Miguel Coyula: Estamos cerca del punto de no retorno en la deformación urbana. Por Katheryn Felipe

Mario Coyula¿Quién dice que viajar en el tiempo es imposible? Hay un arquitecto polémico (a quien recordaré por traer en una mano a La Habana y en la otra una visión probadamente adelantada), que lo hace sin mucha dificultad.

Del pasado al futuro, revisa cada detalle y (mucho mejor) todos los porqués. Se dedica a dibujar en la cabeza la manera óptima de crecer a corto, mediano y largo plazos. Lo que busca es entender lo complejo de los contextos en medio de un subdesarrollo que a veces –dice- se “autosubdesarrolla”.

Hay un Coyula (que no es periodista ni director de cine) que casi tatuadas carga consigo un millón de preguntas sin responder y dos millones de soluciones propuestas a otro millón de problemas relacionados con el avance económico y social de una ciudad cuyos ojos no lo abandonan.

A ese Coyula un editor tuvo la idea de traerlo a Cuba Contemporánea para repensar (que viene siendo simplemente pensar) el caos en que se sumerge la urbanidad habanera. También para aseverar que “lo que se ve mal casi siempre está mal. Es muy difícil que pase lo contrario”.

La suma de nuevos (y renovados) ingredientes al panorama cubano actual pone cada vez más roja la alarma que alerta que a la capital “le hace falta movilidad”.

Sin previo y serio análisis de las necesidades concretas y potenciales de La Habana, es poco probable que se impulse grandemente la sostenibilidad de una nación.

¿Qué es La Habana para Miguel Coyula?

La Habana es una ciudad especial, única, por muchas razones. Ha llegado hasta la actualidad con un patrimonio que no tienen otras ciudades de América Latina y del mundo, porque no escaparon a la transformación urbana de los sesenta del siglo pasado.

Tras esa renovación no pocas ciudades fueron destruidas y reconstruidas, y se perdió un gran patrimonio. En otras ciudades latinoamericanas no queda ni un suspiro de lo que es La Habana Vieja. Fue un beneficio que La Habana creciera muy rápido y muy bien, en menos de seis décadas. Lo hizo de este a oeste, y tan velozmente que su crecimiento fue por adición y no por sustitución.

Todos los edificios altos que se ven, excepto dos o tres, se hicieron entre el 56 y el 58 (eso es hablando solamente de los cincuenta, que fueron el clímax de aquel desarrollo). Fue una época de bonanza: primero, por los altos precios del azúcar después de la guerra de Corea, y, segundo, por el lavado de dinero de la mafia. Es increíble la cantidad de obras públicas que se llevaron a cabo: seis hospitales, la terminación del Malecón, los túneles, calles nuevas, el Acueducto Costa Sur.

Eso se hizo sin que hubiera un Instituto de Planificación Física. No había ningún tipo de organismo dedicado a la planificación. El gobierno comisionaba a personas, arquitectos, algún planificador cubano u extranjero, para hacer un plan maestro de la ciudad. Habría que analizar: ¿cómo lo hicieron para lograrlo tan bien y sin que ocurrieran las hoy llamadas “indisciplinas sociales”? Una parte de la respuesta está en que aquello era orgánico y sistémico. Tenía que ver con todo: valores del suelo, inversiones…

¿Y qué pasó después de 1959?

Al llegar la Revolución, ese proceso se frenó, se congeló, porque la idea pasó a ser la inversión en el resto del país para reducir la típica diferencia entre la capital y el resto. Eso es propio de naciones subdesarrolladas: las capitales no reflejan al país.

En cierta medida, finalmente funcionó, pues si tomamos los indicadores migratorios previos a los noventa, vemos que La Habana tuvo un saldo migratorio potable. Pero con la crisis del Período especial ese índice se disparó. Cuando la observamos en términos económicos, hay que plantearse una realidad: La Habana no llega al 1% de Cuba (es el 0,7%); sin embargo, aquí vive la quinta parte de los cubanos, el 30% de los profesionales, y se genera más de la mitad de los ingresos del turismo y del producto interno bruto del país.

Eso me hace recordar una frase que escuché hace mucho tiempo: “Lo que es bueno para la General Motors es bueno para los Estados Unidos”. Habría que decir: “Lo que es bueno para La Habana es bueno para Cuba”. Aunque hay quien dice todavía que se debe aguantar el desarrollo de La Habana para que no se incremente la brecha que existe entre la capital y las otras provincias, yo lo veo al revés. Creo que a La Habana hay que potenciarla para que ayude al resto del país.

