Monólogo interior de la danza

La pitonisa se desvistió, despojándose de sus velos de follajes con sabor a tundra escarbada en la fatigosa parábola del regazo. La luz abrigaba sus senos de afilados farallones, revelando su verdadera inquietud abigarrada por el encendido sol de los aplausos.

El margen discurría tras esa relación donde el público es una suma de follajes silvestres. Dispuestos a quebrar el cansancio para hacer de esa noche un recorrido que apunta interminable.

Era un tiempo donde la vidente exhibía aguafuertes nevados. Como mágica sombra arropaba todo el escenario con la profecía de la pregunta. La palabra estaba dada en ese largo transitar de aplausos gregorianos que subyugan la metáfora del sol. En cada puesta pilotaba hacia el poniente, revisando el recorrido del silencio para construir ese libreto escrito contra la ruptura del sentido común.

El espectáculo estaba hecho, la libertad de sus pasos recorría en soliloquio las grietas del proscenio bajo las vibraciones de metáforas atemperadas para el discurso.

La gestualidad contenida daba paso a un maquillaje impreciso. Los cercos escritos como límites profanos servían de parada para delimitar cada acto. El escenario tan solo contenía luz y alegorías. Un fondo seco servía de mampara en cada estación, donde el milagro de hacer una nueva puesta tenía raíz y tronco curtido desde el cimiento de la tarde, de esa tarde escurridiza.

Los cercos de los aplausos rotos, transpiraban degustadas palabras por esa relación donde cada acto tiene un significado de cobertizo. La pitonisa danzaba por el atolladero de puentes, iluminados por la fuga de lámparas mojadas.

Escribía péndulos con su gestualidad de sonrisas mudas, que siempre escarba en la sien de los que saben apreciar el sentido del ritmo, la sabia de los versos y la quietud de los vocablos llenos.

Al final del acto, descargó una reverencia justo en el borde de la grieta más cercana al escenario, donde la mirada se confunde con el espejo que delimita esa relación de dos o de muchos. Antes de hacer puertas dejó un verso escrito con esa misma palabra muda, que desde el principio servía de sabia, confesión y letargo.

Se evaporó por un extremo de la misma mampara que la abrigó desde el principio del acto. Sin dejar rastro, sembró voces de atril y música con sabor a legumbres.

La pitonisa iluminó versos con sus manos de artesana, pastó el descanso de sones con curvas dejadas al azar y se marchó hacia otros escenarios, con el mismo pretexto de siempre: iluminar la mirada de los que aún no conocen el sabor de los sueños.

Deja un comentario

AlphaOmega Captcha Classica  –  Enter Security Code
     
 

* Copy This Password *

* Type Or Paste Password Here *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.