Gómez y Maceo en la primera fila. Por: Manuel Fernández Carcassés*

Antonio Maceo y Máximo Gómez. Fuente: Juventud Rebelde.

Antonio Maceo y Máximo Gómez. Fuente: Juventud Rebelde.

El 22 de octubre de 1895 salía de los Mangos de Baraguá la columna invasora al mando del mayor general Antonio Maceo Grajales. En hermoso simbolismo, el Titán de Bronce escogió este lugar para iniciar la gloriosa marcha, pues allí precisamente había tenido lugar el último hecho heroico de la Guerra de los Diez Años: la famosa Protesta de Baraguá, protagonizada por el propio Maceo, que en nombre de lo más puro del ideal independentista, dejó claro que el machete no se envainaría hasta que Cuba no fuera independiente y libre del odioso flagelo de la esclavitud. La Invasión a Occidente partió de Baraguá dando continuidad a aquella inclaudicable decisión, y sería el golpe de muerte al colonialismo español.

No era la primera vez que los cubanos en armas intentaban similar estrategia. Para el éxito de la Guerra iniciada en 1868 se emprendió otra acción similar contra el occidente de la Isla, emporio económico de la colonia donde se concentraba el grueso de la economía y el mayor número de esclavos. De las ganancias extraídas allí, España se valía para sufragar los gastos de la guerra que sostenía contra los propios cubanos.

La invasión frustrada

El general Máximo Gómez recibió la misión de conducir al ejército mambí en su marcha hacia Occidente, pero múltiples factores se combinaron para impedir el éxito de esta imprescindible empresa militar. Por un lado, una errónea táctica llevó a Gómez a sostener en territorio camagüeyano, grandes enfrentamientos contra las tropas españolas, como la batalla de las Guásimas, que si bien fue una victoria para las armas cubanas, igualmente significó un desgaste de las fuerzas, tanto en hombres como en parque, que a la postre retrasaron la expedición. Tampoco fue efectivo, y mucho menos puntual, el apoyo del Gobierno de la República en Armas a tan importante proyecto.

Pero las rémoras que decisivamente frenaron el ímpetu invasor en la Guerra de los Diez Años fueron el regionalismo y el racismo, pesados lastres de los que los cubanos no habíamos podido desprendernos a la sazón, y que impusieron su estrechez de miras, por ejemplo, en aquellos que se negaron a continuar la guerra más allá de los límites de sus comarcas, o de quienes no aceptaban subordinarse a jefe alguno que no hubiese salido de entre sus coterráneos.

El racismo también hizo mucho daño en aquella Guerra Grande, tanto, que obligó al general Maceo a renunciar al mando de tropas que participarían en la invasión, y que se negaban a ser dirigidas por un individuo de color, como se decía entonces.

En fin, fracasó la necesaria invasión a Occidente por la falta de unidad entre los cubanos. A duras penas, y con poca fuerza, pudo llegar hasta las comarcas del este de Matanzas. Con ella, fracasaba también la Guerra de los Diez Años.

Pero la idea se mantuvo latente. Para cualquier intento revolucionario era indispensable extender la guerra a todo el país, lo que obligaría a España a desconcentrar sus fuerzas sobre una región determinada. Igualmente, desde el punto de vista militar, al estar la Isla completa en pie de guerra, se facilitaría el arribo de expediciones, a la vez que se engrosarían las filas del Ejército Libertador.

Así lo comprendió José Martí, quien al diseñar la Guerra Necesaria proyectó el estallido simultáneo de esta en las tres regiones de la Isla -Oriente, Centro y Occidente- conjugado con la llegada de los principales jefes en tres expediciones sincronizadas para arribar al unísono por puntos de estas tres regiones. De tal suerte, se garantizaría, desde el inicio, la anhelada coincidencia de acciones y resultados en todo el territorio, lo que debía garantizar un triunfo rápido, con la consiguiente disminución del costo en vidas humanas y recursos económicos. Las adversidades, descritas en otras ocasiones, hicieron fracasar estos planes tan meticulosamente preparados, y finalmente solo Oriente cumplió el doble compromiso de reiniciar la guerra en los primeros meses de 1895 y mantenerla viva hasta la llegada de los principales jefes.