El problema radica en cómo redistribuir después esa riqueza que produce la capital. Ahora hay una acumulación que no se va a poder descentralizar, por lo menos no es visible a corto plazo. La Habana posee las mejores industrias cubanas, y lo que -a mi juicio- es la mayor riqueza del país: la mayor concentración de talento humano.

¿Qué pasa con el turismo?

El turismo sirvió de herramienta para salir del bache del Período especial. Pero tenemos la capacidad instalada para lograr una economía de valor añadido (una economía del conocimiento) y contamos con una comunidad científica que sabe ir de la idea al producto final. No tiene sentido que ese no sea el puntero. El futuro está ahí.

Hace poco vino el gobernador de Nueva York, ¿y qué se llevó?: una vacuna terapéutica cubana para el cáncer de pulmón. Tomó un producto de altísimo valor agregado. Si alguna vez se diera un salto, sería potenciando cada vez más eso. La Habana (que también tiene municipios ricos y pobres) puede provocar lo que los economistas denominan “derrame” hacia el resto del país.

Una de las cosas que introdujo el turismo, además, fue que hubiera provincias ricas y provincias pobres. Por ejemplo, Ciego de Ávila, que era un territorio agrícola, de pronto saltó a la primera plana como un importante destino turístico (infraestructura, aeropuertos). En contraste, Guantánamo no goza esos beneficios.

Esa es una de las razones de las desigualdades, de haber saltado de la producción azucarera a una actividad como el turismo, que se desarrolla solo donde haya condiciones naturales u otros incentivos. Holguín tiene, pero su vecino Las Tunas no. Lo mismo pasa con Villa Clara y Ciego de Ávila, o Matanzas, que no tiene solo Varadero, sino que es la petrolera y dueña del mayor humedal del Caribe (la Ciénaga de Zapata) y de parte de la llanura roja Habana-Matanzas (la mejor tierra del país).

Creo que hay que ver las cosas en un amplio espectro y no a través de ese fenómeno que existe fuertemente en Cuba y al que yo llamo “sectorialismo”, como decir “no, eso es de transporte”, o “no, eso es de salud pública”.

¿En qué otra realidad habría que pensar inmediatamente?

Hoy uno de cada cinco habaneros es mayor de 60 años. En 2030 será uno de cada tres. Eso quiere decir que no puedes pensar a la ciudad igual, y no es algo que tenga que ver solo con que haya hogares de ancianos, médicos y una óptima asistencia.

Si una de cada tres personas empieza a vivir en la tercera edad (ya tenemos a muchos cubanos pasando a la cuarta), el envejecimiento se convierte en un elemento primario, porque te condiciona qué tipo de ciudad te hace falta y eso está ahí mismo. Quince años no son nada y un plan demora casi cinco.

Se nos viene arriba entonces el envejecimiento de la población, el bajo índice de natalidad y la emigración. Mientras, la mayoría de quienes emigran lo hacen desde La Habana y la convierten inmediatamente en el mayor recipiente que recibe remesas del extranjero. Eso sigue aumentando la brecha con el resto del país. Asimismo, la única manera de que la emigración interna no se mueva a La Habana es que encuentre en sus lugares lo que viene a buscar aquí. Todo esto demuestra las incongruencias de una falta de planificación.

Hay dos elementos esenciales de cara al futuro inmediato: ¿tenemos planificación o gestión adecuada para el futuro que se avecina? Hay quien sigue pensando que la vivienda es una responsabilidad absoluta del Estado y no mira las estadísticas, que muestran que los particulares construyen mucho más. El Estado debe ocuparse solo de los que no pueden construirse una casa.

Y se puede hacer algo a lo que no nos hemos acostumbrado y deberemos acostumbrarnos: nosotros trabajamos por órdenes y hay que hacerlo por incentivo. Es la forma en que se resolverán los problemas de la sociedad.

¿Qué pasa hoy con la planificación de La Habana?

Hay nuevos escenarios y actores, mas existe ese sistema de trabajo que no da la respuesta que tiene que dar pues se queda a la mitad. La planificación física no puede ir más allá de la planificación del suelo o el ordenamiento territorial. Pero la planificación urbana, a diferencia de la física, implica economía. ¿Cuántos economistas urbanos hay en Cuba? Ninguno. ¿En qué universidad cubana se puede estudiar planificación? Yo no la conozco.

Mucha gente piensa que porque se introduzcan nuevas relaciones de mercado se resolverá el asunto, y no es así. La planificación es más necesaria en la medida en que más se desarrolle el mercado. Es la manera de conocer y controlar los comportamientos.

