Economía de la cultura en Cuba: nuevas miradas desde la actualización. Por: Anailí Román

Sede del Fondo Cubano de Bienes Culturales en la provincia de Cienfuegos.

Sede del Fondo Cubano de Bienes Culturales en la provincia de Cienfuegos.

Cuando en 2011 fueron aprobados los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, la cultura cubana -ya lo sabemos- fue reconocida como una de las conquistas que hay que continuar preservando. La ruta a seguir, en cambio, orientó la mirada hacia un contexto de ineludibles transformaciones con tres grandes imperativos: reducir o eliminar gastos excesivos, generar nuevas fuentes de ingreso, y evaluar todas las actividades que puedan pasar del sector presupuestado al sistema empresarial.

En términos declarativos, parecen objetivos explícitos. Cómo llevarlos a vías de hecho supone, no obstante, respuestas más complejas que implican examinar conscientemente la producción de bienes y servicios culturales mediante el prisma de la economía, pero sin desconocer las singularidades, dinámicas y naturaleza de sus procesos.

Para la investigadora cubana y Dra. en Ciencias Económicas Tania García Lorenzo, hay dos preguntas esenciales en el análisis de este tema: “¿cuál es la política cultural de la “actualización?” y  “¿cuáles son sus principios rectores en las condiciones actuales y de cara al futuro mediato?”. Frente a los cambios que experimenta hoy el modelo económico cubano ambas interrogantes apuntan, inexorablemente, al necesario debate sobre las relaciones entre cultura y economía desde perspectivas que –afirmó- no constituyen terreno exclusivo de la academia.

Los actores sociales y los diseñadores de política, dijo en entrevista con Cuba Contemporánea, también deben formar parte de estos intercambios, más aun si se tiene en cuenta que “cuando se hace una lectura e interpretación de la práctica cultural desde la sociedad, las proposiciones y elucidaciones no tienen por qué ser las mismas que cuando ese balance se realiza a partir de la creación artística que interpreta un fenómeno social”.

¿Cuáles son los principales desafíos que enfrentan el estudio y la aplicación de la economía de la cultura en Cuba ante el proceso de actualización de su modelo económico?

La pregunta reclama, ante todo, definir qué entendemos por economía de la cultura.  Aunque existen múltiples enfoques, para mis trabajos la reconozco como el sistema de relaciones económicas que se establecen entre los sujetos sociales con el objetivo de asegurar la vida cultural de la civilización. En ese sentido, el estudio de tales sistemas, sus dinámicas y tendencias, resulta fundamental para el desarrollo de una nación. No se trata, por tanto, de que sean industrias o no, mercancía o no. El análisis de estos temas traspasa con creces esos marcos y supone una doble aproximación: mirar la economía desde la cultura, pero también la cultura desde la economía.

Confundir mercado con capital ha sido uno de los errores más comunes y de más alto costo para la construcción de un pensamiento que aquilate, en sus complejas magnitudes, lo que sucede actualmente en el campo cultural. Y, sobre todo, las causas por las cuales existe un tipo de apropiación excluyente de los procesos de creación y de los productos y servicios culturales que se originan desde nuestros pueblos. De tal suerte, es desde el pensamiento anti-hegemónico desde donde se puede y debe discutir con mayor crudeza acerca de esos temas.

Por otra parte, en ciertos campos de actividad, la vocación por la consulta no ha sido realmente una de las mayores virtudes. Creo que ha existido más preocupación por “explicar”, “educar”, “llevar la cultura”, que por asumir en toda su magnitud y complejidad la naturaleza endógena de los procesos culturales.

En ese contexto, no debe olvidarse que una de las tareas que la sociedad encomienda al Estado es preservar la memoria histórica y promover los espacios de construcción cultural. Pero promover no significa administrar, sino facilitar, impulsar y crear los entornos necesarios para que la sociedad crezca, desde y para sí misma, a partir de los mejores valores de solidaridad humana y de la satisfacción de sus necesidades materiales y espirituales. Todo ello implica relaciones económicas que deben ser objeto de estudio de la economía de la cultura.

No pocas veces la comprensión o aplicación de criterios económicos en la cultura se asocia a la posibilidad de que los procesos de producción de bienes y servicios culturales sean rentables. ¿Qué implicaciones puede tener esa interpretación en las dinámicas de funcionamiento del sector y en el diseño de políticas económicas vinculadas a este?

