Macarena Gelman: con mi abuelo recuperé mi identidad. Por: Blanche Petrich

Juan y Macarena Gelman

Juan y Macarena Gelman

En una carta fechada en 1995, Juan Gelman se preguntaba si su nieta o nieto tendría los ojos marrón claro de su nuera Claudia o verde-grises de su hijo Marcelo. Al final resulta que Macarena, su nieta, robada al nacer, tiene la mirada verde gris. Y que se parece al abuelo. “Es lindo saberlo. Una de las primeras cosas que uno busca cuando descubre, como yo lo logré hacer, su verdadera identidad, son los parecidos con la familia biológica”.

Entre Juan Gelman y la nieta recuperada abundan los parecidos, no solo físicos. Timidez, una cierta gravedad que se despeja cuando fluyen las palabras, celo por la vida privada. Y otras cosas “más mundanas” que Macarena Gelman García Iruretagoyena cuenta en entrevista: “Mi abuelo y yo bromeábamos. Él llegó a estudiar química antes de decidir que lo suyo era la poesía. Yo escribí cosas antes de ingresar a la facultad de Química. Pero nunca se las enseñé. Imagina lo que es enseñarle a tu abuelo un texto y tener que esperar la crítica de Gelman. ¡No, gracias!”.

Macarena, que hoy tiene 37 años, pudo despedirse del abuelo. Sentada en el estudio de Gelman en el departamento de la calle Atilxco, cuenta que en diciembre estuvo en la Ciudad de México, un grato encuentro con la familia Gelman en pleno. El poeta recién había salido del hospital. Se dijeron adiós con plena conciencia de que sería la última vez.

Hace unos días regresó, apenas recibió la noticia de su muerte, para asistir a su velorio. Un viaje difícil, ya que en un hospital de Montevideo convalece su madre adoptiva, Esmeralda, una mujer mayor y muy enferma.

Actualmente trabaja en la secretaría de Derechos Humanos de Argentina y colabora con Abuelas de la Plaza de Mayo. Es responsable, precisamente, de la búsqueda e identificación de otros chicos apropiados en Uruguay o de uruguayos trasladados a Argentina. “Estos encuentros son algo más que una gran alegría. No solo es reconfortante reconocernos, platicar nuestras historias. Es justo ahí, en ese recuperarnos, donde empieza a ponerse en evidencia el fracaso de lo que fue ese plan de exterminio de las dictaduras militares”.

Se presume que la dictadura argentina robó a entre 400 y 500 niños de víctimas de la represión que fueron entregados a familias de represores. Hay hasta la fecha 109 hijos recuperados. Un solo caso en Uruguay, el de Macarena. Hay otros 14 casos de hijos de uruguayos localizados en Argentina.

Sus padres fueron capturados por militares argentinos en Buenos Aires en agosto de 1976. Estuvieron internados en el centro de exterminio “Automotores Orletti”, desde donde se operaba parte del “Plan Cóndor” que permitía a las dictaduras de la región coordinar las acciones de represión. El papá, Marcelo Gelman Schuberoff, de 20 años, fue ejecutado días después. La mamá, Claudia, entonces de 19 años y embarazada, fue llevada en secreto, ilegalmente, en un avión militar a Montevideo. La niña nació en un hospital castrense y por unos días quedó en manos del capitán Ricardo Medina Blanco, el coronel Jorge Silveira y un capitán de la policía Ricardo Medina, que la entregaron a un comisario que la anotó como hija propia y la crió junto con su mujer.

En el estudio de Juan Gelman, entre sus libros, sus cuadros, sus retratos, Macarena revela, detrás de su apariencia tímida, un temperamento fuerte. “Yo ya tenía 23 años cuando supe la verdad. Era dueña de mis actos y decidí que no quería perder más de lo que ya nos habían quitado”. Y se abrió de corazón a las revelaciones que se abrían ante sus ojos.

