Dos siluetas y un carromato. Por: Octavio Fraga Guerra*

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Foto: OFG

Multiplicados, mestizos, promiscuos, resistiéndose a los ardores que rubrican las fábulas del tiempo, deambulan por esta ciudad incontables carromatos. Decididos a ser esenciales piezas arqueológicas en una Habana que no se detiene, que se agolpa por entre las horas, las lluvias, el trajinar de un día inconcluso y el erigido silencio.

Se exhiben arados, erguidos por el trazo de sus huellas, rechinando las curvas oxidadas de ruedas desgatadas con sabor a remiendos. Son parte de la cartografía de una ciudad empeñada en ser la más coqueta de un Caribe arrojadizo que nos viste de salitre, de polvo, simulando garabatos y desvelos. Es un mar henchido, dispuesto a tomar los espacios de luz, las preguntas que aún deambulan o los misterios que toda ciudad guarda con celo.

Mientras el terco mar se aferra en romper los muros de un malecón legendario, los carromatos sortean sus derroteros a destiempo, sin previo aviso, en quebradas dimensiones, ajenos a las normas, las curvas meteorológicas o las humedades que se antojan como cercos.

Soportan en sus espaldas cargas surrealistas, fantasmagóricas, cotidianas, asimétricas, tremebundas; alistan sus vértices escabrosos en reiteradas soldaduras de salitres, tejidos para afincar su delgado esqueleto, pues saben que no será la última ruta de un día, que en verdad no tiene nombre.

Un sofá a punto de ebullición, frutas y verduras para la plaza que no deja de mostrar precios de oro, sacos de escombros rasgados en algún edificio en ruinas del que tan solo quedan, aferradas, las columnas, las vigas de madera o los restos de un andamiaje de acero poblado de historias. Los últimos enseres de una mudada de ocasión, libros restaurados y relucientes para el feliz empezar de una escuela donde los niños asisten cada mañana con sus lustrosos uniformes y vibrantes pañoletas. Son estas también las huellas efímeras de sus fabulas, sus contiendas, sus terquedades risueñas.

Son cómplices de sus andares las paredes descascaradas de una ciudad hermosa que rejuvenece dispar, las grietas de las calles que soportan el peso de su ir y venir enrumbando al más inusitado de los destinos. Los claros de luz de un atardecer baldío, siempre inconcluso, o sábanas blancas afincadas en los balcones reveladas siempre en trazos performativos, sinuosas formas o como lienzos para el pintar de los cerros.

Esta ciudad, antaño amurallada, volverá a renacer con ese claro de luz, siempre limpio, brillante, emocionado, para erigir otro amanecer y recordarnos que han despertado del todo dos siluetas y un carromato.

*(La Habana, 1966) Licenciado en Comunicación Audiovisual (Instituto Superior de Arte). Editor del blog CineReverso. Productor y guionista de cine y televisión. Articulista de la revista cultural La Jiribilla. Colaborador de las publicaciones Cubarte, Canarias Semanal y Cubainformación, estas dos últimas del Estado Español.

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