Cuando el término “economía de la cultura” aparece asociado al de rentabilidad, están circunscribiéndolo a lo que puede y debe hacerse cuando se “gesta economía”. Pero no se refiere solamente a eso. Sin relaciones económicas no hay procesos culturales, porque estos necesitan un sustento económico. Lo que ocurre en el acto creativo puede convertirse en un producto cultural cuando la obra pasa por un proceso de producción, distribución y llega al consumo. En ese trayecto, desde el momento de la creación, existe economía, pues el escritor, el pintor, los artesanos… necesitan insumos, y todos esos materiales hay que producirlos o adquirirlos.

Por eso es que toda política cultural necesita y demanda una política económica de la cultura, que identifique de forma clara y precisa cuáles y cómo son esas relaciones, quién y en qué condiciones ejerce la propiedad sobre lo producido, y cómo y en qué condiciones se realiza el trabajo. Ahí están presentes las diversas relaciones económicas que deben y tienen que coexistir en este mundo complejo y diverso de la cultura.

La producción cultural en Cuba ha demostrado que tiene potencialidad suficiente para generar ingresos al PIB, exportaciones, aportes al presupuesto y posibilidades de empleo; en algunas ocasiones, tanto o más que otros sectores. Pero la producción cultural tiene particularidades que la distinguen de los restantes sectores de la economía. Hablamos de obras del espíritu. Todo el proceso económico, comercial y financiero que permite convertir esa creación en un producto que llega al receptor de ese mensaje cultural debiera estar supeditado a esa condición. Subordinar la creación a la obtención de ganancias inhibe su destino fundamental. Además, construir una demanda para lo que no constituye un mensaje verdaderamente cultural es una manipulación del arte y del hecho creativo.

El diseño de política económica para la cultura necesita, asimismo, ser específico para cada manifestación artística. Cada una tiene requerimientos diferentes, porque es diferente la naturaleza creativa que las genera. Ninguna expresión cultural puede ser regida desde un plan esquemático y directriz. Por el contrario, el plan económico que respalde los procesos culturales debe ser flexible e inductivo, lo cual no está reñido con la necesaria rigurosidad en la administración de los recursos.

Y esto es importante, porque la conducción y ordenación de la producción cultural ha de realizarse a partir de una estrategia que debe vincular distintos ciclos productivos, actores y formas de propiedad, además de propiciar los encadenamientos propios del sector. Programar el balance intersectorial de la propia cultura resulta fundamental. Por ejemplo, en la economía del patrimonio es esencial reconocer el valor económico de las obras de arte que se atesoran, precisamente para asegurar su verdadera protección. Si  el sistema no se estructura a partir de una comprensión conceptual que reconozca el valor cultural y económico de lo que se tiene que realizar, los costos para la cultura y para la economía pueden ser muy altos.

Existen producciones artístico-culturales que no son capaces de generar ingresos por encima de sus costos asociados. ¿Cuál es la importancia de las subvenciones estatales para garantizar su existencia y desarrollo, aun en circunstancias de escasa demanda?

Lo que representa una función social y se cataloga como bien público que debe llegar a toda la sociedad constituye responsabilidad del Estado. El punto de partida de lo que se financie con cargo al erario público es, precisamente, el papel que esas actividades están llamadas a jugar dentro de la sociedad. Esas no son gratuidades indebidas.

Como parte de esa función social, es preciso considerar aquellas expresiones artísticas y procesos socioculturales que no estén en capacidad de cubrir sus costos ni ser sometidos a los riesgos de la demanda. Para cumplir su misión necesitan recibir recursos desde el presupuesto estatal, pero también pudieran ser complementados desde otras fuentes. En todos los casos, dichas asignaciones debieran ser recibidas de forma rigurosa y con responsabilidad legal por parte de las personas encargadas de su ejecución, pues se trata de los recursos del país.

¿Cuáles son las instituciones, proyectos culturales y expresiones artísticas específicas que han de ser financiadas desde el Estado, y en qué proporciones? Esas son decisiones de política cultural y no de política económica. Ha habido señalamientos autocríticos por parte de autoridades del sistema institucional reconociendo que esa función es perfectible. Por tanto, no debiera haber espacio a la discrecionalidad y sí una amplia transparencia al verificar el rigor del proceso asignación–cumplimiento de la misión.

