radiante Morón hasta el desolado Punta Alegre. Este fue precisamente el punto de partida para lo que sería después El tren de la línea norte (…) Por otro lado, el hecho de que Falla estuviera justo a mitad de camino era algo así como una señal de que ese debía ser el lugar indicado para llevar a cabo la investigación más exhaustiva dentro del futuro proyecto. Algo a señalar es que pasó mucho tiempo entre el último verano de mi niñez en Falla y mi regreso como adulto. Así que se me hizo polvo la imagen acogedora que conservaba del pueblo ante la decadencia y las ruinas que estaba presenciando”.

La manera de abordar los temas de su largo nacieron de la compenetración con el contexto, descubriendo personajes y documentando ambientes que expresan, por un lado, la historia de Falla (común a casi cualquier pueblo cubano erigido alrededor de la economía colonial de azúcar), y, por otro, la vida cotidiana, los hábitos y costumbres de esa comunidad desconocida para el resto de los cubanos.

Cuenta Martín: “El documental se filmó en tres etapas, durante aproximadamente seis meses. Una de estas etapas, la más larga, fue con el equipo de filmación completo, y para las otras fuimos solo dos miembros del equipo. Lo pudimos hacer de este modo porque contamos con la colaboración de algunos de los habitantes de Falla, que se brindaron para ayudarnos. Sin haber visto nunca cómo se llevaba a cabo un proceso de producción, trabajaron con una profesionalidad sorprendente. Algunas de las imágenes y sonidos presentes en el documental fueron capturados por estas personas”.

Esa vocación de integrar a los sujetos del relato en la construcción del proceso mismo, le otorga a la pieza final una verdad determinante por el peso de sus argumentos. La mirada que arroja El tren de la línea norte no es externa o turística, sino compleja y profunda, además de comprometida con los problemas que documenta. Ello le aporta además una gravidez moral no común a las películas cubanas que abordan las zonas de fractura de la vida social, de la pobreza y la sobrevivencia de grupos sociales en circunstancias difíciles.

A pesar de asumir un tema y estilo tan circunstanciales, la película de Marcelo Martín tiene un atractivo mayúsculo. Acaso el más destacable sea una dramaturgia que sostiene su argumentación con arcos dramáticos de intensidad creciente, más una factura muy estimable. Quizás el montaje visual, a cargo de Daniel Diez Jr., sea parte esencial de ese atractivo.

Asimismo, la fotografía a cargo de Ernesto Calzado no cede al paisajismo, sino que opera obturando la apariencia quieta y arqueológica de Falla, mirando debajo de la superficie. Esa “suciedad” acaba siendo parte esencial de su tono, central en lo logrado de la denuncia que encierra el discurso.

Víctor López se ocupó de la posproducción de imagen, por momentos efectistas y recargados, aunque responsable de un atractivo extraño al documental social tradicional. Osmany Olivare y Angie Hernández diseñaron una banda sonora muy intencionada y repleta de marcas de género fílmico (sobre todo dirigidas a producir una atmósfera de western), ocupadas de subrayar tensiones y definir tempos y gradaciones emocionales.

Uno de los recursos más destacados de la producción de El tren de la línea norte es la música original, creada por Santiago Feliú. Fue esta la obra póstuma del destacado cantautor cubano, quien trabajaba en las composiciones en el momento en que lo sorprendió la muerte.

Sobre esta parte del proceso, refiere Martín: “Yo conocía la obra de Santi y también de su pasión por el western. Sin lugar a dudas, era el indicado, aunque nunca en mi vida había hablado una sola palabra con él. Pero creo que fue precisamente el género western quien dijo la última palabra. Yo le había entregado a Santi una maqueta del documental editado con música de referencia, precisamente con temas de Ennio Morricone y otros de John Williams, y supe por su expresión, cuando comenzamos a trabajar, que la idea de componer música de este tipo era lo que verdaderamente lo seducía. Trabajamos mucho en definir qué tema representaba cada momento musical del filme, él había avanzado en las maquetas de algunos temas ya definidos; nos quedaba pendiente la reunión de trabajo de esa semana, cuando la vida le impidió continuar. Santiaguito fallecía inesperadamente y aún después de dos años me cuesta creer que no esté entre nosotros. Su trabajo, como su vida, habían quedado inconclusos por causas ajenas a las voluntades terrenales, tal vez en lo divino se justifique su pérdida”.

Pero las maquetas cayeron en las manos indicadas: los hermanos Harold y Ruy Adrián López-Nussa se ocuparon de la composición e instrumentación final, así como de la grabación de la banda sonora que tan bien hace a la película.

Martín relata que “había tenido muy buenas experiencias con Harold en el pasado, cuando le encargué la música de otro de mis documentales; Ruy Adrián había formado parte del equipo de Santiaguito en la grabación de la música para El tren… ¿Quiénes mejor que ellos para continuar el trabajo? Compusieron y grabaron algunos de los temas que aún faltaban, importante señalar que muy a tono con la propuesta inicial. Y para mi sorpresa, Santiaguito había dejado muchos apuntes musicales para los diferentes momentos del documental. Los hermanos López-Nussa los aprovecharon al máximo, arreglando y trabajando sobre estos apuntes para terminar con la creación de temas con un nivel de coherencia incalculable. Finalmente, la música de El tren de la línea norte fue realizada a seis manos, pero resulta casi imposible detectar qué tema fue compuesto por quién. Creo que le resultaría de mucho agrado a cualquiera, aun cuando no le llegue a interesar el documental en sí, dedicarle tiempo a escuchar la música”.

El tren de la línea norte tendrá su primer encuentro con el público cubano en este festival. Aunque la mayor parte de los espectadores de diciembre prefieren la ficción a la hora de hacer su periplo por los cines, este largo exige de esa comunión extraña entre la gente y la pantalla, donde se construye una comunidad imaginaria que derrama las lecturas hacia la sociedad.

Porque El tren de la línea norte cierra su discurso con una cita tomada del libro Por los extraños pueblos, de Eliseo Diego, que ensarta con los propósitos del documental social latinoamericano: “No es por azar que nacemos en un sitio y no en otro, sino para dar testimonio (…) y como ninguna de nuestras obras es eterna, o siquiera perfecta, sé que les dejo a lo más un aviso, una invitación a estarse atentos”.

Tomado de: http://www.cubacontemporanea.com

Dean Luis Reyes*Licenciado en Comunicación Social, Universidad de La Habana, 1996. Tiene más de 15 años de experiencia como periodista en diferentes medios de comunicación cubanos: prensa impresa, radio, televisión y revistas culturales. Se ha destacado en programas como “Pantalla Documental”, “Secuencia” y “Voces Cruzadas”.

Desde 1995 es colaborador regular de La Gaceta de Cuba. Su obra ha aparecido en buena parte de los medios especializados del país. Entre 2004 y 2010 trabajó en la EICTV. Inicialmente, como editor de la revista digital Miradas; a partir de 2007 y hasta 2010, como profesor y Coordinador de la Cátedra de Humanidades de esa institución y se ha mantenido vinculada a la misma a través de talleres. Desde 2011 es creador independiente.

Ha sido merecedor de premio como: “Premio Caracol” y “Premio Nacional de Periodismo Cultural “Rubén Martínez Villena”. Ha participado como jurado en Festivales tanto nacionales como internacionales.

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