De regreso a un coloso. Por: José Ernesto González Mosquera

Interior del Teatro Alicia Alonso recién restaurado.

Interior del Teatro Alicia Alonso recién restaurado

En muchos y variados medios ya ha sido noticia la reapertura del Gran Teatro de La Habana, hoy Alicia Alonso, en una pomposa gala que organizó el Ballet Nacional de Cuba para celebrar el advenimiento del año 2016.

Pero no pretendo hablar de aquella gala, trasmitida íntegramente por la televisión cubana con luces y sombras, sino del día en que las puertas del coloso de Prado abrieron sus puertas al público balletómano que añoraba el regreso a su casa habitual. El primer día de enero la gala no fue abierta al público sino por invitaciones especiales para altos exponentes de la política, la sociedad y la cultura cubanas.

Escribir solo sobre ese día sería no hacerle honor al teatro por el que han desfilado las más grandes figuras de nuestro arte, sin contar las no pocas luminarias extranjeras que han encontrado en sus salas el confort, la elegancia y la belleza de uno de los escenarios más engalanados de América Latina.

Lo confieso, esto es un escrito personal. No habla un periodista, sino un niño de diez años que por primera vez vio un ballet en la sala García Lorca cuando no pudo comprar entrada y alguien lo dejó colarse a hurtadillas.

La visión se repite como un déjà vu 14 años después, ticket en mano, para vivir la misma ilusión de un teatro vistoso, con cada detalle cuidadosamente recompuesto como si por magia se volviera a los años de su inauguración, mucho tiempo atrás.

Algunas cosas han cambiado desde hace tres años. Los diferentes espacios y salones se volvieron amplios con la restauración; cada columna, pared o escultura fue meticulosamente restaurada para devolverle al Gran Teatro sus vistas elegantes.

Debo a los lectores una entrevista con su director, Leonardo Tur, para conocer a fondo todos los pormenores de tamaña restauración.

Ahora solo soy un simple niño que volvió al ballet y descubrió su teatro renovado, con una lámpara clásica portentosa coronando un fresco que preside la sala mayor del complejo. Los palcos y espacios muestran nuevo mobiliario, el piso se desnuda en madera brillante y la sala se vuelve clásica con cada adorno de las paredes.

De seguro la maestra Alicia (Alonso), aunque no pueda verlo a plenitud, lo debe sentir. Cuánto le hubiera gustado al maestro Fernando haber podido ver esa sala, su casa para la danza, restaurada de esa forma. Y cuánto añorarían todos los bailarines cubanos que hoy se encuentran por el mundo volver a presentarse en ese escenario. Tiempo al tiempo.

Por supuesto, no puedo dejar de hablar de ballet. La danza se siente, se respira, se observa, se disfruta, se saborea de manera diferente en la sala García Lorca. Es pura magia, indescriptible e indescifrable. No creo existan palabras exactas para explicarlo.

Y volvió a escena el mismo espectáculo Tríptico Clásico que abrió las puertas el día 1 de enero. Esta vez, de seguro, fue una gala más emotiva y cercana. El público de las largas filas, que madruga para alcanzar aunque sea un ticket en la sección Paraíso, allá arriba casi en el techo, aplaudió esa noche como nunca antes.

Volvieron a escena la joven Giselle, esa campesina enamorada que sufre de una enfermedad y por el desengaño de su enamorado. La locura se desata en su interior y muere para convertirse en willy. Bravo por una Sadaise Arencibia correcta, inspiradora, frágil, toda dominio de su personaje y el estilo.

La catarsis de la noche llegó con Estheysis Menéndez en su interpretación de la princesa Odette en el segundo acto de El lago de los cisnes. La Premio de la Crítica UNEAC del 2015 ha sabido bordar a su antojo este personaje convirtiéndose, tal vez, en uno de los referentes en la actualidad al interpretarlo. Siempre es regocijante encontrar en Dani Hernández a un atento partenaire y un príncipe elegante en la escena. No abundan muchos por estos días con esas cualidades de danseur noble.

Para el final, la alegría de las bodas de Swanilda y Franz en Coppelia, y la grata noticia del regreso a la escena cubana de los bailarines principales Grettel Morejón y Alfredo Ibáñez tras exitosas presentaciones junto al Ballet Nacional de Perú. Ella llegó con una seguridad de hierro que irradió sobre la escena, con la fuerza para asumir cualquier reto que se le presente. Siempre ha sido una de las joyas interpretativas de esa compañía y su calidad como ballerina es incuestionable. Lástima que en más de una ocasión no se le haya prestado la atención que merece. Alfredo sigue mostrando sus cualidades como actor y como excelente partenaire, además de una limpieza técnica que, cada vez más deja latente en su desarrollo como bailarín.

El Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso vuelve a ser la casa de la danza en Cuba. Tras tres años de intensa labor de restauración, el más importante de los teatros cubanos se levanta majestuoso en una ciudad que cambia su cara visible.

Tomado de: http://www.cubacontemporanea.com

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