Tanto los mecanismos de programación financiera, como el sistema de relaciones económicas reclaman una profunda revisión porque resultan esenciales para la efectividad del desarrollo de la cultura nacional. Sería útil entonces meditar sobre si el proceso de asignación de recursos debe ser más descentralizado hacia el proyecto cultural específico y menos concentrado a nivel de las instituciones intermedias. Tal vez esto otorgaría mayor capacidad en la administración de los recursos necesarios y eliminaría intermediaciones no justificadas.

De igual forma, resulta esencial transformar el análisis de la ejecución del presupuesto en un instrumento efectivo de fiscalización social. Para ello es necesario socializar la información a través de un sistema de información e indicadores culturales que permitan realizar el diagnóstico y formalizar los escenarios en análisis competentes. Y es a partir de que la asignación presupuestaria responde a un encargo social, integrado a una estrategia de la cual se rinde cuenta a la sociedad, que pueden contestarse preguntas tan importantes como: ¿cuánto se ha cumplido de la misión encargada a la institución con el presupuesto asignado? o, de ese presupuesto, ¿cuánto se asigna al funcionamiento institucional y cuánto a los proyectos culturales específicos?

Como parte del proceso de actualización del modelo económico cubano, diversas instituciones culturales han pasado a asumir una organización empresarial que debe “aliviar” la carga al presupuesto del Estado. ¿Qué retos supone este cambio para las instituciones culturales y su gestión económica?

La definición de si una institución debe ser unidad presupuestada o empresa no puede estar determinada por “aliviar la carga al presupuesto del Estado”, sino por la naturaleza de su gestión y la lógica económica que debe regirla. Es un tema importante, porque la lógica económica de una empresa no es la misma que la de una unidad presupuestada.

Una empresa se diseña para obtener beneficios. Esa historia de planificación de las pérdidas empresariales debiera ser un sofisma de los tiempos ya pasados, al menos eso espero. La empresa ha de producir teniendo en cuenta los requisitos necesarios para alcanzar su capacidad de acumulación, reinversión y aporte a la sociedad. Sus sistemas de funcionamiento a través de contratos susceptibles de ser sometidos a reclamación legal deben constituirse en una práctica respetada por todos, que no deje espacio a cuentas por cobrar y pagar fuera de términos, a incumplimiento en los procesos inversionistas, entre otros muchos problemas que se confrontan en el sector empresarial, según algunos expertos.

Ahora bien, para ser fiel a su función social verdadera, nuestras empresas culturales tendrían otros requerimientos. Han de transitar en pro del desarrollo cultural legítimo y promover lo mejor de la creación artística. Por lo tanto, su función no es solo obtener ganancias a cualquier costo, sino participar en la promoción de lo mejor del arte nacional. El mercado no determina jerarquías, sino identifica corrientes y tendencias comerciales que son aprovechadas, y a veces construidas, desde los propios capitales mediáticos.

Constituyen áreas de negocios riesgosas y reclaman altas tasas de inversión en distintos acápites como la promoción. De la misma forma, en muchas ocasiones los ingresos en los momentos de éxitos cubren los costos de esa creación y de otras que le han acompañado, aunque no hayan tenido los mismos resultados económicos. La experimentación, el vínculo del creador con su público, son componentes ineludibles de esa estrategia.

Las tecnologías de la información y las comunicaciones se han convertido en recursos productivos indispensables, y al propio tiempo sitúan a los creadores en capacidad y libertad para gestionar, haciendo innecesarias algunas intermediaciones. Estructuras verticales ya están siendo superadas por relaciones horizontales para cerrar el ciclo que va desde la creación hasta el consumo, en interacción con el espacio en el que se realizan.

En economía tiene aplicación aquel refrán que dice que el collar no lo hacen las perlas sino el hilo. El flujo operativo, el sistema de relaciones y las prerrogativas son elementos decisivos para obtener la mayor efectividad del funcionamiento y, por ende, la eficacia y la eficiencia del sistema presupuestario y el empresarial. En la medida en que los sistemas de comunicación, financieros y organizacionales, logren dejar atrás sus retrasos tecnológicos y las incompetencias asociadas a ello, podrán establecerse cadenas productivas en la verdadera expresión de la palabra. Eso renovará las capacidades de producción y reproducción de la creación cultural.