¿Cómo podrían solucionarse esas carencias?

Hay que hacer cambios estructurales e institucionales. Hoy tenemos una economía mixta, en la que el Estado mantiene lo esencial y hay un sector privado que se ocupa de lo otro. ¿Por qué tener una sombrilla burocrática? Lo que se hizo fue pasar a derecho lo que era un hecho. Tampoco es extraño que haya habido casos recientes de corrupción en la Empresa de Servicios Comunales porque es un monstruo agobiante que se relaciona con la recogida de basura, los alcantarillados, el agua, los viales, los parques, las áreas verdes, las funerarias, etc.

Me da mala espina oír la nominación “Consejo de la Administración Popular”. Se dice administración y no dirección. O sea, el gobierno de la provincia está administrando los problemas de la ciudad y no la ciudad, porque, además, no tiene un plan con perspectivas. Es totalmente incongruente que la Dirección de Economía apruebe un presupuesto antes de que el plan territorial lo haga. No se hablan y tienen que ser uno solo.

Para lograr una ciudad bien gestionada, realmente próspera y sustentable (que es a lo que se aspira), tiene que haber un centro (aprobado por las máximas instancias y que sea ley para todos). No es que para unos sí y otros no. Estamos recogiendo el fruto de la incongruencia entre una manera de hacer y lo que está pasando.

Al autorizar que un vecino haga un restaurante en un apartamento, se cambia el uso del edificio. Es un permiso que termina alterando el balance de costo del lugar: entran extraños, se multiplica el empleo de agua y electricidad, hay ruido, se carece de una trampa de grasa y de privacidad. Donde antes había cuatro, habrá 40 diariamente.

¿Y por qué se autorizan ese tipo de violaciones?

¿Por qué ese paladar está en una vivienda? Porque en el lugar donde hubo un restaurante hoy hay una casa. Es el caso de la calle Infanta, donde encontramos una vivienda al lado de otra (que no son verdaderas viviendas porque falta ventilación e iluminación), en lo que antes eran negocios comerciales. Este desorden justificado, por decirle de alguna manera, induce a otros desórdenes. Quien quiere hacer algo y es envuelto en un papeleo y más papeleo, termina haciéndolo por su cuenta, paga la multa y ya.

Otro ejemplo que es más visual son las casas en construcción que no tienen número de licencia de obra. Eso es como la chapa de un automóvil. No hay un modelo estándar. No se ve la licencia respetuosamente. Encontramos lo mismo un cartón que una tabla o un cinc.

Si nos planteamos la gestión del hábitat en La Habana, tropezamos con que el 56% del fondo de vivienda está constituido por edificios. ¿Quién es el propietario del edificio? Respuesta común: “el Estado”. Si el edificio tiene diez apartamentos y cada uno de ellos cuenta con un propietario, el Estado en último caso es un copropietario. Si vas a la ley y buscas a quién pertenece la construcción no lo encuentras.

La organización entre vecinos se hace de forma muy pacífica. La gestión de un edificio debe ser de la gente que lo vive y no de una empresa que se desentiende de los problemas reales. Así pasó en el López Serrano (una joya del Art-Déco de La Habana), en el que llegaron a cambiar los elevadores sin consultar a los vecinos. En vez de adaptar los elevadores a la edificación, lo hicieron al revés y la gente se quejó mucho.

¿No hay forma de acabar el caos que existe en la mayoría de los edificios?

En otros países, uno encuentra a la entrada el reglamento del edificio, que es ley. Eso no da cabida a discusiones o polémicas. Hay que regirse por eso para que todo el mundo viva en paz. En Cuba, los consejos de vecinos que sí funcionan no tienen personalidad jurídica; de tenerla, podrían ir al banco y pedir un préstamo, contratar a cooperativistas o a empresas estatales. La burocracia es ineficiente.

¿Quién mejor que el que vive allí para pagar una reparación y exigir que se haga bien? Ese trabajo lo hacen entidades ajenas, sin el consentimiento de los habitantes. De la otra manera, no se derrocharía ni un quilo y habría un manejo transparente que respondería a un interés colectivo. Tengo una fotografía de otro edificio, en La Habana Vieja, en que no se pusieron de acuerdo para arreglar la bomba del agua. ¿Cómo resolvieron el problema?: hay 18 bombas de agua y la cisterna nunca se cierra porque hay casi 20 tuberías dentro, disparando el consumo de electricidad.

Podemos encontrar decenas de casos en los que un propietario pinta su fachada de un color o toma un área pública como parte de su propiedad (es el caso terrible de Alamar), sin importar el resto del edificio. ¿Y quién le dice que no lo haga? Hay una violación rampante de los códigos porque falta autoridad y eso potencia el individualismo sobre el colectivismo.

