El seductor desafío de la iconografía en el audiovisual cubano. Por: Octavio Fraga Guerra*

El hombre de MaisinicúI

El ser humano, permanente lector, asimila e interactúa con entornos citadinos o rurales, interpreta y evalúa disímiles textos, entabla una mirada crítica sobre la evolución o los retrocesos de las individualidades y grupos sociales.

En otro nivel, se posiciona sobre las problemáticas que le competen, inquietan o afectan. La economía, la política, la cultura, los problemas medioambientales son parte de sus habituales tópicos, sus más declarados intereses. Son prácticas que se entrecruzan, transitan por los necesarios juicios, por el discriminar o desechar partes de un todo.

Esta experiencia suele desarrollarse desde un presente que incorpora otras perspectivas ancladas en los pilares de la historia, en los medulares ejes de la cultura o en las más descollantes evoluciones que son propios de la política, la sociedad o la economía. Todas ellas, y muchas otras, son vitales para construir individualidades apertrechadas de argumentos críticos y saberes, en una era en la que se afianza y materializa el concepto de ser ciudadanos globales.

Alineados a los principios comunes de la humanidad, no solo lo interpretamos nuestro entorno, también lo construimos en función de los valores comunes de cada país, de los de otras geografías. Ante este perenne desafío es imprescindible edificar un capital simbólico, un universo iconográfico desde los trazos de la retórica y la subjetividad, desde las fortalezas del discurso de la ficción y el documental, junto al amplio abanico de formas narrativas que distinguen al audiovisual contemporáneo.

Las imágenes configuran las perspectivas de nuestras ventanas sociales y tienen efectos reales en la conciencia y la praxis. Marcan pautas. Son protagónicas en la contemporaneidad las lecturas de textos fílmicos que conducen hacia una percepción sobre otros pueblos, culturas e identidades y, por supuesto, nos dibujan las realidades locales.

Sumadas todas estas tesis como un libro mayor, al audiovisual le distingue el ser resuelto multiplicador de valores comunes en una sociedad global cada vez más conectada. Son, en definitiva, juicios fortalecidos por el debate y la búsqueda incesante del conocimiento.

II

¿Es acaso la mirada una forma de medida de la verdad o es más bien una forma de concebir la existencia de una verdad que construye el sujeto con su discurso de veracidad?

Sobre el asunto, el semiólogo Umberto Eco define a la cultura como un conjunto de sistemas de representación o significación que la hacen más virtual que real. Nada parece ser más real que la cultura en la que vivimos inmersos. Esta condiciona formas de vida y pensamiento, el trazo de nuestro diario y modos de comportarnos en la sociedad. Sin embargo, vivimos permeados por entidades ficcionadas claramente virtuales. La pintura, los cuentos y leyendas, la literatura, el cine, la música son parte de ese andamiaje simbólico que nos nutre, nos fortalece.

El mundo subjetivo que ofrece el audiovisual se ha incrementado de manera exponencial a partir de la cambiante dinámica del escenario digital. El lenguaje y las imágenes a través de la prensa, la literatura, la televisión, el cine, el video clip o el internet han introducido en lo cotidiano otra realidad que se complementa continuamente con el mundo real de los amigos y la familia.

Sin embargo, amerita hacer una parada en la ruta de este texto. A muchos jóvenes se les inculcan hábitos perceptivos que les sesga el asombro. Su mirar y escuchar no han sido educados en la profundización, en aprender a leer del pasado en tono de presente, en tomar referencias culturales e históricas de textos pretéritos, en hacer juicios de rigor crítico.

Esos hábitos les dificultan la captación de arquitecturas más ricas y complejas frente a piezas más elaboradas de vastos resortes narrativos. Valorar a plenitud la riqueza de la obra de pintores cubanos como Lam, Portocarrero o Mendive, exige un conocimiento previo, un construir referencias, un ejercicio de lectura que se fortalece con la asidua dedicación.

En definitiva, estamos ante el demandado, y aún no resuelto, ejercicio para la construcción de lectores críticos en una era digital, que trae implícito otros códigos culturales, lenguajes o signos. Son, en definitiva, ese arsenal de códigos que hoy se construyen con interminables conjugaciones de ceros y unos.

Cualquier tema, por muy simple que parezca, requiere del necesario entrenamiento y predisposición para percibir el orden, la estructura y la significación presente en toda obra. Obviamente, dicha idea engarza con todas las artes y las vastas formas de hacer literatura, con las otras materias de las humanidades y las ciencias.