En un entorno cada vez más competitivo, donde las formas no estatales de propiedad han ido ganando espacios, ¿cuál ha sido hasta el momento el impacto en el sector artístico-cultural de las transformaciones económicas que tienen lugar en Cuba? ¿Hacia dónde cree que deberían encaminarse los análisis en ese sentido?

Resulta insoslayable la necesidad de que la política cultural sea cada día más inductiva. La resistencia a los cambios es inútil cuando las innovaciones son demandadas por la sociedad y predomina la convicción de lograrlas preservando el sistema social que ha transformado a la nación cubana. El resultado de la gran obra cultural de las últimas décadas es, precisamente, que ya no somos la misma sociedad de 1959. Nuestros sueños y demandas no pueden ser los mismos.

El sistema empresarial e institucional estatal está retado, y tiene que demostrar eficacia en el cumplimiento de su misión y eficiencia en sus resultados. Hoy se impone pensar en términos de innovación. La existencia de varias formas de propiedad, teniendo el mercado interno como objetivo, pone en permanente juicio la eficiencia y eficacia de los actores económicos participantes. Ahora habrá que acostumbrarse a competir. La satanización del mercado consagró estructuras, directrices y prácticas. Eso dañó el funcionamiento empresarial, y  en muchos lugares aquella frase de que “la calidad es el respeto al pueblo” quedó sepultada en la indolencia y la abulia.

El reconocimiento o no de nuevas formas de creación artística y literaria fuera de los cánones institucionales no paraliza su existencia. El sector no estatal en la cultura es una realidad que ha cambiado el mapa productor. Establecer mecanismos eficaces de promoción orientados a las líneas de la política cultural del país y un sistema de relaciones jurídicamente validado dependerá de las acciones que se propongan las instituciones. Pero si después de asumir su inevitabilidad se establecen formas de gestión y producción propias del ámbito estatal, no auguro buenos resultados, porque son formas de propiedad diferentes que demandan sistemas de relaciones económicas diferentes. Por eso los creadores del ámbito audiovisual demandan una ley de cine, por eso la revisión de las regulaciones sobre el derecho de autor constituye una necesidad de primer orden, entre otros elementos a considerar.

Las transformaciones que están teniendo lugar irradian hacia todos los ámbitos de la vida de la sociedad e implican cambios en los paradigmas de socialismo que han marcado la pauta de los procesos vividos durante más de cinco décadas. Varias generaciones enfrentan este proceso desde diferentes cosmovisiones, expectativas de vida e interpretaciones de lo que pudiera significar un desarrollo próspero y sostenible.

Resulta indispensable tomar en cuenta las improntas que la cultura, como sistema de valores y de pensamiento, y la producción cultural, como expresión económica, introducen en todo el proceso. Esas improntas necesitan ser pensadas en su integralidad, en todas las fases del ciclo de la reproducción y en su condición holística, tanto en lo que compete a la creación artística y literaria, y a sus creadores, como a la sociedad en su conjunto. Porque es menester enfrentar el hecho de que, junto al cambio de paradigma de socialismo a construir, se está produciendo un cambio de paradigma social y productivo donde la creatividad, la innovación y la participación se constituyen en las bases de sustentación de las sinergias del crecimiento y el desarrollo.

En el contexto de las nuevas realidades, la política cultural está llamada a jugar un rol programático decisivo para la promoción de la cultura a lo largo y ancho de Cuba, que impulse la reconfiguración de los territorios como la génesis natural del desarrollo, dejando atrás la etapa en que el ciclo creación-consumo era posible diseñarlo y controlarlo desde marcos unilaterales.

Con lentitud, la inevitable desestatización de la producción nacional ya involucra cerca del 30% de la fuerza laboral, según estadísticas oficiales, y ello está presente también en la cartografía de los actores fundamentales de la cultura cubana.  Ya la cadena productiva integral de los procesos económicos está constituida por varias formas de propiedad y ello impone nuevas relaciones sociales.

Hoy la normalidad es el cambio y la adaptación a los entornos diversos. Las empresas e instituciones de la cultura no se someterán a más tensiones que las del resto del país, en tanto el proceso de reestructuración del Estado, descentralización gubernamental y desconcentración de la propiedad hace cambiar todos los escenarios preexistentes.  Creo que ese es un desafío importante, pero la nación cubana cuenta con todas las potencialidades necesarias para enfrentarlo.

Tomado de: http://www.cubacontemporanea.com

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