Yo le llamo a eso “la escoliosis urbana”, porque la ciudad se va deformando y llega un momento en que no tendrá vuelta atrás. Casi hemos llegado al punto de no retorno. Llega un momento en que lo que está mal está bien y lo que es bueno se ve como malo. Y lo más peligroso es la referencia, es que hay personas que no han visto más que esas conductas.

Especialmente las generaciones más jóvenes…

Ese Período especial que duró un cuarto de siglo continúa. Solo su fase aguda terminó. Los efectos secundarios de esa crisis salen hoy a flote: disparidades sociales, el protagonismo del señor dinero y la inversión de la pirámide social (unos tienen más solvencia que otros, sin concordancia con la calificación o el esfuerzo personal de cada cual). Es imposible ignorar las malformaciones que eso trae.

Los arquitectos que se forman hoy, tal vez no hayan visto un libro o una revista. Esa es una carrera cara, de enormes recursos y referencias. Veo que se gradúa un profesional educado por alumnos eminentes, pero que no han hecho carrera, sino que se quedaron dando clases después de obtener el título. Se da lo que se tiene, mas faltan referencias. El factor común aquí es la pobreza, no tanto la material como la mental. Sé que el sueldo no es la recompensa. Son problemas complejos que hay que ver complejamente.

¿Qué sería lo primero que haría si le encargaran solucionar esos problemas?

Tener planificación urbana y un plan de obligatorio cumplimiento para todos. Luego, habría que cambiar la forma en que se gestiona la ciudad. Los impuestos deben ser uno de elementos que más contribuyen a la reconstrucción. Los paradigmas de restauración han cambiado mucho.

Solo quedarían tres opciones: hacer las cosas bien, hacer las cosas mejor o hacer las cosas mejores. En Cuba hay mucha gente intentando hacerlas mejor, cuando deberían estar haciéndolas mejores. La situación no da más. Hay que dar un salto cualitativo. Eficiencia y disciplina se logran sistémicamente. La planificación y la gestión son esenciales para acabar con el desorden que amenaza con tragarse a La Habana. Es importante, conjuntamente, no ver más a La Habana Vieja como lo único salvable de la provincia.

Por algo hace poco el Fondo Mundial de Monumentos colocó al Vedado en la lista de patrimonios en peligro. Es una zona marcada por un movimiento moderno, que tiene muchos lugares valiosos. Como si hubiéramos fortificado nuestros cerebros, seguimos pensando solo en lo que hubo detrás de la Muralla. Hay que romper esquemas. Esta provincia completa tiene para hacerse ella misma y para más, para contribuir con las otras. Eso no pasará mientras se tenga una mentalidad sectorial.

En el transporte se han buscado millones de alternativas y ómnibus importados de diferentes países, pero miremos los estudios y encontraremos que el número de pasajeros transportados no crece. Compras mil ómnibus y los mil se ponen viejos a la vez. Dentro de par de años habrá que cambiarles el filtro de petróleo a todos los ómnibus. Eso es absurdo y lineal.

Uno visita otros países (muy ricos) y los taxis que circulan son carros de segunda mano. En La Habana se usaban ómnibus que llegaban de uso de los Estados Unidos y algunos de producción nacional. ¿Dónde están hoy las bicicletas que inundaron esta urbe en los noventa?

¿Tiene que ver con que se toman soluciones temporales?

Sí. En muchas de las más famosas ciudades del mundo, con un tránsito horrible, se usan las bicicletas (Nueva York, Londres, Berlín, París) y en Cuba las prohibimos hasta en el Malecón (que se volvió una calle enemiga del peatón, con una velocidad de circulación de 80 km/h).

Nadie mejor que nosotros (un territorio con problemas de transporte) para ver a las bicicletas como un medio. Podría existir puntos de alimentación, que permitan hacer al menos parte de los trayectos en ellas. Me da vergüenza llegar como cubano a Nueva York y ver cómo se diferencian parqueos para bicicletas y para automóviles.

No puede seguir habiendo soluciones remediales como en la rotonda de la Ciudad Deportiva o 5ta Avenida (no es como Malecón, que tiene tres carriles y muy poca bocacalle). Esta última es una calle muy urbana y cada vez que un carro dobla una esquina, detiene a la cola que lleva detrás. La vía no aguanta la velocidad que se exige, simplemente por cuestiones de diseño.