III

Asistimos a una era compulsiva, cuyo signo recurrente es el apoderarse de imágenes mediante cámaras fotográficas y móviles, o la avidez por acumular música y audiovisuales sin discriminar géneros, valores, aportes culturales. Un anaquel digital donde lo significante es “tener” la última película que todavía no se ha estrenado y que circula en el mercado, el otro. Todo ello se expresa como síntomas del exceso cinético en que se ha instalado la sociedad actual. Un mundo de usar y tirar, de acumular y reciclar.

Los símbolos son representaciones, formas culturales gestadas y consensuadas en las relaciones sociales que transitan por un proceso de selección, que ejercen efectos en la conducta. De esta manera, el pensamiento estructura y da forma a la experiencia, dinamiza el desarrollo de la sociedad y su cohesión hacia principios y valores que identifica grupos culturales, naciones. La mirada se educa desde el ámbito cultural; también desde las prácticas sociales, que son variadas y específicas.

En reiterados estudios sobre tan complejo tema se ha identificado que los adolescentes han ampliado sus formas de asimilar el conocimiento, marcadas por un uso intensivo de las nuevas tecnologías. Son protagonistas de un ciclo que algunos teóricos definen como de intertextualidad participativa. Por tanto, el lenguaje audiovisual es mucho más consonante para ellos que la tradicional lectura de libros impresos.

A nivel global, hemos pasado de la pantalla espectáculo (cine y televisión) a la pantalla omnipresente y multiforme, planetaria y multimediática. En el caso del cine, frente a quienes hablan de su muerte, Lipovestsky sentencia: “el verdadero cine no cesa de reinventarse. Incluso enfrentado a los nuevos desafíos de la producción, la difusión y el consumo, el cine sigue siendo un arte de un dinamismo pujante cuya creatividad no está de ningún modo de capa caída”.

Elpidio ValdésIV

¿Cómo poner en contexto este tema ante la aritmética de la sociedad cubana hoy? Se impone significar los antecedentes audiovisuales en nuestra isla. Una práctica que amerita no perdamos de vista con enfoques de aprendizajes para calibrar sus aciertos referenciales.

No pretendo hacer la historia de la televisión y el cine cubanos. Este último, ampliamente estudiado por varias generaciones de críticos, investigadores y cineastas, revisitado desde muchos ángulos pertinentes, cuyos principales centros promotores son la Cinemateca de Cuba y Ediciones ICAIC. Dos instituciones culturales que desarrollan una meritoria labor de acompañamiento al arte cinematográfico, fortalecido en los últimos años por el experimentado editor del libro cubano Pablo Pacheco (Madruga 1945-La Habana, 2014).

Si hablamos de íconos construidos por más de 50 años de revolución cultural, es de justicia desbrozar todo un gran andamiaje de signos fundacionales “presentes” en nuestro audiovisual, donde ocupa un lugar prominente el animado de Elpidio Valdés. Un singular y aglutinador personaje cubano creado por Juan Padrón, Premio Nacional de Cine.

En un agudo ensayo publicado por La Gaceta de Cuba: El reverso mítico de Elpidio Valdés[i], su autor Justo Planas, nos deja una primera idea de meridiana actualidad. “La saga de Elpidio Valdés ofrece a los cubanos un espejo donde asomar sus ideales, les entrega un héroe hecho con retazos de su sicología, y a la par, ratifica los principios del socialismo como ideología nacional”.

Sobre el mito, un eje que ha de estar en las construcciones de las políticas culturales cubanas, Planas expresa con rigurosa escritura: “Las civilizaciones modernas necesitan aún de ellos, ya no para desentrañar problemas climáticos, sino para sostener y reflexionar acerca de sus costumbres, su sistema moral y la postura de sus integrantes frente al mundo. Arropados ahora en el lenguaje audiovisual, como antaño abandonaron la narración oral para encontrar el alfabeto, los mitos aún mantienen en sintonía el presente y el pasado de una cultura y permiten que los pueblos existan como algo más que una sumatoria de seres humanos”.

El articulista vuelve sobre el legendario personaje animado: “Más que la victoria de la inteligencia contra la fuerza bruta, más que la derrota de la máquina por la naturaleza, simboliza la perseverancia de una cultura (la cubana) en tiempos de invasión tecnológica”.

¿Están presentes hoy en nuestro cine y televisión los impostergables atributos socioculturales que distinguen a nuestra nación? ¿No es acaso un necesario capítulo como para pensar en nuevas historias, en visibles estrategias o pensados personajes, ricos en matices socioculturales? Definitivamente sí. La cronología del audiovisual cubano nos ha dejado esas esenciales huellas.