En el 95

Es así que, nuevamente, se impone la idea de la invasión, una vez naufragada la intención de levantar todo el país desde los primeros momentos. La muerte prematura de Martí le impide ver materializada la idea, y corresponde a Gómez y a Maceo encabezar la contienda.

Cuando llega el 22 de octubre de 1895, ya el Titán tenía organizadas las fuerzas y su equipo de mando: el general José Miró Argenter como jefe de Estado Mayor; el general Luis de Feria, al frente de la Caballería; el general Quintín Bandera, jefe de la Infantería; el coronel Joaquín Castillo Duany, jefe de Sanidad y el coronel Pedro Vargas, a cargo de la Instrucción. Después de la salida, Maceo evita cualquier enfrentamiento con el enemigo, siempre que este significara merma de las fuerzas que se encaminaban al poniente cubano. Por ello, esquiva a las tropas numerosas que, desde Holguín, se envían para frenarlo.

Recordando las experiencias del 68, casi no combate en Oriente. Tampoco en Camagüey, adonde entra el 8 de noviembre. Eso sí, deja acordado con su hermano José, que ha quedado como jefe de Oriente, la organización y envío de un segundo contingente invasor, que saldría luego con tropas orientales, para robustecer a la columna invasora.

En territorio agramontino, específicamente en la finca La Matilde -antigua propiedad de los Simoni, la familia de Amalia, la amorosa compañera del Mayor-, Enrique Loynaz del Castillo y Dositeo Aguilera compusieron, el 15 de noviembre, el Himno Invasor, inicialmente nombrado Himno al General Maceo, pero este, enemigo de todo cuanto significara exaltación a su persona, rechazó esa denominación y sugirió para dicha composición el nombre que hoy ostenta.

El día 29 de noviembre cruzó, sin grandes contratiempos, la trocha de Júcaro a Morón y se une a Gómez en San Juan. Seguidamente, en el campamento ubicado en Lázaro López, se unen ambos afluentes y queda constituida definitivamente la fuerza invasora, a la vez que se definen los derroteros de la Invasión. En el histórico enclave de Lázaro López, Gómez pronuncia un encendido discurso en el que espolea a los mambises a “llegar a los confines de Occidente, hasta donde haya tierra española” y alerta que “el día que no haya combate será un día perdido”.

Y pasan a Las Villas, donde combaten juntos, y juntos escriben páginas de gloria en La Reforma, Iguará, Los Indios, Casa de Tejas, Manacal, Manicaragua, El Quirro, Siguanea y Mal Tiempo, esta última considerada una de las principales acciones de la Invasión, en la que nuestros hombres enfrentaron la columna del teniente coronel español Narciso Rich, formada por alrededor de 550 hombres integrantes de los regimientos de Bailén, Treviño y Canarias y una sección de caballería del Regimiento de la Montesa. Los españoles tuvieron numerosas bajas (147 muertos y más de 200 heridos). Los cubanos tuvieron que lamentar la muerte de cuatro combatientes, entre ellos el teniente coronel José Cefí, y 42 heridos, a la vez que se apropiaron de más de 200 fusiles (Máuser y Remington) varias cajas de municiones, caballos y acémilas. Allí quedó destruido el Batallón de Canarias No. 42, que además perdió su archivo, botiquín y la bandera.

En la provincia de Matanzas tienen lugar los combates de La Colmena y Coliseo, este último (23 de diciembre de 1895) fue de poca significación desde el punto de vista militar, pero políticamente muy revelador, pues se demostró la imposibilidad de España para frenar el avance a Occidente, aun cuando sus fuerzas, esta vez, estuvieron comandadas por el propio capitán general Arsenio Martínez Campos.

