Hombre de la cultura

El guitarrista. Osvaldo Guayasamin (Ecuador)Soy un hombre de la cultura, me siento parte de ella. Me identifico con la única cultura posible: “la que funda, la que crea y la que ama”.

 Cuando hablo de fundar me refiero a ese arte que aporta valores, que encierra virtudes extra artísticas y entraña compromisos con la sociedad. Esa cultura que nace para arar por la vida y el bien común. Cuando hablo de “la única cultura posible”, me refiero aquella que entra en franco combate con la mediocridad, el oportunismo y la burocracia, que crece como un engendro fantasmagórico.

 Apuesto por esa cultura que respeta la del otro, la del “diferente”. Solo la que abre horizontes y restaura puertas tardías podrá ser catalogada de fundacional.

 Pero hablo también de esa cultura comprometida con los peligros que acechan a la humanidad, que cada día son más. “Como una suma interminable de folios que se agolpan y no parecen tener, un final definitivo”.

 El acto de creación entraña un esfuerzo encomiable, una perspectiva de ruptura ante lo ya “establecido”. En ese acumular de objetos, evidencias y pruebas materiales, se van incorporando saberes.

 Cuando hablo de cultura, es esa que aporta testimonios y evidencias que son parte del patrimonio común, que son “huellas” de la memoria pasada y presente. El arte verdaderamente creativo, renovador y de vanguardia, está muy ligado a la historia pretérita y presente.

 Crear es también esa indisoluble relación entre el hecho artístico y la sociedad. Caben todos los saberes del arte y la cultura en ese empeño. La sociedad es parte de la fuente de la que se alimentan los hacedores de este reino. Su misión es antológica, pues desdoblan todos los cercos para llevar a la materialidad sus noblezas.

 Pero apuntaba al inicio sobre “la cultura que ama”. Me refiero a esos acentos, dotes y mensajes que sabe dar cuando el peligro es mayor. Cuando la humanidad vive en una perenne agonía. Entonces sus vastos territorios “han de ser convocados para empeños mayores”.

 Ante la brutalidad de los tiempos que corren la cultura ha de ser puesta en primer plano. La ambigüedad y el acto vacio, no es el legítimo discurso para los que han decidido tomar estos oficios. La voluntad de hacer la fuerza de todos y cada uno de los hombres y mujeres de este mundo. Esta virtud ha de primar por sobre todas las cosas.

 Arte ha de ser cuando “corra” multiplicado, cuando llegue a las raíces y las ramas de todo un árbol que emerge “desde el tronco”. Hablo de ese arte urbano, vanguardista, eclético. De esa propuestas local, nacional o folclórica. Me refiero a esa cultura que rompe las trampas del oficio para doblegar el pensamiento anquilosado, la  “mirada” prepotente. ¿Cuánta mediocridad anda por los parajes del “éxito” en nombre del “arte renovador”?

 Mucha y muy peligrosa “longaniza cultural” va emergiendo en medio de la nada. En todo caso es ocio efímero, es cúmulo vacio de propuestas lúgubres. Son las nuevas oleadas “civilizatorias” que fructifican con una única estrategia: asumir el rol del vaciado, el “desconectar” y desconectarnos instrumentado por unos engendros que han sido desplegados en esta era. Hoy son parte de un gran cerco donde se pretende anular “la palabra y la voz”.

 El arte y la cultura son las claves espirituales de la humanidad. Ante su reino se han de tomar de sus sabias y sus esencias. Con ellas se han de arar los campos, se han sembrar los sueños. Desde ellas se ha de seguir repoblando los hornos, para dejar de quemar los cobertizos de la vida y hornear “lo que funda, la que crea y lo que ama”.

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