En silencio ha tenido que ser (1979), es para muchos estudiosos (yo incluido) la mejor de las series televisivas producida en estas cinco décadas de cultura revolucionaria, protagonizada por el actor Sergio Corrieri con su personaje David, que fue leyenda. Narró excepcionales episodios inéditos basados en hechos reales, vinculados a la infiltración de miembros de los Órganos de la Seguridad del Estado Cubano (que desarticularon algunos de los planes terroristas ideados contra nuestra nación desde Washington) dentro de los grupos más reaccionarios de cubanoamericanos asentados en los Estados Unidos.

La serie logró eclipsar a los telespectadores con capítulos sobre el tema, desconocidos o poco tratados en nuestros medios. El equipo de realización de En silencio… puso en el núcleo de la sociedad cubana hechos verídicos bien imbricados con esenciales momentos de nuestra epopeya nacional. Las contradicciones intrafamiliares, las problemáticas generacionales, entre otras, fueron dibujadas con maestría y acierto por su realizador Jesús Cabrera, consciente de la responsabilidad y el encargo que tenía en sus manos.

También del género policíaco, Julito el pescador, trasmitida en 1980, fue otra gran entrega del experimentado director. Narra la historia de un pescador cubano que se infiltra en las filas de la CIA para alertar de planes terroristas contra nuestra nación. Pero este otro agente se mueve en las zonas más humildes de la sociedad cubana.

Interpretado por el excepcional y cubanísimo actor René de la Cruz, logró la empatía de los telespectadores. Su carisma, la manera tan campechana y desenfadada en que se desenvuelve, su natural sentido del humor, son atributos del personaje que dejaron huellas en los telespectadores de la década de los ochenta. Una trama no excepta de emociones, reconocidos acertijos socioculturales y sentimientos patrióticos, cuya identidad quedó bien delineada.

En esos años, el realizador Eduardo Moya aportó a la parrilla de programación de nuestra pequeña pantalla la serie Algo más que soñar, una rigurosa producción de la Fílmica de las FAR que entroncó muy bien con esa línea iconográfica, que urge edificar para conformar otro capital simbólico.

Historias de vida, tramas de grandes curvaturas escénicas y dramatúrgicas, renovados conflictos que atraparon la mirada de los jóvenes, claramente representados. Sus sueños, la muerte al fragor del combate, el sentido del compromiso, los variados retratos sociales, fueron algunas de las fortalezas de esta gran producción, bien depurada y sentidamente cubana.

Moya contó con la complicidad de los experimentados Eliseo Altunaga (guionista) y Ángel Alderete (director de fotografía), claves en la construcción narrativa y en la puesta en escena. La rigurosa selección de los actores fue medular en este audiovisual cubano. Isabel Santos, Beatriz Valdés, Luis Alberto García, Patricio Wood y Rolando Brito fueron las figuras principales de dicha entrega, que caló en varios estratos sociales de nuestra contemporaneidad, definida hoy como una obra de excelencia.

El cine cubano retrató a nuestros héroes en significativas producciones. No solo a patriotas de la guerra de independencia contra la colonia española y de la lucha por la dignidad que encabezó el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la Sierra Maestra. Pero filmes como El hombre de Maisinicú (1973), de Manuel Pérez Paredes, fue de esas grandes entregas del ICAIC que abordó otras zonas de nuestra historia. El guión, escrito por el realizador con la complicidad de Víctor Casaus, fotografió la lucha contra bandidos en la naciente Revolución cubana y al joven Alberto Delgado y Delgado.

El filme, épico y fecundo, caló en nuestro pueblo, que empezaba a ver el cine como parte consustancial de su cotidiana vida. La obra fue construida desde el necesario rigor histórico y encendidas escenas, apertrechadas por el suspenso y el valor dramatúrgico que toda narración ha de poseer en función del relato que cuenta.

Se impone sumar el filme de ficción Mella (1975), de Enrique Pineda Barnet, Premio Nacional de Cine 2006, escrito a cinco manos por el propio realizador junto a Julio García Espinosa, Eduardo Rodríguez, Manuel Octavio Gómez y José Massip. Esta entrega del ICAIC puso en los resortes de nuestro capital simbólico a uno de los más descollantes líderes de la nación cubana. Un texto cinematográfico que el escritor colombiano Gabriel García Márquez calificó como “el film más audaz del cine latinoamericano”.

Claramente experimental, con virtuosas composiciones narrativas que son propias del documental, Barnet biografía a nuestro Julio Antonio Mella, cofundador del Partido Comunista de Cuba. El cineasta dibujó con acierto su vida desde su protagonismo en las reformas estudiantiles universitarias hasta su asesinato en México, con tan solo 25 años. Las relaciones amorosas que vivió el joven comunista con la fotógrafa italiana Tina Modotti son parte de esa huella dramática que toda biografía fílmica ha de tener para legitimar el discurso audiovisual.