Igual sucede cuando se pide área para construir y se cierra a veces hasta la mitad de una calle. No se puede interrumpir la circulación, y si lo vas a hacer pagas por ello. Debe costar dinero esa clase de obstáculos porque es como poner el dedo sobre una vena.

¿Por qué no se aplica más la ley del control urbano en La Habana?

Por el personal que lo aplica. Repasé los datos e hice una comparación entre La Habana Vieja y La Habana. En la primera, hay 60 000 habitantes y tiene 35 profesionales trabajando en planificación. Hay 2,2 millones en el territorio y alrededor de 75 personas laborando en igual puesto. Si divides la cantidad que hay para la capital te dará tres y fracción. ¿Qué pueden hacer tres o cuatro especialistas de planificación en un municipio como Plaza de la Revolución, donde viven 180 000 habitantes?

¿Qué pasó con el antiguo Ten Cent para convertirlo en Trasval? Lo cerraron como una zona militar. ¿Cómo se le va a quitar las vidrieras a una tienda en Galiano? Eso es un valor que desapareció. Si uno hace ese tipo de islas aparte acaba con la ciudad. Es como si una célula quisiera independizarse de un tejido. Hemos ido de no tener nada que enseñar a no querer enseñar nada.

Y La Puntilla ni la demuelen ni la reconstruyen y eso se va a ir al piso, por gusto, en una ciudad hambrienta de viviendas. Incluso podría pensarse en hacer una subasta de esos apartamentos, que se otorgue la propiedad del mismo y luego uno ve cómo lo arregla.

Otra cosa que me cuestiono mucho es la falta de higiene y de baños públicos en la ciudad. ¿Cuántos conoces? En el Parque Central debería haberlos, soterrados o no. Esa es una exigencia de lugares tan populosos. En diferentes hoteles el baño es por tarjetas.

Es muy difícil que una Administración como la de La Habana, que está hasta el cuello de problemas, se pueda preocupar de esas cosas. Por supuesto, lo urgente deja a un lado lo importante. Es de espanto, por ejemplo, la cifra de personas con anuencia de albergues (la cantidad equivale a la población de Cienfuegos). Quienes demandan albergue en La Habana son el número de habitantes de una capital provincial (es como volver a hacer una ciudad).

Y las soluciones, que son las “comunidades de tránsito” (ocupan suelo urbano, pero no urbanizan nada) siguen tragando dinero y materiales constantemente. Suponiendo que en el futuro esas personas se muden, qué pasa con la construcción que estuvieron usando. Son enmiendas que generan demasiados conflictos.

¿Qué cree de esa tendencia de crecer hacia arriba? ¿Cree que se estudió previamente eso antes de hacerlo?

Por suerte, en primer lugar, lo malo está en la periferia y es poca la incidencia de las improvisaciones en la ciudad. Los edificios de microbrigadas se pensaron de cuatro pisos y se dijo: “no, ¿por qué no de cinco o de seis para ahorrar espacio de suelo?” ¿Y quiénes subirán esos pisos cuando la población envejezca más?

La altura promedio de la ciudad actualmente es de dos pisos. Supongamos que le sumes a eso dos pisos más. ¿No metes dos millones y medio más de personas? Esa no es una preocupación ahora. La Habana no necesita a mediano plazo ser una ciudad de altura. Esa cosa simplista de emplear menos suelo es mentira. Lo que se logra es una mayor densidad que se traduce en el encarecimiento del transporte. Es muy fácil decidir detrás de un buró.

Por supuesto, todo el que vive en un albergue aceptará un apartamento aunque esté a medio terminar, pero eso debe hacerse de manera organizada.

Resulta increíble también el precio bajo que pagamos por el agua, cuando los acuíferos de La Habana están por el suelo. Eso les asombra a los extranjeros. Es mucha la energía que se gasta en el tratamiento y distribución de agua. Si el 80% de la ciudad es anterior a la Revolución, ¿cuánta agua se gasta con los inodoros antiguos que utilizan cinco galones de agua cada vez que se descargan? En Estados Unidos incluso se cosecha el agua.

La Habana debe cambiar tres mil kilómetros de tuberías. Deberíamos pensar en un suavizador de agua porque el agua en Cuba es muy dura, con mucha magnesia. La mitad del agua que se sirve se pierde, no llega a la vivienda. La gente hace su propio acueducto, las cisternas y otros depósitos: hay mucha “agua muerta”, almacenada. El peor enemigo de nuestro país es “el resolver”: pan para hoy y hambre para mañana. Hay que prever lo que pasará. Planificar es anticipar.

Tomado de: http://www.cubacontemporanea.com

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