Bajo la mirada amorosa de Eduardo Galeano

“Mi primer encuentro con él fue a fines de marzo de 2000 en Montevideo, en una oficina de una comunidad religiosa. Fue ahí porque, al ser mi mamá muy creyente, Juan y Mara, su mujer, creyeron que lo más cuidado para conectarse conmigo y con ella en primera instancia sería por mediación de un obispo de una zona de Uruguay”.

En ese momento, Macarena tenía otro apellido, tenía 23 años, estudiaba bioquímica y trabajaba en un hospital.

“Mi mayor ansiedad y curiosidad era saber cómo iba a ser finalmente esta persona que resultó ser mi abuelo. Hubo, claro, mucho nerviosismo pero también empatía desde el principio. No sentí reparos en continuar ese vínculo. Hacía poco más de un mes que me había enterado de quiénes fueron mis padres biológicos. Y como fui a dar donde estaba.

Naturalmente al principio estuve en estado de shock.

“Después tuvimos varios encuentros más y recuerdo que realmente la pasamos muy bien, a pesar del ruido que había en ese momento, en casa de Eduardo Galeano y Elena, su mujer. Teníamos que ser reservados, yo pedía que no se revelara el nombre que yo tenía en ese momento.

“Con todo lo que pasó, me fue muy difícil continuar los estudios, no me concentraba. Ese es todavía un debe”.

Macarena vive de un lado y otro del Río de la Plata.

“Al inicio –relata– la relación con su familia biológica estuvo signada más que nada por las cosas que había que hacer, presentaciones judiciales, los análisis de ADN…”

¿Cómo viviste el momento de reconocer la verdad que revelaba el ADN?

En realidad, contrario a lo cautelosa que soy yo siempre, hay algo que me decía que sí, que eso era así. Yo ya había establecido vínculo con la familia de mi mamá, Claudia. Mi abuelo materno y mi tía viven en Barcelona. Mi primo, mi tía y mi abuela paterna, en Buenos Aires. Y mi abuelo Juan y Mara aquí.

De pronto tuviste una gran familia para ir conociendo poco a poco.

Claro, el punto de partida fue el vínculo biológico que teníamos, cargado de una historia muy fuerte y de una necesidad de recuperar lo posible. Yo ya no era una niña, tenía 23 años y era dueña de mis actos. Así que en mi se impuso la idea de no perder más, que ya nos habían quitado demasiado.

¿Para ti se trató de construir una nueva identidad?

Bueno, hay diferentes formas decirlo, creo yo. La identidad tiene por supuesto el componente genético, que es discutible, y hay una parte de aprendizaje que se da a lo largo de los años y que se da a partir de cero. Más que encontrar una nueva identidad era cómo recomponer esa identidad robada y conciliarla con la identidad que me fue dada y que viví en 23 años de vida, cuando desconocía todo lo que había pasado. Es un trabajo de reconocer, de reintegrar, de conciliar, de deshacerse de cosas que a uno no le hacen bien.

Uno no empieza de cero, no hay una identidad que tuviera que olvidar o cambiar.

Lo importante es reconocer la historia con todos los matices, con todo lo que pasó.

“Nacida en cautiverio”

En los medios te definen muchas veces como “la niña nacida en cautiverio”. ¿Cómo te fuiste acercando, informando, a esa historia, la del Plan Cóndor, la del exterminio de jóvenes, la de los niños robados?

Fue de las primeras cosas que supe, fue como empezó el relato, de hecho. Empecé a informarme sobre la historia propia, marcada por ese momento tan negro. Leer, vincularme con personas que estaban en el tiempo, sobrevivientes, todo lo que estaba a mi alcance. Era una avidez muy grande de tener la mayor información posible, tratar de entender, aunque haya cosas que no lograré entender nunca. Es una mezcla de reconstrucción individual, personal y a la vez colectiva, porque nuestra historia es la misma de muchas familias argentinas que pasaron por situaciones similares.

Los “chicos recuperados”, como les llaman, pertenecen a una misma generación.