De Coliseo avanzan hacia Sumidero, donde inician el llamado Lazo de la Invasión, consistente en una contramarcha, aparentemente desorganizada, y que pretendía trasmitir a los españoles la señal de retirada. Martínez Campos cae en la trampa, y pensando cortarle la retirada a los mambises, sube a sus tropas a bordo de los trenes, y se adelanta para esperar al supuesto ejército que se repliega en desbandada. Entonces, esa fuerza increíble de cubanos se reúne nuevamente, y se orienta hacia Occidente, ahora destruyendo las vías férreas para evitar que el enemigo, que inútilmente lo espera por el este, les dé alcance.

El 28 de diciembre de 1895 está la columna invasora de nuevo en Matanzas y enseguida, en las primeras horas del siguiente día, libran el combate de Calimete. Quedaba expedito el paso a la provincia  de La Habana, que acontece el 1° de enero de 1896 después de las últimas acciones en Matanzas (Isabel y El Estante). La entrada en la provincia habanera dispara las alarmas en la capital, pues las fuerzas colonialistas se atemorizan al tener tan cerca, como nunca antes, tal cúmulo de fuerzas mambisas, y a los dos jefes más renombrados de la guerra: Gómez y Maceo. En La Habana, los cubanos reciben cierta cantidad de armamento y parque, porque en la mayoría de los poblados los voluntarios se rinden sin resistencia y los entregan. También reciben del pueblo alimentos y ropas, pero sobre todo el recibimiento cariñoso y emocionado.

En Güira de Melena, sin embargo, la columna invasora encuentra, excepcionalmente, una fuerte resistencia por parte de los voluntarios y algunas fuerzas regulares, pero son aplastados por Maceo y sus hombres, que continuaron su avance, destruyendo a su paso la riqueza que no había querido ponerse a favor de la independencia.

El 7 de enero Maceo se había despedido de Gómez, que permaneció en La Habana para evitar que se concentraran en la estrecha Pinar del Río todas las fuerzas hispanas contra Maceo. Al día siguiente entra en la provincia de Pinar del Río. Allí, en Vueltabajo, libra con su tropa los últimos combates de la Invasión en Cabañas, San Diego, Bahía Honda, La Mulata, Viñales, Las Taironas y Tirado. El 22 de enero la Columna Invasora arribó a Mantua y el día 23 se levantó un acta para dar por concluido este épico episodio de la guerra, y se izó la bandera de la estrella solitaria, que le fuera obsequiada a Maceo por las damas del Camagüey. Tenía Maceo entonces 50 años de edad, y desde su salida de los Mangos de Baraguá hasta Mantua había cabalgado 424 leguas y sostenido 27 combates, en el lapso de tres meses.

Los estrategas más reconocidos de la época se asombraron de esta hombrada, y la elogiaron en términos superlativos. De ella dijo el general Sickles, veterano de la Guerra de Secesión: “La marcha de Gómez, desde el punto de vista militar, es tan notable como la de Sherman […] debemos poner a Gómez y a Maceo en la primera fila de la capacidad militar”. En efecto, la columna invasora, que en sus mejores momentos tuvo alrededor de cuatro mil hombres, enfrentó a más de 200 mil soldados enemigos (sumados soldados regulares y voluntarios) y tuvo que atravesar una isla larga y estrecha, donde los españoles dominaban las vías de comunicación. Por otro lado, en Occidente se concentraban las mayores y mejores unidades de combate españolas, y los principales núcleos del integrismo.

Con todo, la Invasión cumplió sus objetivos militares, económicos y políticos, puso en punto de mate al colonialismo español en Cuba y mostró al mundo la grandeza de un pueblo cuando lucha por su independencia, y la genialidad de los líderes que lo guían. Ciento veinte años después, el ejemplo de Maceo y Gómez, y de los bravos que los acompañaron en la Invasión, es invitación permanente a imitarlo.

Tomado de: http://bohemia.cu

*Vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Oriente.

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