Octavio Cortázar, tras ubicarse en el mapa del cine cubano con su memorable documental Por primera vez, un filme onírico, revelador, revolucionario en cuanto a formas y abordajes estéticos, puso en todos los estratos de la sociedad su más popular obra, El brigadista, realizada en el año 1977.

Narra la campaña de alfabetización en Cuba, retratando las confrontaciones generacionales, culturales y educativas vividas en esa epopeya histórica, en clave de presente. Los valores de la solidaridad y el patriotismo, el sentido del deber con la sociedad y la nación cubana, son parte de los ejes temáticos de esta puesta fílmica que la historia nos exige repetir con renovadas narrativas en tiempos de ideas y requeridas reflexiones.

V

Muchos otros audiovisuales de valor iconográfico han sido producidos en nuestra nación por más de 50 años, una significativa suma de textos que podrían ser enunciados en este artículo y que cerrarían el circulo de lo que constituye el capital simbólico cubano de estas cinco décadas. Son entregas que encierran tradiciones, enfoques historicistas, valores culturales y humanistas, de probados compromisos sociales o de valor patrio, por citar unos pocos apartados recurrentes en los análisis de los teóricos que abordan estos temas. Puestas creíbles, escritas con cuidado rigor escénico y dramatúrgico en las cuales la identidad está signada desde las narrativas construidas por sus creadores.

El panorama actual de nuestro audiovisual dista mucho de acercarse a dicha experiencia. La denotada problemática exige de un sopesado análisis de las prioridades en función de las políticas de la Revolución y de una estrategia integradora de las instituciones que construyen contenidos. Este esencial capítulo ha de partir del requerido equilibrio temático, de las improntas que dinamizan la sociedad cubana y, claro está, de aquilatar en términos de jerarquías los recursos para su materialización.

A este escenario se han de sumar muchas otros especialistas que hoy desbordan los que son propios del medio. Sociólogos, historiadores, directores de arte, investigadores sociales han de ser parte activa y protagónica junto a los hacedores del cine, la televisión y los generadores de contenidos digitales. Todo ello desde la permanente praxis que no ha de discriminar generaciones, miradas y probadas experiencias. A este gran desafío se han de incorporar los aportes de nuestros pensadores contemporáneos.

Frente a las ideas sobre la nación y sus derroteros construidas nocivamente desde el exterior e inoculadas en los diferentes estratos sociales y culturales en nuestra isla, se impone la edificación de una iconografía que tome en cuenta los citados referentes del audiovisual cubano. Una estrategia que ha de estar dirigida, con énfasis multiplicador, hacia los escenarios digitales recurrentes en los jóvenes.

Estas urgencias, claramente ideológicas, han de tener un sustento económico, un respaldo financiero que contribuya a materializarlas. Las estructuras de producción vigentes y las prácticas para concretarlas han de ser redimensionadas y actualizadas acorde con los estándares internacionales del audiovisual, caracterizados por el dinamismo y la flexibilización de los esquemas de articulación productiva y económica, entronizada con la impronta de sumar renovados contenidos.

Dicha tesis no desconoce las actuales políticas económicas del país que se distingue por la centralización, pero hemos de tener en cuenta que las dinámicas en las que se mueven las ideas a nivel global y las que tienen una clara incidencia en la sociedad cubana han de tener un contrapeso multiplicador con mirada previsora, para ajustar la relojería del audiovisual nacional. Unas trazas que han de entroncar con acierto en los ejes de las políticas culturales de la Revolución. Este tema, bien complejo, amerita un punto y aparte, pues constituye uno de los asuntos neurálgicos que incide no solo en estas manifestaciones del arte, también en las instituciones constructoras y generadoras de contenidos ideoestéticos.

La historia de nuestros héroes, incluidos los más contemporáneos; las fortalezas de nuestra cultura (toda) dibujadas con textos audiovisuales de gran factura; las epopeyas que ha vivido y sigue viviendo nuestra nación en los últimos lustros; los medulares relatos presentes en nuestra literatura; las más agudas reflexiones de nuestros investigadores sociales son parte ese arsenal que debemos redimensionar para la edificación de ese demandado capital simbólico. El desafío es enorme y, a la vez, seductor.

[i] La Gaceta de Cuba, no. 1, 2010, pp. 48-51.

Tomado de Notas del Reverso de: http://www.lajiribilla.cu

*Licenciado en Comunicación Audiovisual (Instituto Superior de Arte). Editor del blog CineReverso. Productor y guionista de cine y televisión. Articulista de la revista cultural La Jiribilla. Colaborador de las publicaciones Cubadebate, Cubarte y Cubainformación, esta última de España.

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