Sí, todo esto transcurre entre el 1975 y 1980. Esa es la diferencia de edad que puede haber entre nosotros. Y todas las historias son impresionantes. Todas tienen un denominador común que fue el terrorismo de Estado y el plan sistemático que llevó a cabo la dictadura argentina, con matices diferentes. Todas tienen algo de sorprendente, hermanos que se encuentran, madres, padres, abuelos, abuelas. Si bien siempre hay una cuestión de compartir la propia historia y siempre asombrarse con lo que te vas enterando, ves que tenemos muchas cosas comunes. Y eso hace que se genere un vínculo que va más allá del conocimiento compartiendo cosas y teniendo encuentros con ellos.

Comparten ustedes es una fuerza muy particular que les ha permitido mirar los hechos de frente y asumirlos, supongo.

Sí. Naturalmente las historias de cada quien son algo tremendo. Pero más allá, está lo que cada uno ha hecho con esa historia. Y realmente hay hombres y mujeres, porque ya no somos ni niños ni jóvenes, aunque nos sigan diciendo bebés o nietos, hay adultos maravillosos, con aprendizaje, con transmisión de experiencias muy ricas y compartibles. Ha sido lindo compartirlas. Y reconfortante. Tengo relación con varios de ellos, nos reunimos frecuentemente, es muy reconfortante porque poder compartir nuestras historias, contarlas, ahí es donde comienza a darse el fracaso de lo que fue ese plan de exterminio.

El plan ha logrado que aun ahora desconozcamos el paradero de casi 300 chicos, pero ya sabemos quiénes somos otros tantos. Recuperamos 109 historias y eso es el gran desmentido del éxito de la junta militar. La verdad de esa etapa se va revelando con cada recuperación, con cada encuentro.

Cada vez que encontramos uno más compartimos una gran alegría. Se trata de tener la apertura suficiente para comprender las particularidades de cada historia y los momentos de cada uno, lo que cada quien está dispuesto a compartir en ese momento. No siempre es igual. Gran parte del acierto es saber respetar los tiempos de los otros.

En Uruguay se piensa que pueda haber algún chico más, robado de padres argentinos. Mi caso no tiene por qué ser el único que se dio, pero sí hasta ahora son la única identificada. Pero en principio, hijos de uruguayos han sido encontrados en Argentina.

Pasa que en Uruguay el proceso y los tiempos han sido diferentes. Cuando yo me encuentro con esta historia, en Montevideo oficialmente se desmentía que esto hubiera pasado. Muy pocos días antes de que se confirmara de que yo había sido localizada el ex presidente Julio Sanguinetti todavía negaba que en Uruguay hubiera habido niños de desaparecidos, que eso solo había ocurrido en Argentina. Se decía que en Uruguay no había desaparecidos, los hubo. Se decía que no había cuerpos enterrados en predios militares. Se encontraron restos. Se decía que no había habido asesinatos a sangre fría. Se encontraron cuerpos con claras evidencias de que eso sí había ocurrido. Hoy en día hay cosas que es impensable negar.

Antes de que se te localizara y se te revelara tu identidad ¿en algún momento tuviste algún tipo de sospecha de ser una niña adoptada, con otro origen?

No. Pero me parece oportuno que quede claro que la investigación se hizo en forma conjunta por mi abuelo y Mara. Mara tuvo un papel imprescindible en esa búsqueda.

Claudia y Marcelo a través de sus amigos

Además de descubrir la historia del plan de exterminio de la dictadura, hubo otras cosas que ir descubriendo. Por ejemplo, Claudia, Marcelo ¿cómo eran?

Tanto de mi mamá como de mi papá, la fuente fundamental de información han sido sus amigos, que se acercaron en distintos momentos y después mantuvieron su presencia. Ellos estaban en esa edad en la que pasaban mucho más tiempo con los amigos que con la familia, entonces había muchas cosas que los papás sabían muy superficialmente. A través de sus amigos he conocido a mis padres mucho. Y cada tanto aparece alguien que te dice: yo conocí a tu papá, a tu mamá, fuimos compañeros del colegio, de la militancia, cosas así.

¿Cómo era mi mamá? Me dicen que divertida, muy solidaria. Es difícil verbalizarlo. Ella tenía 19 años, mi papá 20. Y tenían una vida muy intensa. De mi papá me dicen que era muy inteligente, muy introvertido también. Los dos muy inquietos, con una conciencia social que en mi generación fue quizá menos frecuente. Seguramente por todo lo que pasó y por la operación de silencio que se impuso con relativo éxito hasta cierto momento.

