Los cuentacuentos del “Árbol de la vida”.

¿Cuentacuentos o atrevimiento escénico? ¿Monólogos compartidos o ganas de hacer vibrar a los que asumimos el riesgo? ¿Historias contadas desde los cimientos de la vida o la vida hecha historia? ¿Reto ante el corto espacio o ruptura del espacio?

Estas interrogantes son meras provocaciones para que usted siga la lectura, pero también para adentrarlos en los laberintos de esta crónica, gestada por la necesidad de visibilizar la labor de los que hacen el arte de contar historias un oficio mayor.

En una noche cualquiera, estuve atrapado por la magia de unos cuentacuentos donde “el deseo” era la puesta lingüística de la provocación y el eje temático de una puesta en escena en la que tres narradores orales con probado talento y una vocación sustantiva por el arte narratológico, esa noche encumbraron las paredes de un espacio de magia.

La idea central se arropaba de muchas historias, de entresijos que fueron calando cada metro cuadrado del espacio habitado. El deseo era la palabra convocada, era “el pie forzado” de todas las metáforas que se fueron componiendo de trazos verbales, de anécdotas inventadas tomadas de la cotidianeidad de sus vidas y de la vida de otros. La necesidad de contar historias supera todo pronóstico del tiempo, ese tiempo que no existe cuando se trata de contar cuentos, de fabular con la verdad, de reinventar un discurso desde la palabra dada.

Estábamos a merced de tres cuentacuentos dispuestos a descentrar las pasiones ocultas desde la risa encorvada, -no por falta de “deseos”-, en todo caso por la ausencia de pretextos y es que no hacen falta. Tres narradores orales venidos por la calle Libertad, que parece pequeña, pero se hace grande ante la majestuosidad del verbo nacido de los cimientos de un arte que aún pervive, en medio del avatar de las nuevas tecnologías.

Un escenario descalzo de aspecto cansado, donde el barniz de sus grietas reclama con urgencia un nuevo pintalabios. Un piano trasnochado que sostenía sobre su cabeza unas copas, libros “dispuestos al azar” y otros personajes “útiles” que también fueron espectadores, les bastaron para hacerse acompañar en una noche de acentos escondidos por la sabia de estos cuentacuentos, para convertir a la narración el centro de todas las miradas.

El público, los amigos que repiten en busca del goce y la familia que arrastra a los bienaventurados. No faltaban los que se empeñan en ligar en “espacios poéticos” pretendiendo destapar sus poemas de nostalgias y algún que otro “escabullido” que esa noche querría hacer su propio cuento en otra ventana.

Yo formaba parte de los llegados por primera vez -que éramos los más-, ¿qué nos une a los que formamos parte de esta iniciación? venimos en busca de historias pobladas de subtramas, de certezas y confirmaciones ante preguntas que viajan con medias respuestas, de sabidas verdades para caer en lo obvio de múltiples sabores, de nuevos sabores. No ha de faltar en la narración oral un trazo de verdad o al menos una buena parte de ella.

Necesitamos metáforas hechas o por hacer, mezcladas con unas ganas incurables de reír a borbotones. Es bueno saber que con media docena de cuentos la calma se acerca y el arte de la palabra nos hace diferentes, al menos por un tiempo.

Con todas estos “apéndices” resueltos, sales a dar una parte de ti, te arropas de los versos tomados en aquel espacio filosofar y empiezas a repartir historias. Una para el conserje del edificio que padece de malgenio, otra para la señora de la frutería que siempre anda de escotes amables y no ha de faltar –entre muchos otros-, los maestros que han de educar y no saben hacer historias. A fin de cuentas, esa es una de las “misiones” de los narradores orales.

En este bregar de palabras, de sueños, de ilusiones, de cuentos y poemas narrados en torno al deseo, los cuentacuentos pusieron sobre el tapete –sin saberlo- esa metafórica afirmación de “lo real maravilloso” suscrita por el escritor y ensayista cubano Alejo Carpentier y es que estos “poetas de la palabra” tienen la capacidad de asentar su abecedario multiplicado en “tan poco de nada”.

El encantamiento está en entender –o al menos intentarlo– que “tres escénicos” son capaces de arroparnos, de hacernos reír y a la vez llevarnos a meditar con ese humor inteligente y agudo que trunca la mediocridad.

Ante tanta “cultura” de plástico, ante tanta banalidad sabor a rosa curtida por un amasijo de billetes salidos de las entrañas de los que convierten el arte en gastos y beneficios, la cultura se hace mayor con la pulcritud y el ingenio del verso, con la necesaria compañía de adjetivaciones y el acierto de transfigurar contenidos que hablan de la vida.

Las voces, los gestos, las palabras y las historias contadas, ponen a la inteligencia con la vestidura de la pasión, en el punto donde las texturas huecas se desmoronan y las máscaras son temporales voces y no falsas ideas.

La sobriedad de la puesta invita a centrarnos en cada uno de los rasgos expresados con sabor a verbo, donde la mentira es un esqueleto. Le dan protagonismo al texto, ese que anduvo contenido por las cortinas del tabú y el silencio domesticado.

Esa noche se narró sobre el amor, ese amor desarmado, ese amor de sexo febril y violento. También se habló de una guerra o de cualquier guerra donde “solo el amor” desarma su violencia, para recordarnos que tan solo es “un amasijo de hierros” que se pulveriza ante las múltiples voces que lo aplastan, y cada vez han de ser más los que encaren esta tarea.

La voluntad se arropa pequeña en los bastos parajes de la palabra, del gesto oportuno para descifrar nuestras propias vidas. Va creciendo, se torna visible por esa fuerza que nos da el deseo.

Cada vez que la palabra se transmute en cuento o en historias narradas con la bondad de hacernos reír, pensar e incluso llorar, entonces estaremos hablando de un árbol crecido, como el que los cuentacuentos españoles Maísa Marbán, Concha Real y Anselmo Sáinz escalan, para sentir cumplidos sus propios deseos e invitarnos para que nos unamos en su cabalgata por los parajes del Árbol de la vida.

¡Bienaventurados los que saben compartir sus historias para llenar las oquedades de los que aún no han compartido las suyas, para que otros enriquezcan su alma!

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