Mi generación fue un poco más despreocupada de la realidad social, de nuestro entorno.

Yo me formé y me eduqué en un colegio católico pero nunca hubo una imposición de ideas, de religión, nada de eso. Nunca fui practicante, realmente. En mi caso, la religión católica y otras religiones siempre fueron motivo de interés.

¿Cómo te acercas a la identidad judía de Juan Gelman?

Siendo él claramente de origen judío, esta familia judía que yo conocí y que es la mía no es practicante de la religión. Pero no niego la importancia lo que significan en nuestras culturas estas dos religiones.

¿Cómo tomaste la decisión de cambiar tus apellidos, los de tu familia adoptiva, por los de tu familia biológica, Gelman García Iruretagoyena?

Decidí conservar los nombres de pila que me dieron, María Macarena. Pero el cambio de filiación fue un proceso que se fue dando, quizá la decisión la tomé bastante antes de lo que lo concreté, pero bueno, era como tenía que ser. Las cosas estaban lo suficientemente cambiadas, de por sí. Ya se empezaba a sentir que no hacerlo era como tratar de ocultar algo que realmente no tenía sentido. Era una historia totalmente asumida.Procesada es otra cosa.

Juan, el abuelo, el poeta

¿Cómo se fue revelando el abuelo, el Juan Gelman?

Para mí, el que seguirá siendo Juan en mi corazón es el abuelo, antes que el poeta o el hombre con trayectoria pública. Es a él quien yo tenía que conocer. Y resultó que mi abuelo era todo eso. Tuve que aprender a manejarlo, con todo lo que eso implica. Los que nos tocó hacer a los dos es recuperar nuestra historia en común y agregarle más vivencias.

Él en México, con Mara, con Andrea, con Paola, con Iván. Lo mío en Montevideo y después en Buenos Aires.

¿Cuándo viniste a verlo por primera vez?

El mismo año que me encontraron, en el 2000. Para mí fue una época de mucha conmoción, no fue un viaje fácil, yo estaba muy bombardeada por todo lo que estaba pasando. Estuve intermitente, viajé con quien era mi pareja en ese momento y no estuvimos en el DF todo el tiempo. Pero por lo menos, un par de semanas sí estuve con él.

¿Te has acercado a la poesía de Gelman?

Lo he leído, no tanto como hubiera querido. Pero como te digo, para mí lo fundamental era descubrir al abuelo. Pero para mí, leerlo tiene otros matices. Muchas cosas tienen que ver con mi padre y lo he leído más desde ese lugar. Es algo que me ha llevado tiempo.

Insisto, para mí no es lo mismo el abuelo que el hombre que hizo tantas cosas en su vida y fue merecedor de reconocimientos inmensos. Él y yo compartíamos cierto sentido del humor.

Por la distancia, aprovechábamos todas las oportunidades para vernos. A México habré venido unas cinco veces, la última en diciembre, que se reunió toda la familia.

Luego nos veíamos en Buenos Aires, cuando el premio Cervantes en España. De lo que charlamos en los últimos tiempos, era precisamente lo que hace la distancia.

Le diste una gran felicidad.

Nos la dimos. Hicimos lo mejor que pudimos. Por eso vine, aquí quería estar yo, rodeada de sus afectos que también resultaron ser los míos. Y sí, además, tengo otra abuela, es lo que me queda de mi abuelo.

El sábado fue la despedida final. Una comitiva emprendió camino hacia Amecameca, en caravana. En Nepantla, en tierras de la poeta Sor Juana Inés de la Cruz, desde un puente sobre un riachuelo, Macarena y los familiares y amigos más cercanos de Juan Gelman tomaron puños de su ceniza y la lanzaron a los brazos del aire. Ahí yace (o vuela) ahora quien fue un pájaro. O flor. O violín.

Texto tomado de la publicación: http://www.jornada.unam.mx

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